viernes, 31 de octubre de 2025

 “DEL ENGAÑO AL DESPERTAR: ARENA Y FMLN, TREINTA AÑOS DE DICTADURA DISFRAZADA DE DEMOCRACIA.

POR: MSc, JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN AMPLIADA

Esta frase encierra una enseñanza moral y política de enorme vigencia. Habla de la responsabilidad humana frente a la experiencia, del deber de aprender de los errores y de no permitir que la mentira, el abuso o la traición se repitan. En el contexto salvadoreño, estas palabras de un filósofo presocrático parecen haber sido escritas especialmente para nuestra historia reciente.

Durante tres décadas, dos partidos —ARENA y FMLN— gobernaron El Salvador con discursos distintos, pero con prácticas similares. Ambos prometieron libertad, democracia y bienestar; sin embargo, lo que dejaron tras su paso fue un país herido por la corrupción, la pobreza, la violencia y la desesperanza. Se sucedieron gobiernos que, lejos de servir al pueblo, utilizaron el poder como instrumento de beneficio personal y partidario.

En nombre de la democracia, se instauró una dictadura disfrazada, donde las élites políticas, económicas y mediáticas se repartían el país como si fuera un botín. Se apropiaron del lenguaje de la libertad mientras robaban los sueños del pueblo.

Se autodenominaron “defensores de la institucionalidad” mientras firmaban pactos con las pandillas, entregaban los recursos públicos y negociaban la impunidad.

Hoy, cuando una nueva administración intenta reconstruir el país y devolverle dignidad al Estado, esas mismas voces —las del pasado corrupto— gritan “dictadura”. Pretenden hacer olvidar lo que fueron, confundir la memoria colectiva y presentarse como mártires de una libertad que ellos mismos destruyeron.

Este ensayo busca analizar críticamente esa realidad: cómo el pueblo salvadoreño fue engañado durante treinta años, cómo se disfrazó la corrupción de democracia, y cómo hoy se abre una nueva etapa de conciencia política y ética que exige no repetir el error.

Porque, como nos recuerda Anaxágoras, la segunda vez que alguien nos engaña, la culpa ya no es del mentiroso, sino de quien vuelve a confiar ciegamente.

I: EL SENTIDO FILOSÓFICO DEL ENGAÑO SEGÚN ANAXÁGORAS

La frase de Anaxágoras no se limita a una lección moral individual; contiene un profundo principio ético universal: la responsabilidad del conocimiento y la conciencia. Cuando alguien engaña, comete una falta contra la verdad. Pero cuando, habiendo sido engañados una vez, volvemos a confiar sin reflexión, la falta ya es compartida.

Anaxágoras, uno de los primeros pensadores racionalistas de la antigua Grecia, afirmaba que “la inteligencia (nous) ordena el mundo”. En su pensamiento, la ignorancia no es una simple ausencia de saber, sino una renuncia a pensar. Trasladando esta idea a la política, puede decirse que los pueblos que no aprenden de su historia se condenan a repetirla.

En el caso de El Salvador, los ciudadanos fueron víctimas de un sistema político que los manipuló con discursos de miedo y falsas promesas. Pero también hubo una prolongada pasividad colectiva, una especie de resignación aprendida, que permitió que las mismas estructuras de poder se mantuvieran durante tres décadas.

El engaño político, cuando se vuelve costumbre, produce un fenómeno aún más grave: la normalización del abuso.

Se empieza a creer que todos los políticos son iguales, que robar es parte del sistema, que nada puede cambiar. Ese pensamiento fue el terreno fértil sobre el que floreció la corrupción en los años de ARENA y FMLN.

Por eso, la frase de Anaxágoras hoy tiene un significado político trascendental: no basta con indignarse por haber sido engañados; es necesario despertar, pensar y actuar para que el engaño no se repita.

II: TREINTA AÑOS DE ENGAÑO POLÍTICO: DEL DISCURSO A LA TRAICIÓN

Durante tres décadas, El Salvador vivió bajo una ilusión democrática cuidadosamente construida. Los gobiernos de ARENA y FMLN, que se presentaban como enemigos irreconciliables, en realidad compartieron un mismo proyecto: mantener el control del poder político y económico bajo el disfraz de la alternancia democrática.

Tras la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, el país vivía un momento histórico que prometía esperanza. Se hablaba de reconciliación, de apertura política, de reconstrucción nacional. Pero, como ocurre en toda tragedia política, la retórica fue una cosa y la práctica otra.

