EL ALGORITMO AL PENSAMIENTO CRÍTICO: EL PODER ÉTICO DE LOS NUEVOS COMUNICADORES”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN.
Vivimos una época en la que el poder de la palabra, de la
imagen y de la influencia ha cambiado de manos. En apenas dos décadas, el
surgimiento de los youtubers y creadores de contenido ha transformado la manera
en que las sociedades perciben la realidad, se informan y forman opinión
política.
Ya no son los grandes medios tradicionales —televisoras,
periódicos o radios corporativas— los que monopolizan la narrativa pública.
Hoy, cualquier ciudadano con un teléfono inteligente, una cámara y una idea
puede convertirse en voz influyente, en referente moral, político o educativo
para miles de personas. Esta democratización de la comunicación es, sin duda,
una de las revoluciones culturales más profundas de nuestro tiempo.
El fenómeno de los youtubers y creadores de contenido ha
abierto una grieta en la vieja estructura de poder mediático que durante
décadas manipuló la conciencia colectiva. En el caso de El Salvador, esta
transformación ha sido especialmente visible en los últimos años, cuando muchos
ciudadanos comenzaron a informarse y formarse criterio a través de plataformas
digitales en lugar de depender de los medios tradicionales. En un país que por
tanto tiempo fue rehén de la desinformación, del sensacionalismo y del discurso
parcial, los nuevos comunicadoras digitales han traído un aire fresco de
pluralidad y participación, contribuyendo a que la ciudadanía asuma un papel
más activo, reflexivo y crítico en la construcción del futuro nacional.
Sin embargo, este nuevo poder comunicativo conlleva una
responsabilidad moral y ética de grandes proporciones. El hecho de tener voz,
visibilidad y seguidores no convierte automáticamente a nadie en portavoz de la
verdad. Muchos youtubers, motivados por la búsqueda de fama, dinero o poder
político, han caído en las mismas prácticas que durante años criticaron a los
medios tradicionales: manipular, tergiversar, desinformar o degradar el
lenguaje público con insultos y vulgaridad. En este sentido, el fenómeno
digital encierra una paradoja: la herramienta que nació para liberar la
información y democratizar el pensamiento, puede convertirse también en
instrumento de distorsión y sometimiento ideológico.
El Salvador vive hoy un momento de transformación
profunda. Bajo el liderazgo del presidente Nayib Bukele, el país ha roto con
décadas de corrupción, manipulación mediática y abandono estatal. En este nuevo
contexto, los youtubers y creadores de contenido se han convertido en actores
fundamentales de la disputa por la verdad. Muchos
de ellos han asumido un papel de acompañamiento a los procesos de cambio,
denunciando la hipocresía y el cinismo de las viejas élites políticas y
mediáticas. Pero otros, lamentablemente, se han transformado en voceros de la
mentira, en defensores de intereses oscuros disfrazados de “opinión crítica”.
El presente ensayo tiene como propósito realizar un
análisis crítico, filosófico y ético del papel que desempeñan los youtubers y
creadores de contenido en la sociedad actual, con especial atención al contexto
salvadoreño. Se busca examinar su influencia en la cultura, la educación y la
política; sus aportes a la democratización del conocimiento; y, al mismo
tiempo, sus excesos, desviaciones y límites ético-legales. La intención no es
demonizar ni glorificar, sino comprender con profundidad el alcance social de
este fenómeno que está redefiniendo la comunicación, el pensamiento y el
ejercicio ciudadano en la era digital.
Este trabajo parte de la convicción de que toda
comunicación auténtica debe estar al servicio de la verdad, la ética y el bien
común. Los nuevos comunicadores —ya no periodistas de estudio, sino voces
populares con presencia digital— tienen hoy la responsabilidad histórica de
elevar el nivel del debate público, promover el pensamiento crítico y
contribuir a la construcción de una sociedad más informada, justa y
participativa. Pero esto solo será posible si logran superar el egoísmo, la
banalidad y la tentación del espectáculo para reencontrarse con los valores que
dan sentido a la palabra: la verdad, la coherencia, la honestidad y el respeto.
Los youtubers y creadores de contenido son el espejo de la sociedad que los produce. En ellos se reflejan las virtudes y los defectos de nuestra época: la pasión por la libertad, pero también la sed de notoriedad; el deseo de informar, pero también la prisa por ganar suscriptores. Comprenderlos críticamente es comprendernos a nosotros mismos como sociedad. Por eso, este ensayo invita a reflexionar con serenidad, pero también con energía, sobre el rol que estos nuevos actores mediáticos están jugando en la transformación política, cultural y moral de El Salvador y de América Latina.
1. LA REVOLUCIÓN DIGITAL Y EL SURGIMIENTO DEL NUEVO
COMUNICADOR SOCIAL
El siglo XXI ha sido testigo de una transformación sin
precedentes en la forma en que los seres humanos se comunican, se informan y
construyen su visión del mundo. Las redes digitales y las plataformas como YouTube,
TikTok, Facebook, X (antes Twitter) y otras han erosionado los cimientos
del viejo sistema mediático, dominado durante décadas por intereses
corporativos y políticos que imponían una sola versión de la realidad. Lo que
antes era privilegio de unos pocos —hablarle al país, formar opinión, educar o
denunciar— hoy es posible para cualquier ciudadano con acceso a Internet y un
mínimo de creatividad. Esta revolución tecnológica no solo ha modificado los
medios, sino también las mentalidades.
En el pasado, la voz pública estaba condicionada por el
dinero, la posición social o las alianzas con el poder político. Hoy, el comunicador
social del siglo XXI puede surgir desde cualquier barrio, comunidad o aula
universitaria, portando su teléfono como instrumento de emancipación. La
democratización del discurso ha roto las cadenas del silencio mediático y ha
devuelto al pueblo una capacidad de expresión que por mucho tiempo le fue
negada. En este contexto, los youtubers y creadores de contenido
representan la punta de lanza de un cambio cultural que ha dado voz a lo
marginal, lo alternativo y lo auténticamente popular.
Sin embargo, esta revolución no debe entenderse solo en
términos técnicos. Más allá de las pantallas, estamos ante un fenómeno antropológico
y filosófico que redefine la manera en que el ser humano se relaciona con
la verdad, el conocimiento y el poder. La tecnología, al permitir la libre
circulación de la palabra, ha generado también una sobreabundancia de discursos
donde la verdad se diluye entre opiniones, emociones e intereses. El comunicadora
digital contemporáneo enfrenta así un dilema profundo: ¿Será un mediador de la
verdad o un mercader de la mentira? ¿Un educador o un manipulador?
En El Salvador, esta transformación ha sido
particularmente intensa. Durante décadas, la información estuvo monopolizada
por grupos económicos vinculados a los partidos tradicionales, que filtraban la
realidad según sus intereses. El pueblo fue acostumbrado a escuchar solo una
voz: la de los dueños de los medios. Pero con la irrupción de los nuevos
comunicadores digitales, esa hegemonía comenzó a resquebrajarse.
Hoy, miles de salvadoreños se informan directamente a
través de plataformas donde la narrativa oficial de los grandes medios ha
perdido credibilidad. Esta ruptura comunicacional ha permitido que la ciudadanía
cuestione, contraste y discuta los mensajes del poder, abriendo el espacio para
una conciencia crítica colectiva.
La aparición de estos nuevos actores ha implicado también
un reajuste del poder simbólico. Ya no basta con tener una emisora o un
canal de televisión para dominar la opinión pública.
Hoy, el poder
reside en la capacidad de conectar con la gente, de hablar su lenguaje, de
representar sus frustraciones y esperanzas. Los youtubers y creadores de
contenido son, en este sentido, los nuevos cronistas del pueblo, los
intérpretes de una sociedad cansada de ser manipulada por los viejos voceros de
la oligarquía mediática.
