“VIRTUD Y POTENCIA: LA VIGENCIA DE LA ÉTICA SPINOZISTA EN
EL MUNDO ACTUAL”
POR MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
1. INTRODUCCIÓN
La historia de la filosofía se ha construido como una
sucesión de voces críticas que, en distintos momentos, se atrevieron a desafiar
los dogmas dominantes de sus épocas. Desde los presocráticos hasta los
pensadores modernos, la búsqueda de la verdad ha significado tanto un acto de
valentía como una aventura intelectual.
En mi propio proceso de formación académica,
especialmente en las materias de Filosofía, Lógica, Lógica Dialéctica y
Sociología, tuve la oportunidad de acercarme a autores que marcaron un antes y
un después en la historia del pensamiento: Augusto Comte, Emilio Durkheim, Karl
Marx, Federico Engels, Jean-Jacques Rousseau y Georg Wilhelm Friedrich Hegel,
entre otros. Cada uno de ellos dejó una huella formativa que enriqueció mi
visión del mundo y me ayudó a comprender la realidad social desde diversas
perspectivas.
Sin embargo, dentro de ese conjunto de “gigantes del
pensamiento”, hubo uno que me impactó profundamente: Baruch Spinoza
(1632–1677). Su obra, en particular La Ética, fue para mí un descubrimiento que
me obligó a replantear categorías, prejuicios y formas de ver la vida. Isaac
Newton expresó una frase célebre que sirve de brújula para quienes nos
adentramos en la filosofía: “Si he logrado ver más allá, es porque me subí a
hombros de gigantes” (Newton, 1676/1959, p. 416). Esa afirmación resume lo que
significa acercarse a Spinoza: mirar más lejos y con mayor claridad, no porque
tengamos todas las respuestas, sino porque aprendemos a sostenernos en la
lucidez de su pensamiento.
Spinoza vivió en un siglo convulso, marcado por la
tensión entre el avance de la razón y el peso de los dogmas religiosos. Su vida
quedó atravesada por un hecho decisivo: la excomunión de la comunidad judía de
Ámsterdam en 1656, cuando apenas tenía 24 años. A partir de ese momento, quedó
marginado de la tradición en la que había crecido, condenado al aislamiento y a
la desconfianza.
Sin embargo, esa
exclusión fue también la condición de posibilidad de su libertad intelectual.
En lugar de someterse al dogmatismo, eligió seguir el camino de la filosofía
como espacio de independencia y emancipación. Como decía Platón: “El que dice
la verdad puede ganarse enemistades, aunque actúe con rectitud” (Platón, 399
a.C./2017, p. 35). Spinoza encarnó esa sentencia con su vida y con su obra.
El propósito central de este ensayo es realizar una
lectura crítica y enérgica de La Ética, no solo como un tratado filosófico,
sino como una propuesta práctica de vida. Spinoza no se limita a especular
sobre el ser; construye un método que permite transformar la existencia. Frente
a la moral tradicional, basada en mandamientos externos y en el temor, Spinoza
propone una ética fundada en la razón, la libertad y la potencia de obrar. Se
trata de una ética que no reduce la virtud a la obediencia, sino que la
entiende como la capacidad de perseverar en el ser, de actuar conforme al
conocimiento y de experimentar la alegría como signo de expansión de la vida
(Spinoza, 1677/2011).
Esta ética, aunque formulada en el siglo XVII, conserva
plena vigencia en nuestros días. En una época marcada por fundamentalismos
religiosos, manipulación ideológica y pasiones colectivas que ciegan el juicio,
el pensamiento spinozista se levanta como un llamado a la autonomía y a la
lucidez. No se trata únicamente de leer a Spinoza como un clásico, sino de
reconocerlo como un pedagogo de la libertad: alguien que enseña a pensar, a
discernir y a vivir sin miedo.
De este modo, la tesis que guiará el presente ensayo es
que La Ética
constituye una pedagogía radical de la autonomía. En sus páginas se
conjugan metafísica, epistemología y moral para demostrar que la verdadera
libertad humana no consiste en la ausencia de restricciones, sino en la
comprensión de la necesidad que gobierna la realidad. Ser libre, en
el sentido spinozista, no significa elegir al azar, sino actuar a partir de la
razón, transformando las pasiones en acciones y alcanzando la beatitud a través
del amor intelectual de Dios o de la Naturaleza.
El desafío que plantea este texto es doble. Por un lado,
se trata de analizar el contexto histórico y filosófico en el que surge La
Ética para comprender su radicalidad. Por otro, se busca mostrar su utilidad
actual como guía de vida para las nuevas generaciones. Así, este ensayo no es
un ejercicio meramente académico, sino una reflexión con implicaciones
pedagógicas, sociales y políticas. Spinoza no solo nos invita a pensar: nos
convoca a vivir de otra manera, con firmeza, generosidad y alegría racional.
2. SPINOZA EN SU CONTEXTO HISTÓRICO
Entender la magnitud de La Ética requiere situar a Baruch
Spinoza en el marco histórico, cultural y político de su época. No se trata de
un ejercicio meramente descriptivo, sino de reconocer que su filosofía fue un
acto de resistencia en medio de un siglo marcado por tensiones profundas entre
razón y dogma, libertad y represión, ciencia y superstición.
Spinoza nació en 1632 en Ámsterdam, en una familia judía
sefardí que había huido de la Inquisición en Portugal. Es decir, llegó al mundo
en un ambiente atravesado por el exilio, la persecución religiosa y la búsqueda
de un espacio seguro para practicar la fe. Sin embargo, incluso en la
relativamente tolerante Holanda del siglo XVII, la libertad tenía límites que
Spinoza estaba destinado a desafiar.
2.1 Europa del siglo XVII: entre guerras y reformas
El siglo XVII europeo fue un escenario de enormes
convulsiones políticas y religiosas. Las guerras de religión aún marcaban la
memoria colectiva; la Reforma protestante había fragmentado la unidad cristiana
y el Concilio de Trento intentaba reafirmar el poder católico. Al mismo tiempo,
surgían las primeras manifestaciones de la modernidad científica con Galileo
Galilei, René Descartes y Johannes Kepler.
La ciencia se erigía como un nuevo lenguaje para
comprender el mundo, mientras los poderes religiosos luchaban por mantener el
control de las conciencias.
En este clima, Spinoza encontró inspiración y conflicto.
De Descartes heredó el rigor metodológico y la idea de que la filosofía debía
fundarse en principios claros y distintos. Sin embargo, fue mucho más allá:
rechazó la separación cartesiana entre alma y cuerpo, concibiendo al ser humano
como una unidad inseparable de pensamiento y extensión (Nadler, 2018). Esta visión no
solo era filosóficamente audaz; era políticamente peligrosa, pues desmontaba
los fundamentos de las religiones institucionales que dependían de la idea de
un Dios trascendente y de un alma inmortal.
2.2 La comunidad judía de Ámsterdam y la excomunión
La comunidad judía de Ámsterdam, formada en gran parte
por sefardíes expulsados de España y Portugal, ofrecía un espacio relativamente
seguro para el ejercicio religioso. No obstante, estaba sujeta a estrictas
reglas internas de disciplina. Spinoza fue educado en esta tradición, pero
desde joven comenzó a cuestionar las interpretaciones rígidas de la Escritura y
a criticar las supersticiones que dominaban a los fieles. Estas inquietudes lo
llevaron a un enfrentamiento con los líderes religiosos, quienes lo
consideraban un peligro para la estabilidad de la comunidad.
