“PAN, CIRCO Y GOLES: EL FÚTBOL COMO DROGA SOCIAL DEL
CAPITALISMO”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
El fútbol es considerado por millones como el “deporte
rey” y descrito por muchos como “el juego más hermoso del mundo”. Sin embargo,
reducirlo a un simple pasatiempo deportivo o a una pasión colectiva es quedarse
en la superficie de un fenómeno social mucho más complejo. El fútbol es, al
mismo tiempo, una práctica cultural, un espectáculo global, una mercancía
transnacional, un instrumento de control ideológico y un campo donde confluyen
violencia, corrupción y manipulación política.
En la actualidad, más de 4.000 millones de personas
siguen el fútbol de manera regular; los mundiales se cuentan entre los eventos
más vistos del planeta; y los principales clubes europeos mueven presupuestos
superiores a los de muchos Estados nacionales. La pregunta es inevitable: ¿cómo
un deporte simple, nacido en los barrios y praderas inglesas del siglo XIX, se
convirtió en una de las industrias más rentables y al mismo tiempo en una de
las drogas sociales más poderosas de la modernidad?
Eduardo Galeano (1995) nos advertía que el fútbol podía
ser fiesta de creatividad popular, pero también instrumento de alienación: “en
su reino todo el mundo se distrae, mientras otros deciden” (p. 218). La
observación se conecta con la crítica marxista de la ideología, donde los
aparatos culturales funcionan como anestesia social para evitar cuestionamientos
estructurales.
Este ensayo se propone analizar críticamente el fútbol
como fenómeno histórico y social, abordando sus múltiples dimensiones: su
conversión en mercancía, su carácter de droga alienante, su vínculo con la
violencia, su instrumentalización por la corrupción y el narcotráfico, su papel
en la construcción de nacionalismos irracionales y su utilización como cortina
de humo político. A la vez, se busca reflexionar sobre la posibilidad de
rescatarlo como práctica educativa y comunitaria que fortalezca la dignidad
humana.
1. EL FÚTBOL COMO MERCANCÍA EN EL CAPITALISMO GLOBAL
El capitalismo es un sistema que transforma todo lo que
toca en mercancía. Como sostiene Marx (2008), las relaciones humanas bajo el
capitalismo se presentan bajo la forma de relaciones entre cosas; incluso el
trabajo, el tiempo y el ocio se convierten en productos intercambiables en el
mercado. El fútbol no ha escapado a esta lógica: lo que empezó como un juego
popular terminó absorbido por el engranaje mercantil.
El siglo XX fue testigo de la metamorfosis del fútbol en
industria. La creación de la FIFA en 1904 y la organización de los primeros
mundiales abrieron el camino para la internacionalización del deporte. Sin
embargo, fue el avance de los medios de comunicación masivos lo que terminó por
consolidar el carácter mercantil del espectáculo. La televisión convirtió a los
partidos en productos de consumo masivo y transformó a los jugadores en ídolos
globales.
Hoy, la venta de derechos televisivos de la UEFA
Champions League o de los mundiales de la FIFA representa miles de millones de
dólares anuales, superando incluso el PIB de algunos países pobres.
Los clubes de élite funcionan como corporaciones que cotizan
en bolsa, venden camisetas como si fueran acciones de identidad y manejan
presupuestos superiores al de ministerios enteros de algunos Estados. Según
datos de Deloitte (2022), los cinco clubes más ricos del mundo (Manchester
City, Real Madrid, Bayern Múnich, Barcelona y Manchester United) generan en
conjunto más de 3.500 millones de euros al año. Esta cifra ilustra cómo el
fútbol se ha transformado en una maquinaria económica global.
La consecuencia de esta mercantilización es clara: el
aficionado deja de ser sujeto activo para convertirse en consumidor pasivo.
Compra entradas, camisetas, suscripciones a plataformas de streaming, productos
oficiales y hasta experiencias virtuales en videojuegos. El fútbol, más que un
deporte, se ha convertido en una “industria del espectáculo” (Bourdieu, 1998),
donde lo importante no es el juego sino el consumo que lo rodea.