No obstante, junto con esta revolución positiva surge un
desafío mayor: la banalización del discurso público. En la búsqueda de
popularidad, muchos creadores han optado por el espectáculo vacío, por el
chisme o la provocación vulgar como medio para atraer audiencias. El problema no radica en la tecnología, sino
en el uso que se hace de ella. Cuando el afán de “likes” sustituye al compromiso
con la verdad, la libertad de expresión se convierte en libertinaje
comunicativo. El resultado es una sociedad ruidosa, saturada de información,
pero cada vez menos reflexiva.
El nuevo
comunicador social debe entender que el poder de la palabra digital exige una
ética nueva: la ética del conocimiento
responsable. Ser youtuber o creador de contenido no es solo grabar y
opinar, es asumir una función pedagógica, moral y social ante su comunidad. Cada video, cada transmisión, cada comentario tiene un
efecto sobre la mente y la conciencia colectiva. Por eso, más allá del
entretenimiento, los creadores deben recuperar el sentido profundo de
comunicar: formar, orientar, inspirar y construir ciudadanía.
El desafío es grande, pero también lo es la oportunidad.
La revolución digital ofrece al pueblo salvadoreño un instrumento de
emancipación cultural. En la medida en
que los creadores comprendan su papel histórico, podrán convertirse en verdaderos
arquitectos de una nueva conciencia nacional: libre, crítica y solidaria. De lo
contrario, terminarán siendo los bufones de un sistema que los usa como distracción,
no como motor de cambio.
2. EL IMPACTO CULTURAL Y EDUCATIVO DE LOS CREADORES DE
CONTENIDO
El surgimiento de los youtubers y creadores de contenido
ha significado una transformación profunda en los campos de la cultura y la
educación. Lo que antes se aprendía en las aulas, hoy puede encontrarse en una
pantalla; lo que antes se transmitía por la tradición oral o los libros
impresos, hoy circula a través de videos, podcasts y transmisiones en vivo.
Esta mutación del conocimiento es uno de los fenómenos más significativos del
siglo XXI, pues ha cambiado no solo la forma en que se accede a la información,
sino también la manera en que se construye el pensamiento.
La cultura digital ha generado un nuevo espacio de
aprendizaje colectivo. Miles de jóvenes, especialmente en América Latina, han
encontrado en las plataformas digitales una escuela paralela, más dinámica,
flexible y accesible que muchos sistemas educativos tradicionales. Desde
tutoriales científicos y clases de historia hasta análisis políticos o
filosóficos, los creadores de contenido han abierto una ventana de conocimiento
al alcance de todos. En El Salvador, donde la educación pública ha enfrentado
históricamente carencias estructurales, el acceso libre a contenido educativo
de calidad ha democratizado el aprendizaje y ha reducido las brechas del
conocimiento.
Este fenómeno ha dado lugar a lo que podríamos llamar una
pedagogía digital popular, un modelo en el que el saber se transmite no
desde la autoridad académica tradicional, sino desde la experiencia compartida
y el lenguaje cotidiano. El conocimiento se vuelve horizontal, participativo y
colaborativo. En este contexto, el youtuber o creador no es solo un emisor,
sino también un facilitador del diálogo, un mediador cultural entre la ciencia
y el pueblo. Tal función, si se ejerce con responsabilidad, tiene un poder
transformador enorme: puede convertir la curiosidad en aprendizaje, la
información en conciencia y la distracción en cultura.
No obstante, este impacto positivo coexiste con riesgos
evidentes. No todo lo que se presenta como conocimiento en las redes cumple con
criterios de veracidad, rigor o ética. La facilidad para publicar contenido ha
dado lugar a un océano de información donde conviven la verdad y la mentira, el
dato científico y la superstición, el pensamiento crítico y la manipulación
emocional. En esta mezcla, el ciudadano
corre el riesgo de ser maleducado por algoritmos que premian lo sensacionalista
por encima de lo razonado. Así, la educación
digital se enfrenta a su propia contradicción: puede liberar o puede
deformar, dependiendo del uso que se haga de ella.
Aun con estas contradicciones, el aporte cultural de los
creadores de contenido es innegable. Han logrado rescatar el valor de la
palabra directa, el testimonio, la conversación espontánea y la narración
desde la vida cotidiana. En una sociedad marcada por la desconfianza hacia las
instituciones, los nuevos comunicadores han logrado lo que muchos pedagogos no
pudieron: conectar con la gente, inspirar la curiosidad y hacer del
conocimiento un bien deseable. La educación, al pasar por sus manos, se
humaniza, se vuelve más emocional y menos burocrática.
En el plano cultural, los youtubers y creadores han
servido también como difusores de identidad y memoria colectiva. En
lugar de importar modelos culturales ajenos, muchos de ellos han promovido las
tradiciones, el lenguaje y los valores nacionales. Han devuelto a la juventud
salvadoreña el orgullo por su historia, su música, sus costumbres y su manera
de ver el mundo. La cultura digital se ha convertido así en un escenario donde
se disputa la narrativa nacional: entre quienes buscan fortalecer la identidad
salvadoreña y quienes prefieren reproducir estereotipos globales sin raíces ni
contenido.
En el contexto educativo, los creadores de contenido han
demostrado que enseñar no requiere siempre de un aula ni de un título
académico, sino de pasión, compromiso y claridad pedagógica. Existen
canales dedicados a la enseñanza de matemáticas, filosofía, odontología,
historia o ética que han impactado positivamente en miles de estudiantes. En
muchos casos, los jóvenes aprenden más de estos contenidos digitales que de
clases tradicionales poco interactivas o desactualizadas. Esto representa un desafío para el sistema educativo: adaptarse a las
nuevas formas de aprendizaje o quedarse rezagado ante la revolución digital.
Sin embargo, este impacto no puede desligarse del
componente ético. Educar no es solo transmitir información, sino también formar
conciencia. Por eso, los youtubers que asumen la tarea de educar deben
hacerlo desde una postura crítica, humanista y responsable. Enseñar sin valores
es tan peligroso como desinformar; divulgar sin ética es traicionar la confianza
del público. La educación digital, para ser auténticamente emancipadora, debe
basarse en el respeto, la verdad y el pensamiento reflexivo.
En definitiva, los creadores de contenido son hoy los
nuevos pedagogos del siglo XXI. Su influencia es tan grande que puede definir
generaciones enteras, orientar comportamientos y moldear valores. En sus manos está la posibilidad de
construir una cultura del conocimiento
y la conciencia, o de alimentar una cultura del ruido y la banalidad. Todo dependerá del sentido
ético que impriman a su obra y de la comprensión de que comunicar es, ante
todo, un acto de responsabilidad social y moral.
3. LA DESMONOPOLIZACIÓN DE LA COMUNICACIÓN EN EL SALVADOR
Durante
gran parte de la historia contemporánea de El Salvador, la comunicación pública
estuvo en manos de una oligarquía mediática que dictaba lo que el pueblo
debía pensar, creer y discutir.
Los
medios tradicionales —televisoras, radios y periódicos— operaban bajo la lógica
del poder económico y político, actuando como guardianes de la ideología
dominante. Desde los tiempos del conflicto armado hasta bien entrado el siglo
XXI, la opinión pública fue moldeada por los mismos grupos empresariales que
controlaban la banca, la industria, la educación privada y los partidos políticos.
Esa hegemonía mediática fue uno de los instrumentos más eficaces de dominación
social: silenciaba, distorsionaba y manipulaba a conveniencia.
El nacimiento y expansión de los youtubers y creadores
de contenido independientes significó el comienzo del fin de ese monopolio
comunicacional. Por primera vez, la ciudadanía común pudo desafiar la narrativa
impuesta por los medios tradicionales, construyendo su propio espacio de
información, análisis y crítica. Un fenómeno que, aunque global, tuvo en El Salvador
una intensidad particular. Las redes sociales se convirtieron en plazas
digitales donde el pueblo comenzó a debatir, denunciar y revelar lo que
antes era censurado o invisibilizado.
