lunes, 15 de septiembre de 2025

 

HOMO SAPIENS ENTRE LA CREACIÓN Y LA AUTODESTRUCCIÓN: REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE EDUCACIÓN Y SOCIEDAD”.

 

POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Reflexionar sobre el ser humano y su devenir histórico no es un simple ejercicio académico, sino una necesidad urgente en tiempos de profundas crisis sociales, políticas, culturales y ambientales. El Homo sapiens, definido por la biología como la especie más inteligente sobre la faz de la Tierra, ha recorrido un trayecto evolutivo fascinante: desde las ramas de los árboles, como criaturas frágiles y desprotegidas, hasta convertirse en el constructor de civilizaciones, ciudades, sistemas de pensamiento, religiones, ciencias y tecnologías capaces de transformar la naturaleza y alcanzar el espacio exterior. No obstante, esta misma especie que ha erigido grandes monumentos, descifrado las leyes de la física y desarrollado instrumentos tecnológicos extraordinarios, continúa mostrando una paradoja dolorosa: desconoce su propia esencia, agrede a sus semejantes y amenaza la vida en el planeta que le dio origen.

El filósofo y antropólogo Desmond Morris (1967) describió al ser humano como un “mono desnudo”, subrayando tanto su vulnerabilidad biológica como su potencial intelectual. Con ello ponía en evidencia la contradicción de una especie que, al carecer de un pelaje protector, debió recurrir a la creatividad, la cooperación y el ingenio para sobrevivir; pero que, al mismo tiempo, desarrolló un instinto competitivo y agresivo que ha marcado gran parte de su historia. Este doble carácter —creador y destructor, racional y absurdo, solidario y violento— constituye el eje de reflexión de este ensayo.

En el mundo contemporáneo, estas contradicciones se agudizan bajo la influencia de fenómenos propios de la globalización y de la llamada “modernidad líquida”, concepto desarrollado por el sociólogo polaco Zygmunt Bauman (2000). La sociedad actual se caracteriza por la fragilidad de sus vínculos, la volatilidad de sus valores y la incertidumbre permanente. Vivimos en un tiempo de aceleración tecnológica y digital, en el que, como advierte Byung-Chul Han (2012), el individuo ya no está dominado por una autoridad externa, sino que se autoexplota en un régimen de rendimiento constante, convirtiéndose en “empresario de sí mismo”. El hombre contemporáneo se exige cada vez más, pero a costa de su salud, de su equilibrio emocional y de sus relaciones sociales.

La pregunta de fondo es: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? El Homo sapiens ha sido capaz de crear sistemas políticos, filosóficos y científicos para organizar su existencia, pero con frecuencia esos mismos sistemas se convierten en instrumentos de opresión y alienación. Yuval Harari (2018) explica que lo que distingue a nuestra especie es la capacidad de inventar ficciones colectivas —naciones, religiones, ideologías, mercados— que, si bien han permitido la cooperación masiva, también han generado guerras, injusticias y profundas desigualdades.

El ámbito educativo no escapa a estas contradicciones. Lejos de ser una herramienta liberadora, en muchos casos la escuela y la universidad se convierten en aparatos reproductores de un sistema social injusto.

 La educación memorística, repetitiva y autoritaria sigue dominando gran parte de los procesos de enseñanza en América Latina, especialmente en países como El Salvador, donde persisten modelos pedagógicos anclados en el conductismo de Watson, Thorndike y Skinner. Esto limita el desarrollo del pensamiento crítico, la creatividad y la imaginación, cualidades indispensables para afrontar los desafíos de nuestro tiempo. Como advierte Paulo Freire (2015), la educación debe ser práctica de libertad, no de domesticación.

Por ello, este ensayo busca analizar tres ejes fundamentales:

La evolución del ser humano, desde el “mono desnudo” hasta el Homo sapiens actual, destacando sus logros y contradicciones.

Las características de la sociedad contemporánea, marcada por la liquidez de valores, la superficialidad del “hombre light” (Rojas, 1992) y la autoexplotación descrita por Han.

El papel del sistema educativo y de la universidad, que en lugar de liberar al ser humano muchas veces lo convierte en un ser pasivo, acrítico y sometido a modelos obsoletos.

