martes, 16 de septiembre de 2025

 

“VIRTUD Y POTENCIA: LA VIGENCIA DE LA ÉTICA SPINOZISTA EN EL MUNDO ACTUAL”

POR MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

1. INTRODUCCIÓN

La historia de la filosofía se ha construido como una sucesión de voces críticas que, en distintos momentos, se atrevieron a desafiar los dogmas dominantes de sus épocas. Desde los presocráticos hasta los pensadores modernos, la búsqueda de la verdad ha significado tanto un acto de valentía como una aventura intelectual.

En mi propio proceso de formación académica, especialmente en las materias de Filosofía, Lógica, Lógica Dialéctica y Sociología, tuve la oportunidad de acercarme a autores que marcaron un antes y un después en la historia del pensamiento: Augusto Comte, Emilio Durkheim, Karl Marx, Federico Engels, Jean-Jacques Rousseau y Georg Wilhelm Friedrich Hegel, entre otros. Cada uno de ellos dejó una huella formativa que enriqueció mi visión del mundo y me ayudó a comprender la realidad social desde diversas perspectivas.

Sin embargo, dentro de ese conjunto de “gigantes del pensamiento”, hubo uno que me impactó profundamente: Baruch Spinoza (1632–1677). Su obra, en particular La Ética, fue para mí un descubrimiento que me obligó a replantear categorías, prejuicios y formas de ver la vida. Isaac Newton expresó una frase célebre que sirve de brújula para quienes nos adentramos en la filosofía: “Si he logrado ver más allá, es porque me subí a hombros de gigantes” (Newton, 1676/1959, p. 416). Esa afirmación resume lo que significa acercarse a Spinoza: mirar más lejos y con mayor claridad, no porque tengamos todas las respuestas, sino porque aprendemos a sostenernos en la lucidez de su pensamiento.

Spinoza vivió en un siglo convulso, marcado por la tensión entre el avance de la razón y el peso de los dogmas religiosos. Su vida quedó atravesada por un hecho decisivo: la excomunión de la comunidad judía de Ámsterdam en 1656, cuando apenas tenía 24 años. A partir de ese momento, quedó marginado de la tradición en la que había crecido, condenado al aislamiento y a la desconfianza.

 Sin embargo, esa exclusión fue también la condición de posibilidad de su libertad intelectual. En lugar de someterse al dogmatismo, eligió seguir el camino de la filosofía como espacio de independencia y emancipación. Como decía Platón: “El que dice la verdad puede ganarse enemistades, aunque actúe con rectitud” (Platón, 399 a.C./2017, p. 35). Spinoza encarnó esa sentencia con su vida y con su obra.

El propósito central de este ensayo es realizar una lectura crítica y enérgica de La Ética, no solo como un tratado filosófico, sino como una propuesta práctica de vida. Spinoza no se limita a especular sobre el ser; construye un método que permite transformar la existencia. Frente a la moral tradicional, basada en mandamientos externos y en el temor, Spinoza propone una ética fundada en la razón, la libertad y la potencia de obrar. Se trata de una ética que no reduce la virtud a la obediencia, sino que la entiende como la capacidad de perseverar en el ser, de actuar conforme al conocimiento y de experimentar la alegría como signo de expansión de la vida (Spinoza, 1677/2011).

Esta ética, aunque formulada en el siglo XVII, conserva plena vigencia en nuestros días. En una época marcada por fundamentalismos religiosos, manipulación ideológica y pasiones colectivas que ciegan el juicio, el pensamiento spinozista se levanta como un llamado a la autonomía y a la lucidez. No se trata únicamente de leer a Spinoza como un clásico, sino de reconocerlo como un pedagogo de la libertad: alguien que enseña a pensar, a discernir y a vivir sin miedo.

De este modo, la tesis que guiará el presente ensayo es que La Ética constituye una pedagogía radical de la autonomía. En sus páginas se conjugan metafísica, epistemología y moral para demostrar que la verdadera libertad humana no consiste en la ausencia de restricciones, sino en la comprensión de la necesidad que gobierna la realidad. Ser libre, en el sentido spinozista, no significa elegir al azar, sino actuar a partir de la razón, transformando las pasiones en acciones y alcanzando la beatitud a través del amor intelectual de Dios o de la Naturaleza.

El desafío que plantea este texto es doble. Por un lado, se trata de analizar el contexto histórico y filosófico en el que surge La Ética para comprender su radicalidad. Por otro, se busca mostrar su utilidad actual como guía de vida para las nuevas generaciones. Así, este ensayo no es un ejercicio meramente académico, sino una reflexión con implicaciones pedagógicas, sociales y políticas. Spinoza no solo nos invita a pensar: nos convoca a vivir de otra manera, con firmeza, generosidad y alegría racional.

2. SPINOZA EN SU CONTEXTO HISTÓRICO

Entender la magnitud de La Ética requiere situar a Baruch Spinoza en el marco histórico, cultural y político de su época. No se trata de un ejercicio meramente descriptivo, sino de reconocer que su filosofía fue un acto de resistencia en medio de un siglo marcado por tensiones profundas entre razón y dogma, libertad y represión, ciencia y superstición.

Spinoza nació en 1632 en Ámsterdam, en una familia judía sefardí que había huido de la Inquisición en Portugal. Es decir, llegó al mundo en un ambiente atravesado por el exilio, la persecución religiosa y la búsqueda de un espacio seguro para practicar la fe. Sin embargo, incluso en la relativamente tolerante Holanda del siglo XVII, la libertad tenía límites que Spinoza estaba destinado a desafiar.

2.1 Europa del siglo XVII: entre guerras y reformas

El siglo XVII europeo fue un escenario de enormes convulsiones políticas y religiosas. Las guerras de religión aún marcaban la memoria colectiva; la Reforma protestante había fragmentado la unidad cristiana y el Concilio de Trento intentaba reafirmar el poder católico. Al mismo tiempo, surgían las primeras manifestaciones de la modernidad científica con Galileo Galilei, René Descartes y Johannes Kepler.

La ciencia se erigía como un nuevo lenguaje para comprender el mundo, mientras los poderes religiosos luchaban por mantener el control de las conciencias.

En este clima, Spinoza encontró inspiración y conflicto. De Descartes heredó el rigor metodológico y la idea de que la filosofía debía fundarse en principios claros y distintos. Sin embargo, fue mucho más allá: rechazó la separación cartesiana entre alma y cuerpo, concibiendo al ser humano como una unidad inseparable de pensamiento y extensión (Nadler, 2018). Esta visión no solo era filosóficamente audaz; era políticamente peligrosa, pues desmontaba los fundamentos de las religiones institucionales que dependían de la idea de un Dios trascendente y de un alma inmortal.

2.2 La comunidad judía de Ámsterdam y la excomunión

La comunidad judía de Ámsterdam, formada en gran parte por sefardíes expulsados de España y Portugal, ofrecía un espacio relativamente seguro para el ejercicio religioso. No obstante, estaba sujeta a estrictas reglas internas de disciplina. Spinoza fue educado en esta tradición, pero desde joven comenzó a cuestionar las interpretaciones rígidas de la Escritura y a criticar las supersticiones que dominaban a los fieles. Estas inquietudes lo llevaron a un enfrentamiento con los líderes religiosos, quienes lo consideraban un peligro para la estabilidad de la comunidad.