Esta desmonopolización de la comunicación no solo
modificó los canales de información, sino también los centros de poder
simbólico. Antes, la verdad se definía desde las redacciones de los grandes
medios; hoy, emerge desde las calles, desde un celular o desde una voz popular
que decide encender una cámara. El pueblo dejó de ser receptor pasivo para
convertirse en protagonista del discurso público. Este fenómeno marcó un
punto de inflexión histórico: el poder comunicacional ya no pertenece a las
élites, sino a las mayorías informadas y conectadas.
En este contexto, el proyecto político de la
modernidad salvadoreña, liderado por el presidente Nayib Bukele, ha
encontrado un terreno fértil para comunicar directamente con la gente, sin
intermediarios. A través de las plataformas digitales, el gobierno ha podido
romper con la manipulación mediática que por años distorsionó la realidad
nacional.
Las
transmisiones en vivo, los espacios informativos oficiales en redes, y la
participación ciudadana digital han permitido un nuevo modelo de transparencia
que antes parecía imposible.
Por primera vez, el pueblo puede escuchar, ver y juzgar sin filtros lo que sus
gobernantes hacen.
Esta nueva forma de comunicación, impulsada tanto por el
Estado como por miles de creadores independientes, ha desarticulado los viejos
mecanismos de control ideológico. Los medios que durante décadas sirvieron
a los intereses de partidos como ARENA o el FMLN han perdido su influencia
masiva, y con ello, su capacidad de manipular el sentido común de la población.
Los youtubers y comunicadoras digitales se han convertido en los nuevos
fiscalizadores populares, denunciando las mentiras, desmontando las
campañas de desprestigio y confrontando el discurso hipócrita de una oposición
política carente de credibilidad.
No obstante, este proceso de liberación comunicativa no
está exento de tensiones. Los viejos poderes, al verse desplazados, han
intentado adaptarse a las nuevas plataformas disfrazando sus intereses bajo la
máscara de la “crítica independiente”.
Así, surgen canales y programas
digitales que simulan objetividad, pero que en realidad responden a agendas
políticas encubiertas. De este modo, la lucha por el control del discurso
se ha trasladado del periódico al algoritmo, del noticiero televisivo al canal
de YouTube.
La batalla por la verdad continúa, pero ahora se libra en un territorio más
abierto, donde el ciudadano puede elegir, comparar y pensar por sí mismo.
La desmonopolización de la comunicación no solo
democratiza la información, sino que también fortalece la conciencia
política. El pueblo que se informa por diversas fuentes se vuelve más
difícil de manipular. La pluralidad de voces, si se ejerce con responsabilidad,
puede ser el motor de una sociedad más crítica, más participativa y más libre.
Pero si se abusa de esa libertad y se utiliza la palabra como arma de odio o
desinformación, la conquista se convierte en retroceso. Por eso, el reto actual
no es solo tecnológico, sino moral: ¿Cómo usar la libertad digital sin
destruir el tejido ético de la sociedad?
La comunicación en El Salvador ha dejado de ser un
privilegio de pocos para convertirse en un derecho ejercido por muchos. Sin
embargo, la verdadera liberación no está solo en hablar, sino en hablar con
verdad y con sentido. Los youtubers y creadores de contenido tienen en sus
manos un poder que antes pertenecía a las élites: el poder de formar
conciencia. De ellos dependerá que la desmonopolización mediática sea el
principio de una nueva ciudadanía crítica o, por el contrario, la puerta a un
caos informativo donde todo vale y nada importa.
La libertad de expresión alcanzada por los nuevos medios digitales debe entenderse, entonces, como una conquista ética y cultural, no solo técnica. Y en esa conquista, cada creador debe asumir su responsabilidad histórica: ser la voz del pueblo no significa gritar más fuerte, sino hablar con más verdad.
4. YOUTUBERS Y LA BATALLA POR LA VERDAD: ENTRE EL
ACTIVISMO Y LA MANIPULACIÓN
En la sociedad digital contemporánea, la verdad se ha
convertido en un campo de batalla. En él se enfrentan distintas visiones del
mundo, intereses políticos, emocionales y económicos. En este contexto, los youtubers
y creadores de contenido se han transformado en actores decisivos de esa
lucha simbólica. Algunos han asumido un papel noble, comprometido con la
transparencia, la educación y la justicia social. Otros, en cambio, han convertido sus plataformas en trincheras
ideológicas, en instrumentos de manipulación y odio disfrazados de “libertad de
expresión”.
La frontera entre informar y manipular se ha vuelto
difusa. Hoy, cualquiera puede transmitir, pero no todos comunican con ética. En
la era digital, la verdad compite con el espectáculo, la reflexión con la
emocionalidad, y el argumento con la ocurrencia. La opinión pública se
construye en segundos, muchas veces sin fundamentos, guiada más por la pasión
que por la razón. En este escenario, el creador de contenido debe preguntarse:
¿Soy un mediador entre la realidad y el ciudadano, o un fabricante de
percepciones al servicio de intereses ocultos?
En El Salvador, este dilema se manifiesta con particular
claridad. Mientras el gobierno actual ha promovido un proceso de transformación
institucional y social que busca recuperar la confianza del pueblo, muchas
comunicadores digitales de oposición han optado por reproducir viejas
estrategias de guerra mediática: tergiversar los hechos, difundir medias
verdades y sembrar desconfianza. Su
activismo político, en lugar de fortalecer el debate democrático, ha degenerado
en una práctica de sabotaje moral y mediático.
Critican no para construir, sino para destruir; no para esclarecer, sino para
confundir.
Esta actitud refleja una profunda crisis ética. Algunos
youtubers opositores han sustituido el pensamiento por la burla, el argumento
por la injuria, y la verdad por la provocación. Creen que insultar es sinónimo de valentía, cuando en realidad es una
muestra de impotencia intelectual. Olvidan que la crítica, para ser
auténtica, debe tener fundamento racional, contenido moral y propósito
social. Sin esos elementos, lo que
se presenta como “crítica” no es más que ruido mediático que contamina el
espacio público y degrada la cultura del diálogo.
El activismo político en las redes puede ser legítimo y
necesario, siempre que se base en la verdad y en el compromiso con el bien
común. En efecto, muchos youtubers honestos han desempeñado un papel
fundamental en la denuncia de injusticias, la defensa de la transparencia y el
combate a la corrupción. Su voz ha contribuido a despertar la conciencia
ciudadana y a promover una nueva cultura de participación social. Pero cuando la crítica se convierte en
negocio, y el creador de contenido deja de ser un comunicador para
transformarse en un mercader del odio, la comunicación deja de servir a la
verdad y empieza a servir a la mentira.
La responsabilidad ética del youtuber radica en su
capacidad para resistir las tentaciones del poder y del dinero.
El algoritmo de las plataformas premia lo polémico, lo
emocional, lo escandaloso. En ese contexto, la verdad —que es más lenta, más
compleja y menos rentable— se ve marginada. Pero un comunicador digno no se
debe al algoritmo, sino a su conciencia. Debe ser capaz de renunciar a los
“likes” si estos implican traicionar su integridad. La ética no puede
subordinarse a la estadística.
La batalla por la verdad no se libra únicamente contra
los viejos medios tradicionales, sino también contra la superficialidad que las
mismas redes fomentan. La prisa por publicar, el afán de viralidad y la
competencia por la atención del público amenazan con trivializar el pensamiento
crítico. Es por eso que urge recuperar la dimensión filosófica del comunicar:
la palabra como instrumento de razón,
diálogo y emancipación. El youtuber que comprende esta dimensión deja de ser un
simple opinador y se convierte en un educador social.
La manipulación mediática, en cambio, deshumaniza.