2. ALIENACIÓN Y EVASIÓN: EL FÚTBOL COMO DROGA SOCIAL
El fútbol actúa como una droga colectiva. Su capacidad de
generar dependencia emocional, nublar la razón y producir efectos de euforia o
depresión lo asemeja a sustancias como el alcohol o la nicotina. La diferencia
es que su consumo no es penalizado, sino incentivado y celebrado.
Marx (2008) describió cómo la religión funcionaba como
“opio del pueblo”, es decir, como una forma de anestesiar las conciencias y
mantener a las masas sometidas. El fútbol cumple un papel similar en la
modernidad: durante 90 minutos, el obrero olvida la explotación, el desempleado
olvida su miseria y el ciudadano olvida la corrupción de los políticos. El
estadio y la pantalla cumplen la función de opio, proporcionando una falsa sensación
de felicidad y unidad.
En El Salvador, como en otros países, el fútbol ha sido
utilizado sistemáticamente como cortina de humo. Gobiernos de turno han
aprovechado partidos claves de la selección nacional para desviar la atención
de medidas impopulares o reformas neoliberales. Mientras la población celebra o
llora frente al marcador, los congresos aprueban leyes que afectan directamente
al pueblo.
El carácter de droga se evidencia en la conducta del aficionado. Muchos planifican su vida en función del calendario deportivo: posponen responsabilidades, interrumpen rutinas familiares y hasta descuidan su economía para no perderse un partido. Este comportamiento muestra cómo el fútbol ha sido interiorizado como adicción cultural.
3. VIOLENCIA Y CRIMEN EN EL FÚTBOL
La violencia asociada al fútbol es uno de sus rostros más
oscuros. La pasión desbordada se convierte en agresión física, destrucción y
muerte. La historia ofrece numerosos ejemplos: el asesinato del futbolista
colombiano Andrés Escobar en 1994, tras marcar un autogol; la tragedia de
Hillsborough en Inglaterra en 1989, donde 96 aficionados murieron aplastados;
los enfrentamientos de barras bravas en Argentina que dejan decenas de muertos
cada año; y en El Salvador, el asesinato del niño Francisco García Alvarenga en
2001 en un estadio.
Las barras bravas y hooligans constituyen expresiones
organizadas de esta violencia. Funcionan como grupos con identidad propia,
jerarquías internas y códigos de honor que reproducen la violencia estructural
de la sociedad. Muchos de estos grupos están vinculados a pandillas o bandas
criminales, generando un círculo de violencia que trasciende el estadio.
La violencia futbolera no surge del deporte en sí, sino
de la frustración social acumulada. El estadio se convierte en espacio de
catarsis donde se expresan resentimientos colectivos. Como señala Wallerstein
(2006), las desigualdades estructurales encuentran en los espectáculos masivos
espacios de canalización, aunque sin resolver sus causas.
4. CORRUPCIÓN Y NARCOTRÁFICO EN EL FÚTBOL
El fútbol ha sido también terreno fértil para la
corrupción. El escándalo de la FIFA en 2015 reveló una red de sobornos que
involucraba a dirigentes de alto nivel en la asignación de sedes mundialistas y
contratos comerciales. Los sobornos ascendían a cientos de millones de dólares.
En América Latina, el narcotráfico ha utilizado clubes
como fachadas para lavar dinero.
En Colombia, los carteles financiaron equipos enteros
durante los años 80 y 90. En México, varios dirigentes han sido acusados de
vínculos con el crimen organizado. En El Salvador, la federación nacional ha
sido señalada por actos de corrupción, manipulación de resultados y mal manejo
de fondos internacionales.
La lógica es clara: el fútbol moviliza multitudes, genera
flujos de dinero difíciles de rastrear y cuenta con dirigentes dispuestos a
beneficiarse. Así, se convierte en un espacio ideal para negocios ilícitos
disfrazados de deporte.
5. NACIONALISMO IRRACIONAL Y MANIPULACIÓN IDEOLÓGICA
El fútbol genera identidades colectivas, pero muchas
veces estas identidades se transforman en nacionalismos irracionales. Los
partidos entre países rivales se convierten en batallas simbólicas donde lo
deportivo se mezcla con la hostilidad política.