En 1656, a los 24 años, fue objeto de un cherem
(excomunión) particularmente severo, en el que se lo acusaba de “abominables
herejías” y se lo maldecía públicamente con fórmulas de rechazo y desprecio
(Nadler, 1999/2018). A partir de entonces, quedó marginado no solo de su
comunidad de origen, sino también de la vida social más amplia, pues su nombre
fue asociado con la herejía. Sin embargo, lejos de ser un final, este episodio
marcó el inicio de su libertad intelectual. Al quedar excluido de todo dogma
religioso, pudo dedicarse plenamente a construir un pensamiento autónomo,
guiado únicamente por la razón.
2.3 Una vida austera y dedicada al pensamiento
Tras la excomunión, Spinoza llevó una vida austera,
ganándose el sustento como pulidor de lentes. Esta ocupación, aunque modesta,
le permitió mantenerse al margen de los poderes económicos y religiosos,
conservando su independencia. En su correspondencia, se revela un hombre
tranquilo, apasionado por la reflexión, y profundamente comprometido con la
búsqueda de la verdad (Meradme, 2013). No buscó honores ni riquezas; eligió la
soledad y la precariedad como precio de la libertad de pensar.
Aun así, su pensamiento no circuló en el vacío. Spinoza
se mantuvo en contacto con círculos intelectuales interesados en la ciencia y
la filosofía. Su obra fue leída en secreto por quienes veían en ella una
alternativa a los dogmas tradicionales. Aunque censurada y prohibida en varios
lugares, La Ética logró sobrevivir y convertirse en un punto de referencia para
la modernidad.
2.4 Filosofía en tiempos de censura
El siglo XVII fue también una época de censura feroz.
Galileo había sido condenado en 1633 por sostener el heliocentrismo, y
Descartes debió retractarse públicamente de algunas afirmaciones para evitar problemas
con la Iglesia.
En este ambiente,
publicar un libro como el Tratado teológico-político (1670) equivalía a firmar
una sentencia de peligro. En él, Spinoza defendió la libertad de pensar y de expresar
ideas, afirmando que un Estado que intenta controlar las conciencias se condena
a la tiranía y a la inestabilidad (Spinoza, 1670/2003).
La radicalidad de Spinoza residía en que no se conformaba
con pedir tolerancia; exigía que la política y la religión se mantuvieran
separadas, y que la filosofía gozara de plena libertad. Estas ideas fueron
consideradas tan explosivas que el libro fue incluido en el Índice de libros
prohibidos y sus ediciones circularon de manera clandestina (Nadler,
2011/2013). De hecho, la osadía de escribir La Ética en ese contexto es una
prueba de su valentía filosófica: sabía que su obra sería atacada, pero eligió
continuar.
2.5 Contexto y radicalidad
Mirado en su conjunto, el contexto histórico de Spinoza
nos revela que su filosofía no fue un ejercicio académico abstracto, sino un
acto de resistencia cultural. En un mundo donde el poder religioso imponía
límites estrictos al pensamiento, Spinoza eligió la razón como única guía.
Esta decisión lo convirtió en un exiliado permanente:
rechazado por su comunidad, sospechoso para las iglesias cristianas y vigilado
por las autoridades políticas. Sin embargo, ese mismo aislamiento le permitió construir un
pensamiento que no debía nada a los dogmas, y que hasta hoy sigue siendo una de
las propuestas más consistentes para pensar la libertad humana.
3. EL MÉTODO GEOMÉTRICO Y LA ÉTICA COMO SISTEMA
Una de las características más sorprendentes de La Ética
es su forma: lejos de adoptar un estilo literario o un tratado moral con
ejemplos, Spinoza eligió escribirla more geometrico, es decir, “según el orden
geométrico”. El libro se organiza en definiciones, axiomas, proposiciones,
demostraciones, corolarios y escolios, imitando la lógica de los Elementos de
Euclides. Esta
decisión metodológica no es un capricho estilístico; expresa la convicción de
que la filosofía debía alcanzar el mismo grado de certeza que la geometría.
Para
Spinoza, la verdad no podía depender de opiniones cambiantes ni de autoridades
religiosas. Debía construirse sobre fundamentos claros, evidentes por sí
mismos, y desarrollarse con una rigurosa coherencia lógica. De allí que su ética no se presenta como un conjunto de
consejos morales, sino como un sistema completo en el que ontología,
epistemología y moral se integran en una única arquitectura racional (Melamed,
2013).
3.1 Razón contra superstición
El método geométrico es, en primer lugar, un antídoto
contra la superstición. Spinoza sabía que los dogmas religiosos mantenían su poder
gracias a la ambigüedad y a la manipulación de los afectos. Frente a eso, ofreció
definiciones precisas: de Dios, de sustancia, de afecto, de virtud. Cada
término debía tener un significado exacto, para evitar confusiones y
malentendidos.
Por ejemplo, al inicio de la obra define a Dios como “un ser
absolutamente infinito, es decir, una sustancia que consta de infinitos
atributos, cada uno de los cuales expresa una esencia eterna e infinita”
(Spinoza, 1677/2011, p. 45). Esta definición elimina de raíz la concepción
antropomórfica de un Dios personal que interviene caprichosamente en la
historia. De
allí se sigue toda la estructura del sistema: si Dios es la sustancia única,
todo lo que existe no es más que modos de esa sustancia.
El estilo geométrico es, por tanto, una pedagogía de la
claridad: obliga al lector a seguir paso a paso la cadena de razonamientos y a
abandonar el refugio cómodo de la fe ciega.
3.2 Ontología y ética: dos caras de un mismo proyecto
El método también revela algo decisivo: en Spinoza, la
ontología y la ética no son disciplinas separadas. El conocimiento de la realidad conduce
inevitablemente a un modo de vida. No se trata de “aplicar” después la
filosofía a la moral, sino de mostrar que la moralidad surge de la comprensión
de la naturaleza.
De esta manera, la Ética comienza hablando de
Dios/Naturaleza (Parte I), pasa al estudio de la mente y del cuerpo (Parte II),
analiza los afectos (Parte III), explica la servidumbre humana (Parte IV), y
culmina con la libertad lograda mediante el entendimiento (Parte V). La organización
geométrica refleja la unidad de este camino: no se puede entender la virtud sin
comprender antes qué somos, qué nos determina y cómo nos afectan las causas
externas.
Aquí radica la originalidad de Spinoza: la ética no
depende de un mandato divino externo ni de un contrato social artificial, sino
de la estructura misma de la realidad. Somos libres y virtuosos cuando vivimos
de acuerdo con la necesidad de la naturaleza. Dicho en otras palabras: la ética
es la ontología hecha vida (Deleuze, 2001).
3.3 Un sistema que incomoda
La radicalidad del método geométrico es también política.
Al organizar su obra como un sistema cerrado, Spinoza buscaba blindar su
pensamiento frente a la censura. No se limitaba a opinar: demostraba. Y, al
hacerlo, privaba a sus adversarios religiosos y políticos del argumento de que
su filosofía era un conjunto de “ocurrencias” personales.
A la vez, esa forma geométrica tenía un efecto retórico:
presentaba la ética como una verdad tan necesaria como los teoremas
matemáticos. La virtud dejaba de ser un consejo moral y se convertía en una
consecuencia inevitabldel ser. No es que “deberíamos” ser libres y racionales:
es que, al comprendernos, necesariamente tendemos hacia la libertad y la
alegría.