ARENA consolidó un modelo neoliberal que favoreció a las élites empresariales, privatizó servicios esenciales, vendió los bienes públicos y empobreció a las mayorías. Mientras tanto, los funcionarios amasaban fortunas que luego trasladaban a paraísos fiscales.

El FMLN, por su parte, llegó al poder en 2009 prometiendo justicia social, igualdad y ruptura con el pasado. Pero una vez instalado en el gobierno, repitió los mismos vicios de ARENA: corrupción, nepotismo, opacidad, pactos secretos y privilegios. Los líderes que en los años de guerra decían luchar por el pueblo, una vez en el poder, se rodearon de asesores, guardaespaldas y lujos.

Ambos partidos fueron dos caras de una misma moneda. Mientras se insultaban en público, negociaban en privado. Las investigaciones posteriores demostraron que los gobiernos de ARENA desviaron más de 37,112 millones de dólares del erario público, y que los del FMLN alcanzaron cifras similares o incluso mayores, sumando fondos desviados, sobreprecios en obras públicas y corrupción en alcaldías y ministerios.

A ese saqueo económico se sumó un pacto silencioso con el crimen organizado.

Varios reportajes y testimonios judiciales revelaron que durante los gobiernos de ambos partidos se firmaron acuerdos con pandillas para obtener votos y controlar territorios.

Mientras la población sufría la extorsión, el asesinato y el desplazamiento, los políticos negociaban impunidad y financiamiento electoral.

El pueblo creyó que vivía en democracia, pero en realidad estaba sometido a una dictadura multipartidaria, donde los poderes fácticos —partidarios, mediáticos y judiciales— funcionaban como brazos de un mismo cuerpo corrupto.

La manipulación mediática jugó un papel decisivo. Los grandes medios, dependientes de la publicidad gubernamental o de los intereses económicos de las élites, construyeron una narrativa según la cual El Salvador avanzaba, mientras las calles eran dominadas por el miedo, el hambre y la desigualdad. Se habló de libertad de prensa, pero no de verdad informativa; se habló de pluralismo político, pero las decisiones se cocinaban en oficinas cerradas; se habló de progreso, pero millones emigraban buscando sobrevivir. Durante esos treinta años, la clase política convirtió el Estado en una empresa privada, el erario público en una caja chica y la política en un negocio.

El pueblo, cansado y traicionado, despertó tarde, pero con fuerza.

Y fue ese despertar —ese “ya no más”— lo que marcó el comienzo de una nueva etapa en la historia salvadoreña   Como decía Karl Marx en su Crítica de la filosofía del derecho de Hegel (1844):

“Los pueblos aprenden de la experiencia, pero solo cuando el dolor ha sido suficiente.”

Ese dolor acumulado durante décadas de mentira y corrupción fue el que despertó la conciencia del pueblo salvadoreño

Y hoy, ese mismo pueblo repite en voz alta la advertencia de Anaxágoras:

“Si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos veces, la culpa es mía.”

III: EL DISFRAZ DE LA DEMOCRACIA: LA DICTADURA POLÍTICA, MEDIÁTICA Y JUDICIAL

·        Las dictaduras modernas ya no necesitan tanques en las calles ni censores armados para controlar a los pueblos. Hoy, el poder puede oprimir desde los micrófonos, desde los tribunales y desde los pasillos del parlamento. Eso fue exactamente lo que ocurrió en El Salvador durante los treinta años de gobiernos de ARENA y FMLN:

·        una dictadura revestida de formalidad democrática, sostenida por una red de intereses, privilegios y complicidades.

1. La dictadura política

ARENA y FMLN construyeron un sistema de alternancia que simulaba pluralismo, pero en realidad funcionaba como una oligarquía rotativa.

Cada elección se presentaba como una oportunidad de cambio, pero los resultados siempre garantizaban la continuidad de los mismos grupos de poder. Los candidatos eran diferentes, los discursos variaban, pero las políticas fundamentales —privatización, clientelismo, impunidad y corrupción— permanecían intactas.

Los partidos tradicionales no eran representantes del pueblo, sino administradores del poder.

Desde la Asamblea Legislativa se aprobaron leyes hechas a la medida de las élites; desde los ministerios se favoreció a empresarios aliados; desde las alcaldías se manejaron fondos públicos sin rendición de cuentas.

En ese contexto, el ciudadano común no tenía más opción que elegir entre dos mentiras: una pintada de azul y otra de rojo.

Como señaló el filósofo español Daniel Innerarity (2013), “la política se degrada cuando deja de ser un ejercicio de responsabilidad y se convierte en un espectáculo de impostores”.

