martes, 7 de octubre de 2025

  


“EL EXAMEN COMO CÁRCEL DEL PENSAMIENTO: HACIA UNA EVALUACIÓN LIBERADORA”

MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

La evaluación constituye uno de los ejes centrales del proceso educativo, pues de su adecuada aplicación depende en gran medida la calidad de la formación de los estudiantes. Sin embargo, la realidad nos muestra un panorama preocupante: lejos de cumplir con una función formativa, crítica y orientadora, la evaluación en muchas instituciones de educación media y superior se ha convertido en un instrumento punitivo, impositivo y reduccionista, cuyo único fin es asignar calificaciones que poco o nada dicen sobre el verdadero aprendizaje.

En El Salvador y en buena parte de América Latina, se mantiene un modelo educativo heredado del positivismo y del conductismo, que se centra en la medición numérica y no en la comprensión crítica de los fenómenos. Como bien señalaba Paulo Freire (1970), la llamada educación bancaria convierte a los estudiantes en receptáculos pasivos, cuya única misión es acumular información para luego reproducirla en un examen. Esta práctica genera profesionales sin capacidad de análisis, sin ética y sin compromiso social, preocupados únicamente por “pasar la materia” y obtener un título que les permita insertarse en el mercado laboral.

pretende profundizar la crítica a dicho modelo, denunciando sus raíces ideológicas, sus consecuencias sociales y psicológicas, y proponiendo alternativas pedagógicas orientadas hacia una educación más humana, integral y emancipadora. La tesis que guía estas páginas es clara: el uso indiscriminado de las calificaciones y exámenes constituye un obstáculo para la verdadera educación, fomenta la mediocridad académica y funciona como un mecanismo de control social en beneficio de las élites dominantes.

I. LA SOCIEDAD INSTRUMENTAL Y LA LÓGICA DE LA CUANTIFICACIÓN

Vivimos en la era del dato, del número y de la cuantificación. La racionalidad instrumental, analizada por Horkheimer y Adorno (2002), ha reducido la vida humana a cifras y estadísticas, imponiendo una lógica de eficiencia y eficacia que responde a los intereses del neoliberalismo. En este contexto, el valor de las personas se mide por indicadores numéricos: los hospitales registran a los pacientes por el número de cama, los políticos ven a los ciudadanos como votos, los equipos deportivos miden la excelencia de sus jugadores por los goles, y las universidades reducen la calidad de un estudiante a un promedio académico.

La obsesión por medir lo inconmensurable ha llevado a la educación a convertirse en un sistema de clasificación, más preocupado por producir títulos y certificados que por garantizar un aprendizaje significativo. Ken Bain (2007), en su célebre obra Lo que hacen los mejores profesores universitarios, sostiene que las mejores calificaciones no garantizan un aprendizaje profundo ni un desempeño sobresaliente en la vida profesional. De igual manera, Bryan Caplan (2018) critica que la universidad moderna se haya transformado en una maquinaria de credenciales, donde los títulos funcionan más como etiquetas sociales que como reflejo de verdaderas competencias.

En la universidad salvadoreña y latinoamericana, esta lógica se traduce en un sistema que premia la memorización mecánica y castiga la creatividad o el pensamiento crítico. El estudiante que cuestiona, debate o plantea alternativas suele ser mal visto, mientras que aquel que repite con exactitud lo dictado por el profesor recibe las mejores notas. De esta manera, la cuantificación sustituye a la reflexión, y el ser humano queda atrapado en un reduccionismo que lo cosifica y lo deshumaniza.

II. EL EXAMEN COMO MECANISMO DE CONTROL Y VIOLENCIA SIMBÓLICA

El examen, considerado por muchos como una práctica natural de la enseñanza, es en realidad un dispositivo histórico de control social. Ángel Díaz Barriga (1993) demostró que los exámenes se originaron en la burocracia de la China imperial como medio de selección administrativa, no como herramienta pedagógica. Posteriormente, con la expansión de la modernidad y el positivismo, se incorporaron como parte esencial de la escuela y la universidad, sirviendo más a los intereses de control que a la formación integral.

Michel Foucault (1992) analizó el examen como un mecanismo disciplinario, donde el poder se disfraza de neutralidad académica. Según él, la práctica de examinar clasifica, normaliza y controla, reforzando jerarquías y sometiendo a los individuos a la mirada evaluadora de la institución. Pierre Bourdieu (2003), por su parte, afirmó que los exámenes reproducen las desigualdades sociales, favoreciendo a quienes poseen mayor capital cultural y castigando a los sectores populares.