3.4 Críticas y valor pedagógico
Algunos intérpretes han criticado el método geométrico
por su rigidez, afirmando que dificulta la lectura y aleja al lector común
(Nadler, 2018). Sin embargo, este estilo tiene un valor pedagógico innegable: obliga a ejercitar
la paciencia, la disciplina y la lógica. Spinoza no ofrece un camino fácil;
invita a un entrenamiento intelectual que forma el carácter. En este
sentido, su ética no solo enseña contenidos, sino que moldea la actitud del
estudiante: aprender a pensar con rigor es parte de la liberación.
3.5 Sentido actual del método
Hoy, en una época dominada por la inmediatez, las redes
sociales y la superficialidad, el método spinozista tiene una vigencia
inesperada. Exige detenerse, analizar, definir con precisión, seguir una cadena
de argumentos sin distracciones. Frente a la velocidad y la confusión de la
información contemporánea, La Ética funciona como un ejercicio de resistencia
intelectual. Enseña que la libertad no se logra con atajos emocionales, sino
con disciplina racional.
Conclusión parcial del apartado
El método geométrico de Spinoza no es un simple
formalismo: es el núcleo mismo de su propuesta ética. Al ordenar su obra como
un sistema necesario, quiso demostrar que la moralidad no es un conjunto de
mandatos arbitrarios, sino el resultado de comprender la naturaleza y actuar en
conformidad con ella. La ética, en su proyecto, es tan rigurosa como un teorema
matemático, pero al mismo tiempo tan vital como el deseo de vivir. Este apartado
nos prepara para adentrarnos en el corazón de su pensamiento: el conatus, los
afectos y la definición de la virtud como potencia de obrar.
4. EL CONATUS: ESENCIA Y POTENCIA DE EXISTIR
La noción de conatus constituye uno de los pilares de la
filosofía de Spinoza y es la clave para entender por qué su ética se aparta de
los modelos tradicionales basados en mandamientos, recompensas o castigos. Mientras que la
moral religiosa de su tiempo concebía la virtud como obediencia a la ley
divina, Spinoza la redefine desde la naturaleza misma del ser humano: “Cada
cosa, en cuanto está en sí, se esfuerza por perseverar en su ser” (Spinoza,
1677/2011, III, prop. 6).
Este esfuerzo —conatus en latín— no es una elección ni
una inclinación subjetiva, sino la esencia misma de todo ente. En los seres humanos, se
manifiesta como apetito, deseo y voluntad. Así, la ética no puede construirse
desde normas externas, sino desde este impulso constitutivo: vivir es
perseverar y expandir nuestra potencia.
4.1 Virtud como potencia
Para Spinoza, virtud = potencia. Ser virtuoso no
significa obedecer mandamientos arbitrarios, sino actuar conforme a lo que
realmente somos: seres que buscan afirmar su existencia.
En la Ética se afirma con claridad: “Por virtud y
potencia entiendo lo mismo” (Spinoza, 1677/2011, IV, def. 8). Esta definición
desplaza de un golpe siglos de moral heterónoma.
La consecuencia es radical: una vida virtuosa no se mide
por sacrificios o renuncias, sino por la capacidad de aumentar nuestra potencia
de obrar y comprender. Todo aquello que nos fortalece —el conocimiento, la amistad,
la cooperación, la alegría activa— es virtuoso. Lo que nos debilita —la
ignorancia, el miedo, la sumisión, la tristeza pasiva— es vicioso.
En
este punto, Spinoza anticipa una ética de la afirmación de la vida que será
retomada siglos después por filósofos como Nietzsche, quien declarará que lo
bueno es aquello que eleva el sentimiento de poder, y lo malo, lo que lo
disminuye (Nietzsche, 1887/2008).
4.2 Deseo, apetito y voluntad
El conatus se despliega en distintas formas de la
experiencia humana. Spinoza distingue cuidadosamente:
·
Apetito: inclinación
básica de cada ser vivo hacia lo que conserva su ser.
·
Deseo: apetito
acompañado de conciencia, es decir, cuando el ser humano sabe lo que quiere.
1.
Voluntad: modalidad
del deseo cuando se expresa en el ámbito del pensamiento.
De esta manera, lo que otros filósofos habían considerado
como facultades separadas (razón, voluntad, pasión) se integran en un mismo
movimiento esencial. No hay fractura entre razón y deseo: ambos son expresiones
de la misma potencia vital.
Este planteamiento tiene un efecto liberador: deja de concebir al deseo como enemigo de la virtud. Al contrario, el deseo es el motor de la existencia. La tarea ética no es reprimirlo, sino comprenderlo, orientarlo y transformarlo en acción activa.
4.3 Alegría y tristeza: señales de la potencia
El conatus se expresa a través de los afectos, y aquí
Spinoza introduce otra idea revolucionaria: la alegría y la tristeza son
indicadores del aumento o disminución de nuestra potencia de obrar. La alegría
es el afecto que acompaña al paso a una mayor perfección; la tristeza, el
afecto ligado a una disminución de potencia (Spinoza, 1677/2011, III, def.
2–3).
Esto significa que la ética puede medirse de manera casi
“experimental”: cada vez que una acción nos conduce a mayor comprensión,
autonomía y cooperación, sentimos alegría; cada vez que caemos en la
ignorancia, la servidumbre o la dependencia pasional, experimentamos tristeza.
La moral deja de ser una lista de mandatos externos y se convierte en un arte
de cultivar las alegrías activas.
4.4 Conatus y libertad
La conexión entre conatus y libertad es decisiva. Para
Spinoza, somos libres en la medida en que actuamos desde nuestra esencia, es
decir, cuando nuestras acciones son determinadas por causas internas (ideas
adecuadas) y no por impulsos externos que nos arrastran. La libertad no
consiste en un “libre albedrío” incondicionado, sino en comprender la necesidad
y actuar conforme a ella.
En este sentido, el conatus es tanto el punto de partida
como la meta de la ética: nos muestra lo que somos (esfuerzo por existir) y lo
que podemos llegar a ser (seres libres que actúan por comprensión).
4.5 Dimensión pedagógica del conatus
El concepto de conatus tiene también un alcance
pedagógico. Para los jóvenes que se inician en la filosofía, significa
descubrir que su deseo de aprender, de crecer y de vivir con dignidad no es un
accidente ni una simple inclinación, sino la expresión de su propia esencia. El
estudio, la disciplina y la búsqueda de la verdad no son sacrificios externos,
sino caminos para expandir esa potencia interior.
En la educación, esta idea es transformadora: el docente
no debería imponer conocimiento como obligación externa, sino ayudar al estudiante
a reconocer y orientar su conatus, es decir, a cultivar su deseo de existir de
manera más plena, libre y racional.
Conclusión parcial del apartado
El conatus spinozista redefine la ética desde la raíz. Ya
no se trata de obedecer normas externas, sino de comprender que la virtud es el
despliegue pleno de la potencia de existir. Ser ético significa afirmar la vida
con alegría, transformar los deseos en acciones racionales y perseverar en el
ser con libertad interior. Así, la ética deja de ser un sistema de
prohibiciones y se convierte en un arte de vivir en expansión.
5. AFECTOS Y SERVIDUMBRE HUMANA
Spinoza fue uno de los primeros filósofos en elaborar una
anatomía rigurosa de los afectos humanos. Mientras muchos pensadores los habían
considerado meros obstáculos para la razón, él los trató como fenómenos
naturales que debían ser comprendidos con la misma claridad con que se estudian
las leyes físicas. En la Ética, particularmente en la Parte III, define los
afectos como “las
afecciones del cuerpo por las cuales aumenta o disminuye, ayuda o reprime la
potencia de obrar de ese cuerpo, y a la vez las ideas de esas afecciones”
(Spinoza, 1677/2011, III, def. 3).
