PARTIDOS ZOMBIS: LA OPOSICIÓN QUE ESTORBA AL PAÍS
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
En El Salvador se ha instalado una verdad incómoda que
los partidos políticos tradicionales se niegan a aceptar: el país ya no los
necesita. No porque la democracia no requiera oposición, sino porque la
oposición que hoy representan es inútil, obsoleta y profundamente nociva para
el desarrollo nacional.
Existe un sentimiento ciudadano casi unánime de que los
partidos corporativos tradicionales —incluyendo a VAMOS— deberían desaparecer
del escenario electoral en 2027. Y no se trata de una consigna autoritaria ni
de intolerancia política, sino de una reacción racional ante décadas de
fracaso, simulación y mediocridad.
Estos partidos ya
no aportan absolutamente nada al país; ni ideas, ni proyectos, ni liderazgos,
ni visión de futuro. Su existencia se reduce a estorbar.
La oposición es necesaria cuando fiscaliza con
inteligencia, cuando propone alternativas viables y cuando representa intereses
reales de la población. Pero cuando la oposición se convierte en un simple coro
de negación, resentimiento y nostalgia ideológica, deja de ser un contrapeso
democrático y se transforma en un parásito político.
Lo más grave es que estos partidos no solo fracasaron
cuando gobernaron, sino que siguen fracasando ahora que no gobiernan. Incapaces
de leer la realidad social, continúan operando con los mismos esquemas mentales
de los años ochenta, como si el país no hubiera cambiado, como si la ciudadanía
siguiera creyendo en consignas vacías y discursos reciclados.
El problema no es únicamente ideológico; es generacional,
intelectual y ético. Estos partidos se han dedicado a reciclar liderazgos
agotados, verdaderos fósiles políticos que ya no representan a nadie. Son
figuras que han pasado por cargos, partidos y coyunturas sin dejar más huella
que el desgaste institucional. Cadáveres políticos sacados del congelador,
momias ideológicas que insisten en hablarle a un país que ya no existe.
Mientras tanto, bloquean sistemáticamente la emergencia
de nuevos liderazgos. No forman cuadros, no promueven pensamiento crítico, no
abren espacios a jóvenes con ideas frescas. Prefieren atrincherarse en sus
cúpulas, defendiendo cuotas de poder inexistentes y privilegios simbólicos que
solo viven en su imaginación.
A esto se suma una hipocresía moral difícil de digerir.
Se autoproclaman defensores de la democracia, la institucionalidad y el pueblo,
cuando su historial está marcado por corrupción, incompetencia y abandono
social. Tuvieron el poder durante años y no resolvieron los problemas
estructurales del país. Hoy, sin autoridad ética ni legitimidad popular,
pretenden erigirse en jueces del presente.
La ciudadanía ya no vota por etiquetas ideológicas. Vota
por resultados. Vota por gestión. Vota por impacto real en su vida cotidiana. Y
frente a ese nuevo criterio ciudadano, los partidos tradicionales están
completamente desnudos. No tienen nada que mostrar, nada que ofrecer y nada que
proponer.
Por eso, su posible desaparición electoral no debe
interpretarse como una amenaza a la democracia. Al contrario: es una expresión
de la democracia misma. En política, como en la historia, quien no se renueva,
desaparece. Nadie los está proscribiendo; simplemente están siendo abandonados
por el pueblo.
El país no necesita una oposición ruidosa, visceral y
mediocre. Necesita una oposición inteligente, ética y moderna. Y si los
partidos tradicionales no son capaces de encarnar ese papel, entonces deben
hacerse a un lado y permitir que surjan nuevas fuerzas políticas acordes al siglo
XXI.
La historia no tiene piedad con quienes se niegan a
cambiar. Y El Salvador ya decidió avanzar. Los partidos zombis pueden seguir
caminando… pero cada vez más lejos de la voluntad popular.
SAN SALVADOR, 16 DE DICIEMBRE DE 2025
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