“EL EXAMEN COMO CÁRCEL DEL PENSAMIENTO: HACIA UNA
EVALUACIÓN LIBERADORA”
MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
La evaluación
constituye uno de los ejes centrales del proceso educativo, pues de su adecuada
aplicación depende en gran medida la calidad de la formación de los
estudiantes. Sin embargo, la realidad nos muestra un panorama preocupante:
lejos de cumplir con una función formativa, crítica y orientadora, la
evaluación en muchas instituciones de educación media y superior se ha
convertido en un instrumento punitivo, impositivo y reduccionista, cuyo único
fin es asignar calificaciones que poco o nada dicen sobre el verdadero
aprendizaje.
En El Salvador y en
buena parte de América Latina, se mantiene un modelo educativo heredado del
positivismo y del conductismo, que se centra en la medición numérica y no en la
comprensión crítica de los fenómenos. Como bien señalaba Paulo Freire (1970),
la llamada educación bancaria convierte a los estudiantes en receptáculos
pasivos, cuya única misión es acumular información para luego reproducirla en
un examen. Esta práctica genera profesionales sin capacidad de análisis, sin
ética y sin compromiso social, preocupados únicamente por “pasar la materia” y
obtener un título que les permita insertarse en el mercado laboral.
pretende profundizar
la crítica a dicho modelo, denunciando sus raíces ideológicas, sus
consecuencias sociales y psicológicas, y proponiendo alternativas pedagógicas
orientadas hacia una educación más humana, integral y emancipadora. La tesis
que guía estas páginas es clara: el uso indiscriminado de las calificaciones y
exámenes constituye un obstáculo para la verdadera educación, fomenta la
mediocridad académica y funciona como un mecanismo de control social en
beneficio de las élites dominantes.
I. LA SOCIEDAD
INSTRUMENTAL Y LA LÓGICA DE LA CUANTIFICACIÓN
Vivimos en la era del
dato, del número y de la cuantificación. La racionalidad instrumental,
analizada por Horkheimer y Adorno (2002), ha reducido la vida humana a cifras y
estadísticas, imponiendo una lógica de eficiencia y eficacia que responde a los
intereses del neoliberalismo. En este contexto, el valor de las personas se
mide por indicadores numéricos: los hospitales registran a los pacientes por el
número de cama, los políticos ven a los ciudadanos como votos, los equipos
deportivos miden la excelencia de sus jugadores por los goles, y las
universidades reducen la calidad de un estudiante a un promedio académico.
La obsesión por medir
lo inconmensurable ha llevado a la educación a convertirse en un sistema de
clasificación, más preocupado por producir títulos y certificados que por
garantizar un aprendizaje significativo. Ken Bain (2007), en su célebre obra Lo
que hacen los mejores profesores universitarios, sostiene que las mejores
calificaciones no garantizan un aprendizaje profundo ni un desempeño
sobresaliente en la vida profesional. De igual manera, Bryan Caplan (2018)
critica que la universidad moderna se haya transformado en una maquinaria de
credenciales, donde los títulos funcionan más como etiquetas sociales que como
reflejo de verdaderas competencias.
En la universidad
salvadoreña y latinoamericana, esta lógica se traduce en un sistema que premia
la memorización mecánica y castiga la creatividad o el pensamiento crítico. El
estudiante que cuestiona, debate o plantea alternativas suele ser mal visto,
mientras que aquel que repite con exactitud lo dictado por el profesor recibe
las mejores notas. De esta manera, la cuantificación sustituye a la reflexión,
y el ser humano queda atrapado en un reduccionismo que lo cosifica y lo
deshumaniza.
II. EL EXAMEN COMO
MECANISMO DE CONTROL Y VIOLENCIA SIMBÓLICA
El examen, considerado
por muchos como una práctica natural de la enseñanza, es en realidad un
dispositivo histórico de control social. Ángel Díaz Barriga (1993) demostró que
los exámenes se originaron en la burocracia de la China imperial como medio de
selección administrativa, no como herramienta pedagógica. Posteriormente, con
la expansión de la modernidad y el positivismo, se incorporaron como parte
esencial de la escuela y la universidad, sirviendo más a los intereses de
control que a la formación integral.
Michel Foucault (1992)
analizó el examen como un mecanismo disciplinario, donde el poder se disfraza
de neutralidad académica. Según él, la práctica de examinar clasifica,
normaliza y controla, reforzando jerarquías y sometiendo a los individuos a la
mirada evaluadora de la institución. Pierre Bourdieu (2003), por su parte,
afirmó que los exámenes reproducen las desigualdades sociales, favoreciendo a
quienes poseen mayor capital cultural y castigando a los sectores populares.