De este modo, los afectos son movimientos de la
existencia que pueden empoderarnos (aumentando nuestra potencia) o debilitarnos
(reduciéndola). No
son “pecados” ni “fallas morales” en
sentido religioso, sino respuestas naturales. Sin embargo, cuando no
comprendemos sus causas, nos convertimos en esclavos de ellos. A esta condición
Spinoza la llama servidumbre humana (servitus).
5.1 Pasiones y acciones
Spinoza distingue entre dos tipos de afectos:
·
Pasiones
(affectus passivi): cuando algo externo nos afecta y somos determinados desde
fuera, sin comprender la causa.
·
Acciones
(affectus activi): cuando actuamos por la sola necesidad de nuestra naturaleza,
desde ideas adecuadas, siendo causa suficiente de lo que ocurre en nosotros.
El problema de la vida humana es que la mayor parte del
tiempo nos dejamos arrastrar por pasiones: ira, miedo, envidia, odio, esperanza
vana. En estos estados, no somos dueños de nuestra existencia; reaccionamos
como hojas movidas por el viento de las circunstancias externas.
La ética spinozista no consiste en reprimir las pasiones, como propuso el estoicismo clásico, sino en transformarlas en acciones activas. Este proceso no es automático ni sencillo: requiere un conocimiento claro de sus causas y un trabajo constante de la razón sobre la experiencia.
5.2 Alegría y tristeza: brújulas de la vida afectiva
Spinoza identifica tres afectos fundamentales de los que
derivan todos los demás: deseo, alegría y tristeza.
El deseo es el esfuerzo consciente del conatus.
La alegría es el paso a una mayor perfección, cuando
nuestra potencia aumenta.
La tristeza es el paso a una menor perfección, cuando
nuestra potencia disminuye (Spinoza, 1677/2011, III, prop. 11).
Estos tres afectos funcionan como brújulas morales: nos
orientan hacia lo que fortalece o debilita nuestro ser. Pero sin un
conocimiento adecuado, podemos confundirnos y quedar atrapados en una
oscilación de pasiones que Spinoza describe como inconstancia del alma.
Por ejemplo, la esperanza y el miedo son pasiones
hermanas: ambas expresan una incertidumbre sobre el futuro. La esperanza es
alegría inestable; el miedo, tristeza anticipada. En ambos casos, nuestra
potencia depende de causas externas, lo que nos convierte en siervos de lo que
no controlamos.
5.3 La servidumbre humana
En la Parte IV de La Ética, Spinoza se enfrenta a un
diagnóstico realista: “Los hombres se engañan si creen ser libres; en realidad,
ignoran las causas que los determinan” (Spinoza, 1677/2011, II,
prop. 35, escolio). Esta ilusión de libertad es parte de nuestra servidumbre.
La
servidumbre humana se manifiesta en la incapacidad de gobernar los afectos.
Vivimos arrastrados por pasiones que nos hacen depender de los demás, de la
fortuna, de lo que opinan y hacen otros. Somos como esclavos que creen mandar,
porque no perciben las cadenas invisibles que los sujetan.
Aquí Spinoza se muestra cercano a lo que siglos después
Marx llamará alienación: la pérdida de control sobre nuestra propia vida y
nuestra propia esencia. En ambos casos, la liberación pasa por comprender las
causas que nos determinan y actuar desde esa comprensión.
5.4 Caminos de liberación
Aunque el diagnóstico de la servidumbre parece sombrío,
Spinoza ofrece vías de emancipación. No se trata de eliminar las pasiones —pues
forman parte de nuestra naturaleza—, sino de reordenarlas mediante la razón.
Algunas estrategias que propone son:
Conocimiento adecuado de los afectos: comprender sus
causas externas e internas. El simple hecho de conocer un afecto lo transforma
en parte de la acción racional.
Generación de afectos más fuertes: una pasión solo puede
ser vencida por otra más intensa, preferiblemente un afecto activo como la
alegría de comprender.
Nociones comunes: identificar lo que compartimos con
otros seres humanos para construir afectos comunes más estables.
Reencuadre racional: ver los acontecimientos como parte
de la necesidad de la naturaleza, lo que disminuye la ira, el odio y el
resentimiento (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 3).
Estas técnicas constituyen una auténtica terapia
filosófica. La ética de Spinoza no solo explica qué es la servidumbre; ofrece
herramientas prácticas para salir de ella.
5.5 Actualidad del diagnóstico
Hoy, en un mundo dominado por la manipulación mediática,
las redes sociales y los discursos políticos cargados de emociones, la crítica
spinozista a la servidumbre humana cobra nueva vigencia. Muchos viven atrapados
en ciclos de miedo, ira, envidia o esperanza ilusoria, sin comprender que estas
pasiones los debilitan. La propuesta de Spinoza nos recuerda que la libertad
comienza con la lucidez: nombrar lo que sentimos, entender sus causas y
transformarlo en potencia activa.
Conclusión parcial del apartado
La teoría de los afectos y de la servidumbre humana
muestra la profundidad psicológica y política de la ética spinozista. Lejos de
moralizar las pasiones, Spinoza las estudia como realidades naturales que
pueden esclavizarnos o liberarnos, según cómo las comprendamos. La tarea ética
es entonces pasar de la pasividad a la actividad, de la servidumbre a la
libertad, de la tristeza a la alegría racional. Esta pedagogía de los afectos
constituye uno de los legados más fecundos de su filosofía.
6.1 LA NECESIDAD DE LA NATURALEZA
Spinoza sostiene que todo lo que existe se sigue
necesariamente de la naturaleza infinita de Dios/Naturaleza. No hay nada
contingente ni arbitrario: cada acontecimiento tiene una causa suficiente. Esta
visión determinista no pretende humillar al ser humano, sino situarlo dentro de
un orden inteligible.
De hecho, para Spinoza la verdadera esclavitud radica en
creer que actuamos libremente cuando en realidad somos arrastrados por pasiones
y causas externas que no entendemos. La libertad aparece cuando comprendemos
las causas que nos determinan y logramos actuar como causas adecuadas de
nuestras acciones.
En este sentido, la libertad no se opone a la necesidad:
es la conciencia de la necesidad. El hombre libre es aquel que entiende que
todo ocurre conforme al orden eterno de la naturaleza y que puede orientar su
vida en armonía con ese orden.
6.2 Libertad y razón
La razón juega un papel central en esta concepción.
Cuando actuamos movidos por pasiones ciegas, no somos libres; somos esclavos de
causas externas. En cambio, cuando actuamos de acuerdo con ideas adecuadas,
comprendiendo las causas, alcanzamos la verdadera libertad.
Esto significa que la libertad no depende de “elegir lo
que queramos”, sino de querer lo que entendemos. Un ejemplo sencillo puede
aclararlo: alguien dominado por la ira cree que actúa libremente al gritar o
golpear, pero en realidad está siendo arrastrado por una causa externa. En
cambio, quien comprende las razones de su enojo y decide responder de modo
racional, actúa desde su propia naturaleza, siendo causa adecuada de su acción.
Aquí Spinoza se distancia tanto del voluntarismo
religioso como de la moral kantiana. Para Kant, la libertad se define como
obediencia a la ley moral universal autoimpuesta (Kant, 1785/2002). Spinoza, en
cambio, la entiende como conocimiento y acción adecuada: no obedecer leyes
externas, ni siquiera autoimpuestas, sino actuar desde la comprensión de lo que
somos y de nuestra relación con la naturaleza.