El objetivo es mostrar que la crisis actual de la humanidad no es únicamente económica o tecnológica, sino también ética y educativa. La paradoja del Homo sapiens reside en haber desarrollado una inteligencia capaz de transformar el mundo, pero no de conocerse y gobernarse a sí mismo. Este texto, en consecuencia, invita a repensar la condición humana desde una perspectiva crítica y humanista, para recuperar la esencia de lo que significa ser verdaderamente humano.

I. DEL MONO DESNUDO AL HOMO SAPIENS: EVOLUCIÓN Y PARADOJAS

El recorrido evolutivo del ser humano constituye uno de los capítulos más fascinantes y complejos de la historia natural. A diferencia de otras especies que apenas se han transformado a lo largo de milenios, el Homo sapiens experimentó un proceso de adaptación que le permitió abandonar la frágil existencia en las copas de los árboles para convertirse en el protagonista del planeta. Sin embargo, ese trayecto no ha sido lineal ni armónico: en cada avance tecnológico, científico o cultural encontramos también señales de retroceso ético, social o ecológico.

1. Los orígenes biológicos

Los registros fósiles y los estudios de la antropología evolutiva muestran que los primeros homínidos se desenvolvían en condiciones de vulnerabilidad extrema. Según Ilin y Segal (1937), nuestros antepasados eran criaturas débiles que habitaban en los árboles, desplazándose entre ramas como si fueran pasarelas suspendidas. Carecían de garras afiladas, de colmillos imponentes y de un cuerpo robusto capaz de enfrentarse a depredadores. Su supervivencia dependió, por tanto, de la cooperación grupal, el ingenio para fabricar herramientas rudimentarias y la capacidad de comunicarse.

Más adelante, Desmond Morris (1967) acuñó la célebre expresión “el mono desnudo” para describir la singularidad del ser humano frente al resto de primates. Mientras 192 de las 193 especies de simios y monos conservaban un cuerpo cubierto de pelo, el Homo sapiens se presentaba sin esa protección natural, dependiendo de su creatividad para inventar vestidos, refugios y utensilios. La desnudez, más que un defecto, se convirtió en metáfora de la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, de la plasticidad cultural que caracteriza a nuestra especie.

2. La singularidad del Homo sapiens

Lo que marcó la diferencia fundamental no fue la fuerza física, sino el cerebro. Con un encéfalo de aproximadamente 1,400 centímetros cúbicos, el Homo sapiens desarrolló una capacidad de abstracción sin precedentes. Esta habilidad dio lugar al lenguaje simbólico, al pensamiento matemático y a la posibilidad de organizar comunidades en torno a relatos compartidos.

Yuval Harari (2018) subraya que el rasgo más distintivo de nuestra especie no son las herramientas o el fuego, sino la capacidad de inventar “ficciones colectivas”. Las religiones, las naciones, las leyes, las empresas y hasta el dinero son invenciones compartidas que permiten la cooperación masiva entre individuos que no se conocen personalmente. Esta facultad dio origen a sociedades complejas, pero también a jerarquías, desigualdades y conflictos.

La singularidad del Homo sapiens radica en haber logrado construir realidades simbólicas que trascienden lo inmediato. Sin embargo, esa misma capacidad ha generado un peligro: cuando las ficciones se absolutizan y se imponen como verdades incuestionables, pueden derivar en guerras, dogmatismos y opresiones.

3. La paradoja humana

El ser humano es, en palabras de Morris (1967), un primate parlanchín, curioso y multitudinario. Posee la inteligencia necesaria para explorar los confines del universo, pero al mismo tiempo es incapaz de conocerse a sí mismo. Esta paradoja atraviesa toda su historia: ha diseñado sistemas médicos para prolongar la vida, pero también armas capaces de aniquilar a millones en segundos. Ha construido instituciones democráticas, pero al mismo tiempo regímenes autoritarios que reprimen la libertad.

La agresividad, lejos de extinguirse, se mantiene como una herencia evolutiva. Byung-Chul Han (2012) sostiene que incluso en la era digital, donde predominan discursos sobre paz y derechos humanos, el ser humano se ve atrapado en dinámicas de autoexplotación y competencia feroz. La violencia, en lugar de ser siempre externa, se ha interiorizado: ya no se manifiesta únicamente en guerras, sino en enfermedades de la mente como la depresión y la ansiedad, productos de la presión social por rendir siempre más.