En 1656, a los 24 años, fue objeto de un cherem (excomunión) particularmente severo, en el que se lo acusaba de “abominables herejías” y se lo maldecía públicamente con fórmulas de rechazo y desprecio (Nadler, 1999/2018). A partir de entonces, quedó marginado no solo de su comunidad de origen, sino también de la vida social más amplia, pues su nombre fue asociado con la herejía. Sin embargo, lejos de ser un final, este episodio marcó el inicio de su libertad intelectual. Al quedar excluido de todo dogma religioso, pudo dedicarse plenamente a construir un pensamiento autónomo, guiado únicamente por la razón.

2.3 Una vida austera y dedicada al pensamiento

Tras la excomunión, Spinoza llevó una vida austera, ganándose el sustento como pulidor de lentes. Esta ocupación, aunque modesta, le permitió mantenerse al margen de los poderes económicos y religiosos, conservando su independencia. En su correspondencia, se revela un hombre tranquilo, apasionado por la reflexión, y profundamente comprometido con la búsqueda de la verdad (Meradme, 2013). No buscó honores ni riquezas; eligió la soledad y la precariedad como precio de la libertad de pensar.

Aun así, su pensamiento no circuló en el vacío. Spinoza se mantuvo en contacto con círculos intelectuales interesados en la ciencia y la filosofía. Su obra fue leída en secreto por quienes veían en ella una alternativa a los dogmas tradicionales. Aunque censurada y prohibida en varios lugares, La Ética logró sobrevivir y convertirse en un punto de referencia para la modernidad.

2.4 Filosofía en tiempos de censura

El siglo XVII fue también una época de censura feroz. Galileo había sido condenado en 1633 por sostener el heliocentrismo, y Descartes debió retractarse públicamente de algunas afirmaciones para evitar problemas con la Iglesia.

 En este ambiente, publicar un libro como el Tratado teológico-político (1670) equivalía a firmar una sentencia de peligro. En él, Spinoza defendió la libertad de pensar y de expresar ideas, afirmando que un Estado que intenta controlar las conciencias se condena a la tiranía y a la inestabilidad (Spinoza, 1670/2003).

La radicalidad de Spinoza residía en que no se conformaba con pedir tolerancia; exigía que la política y la religión se mantuvieran separadas, y que la filosofía gozara de plena libertad. Estas ideas fueron consideradas tan explosivas que el libro fue incluido en el Índice de libros prohibidos y sus ediciones circularon de manera clandestina (Nadler, 2011/2013). De hecho, la osadía de escribir La Ética en ese contexto es una prueba de su valentía filosófica: sabía que su obra sería atacada, pero eligió continuar.

 

2.5 Contexto y radicalidad

Mirado en su conjunto, el contexto histórico de Spinoza nos revela que su filosofía no fue un ejercicio académico abstracto, sino un acto de resistencia cultural. En un mundo donde el poder religioso imponía límites estrictos al pensamiento, Spinoza eligió la razón como única guía.

Esta decisión lo convirtió en un exiliado permanente: rechazado por su comunidad, sospechoso para las iglesias cristianas y vigilado por las autoridades políticas. Sin embargo, ese mismo aislamiento le permitió construir un pensamiento que no debía nada a los dogmas, y que hasta hoy sigue siendo una de las propuestas más consistentes para pensar la libertad humana.

3. EL MÉTODO GEOMÉTRICO Y LA ÉTICA COMO SISTEMA

Una de las características más sorprendentes de La Ética es su forma: lejos de adoptar un estilo literario o un tratado moral con ejemplos, Spinoza eligió escribirla more geometrico, es decir, “según el orden geométrico”. El libro se organiza en definiciones, axiomas, proposiciones, demostraciones, corolarios y escolios, imitando la lógica de los Elementos de Euclides. Esta decisión metodológica no es un capricho estilístico; expresa la convicción de que la filosofía debía alcanzar el mismo grado de certeza que la geometría.

Para Spinoza, la verdad no podía depender de opiniones cambiantes ni de autoridades religiosas. Debía construirse sobre fundamentos claros, evidentes por sí mismos, y desarrollarse con una rigurosa coherencia lógica. De allí que su ética no se presenta como un conjunto de consejos morales, sino como un sistema completo en el que ontología, epistemología y moral se integran en una única arquitectura racional (Melamed, 2013).

3.1 Razón contra superstición

El método geométrico es, en primer lugar, un antídoto contra la superstición. Spinoza sabía que los dogmas religiosos mantenían su poder gracias a la ambigüedad y a la manipulación de los afectos. Frente a eso, ofreció definiciones precisas: de Dios, de sustancia, de afecto, de virtud. Cada término debía tener un significado exacto, para evitar confusiones y malentendidos.

Por ejemplo, al inicio de la obra define a Dios como “un ser absolutamente infinito, es decir, una sustancia que consta de infinitos atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita” (Spinoza, 1677/2011, p. 45). Esta definición elimina de raíz la concepción antropomórfica de un Dios personal que interviene caprichosamente en la historia. De allí se sigue toda la estructura del sistema: si Dios es la sustancia única, todo lo que existe no es más que modos de esa sustancia.

El estilo geométrico es, por tanto, una pedagogía de la claridad: obliga al lector a seguir paso a paso la cadena de razonamientos y a abandonar el refugio cómodo de la fe ciega.

3.2 Ontología y ética: dos caras de un mismo proyecto

El método también revela algo decisivo: en Spinoza, la ontología y la ética no son disciplinas separadas. El conocimiento de la realidad conduce inevitablemente a un modo de vida. No se trata de “aplicar” después la filosofía a la moral, sino de mostrar que la moralidad surge de la comprensión de la naturaleza.

De esta manera, la Ética comienza hablando de Dios/Naturaleza (Parte I), pasa al estudio de la mente y del cuerpo (Parte II), analiza los afectos (Parte III), explica la servidumbre humana (Parte IV), y culmina con la libertad lograda mediante el entendimiento (Parte V). La organización geométrica refleja la unidad de este camino: no se puede entender la virtud sin comprender antes qué somos, qué nos determina y cómo nos afectan las causas externas.

Aquí radica la originalidad de Spinoza: la ética no depende de un mandato divino externo ni de un contrato social artificial, sino de la estructura misma de la realidad. Somos libres y virtuosos cuando vivimos de acuerdo con la necesidad de la naturaleza. Dicho en otras palabras: la ética es la ontología hecha vida (Deleuze, 2001).

3.3 Un sistema que incomoda

La radicalidad del método geométrico es también política. Al organizar su obra como un sistema cerrado, Spinoza buscaba blindar su pensamiento frente a la censura. No se limitaba a opinar: demostraba. Y, al hacerlo, privaba a sus adversarios religiosos y políticos del argumento de que su filosofía era un conjunto de “ocurrencias” personales.

A la vez, esa forma geométrica tenía un efecto retórico: presentaba la ética como una verdad tan necesaria como los teoremas matemáticos. La virtud dejaba de ser un consejo moral y se convertía en una consecuencia inevitabldel ser. No es que “deberíamos” ser libres y racionales: es que, al comprendernos, necesariamente tendemos hacia la libertad y la alegría.