En El Salvador, la política se transformó en una farsa donde el guion era el mismo, solo cambiaban los actores.

2. La dictadura mediática

El control de los medios de comunicación fue otro pilar esencial del sistema. ARENA, y posteriormente el FMLN, comprendieron que quien domina el relato, domina la realidad.

A través de noticieros, columnas de opinión y programas de debate, se fabricaba una verdad oficial. Se promovían los logros de los gobiernos, se silenciaban los escándalos y se demonizaba a quienes denunciaban la corrupción.

Los grandes conglomerados mediáticos recibían millones en publicidad estatal, lo que aseguraba su lealtad. El periodismo crítico era marginado, ridiculizado o acusado de ser “enemigo del progreso”.

En ese ambiente, el pueblo salvadoreño fue bombardeado durante años con mensajes diseñados para manipular su percepción: se le hizo creer que vivía en democracia, mientras sus derechos eran vulnerados; que existía libertad, mientras se perseguía la verdad; que había prosperidad, mientras los niños morían de hambre.

La filósofa alemana Hannah Arendt (1951) advirtió que “la mentira organizada puede convertirse en un sustituto de la realidad”.

Eso fue exactamente lo que ocurrió: una realidad artificial que ocultaba la podredumbre del sistema político.

3. La dictadura judicial

Quizá el pilar más invisible de esta estructura fue el poder judicial, convertido en escudo de los corruptos y verdugo de los inocentes.

Los magistrados, fiscales y jueces respondían a cuotas partidarias. La justicia era una moneda de cambio: se negociaban sentencias, se archivaban casos y se protegía a los poderosos.

La impunidad fue la regla, no la excepción.

Mientras tanto, miles de ciudadanos pobres sufrían procesos interminables, condenas injustas o simplemente quedaban olvidados en un sistema colapsado.

ARENA y FMLN habían logrado lo impensable: instaurar una dictadura sin fusiles, pero con toga, micrófono y escaño legislativo.

4. Un pueblo silenciado

Durante esos años, las voces críticas eran tratadas como enemigas del progreso o como amenazas a la “estabilidad”.

Intelectuales, académicos, líderes comunitarios y periodistas fueron censurados o marginados por atreverse a cuestionar la corrupción.

El miedo no era militar, sino psicológico y mediático.

El pueblo fue educado para desconfiar de sí mismo, para creer que no merecía más. Esa fue la mayor victoria del sistema: lograr que las víctimas del engaño defendieran a sus verdugos. Pero todo sistema fundado en la mentira está condenado a derrumbarse.

La historia enseña que los pueblos pueden tardar en despertar, pero cuando lo hacen, su conciencia no tiene retroceso.

Como diría el sociólogo Zygmunt Bauman (2017), “la libertad comienza cuando el miedo termina”. Y en El Salvador, el miedo comenzó a desaparecer el día en que el pueblo comprendió que su voto podía romper la cadena del engaño.

IV: EL DESPERTAR DEL PUEBLO SALVADOREÑO: CONCIENCIA, DIGNIDAD Y RUPTURA HISTÓRICA

Toda historia de opresión termina con un despertar.

El pueblo salvadoreño, cansado de ser manipulado, humillado y empobrecido, comenzó a comprender que la democracia no consiste en votar cada cinco años, sino en exigir resultados, transparencia y justicia.

Durante años, el poder político se burló de la buena fe de la gente, pero el tiempo, la experiencia y el sufrimiento fueron madurando la conciencia colectiva. Las redes sociales, la educación y la interconexión global contribuyeron a derribar los muros del silencio.

La juventud, antes apática, empezó a cuestionar. Los trabajadores comenzaron a comparar. Los campesinos y los emigrantes, desde la distancia, observaron con claridad que el país no avanzaba porque quienes lo dirigían no tenían voluntad de cambiarlo. Ese despertar no fue un accidente, sino el resultado del hartazgo acumulado.

Treinta años de promesas incumplidas, de robo institucionalizado y de violencia cotidiana fueron suficientes para que el pueblo dijera “basta”. Como escribió Paulo Freire en Pedagogía del oprimido (1970): “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo: los hombres se liberan en comunión.”

Esa comunión del pueblo salvadoreño se expresó en las urnas, en las calles y en las redes sociales. Por primera vez, la mayoría no votó por el miedo ni por la costumbre, sino por convicción.

El 2019 marcó un punto de ruptura histórica: el fin del bipartidismo y el nacimiento de una nueva etapa política.