En consecuencia, el
examen no motiva, no educa, ni despierta creatividad; al contrario, genera
miedo, ansiedad y obediencia, moldeando a los estudiantes para aceptar la lógica
dominante. Se les enseña a memorizar respuestas preestablecidas en lugar de
desarrollar capacidades críticas. Como señala Ventura (2018)
INADECUADO USO DE LA
EVALUACIÓN…
III. Formación de
profesionales mediocres
El culto a la
calificación ha convertido a la universidad en una fábrica de profesionales que
buscan notas, no conocimientos. El estudiante promedio ya no se interesa por
comprender, investigar o pensar, sino por obtener un título que le permita
ascender socialmente. De este modo, la misión esencial de la universidad
—formar ciudadanos críticos, investigadores y humanistas— queda relegada al
olvido.
Ejemplos abundan. Un
médico que obtuvo dieces en todas sus asignaturas puede carecer de empatía,
ética y sensibilidad humana; un ingeniero con promedio sobresaliente puede
desconocer la realidad social en la que trabaja; un abogado brillante en
exámenes puede ser incapaz de defender la justicia en la práctica. La
mediocridad académica radica en que las calificaciones miden memoria y
repetición, pero no valores, compromiso ni pensamiento autónomo.
Howard Gardner (1994)
lo explicó con claridad al proponer la teoría de las inteligencias múltiples:
no existe una sola forma de ser inteligente, sino al menos ocho capacidades
humanas diferentes. Sin embargo, el examen solo reconoce dos: la
lógico-matemática y la lingüística. Todo lo demás queda invisibilizado,
desperdiciando talentos y reduciendo al ser humano a una fracción de su
potencial.
IV. CONSECUENCIAS
SOCIALES Y CULTURALES DEL SISTEMA DE CALIFICACIONES
El sistema actual
produce efectos nocivos que trascienden la universidad:
·
Desmotivación por el estudio y la lectura. Los jóvenes se
enfocan en aprobar, no en comprender.
·
Competencia insana e individualismo. Las notas fomentan
rivalidad en lugar de cooperación y solidaridad, consolidando la lógica
hobbesiana del homo homini lupus.
·
Segregación social. Como afirma Francisco Gutiérrez
(1983), los exámenes son “instrumentos legalizados de selectividad”, que
reproducen la pirámide social bajo la apariencia de meritocracia.
·
Deshumanización. Los estudiantes se convierten en números
y estadísticas, perdiendo su identidad personal.
En síntesis, las
calificaciones no solo afectan el aprendizaje, sino que consolidan un sistema
educativo funcional al poder económico y político, que necesita ciudadanos
dóciles antes que pensadores críticos.
V. LOS DOCENTES
ADICTOS A LAS CALIFICACIONES
Una de las principales
barreras para transformar la evaluación en la universidad se encuentra en la
cultura docente. Muchos profesores y profesoras han asumido la práctica de los
exámenes como un dogma inamovible, hasta el punto de creer que si no se aplican
pruebas no existe aprendizaje. Este pensamiento refleja una visión limitada,
mecanicista y profundamente conservadora de la enseñanza.
En palabras de Olga
Moreno de Gama (2010), resulta absurdo que “en ningún ámbito de la vida se
acepte reducir a una persona a cifras numéricas, pero en la escuela y la
universidad se considera natural”. Efectivamente, si un médico redujera la
salud de su paciente a un número —“usted tiene un 7 en hígado y un 5 en
pulmones”— sería un escándalo. Sin embargo, en el ámbito educativo hemos
normalizado esta práctica, como si fuera científica, objetiva e indiscutible.
·
El problema se agrava cuando los docentes utilizan las
calificaciones como instrumentos de poder:
·
Para intimidar a los estudiantes que cuestionan su
autoridad.
·
Para premiar la obediencia y castigar la crítica.
·
Para manipular la permanencia en la carrera,
reproduciendo favoritismos y arbitrariedades.
INADECUADO USO DE LA
EVALUACIÓN…
Este ejemplo, más allá
de lo anecdótico, revela una realidad dolorosa: la subjetividad y hasta la
corrupción pueden contaminar el proceso de calificación, lo que demuestra que
las notas no son reflejo fiel de los aprendizajes.