Convierte al público en masa y al comunicador en actor de una farsa. Por eso, en esta época de información
excesiva, el verdadero acto revolucionario es decir la verdad con serenidad, claridad y coraje. La palabra
honesta es hoy más subversiva que cualquier consigna.
La historia reciente de El Salvador demuestra que el pueblo
ha aprendido a distinguir entre quien informa y quien manipula, entre quien
construye y quien destruye. La gente ya no se deja engañar fácilmente por
falsos “analistas” que se disfrazan de intelectuales, pero que solo repiten el
discurso de los mismos poderes que sumieron al país en décadas de miseria y
corrupción. Frente a ellos, han surgido voces nuevas —jóvenes, valientes,
independientes— que representan una comunicación ética, crítica y profundamente
humanista.
El futuro de la verdad dependerá de la madurez moral de
estos nuevos comunicadores. Si el youtuber comprende que su cámara es un
instrumento de servicio y no de vanidad, si entiende que su palabra puede
educar o degradar, construir o destruir, entonces su labor será una
prolongación de la conciencia ciudadana. Pero
si se deja dominar por el ego o por los intereses económicos, se convertirá en
un nuevo instrumento del engaño, tan corrupto como los medios que alguna vez
denunció.
En última
instancia, la batalla por la verdad no se gana con gritos, sino con argumentos;
no con odio, sino con inteligencia; no con fama, sino con coherencia. El
youtuber que comprende esto deja de ser un espectador del poder y se transforma
en un constructor de conciencia social,
que no teme al pensamiento libre ni a la verdad incómoda.
5. ÉTICA, RESPONSABILIDAD Y LÍMITES MORALES EN LA ERA DEL
ALGORITMO
Vivimos en una época en la que la comunicación ya no
depende tanto de la voluntad humana como de los algoritmos invisibles
que gobiernan las plataformas digitales. Estos algoritmos determinan qué vemos,
qué pensamos y hasta qué sentimos.
Deciden qué contenido se vuelve viral, qué ideas se
silencian y qué discursos se amplifican. En este escenario, los youtubers y
creadores de contenido enfrentan un desafío moral sin precedentes: ¿Cómo ser
éticos en un sistema diseñado para premiar lo superficial y castigar lo
reflexivo?
La ética en la era digital no puede reducirse a un simple
“no hacer daño”. Requiere conciencia, autocrítica y responsabilidad. Cada
palabra, cada imagen, cada comentario público tiene consecuencias reales sobre
la vida de las personas. Un video malintencionado puede destruir reputaciones,
sembrar odio o desinformar a miles de personas en cuestión de minutos. Por eso,
la libertad de expresión en el entorno digital solo puede ser defendida si va
acompañada de una responsabilidad proporcional.
La responsabilidad moral del comunicadora digital
comienza por reconocer el poder de su voz. Un youtuber con cien mil o un millón
de seguidores no es solo un “influencer”; es, en sentido estricto, un educador
masivo. Su contenido moldea opiniones, forma criterios, y puede incluso influir
en decisiones políticas o sociales. En
consecuencia, su palabra debe estar guiada por los principios de veracidad, respeto, justicia y coherencia.
Ser libre no significa decir cualquier cosa, sino decir lo que es verdad y
hacerlo con respeto por la dignidad del otro.
El respeto a la verdad es la primera condición
ética del comunicador. La verdad no es una mercancía ni una herramienta de
conveniencia; es un valor sagrado, una obligación moral. En la era del
algoritmo, la tentación de distorsionar la realidad para ganar visualizaciones
es constante.
Muchos caen en la trampa de exagerar, dramatizar o
mentir, creyendo que la atención del público justifica cualquier medio. Pero la
verdad no se negocia: quién miente por fama, se condena al descrédito moral.
El segundo principio ético es el respeto humano. Las redes se han convertido en escenarios
de agresión verbal, donde el insulto y la descalificación reemplazan al
diálogo. Este fenómeno ha degradado el lenguaje público y ha fomentado una
cultura de odio. El comunicador
responsable debe resistir esa corriente y recuperar la dignidad del debate.
Disentir no es odiar; criticar no es destruir. La palabra debe servir para
iluminar, no para humillar.
El tercer principio es la transparencia. Los
youtubers y creadores de contenido deben ser claros sobre sus intereses,
fuentes y motivaciones. Quien oculta patrocinios, vínculos políticos o
intenciones ideológicas está engañando a su público. La transparencia no solo
genera confianza, sino que también protege la credibilidad. La confianza del
público es el capital más valioso del comunicador: una vez perdida, es casi
imposible recuperarla.
Finalmente, la ética digital exige coherencia y
autenticidad. No se puede predicar moral desde la hipocresía. Muchos
comunicadores digitales exigen ética a los gobernantes, pero ellos mismos
practican la mentira, el doble discurso o la manipulación. La coherencia entre
el mensaje y la conducta es la prueba definitiva de la integridad. En la era
del algoritmo, donde todo se graba, se comparte y se archiva, la incoherencia
se castiga con el olvido.
El problema de fondo es que las plataformas digitales premian
la emoción sobre la razón. Los
algoritmos están diseñados para mantener la atención del usuario el mayor
tiempo posible, no para fomentar el pensamiento crítico. Por eso, los
contenidos más virales suelen ser los más polémicos, los más extremos o los más
sensacionalistas. En este contexto, mantener una postura ética implica nadar
contra la corriente, resistir la presión del sistema y elegir el camino más
difícil: el de la verdad sin espectáculo.
El comunicador ético, entonces, debe romper el molde
del algoritmo. Debe priorizar la conciencia sobre la conveniencia, el
contenido sobre el ruido, la profundidad sobre la viralidad. Debe recordar que
el verdadero impacto no está en el número de vistas, sino en la transformación
que produce en las personas. Un video puede tener pocos clics y, sin embargo,
despertar una conciencia dormida; otro puede tener millones y no dejar más que
vacío.
En el fondo, la ética digital es una forma de
resistencia. Resistir la banalidad, la mentira, la vulgaridad, la manipulación
y la cobardía intelectual. El comunicador que decide hablar con verdad, con
respeto y con valentía está ejerciendo un acto profundamente revolucionario.
Porque en un mundo que premia lo falso, decir la verdad es un acto de rebeldía
moral.
La era del algoritmo nos obliga a repensar la ética desde
sus cimientos. Ya no basta con ser técnicamente competente; es necesario ser moralmente
lúcido. El nuevo comunicador del siglo XXI debe asumir su papel de guía
cultural, consciente de que su voz puede educar o deshumanizar. Su mayor
desafío no es vencer al algoritmo, sino no dejarse corromper por él.
6. EL FENÓMENO BUKELE Y LA RECONFIGURACIÓN DEL DISCURSO
MEDIÁTICO
La llegada del presidente Nayib Bukele al poder en
2019 no solo marcó una ruptura política en El Salvador, sino también una
revolución comunicacional sin precedentes. Su ascenso fue, en gran medida, una
victoria sobre el viejo sistema mediático que durante décadas había manipulado
la opinión pública en beneficio de las élites económicas y de los partidos
tradicionales. Bukele no solo venció en
las urnas: venció en el terreno de la
comunicación, arrebatándole a los medios tradicionales el monopolio de
la verdad y devolviéndole la voz directamente al pueblo.
Desde
el inicio, su estrategia fue clara: romper con el control informativo de las
corporaciones mediáticas y hablarle al ciudadano sin intermediarios,
usando las redes sociales como herramienta directa de transparencia y rendición
de cuentas. A través de transmisiones en vivo, publicaciones en X, Facebook y
videos institucionales, el presidente transformó la forma de gobernar y de
comunicar. Mientras los viejos medios intentaban mantener su poder mediante el
descrédito y la desinformación, el Gobierno apostaba por una comunicación
abierta, masiva y participativa.
Este cambio generó una auténtica revolución discursiva, donde los
códigos de la política tradicional dejaron de funcionar.