 

3.4 Críticas y valor pedagógico

Algunos intérpretes han criticado el método geométrico por su rigidez, afirmando que dificulta la lectura y aleja al lector común (Nadler, 2018). Sin embargo, este estilo tiene un valor pedagógico innegable: obliga a ejercitar la paciencia, la disciplina y la lógica. Spinoza no ofrece un camino fácil; invita a un entrenamiento intelectual que forma el carácter. En este sentido, su ética no solo enseña contenidos, sino que moldea la actitud del estudiante: aprender a pensar con rigor es parte de la liberación.

3.5 Sentido actual del método

Hoy, en una época dominada por la inmediatez, las redes sociales y la superficialidad, el método spinozista tiene una vigencia inesperada. Exige detenerse, analizar, definir con precisión, seguir una cadena de argumentos sin distracciones. Frente a la velocidad y la confusión de la información contemporánea, La Ética funciona como un ejercicio de resistencia intelectual. Enseña que la libertad no se logra con atajos emocionales, sino con disciplina racional.

Conclusión parcial del apartado

El método geométrico de Spinoza no es un simple formalismo: es el núcleo mismo de su propuesta ética. Al ordenar su obra como un sistema necesario, quiso demostrar que la moralidad no es un conjunto de mandatos arbitrarios, sino el resultado de comprender la naturaleza y actuar en conformidad con ella. La ética, en su proyecto, es tan rigurosa como un teorema matemático, pero al mismo tiempo tan vital como el deseo de vivir. Este apartado nos prepara para adentrarnos en el corazón de su pensamiento: el conatus, los afectos y la definición de la virtud como potencia de obrar.

4. EL CONATUS: ESENCIA Y POTENCIA DE EXISTIR

La noción de conatus constituye uno de los pilares de la filosofía de Spinoza y es la clave para entender por qué su ética se aparta de los modelos tradicionales basados en mandamientos, recompensas o castigos. Mientras que la moral religiosa de su tiempo concebía la virtud como obediencia a la ley divina, Spinoza la redefine desde la naturaleza misma del ser humano: “Cada cosa, en cuanto está en sí, se esfuerza por perseverar en su ser” (Spinoza, 1677/2011, III, prop. 6).

Este esfuerzo —conatus en latín— no es una elección ni una inclinación subjetiva, sino la esencia misma de todo ente. En los seres humanos, se manifiesta como apetito, deseo y voluntad. Así, la ética no puede construirse desde normas externas, sino desde este impulso constitutivo: vivir es perseverar y expandir nuestra potencia.

4.1 Virtud como potencia

Para Spinoza, virtud = potencia. Ser virtuoso no significa obedecer mandamientos arbitrarios, sino actuar conforme a lo que realmente somos: seres que buscan afirmar su existencia.

En la Ética se afirma con claridad: “Por virtud y potencia entiendo lo mismo” (Spinoza, 1677/2011, IV, def. 8). Esta definición desplaza de un golpe siglos de moral heterónoma.

La consecuencia es radical: una vida virtuosa no se mide por sacrificios o renuncias, sino por la capacidad de aumentar nuestra potencia de obrar y comprender. Todo aquello que nos fortalece —el conocimiento, la amistad, la cooperación, la alegría activa— es virtuoso. Lo que nos debilita —la ignorancia, el miedo, la sumisión, la tristeza pasiva— es vicioso.

En este punto, Spinoza anticipa una ética de la afirmación de la vida que será retomada siglos después por filósofos como Nietzsche, quien declarará que lo bueno es aquello que eleva el sentimiento de poder, y lo malo, lo que lo disminuye (Nietzsche, 1887/2008).

4.2 Deseo, apetito y voluntad

El conatus se despliega en distintas formas de la experiencia humana. Spinoza distingue cuidadosamente:

·         Apetito: inclinación básica de cada ser vivo hacia lo que conserva su ser.

·         Deseo: apetito acompañado de conciencia, es decir, cuando el ser humano sabe lo que quiere.

1.       Voluntad: modalidad del deseo cuando se expresa en el ámbito del pensamiento.

De esta manera, lo que otros filósofos habían considerado como facultades separadas (razón, voluntad, pasión) se integran en un mismo movimiento esencial. No hay fractura entre razón y deseo: ambos son expresiones de la misma potencia vital.

Este planteamiento tiene un efecto liberador: deja de concebir al deseo como enemigo de la virtud. Al contrario, el deseo es el motor de la existencia. La tarea ética no es reprimirlo, sino comprenderlo, orientarlo y transformarlo en acción activa.

4.3 Alegría y tristeza: señales de la potencia

El conatus se expresa a través de los afectos, y aquí Spinoza introduce otra idea revolucionaria: la alegría y la tristeza son indicadores del aumento o disminución de nuestra potencia de obrar. La alegría es el afecto que acompaña al paso a una mayor perfección; la tristeza, el afecto ligado a una disminución de potencia (Spinoza, 1677/2011, III, def. 2–3).

Esto significa que la ética puede medirse de manera casi “experimental”: cada vez que una acción nos conduce a mayor comprensión, autonomía y cooperación, sentimos alegría; cada vez que caemos en la ignorancia, la servidumbre o la dependencia pasional, experimentamos tristeza. La moral deja de ser una lista de mandatos externos y se convierte en un arte de cultivar las alegrías activas.

4.4 Conatus y libertad

La conexión entre conatus y libertad es decisiva. Para Spinoza, somos libres en la medida en que actuamos desde nuestra esencia, es decir, cuando nuestras acciones son determinadas por causas internas (ideas adecuadas) y no por impulsos externos que nos arrastran. La libertad no consiste en un “libre albedrío” incondicionado, sino en comprender la necesidad y actuar conforme a ella.

En este sentido, el conatus es tanto el punto de partida como la meta de la ética: nos muestra lo que somos (esfuerzo por existir) y lo que podemos llegar a ser (seres libres que actúan por comprensión).

4.5 Dimensión pedagógica del conatus

El concepto de conatus tiene también un alcance pedagógico. Para los jóvenes que se inician en la filosofía, significa descubrir que su deseo de aprender, de crecer y de vivir con dignidad no es un accidente ni una simple inclinación, sino la expresión de su propia esencia. El estudio, la disciplina y la búsqueda de la verdad no son sacrificios externos, sino caminos para expandir esa potencia interior.

En la educación, esta idea es transformadora: el docente no debería imponer conocimiento como obligación externa, sino ayudar al estudiante a reconocer y orientar su conatus, es decir, a cultivar su deseo de existir de manera más plena, libre y racional.

Conclusión parcial del apartado

El conatus spinozista redefine la ética desde la raíz. Ya no se trata de obedecer normas externas, sino de comprender que la virtud es el despliegue pleno de la potencia de existir. Ser ético significa afirmar la vida con alegría, transformar los deseos en acciones racionales y perseverar en el ser con libertad interior. Así, la ética deja de ser un sistema de prohibiciones y se convierte en un arte de vivir en expansión.

5. AFECTOS Y SERVIDUMBRE HUMANA

Spinoza fue uno de los primeros filósofos en elaborar una anatomía rigurosa de los afectos humanos. Mientras muchos pensadores los habían considerado meros obstáculos para la razón, él los trató como fenómenos naturales que debían ser comprendidos con la misma claridad con que se estudian las leyes físicas. En la Ética, particularmente en la Parte III, define los afectos como “las afecciones del cuerpo por las cuales aumenta o disminuye, ayuda o reprime la potencia de obrar de ese cuerpo, y a la vez las ideas de esas afecciones” (Spinoza, 1677/2011, III, def. 3).