ARENA y FMLN, los partidos que dominaron el país durante tres décadas, fueron derrotados no solo electoralmente, sino moralmente.

El nuevo rumbo del país no solo representó un cambio de liderazgo, sino un cambio de mentalidad. Por primera vez, la gente comenzó a sentirse protagonista de su destino.

El voto dejó de ser un cheque en blanco para convertirse en un acto de responsabilidad. El ciudadano dejó de ser espectador para convertirse en juez de su propia historia. te fenómeno tiene un profundo sentido filosófico.

El filósofo francés Jean-Paul Sartre (1946) sostenía que la libertad humana consiste en asumir la responsabilidad de nuestras decisiones.

Durante años, los salvadoreños delegaron esa responsabilidad en los mismos de siempre; pero ahora, la asumieron. El despertar del pueblo salvadoreño no fue solo político, sino moral y existencial.

1. La dignidad como nueva bandera

Después de décadas de humillación, el pueblo redescubrió su valor.

La dignidad, tantas veces pisoteada por políticos corruptos, se convirtió en el nuevo estandarte nacional. Ya no bastaban los discursos vacíos, las promesas electorales ni los abrazos fingidos: el pueblo quería resultados, quería justicia, quería verdad.

Ese cambio de mentalidad explica por qué, pese a los ataques, mentiras y campañas de desprestigio, la población mantiene su apoyo al proyecto de transformación nacional. No porque sea perfecto, sino porque por primera vez siente que el gobierno trabaja para el pueblo y no contra él.

2. El rechazo a la manipulación mediática

El despertar también implicó una emancipación informativa.

Los salvadoreños aprendieron a desconfiar de los viejos medios, a buscar fuentes alternativas, a comparar, a contrastar. Esa independencia cognitiva es un paso fundamental hacia la libertad.

Ya no basta con tener derecho al voto; hay que tener derecho a la verdad. ad empieza a circular sin filtros, el poder basado en la mentira se derrumba

3. Un nuevo pacto social

El nuevo ciclo político en El Salvador no es una casualidad ni un fenómeno aislado. Es el reflejo de una transformación cultural profunda, donde la juventud se niega a repetir los errores del pasado.

Esa juventud, informada, crítica y valiente, se ha convertido en el motor del cambio. Ya no acepta que la corrupción sea “normal”, ni que la pobreza sea “inevitable”. que la pobreza sea “inevitable”.

En sus manos está la reconstrucción de la nación sobre nuevas bases: ética, justicia y dignidad. Como decía el pensador mexicano José Vasconcelos (1925), “los pueblos solo se salvan cuando descubren que tienen alma”. El alma del pueblo salvadoreño ha despertado, y su clamor es claro: nunca más el mismo engaño.

V: EL NUEVO HORIZONTE POLÍTICO: RECONSTRUCCIÓN MORAL, TRANSPARENCIA Y JUSTICIA SOCIAL

El verdadero cambio de una nación no se mide solo por carreteras, hospitales o infraestructura. Se mide por el renacimiento moral de su pueblo y por la honestidad de quienes ejercen el poder.

Después de tres décadas de saqueo institucional, El Salvador inició un proceso histórico: la reconstrucción del Estado desde sus cimientos éticos.

El nuevo proyecto político no solo se propuso combatir la corrupción, sino restaurar la confianza ciudadana, la cual había sido destruida por los partidos tradicionales. Porque cuando el pueblo deja de creer en sus instituciones, la democracia muere.

Y en El Salvador, la fe cívica había sido asesinada a golpes de engaño, cinismo y promesas vacías.

1. La reconstrucción moral del Estado

El primer paso hacia la transformación fue reconocer que el problema del país no era solo económico, sino moral. Durante años, la corrupción fue vista como algo natural; robar era “parte del juego político”.

Esa mentalidad enfermiza debía extirparse.

Se emprendieron esfuerzos por recuperar los fondos públicos robados, cerrar los canales de evasión y aplicar políticas de austeridad en los altos funcionarios. La lucha contra la impunidad se volvió prioridad nacional.

Por primera vez, políticos, empresarios y exfuncionarios que se creían intocables comenzaron a enfrentar procesos judiciales.

La justicia dejó de ser privilegio y empezó a ser principio.

Esto generó incomodidad en los viejos círculos de poder, que respondieron con campañas de desprestigio y acusaciones de autoritarismo. Pero lo que en realidad les incomoda no es la “falta de democracia”, sino la pérdida de sus privilegios.