El
fenómeno Bukele no puede entenderse sin reconocer la alianza implícita entre su
proyecto político y el despertar de miles de creadores digitales que
encontraron en las plataformas un espacio para defender la verdad frente a la
manipulación. En YouTube, TikTok, Twitter y otras redes, surgieron voces
independientes —jóvenes, docentes, trabajadores, profesionales, madres de
familia— que comenzaron a desmontar las falsedades difundidas por los medios
tradicionales y la oposición.
Este nuevo ecosistema comunicativo convirtió a los ciudadanos en periodistas
populares, en analistas espontáneos, en vigilantes del poder mediático.
La relación entre el liderazgo de Bukele y los youtubers
comprometidos con la verdad ha sido simbiótica y necesaria. Mientras el
gobierno construye obras concretas y promueve políticas sociales sin
precedentes, las comunicadoras digitales actúan como multiplicadores de
información, denunciando las mentiras y mostrando al mundo los resultados que
antes eran invisibilizados por los grandes medios. En ese sentido, los
creadores de contenido han sido piezas clave en la batalla cultural por la
narrativa nacional, una batalla donde se decide qué país se muestra al
mundo: el de la corrupción del pasado o el de la dignidad recuperada.
Los medios tradicionales, al perder influencia, han
intentado reinventarse bajo una fachada de “periodismo crítico”, aunque en
realidad su función sigue siendo defender los privilegios del viejo sistema.
En alianza con una oposición política deslegitimada, han utilizado la crítica
mediática como instrumento de desgaste, tergiversando logros y magnificando
errores. Ante esta manipulación sistemática, los youtubers se han convertido en
la voz alternativa del pueblo, en los nuevos cronistas del cambio
social.
A través de sus canales, el ciudadano accede a una
versión más cercana, humana y directa de la realidad nacional.
No obstante, el fenómeno también plantea riesgos. Algunos
comunicadores, movidos por la simpatía hacia el liderazgo presidencial, han
caído en la tentación de la adulación excesiva, confundiendo apoyo con
idolatría. Defender un proyecto político no implica renunciar a la crítica
racional ni al pensamiento propio. La lealtad más valiosa no es hacia una
persona, sino hacia la verdad y la justicia. Por ello, el verdadero youtuber
ético debe saber distinguir entre la defensa de la verdad y la obediencia
ciega. El pensamiento crítico no puede ser sustituido por el fanatismo, ni
siquiera en nombre de una causa justa.
El aporte comunicacional de Bukele radica en haber
demostrado que la información puede emancipar. Rompió el mito de que
solo los grandes medios podían educar o informar. Demostró que un Estado
moderno puede comunicarse directamente con su pueblo sin intermediarios, sin
censura y sin manipulación. Este modelo ha inspirado a millones de salvadoreños
y latinoamericanos que ven en las redes sociales una oportunidad para ejercer
la ciudadanía informada. Sin embargo, este nuevo poder debe sostenerse sobre
bases éticas sólidas: la transparencia, la honestidad y el respeto.
La reconfiguración del discurso mediático que acompañó al
fenómeno Bukele representa un cambio civilizatorio. Por primera vez, la
comunicación dejó de ser un instrumento del poder económico para convertirse en
herramienta de transformación social.
Los youtubers, en este marco, son los nuevos
protagonistas de la historia informativa del país: no solo narran la realidad,
sino que la interpretan, la defienden y la disputan frente a quienes buscan
devolver a El Salvador al pasado de oscuridad y mentira.
La batalla por el sentido de la verdad continúa. Pero
hoy, gracias a la revolución comunicacional liderada por Bukele y acompañada
por miles de comunicadores honestos, el pueblo salvadoreño ya no es un receptor
pasivo: es un sujeto activo, consciente y empoderado. La comunicación dejó de
ser un arma del poder y se convirtió en el poder mismo del pueblo.
7. LOS YOUTUBERS OPOSITORES Y LA PÉRDIDA DE CREDIBILIDAD
POLÍTICA
El auge de las plataformas digitales también ha revelado
el rostro más oscuro del nuevo ecosistema comunicativo: el de los youtubers
opositores que, lejos de contribuir al pensamiento crítico, se han
convertido en voceros de la mentira, el resentimiento y la manipulación
emocional. Muchos de ellos no surgieron como fruto de un genuino compromiso con
la verdad o con el bienestar del país, sino como una prolongación del aparato
mediático que durante décadas sostuvo el sistema de corrupción e impunidad. En
otras palabras, lo que antes era propaganda televisiva hoy se disfraza de
“opinión independiente” en YouTube.
Estos comunicadores opositores, incapaces de aceptar el
colapso de su viejo orden político, han trasladado su lucha a las redes
digitales, donde intentan mantener viva una narrativa derrotada. Sus canales se alimentan del sensacionalismo, la desinformación y el
ataque personal. Han sustituido el análisis por la calumnia, la
argumentación por la burla, y el compromiso cívico por el espectáculo. En vez
de construir puentes de diálogo, levantan muros de odio. En lugar de promover
la conciencia, promueven el cinismo.
Lo más
preocupante no es su existencia, sino su degradación moral. Estos falsos
comunicadores creen que la libertad de expresión significa tener licencia para
mentir, insultar y humillar. Se
autoproclaman defensores de la democracia, pero en realidad son herederos
del viejo autoritarismo mediático, disfrazado de rebeldía. Su discurso,
saturado de sarcasmo y vulgaridad, no aporta a la reflexión nacional, sino que
la degrada. Así, se han convertido en
caricaturas de sí mismos: los nuevos bufones del sistema que dicen combatir.
La pérdida de credibilidad de estos youtubers es, en gran
medida, consecuencia de su desconexión con la realidad del pueblo.
Hablan desde el rencor, no desde la experiencia; desde el interés, no desde la
conciencia. Mientras el país cambia, se moderniza y avanza, ellos repiten las
mismas frases vacías de un pasado que el pueblo ya superó. No comprenden que la
gente ya no busca la confrontación estéril, sino la esperanza, la verdad y el
progreso.
En su desesperación por recuperar protagonismo, recurren a estrategias de
manipulación emocional, apelando al miedo y la nostalgia de un tiempo en el que
ellos y sus padrinos políticos controlaban el relato nacional.
En muchos casos, sus canales sirven como eco de los
intereses extranjeros que financian campañas de desinformación contra el
gobierno salvadoreño. Utilizan el
lenguaje de los derechos humanos o de la libertad de prensa como escudo, pero
su verdadero objetivo es erosionar la confianza en las instituciones,
desacreditar los avances sociales y reinstalar el viejo régimen del privilegio
y la corrupción. Son, en definitiva, instrumentos de una guerra
comunicacional que busca fracturar el tejido moral del país.
El problema ético de fondo es que estos comunicadores han
perdido toda noción de responsabilidad social. Creen que la crítica se mide en
decibelios, no en argumentos. Piensan que el insulto es sinónimo de valentía,
cuando en realidad es el síntoma más claro de su impotencia intelectual. Han
olvidado que el verdadero poder de la palabra radica en su capacidad para convencer
con la verdad, no para destruir con el odio.
Su
pérdida de credibilidad no es casual: es el resultado inevitable de su incoherencia
moral. No se puede exigir ética desde la mentira, ni transparencia desde la
manipulación. La sociedad salvadoreña, más despierta y crítica que nunca, los
observa con desconfianza. Cada vez más ciudadanos se alejan de esos discursos
tóxicos y optan por informarse a través de voces honestas, equilibradas y
respetuosas.
La mentira puede ser ruidosa, pero la verdad es persistente; puede tardar en
imponerse, pero cuando lo hace, disuelve toda impostura.
Es importante, sin embargo, distinguir entre la crítica
constructiva y el ataque destructivo. Criticar es necesario; atacar sin
propósito es mezquino. El país necesita voces críticas que ayuden a corregir
errores, no a incendiar el debate público. El verdadero comunicador opositor
debería ser aquel que, con honestidad y rigor, cuestiona para mejorar, no para
sabotear.