A la vez, el Homo sapiens es capaz de actos de solidaridad, empatía y creación artística que ninguna otra especie ha logrado. El arte rupestre de Lascaux, las pirámides de Egipto, la música clásica o la literatura universal son expresiones de una creatividad que trasciende la mera supervivencia. Como señala Martha Nussbaum (2010), estas manifestaciones humanistas son las que realmente hacen posible la democracia y la convivencia, porque apelan a la imaginación moral y al reconocimiento del otro.

4. UNA ESPECIE CREADORA Y DESTRUCTORA

El dilema central del ser humano radica en que, siendo la especie más inteligente, también es la que mayor capacidad tiene de autodestrucción. El desarrollo científico, concebido como instrumento para el progreso, ha sido utilizado tanto para curar enfermedades como para justificar genocidios. La energía nuclear, por ejemplo, simboliza esta doble cara: fuente de electricidad y, al mismo tiempo, de bombas devastadoras.

En palabras de Harari (2018), “hemos conquistado el mundo, pero no sabemos qué hacer con él”. La paradoja de nuestra especie se expresa en la disonancia entre un cerebro altamente desarrollado y una conciencia ética aún en construcción.

II. HOMO SAPIENS EN LA MODERNIDAD LÍQUIDA

El ser humano del siglo XXI vive en un escenario marcado por la rapidez de los cambios, la incertidumbre constante y la volatilidad de los valores. Zygmunt Bauman (2000) definió esta condición como modernidad líquida: una metáfora que expresa la fragilidad de los vínculos humanos y la imposibilidad de aferrarse a estructuras sólidas. En este contexto, el Homo sapiens contemporáneo, heredero de milenios de evolución, se enfrenta a un dilema crucial: ha conquistado la ciencia y la tecnología, pero parece incapaz de dar sentido profundo a su vida.

La modernidad líquida se caracteriza por la transformación de todo en mercancía y por la inestabilidad como norma. Las relaciones personales, las trayectorias profesionales y hasta las identidades se vuelven flexibles y transitorias. Lo que hoy es valioso mañana puede quedar obsoleto, lo que antes era compromiso ahora se convierte en contrato temporal. El sujeto moderno, en consecuencia, habita un mundo de incertidumbre donde el miedo al futuro se combina con el vértigo del presente.

1. Bauman y la fragilidad de los vínculos

Bauman (2000) sostiene que la vida líquida disuelve las certezas colectivas y reemplaza los compromisos duraderos por conexiones débiles y cambiantes. Las instituciones tradicionales —familia, iglesia, comunidad, partido político— ya no ejercen la misma fuerza cohesionadora. En su lugar, el individuo se ve obligado a construir su identidad sobre bases frágiles y efímeras.

Esto se observa claramente en las redes sociales, donde la amistad se mide en número de seguidores y los vínculos se limitan a interacciones virtuales. La identidad se construye mediante perfiles cuidadosamente editados, pero en muchos casos desconectados de la vida real. Este fenómeno, aunque amplía las posibilidades de comunicación, también genera una soledad profunda y un sentimiento de vacío.

2. Enrique Rojas y el hombre light

El psiquiatra Enrique Rojas (1992) describió a finales del siglo XX la figura del hombre light: un ser superficial, pragmático y centrado en la apariencia. Según Rojas, este tipo humano se caracteriza por carecer de raíces éticas sólidas, vivir en función del placer inmediato y valorar más la imagen que el contenido.

En la sociedad actual, marcada por el consumismo y la publicidad, el hombre light se ha convertido en el prototipo dominante. La moda, las marcas, los dispositivos electrónicos y las experiencias rápidas han sustituido a las reflexiones profundas y a los proyectos de vida duraderos. El sujeto se encuentra informado, pero no educado; conectado, pero no integrado; entretenido, pero vacío de sentido.

