EL DOCENTE UNIVERSITARIO: ¿FORMADOR DE CONCIENCIAS LIBRES
O REPETIDOR DE DOGMAS?
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Ingresar a la universidad es una de las experiencias más
trascendentales en la vida de cualquier persona. La transición desde el bachillerato
hacia la educación superior supone un cambio radical en los modos de conocer,
pensar y explicar el mundo. Lo que en la escuela parecía una verdad
incuestionable, en la universidad comienza a cuestionarse desde múltiples
perspectivas. El joven recién llegado se encuentra, casi de inmediato, con un
universo de teorías que intentan explicar la realidad humana y natural: el
idealismo, el materialismo, el estructuralismo, el funcionalismo, el
escepticismo, entre otras corrientes. Esta diversidad constituye una riqueza
enorme, pero también un desafío para el estudiante que apenas inicia su
formación intelectual.
Lo primero que impresiona a un estudiante universitario
es que la verdad deja de presentarse como única y absoluta. A partir de
entonces, descubre que la filosofía, la sociología, la pedagogía, la historia y
la economía no ofrecen un único camino de explicación, sino una serie de
visiones que muchas veces se contraponen entre sí. Aquí surge un primer
problema: la forma en que los profesores exponen dichas concepciones. Si el
docente se inclina por el idealismo, guiará a sus alumnos hacia la defensa de
lo espiritual, lo trascendente y la primacía de la conciencia. En cambio, si el
profesor es materialista o incluso marxista, orientará el pensamiento del
estudiante hacia la centralidad de las condiciones materiales de existencia y
la lucha de clases.
El problema central radica en que, en lugar de presentar
las teorías con objetividad, muchos docentes caen en el adoctrinamiento,
imponiendo la concepción que ellos consideran superior. El alumno, con tal de
aprobar, se adapta a las exigencias del profesor y reproduce fielmente sus
ideas, aunque no las comparta del todo. Esta práctica no solo empobrece el
aprendizaje, sino que desvirtúa el papel fundamental de la universidad: formar
pensamiento crítico, autónomo y científico.
Este ensayo busca reflexionar sobre la tensión entre
idealismo y materialismo en el espacio universitario, evidenciar los riesgos
del adoctrinamiento docente, subrayar la importancia de la pluralidad teórica y
destacar la misión fundamental de la universidad como generadora de pensamiento
crítico y de ciudadanos libres. La argumentación se sustenta tanto en la
experiencia personal como en el aporte de autores que han reflexionado sobre la
naturaleza de la ciencia, la filosofía y la educación.
EL CHOQUE INICIAL EN LA UNIVERSIDAD
El salto de la educación secundaria a la universitaria es
más que un cambio de nivel académico: es un cambio de paradigma. En la escuela,
los saberes suelen transmitirse como verdades acabadas, mientras que en la
universidad, al menos en teoría, lo que predomina es el debate. Sin embargo, la
práctica muchas veces contradice este ideal. El joven recién llegado a las
aulas superiores se enfrenta a un lenguaje nuevo, a teorías desconocidas y a un
ambiente que exige argumentar, cuestionar y producir conocimiento.
El desconcierto inicial es comprensible. Para alguien que
proviene de una educación fuertemente marcada por tradiciones familiares,
valores religiosos y costumbres sociales, escuchar a un profesor hablar de
materialismo histórico o de estructuralismo puede sonar a herejía o a un
ejercicio demasiado abstracto. Aquí empieza la tensión entre lo aprendido en
casa y lo enseñado en la universidad.
En ese momento, el papel del docente es crucial. Un
profesor que sepa guiar con objetividad y apertura puede convertir esa
experiencia en una oportunidad de crecimiento intelectual. En cambio, un
docente cerrado en su ideología puede transformar la experiencia en frustración,
desconfianza y, peor aún, en sometimiento acrítico.
IDEALISMO Y MATERIALISMO: DOS VISIONES EN TENSIÓN
El idealismo y el materialismo representan, en la
historia del pensamiento, dos concepciones radicalmente opuestas. El idealismo,
presente en autores como Platón, Kant o Hegel, sostiene que la realidad depende
en gran medida de la conciencia, de las ideas y de los valores espirituales.