6.3 La paradoja de la libertad
La paradoja spinozista es que somos libres precisamente
cuando reconocemos que no somos absolutamente libres. El ser humano no puede
escapar a la necesidad natural, pero puede aprender a reconocerla y vivir de
acuerdo con ella. La resignación pasiva no es libertad, sino sumisión. La
libertad auténtica consiste en transformar el conocimiento de la necesidad en
potencia activa.
De allí surge la célebre definición del hombre libre que
da Spinoza: “El hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su
sabiduría es una meditación, no de la muerte, sino de la vida” (Spinoza,
1677/2011, IV, prop. 67). El hombre libre no se obsesiona con lo que no
controla (el destino, la muerte), sino que concentra su energía en lo que puede
comprender y transformar: su vida presente, su potencia de existir.
6.4 Libertad y política
La
concepción spinozista de la libertad tiene también implicaciones políticas. Un
Estado que intenta gobernar mediante el miedo y la superstición mantiene a los
ciudadanos en servidumbre. En cambio, un Estado que fomenta la libertad de
pensamiento y la educación racional favorece la construcción de ciudadanos
libres, capaces de actuar en común.
Esto conecta la ética con la política: no hay libertad
individual sin condiciones colectivas que la hagan posible. Por eso Spinoza
insiste en que la libertad de filosofar y de expresarse no es una amenaza al
Estado, sino su mayor garantía de estabilidad (Spinoza, 1670/2003).
6.5 Vigencia actual
En la actualidad, la definición spinozista de libertad
conserva plena vigencia. Vivimos en sociedades donde la manipulación mediática
y las pasiones colectivas condicionan decisiones políticas y personales. Muchos
creen ser libres porque “eligen”, pero no perciben las cadenas invisibles que
guían sus elecciones: publicidad, ideologías, algoritmos. La lección de Spinoza
es clara: no somos libres mientras no comprendamos las causas que nos mueven.
La auténtica libertad requiere disciplina intelectual, educación crítica y
capacidad de transformar pasiones en acciones racionales. Solo así dejamos de
ser juguetes de fuerzas externas y comenzamos a vivir como sujetos activos.
Conclusión parcial del apartado
La libertad, en Spinoza, no es un don sobrenatural ni un
libre albedrío incondicionado. Es la conciencia de la necesidad y la capacidad
de actuar como causa adecuada de nuestras acciones. Esta definición transforma
radicalmente la ética: ser libre es vivir de acuerdo con la razón, comprender
las causas que nos determinan y orientar nuestra existencia hacia la alegría
activa y la cooperación con los demás.
7. LA VIRTUD COMO FIRMEZA Y GENEROSIDAD
Uno de los aspectos más originales de la ética spinozista
es su manera de concebir la virtud. A diferencia de las tradiciones morales que
identificaban lo virtuoso con obediencia a normas divinas o con sacrificio
personal, Spinoza entiende la virtud como la expresión misma de la potencia de
existir. Como vimos con el conatus, cada ser tiende a perseverar en su ser; en
el ser humano, esa perseverancia se traduce en la búsqueda de lo que aumenta su
capacidad de obrar y comprender. Por eso, en Spinoza, virtud y potencia son
sinónimos: “Por virtud y potencia entiendo lo mismo” (Spinoza, 1677/2011, IV,
def. 8).
Sin embargo, esta definición general se concreta en dos
disposiciones fundamentales que constituyen el núcleo de la vida ética: la
firmeza (fortitudo) y la generosidad (generositas).
7.1 Firmeza: perseverar desde la razón
La firmeza es la virtud que consiste en actuar siempre de
acuerdo con la razón en lo que concierne al propio provecho. No se trata de un
egoísmo ciego, sino de un amor racional a sí mismo. Spinoza afirma que “el
esfuerzo por conservarse es la primera y única virtud, y consiste en vivir de
acuerdo con las leyes de la propia naturaleza” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop.
18, escolio).
El hombre firme no es quien se deja arrastrar por los
caprichos del momento, sino quien orienta sus acciones según un conocimiento
adecuado de sí mismo y de la naturaleza. Su vida no está regida por miedos ni
esperanzas vacías, sino por la comprensión de lo que le conviene en términos de
aumentar su potencia.
Podríamos decir que la firmeza es la columna vertebral de
la ética spinozista: sin ella, todo se reduce a fluctuaciones pasionales. Con
ella, la vida adquiere dirección y estabilidad.
7.2 Generosidad: aumentar la potencia de los demás
La generosidad es la disposición de actuar de acuerdo con
la razón en lo que concierne al bien de los otros. Spinoza la define como el
deseo de ayudar a los demás a conservar su ser, es decir, a aumentar su propia
potencia (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 37).
Aquí aparece una idea profundamente innovadora: la virtud
no es solo individual, sino también social. Nadie puede aumentar su potencia
aislado; la cooperación con otros seres humanos es necesaria para desarrollar
plenamente nuestra naturaleza. De allí que la generosidad no sea un gesto
altruista de sacrificio, sino una estrategia racional: ayudar al otro es, en
última instancia, ayudarse a uno mismo, porque la potencia del individuo está
ligada a la potencia de la comunidad.
Este punto conecta con la noción de nociones comunes: ideas
que expresan lo que compartimos con los demás y que nos permiten construir
afectos positivos estables, como la amistad y la confianza.
7.3 Amistad, cooperación y vida común
La combinación de firmeza y generosidad da lugar a una
vida ética concreta: una vida marcada por la amistad, la cooperación y la
justicia. Spinoza afirma que “nada hay más útil al hombre que el hombre”
(Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 18, escolio). Esta afirmación resume su ética
social: la convivencia no es un mal necesario, sino una fuente de
fortalecimiento.
En un sentido práctico, esto significa que el hombre
virtuoso busca establecer vínculos que potencien tanto su vida como la de los
demás. La amistad y la cooperación no son simples adornos morales, sino
expresiones racionales de nuestro propio conatus. La justicia, entendida como
dar a cada uno lo que le corresponde dentro de la vida común, es también una
exigencia de la razón.
7.4 Puentes con otros pensadores
La visión spinozista de la virtud se conecta con otros
“gigantes” del pensamiento, aunque con diferencias notables:
Aristóteles entendía la virtud como hábito que conduce a
la eudaimonía. Spinoza la redefine como potencia activa, ligada a la
comprensión.
Rousseau habló del contrato social como base de la
convivencia; Spinoza fundamenta esa convivencia en la racionalidad del conatus
compartido.
Hegel describió la libertad como realización en las
instituciones éticas; Spinoza aporta la psicodinámica de los afectos que
sostiene esa libertad.
Marx y Engels pusieron el acento en la cooperación
económica y la lucha de clases; Spinoza ya había mostrado cómo la potencia
individual se expande en el terreno común.
Durkheim vio la moral como hecho social; Spinoza explicó
cómo surge de la interdependencia racional de los individuos.
7.5 Vigencia actual
Hoy, en un mundo donde domina el individualismo
competitivo, la ética de la firmeza y la generosidad tiene un valor renovado.
La firmeza enseña a resistir la manipulación de los afectos colectivos —como el
miedo o la ira— y a perseverar en lo que fortalece nuestra vida. La generosidad
nos recuerda que no hay libertad posible sin cooperación, y que la solidaridad
no es un deber impuesto desde fuera, sino una consecuencia racional de nuestra
propia naturaleza.
La ética spinozista puede inspirar tanto a individuos
como a comunidades: en el plano personal, como disciplina de autoconocimiento y
autocontrol; en el plano social, como fundamento de políticas que promuevan la
cooperación, la justicia y la equidad.