En consecuencia, el examen no motiva, no educa, ni despierta creatividad; al contrario, genera miedo, ansiedad y obediencia, moldeando a los estudiantes para aceptar la lógica dominante. Se les enseña a memorizar respuestas preestablecidas en lugar de desarrollar capacidades críticas. Como señala Ventura (2018)

INADECUADO USO DE LA EVALUACIÓN…

III. Formación de profesionales mediocres

El culto a la calificación ha convertido a la universidad en una fábrica de profesionales que buscan notas, no conocimientos. El estudiante promedio ya no se interesa por comprender, investigar o pensar, sino por obtener un título que le permita ascender socialmente. De este modo, la misión esencial de la universidad —formar ciudadanos críticos, investigadores y humanistas— queda relegada al olvido.

Ejemplos abundan. Un médico que obtuvo dieces en todas sus asignaturas puede carecer de empatía, ética y sensibilidad humana; un ingeniero con promedio sobresaliente puede desconocer la realidad social en la que trabaja; un abogado brillante en exámenes puede ser incapaz de defender la justicia en la práctica. La mediocridad académica radica en que las calificaciones miden memoria y repetición, pero no valores, compromiso ni pensamiento autónomo.

Howard Gardner (1994) lo explicó con claridad al proponer la teoría de las inteligencias múltiples: no existe una sola forma de ser inteligente, sino al menos ocho capacidades humanas diferentes. Sin embargo, el examen solo reconoce dos: la lógico-matemática y la lingüística. Todo lo demás queda invisibilizado, desperdiciando talentos y reduciendo al ser humano a una fracción de su potencial.

IV. CONSECUENCIAS SOCIALES Y CULTURALES DEL SISTEMA DE CALIFICACIONES

El sistema actual produce efectos nocivos que trascienden la universidad:

·         Desmotivación por el estudio y la lectura. Los jóvenes se enfocan en aprobar, no en comprender.

·         Competencia insana e individualismo. Las notas fomentan rivalidad en lugar de cooperación y solidaridad, consolidando la lógica hobbesiana del homo homini lupus.

·         Segregación social. Como afirma Francisco Gutiérrez (1983), los exámenes son “instrumentos legalizados de selectividad”, que reproducen la pirámide social bajo la apariencia de meritocracia.

·         Deshumanización. Los estudiantes se convierten en números y estadísticas, perdiendo su identidad personal.

En síntesis, las calificaciones no solo afectan el aprendizaje, sino que consolidan un sistema educativo funcional al poder económico y político, que necesita ciudadanos dóciles antes que pensadores críticos.

V. LOS DOCENTES ADICTOS A LAS CALIFICACIONES

Una de las principales barreras para transformar la evaluación en la universidad se encuentra en la cultura docente. Muchos profesores y profesoras han asumido la práctica de los exámenes como un dogma inamovible, hasta el punto de creer que si no se aplican pruebas no existe aprendizaje. Este pensamiento refleja una visión limitada, mecanicista y profundamente conservadora de la enseñanza.

En palabras de Olga Moreno de Gama (2010), resulta absurdo que “en ningún ámbito de la vida se acepte reducir a una persona a cifras numéricas, pero en la escuela y la universidad se considera natural”. Efectivamente, si un médico redujera la salud de su paciente a un número —“usted tiene un 7 en hígado y un 5 en pulmones”— sería un escándalo. Sin embargo, en el ámbito educativo hemos normalizado esta práctica, como si fuera científica, objetiva e indiscutible.

·         El problema se agrava cuando los docentes utilizan las calificaciones como instrumentos de poder:

·         Para intimidar a los estudiantes que cuestionan su autoridad.

·         Para premiar la obediencia y castigar la crítica.

·         Para manipular la permanencia en la carrera, reproduciendo favoritismos y arbitrariedades.

INADECUADO USO DE LA EVALUACIÓN…

Este ejemplo, más allá de lo anecdótico, revela una realidad dolorosa: la subjetividad y hasta la corrupción pueden contaminar el proceso de calificación, lo que demuestra que las notas no son reflejo fiel de los aprendizajes.