Según esta concepción, la materia es secundaria frente a la primacía del
pensamiento. Por ejemplo, para Hegel (1999), la historia es el despliegue del
Espíritu, y los fenómenos materiales son expresiones de una razón universal.
El materialismo, por el contrario, sostiene que lo real
existe independientemente de la conciencia. Karl Marx y Friedrich Engels
llevaron esta concepción a su punto más alto con el materialismo histórico, al
afirmar que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases y
que la estructura económica condiciona la vida política, social e ideológica
(Marx & Engels, 1970).
Ambas posturas ofrecen luces importantes. El idealismo
resalta el papel de la conciencia, la ética y los valores; el materialismo
subraya el peso de las condiciones materiales de existencia. Sin embargo, cada
una tiene limitaciones. El idealismo corre el riesgo de caer en el
espiritualismo abstracto, mientras que el materialismo puede reducir la
complejidad humana a determinaciones económicas.
El estudiante universitario, frente a estas teorías,
debería tener la libertad de analizarlas críticamente y de decidir con cuál se
siente más identificado o cuál le parece más útil para explicar la realidad. El
problema surge cuando el profesor impone una como la única válida.
EL PAPEL DEL DOCENTE Y LOS SESGOS IDEOLÓGICOS
El profesor universitario no debería ser un predicador de
dogmas, sino un mediador del conocimiento. Su tarea consiste en exponer las
diversas teorías con rigor, sin caer en favoritismos. No obstante, la práctica
suele ser distinta. Muchos docentes, conscientes o inconscientemente,
transmiten su sesgo ideológico. Si son idealistas, subestiman el materialismo;
si son marxistas, desprecian al idealismo.
Esta dinámica convierte la universidad en un espacio de
adoctrinamiento. El alumno aprende a responder lo que el maestro quiere
escuchar, no lo que realmente piensa. Esta práctica contradice la esencia misma
de la educación universitaria, que debería fomentar la libertad de pensamiento
y el desarrollo del espíritu crítico. Como señala Paulo Freire (1970), la
verdadera educación no es bancaria ni depositaria, sino liberadora. Enseñar a
pensar significa dar herramientas para analizar, no imponer verdades acabadas.
Teorías en disputa: materialismo histórico,
funcionalismo, estructuralismo y escepticismo
La universidad presenta un abanico amplio de teorías
sociales. El materialismo histórico explica los fenómenos sociales desde las
relaciones de producción y la lucha de clases. El funcionalismo, representado
por Émile Durkheim (1997), concibe la sociedad como un organismo cuyos
elementos cumplen funciones específicas para mantener el equilibrio. El
estructuralismo, impulsado por Lévi-Strauss, resalta la importancia de las
estructuras inconscientes que organizan la cultura. El escepticismo, en cambio,
pone en duda la posibilidad de alcanzar verdades absolutas.
Cada teoría tiene su alcance y sus límites. Ninguna por
sí sola puede explicar de manera exhaustiva la complejidad de la realidad
social. Por ello, el enfoque universitario debería ser comparativo, integrador
y crítico. Lamentablemente, no siempre ocurre así: los profesores privilegian
la corriente que mejor se ajusta a su ideología personal.
LA ANÉCDOTA PERSONAL COMO EJEMPLO DE CONFLICTO
Recuerdo claramente mi experiencia en los primeros ciclos
universitarios. En una clase de biología, el profesor nos pidió un ensayo sobre
la teoría de la evolución. Yo, formado en una familia religiosa, opté por
exponer una visión más cercana al idealismo, explicando el origen de la vida
desde una perspectiva espiritual. Al revisar los ensayos, el maestro me llamó
la atención y dijo: “Aquí estamos formando hombres con pensamiento científico”.
Mi ensayo fue mal calificado.
Esa experiencia me dejó una pregunta abierta: ¿la ciencia
se construye únicamente desde una visión? Con el tiempo, leyendo a Bachelard
(2000), Popper (1994) y Kuhn (1996), comprendí que la ciencia avanza
precisamente porque cuestiona, porque rompe paradigmas, porque no se encierra
en una sola concepción. Si los científicos se hubieran limitado a una única
visión, nunca se habrían producido los grandes avances que hoy conocemos.