De este modo, los afectos son movimientos de la existencia que pueden empoderarnos (aumentando nuestra potencia) o debilitarnos (reduciéndola). No son “pecados” ni “fallas morales” en sentido religioso, sino respuestas naturales. Sin embargo, cuando no comprendemos sus causas, nos convertimos en esclavos de ellos. A esta condición Spinoza la llama servidumbre humana (servitus).

5.1 Pasiones y acciones

Spinoza distingue entre dos tipos de afectos:

·         Pasiones (affectus passivi): cuando algo externo nos afecta y somos determinados desde fuera, sin comprender la causa.

·         Acciones (affectus activi): cuando actuamos por la sola necesidad de nuestra naturaleza, desde ideas adecuadas, siendo causa suficiente de lo que ocurre en nosotros.

El problema de la vida humana es que la mayor parte del tiempo nos dejamos arrastrar por pasiones: ira, miedo, envidia, odio, esperanza vana. En estos estados, no somos dueños de nuestra existencia; reaccionamos como hojas movidas por el viento de las circunstancias externas.

La ética spinozista no consiste en reprimir las pasiones, como propuso el estoicismo clásico, sino en transformarlas en acciones activas. Este proceso no es automático ni sencillo: requiere un conocimiento claro de sus causas y un trabajo constante de la razón sobre la experiencia.

5.2 Alegría y tristeza: brújulas de la vida afectiva

Spinoza identifica tres afectos fundamentales de los que derivan todos los demás: deseo, alegría y tristeza.

El deseo es el esfuerzo consciente del conatus.

La alegría es el paso a una mayor perfección, cuando nuestra potencia aumenta.

La tristeza es el paso a una menor perfección, cuando nuestra potencia disminuye (Spinoza, 1677/2011, III, prop. 11).

Estos tres afectos funcionan como brújulas morales: nos orientan hacia lo que fortalece o debilita nuestro ser. Pero sin un conocimiento adecuado, podemos confundirnos y quedar atrapados en una oscilación de pasiones que Spinoza describe como inconstancia del alma.

Por ejemplo, la esperanza y el miedo son pasiones hermanas: ambas expresan una incertidumbre sobre el futuro. La esperanza es alegría inestable; el miedo, tristeza anticipada. En ambos casos, nuestra potencia depende de causas externas, lo que nos convierte en siervos de lo que no controlamos.

5.3 La servidumbre humana

En la Parte IV de La Ética, Spinoza se enfrenta a un diagnóstico realista: “Los hombres se engañan si creen ser libres; en realidad, ignoran las causas que los determinan” (Spinoza, 1677/2011, II, prop. 35, escolio). Esta ilusión de libertad es parte de nuestra servidumbre.

La servidumbre humana se manifiesta en la incapacidad de gobernar los afectos. Vivimos arrastrados por pasiones que nos hacen depender de los demás, de la fortuna, de lo que opinan y hacen otros. Somos como esclavos que creen mandar, porque no perciben las cadenas invisibles que los sujetan.

Aquí Spinoza se muestra cercano a lo que siglos después Marx llamará alienación: la pérdida de control sobre nuestra propia vida y nuestra propia esencia. En ambos casos, la liberación pasa por comprender las causas que nos determinan y actuar desde esa comprensión.

5.4 Caminos de liberación

Aunque el diagnóstico de la servidumbre parece sombrío, Spinoza ofrece vías de emancipación. No se trata de eliminar las pasiones —pues forman parte de nuestra naturaleza—, sino de reordenarlas mediante la razón. Algunas estrategias que propone son:

Conocimiento adecuado de los afectos: comprender sus causas externas e internas. El simple hecho de conocer un afecto lo transforma en parte de la acción racional.

Generación de afectos más fuertes: una pasión solo puede ser vencida por otra más intensa, preferiblemente un afecto activo como la alegría de comprender.

Nociones comunes: identificar lo que compartimos con otros seres humanos para construir afectos comunes más estables.

Reencuadre racional: ver los acontecimientos como parte de la necesidad de la naturaleza, lo que disminuye la ira, el odio y el resentimiento (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 3).

Estas técnicas constituyen una auténtica terapia filosófica. La ética de Spinoza no solo explica qué es la servidumbre; ofrece herramientas prácticas para salir de ella.

5.5 Actualidad del diagnóstico

Hoy, en un mundo dominado por la manipulación mediática, las redes sociales y los discursos políticos cargados de emociones, la crítica spinozista a la servidumbre humana cobra nueva vigencia. Muchos viven atrapados en ciclos de miedo, ira, envidia o esperanza ilusoria, sin comprender que estas pasiones los debilitan. La propuesta de Spinoza nos recuerda que la libertad comienza con la lucidez: nombrar lo que sentimos, entender sus causas y transformarlo en potencia activa.

Conclusión parcial del apartado

La teoría de los afectos y de la servidumbre humana muestra la profundidad psicológica y política de la ética spinozista. Lejos de moralizar las pasiones, Spinoza las estudia como realidades naturales que pueden esclavizarnos o liberarnos, según cómo las comprendamos. La tarea ética es entonces pasar de la pasividad a la actividad, de la servidumbre a la libertad, de la tristeza a la alegría racional. Esta pedagogía de los afectos constituye uno de los legados más fecundos de su filosofía.

6.1 LA NECESIDAD DE LA NATURALEZA

Spinoza sostiene que todo lo que existe se sigue necesariamente de la naturaleza infinita de Dios/Naturaleza. No hay nada contingente ni arbitrario: cada acontecimiento tiene una causa suficiente. Esta visión determinista no pretende humillar al ser humano, sino situarlo dentro de un orden inteligible.

De hecho, para Spinoza la verdadera esclavitud radica en creer que actuamos libremente cuando en realidad somos arrastrados por pasiones y causas externas que no entendemos. La libertad aparece cuando comprendemos las causas que nos determinan y logramos actuar como causas adecuadas de nuestras acciones.

En este sentido, la libertad no se opone a la necesidad: es la conciencia de la necesidad. El hombre libre es aquel que entiende que todo ocurre conforme al orden eterno de la naturaleza y que puede orientar su vida en armonía con ese orden.

6.2 Libertad y razón

La razón juega un papel central en esta concepción. Cuando actuamos movidos por pasiones ciegas, no somos libres; somos esclavos de causas externas. En cambio, cuando actuamos de acuerdo con ideas adecuadas, comprendiendo las causas, alcanzamos la verdadera libertad.

Esto significa que la libertad no depende de “elegir lo que queramos”, sino de querer lo que entendemos. Un ejemplo sencillo puede aclararlo: alguien dominado por la ira cree que actúa libremente al gritar o golpear, pero en realidad está siendo arrastrado por una causa externa. En cambio, quien comprende las razones de su enojo y decide responder de modo racional, actúa desde su propia naturaleza, siendo causa adecuada de su acción.

Aquí Spinoza se distancia tanto del voluntarismo religioso como de la moral kantiana. Para Kant, la libertad se define como obediencia a la ley moral universal autoimpuesta (Kant, 1785/2002). Spinoza, en cambio, la entiende como conocimiento y acción adecuada: no obedecer leyes externas, ni siquiera autoimpuestas, sino actuar desde la comprensión de lo que somos y de nuestra relación con la naturaleza.