El docente adicto a las calificaciones no concibe la posibilidad de una enseñanza basada en la reflexión crítica, la investigación o el debate. Prefiere el control mecánico del examen porque le da seguridad y autoridad, aunque ello signifique reducir al estudiante a un objeto pasivo de la instrucción. En este sentido, la adicción a las notas es también adicción al poder.

VI. IMPACTO PSICOLÓGICO Y ÉTICO DEL SISTEMA EVALUATIVO

El sistema de exámenes y calificaciones no solo limita el aprendizaje, también tiene efectos devastadores en la psicología y la ética de los estudiantes. La educación, en lugar de liberar, muchas veces oprime, genera miedo y fomenta comportamientos individualistas.

1. El miedo como motor de aprendizaje

Krishnamurti (1983) advertía que “la inteligencia surge cuando no hay miedo”. Sin embargo, la escuela y la universidad han convertido el miedo al fracaso en examen en el principal motor del estudio. Miles de jóvenes no leen para aprender ni investigan por curiosidad, sino para evitar la reprobación. Este modelo produce individuos ansiosos, inseguros y dependientes de la aprobación externa.

2. Estrés académico y salud mental

La sobrecarga de pruebas, parciales y laboratorios genera altos niveles de estrés. Según estudios de la UNESCO (2021), los estudiantes latinoamericanos reportan que los exámenes son la principal causa de ansiedad universitaria, por encima incluso de problemas económicos. Se ha normalizado que el aprendizaje sea sinónimo de angustia, cuando debería ser una experiencia de descubrimiento y gozo.

3. Consecuencias éticas y sociales

Cuando lo único que importa es la calificación, los estudiantes aprenden a sobrevivir en el sistema mediante cualquier medio: plagio, compra de exámenes, memorización sin comprensión o incluso sobornos a docentes. El resultado es la degradación de la ética académica y la consolidación de un profesional acostumbrado a “buscar atajos”, en lugar de esforzarse por el conocimiento verdadero.

En este sentido, el sistema evaluativo no solo produce mediocridad intelectual, sino también corrupción moral. Forma ciudadanos dóciles, temerosos y acomodaticios, incapaces de cuestionar la injusticia porque desde su formación aprendieron que la obediencia era más importante que la verdad.

VII. ALTERNATIVAS: HACIA UNA EVALUACIÓN CRÍTICA Y EMANCIPADORA

Superar este paradigma no significa eliminar toda forma de evaluación, sino replantearla radicalmente desde un enfoque humanizador, científico y ético. La educación del siglo XXI necesita modelos que formen ciudadanos críticos, investigadores y solidarios, no repetidores de fórmulas.

1. Evaluación formativa y continua

La evaluación no debe reducirse a momentos aislados de examen, sino integrarse a lo largo del proceso de enseñanza-aprendizaje. La observación de la participación, los proyectos de investigación, los debates en clase y la resolución de problemas reales son medios más justos y formativos que una prueba memorística.

2. Autoevaluación y coevaluación

Incorporar la voz del estudiante en el proceso evaluativo es fundamental. La autoevaluación fomenta la autocrítica y la responsabilidad personal, mientras que la coevaluación entre pares desarrolla el sentido de justicia y cooperación. De este modo, la nota deja de ser imposición unilateral y se convierte en un ejercicio democrático.

3. Inteligencias múltiples y diversidad de talentos

Siguiendo a Howard Gardner (1994), la evaluación debe reconocer que cada persona posee distintos tipos de inteligencia: musical, corporal, interpersonal, naturalista, además de la lógico-matemática y la lingüística. Proyectos artísticos, ensayos críticos, experiencias de servicio comunitario o innovaciones tecnológicas pueden ser formas válidas de demostrar aprendizaje.

4. Educación problematizadora

Paulo Freire (1970) proponía una evaluación dialógica y problematizadora, donde el aprendizaje surge de la reflexión crítica sobre la realidad. Evaluar, en este sentido, no significa medir respuestas, sino abrir preguntas, despertar la conciencia y fomentar la transformación social.

5. Experiencias innovadoras

En algunas universidades críticas de América Latina ya se experimenta con evaluación sin notas, reemplazada por informes cualitativos sobre el progreso del estudiante. Otros modelos combinan proyectos de investigación, servicio comunitario y prácticas profesionales como principales formas de evaluación. Estos ejemplos demuestran que es posible una universidad distinta, orientada al aprendizaje significativo y no al fetichismo de la calificación.