El docente adicto a
las calificaciones no concibe la posibilidad de una enseñanza basada en la
reflexión crítica, la investigación o el debate. Prefiere el control mecánico
del examen porque le da seguridad y autoridad, aunque ello signifique reducir
al estudiante a un objeto pasivo de la instrucción. En este sentido, la
adicción a las notas es también adicción al poder.
VI. IMPACTO
PSICOLÓGICO Y ÉTICO DEL SISTEMA EVALUATIVO
El sistema de exámenes
y calificaciones no solo limita el aprendizaje, también tiene efectos
devastadores en la psicología y la ética de los estudiantes. La educación, en
lugar de liberar, muchas veces oprime, genera miedo y fomenta comportamientos
individualistas.
1. El miedo como motor
de aprendizaje
Krishnamurti (1983)
advertía que “la inteligencia surge cuando no hay miedo”. Sin embargo, la
escuela y la universidad han convertido el miedo al fracaso en examen en el
principal motor del estudio. Miles de jóvenes no leen para aprender ni
investigan por curiosidad, sino para evitar la reprobación. Este modelo produce
individuos ansiosos, inseguros y dependientes de la aprobación externa.
2. Estrés académico y
salud mental
La sobrecarga de
pruebas, parciales y laboratorios genera altos niveles de estrés. Según
estudios de la UNESCO (2021), los estudiantes latinoamericanos reportan que los
exámenes son la principal causa de ansiedad universitaria, por encima incluso
de problemas económicos. Se ha normalizado que el aprendizaje sea sinónimo de
angustia, cuando debería ser una experiencia de descubrimiento y gozo.
3. Consecuencias
éticas y sociales
Cuando lo único que
importa es la calificación, los estudiantes aprenden a sobrevivir en el sistema
mediante cualquier medio: plagio, compra de exámenes, memorización sin
comprensión o incluso sobornos a docentes. El resultado es la degradación de la
ética académica y la consolidación de un profesional acostumbrado a “buscar
atajos”, en lugar de esforzarse por el conocimiento verdadero.
En este sentido, el
sistema evaluativo no solo produce mediocridad intelectual, sino también
corrupción moral. Forma ciudadanos dóciles, temerosos y acomodaticios,
incapaces de cuestionar la injusticia porque desde su formación aprendieron que
la obediencia era más importante que la verdad.
VII. ALTERNATIVAS:
HACIA UNA EVALUACIÓN CRÍTICA Y EMANCIPADORA
Superar este paradigma
no significa eliminar toda forma de evaluación, sino replantearla radicalmente
desde un enfoque humanizador, científico y ético. La educación del siglo XXI
necesita modelos que formen ciudadanos críticos, investigadores y solidarios,
no repetidores de fórmulas.
1. Evaluación
formativa y continua
La evaluación no debe
reducirse a momentos aislados de examen, sino integrarse a lo largo del proceso
de enseñanza-aprendizaje. La observación de la participación, los proyectos de
investigación, los debates en clase y la resolución de problemas reales son
medios más justos y formativos que una prueba memorística.
2. Autoevaluación y
coevaluación
Incorporar la voz del
estudiante en el proceso evaluativo es fundamental. La autoevaluación fomenta
la autocrítica y la responsabilidad personal, mientras que la coevaluación
entre pares desarrolla el sentido de justicia y cooperación. De este modo, la
nota deja de ser imposición unilateral y se convierte en un ejercicio
democrático.
3. Inteligencias múltiples
y diversidad de talentos
Siguiendo a Howard
Gardner (1994), la evaluación debe reconocer que cada persona posee distintos
tipos de inteligencia: musical, corporal, interpersonal, naturalista, además de
la lógico-matemática y la lingüística. Proyectos artísticos, ensayos críticos,
experiencias de servicio comunitario o innovaciones tecnológicas pueden ser
formas válidas de demostrar aprendizaje.
4. Educación
problematizadora
Paulo Freire (1970)
proponía una evaluación dialógica y problematizadora, donde el aprendizaje
surge de la reflexión crítica sobre la realidad. Evaluar, en este sentido, no
significa medir respuestas, sino abrir preguntas, despertar la conciencia y fomentar
la transformación social.
5. Experiencias
innovadoras
En algunas
universidades críticas de América Latina ya se experimenta con evaluación sin
notas, reemplazada por informes cualitativos sobre el progreso del estudiante.
Otros modelos combinan proyectos de investigación, servicio comunitario y
prácticas profesionales como principales formas de evaluación. Estos ejemplos
demuestran que es posible una universidad distinta, orientada al aprendizaje
significativo y no al fetichismo de la calificación.