6.3 La paradoja de la libertad

La paradoja spinozista es que somos libres precisamente cuando reconocemos que no somos absolutamente libres. El ser humano no puede escapar a la necesidad natural, pero puede aprender a reconocerla y vivir de acuerdo con ella. La resignación pasiva no es libertad, sino sumisión. La libertad auténtica consiste en transformar el conocimiento de la necesidad en potencia activa.

De allí surge la célebre definición del hombre libre que da Spinoza: “El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría es una meditación, no de la muerte, sino de la vida” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 67). El hombre libre no se obsesiona con lo que no controla (el destino, la muerte), sino que concentra su energía en lo que puede comprender y transformar: su vida presente, su potencia de existir.

6.4 Libertad y política

La concepción spinozista de la libertad tiene también implicaciones políticas. Un Estado que intenta gobernar mediante el miedo y la superstición mantiene a los ciudadanos en servidumbre. En cambio, un Estado que fomenta la libertad de pensamiento y la educación racional favorece la construcción de ciudadanos libres, capaces de actuar en común.

Esto conecta la ética con la política: no hay libertad individual sin condiciones colectivas que la hagan posible. Por eso Spinoza insiste en que la libertad de filosofar y de expresarse no es una amenaza al Estado, sino su mayor garantía de estabilidad (Spinoza, 1670/2003).

6.5 Vigencia actual

En la actualidad, la definición spinozista de libertad conserva plena vigencia. Vivimos en sociedades donde la manipulación mediática y las pasiones colectivas condicionan decisiones políticas y personales. Muchos creen ser libres porque “eligen”, pero no perciben las cadenas invisibles que guían sus elecciones: publicidad, ideologías, algoritmos. La lección de Spinoza es clara: no somos libres mientras no comprendamos las causas que nos mueven. La auténtica libertad requiere disciplina intelectual, educación crítica y capacidad de transformar pasiones en acciones racionales. Solo así dejamos de ser juguetes de fuerzas externas y comenzamos a vivir como sujetos activos.

Conclusión parcial del apartado

La libertad, en Spinoza, no es un don sobrenatural ni un libre albedrío incondicionado. Es la conciencia de la necesidad y la capacidad de actuar como causa adecuada de nuestras acciones. Esta definición transforma radicalmente la ética: ser libre es vivir de acuerdo con la razón, comprender las causas que nos determinan y orientar nuestra existencia hacia la alegría activa y la cooperación con los demás.

7. LA VIRTUD COMO FIRMEZA Y GENEROSIDAD

Uno de los aspectos más originales de la ética spinozista es su manera de concebir la virtud. A diferencia de las tradiciones morales que identificaban lo virtuoso con obediencia a normas divinas o con sacrificio personal, Spinoza entiende la virtud como la expresión misma de la potencia de existir. Como vimos con el conatus, cada ser tiende a perseverar en su ser; en el ser humano, esa perseverancia se traduce en la búsqueda de lo que aumenta su capacidad de obrar y comprender. Por eso, en Spinoza, virtud y potencia son sinónimos: “Por virtud y potencia entiendo lo mismo” (Spinoza, 1677/2011, IV, def. 8).

Sin embargo, esta definición general se concreta en dos disposiciones fundamentales que constituyen el núcleo de la vida ética: la firmeza (fortitudo) y la generosidad (generositas).

7.1 Firmeza: perseverar desde la razón

La firmeza es la virtud que consiste en actuar siempre de acuerdo con la razón en lo que concierne al propio provecho. No se trata de un egoísmo ciego, sino de un amor racional a sí mismo. Spinoza afirma que “el esfuerzo por conservarse es la primera y única virtud, y consiste en vivir de acuerdo con las leyes de la propia naturaleza” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 18, escolio).

El hombre firme no es quien se deja arrastrar por los caprichos del momento, sino quien orienta sus acciones según un conocimiento adecuado de sí mismo y de la naturaleza. Su vida no está regida por miedos ni esperanzas vacías, sino por la comprensión de lo que le conviene en términos de aumentar su potencia.

Podríamos decir que la firmeza es la columna vertebral de la ética spinozista: sin ella, todo se reduce a fluctuaciones pasionales. Con ella, la vida adquiere dirección y estabilidad.

7.2 Generosidad: aumentar la potencia de los demás

La generosidad es la disposición de actuar de acuerdo con la razón en lo que concierne al bien de los otros. Spinoza la define como el deseo de ayudar a los demás a conservar su ser, es decir, a aumentar su propia potencia (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 37).

Aquí aparece una idea profundamente innovadora: la virtud no es solo individual, sino también social. Nadie puede aumentar su potencia aislado; la cooperación con otros seres humanos es necesaria para desarrollar plenamente nuestra naturaleza. De allí que la generosidad no sea un gesto altruista de sacrificio, sino una estrategia racional: ayudar al otro es, en última instancia, ayudarse a uno mismo, porque la potencia del individuo está ligada a la potencia de la comunidad.

Este punto conecta con la noción de nociones comunes: ideas que expresan lo que compartimos con los demás y que nos permiten construir afectos positivos estables, como la amistad y la confianza.

7.3 Amistad, cooperación y vida común

La combinación de firmeza y generosidad da lugar a una vida ética concreta: una vida marcada por la amistad, la cooperación y la justicia. Spinoza afirma que “nada hay más útil al hombre que el hombre” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 18, escolio). Esta afirmación resume su ética social: la convivencia no es un mal necesario, sino una fuente de fortalecimiento.

En un sentido práctico, esto significa que el hombre virtuoso busca establecer vínculos que potencien tanto su vida como la de los demás. La amistad y la cooperación no son simples adornos morales, sino expresiones racionales de nuestro propio conatus. La justicia, entendida como dar a cada uno lo que le corresponde dentro de la vida común, es también una exigencia de la razón.

7.4 Puentes con otros pensadores

La visión spinozista de la virtud se conecta con otros “gigantes” del pensamiento, aunque con diferencias notables:

Aristóteles entendía la virtud como hábito que conduce a la eudaimonía. Spinoza la redefine como potencia activa, ligada a la comprensión.

Rousseau habló del contrato social como base de la convivencia; Spinoza fundamenta esa convivencia en la racionalidad del conatus compartido.

Hegel describió la libertad como realización en las instituciones éticas; Spinoza aporta la psicodinámica de los afectos que sostiene esa libertad.

Marx y Engels pusieron el acento en la cooperación económica y la lucha de clases; Spinoza ya había mostrado cómo la potencia individual se expande en el terreno común.

Durkheim vio la moral como hecho social; Spinoza explicó cómo surge de la interdependencia racional de los individuos.

7.5 Vigencia actual

Hoy, en un mundo donde domina el individualismo competitivo, la ética de la firmeza y la generosidad tiene un valor renovado. La firmeza enseña a resistir la manipulación de los afectos colectivos —como el miedo o la ira— y a perseverar en lo que fortalece nuestra vida. La generosidad nos recuerda que no hay libertad posible sin cooperación, y que la solidaridad no es un deber impuesto desde fuera, sino una consecuencia racional de nuestra propia naturaleza.

La ética spinozista puede inspirar tanto a individuos como a comunidades: en el plano personal, como disciplina de autoconocimiento y autocontrol; en el plano social, como fundamento de políticas que promuevan la cooperación, la justicia y la equidad.