CIENCIA, PLURALIDAD Y LIBERTAD ACADÉMICA
La ciencia no es un dogma. Es un proceso dinámico, sujeto
a revisiones, rupturas y nuevas interpretaciones. Karl Popper (1994) enfatiza
que una teoría científica es tal porque puede ser refutada. Thomas Kuhn (1996)
muestra que el progreso de la ciencia ocurre a través de revoluciones
científicas, cuando un paradigma sustituye a otro.
En este sentido, la universidad debe fomentar la
pluralidad y la libertad académica. Limitar al estudiante a una sola visión es
negar la esencia de la ciencia. Enseñar ciencia implica enseñar a dudar, a
preguntar, a confrontar. Significa abrir puertas, no cerrarlas.
EL ROL DE LOS BUENOS MAESTROS
A pesar de las experiencias negativas, es justo reconocer
que existen buenos maestros que realmente saben lo que hacen. Ellos no buscan
imponer, sino guiar. No se conforman con que el alumno repita, sino que lo
invitan a pensar. Son aquellos profesores que marcan la vida académica y
personal de los estudiantes, no porque transmitan una ideología, sino porque
enseñan a razonar con rigor, a analizar con objetividad y a respetar la
diversidad de pensamientos.
Un buen maestro es aquel que encarna lo que Sócrates
defendía en la Apología: la tarea de la filosofía no es transmitir certezas,
sino despertar el pensamiento crítico (Platón, 2008).
UNIVERSIDAD, PENSAMIENTO CRÍTICO Y SOCIEDAD
La universidad tiene una misión crucial en la sociedad:
formar ciudadanos capaces de pensar críticamente. Una universidad que se convierte
en aparato ideológico deja de cumplir su función social. En cambio, una
universidad que fomenta el debate, la pluralidad y la investigación rigurosa
contribuye a la transformación de la sociedad.
El pensamiento crítico no surge de la repetición, sino
del cuestionamiento. Una educación que promueve la libertad de conciencia
prepara profesionales comprometidos con la verdad, la justicia y el progreso.
En palabras de Paulo Freire (1970), educar es un acto de liberación, no de
domesticación.
CONCLUSIÓN
La experiencia universitaria marca un antes y un después
en la vida intelectual de las personas. El encuentro con teorías contrapuestas
como el idealismo y el materialismo constituye una oportunidad invaluable para
aprender a pensar, siempre que se presente con objetividad. El verdadero
peligro está en el adoctrinamiento, cuando el docente confunde su rol de
educador con el de militante ideológico.
La universidad debe ser un espacio de pluralidad y libertad, donde los estudiantes aprendan a contrastar ideas, a valorar los aportes de cada teoría y a desarrollar una visión crítica propia. Solo así podrá cumplir su misión de formar profesionales autónomos y ciudadanos capaces de transformar su realidad.
REFLEXIÓN FINAL
La anécdota personal sobre el examen de biología no es un
caso aislado, sino un reflejo de un problema más profundo: la tendencia a
imponer visiones en lugar de enseñar a pensar. Hoy, mirando hacia atrás,
entiendo que la ciencia, la filosofía y la educación avanzan gracias al diálogo
entre concepciones distintas. El reto sigue vigente: que la universidad no sea
un campo de adoctrinamiento, sino una escuela de pensamiento crítico. Los
buenos maestros existen y su huella perdura. Ellos son la prueba de que enseñar
no es imponer, sino liberar. La tarea pendiente es que esa forma de enseñanza
sea la norma, y no la excepción.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
1.
Bachelard,
G. (2000). La formación del espíritu científico. Siglo XXI Editores.
2.
Durkheim, É.
(1997). Las reglas del método sociológico. Fondo de Cultura Económica.
3.
Engels, F.
(1974). Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana. Editorial
Progreso.
4.
Freire, P.
(1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
5.
Hegel, G. W.
F. (1999). Fenomenología del espíritu. Fondo de Cultura Económica.
6.
Kuhn, T.
(1996). La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de Cultura
Económica.
7.
Marx, K.,
& Engels, F. (1970). La ideología alemana. Editorial Progreso.
8.
Popper, K.
(1994). La lógica de la investigación científica. Tecnos.
9.
Platón.
(2008). Apología de Sócrates. Editorial Gredos.
SAN SALVADOR, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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