Conclusión parcial del apartado
La virtud, en Spinoza, se resume en dos disposiciones
fundamentales: firmeza para perseverar en la propia potencia de existir, y
generosidad para aumentar la potencia de los demás. Estas virtudes no se
presentan como mandatos externos ni como sacrificios, sino como expresiones
necesarias de la razón. Ser virtuoso, en este sentido, no es renunciar a la
vida, sino expandirla en comunidad.
8. EL AMOR INTELECTUAL DE DIOS Y LA BEATITUD
La culminación de La Ética se encuentra en su quinta
parte, donde Spinoza aborda lo que llama la libertad humana y el amor
intelectual de Dios (amor Dei intellectualis). Después de analizar el conatus,
los afectos, la servidumbre y la virtud, Spinoza propone un horizonte más alto:
la posibilidad de alcanzar una beatitud estable, una forma de felicidad que no
depende de circunstancias externas, sino del conocimiento adecuado de la
realidad.
Este desenlace no es un añadido místico a una obra
racional, sino la consecuencia lógica de todo el sistema. Si Dios y la
Naturaleza son una misma realidad, comprender nuestra inserción en ese orden
necesario produce una alegría superior: el amor intelectual, que Spinoza
identifica con la forma más perfecta de libertad.
8.1 Dios sive Natura: base de la beatitud
Para
entender el amor intelectual de Dios, es esencial recordar la premisa de la
ontología spinozista: Deus sive Natura, es decir, Dios o la Naturaleza son lo
mismo (Spinoza, 1677/2011, I, prop. 15). No se trata de un Dios trascendente,
personal y antropomórfico, sino de la sustancia única, infinita y eterna de la
que todo se sigue.
El amor intelectual de Dios no es un sentimiento
devocional hacia un ser externo, sino la experiencia de alegría que acompaña al
conocimiento adecuado de esta realidad. Al comprender que formamos parte de un
todo necesario, nuestra mente experimenta una unión con la infinitud de la Naturaleza.
Este amor es intelectual porque surge de la razón, no de la fe ni de la
imaginación.
8.2 Beatitud: alegría activa y estable
Spinoza define la beatitud (beatitudo) como la alegría
que nace de este amor intelectual y que no puede ser perturbada por pasiones
externas. A diferencia de los placeres efímeros o de las emociones fluctuantes,
la beatitud es un estado de plenitud estable.
En palabras de Spinoza: “La beatitud no es el premio de
la virtud, sino la virtud misma; ni gozamos de ella porque reprimimos nuestros
apetitos, sino, al contrario, porque gozamos de ella podemos reprimirlos”
(Spinoza, 1677/2011, V, prop. 42, escolio). Esta afirmación invierte por
completo la lógica religiosa: la felicidad no es una recompensa futura por
obedecer, sino la consecuencia presente de comprender y vivir de acuerdo con la
razón.
8.3 El hombre libre y la eternidad del alma
Spinoza afirma que la mente humana puede alcanzar una
forma de eternidad. No se trata de la inmortalidad personal en sentido
religioso, sino de que el conocimiento adecuado de la realidad nos conecta con
la infinitud de la sustancia. En la medida en que nuestra mente comprende
verdades eternas, participa de la eternidad (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 23).
Así, el hombre libre no teme a la muerte, porque sabe que
su verdadera felicidad no depende de conservar un yo individual separado, sino
de experimentar la unión intelectual con el todo. Esta visión se acerca a lo
que algunos intérpretes llaman un “misticismo racional” (Deleuze, 2001): un
éxtasis sin irracionalidad, una espiritualidad fundada en la razón.
8.4 Amor intelectual y vida comunitaria
Aunque el amor intelectual de Dios puede parecer una
experiencia individual, Spinoza subraya que también tiene una dimensión social.
Quien comprende la necesidad de la naturaleza y experimenta la beatitud se
vuelve más propenso a la generosidad, la justicia y la cooperación. La alegría
estable que nace del conocimiento refuerza los vínculos comunitarios.
En este sentido, la beatitud no nos aparta de la vida
social, como sucedía con algunas formas de misticismo religioso, sino que nos
inserta más profundamente en ella. La serenidad del sabio spinozista no lo
convierte en un ermitaño, sino en un ciudadano más firme y más justo.
8.5 Vigencia de la beatitud spinozista
En la actualidad, donde la felicidad suele confundirse
con consumo, éxito superficial o satisfacción inmediata, la noción spinozista
de beatitud resulta profundamente crítica. Nos recuerda que la verdadera
alegría no depende de acumular bienes externos, sino de cultivar un
conocimiento adecuado de nosotros mismos y de nuestra relación con el mundo.
Además, en tiempos marcados por la ansiedad, la depresión
y la inestabilidad emocional, el amor intelectual de Dios aparece como una
alternativa ética y pedagógica: enseñar a los jóvenes que la libertad y la
felicidad no se logran con impulsos pasajeros, sino con disciplina racional y
cooperación solidaria.
Conclusión parcial del apartado
El amor intelectual de Dios y la beatitud constituyen la
cima de la ética spinozista. No son experiencias sobrenaturales ni recompensas
futuras, sino el fruto natural de la vida racional. La beatitud es la virtud
misma: una alegría activa y estable que se alcanza al comprender nuestra
inserción en la necesidad de la naturaleza. Esta meta no nos aparta del mundo,
sino que nos devuelve a él con más generosidad, firmeza y serenidad.
9. OBJECIONES Y CRÍTICAS CLÁSICAS
El pensamiento de Spinoza, radical y profundamente
original, no tardó en generar reacciones adversas. Su concepción de Dios como
Naturaleza, su rechazo del libre albedrío y su afirmación de que la ética no
depende de mandatos externos fueron vistas como una amenaza tanto por
autoridades religiosas como por filósofos posteriores. Para algunos, Spinoza
fue un hereje peligroso; para otros, un precursor de la modernidad racional.
Examinar estas críticas es indispensable, porque nos permite comprender mejor
la originalidad y los límites de su propuesta ética.
9.1 Determinismo y fatalismo
Una de las objeciones más frecuentes es que el sistema de
Spinoza conduce a un determinismo paralizante. Si todo ocurre por necesidad,
¿qué sentido tiene esforzarse por actuar bien o por cambiar el mundo? ¿No
convierte eso la ética en un mero espectáculo donde ya todo está decidido?
Spinoza responde de manera clara: conocer la necesidad no
significa resignarse, sino ganar libertad. La comprensión transforma nuestra
posición causal. El ignorante es arrastrado como un esclavo por causas
externas; el sabio, al entender esas causas, se convierte en causa adecuada de
sus acciones (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 3). El determinismo, lejos de ser
fatalista, es la condición de posibilidad de la libertad racional.
9.2 Elitismo intelectual
Otra crítica común sostiene que la ética spinozista sería
elitista: solo los sabios capaces de comprender ideas adecuadas podrían
alcanzar la libertad y la beatitud. ¿Qué pasa con la mayoría de los hombres,
atrapados en pasiones e ignorancia?
Es cierto que Spinoza admite distintos grados de
libertad. No todos alcanzan el amor intelectual de Dios. Sin embargo, su
propuesta no es excluyente: cualquier persona puede aumentar su comprensión y,
por lo tanto, su libertad. La educación, la vida comunitaria y las
instituciones políticas justas tienen como misión favorecer ese aumento (Spinoza,
1670/2003). De este modo, la ética no es un privilegio de unos pocos, sino una
tarea colectiva de ampliación progresiva de la razón.
9.3 ¿Ética sin deberes?