Lamentablemente, la mayoría de los que hoy se autodenominan “críticos” no
buscan el bien común, sino la revancha política.
La historia juzgará a estos falsos profetas de la
comunicación por lo que son: residuos del viejo sistema que usó la
palabra para oprimir y no para liberar. En cambio, quedarán en la memoria
nacional los comunicadores honestos, los que usaron su voz para educar,
orientar y defender la verdad. Los youtubers opositores, al renunciar a la
ética, se condenaron a la irrelevancia. Porque en la nueva sociedad que el
pueblo salvadoreño está construyendo, la mentira ya no tiene cabida y la
vulgaridad ya no inspira.
8. EDUCACIÓN DIGITAL Y FORMACIÓN DE UNA CIUDADANÍA
CRÍTICA
Uno
de los mayores aportes del nuevo ecosistema digital es su potencial educativo.
Las plataformas como YouTube, TikTok, X o Facebook se han convertido en aulas
abiertas donde miles de personas aprenden diariamente. En ellas circulan
saberes que antes estaban restringidos a las universidades o a los círculos
intelectuales: filosofía, historia, ciencia, ética, arte, política, economía o
tecnología.
Sin embargo, este proceso no puede entenderse solo como una “democratización
del conocimiento”, sino como el nacimiento de una nueva pedagogía ciudadana,
donde los youtubers y creadores de contenido asumen, conscientemente o no, el
papel de educadores sociales. En la era digital, la educación ya no es
exclusiva del sistema escolar.
Se
aprende desde la experiencia, la conversación y la reflexión compartida. Los
youtubers que producen contenido con responsabilidad han logrado despertar en
miles de jóvenes un interés genuino por el saber, el pensamiento crítico y la
participación social. En un país como El Salvador, donde el acceso a la
educación formal aún enfrenta desigualdades, esta apertura ha permitido romper
barreras de clase, edad y territorio, llevando el conocimiento a los
hogares más humildes y a las mentes más curiosas.
El desafío, sin embargo, radica en transformar esa
educación espontánea en un proceso formativo y emancipador. No basta con
transmitir información; es necesario cultivar pensamiento crítico. Educar no es
repetir datos, sino enseñar a cuestionar, a discernir, a interpretar la
realidad con criterio propio.
Por eso, los creadores de contenido deben asumir la responsabilidad ética de orientar
la mente de las nuevas generaciones hacia la verdad, la justicia y la reflexión.
En un mundo saturado de imágenes y mensajes, el educador digital debe
convertirse en un faro moral, capaz de guiar la atención hacia lo esencial y de
formar una ciudadanía consciente de su poder.
El
papel de los youtubers en la formación ciudadana se hace evidente cuando
observamos cómo los jóvenes participan activamente en debates políticos,
sociales o culturales a partir del contenido que consumen en las redes. La ciudadanía
digital ha dejado de ser pasiva: ahora observa, analiza, contrasta y exige.
Las plataformas se han convertido en espacios de deliberación pública donde se
construyen significados colectivos y se definen posiciones frente a los grandes
temas del país.
Así, los youtubers dejan de ser simples emisores para transformarse en mediadores
de conciencia colectiva.
No obstante, esta función educativa requiere una ética de
la responsabilidad. Un creador que difunde información falsa o promueve el odio
no solo desinforma: deseduca. Su influencia, en lugar de iluminar,
oscurece. En cambio, quien enseña con honestidad, aunque tenga pocos
seguidores, realiza un acto de servicio público. La educación digital no se
mide en números, sino en impactos: en cada joven que aprende a pensar, en cada
ciudadano que se atreve a cuestionar, en cada conciencia que se despierta.
El filósofo brasileño Paulo Freire afirmaba que “nadie
educa a nadie, nadie se educa solo: los hombres se educan entre sí,
mediatizados por el mundo”. En la era digital, esa mediación la ejercen las
pantallas, pero el sentido humano de la educación sigue siendo el mismo:
liberar, no domesticar. Por eso, el youtuber que enseña sin dogmas, que
comparte sin imponer y que dialoga con respeto, encarna el espíritu de la
pedagogía liberadora. Su cámara se convierte en una herramienta de
emancipación, no de dominación.
La educación digital crítica no solo transmite
conocimientos, sino también valores: el respeto, la honestidad, la empatía, la
responsabilidad y la solidaridad. En un tiempo donde las redes pueden ser
escenario de odio y división, el educador digital tiene la misión de sembrar
humanidad. Enseñar en línea no debe ser una competencia por el “click”, sino
una vocación al servicio de la verdad y del bien común.
En el contexto salvadoreño, esta función educativa tiene
una dimensión política y moral. Por primera vez, las mayorías tienen acceso
directo al conocimiento y a la discusión de temas que antes les eran ajenos. La
educación digital está ayudando a construir un nuevo sujeto ciudadano,
capaz de pensar por sí mismo, de participar en el debate nacional y de defender
con argumentos las transformaciones sociales. Esta ciudadanía crítica, formada
en el diálogo y la reflexión, es la base de la nueva república que el pueblo
salvadoreño está gestando.
Pero para consolidar este proceso, los youtubers deben
superar dos grandes amenazas: la banalización del saber y la mercantilización
de la verdad. No todo lo que se viraliza educa, ni todo lo que informa
forma. El conocimiento sin ética se convierte en espectáculo vacío. Por ello,
la tarea del creador comprometido es resistir el impulso de la inmediatez y
apostar por la profundidad, por el contenido que perdura, que deja huella.
Educar en la era digital no es solo enseñar a usar tecnología, sino enseñar a pensar, a discernir y a sentir con responsabilidad. El futuro de la sociedad salvadoreña dependerá, en gran medida, de la calidad moral de sus comunicadores y de la madurez crítica de sus ciudadanos. Si ambos comprenden que la libertad de expresión y la educación son inseparables, entonces el país habrá dado un salto histórico hacia la verdadera democracia del conocimiento.
9. LÍMITES ÉTICOS Y LEGALES: VERACIDAD, RESPETO Y
PROFESIONALISMO
Toda libertad verdadera necesita un límite ético que la
preserve de la arbitrariedad y del abuso. En el ámbito de la comunicación
digital, esto se traduce en una máxima ineludible: sin ética, la libertad de
expresión se convierte en desorden moral. La palabra es uno de los poderes
más grandes que el ser humano posee; pero cuando se usa sin responsabilidad,
puede destruir reputaciones, dividir comunidades o fomentar el odio.
Por ello, los youtubers y creadores de contenido deben comprender que su
libertad no es absoluta: está enmarcada en principios éticos universales y en
normas legales que protegen la dignidad humana y el bien común.
En El
Salvador, el artículo 6 de la Constitución establece claramente que “toda
persona puede expresar y difundir libremente sus pensamientos, siempre que no subvierta
el orden público ni lesione la moral, el honor o la vida privada de los demás”.
Este principio, más que una restricción, constituye una garantía
civilizatoria: protege la libertad de todos frente al abuso de unos pocos.
La libertad no puede convertirse en una licencia para dañar. El derecho a
comunicar implica, al mismo tiempo, el deber de respetar.
El primer límite ético de todo comunicadora
digital es la veracidad. No se puede construir una sociedad justa sobre
la mentira. La verdad no es un accesorio opcional, sino la base misma del
diálogo social. Difundir información sin verificar, manipular datos o inventar
hechos constituye una traición al público y a la profesión comunicativa. Un
youtuber que miente para obtener “likes” o suscriptores no es un comunicador:
es un mercader del engaño. La veracidad es el primer signo de respeto hacia la
audiencia y el fundamento de toda credibilidad.