La consecuencia es una humanidad que corre el riesgo de perder la capacidad de análisis y de crítica. Los sistemas educativos, en lugar de contrarrestar esta tendencia, a menudo la refuerzan con metodologías memorísticas que promueven la acumulación superficial de datos antes que la formación integral.

3. UMBERTO ECO Y LA CRISIS DE LAS IDEOLOGÍAS

Umberto Eco (2016) advertía que con el colapso de las grandes ideologías del siglo XX se ha debilitado la capacidad de las sociedades para generar horizontes colectivos.

Los movimientos sociales actuales, señalaba Eco, suelen saber lo que no quieren —corrupción, injusticia, desigualdad—, pero carecen de un proyecto alternativo claro.

En este escenario, los individuos participan en protestas masivas o en campañas digitales que visibilizan problemas, pero raramente proponen soluciones estructurales. La política se reduce a la indignación, y la esperanza en un cambio profundo se desvanece. Este vacío se traduce en apatía, desconfianza hacia las instituciones y un desencanto generalizado con la democracia.

4. BYUNG-CHUL HAN Y LA AUTOEXPLOTACIÓN CONTEMPORÁNEA

Si Bauman describe la fluidez de los vínculos, Byung-Chul Han (2012) analiza la transformación de la disciplina en autoexplotación. En su obra La sociedad del cansancio, explica que ya no vivimos bajo un régimen autoritario que oprime desde fuera, sino bajo un modelo neoliberal que impulsa a los individuos a explotarse a sí mismos en nombre de la libertad y la productividad.

El sujeto contemporáneo se convierte en “empresario de sí mismo”, asumiendo la responsabilidad total de su éxito o fracaso. Trabaja sin horarios definidos, se mantiene hiperconectado y mide su valor en función de la eficiencia y la visibilidad. Paradójicamente, esta aparente libertad genera nuevas formas de esclavitud: estrés, ansiedad, depresión y enfermedades psicosomáticas.

El Homo sapiens de la modernidad líquida vive, entonces, en una contradicción constante. Ha alcanzado un nivel de autonomía individual sin precedentes, pero a costa de una precariedad emocional y social que amenaza con deshumanizarlo. La paradoja se profundiza cuando observamos que el mismo ser humano que diseñó la democracia y los derechos humanos ahora parece incapaz de sostener valores colectivos y proyectos de comunidad.

III. EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD Y CRISIS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO

El sistema educativo, lejos de ser un espacio neutral de transmisión de conocimientos, constituye uno de los escenarios más decisivos en la formación de ciudadanos. Sin embargo, en gran parte del mundo, y de manera particular en América Latina, la educación continúa atrapada en modelos obsoletos que reproducen estructuras de poder en lugar de cuestionarlas. La universidad, llamada a ser motor de transformación social, se enfrenta a la paradoja de convertirse en una institución que perpetúa la pasividad y la falta de creatividad en las nuevas generaciones.

1. Crítica al modelo educativo tradicional

La pedagogía dominante en muchos países latinoamericanos sigue anclada en enfoques conductistas propios de inicios del siglo XX. Autores como Watson, Thorndike y Skinner defendieron un modelo centrado en la repetición, la memorización y la respuesta condicionada a estímulos. Si bien estos aportes tuvieron relevancia en su contexto histórico, resultan insuficientes en un mundo caracterizado por la complejidad y la incertidumbre.

El problema de fondo radica en que los estudiantes son formados como receptores pasivos de información. Se les enseña a repetir fórmulas, definiciones y datos, pero no a problematizar la realidad ni a formular preguntas críticas. Como advierte Paulo Freire (2015), la educación bancaria convierte a los alumnos en depósitos de contenidos vacíos, negándoles la posibilidad de construir su propio conocimiento mediante el diálogo y la praxis transformadora.

2. La educación como práctica de libertad

Frente a este panorama, resulta imprescindible recuperar la visión de Freire (2015), para quien la educación debe ser un acto de liberación. Educar no significa domesticar ni imponer verdades absolutas, sino generar espacios de diálogo donde los estudiantes aprendan a interpretar críticamente el mundo. La verdadera educación —señala el pedagogo brasileño— no consiste en transferir conocimiento, sino en provocar la capacidad de leer la realidad para transformarla.