Como escribió el filósofo Byung-Chul Han (2014), “el poder no teme al caos, sino a la transparencia”. Y precisamente eso es lo que más les duele a los antiguos actores del sistema: que ya no pueden ocultarse detrás de la retórica, porque la ciudadanía ahora exige claridad y resultados.

2. La transparencia como eje de gobernanza

El nuevo horizonte político salvadoreño ha incorporado la tecnología y la información pública como herramientas contra el engaño. Hoy, las obras y proyectos del gobierno son visibles, fiscalizables y abiertos al escrutinio ciudadano. El pueblo ya no necesita depender del rumor o del noticiero manipulado; puede verificar directamente lo que se hace con sus impuestos.

Esta transparencia no solo combate la corrupción, sino que educa cívicamente.

Porque cuando el ciudadano ve con claridad cómo se invierte su dinero, aprende a valorar lo público, a cuidar lo que es de todos y a exigir honestidad. La política se convierte, entonces, en un ejercicio pedagógico de responsabilidad compartida.

Como señalaba el sociólogo francés Pierre Bourdieu (1998), “el poder se perpetúa en la medida en que logra invisibilizar sus mecanismos”.

Hoy, esos mecanismos están siendo expuestos a la luz pública.

Y ese simple acto de visibilización tiene un impacto moral mayor que cualquier discurso ideológico.

3. Justicia social y reconstrucción del tejido humano

La transformación política no tendría sentido si no se tradujera en mejoras reales para la gente común.

Por eso, los nuevos programas sociales —en salud, educación, seguridad y vivienda— representan algo más que obras: son símbolos de reparación histórica.

Cada hospital nuevo, cada escuela renovada, cada comunidad que recupera la paz, es una forma de justicia social. Por primera vez en décadas, las zonas rurales y marginadas del país son escuchadas.

Ya no se gobierna desde las torres de cristal, sino desde el territorio, junto al pueblo. El Estado vuelve a tener rostro humano, y la política recupera su sentido original: servir. Esa reconstrucción social también tiene un valor espiritual. Durante años, la desesperanza fue la norma.

Hoy, la esperanza vuelve a ser política de Estado. Y aunque todavía quedan desafíos, el cambio más profundo ya ocurrió: el pueblo ha recuperado su autoestima colectiva.

4. Los desafíos del presente

El camino hacia una nueva nación no está exento de riesgos.

Toda transformación despierta resistencia, y los enemigos del cambio no descansan.

Los mismos que saquearon el país ahora se presentan como salvadores de la democracia; los mismos que callaron ante la miseria ahora gritan por libertad.

Por eso, el reto no es solo seguir construyendo obras materiales, sino consolidar una cultura política ética, donde la corrupción sea impensable y el poder se conciba como servicio, no como privilegio.

Si el país logra mantener ese rumbo, el pasado quedará definitivamente atrás.

Como decía el filósofo español Fernando Savater (1997):

“La ética no consiste en saber lo que es bueno, sino en hacerlo.”

El Salvador ha comenzado, por fin, a hacerlo.

VI: LA OPOSICIÓN SIN RUMBO: ENTRE LA HIPOCRESÍA, EL CINISMO Y LA NOSTALGIA DEL PODER

Cuando un sistema corrupto pierde el poder, no desaparece: intenta disfrazarse de víctima. Eso es exactamente lo que ocurre hoy con los partidos tradicionales en El Salvador.

ARENA y FMLN, responsables de décadas de saqueo, desigualdad y violencia, ahora se presentan como defensores de la democracia, de la libertad y de los derechos humanos.

Pero sus palabras no convencen, porque quien destruyó el país no puede erigirse en su salvador.

1. El discurso de la hipocresía

La hipocresía política consiste en usar los valores que uno traicionó como armas retóricas contra quien los intenta restaurar.

Los mismos que durante años firmaron pactos con criminales, aprobaron leyes corruptas y se beneficiaron del dolor del pueblo, ahora gritan “dictadura” cada vez que se combate la impunidad.

Ese doble discurso es tan evidente que ya no engaña a nadie.

El pueblo salvadoreño, más informado y crítico, entiende que no hay dictadura donde el pueblo manda, donde las calles son seguras, donde se construyen hospitales y escuelas, y donde los corruptos enfrentan la justicia.

La verdadera dictadura fue la que existió durante treinta años: una tiranía mediática, judicial y política que oprimía al pueblo bajo el disfraz de democracia.