CONCLUSIÓN
La evaluación,
concebida como herramienta pedagógica, debería ser un puente hacia el
aprendizaje crítico y la formación integral de la persona. Sin embargo, en la
práctica cotidiana de nuestras universidades y centros educativos, se ha
convertido en un mecanismo de control, de exclusión y de reproducción de la
mediocridad académica. El examen, en lugar de ser un recurso para valorar el
avance de los estudiantes, se ha transformado en un arma de intimidación que
fortalece jerarquías de poder entre docentes y alumnos.
El problema no radica
únicamente en los instrumentos, sino en la lógica que los sustenta: una visión
neoliberal, cuantitativa y utilitaria que mide el valor humano en cifras y
calificaciones. Este modelo reduce la educación a un proceso de domesticación,
donde el estudiante aprende a memorizar y obedecer, pero no a pensar,
cuestionar ni transformar.
Las consecuencias son
alarmantes: profesionales con títulos pero sin ética, estudiantes sometidos al
miedo y la ansiedad, docentes adictos al poder que confieren las notas, y una
sociedad que reproduce desigualdades bajo la falsa promesa de meritocracia. En
lugar de formar ciudadanos críticos, se forman individuos dóciles, entrenados
para sobrevivir en un sistema que premia la obediencia y castiga la rebeldía
intelectual.
Superar esta crisis
implica repensar radicalmente la evaluación. No se trata de eliminar toda forma
de calificación, sino de devolverle su sentido humanizador y científico. La
evaluación debe orientarse a procesos, no solo a resultados; debe considerar la
diversidad de inteligencias y talentos; debe abrir espacios de diálogo,
autoevaluación y coevaluación; y, sobre todo, debe convertirse en un ejercicio de
liberación y no de opresión.
La universidad del
siglo XXI necesita romper con el fetichismo de la nota y apostar por una
pedagogía de la investigación, del compromiso social y de la ética profesional.
Si no transformamos nuestra concepción de la evaluación, seguiremos formando
profesionales mediocres en lugar de ciudadanos críticos capaces de construir
sociedades más justas.
RESUMEN CRÍTICO FINAL
El presente ensayo ha
cuestionado de manera enérgica el inadecuado uso de la evaluación y las
calificaciones en la universidad. Se ha demostrado que el sistema actual
responde a una lógica instrumental y punitiva, que fomenta la mediocridad
académica y reproduce desigualdades sociales. Los exámenes, lejos de motivar,
generan miedo, ansiedad y sometimiento; las calificaciones, en lugar de
reflejar aprendizajes, se convierten en instrumentos de poder y exclusión.
Se ha señalado que los
docentes, en muchos casos, son adictos a las notas, lo que refleja una cultura
educativa autoritaria y arbitraria. Asimismo, se analizó el impacto psicológico
y ético de este modelo, que degrada la integridad del estudiante y consolida
prácticas deshumanizadoras. Frente a ello, se propusieron alternativas basadas
en la evaluación formativa, la autoevaluación y coevaluación, el reconocimiento
de las inteligencias múltiples y la educación problematizadora de Freire.
En síntesis, la
calificación como único criterio de calidad educativa es una trampa que debe
ser superada. La educación debe recuperar su dimensión ética, crítica y
emancipadora. Solo así podremos construir una universidad que forme
profesionales competentes y ciudadanos comprometidos con la justicia, la
solidaridad y la transformación social.
REFERENCIAS
BIBLIGRAFIA
1. Bain, K.
(2007). Lo que hacen los mejores profesores universitarios. Universitat de
València.
2. Barriga, A. D.
(1993). El examen: Textos para su historia y debate. Plaza y Valdés.
3. Bourdieu, P.
(1988). La distinción: Criterio y bases sociales del gusto. Taurus.
4.
Bourdieu, P., & Passeron, J. C. (2003). Los
herederos: Los estudiantes y la cultura. Siglo
XXI.
5.
Caplan,
B. (2018). The Case Against Education. Princeton University Press.
6. Freire, P.
(1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
7. Gardner, H.
(1994). Estructuras de la mente: La teoría de las inteligencias múltiples.
Paidós.
8. Gutiérrez, F.
(1983). Educación como praxis política. Siglo XXI.
9. Horkheimer,
M., & Adorno, T. W. (2002). Dialéctica de la Ilustración. Trotta.
10. Krishnamurti,
J. (1983). Hacia la libertad total. Editorial Errepar.
11. Ventura, J. I.
(2018). El inadecuado uso de la evaluación y las calificaciones en la educación
media y superior. Manuscrito.
SAN SALVADOR, 23 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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