El segundo
límite ético es el respeto. En una era dominada por el anonimato y
la impunidad digital, muchos comunicadores han olvidado que detrás de cada
nombre, imagen o figura pública hay un ser humano con derechos y dignidad. El
insulto no es argumento; la burla no es crítica; la difamación no es
periodismo. La verdadera comunicación se sustenta en la cortesía moral, incluso
cuando se discrepa.
Respetar no es callar, sino expresar con altura, con palabras que edifiquen, no
que destruyan. La sociedad salvadoreña necesita comunicadores que eleven el
nivel del discurso, no que lo degraden con vulgaridad o cinismo.
El tercer límite ético es el profesionalismo.
Aunque muchos youtubers no sean periodistas formados, su papel en la sociedad
exige estándares profesionales mínimos: contrastar fuentes, cuidar el lenguaje,
mantener la coherencia y distinguir entre opinión y hecho. La profesionalidad
no depende de un título, sino de una actitud responsable frente al
conocimiento. Un comunicador profesional es aquel que honra su palabra como un
compromiso con la verdad.
En el plano legal, es necesario recordar que la difamación
y la calumnia son delitos contemplados por la ley. Cuando un creador de
contenido utiliza su canal para insultar o difamar, no ejerce un derecho:
comete un abuso. El Estado salvadoreño tiene la obligación de proteger tanto la
libertad de expresión como la integridad moral de las personas. Por ello, la
regulación no debe verse como censura, sino como una defensa del orden ético
y social.
La libertad sin responsabilidad no es libertad: es caos disfrazado de valentía.
Otro aspecto crítico es el derecho a la privacidad.
Publicar información personal de individuos sin su consentimiento —como
direcciones, fotografías familiares, datos financieros o grabaciones privadas—
no solo es inmoral, sino también ilegal. En la era digital, donde la exposición
es permanente, el respeto a la intimidad se convierte en un principio sagrado.
El comunicador que ignora este límite no solo viola la ley, sino que traiciona
el espíritu humano de la comunicación, que debe servir para informar, no para
denigrar.
En el terreno político, los youtubers deben ser
especialmente cuidadosos. La crítica a los funcionarios públicos es legítima y
necesaria, pero debe basarse en hechos verificables y argumentos sólidos.
Cuando la crítica se convierte en ataque personal o en campaña de odio, pierde
su valor democrático. Una democracia madura no se construye con linchamientos
mediáticos, sino con debates racionales. La crítica constructiva es el oxígeno
de la democracia; la destructiva, su veneno.
El profesionalismo comunicativo también implica
reconocer los propios límites. No todo se puede ni se debe opinar sin
conocimiento. La humildad intelectual es una forma de ética. Quien no domina un
tema debería investigarlo antes de emitir juicios.
La desinformación, incluso sin mala intención, puede
causar daño. Por eso, la prudencia es una virtud cardinal del comunicador
ético.
En
definitiva, los límites éticos y legales no restringen la libertad; la
ennoblecen. Así como las leyes físicas permiten que el universo mantenga su
equilibrio, las leyes morales y jurídicas garantizan que la comunicación cumpla
su propósito humano.
El respeto, la verdad y la prudencia no son obstáculos, sino los pilares de una
libertad auténtica.
El youtuber ético, consciente de estos límites, no teme a
la ley ni a la crítica, porque su palabra nace de la rectitud. Comprende que
cada video es un acto público de responsabilidad moral, y que cada suscriptor
es un testigo de su integridad. En tiempos donde muchos confunden el ruido con
la influencia, la grandeza del verdadero comunicador está en su capacidad de
hablar con serenidad, argumentar con razón y vivir con coherencia.
10. LA CONSTRUCCIÓN DE UNA NUEVA SOCIEDAD COMUNICANTE
La historia de la humanidad ha demostrado que toda gran
transformación social comienza con un cambio en la forma de comunicarse. La
palabra es el principio de la cultura, el instrumento con el que los pueblos se
reconocen, se organizan y se liberan. En este sentido, los youtubers y
creadores de contenido del siglo XXI ocupan un papel histórico semejante al
de los grandes cronistas, educadores y pensadores del pasado.
Ellos poseen, quizás sin saberlo, el poder de moldear la conciencia colectiva
de su tiempo, de orientar los valores y de contribuir a la construcción de una nueva
sociedad comunicante, ética y solidaria.
En El
Salvador, ese proceso ya ha comenzado. Las redes sociales han dejado de ser
espacios de evasión para convertirse en foros de diálogo nacional, donde
se discute sobre política, educación, cultura, justicia, salud y progreso.
La sociedad salvadoreña, que por décadas fue silenciada o manipulada por medios
subordinados a intereses económicos y partidarios, hoy tiene voz propia. Los
nuevos comunicadores digitales —desde periodistas independientes hasta
docentes, obreros, jóvenes y profesionales— han asumido la tarea de reconstruir
el tejido moral de la comunicación.
Hablar ya no es un privilegio: es un derecho y, al mismo tiempo, una
responsabilidad colectiva.
La nueva sociedad comunicante no puede basarse en
el ruido ni en la confrontación permanente. Debe fundarse en los valores que
sostienen toda convivencia humana: la verdad, la empatía, la justicia, la
solidaridad y la educación.
El pueblo salvadoreño, más consciente y participativo que nunca, necesita voces
que unan, no que dividan; que orienten, no que confundan. Los creadores de
contenido tienen en sus manos la posibilidad de formar una cultura del
diálogo y de la esperanza, en la que la palabra recupere su dignidad y su
poder transformador.
Esta
tarea no es solo técnica, sino moral. La comunicación digital debe trascender
la lógica del mercado y del espectáculo para convertirse en un acto de
servicio público. Ser comunicador no es una profesión del ego, sino del
espíritu. El verdadero comunicador —sea periodista, docente, o youtuber— es
aquel que usa su palabra para construir humanidad, no para obtener fama.
El sentido último de la comunicación es unir conciencias, no dividir intereses.
El
surgimiento de miles de voces nuevas ha transformado radicalmente la noción de
ciudadanía. Ya no basta con votar cada cierto tiempo: ser ciudadano hoy
significa participar, dialogar y discernir críticamente. La comunicación se
ha vuelto una forma de acción política directa, en la que cada video,
publicación o comentario puede influir en el rumbo de una nación.
Por eso, la ética comunicativa debe ser entendida como una dimensión de la
ética cívica: quién miente o manipula, no solo deshonra la comunicación, sino
que traiciona el pacto social de confianza que sostiene la democracia.
La
construcción de esta nueva sociedad comunicante exige también una profunda alfabetización
mediática y moral. No basta con tener acceso a la tecnología; es necesario
comprenderla, dominarla y usarla con sentido humano. El pueblo debe aprender a
discernir entre la verdad y la mentira, entre la crítica y la difamación, entre
el argumento y la propaganda.
De igual modo, los creadores de contenido deben formarse en valores, historia,
cultura y ética, porque solo quien conoce puede enseñar, y solo quien piensa
con profundidad puede comunicar con responsabilidad.
En este nuevo horizonte, la educación digital y la
comunicación ética se convierten en los pilares de una sociedad
verdaderamente democrática. La libertad informativa debe estar acompañada por
el pensamiento crítico y el sentido del bien común.
La palabra libre sin conciencia degenera en caos; la conciencia sin palabra se
convierte en silencio. Solo la unión de ambas crea ciudadanía madura.
La sociedad salvadoreña tiene ante sí la oportunidad
histórica de consolidar un modelo de comunicación diferente al que imperó
durante más de medio siglo: un modelo popular, plural, crítico y
profundamente ético.
Los creadores de contenido, al servicio de la verdad y de la educación, pueden
ser los arquitectos de esa nueva cultura nacional. Una cultura donde la
información sea conocimiento, el conocimiento sea conciencia y la conciencia se
traduzca en justicia.