En este sentido, la universidad debería ser el espacio privilegiado para el desarrollo del pensamiento crítico, la creatividad y la investigación. No obstante, en muchos casos sigue funcionando como un engranaje burocrático que certifica títulos pero no fomenta la autonomía intelectual. La obsesión por la acreditación y los rankings académicos desplaza el interés por la formación integral del estudiante.

3. La responsabilidad docente

El rol del docente en este contexto es crucial. Un profesor que limita su función a dictar clases expositivas y evaluar memorización contribuye a perpetuar la apatía estudiantil. En cambio, un docente que se concibe a sí mismo como mediador, facilitador y provocador de preguntas abre la posibilidad de formar sujetos críticos y comprometidos con la sociedad.

La UNESCO (2023) subraya que la calidad de la educación depende en gran medida de la preparación y motivación de los maestros. En su informe mundial sobre los docentes, advierte que los sistemas educativos que no invierten en la formación y bienestar del profesorado difícilmente podrán generar aprendizajes significativos. El reto, por tanto, no es solo curricular, sino humano: contar con educadores capaces de inspirar, cuestionar y acompañar procesos de emancipación.

4. El caso latinoamericano y salvadoreño

En América Latina, la educación enfrenta obstáculos históricos vinculados a la desigualdad social. Según Oxfam (2015), en El Salvador el 1 % más rico concentra gran parte de la riqueza nacional, mientras la mayoría de la población apenas cubre sus necesidades básicas. Esta desigualdad repercute directamente en el acceso y la calidad educativa: escuelas con recursos mínimos, universidades públicas saturadas y sistemas que reproducen la inequidad en lugar de combatirla.

El modelo educativo salvadoreño, implantado hace más de un siglo, se ha caracterizado por su rigidez y su apego a metodologías memorísticas. La Universidad de El Salvador, aunque históricamente ha sido un espacio de lucha social y pensamiento crítico, también padece limitaciones derivadas de un currículo obsoleto y de una burocracia que muchas veces frena la innovación pedagógica. La pregunta clave es: ¿a quién sirve realmente la universidad cuando se limita a producir profesionales sin pensamiento crítico?

La responsabilidad no recae únicamente en las instituciones, sino también en la sociedad en su conjunto. Un país que no valora la lectura, la investigación y la cultura difícilmente podrá formar ciudadanos capaces de enfrentar los retos de la globalización, la crisis climática o la transformación tecnológica. El déficit de pensamiento crítico en las nuevas generaciones no es solo un problema académico, sino un síntoma de una crisis civilizatoria.

IV. HOMO SAPIENS, TECNOLOGÍA Y ALIENACIÓN CONTEMPORÁNEA

El desarrollo tecnológico constituye, quizá, la expresión más visible de la capacidad creadora del Homo sapiens. Desde la invención de la rueda hasta la construcción de supercomputadoras y satélites, la especie humana ha demostrado un ingenio extraordinario para transformar el entorno y mejorar su calidad de vida. Sin embargo, esa misma capacidad se ha convertido en una amenaza latente: la tecnología, concebida como instrumento de progreso, también ha generado nuevas formas de dominación, explotación y alienación. El dilema contemporáneo radica en que el ser humano está creando máquinas más inteligentes que él mismo, sin tener claro cómo gobernarlas ni cómo evitar que lo esclavicen.

1. La revolución digital y la era del big data

La digitalización ha modificado radicalmente la manera en que los seres humanos se relacionan, aprenden, consumen y trabajan. Harari (2018) plantea que estamos en un punto de inflexión donde la especie podría transformarse en lo que él denomina Homo deus, un ser capaz de manipular sus propios genes, prolongar artificialmente la vida y delegar decisiones fundamentales a algoritmos.

El big data y la inteligencia artificial han abierto posibilidades extraordinarias: diagnósticos médicos más precisos, ciudades inteligentes, educación personalizada. No obstante, también han dado lugar a nuevas formas de control y vigilancia. Edward Snowden (2019) denunció cómo los gobiernos y las corporaciones utilizan la tecnología para recolectar información masiva sobre los ciudadanos, lo que representa una amenaza sin precedentes a la privacidad y a la libertad individual.