Como escribió Michel Onfray (2015), “el cinismo político consiste en acusar al otro de aquello mismo que uno practica”.

Y eso hacen los voceros del pasado: proyectan sus propios crímenes sobre quienes los desenmascararon.

2. El cinismo como estrategia de supervivencia

Sin credibilidad ni respaldo popular, la oposición ha optado por el cinismo como herramienta política.

Critican por criticar, niegan los logros, inventan crisis, manipulan cifras y distorsionan hechos.

Sus análisis no buscan aportar, sino confundir, mantener vivo el resentimiento y erosionar la confianza del pueblo en su propio gobierno.

Los “analistas políticos” y “expertos” que aparecen a diario en ciertos medios actúan como si el país aún viviera en el pasado, repitiendo los mismos guiones de los años noventa: hablar de “falta de democracia”, “autoritarismo”, “pérdida de libertades”.

Pero su problema no es ideológico: es existencial.

Han perdido el poder, y con él, los privilegios que los mantenían cómodos.

La filósofa Hannah Arendt (1972) advertía que “el mayor castigo para los mentirosos no es que nadie les crea, sino que ellos ya no pueden creer en nadie”.

Esa es la tragedia de la oposición salvadoreña: su propio cinismo la ha condenado a vivir fuera de la realidad.

3. La nostalgia del poder

ARENA y FMLN viven atrapados en la nostalgia.

No añoran la democracia, sino la impunidad del pasado: el tiempo en que podían robar sin ser descubiertos, negociar en secreto y manipular a los medios.

Esa nostalgia del poder perdido los ha vuelto agresivos, irracionales y contradictorios.

Mientras el país avanza con nuevas obras, inversiones y programas sociales, ellos hablan de “retroceso”.

Mientras los índices de criminalidad caen drásticamente, ellos hablan de “violación de derechos”.

Mientras el pueblo se siente más seguro, ellos claman persecución.

Su desconexión con la realidad es tan profunda que han dejado de representar a la ciudadanía.

Hoy son un eco vacío de lo que alguna vez fueron.

El pueblo, que antes los veía como líderes, ahora los identifica como símbolos del fracaso nacional.

4. El papel de los nuevos opositores

A la decadencia de los viejos partidos se suma la aparición de una oposición “renovada” —jóvenes políticos que se presentan como modernos, éticos y progresistas— pero que en el fondo repiten el mismo guion del pasado.

Detrás de sus discursos de transparencia y derechos humanos se esconden los mismos financistas, los mismos intereses y las mismas élites que destruyeron el país.

Son los “hijos políticos” de ARENA y FMLN:

personajes como Marcela Villatoro, Francisco Lira, Carlos Saade, Karina Sosa, Wálter Raudales o Claudia Ortiz, que buscan revivir el cadáver político del pasado con maquillaje nuevo.

Pero el pueblo salvadoreño ya aprendió a distinguir entre cambio verdadero y cambio cosmético.

Como advertía Simone de Beauvoir (1949), “el opresor no sería tan fuerte si no tuviera cómplices entre los oprimidos”.

Por eso, la tarea del pueblo no es solo derrotar al enemigo visible, sino también reconocer a quienes, disfrazados de ética, intentan restaurar los privilegios perdidos.

Este panorama deja una enseñanza moral y política profunda:

el despertar del pueblo salvadoreño no tiene marcha atrás.

La conciencia ciudadana ya no puede ser anestesiada con discursos ni manipulada con titulares.

El país ha cruzado el umbral del miedo y ha entrado en la etapa de la lucidez histórica.

VII: NUNCA MÁS EL MISMO ERROR: LA LECCIÓN MORAL DE ANAXÁGORAS PARA EL PUEBLO SALVADOREÑO

La frase de Anaxágoras de Clazómenas —“Si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos veces, la culpa es mía”— trasciende el tiempo y la cultura.

Lo que en la Grecia clásica era una reflexión sobre la prudencia y el juicio moral, en el siglo XXI se convierte en una advertencia política universal.

Esta máxima filosófica nos recuerda que la sabiduría no consiste solo en conocer la verdad, sino en no tropezar dos veces con la misma mentira.

Durante treinta años, el pueblo salvadoreño fue víctima del engaño sistemático de los mismos actores políticos.

Primero, ARENA ofreció desarrollo y modernidad, pero entregó saqueo, privatización y desigualdad.

Después, el FMLN prometió justicia social y redención del pueblo, pero repitió las mismas prácticas de corrupción y clientelismo.