El desafío no es menor, pero el potencial es inmenso. Si
los comunicadores digitales logran comprender que su voz puede inspirar un
cambio moral, político y educativo, entonces El Salvador no solo estará
construyendo nuevas carreteras, escuelas y hospitales, sino también una
nueva conciencia colectiva.
Una conciencia que entienda que la libertad de expresión no es una trinchera
para atacar, sino un puente para dialogar; que la verdad no es una bandera
partidaria, sino un principio de vida; y que comunicar no es gritar más fuerte,
sino hablar con sabiduría, serenidad y propósito.
La nueva sociedad comunicante será aquella en la que
todos participemos en el intercambio de ideas con respeto, donde los creadores
eduquen y los ciudadanos piensen, donde la palabra se use para sanar, no para
herir.
Esa es la sociedad que se está gestando: una sociedad donde la comunicación
deja de ser espectáculo y se convierte en cultura; donde la ética deja de ser
discurso y se transforma en práctica.
CONCLUSIÓN GENERAL
El siglo XXI nos ha colocado ante un hecho irreversible:
la comunicación ya no pertenece a las élites, sino a los pueblos. Los youtubers
y creadores de contenido han abierto un nuevo horizonte de participación
social, donde cada voz tiene valor y cada palabra puede influir en la
conciencia colectiva. En este escenario, la comunicación dejó de ser un simple
medio informativo para convertirse en un campo de lucha moral, política y
cultural. Quien comunica hoy, educa o destruye; libera o manipula; ilumina o
confunde. No hay neutralidad posible.
El fenómeno digital, con sus luces y sombras, representa
una de las revoluciones más profundas de nuestra era. Por un lado, ha democratizado
la palabra, rompiendo el monopolio informativo que durante décadas sirvió
para sostener estructuras de poder corruptas y excluyentes. Por otro, ha traído
consigo nuevos peligros: la banalización del pensamiento, la viralización de la
mentira y la pérdida del sentido ético. La tecnología ha multiplicado las
voces, pero no siempre la sabiduría. De ahí la urgencia de recuperar el sentido
moral de la comunicación como instrumento de verdad, justicia y educación.
En el caso salvadoreño, esta transformación se ha vivido
con una intensidad singular. La irrupción del liderazgo del presidente Nayib
Bukele y la expansión de los creadores digitales comprometidos con la
verdad han permitido al pueblo acceder a una versión más transparente y directa
de la realidad nacional. La comunicación ya no se construye en los pasillos de
los grandes medios, sino en el diálogo permanente entre los ciudadanos, las instituciones
y la nueva generación de comunicadores éticos. Este proceso ha permitido la emancipación
del pensamiento popular, rompiendo con décadas de manipulación ideológica y
censura mediática.
Sin
embargo, la libertad conquistada no puede sostenerse sin responsabilidad
ética. Ser creador de contenido es hoy una misión pública que exige
compromiso, conocimiento y sensibilidad social. No basta con hablar; hay que
saber qué decir, por qué decirlo y para qué.
El comunicador del siglo XXI debe comprender que su palabra puede construir
ciudadanía o promover ignorancia, generar esperanza o difundir odio. Cada
publicación es una decisión moral, y cada seguidor es una conciencia que merece
respeto.
La construcción de una nueva sociedad comunicante
—crítica, solidaria y educada— dependerá de la capacidad colectiva para usar
la palabra como herramienta de unión, no de destrucción. Solo si los
creadores de contenido asumen su papel como educadores del espíritu y no como
vendedores de emociones, será posible avanzar hacia una cultura de respeto y
verdad.
El Salvador está viviendo una nueva etapa histórica. Las
obras materiales que transforman al país —escuelas, hospitales, carreteras,
tecnología, seguridad— deben complementarse con una obra espiritual
igualmente profunda: la construcción de una conciencia comunicativa libre,
crítica y moralmente íntegra. Esa es la base de la verdadera modernidad: una
sociedad que piensa, dialoga y actúa con ética.
El reto, en última instancia, es mantener viva la verdad
en medio del ruido. Porque en tiempos donde muchos gritan para ser escuchados,
los verdaderos constructores del futuro serán aquellos que hablen con
sabiduría, serenidad y honestidad. El comunicador ético no necesita gritar
para hacerse oír; su fuerza radica en la coherencia, en la verdad que transmite
y en el ejemplo que da.
Los youtubers y creadores de contenido tienen ante sí una
oportunidad única: convertirse en los maestros de la conciencia moderna,
en los educadores del pensamiento libre, en los defensores de una comunicación
al servicio de la justicia. Si logran asumir esa tarea con dignidad, entonces
no solo estarán generando contenido: estarán construyendo historia.
REFLEXIÓN FINAL: DEL RUIDO DIGITAL AL PENSAMIENTO CRÍTICO
La historia humana avanza entre la palabra y el silencio,
entre la verdad que libera y la mentira que esclaviza. Hoy vivimos en un mundo
donde todos hablan, pero pocos piensan; donde la comunicación abunda, pero el
diálogo escasea; donde se produce más información de la que se puede
comprender. En medio de ese ruido incesante, el desafío del siglo XXI no es
tener voz, sino saber qué decir y por qué decirlo.
La revolución digital ha puesto en manos de cada
ciudadano un poder que antes estaba reservado a unos pocos: el poder de
influir, educar y transformar conciencias. Sin embargo, ese poder corre el
riesgo de perder su sentido si no se sostiene sobre la base de la responsabilidad
moral y la reflexión profunda. La tecnología sin ética puede convertir la
palabra en arma, y la libertad sin conciencia puede transformarse en caos.
Ser comunicador hoy —ya sea periodista, docente, youtuber
o ciudadano— implica una tarea sagrada: defender la verdad frente a la
mentira, la razón frente al fanatismo, la humanidad frente al algoritmo. La
cámara, el micrófono o el teclado no son simples herramientas: son extensiones
de la conciencia. Quien los usa con sabiduría puede despertar mentes; quien los
usa con egoísmo puede adormecerlas.
La
sociedad salvadoreña está dando pasos firmes hacia una nueva era de
independencia comunicativa. Pero esa independencia solo será duradera si está
guiada por la educación, la ética y la verdad. No basta con tener libertad para
hablar: hay que tener dignidad para decir la verdad, incluso cuando
incomoda, incluso cuando contradice a las masas, incluso cuando implica
renunciar al aplauso.
La grandeza de un comunicador no se mide por sus seguidores, sino por su
integridad.
El verdadero youtuber, el auténtico creador de contenido,
no es el que busca fama, sino el que sirve al pueblo con su palabra. Su
misión es despertar conciencia, no adormecerla; unir voluntades, no dividir
corazones. Su mayor recompensa no está en las vistas o en los “likes”, sino en
el cambio interior que provoca en los demás.
Cuando un ciudadano comienza a pensar, a razonar y a cuestionar, nace un nuevo
país.
Por
eso, el futuro de la comunicación —y con él, el futuro de la sociedad—
dependerá de la capacidad de pasar del ruido al pensamiento, del espectáculo
a la reflexión, de la información a la sabiduría. No necesitamos más voces,
sino mejores voces; no más gritos, sino más ideas.
En medio del caos de la era digital, la palabra ética y reflexiva será la
brújula que nos devuelva el rumbo humano.
Y cuando los pueblos aprendan a usar esa palabra con
conciencia, cuando comprendan que comunicar también es educar, y que educar es
un acto de amor, entonces habremos entrado verdaderamente en la era de la comunicación
liberadora: una comunicación al servicio de la verdad, de la justicia y de
la esperanza.
Porque solo la palabra guiada por la verdad puede redimir
a una sociedad. Y solo el pensamiento crítico puede salvar al hombre del ruido
y de sí mismo.
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contenido”: Una breve reflexión [manuscrito inédito]. San
Salvador, El Salvador.
SAN
SALVADOR, 6 DE NOVIEMBRE DE 2025
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