Otra objeción proviene de la comparación con Kant y las
éticas del deber. Spinoza no formula imperativos categóricos ni reglas
universales, lo que lleva a algunos a pensar que su ética carece de
normatividad.
La respuesta es que la normatividad en Spinoza surge de
la misma naturaleza humana: ayudar a los demás y vivir en cooperación no es un
deber externo, sino una consecuencia necesaria de nuestro conatus. En palabras
de Spinoza: “Nada hay más útil al hombre que el hombre” (Spinoza, 1677/2011,
IV, prop. 18, escolio). La justicia, la amistad y la generosidad no son
mandatos arbitrarios, sino derivaciones racionales de lo que somos.
9.4 La frialdad de la razón
Se ha dicho también que la ética spinozista sería demasiado
fría, reduciendo la vida a un cálculo racional que elimina la riqueza de los
afectos. Desde esta perspectiva, la alegría estable de la beatitud parecería
una especie de anestesia emocional.
Nada más alejado del pensamiento de Spinoza. Para él, la
razón no anula las pasiones, sino que las ordena y transforma. El hombre libre
no es alguien insensible, sino alguien que cultiva afectos activos,
especialmente la alegría. El amor intelectual de Dios no es frialdad, sino la
forma más intensa de alegría racional (Spinoza, 1677/2011, V, prop. 32).
9.5 Materialismo o ateísmo encubierto
Finalmente, muchos contemporáneos de Spinoza lo acusaron
de ateísmo. Al identificar a Dios con la naturaleza, parecía negar la
existencia de un Dios personal y providente. Esta acusación lo persiguió
durante siglos, hasta el punto de que el término “spinozismo” llegó a ser usado
como sinónimo de “herejía”.
Sin embargo, Spinoza nunca negó a Dios; lo redefinió. Su
Dios no es un legislador antropomórfico, sino la sustancia infinita que
constituye la realidad. Para él, reconocer a Dios es reconocer la infinitud de
la naturaleza y vivir de acuerdo con ella. En este sentido, su ética no
destruye la espiritualidad, sino que la transforma en una forma de
espiritualidad racional.
9.6 Vigencia de las críticas
Muchas de estas objeciones siguen resonando hoy. Frente a
la cultura del consumo, algunos consideran que la ética spinozista exige una
disciplina intelectual difícil de sostener. Frente a la política contemporánea,
otros temen que su determinismo debilite la responsabilidad individual. Sin
embargo, la experiencia muestra lo contrario: la filosofía de Spinoza puede ser
una herramienta poderosa para formar ciudadanos más críticos, conscientes y
solidarios.
Conclusión parcial del apartado
Las objeciones dirigidas a Spinoza —determinismo,
elitismo, falta de deberes, frialdad y ateísmo— muestran hasta qué punto su
pensamiento incomodó a las tradiciones dominantes. Pero lejos de debilitar su
ética, estas críticas resaltan su fuerza: ofrecer un camino de libertad y
beatitud sin recurrir a mitos ni mandatos externos. La ética spinozista resiste
el paso del tiempo porque se apoya en una visión clara de lo que somos y de lo
que podemos llegar a ser mediante la razón.
10. VIGENCIA ACTUAL DE LA ÉTICA SPINOZISTA
Han pasado más de tres siglos desde la muerte de Baruch
Spinoza, pero su pensamiento conserva una sorprendente actualidad. Sus
reflexiones sobre la potencia, los afectos, la libertad y la virtud no son
piezas de museo, sino herramientas vivas para enfrentar los desafíos
contemporáneos. En un mundo atravesado por la manipulación mediática, el
consumismo, la polarización política y las crisis emocionales, la ética
spinozista se presenta como un mapa de navegación hacia una vida más racional,
autónoma y solidaria.
10.1 Spinoza y la educación: formar para la autonomía
Una de las lecciones más valiosas de Spinoza es que el
conocimiento adecuado es el camino hacia la libertad. En un contexto donde la
educación muchas veces se reduce a mera transmisión de datos o a entrenamiento
técnico, recuperar la dimensión ética y formativa del pensamiento spinozista es
crucial.
Educar
no es imponer desde fuera, sino ayudar a cada estudiante a orientar su conatus,
a reconocer sus deseos, a comprender sus afectos y a transformarlos en acciones
racionales. Esto significa cultivar la disciplina intelectual, la firmeza para
perseverar en el estudio y la generosidad para compartir el conocimiento con
los demás.
En la era de la información y de las redes sociales,
donde abundan la desinformación y las emociones virales, la propuesta de
Spinoza funciona como una pedagogía crítica: enseñar a los jóvenes a pensar con
claridad, a no dejarse arrastrar por pasiones colectivas, y a buscar alegrías
activas que fortalezcan su vida interior y comunitaria.
10.2 Spinoza y la política: contra el miedo y la
manipulación
En su Tratado teológico-político, Spinoza fue
contundente: los regímenes que gobiernan a través del miedo y la superstición
condenan a los pueblos a la servidumbre. Esta afirmación sigue teniendo una
fuerza enorme hoy, cuando muchos gobiernos apelan al miedo —a la inseguridad,
al otro, al diferente— para consolidar su poder.
La ética spinozista enseña que la política auténtica debe
fundarse en la razón y en la cooperación. El ciudadano libre no es aquel que
puede hacer lo que quiera, sino aquel que participa activamente en la vida
común, guiado por ideas adecuadas y afectos positivos. En este sentido, Spinoza
anticipa las democracias modernas, donde la libertad de expresión y la
educación crítica son pilares de la estabilidad social (Nadler, 2013).
Además, su análisis de los afectos permite entender la manipulación mediática actual: líderes y campañas políticas que se sostienen en el odio, la ira o el miedo están reforzando la servidumbre humana. Combatir esto requiere no solo instituciones justas, sino también ciudadanos educados en el espíritu de la ética spinozista: firmes, generosos y capaces de transformar pasiones en acciones.
10.3 Spinoza y la vida cotidiana: alegría frente a
tristeza
La propuesta de Spinoza no se limita a la educación o la
política; toca la vida cotidiana. En un mundo donde la tristeza, la ansiedad y
la depresión se han vuelto fenómenos masivos, su filosofía ofrece una terapia
racional: identificar los afectos que nos disminuyen, comprender sus causas y
transformarlos en alegrías activas.
La búsqueda de la beatitud, entendida como alegría
estable, puede verse como un antídoto frente a la lógica consumista que nos
hace depender de bienes externos y efímeros. La felicidad no está en el
mercado, sino en la comprensión, la cooperación y la vida en comunidad.
Asimismo, su noción de generosidad tiene un valor inmenso
en tiempos de individualismo extremo. Recordar que “nada hay más útil al hombre
que el hombre” (Spinoza, 1677/2011, IV, prop. 18, escolio) es un recordatorio
de que la vida florece en el encuentro con los demás, no en la competencia
destructiva.
10.4 Una ética para el siglo XXI
Podemos afirmar que la ética spinozista ofrece un horizonte
para los problemas actuales:
Frente a la posverdad y la manipulación digital, propone
claridad, definiciones precisas y pensamiento racional.
Frente al populismo del miedo, propone ciudadanos libres
que comprendan las causas de sus afectos.
Frente al consumismo vacío, propone una felicidad estable
basada en el conocimiento y la cooperación.
Frente a la fragmentación social, propone firmeza y
generosidad como virtudes fundamentales para sostener comunidades justas.
Spinoza nos recuerda que la libertad no se compra ni se
decreta: se cultiva mediante la razón, la disciplina intelectual y la práctica
de la virtud.