Conclusión parcial del apartado

La virtud, en Spinoza, se resume en dos disposiciones fundamentales: firmeza para perseverar en la propia potencia de existir, y generosidad para aumentar la potencia de los demás. Estas virtudes no se presentan como mandatos externos ni como sacrificios, sino como expresiones necesarias de la razón. Ser virtuoso, en este sentido, no es renunciar a la vida, sino expandirla en comunidad.

8. EL AMOR INTELECTUAL DE DIOS Y LA BEATITUD

La culminación de La Ética se encuentra en su quinta parte, donde Spinoza aborda lo que llama la libertad humana y el amor intelectual de Dios (amor Dei intellectualis). Después de analizar el conatus, los afectos, la servidumbre y la virtud, Spinoza propone un horizonte más alto: la posibilidad de alcanzar una beatitud estable, una forma de felicidad que no depende de circunstancias externas, sino del conocimiento adecuado de la realidad.

Este desenlace no es un añadido místico a una obra racional, sino la consecuencia lógica de todo el sistema. Si Dios y la Naturaleza son una misma realidad, comprender nuestra inserción en ese orden necesario produce una alegría superior: el amor intelectual, que Spinoza identifica con la forma más perfecta de libertad.

8.1 Dios sive Natura: base de la beatitud

Para entender el amor intelectual de Dios, es esencial recordar la premisa de la ontología spinozista: Deus sive Natura, es decir, Dios o la Naturaleza son lo mismo (Spinoza, 1677/2011, I, prop. 15). No se trata de un Dios trascendente, personal y antropomórfico, sino de la sustancia única, infinita y eterna de la que todo se sigue.

El amor intelectual de Dios no es un sentimiento devocional hacia un ser externo, sino la experiencia de alegría que acompaña al conocimiento adecuado de esta realidad. Al comprender que formamos parte de un todo necesario, nuestra mente experimenta una unión con la infinitud de la Naturaleza. Este amor es intelectual porque surge de la razón, no de la fe ni de la imaginación.

8.2 Beatitud: alegría activa y estable

Spinoza define la beatitud (beatitudo) como la alegría que nace de este amor intelectual y que no puede ser perturbada por pasiones externas. A diferencia de los placeres efímeros o de las emociones fluctuantes, la beatitud es un estado de plenitud estable.

En palabras de Spinoza: “La beatitud no es el premio de la virtud, sino la virtud misma; ni gozamos de ella porque reprimimos nuestros apetitos, sino, al contrario, porque gozamos de ella podemos reprimirlos” (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 42, escolio). Esta afirmación invierte por completo la lógica religiosa: la felicidad no es una recompensa futura por obedecer, sino la consecuencia presente de comprender y vivir de acuerdo con la razón.

8.3 El hombre libre y la eternidad del alma

Spinoza afirma que la mente humana puede alcanzar una forma de eternidad. No se trata de la inmortalidad personal en sentido religioso, sino de que el conocimiento adecuado de la realidad nos conecta con la infinitud de la sustancia. En la medida en que nuestra mente comprende verdades eternas, participa de la eternidad (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 23).

Así, el hombre libre no teme a la muerte, porque sabe que su verdadera felicidad no depende de conservar un yo individual separado, sino de experimentar la unión intelectual con el todo. Esta visión se acerca a lo que algunos intérpretes llaman un “misticismo racional” (Deleuze, 2001): un éxtasis sin irracionalidad, una espiritualidad fundada en la razón.

8.4 Amor intelectual y vida comunitaria

Aunque el amor intelectual de Dios puede parecer una experiencia individual, Spinoza subraya que también tiene una dimensión social. Quien comprende la necesidad de la naturaleza y experimenta la beatitud se vuelve más propenso a la generosidad, la justicia y la cooperación. La alegría estable que nace del conocimiento refuerza los vínculos comunitarios.

En este sentido, la beatitud no nos aparta de la vida social, como sucedía con algunas formas de misticismo religioso, sino que nos inserta más profundamente en ella. La serenidad del sabio spinozista no lo convierte en un ermitaño, sino en un ciudadano más firme y más justo.

8.5 Vigencia de la beatitud spinozista

En la actualidad, donde la felicidad suele confundirse con consumo, éxito superficial o satisfacción inmediata, la noción spinozista de beatitud resulta profundamente crítica. Nos recuerda que la verdadera alegría no depende de acumular bienes externos, sino de cultivar un conocimiento adecuado de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo.

Además, en tiempos marcados por la ansiedad, la depresión y la inestabilidad emocional, el amor intelectual de Dios aparece como una alternativa ética y pedagógica: enseñar a los jóvenes que la libertad y la felicidad no se logran con impulsos pasajeros, sino con disciplina racional y cooperación solidaria.

Conclusión parcial del apartado

El amor intelectual de Dios y la beatitud constituyen la cima de la ética spinozista. No son experiencias sobrenaturales ni recompensas futuras, sino el fruto natural de la vida racional. La beatitud es la virtud misma: una alegría activa y estable que se alcanza al comprender nuestra inserción en la necesidad de la naturaleza. Esta meta no nos aparta del mundo, sino que nos devuelve a él con más generosidad, firmeza y serenidad.

9. OBJECIONES Y CRÍTICAS CLÁSICAS

El pensamiento de Spinoza, radical y profundamente original, no tardó en generar reacciones adversas. Su concepción de Dios como Naturaleza, su rechazo del libre albedrío y su afirmación de que la ética no depende de mandatos externos fueron vistas como una amenaza tanto por autoridades religiosas como por filósofos posteriores. Para algunos, Spinoza fue un hereje peligroso; para otros, un precursor de la modernidad racional. Examinar estas críticas es indispensable, porque nos permite comprender mejor la originalidad y los límites de su propuesta ética.

9.1 Determinismo y fatalismo

Una de las objeciones más frecuentes es que el sistema de Spinoza conduce a un determinismo paralizante. Si todo ocurre por necesidad, ¿qué sentido tiene esforzarse por actuar bien o por cambiar el mundo? ¿No convierte eso la ética en un mero espectáculo donde ya todo está decidido?

Spinoza responde de manera clara: conocer la necesidad no significa resignarse, sino ganar libertad. La comprensión transforma nuestra posición causal. El ignorante es arrastrado como un esclavo por causas externas; el sabio, al entender esas causas, se convierte en causa adecuada de sus acciones (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 3). El determinismo, lejos de ser fatalista, es la condición de posibilidad de la libertad racional.

9.2 Elitismo intelectual

Otra crítica común sostiene que la ética spinozista sería elitista: solo los sabios capaces de comprender ideas adecuadas podrían alcanzar la libertad y la beatitud. ¿Qué pasa con la mayoría de los hombres, atrapados en pasiones e ignorancia?

Es cierto que Spinoza admite distintos grados de libertad. No todos alcanzan el amor intelectual de Dios. Sin embargo, su propuesta no es excluyente: cualquier persona puede aumentar su comprensión y, por lo tanto, su libertad. La educación, la vida comunitaria y las instituciones políticas justas tienen como misión favorecer ese aumento (Spinoza, 1670/2003). De este modo, la ética no es un privilegio de unos pocos, sino una tarea colectiva de ampliación progresiva de la razón.