Ambos partidos convirtieron la política en un negocio familiar, donde la lealtad se medía en dinero y no en principios.

Por eso, la enseñanza de Anaxágoras cobra sentido: ya no se trata solo de señalar al culpable, sino de asumir la responsabilidad colectiva de no permitir que la historia se repita.

El error de ayer puede ser perdonado; el de mañana, si se repite, será imperdonable.

1. El valor del discernimiento

El primer paso hacia la madurez política es el discernimiento: la capacidad de distinguir entre la verdad y la manipulación.

En una época donde los medios, las redes y los intereses externos intentan distorsionar la realidad, el pueblo necesita pensar, analizar y comparar.

Esa es la verdadera revolución: una revolución de la conciencia.

Como escribió el filósofo Immanuel Kant (1784) en su célebre texto ¿Qué es la Ilustración?,

“La ilustración es la salida del hombre de su autoculpable minoría de edad. La pereza y la cobardía son las causas por las que tantos prefieren seguir siendo menores de edad.”

Por muchos años, los salvadoreños delegaron su pensamiento a los políticos, confiaron ciegamente en sus palabras y aceptaron sus mentiras.

Hoy, la nación se encuentra en una etapa de ilustración colectiva: piensa, cuestiona, decide y aprende.

2. El aprendizaje del dolor

Toda conciencia nace del sufrimiento.

Las heridas del pasado —corrupción, pobreza, violencia, exclusión— no deben olvidarse, sino convertirse en lecciones históricas.

El dolor del engaño tiene sentido cuando se transforma en sabiduría.

Por eso, recordar no es venganza, sino prevención.

El pueblo que recuerda no se deja manipular.

Y el que no olvida su historia no vuelve a ser esclavo de los mismos.

Como escribió el poeta español Antonio Machado (1912):

“Despreciad cuanto sea mero simulacro de vida o de cultura. No hay peor mentira que la verdad mal entendida.”

La verdad mal entendida fue la que impusieron los partidos tradicionales durante tres décadas: una verdad maquillada que justificaba el robo y el engaño.

Hoy, el pueblo salvadoreño está aprendiendo a mirar más allá del maquillaje, a reconocer la esencia detrás del discurso.

3. La nueva ética de la memoria

El futuro de El Salvador depende de su capacidad para recordar éticamente.

No se trata de vivir del pasado, sino de comprenderlo para no repetirlo.

Cada elección, cada decisión ciudadana, cada voz que se alza en defensa de la verdad, es una afirmación de esa memoria ética.

Por eso, la enseñanza de Anaxágoras no solo debe repetirse como frase, sino vivirse como principio.

Engañarse una vez puede ser ingenuidad; engañarse dos veces sería complicidad.

Y el pueblo salvadoreño ya no está dispuesto a ser cómplice del pasado.

4. El compromiso del presente

La lección final de esta reflexión filosófico-política es clara:

la libertad no se hereda, se conquista y se cuida cada día.

El verdadero peligro no está en los viejos corruptos, sino en el olvido, en la indiferencia y en el cansancio moral.

Cada generación debe renovar el compromiso de vigilar el poder, exigir transparencia y preservar la dignidad nacional.

Si el pueblo mantiene esa lucidez, ningún nuevo engaño será posible.

Como afirmó el filósofo y moralista francés Albert Camus (1942):

“El hombre rebelde es aquel que dice no al abuso y sí a la justicia.”

El Salvador, al despertar de su largo engaño, se ha convertido en un pueblo rebelde en el sentido más noble:

·                    rebelde contra la corrupción, contra la mentira y contra la injusticia.

CONCLUSIÓN

La historia de El Salvador en las últimas décadas es un espejo donde se reflejan las luces y sombras de su pueblo.

Durante treinta años, ARENA y FMLN gobernaron bajo el disfraz de la democracia, utilizando la retórica de la libertad para encubrir el abuso, el robo y la traición.

Prometieron progreso, pero dejaron ruinas; prometieron justicia, pero sembraron impunidad; prometieron paz, pero perpetuaron la violencia.

Sin embargo, el pueblo salvadoreño no permaneció dormido eternamente.

El sufrimiento acumulado se transformó en conciencia, la indignación en acción, y la desilusión en esperanza.

Ese tránsito del engaño al despertar representa la madurez política y moral de una nación que finalmente ha aprendido la lección de su historia.

La frase de Anaxágoras se convierte así en el lema moral de nuestro tiempo:

“Si me engañas una vez, la culpa es tuya; si me engañas dos veces, la culpa es mía.”