Conclusión parcial del apartado
La vigencia de Spinoza no radica solo en su valor
histórico, sino en su capacidad para iluminar problemas presentes. Su ética de
la potencia, la libertad y la alegría sigue siendo una herramienta de
emancipación frente al miedo, la manipulación y la tristeza colectiva. En la
educación, la política y la vida cotidiana, Spinoza aparece como un pedagogo de
la libertad, cuya lección esencial es que solo quien comprende puede ser
verdaderamente libre.
11. CONCLUSIÓN
El recorrido realizado a lo largo de este ensayo permite
afirmar con convicción que Baruch Spinoza fue un pensador que llevó la
filosofía a su máxima radicalidad: pensar la vida humana no desde la obediencia
a dogmas ni desde la arbitrariedad de la voluntad, sino desde la necesidad
racional de la naturaleza. Su obra La Ética, organizada con método geométrico,
constituye una de las arquitecturas filosóficas más consistentes de la
modernidad. En ella, la ontología, la teoría del conocimiento y la moral se
entrelazan en un sistema donde la libertad, la virtud y la felicidad se
comprenden como dimensiones inseparables de la misma realidad.
A lo largo de los apartados hemos visto cómo el conatus
—el esfuerzo por perseverar en el ser— es el núcleo vital de toda ética, cómo
los afectos pueden esclavizar o liberar según la claridad de nuestra
comprensión, y cómo la libertad no es libre albedrío caprichoso, sino la
conciencia de la necesidad. En este horizonte, la virtud no se reduce a
obediencia, sino que se expresa en dos disposiciones fundamentales: firmeza
para guiar la propia vida con razón, y generosidad para cooperar en la vida
común.
La culminación de este camino se encuentra en el amor
intelectual de Dios y en la beatitud, experiencias que no son promesas de un
más allá, sino logros de la vida presente. En ellas se condensa la enseñanza
central de Spinoza: la verdadera felicidad no depende de bienes externos ni de
esperanzas ilusorias, sino del conocimiento adecuado de nosotros mismos y de
nuestra inserción en la naturaleza.
En términos históricos, Spinoza rompió con la moral
tradicional de su tiempo y desafió a las instituciones religiosas y políticas
que pretendían controlar las conciencias. Esa valentía le costó la excomunión,
el aislamiento y la censura, pero le dio la libertad para construir un
pensamiento autónomo, capaz de iluminar siglos posteriores. Como bien señaló
Platón, “el que dice la verdad puede ganarse enemistades, aunque actúe con
rectitud” (Platón, 399 a.C./2017, p. 35). Spinoza fue, sin duda, uno de esos
hombres que pagaron el precio de la verdad.
En términos actuales, la ética spinozista se revela como
una herramienta imprescindible. Frente a la manipulación emocional de la
política contemporánea, propone la claridad de la razón. Frente al consumismo
vacío que promete felicidad en objetos efímeros, ofrece una beatitud estable
basada en la comprensión. Frente a la tristeza, la ansiedad y la servidumbre
afectiva de nuestro tiempo, recuerda que la libertad comienza cuando aprendemos
a nombrar, comprender y transformar nuestras pasiones.
La conclusión de este ensayo no puede ser otra: Spinoza
nos enseñó que ser libre es comprender, y que comprender es vivir en alegría y cooperación.
Su ética no es un sistema muerto, sino una pedagogía de la autonomía que puede
inspirar tanto a estudiantes como a ciudadanos. En sus páginas resuena una
invitación urgente y universal: dejar de ser esclavos de los miedos y pasiones,
para vivir como sujetos activos, firmes y generosos.
En este sentido, Spinoza se erige no solo como un gigante
del pensamiento filosófico, sino también como un maestro de vida, cuya lección
central es que la verdad, aunque incómoda, es siempre liberadora.
12. REFLEXIÓN FINAL PERSONAL
Mi acercamiento a Spinoza no fue un acontecimiento
meramente académico, sino una experiencia que transformó mi manera de
comprender la vida y la ética. Durante mi proceso de formación universitaria,
en el estudio de Filosofía, Lógica, Lógica Dialéctica y Sociología, entré en
contacto con varios de los grandes pensadores de la modernidad: Comte,
Durkheim, Marx, Engels, Rousseau, Hegel. Cada uno aportó elementos valiosos,
pero fue Spinoza quien me mostró con mayor claridad que la verdadera libertad
no consiste en obedecer mandatos externos, sino en aprender a pensar con
autonomía y vivir de acuerdo con la razón.
Leer La Ética fue encontrar una brújula en medio de la
confusión. Spinoza me enseñó que la virtud no es un sacrificio impuesto, sino
la potencia misma de existir; que la libertad no es hacer lo que se quiere,
sino comprender las causas que nos determinan; y que la felicidad no es un
premio futuro, sino la beatitud presente de la alegría racional. Comprendí,
como decía Newton, que para ver más lejos debía subirme a hombros de gigantes,
y entre ellos Spinoza se convirtió en una guía imprescindible (Newton,
1676/1959).
Su pensamiento no es cómodo: exige disciplina
intelectual, paciencia, constancia. En un mundo donde domina la inmediatez, la
superficialidad y la manipulación de los afectos, leer a Spinoza es un acto de
resistencia. Pero esa dificultad inicial se compensa con creces, porque nos
devuelve algo más valioso: la capacidad de orientarnos por nosotros mismos.
Platón lo advirtió: “El que dice la verdad puede ganarse enemistades, aunque
actúe con rectitud” (Platón, 399 a.C./2017, p. 35). Spinoza lo vivió en carne
propia, y quienes lo leemos aprendemos también que pensar con libertad implica riesgos,
pero también dignidad.
A los jóvenes que hoy inician su camino en la filosofía,
les diría que no tengan miedo de acercarse a La Ética. Al principio, el método
geométrico puede parecer frío o complicado, pero si se avanza con paciencia, el
texto se abre como un mapa que enseña a comprendernos y a comprender el mundo.
Spinoza les puede ayudar a reconocer que el deseo de aprender, de crear, de
resistir, no es una casualidad, sino la expresión de su propio conatus. Les
puede mostrar que las pasiones tristes —el miedo, la envidia, el odio— no son
inevitables, sino obstáculos que la razón puede transformar en alegrías
activas.
En un país y en un mundo donde tantas veces se manipula a
las personas con miedo, superstición o ideología, leer a Spinoza es un acto
emancipador. No se trata de repetir sus fórmulas, sino de vivir su enseñanza
central: que la verdad libera, que la razón fortalece y que la alegría
compartida es el signo más alto de la virtud. Si logramos transmitir a los
jóvenes esta convicción, estaremos formando ciudadanos más firmes, más
generosos y más libres.
Spinoza, en definitiva, no fue solo un filósofo del siglo
XVII. Es un pedagogo para el presente, un maestro que enseña a vivir con
dignidad en tiempos de confusión. Su ética me marcó en mi formación, y hoy la
reivindico como una herencia que debemos rescatar y compartir. La filosofía no
es un lujo académico: es un camino de emancipación personal y colectiva. Y en
ese camino, Spinoza sigue siendo un compañero imprescindible.
REFERENCIAS
2.
Newton, I. (1959). Carta a Robert Hooke, 1676. En
H. Turnbull (Ed.), The correspondence of Isaac Newton (Vol. 1). Cambridge University Press.
3.
Platón.
(2017). Apología de Sócrates. Editorial Gredos. (Obra original publicada ca.
399 a.C.).
4.
Spinoza, B.
(2011). Ética demostrada según el orden geométrico (trad. E. de Olaso). Alianza
Editorial. (Obra original publicada en 1677).
SAN SALVADOR, 16 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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