La “Guerra del Fútbol” entre El Salvador y Honduras en
1969 es un caso emblemático: un partido fue el detonante de un conflicto bélico
que dejó miles de muertos. Este ejemplo demuestra cómo el fútbol puede ser
manipulado para exacerbar pasiones nacionalistas y ocultar problemas
estructurales, como la tierra, la migración y la pobreza.
Los medios de comunicación contribuyen a esta
manipulación, presentando a los jugadores como héroes patrióticos y los
partidos como batallas nacionales. El resultado es una falsa unidad nacional
que desaparece apenas termina el partido, mientras las injusticias estructurales
permanecen intactas.
6. EL FÚTBOL COMO CORTINA DE HUMO POLÍTICO
El uso político del fútbol está ampliamente documentado.
Dictaduras y gobiernos autoritarios lo han utilizado como válvula de escape
para el descontento social. Santiago Bernabéu, presidente del Real Madrid bajo
Franco, lo expresó con franqueza: “Lo que queremos es tener contenta a la
gente” (citado en Galeano, 1995, p. 218).
En Argentina, la dictadura militar de 1978 utilizó el
Mundial de ese año como vitrina internacional para encubrir sus crímenes. En
Brasil, durante el régimen militar, el fútbol también fue instrumentalizado
para proyectar una imagen de unidad nacional. En El Salvador, partidos de la
selección han sido aprovechados por gobiernos para distraer de la aprobación de
medidas impopulares.
El fútbol, en este sentido, cumple una función similar a
la del circo romano: mantener a la población entretenida para que no cuestione
el orden social. Es, en términos de la sociología crítica, un “aparato
ideológico del Estado” que reproduce la dominación.
7. EL ESTADIO COMO ESPEJO DE LA SOCIEDAD
El estadio es un laboratorio social. Allí se condensan
las frustraciones, la desesperanza y las pasiones irracionales de una sociedad.
El grito colectivo, la exaltación de símbolos y la
descarga de violencia no son simples anécdotas deportivas: son expresiones del
malestar social.
El pobre olvida por un momento su miseria; el desempleado
olvida su falta de oportunidades; el trabajador explotado olvida su cansancio.
Pero ese olvido es temporal. Al salir del estadio, la realidad vuelve con más
crudeza. El fútbol no resuelve los problemas estructurales; solo los maquilla.
Como sostiene Bourdieu (1998), los espectáculos masivos
no son neutrales: reproducen y reflejan las estructuras de poder. El estadio
es, por tanto, un espejo de la sociedad, donde se manifiestan tanto las
miserias como las esperanzas colectivas.
CONCLUSIÓN
El fútbol no puede seguir siendo visto ingenuamente como
un simple deporte. Es mercancía global, droga emocional, generador de
violencia, terreno de corrupción, cortina de humo político y espejo de las
tensiones sociales. Es, en suma, un instrumento de dominación dentro del
sistema capitalista.
Sin embargo, también contiene un potencial emancipador.
Recuperado como práctica formativa, comunitaria y educativa, puede convertirse
en un espacio de solidaridad y dignidad. El reto es rescatarlo de las garras
del mercado y devolverlo al pueblo como experiencia humana y cultural.
REFLEXIÓN
FINAL
Como afirmaba Paulo Freire (2005), toda práctica cultural
puede orientarse hacia la liberación o hacia la domesticación.
El fútbol no es la excepción. Puede ser el opio moderno
que adormece conciencias, o puede ser el espacio que eduque en valores,
solidaridad y dignidad. La decisión está en nuestras manos. Si logramos
resignificarlo, dejará de ser una droga social para convertirse en una
herramienta de emancipación.
REFERENCIASBIBLIOGRAFICAS.
1.
Bourdieu, P.
(1998). Sobre la televisión. Anagrama.
2.
Deloitte (2022). Football Money League. Deloitte.
3.
Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
4.
Galeano, E.
(1995). El fútbol a sol y sombra. Siglo XXI Editores.
5.
Marx, K.
(2008). Manuscritos económico-filosóficos. Alianza Editorial.
6.
Wallerstein,
I. (2006). El moderno sistema mundial. Siglo XXI Editores.
SAN SALVADOR, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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