9.3 ¿Ética sin deberes?

Otra objeción proviene de la comparación con Kant y las éticas del deber. Spinoza no formula imperativos categóricos ni reglas universales, lo que lleva a algunos a pensar que su ética carece de normatividad.

La respuesta es que la normatividad en Spinoza surge de la misma naturaleza humana: ayudar a los demás y vivir en cooperación no es un deber externo, sino una consecuencia necesaria de nuestro conatus. En palabras de Spinoza: “Nada hay más útil al hombre que el hombre” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 18, escolio). La justicia, la amistad y la generosidad no son mandatos arbitrarios, sino derivaciones racionales de lo que somos.

9.4 La frialdad de la razón

Se ha dicho también que la ética spinozista sería demasiado fría, reduciendo la vida a un cálculo racional que elimina la riqueza de los afectos. Desde esta perspectiva, la alegría estable de la beatitud parecería una especie de anestesia emocional.

Nada más alejado del pensamiento de Spinoza. Para él, la razón no anula las pasiones, sino que las ordena y transforma. El hombre libre no es alguien insensible, sino alguien que cultiva afectos activos, especialmente la alegría. El amor intelectual de Dios no es frialdad, sino la forma más intensa de alegría racional (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 32).

9.5 Materialismo o ateísmo encubierto

Finalmente, muchos contemporáneos de Spinoza lo acusaron de ateísmo. Al identificar a Dios con la naturaleza, parecía negar la existencia de un Dios personal y providente. Esta acusación lo persiguió durante siglos, hasta el punto de que el término “spinozismo” llegó a ser usado como sinónimo de “herejía”.

Sin embargo, Spinoza nunca negó a Dios; lo redefinió. Su Dios no es un legislador antropomórfico, sino la sustancia infinita que constituye la realidad. Para él, reconocer a Dios es reconocer la infinitud de la naturaleza y vivir de acuerdo con ella. En este sentido, su ética no destruye la espiritualidad, sino que la transforma en una forma de espiritualidad racional.

9.6 Vigencia de las críticas

Muchas de estas objeciones siguen resonando hoy. Frente a la cultura del consumo, algunos consideran que la ética spinozista exige una disciplina intelectual difícil de sostener. Frente a la política contemporánea, otros temen que su determinismo debilite la responsabilidad individual. Sin embargo, la experiencia muestra lo contrario: la filosofía de Spinoza puede ser una herramienta poderosa para formar ciudadanos más críticos, conscientes y solidarios.

Conclusión parcial del apartado

Las objeciones dirigidas a Spinoza —determinismo, elitismo, falta de deberes, frialdad y ateísmo— muestran hasta qué punto su pensamiento incomodó a las tradiciones dominantes. Pero lejos de debilitar su ética, estas críticas resaltan su fuerza: ofrecer un camino de libertad y beatitud sin recurrir a mitos ni mandatos externos. La ética spinozista resiste el paso del tiempo porque se apoya en una visión clara de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser mediante la razón.

10. VIGENCIA ACTUAL DE LA ÉTICA SPINOZISTA

Han pasado más de tres siglos desde la muerte de Baruch Spinoza, pero su pensamiento conserva una sorprendente actualidad. Sus reflexiones sobre la potencia, los afectos, la libertad y la virtud no son piezas de museo, sino herramientas vivas para enfrentar los desafíos contemporáneos. En un mundo atravesado por la manipulación mediática, el consumismo, la polarización política y las crisis emocionales, la ética spinozista se presenta como un mapa de navegación hacia una vida más racional, autónoma y solidaria.

10.1 Spinoza y la educación: formar para la autonomía

Una de las lecciones más valiosas de Spinoza es que el conocimiento adecuado es el camino hacia la libertad. En un contexto donde la educación muchas veces se reduce a mera transmisión de datos o a entrenamiento técnico, recuperar la dimensión ética y formativa del pensamiento spinozista es crucial.

Educar no es imponer desde fuera, sino ayudar a cada estudiante a orientar su conatus, a reconocer sus deseos, a comprender sus afectos y a transformarlos en acciones racionales. Esto significa cultivar la disciplina intelectual, la firmeza para perseverar en el estudio y la generosidad para compartir el conocimiento con los demás.

En la era de la información y de las redes sociales, donde abundan la desinformación y las emociones virales, la propuesta de Spinoza funciona como una pedagogía crítica: enseñar a los jóvenes a pensar con claridad, a no dejarse arrastrar por pasiones colectivas, y a buscar alegrías activas que fortalezcan su vida interior y comunitaria.

10.2 Spinoza y la política: contra el miedo y la manipulación

En su Tratado teológico-político, Spinoza fue contundente: los regímenes que gobiernan a través del miedo y la superstición condenan a los pueblos a la servidumbre. Esta afirmación sigue teniendo una fuerza enorme hoy, cuando muchos gobiernos apelan al miedo —a la inseguridad, al otro, al diferente— para consolidar su poder.

La ética spinozista enseña que la política auténtica debe fundarse en la razón y en la cooperación. El ciudadano libre no es aquel que puede hacer lo que quiera, sino aquel que participa activamente en la vida común, guiado por ideas adecuadas y afectos positivos. En este sentido, Spinoza anticipa las democracias modernas, donde la libertad de expresión y la educación crítica son pilares de la estabilidad social (Nadler, 2013).

Además, su análisis de los afectos permite entender la manipulación mediática actual: líderes y campañas políticas que se sostienen en el odio, la ira o el miedo están reforzando la servidumbre humana. Combatir esto requiere no solo instituciones justas, sino también ciudadanos educados en el espíritu de la ética spinozista: firmes, generosos y capaces de transformar pasiones en acciones.

10.3 Spinoza y la vida cotidiana: alegría frente a tristeza

La propuesta de Spinoza no se limita a la educación o la política; toca la vida cotidiana. En un mundo donde la tristeza, la ansiedad y la depresión se han vuelto fenómenos masivos, su filosofía ofrece una terapia racional: identificar los afectos que nos disminuyen, comprender sus causas y transformarlos en alegrías activas.

La búsqueda de la beatitud, entendida como alegría estable, puede verse como un antídoto frente a la lógica consumista que nos hace depender de bienes externos y efímeros. La felicidad no está en el mercado, sino en la comprensión, la cooperación y la vida en comunidad.

Asimismo, su noción de generosidad tiene un valor inmenso en tiempos de individualismo extremo. Recordar que “nada hay más útil al hombre que el hombre” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 18, escolio) es un recordatorio de que la vida florece en el encuentro con los demás, no en la competencia destructiva.

10.4 Una ética para el siglo XXI

Podemos afirmar que la ética spinozista ofrece un horizonte para los problemas actuales:

Frente a la posverdad y la manipulación digital, propone claridad, definiciones precisas y pensamiento racional.

Frente al populismo del miedo, propone ciudadanos libres que comprendan las causas de sus afectos.

Frente al consumismo vacío, propone una felicidad estable basada en el conocimiento y la cooperación.

Frente a la fragmentación social, propone firmeza y generosidad como virtudes fundamentales para sostener comunidades justas.

Spinoza nos recuerda que la libertad no se compra ni se decreta: se cultiva mediante la razón, la disciplina intelectual y la práctica de la virtud.