El Salvador ya fue engañado una vez, o más bien, muchas veces.

Fue traicionado por partidos que juraron servirle y solo sirvieron a sí mismos.

Pero hoy, ese mismo pueblo ha decidido no volver a caer en la trampa del pasado.

Porque ha comprendido que el poder no es de los partidos, sino del ciudadano; que la democracia no es un rito electoral, sino un ejercicio diario de dignidad y vigilancia.

La nueva etapa que vive el país es más que un cambio político: es una revolución ética.

Se ha iniciado un proceso de reconstrucción moral que busca limpiar las instituciones, dignificar la política y devolverle al pueblo la confianza en su propio destino.

Esa transformación no está exenta de errores ni de desafíos, pero su diferencia esencial radica en la intención: ahora se gobierna para el pueblo, no a costa de él.

El reto es mantener viva esa conciencia, fortalecer la educación cívica, promover el pensamiento crítico y no permitir que la comodidad o el cansancio nos devuelvan a la oscuridad del pasado.

Cada salvadoreño debe entender que el engaño solo prospera cuando la verdad se calla, y que la libertad se pierde cuando el ciudadano deja de pensar.

En palabras del filósofo español José Ortega y Gasset (1930):

“Cada pueblo tiene el gobierno que se merece, porque cada pueblo es responsable de su destino.”

El Salvador está comenzando a merecer un gobierno diferente, porque su pueblo ha decidido ser diferente.

El despertar ha comenzado, y aunque los enemigos de la verdad intenten confundir o dividir, la claridad moral del pueblo será su mejor defensa.

Hoy, la sabiduría de Anaxágoras se ha hecho carne en la conciencia colectiva del pueblo salvadoreño:

ya no hay espacio para el autoengaño, ni para la resignación, ni para el miedo.

La lección está aprendida, y su eco resuena en cada rincón de la patria:

“Nunca más el mismo error.”

REFLEXIÓN FINAL

La historia no siempre enseña con ternura.

A veces sus lecciones llegan envueltas en dolor, pobreza y desengaño.

Pero lo importante no es cuánto sufrimos, sino cuánto aprendemos.

El pueblo salvadoreño ha recorrido un largo camino desde la oscuridad de la mentira hasta la claridad de la conciencia.

Ha conocido la traición, pero también la esperanza; ha padecido la injusticia, pero hoy respira dignidad.

Esa evolución no fue un milagro político, sino un acto de madurez moral.

Cuando un pueblo deja de creer en los falsos redentores y comienza a creer en sí mismo, nace la verdadera libertad.

Esa es la enseñanza profunda de Anaxágoras:

no basta con señalar al mentiroso; hay que decidir no volver a escucharlo.

La culpa de la primera mentira pertenece al corrupto; la de la segunda, a quien la acepta sin pensar.

Hoy, El Salvador camina con paso firme hacia un futuro distinto.

El camino no será fácil, pero el rumbo es claro: transparencia, justicia y dignidad.

Ya no somos un pueblo engañado, sino un pueblo despierto.

Y un pueblo despierto —como el sol que ilumina cada amanecer— no vuelve a dormirse jamás.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1.                  Anaxágoras. (500 a. C.). Fragmentos filosóficos. Trad. clásica.

2.                  Arendt, H. (1951). Los orígenes del totalitarismo. Nueva York: Harcourt, Brace & C

3.                  Arendt, H. (1972). La mentira en política. Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich.

4.                  Bauman, Z. (2017). Retrotopía. Madrid: Paidós.

5.                  Bourdieu, P. (1998). La dominación masculina. París: Seuil.

6.                  Camus, A. (1942). El hombre rebelde. París: Gallimard.

7.                  Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI.

8.                  Han, B.-C. (2014). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder.

9.                  Innerarity, D. (2013). La política en tiempos de indignación. Barcelona: Galaxia Gute

10.             Kant, I. (1784). ¿Qué es la Ilustración? Berlín: Revista Berlinische Monatsschrift.

11.             Machado, A. (1912). Campos de Castilla. Madrid: Espasa-Calpe.

12.             Onfray, M. (2015). Tratado de ateología. Madrid: Anagrama.

13.             Ortega y Gasset, J. (1930). La rebelión de las masas. Madrid: Revista de Occidente.

14.             Sartre, J.-P. (1946). El existencialismo es un humanismo. París: Nagel.

15.             Savater, F. (1997). Ética para Amador. Madrid: Ariel.

16.             Vasconcelos, J. (1925). La raza cósmica. México: Editorial 

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