LA VERDAD EN LA QUE VIVIMOS. LA VERDAD QUE LE VENDEN AL PUEBLO LOS PODEROSOS
MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA
Se ha dicho
en varias ocasiones que el sistema capitalista es especialista en crear dioses y diablos
mediáticos para mantener entretenidas a
las grandes masas de la población e infundirles miedo. Por ejemplo, en los últimos días circuló en
las redes sociales una “noticia” de que el mundo se terminaba el día 29 de
julio, e incluso salía una imagen del actual papa pidiendo que oráramos. Como
se puede ver los hechos que son
relevantes para la sociedad nos los hacen ver superfluos e irrelevantes.
Mientras que hechos superfluos te los magnifican nos los presentan como el último acontecimiento del siglo, O sea
te distorsionan la realidad, juegan con
nuestra inteligencia y nuestra capacidad de pensar. Esa es la verdad de los de
arriba. Ahora bien, lo que aquí pretendo
es demostrar la falsa verdad en la que nos movemos y vivimos.
Sabemos muchos académicos que desde la concepción
científica de las clases sociales la sociedad está dividida en dos clases
fundamentales; los poseedores de los medios de producción y los carentes de ellos, unos tienen que
vender su fuerza de trabajo y otros se
apropian del trabajo ajeno. Al menos ,
eso es lo que nos han enseñado en la Universidad no obstante, el problema
cambia desde la concepción de los poderosos
es decir, los que dirigen los hilos de la política mundial, los señores
de la sombra, los que deciden a que país se va a invadir, que gobierno van a
elegir, a que líder van a asesinar.
La manera
como estos señores analizan e interpretan la realidad es otra; no la nuestra,
para muchos que creen que el pueblo es el que elige al presidente esa es la mentira más grande que le pueden
dar a la población, no sólo en nuestro país, es en todo el mundo con excepción
de algunos países socialistas que aún quedan. De acuerdo con las elites del
poder Mundial, las sociedades Secretas, el Club Bilderberg, los Iluminati, los
Francmasones y el Opus Dei entre otros. La sociedad está dividida en tres
clases: Los Sabios, los gentiles y el
Vulgo.
El Vulgo.
Son los más
numerosos. Desean riqueza. Buscan el placer. Pero además, son holgazanes,
indolentes, egoístas, torpes... No están dotados de inteligencia individual,
sino que al tratarse de una masa deben ser dirigidos desde arriba. No tienen
pensamiento propio, sino el que se les haya insertado como obligatorio para
alcanzar sus necesidades. Ellos no lo saben, pero no están capacitados para
conocer la verdad de las cosas. Tampoco están preparados para ser libres,
aunque haya que hacerles creer que lo
son. Su destino es la subordinación y para no alterar su destino natural no
pueden conocer la verdad. (Bruno
Cardeñosa. El Gobierno Invisible. p. 15)
GENTILES
Ocupan la
parte superior de la sociedad visible. Aman el honor. Y todo su objetivo vital
es conseguir la gloria. A menudo, son los hombres en los que el vulgo ha depositado su confianza. Se
creen los guardianes de la moral y del orden. Se sienten creyentes, hombres de
honor, individuos nobles que están cumpliendo una misión. Tienden a sentirse
héroes. Y se presentan sentados en un trono que les confiere la sensación de
estar por encima del bien y del mal, pero esa vanidad es la grieta a través de
la cual deben penetrar las razones que están por encima de ellos, ideas que son
el símbolo de la verdad desnuda, aunque se inserte en ellos vestida de
múltiples ropajes. En esta clase se ubican los funcionarios públicos de alto
rango, Diputados, Ministros, embajadores, Cancilleres, Generales, Coroneles,
Rectores entre otros. Estos son los que utilizan las elites poderosas para
mantener engañados al pueblo haciéndonos creer que vamos camino a una nueva
sociedad pero que están en contubernio con la elite mundial.
En periodos
electorales seleccionan a esas personas que tienen más arraigo en la población
para obtener los votos necesarios y
llegar al gobierno. Pero que son ratas
del mismo piñal, coyotes de la misma loma. En esta clasificación por últimos
están los Sabios. (Ibíd. P.15)
LOS SABIOS.
Para ellos,
el abismo no da miedo. Son puros. No saben lo que es temblar porque los
filósofos están en posesión de la verdad absoluta y ostentan la supremacía
intelectual que han aprendido gracias a las enseñanzas de otros sabios que les
instruyeron en secreto, porque en secreto deben desarrollarse y ocultos deben
mantenerse. Son ellos quienes deben
elegir cuáles son los engaños sobre los que levantarse por encima del vulgo,
para proteger a sus instrumentados gentiles y a la inconsciente masa. Y las
tres piezas encajaban así:
El sistema
ideal y perfecto es el gobierno encubierto de los sabios, que deben utilizar
las armas que les da su sabiduría para poder alcanzar su máxima expresión. Para
conseguirlo, tienen que obrar con el
objetivo de que los gentiles sean crédulos, simplones y, por tanto,
manipulables hasta el punto de convertirse en las herramientas perfectas para
alcanzar la meta propuesta que, en este tiempo, no es otra cosa más que frenar
la modernidad que anida cada vez más entre el vulgo, a cuyos integrantes es
necesario reducir a la categoría de bestias. Gracias a ellos, es posible
cumplir con el objetivo de trasladar al vulgo una forma de vida en la que sea
permanente la guerra o la sensación de estar en guerra. Lograrlo es sencillo
gracias a la manipulación de los instintos primarios, que se encuentran en los
sentimientos nacionalistas y religiosos, de los cuales los gentiles deben ser
sus adalides.
Y, para dirigir a esas masas, hay una herramienta perfecta... Es
la mentira:
La mentira
es el arma de los sabios, porque la verdad es propiedad nuestra y no debe
revelarse a quien no está capacitado para conocerla. Así, a la sociedad, al
vulgo, deben contársele mentiras que les sean reconfortantes para satisfacer
sus necesidades, al tiempo que los sabios deben hacerse con el control de la
cueva y manejar las imágenes que se proyectan al exterior. Decía Platón hace
muchos siglos: “la justicia es el interés de los más fuertes. Por ello, quienes
queráis ocupar el poder en el futuro,
debéis edificar las reglas según vuestros intereses. Y las reglas serán la
justicia. (Ibíd.)
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