Conclusión parcial del apartado

La vigencia de Spinoza no radica solo en su valor histórico, sino en su capacidad para iluminar problemas presentes. Su ética de la potencia, la libertad y la alegría sigue siendo una herramienta de emancipación frente al miedo, la manipulación y la tristeza colectiva. En la educación, la política y la vida cotidiana, Spinoza aparece como un pedagogo de la libertad, cuya lección esencial es que solo quien comprende puede ser verdaderamente libre.

11. CONCLUSIÓN

El recorrido realizado a lo largo de este ensayo permite afirmar con convicción que Baruch Spinoza fue un pensador que llevó la filosofía a su máxima radicalidad: pensar la vida humana no desde la obediencia a dogmas ni desde la arbitrariedad de la voluntad, sino desde la necesidad racional de la naturaleza. Su obra La Ética, organizada con método geométrico, constituye una de las arquitecturas filosóficas más consistentes de la modernidad. En ella, la ontología, la teoría del conocimiento y la moral se entrelazan en un sistema donde la libertad, la virtud y la felicidad se comprenden como dimensiones inseparables de la misma realidad.

A lo largo de los apartados hemos visto cómo el conatus —el esfuerzo por perseverar en el ser— es el núcleo vital de toda ética, cómo los afectos pueden esclavizar o liberar según la claridad de nuestra comprensión, y cómo la libertad no es libre albedrío caprichoso, sino la conciencia de la necesidad. En este horizonte, la virtud no se reduce a obediencia, sino que se expresa en dos disposiciones fundamentales: firmeza para guiar la propia vida con razón, y generosidad para cooperar en la vida común.

La culminación de este camino se encuentra en el amor intelectual de Dios y en la beatitud, experiencias que no son promesas de un más allá, sino logros de la vida presente. En ellas se condensa la enseñanza central de Spinoza: la verdadera felicidad no depende de bienes externos ni de esperanzas ilusorias, sino del conocimiento adecuado de nosotros mismos y de nuestra inserción en la naturaleza.

En términos históricos, Spinoza rompió con la moral tradicional de su tiempo y desafió a las instituciones religiosas y políticas que pretendían controlar las conciencias. Esa valentía le costó la excomunión, el aislamiento y la censura, pero le dio la libertad para construir un pensamiento autónomo, capaz de iluminar siglos posteriores. Como bien señaló Platón, “el que dice la verdad puede ganarse enemistades, aunque actúe con rectitud” (Platón, 399 a.C./2017, p. 35). Spinoza fue, sin duda, uno de esos hombres que pagaron el precio de la verdad.

En términos actuales, la ética spinozista se revela como una herramienta imprescindible. Frente a la manipulación emocional de la política contemporánea, propone la claridad de la razón. Frente al consumismo vacío que promete felicidad en objetos efímeros, ofrece una beatitud estable basada en la comprensión. Frente a la tristeza, la ansiedad y la servidumbre afectiva de nuestro tiempo, recuerda que la libertad comienza cuando aprendemos a nombrar, comprender y transformar nuestras pasiones.

La conclusión de este ensayo no puede ser otra: Spinoza nos enseñó que ser libre es comprender, y que comprender es vivir en alegría y cooperación. Su ética no es un sistema muerto, sino una pedagogía de la autonomía que puede inspirar tanto a estudiantes como a ciudadanos. En sus páginas resuena una invitación urgente y universal: dejar de ser esclavos de los miedos y pasiones, para vivir como sujetos activos, firmes y generosos.

En este sentido, Spinoza se erige no solo como un gigante del pensamiento filosófico, sino también como un maestro de vida, cuya lección central es que la verdad, aunque incómoda, es siempre liberadora.

12. REFLEXIÓN FINAL PERSONAL

Mi acercamiento a Spinoza no fue un acontecimiento meramente académico, sino una experiencia que transformó mi manera de comprender la vida y la ética. Durante mi proceso de formación universitaria, en el estudio de Filosofía, Lógica, Lógica Dialéctica y Sociología, entré en contacto con varios de los grandes pensadores de la modernidad: Comte, Durkheim, Marx, Engels, Rousseau, Hegel. Cada uno aportó elementos valiosos, pero fue Spinoza quien me mostró con mayor claridad que la verdadera libertad no consiste en obedecer mandatos externos, sino en aprender a pensar con autonomía y vivir de acuerdo con la razón.

Leer La Ética fue encontrar una brújula en medio de la confusión. Spinoza me enseñó que la virtud no es un sacrificio impuesto, sino la potencia misma de existir; que la libertad no es hacer lo que se quiere, sino comprender las causas que nos determinan; y que la felicidad no es un premio futuro, sino la beatitud presente de la alegría racional. Comprendí, como decía Newton, que para ver más lejos debía subirme a hombros de gigantes, y entre ellos Spinoza se convirtió en una guía imprescindible (Newton, 1676/1959).

Su pensamiento no es cómodo: exige disciplina intelectual, paciencia, constancia. En un mundo donde domina la inmediatez, la superficialidad y la manipulación de los afectos, leer a Spinoza es un acto de resistencia. Pero esa dificultad inicial se compensa con creces, porque nos devuelve algo más valioso: la capacidad de orientarnos por nosotros mismos. Platón lo advirtió: “El que dice la verdad puede ganarse enemistades, aunque actúe con rectitud” (Platón, 399 a.C./2017, p. 35). Spinoza lo vivió en carne propia, y quienes lo leemos aprendemos también que pensar con libertad implica riesgos, pero también dignidad.

A los jóvenes que hoy inician su camino en la filosofía, les diría que no tengan miedo de acercarse a La Ética. Al principio, el método geométrico puede parecer frío o complicado, pero si se avanza con paciencia, el texto se abre como un mapa que enseña a comprendernos y a comprender el mundo. Spinoza les puede ayudar a reconocer que el deseo de aprender, de crear, de resistir, no es una casualidad, sino la expresión de su propio conatus. Les puede mostrar que las pasiones tristes —el miedo, la envidia, el odio— no son inevitables, sino obstáculos que la razón puede transformar en alegrías activas.

En un país y en un mundo donde tantas veces se manipula a las personas con miedo, superstición o ideología, leer a Spinoza es un acto emancipador. No se trata de repetir sus fórmulas, sino de vivir su enseñanza central: que la verdad libera, que la razón fortalece y que la alegría compartida es el signo más alto de la virtud. Si logramos transmitir a los jóvenes esta convicción, estaremos formando ciudadanos más firmes, más generosos y más libres.

Spinoza, en definitiva, no fue solo un filósofo del siglo XVII. Es un pedagogo para el presente, un maestro que enseña a vivir con dignidad en tiempos de confusión. Su ética me marcó en mi formación, y hoy la reivindico como una herencia que debemos rescatar y compartir. La filosofía no es un lujo académico: es un camino de emancipación personal y colectiva. Y en ese camino, Spinoza sigue siendo un compañero imprescindible.

REFERENCIAS

2.       Newton, I. (1959). Carta a Robert Hooke, 1676. En H. Turnbull (Ed.), The correspondence of Isaac Newton (Vol. 1). Cambridge University Press.

3.       Platón. (2017). Apología de Sócrates. Editorial Gredos. (Obra original publicada ca. 399 a.C.).

4.       Spinoza, B. (2011). Ética demostrada según el orden geométrico (trad. E. de Olaso). Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1677).

 

 

SAN SALVADOR, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2025

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