CONCLUSIÓN

La evaluación, concebida como herramienta pedagógica, debería ser un puente hacia el aprendizaje crítico y la formación integral de la persona. Sin embargo, en la práctica cotidiana de nuestras universidades y centros educativos, se ha convertido en un mecanismo de control, de exclusión y de reproducción de la mediocridad académica. El examen, en lugar de ser un recurso para valorar el avance de los estudiantes, se ha transformado en un arma de intimidación que fortalece jerarquías de poder entre docentes y alumnos.

El problema no radica únicamente en los instrumentos, sino en la lógica que los sustenta: una visión neoliberal, cuantitativa y utilitaria que mide el valor humano en cifras y calificaciones. Este modelo reduce la educación a un proceso de domesticación, donde el estudiante aprende a memorizar y obedecer, pero no a pensar, cuestionar ni transformar.

Las consecuencias son alarmantes: profesionales con títulos pero sin ética, estudiantes sometidos al miedo y la ansiedad, docentes adictos al poder que confieren las notas, y una sociedad que reproduce desigualdades bajo la falsa promesa de meritocracia. En lugar de formar ciudadanos críticos, se forman individuos dóciles, entrenados para sobrevivir en un sistema que premia la obediencia y castiga la rebeldía intelectual.

Superar esta crisis implica repensar radicalmente la evaluación. No se trata de eliminar toda forma de calificación, sino de devolverle su sentido humanizador y científico. La evaluación debe orientarse a procesos, no solo a resultados; debe considerar la diversidad de inteligencias y talentos; debe abrir espacios de diálogo, autoevaluación y coevaluación; y, sobre todo, debe convertirse en un ejercicio de liberación y no de opresión.

La universidad del siglo XXI necesita romper con el fetichismo de la nota y apostar por una pedagogía de la investigación, del compromiso social y de la ética profesional. Si no transformamos nuestra concepción de la evaluación, seguiremos formando profesionales mediocres en lugar de ciudadanos críticos capaces de construir sociedades más justas.

RESUMEN CRÍTICO FINAL

El presente ensayo ha cuestionado de manera enérgica el inadecuado uso de la evaluación y las calificaciones en la universidad. Se ha demostrado que el sistema actual responde a una lógica instrumental y punitiva, que fomenta la mediocridad académica y reproduce desigualdades sociales. Los exámenes, lejos de motivar, generan miedo, ansiedad y sometimiento; las calificaciones, en lugar de reflejar aprendizajes, se convierten en instrumentos de poder y exclusión.

Se ha señalado que los docentes, en muchos casos, son adictos a las notas, lo que refleja una cultura educativa autoritaria y arbitraria. Asimismo, se analizó el impacto psicológico y ético de este modelo, que degrada la integridad del estudiante y consolida prácticas deshumanizadoras. Frente a ello, se propusieron alternativas basadas en la evaluación formativa, la autoevaluación y coevaluación, el reconocimiento de las inteligencias múltiples y la educación problematizadora de Freire.

En síntesis, la calificación como único criterio de calidad educativa es una trampa que debe ser superada. La educación debe recuperar su dimensión ética, crítica y emancipadora. Solo así podremos construir una universidad que forme profesionales competentes y ciudadanos comprometidos con la justicia, la solidaridad y la transformación social.

REFERENCIAS BIBLIGRAFIA

1.       Bain, K. (2007). Lo que hacen los mejores profesores universitarios. Universitat de València.

2.       Barriga, A. D. (1993). El examen: Textos para su historia y debate. Plaza y Valdés.

3.       Bourdieu, P. (1988). La distinción: Criterio y bases sociales del gusto. Taurus.

4.       Bourdieu, P., & Passeron, J. C. (2003). Los herederos: Los estudiantes y la cultura. Siglo XXI.

5.       Caplan, B. (2018). The Case Against Education. Princeton University Press.

6.       Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.

7.       Gardner, H. (1994). Estructuras de la mente: La teoría de las inteligencias múltiples. Paidós.

8.       Gutiérrez, F. (1983). Educación como praxis política. Siglo XXI.

9.       Horkheimer, M., & Adorno, T. W. (2002). Dialéctica de la Ilustración. Trotta.

10.    Krishnamurti, J. (1983). Hacia la libertad total. Editorial Errepar.

11.    Ventura, J. I. (2018). El inadecuado uso de la evaluación y las calificaciones en la educación media y superior. Manuscrito.

 

 

 

 

SAN SALVADOR, 23 DE SEPTIEMBRE DE 2025

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