El Homo sapiens contemporáneo, paradójicamente, se siente más libre que nunca gracias a la tecnología, pero está sometido a una vigilancia constante. La vida digital, que prometía autonomía, se ha convertido en un espacio de dependencia e incluso de adicción.

2. Precariedad laboral y el surgimiento del precariado

El capitalismo digital ha transformado también el mundo del trabajo. Plataformas como Uber, Rappi o Amazon generan nuevas oportunidades laborales, pero bajo condiciones de inestabilidad y explotación. Guy Standing (2011) denomina a esta nueva clase social el precariado: trabajadores que carecen de estabilidad, derechos laborales y seguridad social, dependiendo de algoritmos que deciden su valor y su permanencia en el sistema.

La paradoja es evidente: mientras la tecnología incrementa la productividad y reduce costos para las empresas, precariza la vida de millones de personas. El trabajo deja de ser un espacio de realización personal para convertirse en una lucha diaria por sobrevivir en un mercado inestable y ferozmente competitivo.

En países como El Salvador, donde ya existían profundas desigualdades, la digitalización ha agudizado la brecha. Mientras una minoría accede a empleos en el sector tecnológico, la mayoría queda relegada a trabajos informales o precarios, reproduciendo el círculo de pobreza y exclusión.

3. Crisis ambiental y supervivencia de la especie

Quizá el mayor desafío del Homo sapiens contemporáneo no sea tecnológico, sino ambiental. La misma especie que inventó la penicilina y los viajes espaciales está poniendo en riesgo la supervivencia del planeta mediante la explotación indiscriminada de recursos naturales.

La ONU (2021) ha advertido que el cambio climático es la mayor amenaza existencial de nuestro tiempo. El aumento de la temperatura global, la desertificación, la pérdida de biodiversidad y los fenómenos climáticos extremos son consecuencia directa de un modelo de desarrollo basado en el consumo desmedido y en la explotación irracional de la naturaleza.

La paradoja es clara: el Homo sapiens diseñó la ciencia para comprender y proteger su mundo, pero la está utilizando para acelerar su destrucción. Como señala Bauman (2000), la modernidad líquida se caracteriza por priorizar el presente inmediato, sin preocuparse por las consecuencias futuras. Esa lógica hedonista y cortoplacista es la que hoy amenaza la continuidad de la vida en el planeta.

4. Alienación tecnológica y vacío existencial

Más allá de los riesgos materiales, la tecnología ha generado un nuevo tipo de alienación: la desconexión del ser humano consigo mismo. Las redes sociales, los videojuegos y las aplicaciones móviles absorben gran parte del tiempo y la atención de las personas, reduciendo su capacidad de concentración, de diálogo profundo y de contemplación.

Byung-Chul Han (2012) advierte que vivimos en una sociedad del cansancio donde el individuo se convierte en esclavo de su propia hiperactividad digital. La multitarea constante, la búsqueda de aprobación en forma de “likes” y la adicción a las pantallas producen seres agotados, ansiosos y con una profunda sensación de vacío.

El problema no radica en la tecnología en sí, sino en el uso que se le da. El Homo sapiens contemporáneo corre el riesgo de convertirse en un “Homo digitalis” que confunde la inmediatez con el conocimiento, la conectividad con la comunidad, y el entretenimiento con la felicidad. La alienación ya no se manifiesta en fábricas de producción masiva, sino en dispositivos que caben en el bolsillo y que colonizan la mente y la atención de las personas.

CONCLUSIONES

El recorrido histórico y reflexivo desde el “mono desnudo” de Morris hasta el Homo sapiens contemporáneo revela una paradoja central: el ser humano ha sido capaz de crear mundos simbólicos, tecnologías extraordinarias y sistemas de organización social cada vez más complejos, pero al mismo tiempo ha desarrollado prácticas de violencia, desigualdad y alienación que amenazan su propia supervivencia.

La evolución biológica nos permitió superar la fragilidad inicial, pero la evolución cultural y tecnológica no siempre ha estado guiada por principios éticos. Hemos conquistado la naturaleza, pero no hemos logrado gobernarnos a nosotros mismos. Harari (2018) recuerda que nuestra especie inventó ficciones colectivas para cooperar, pero esas mismas ficciones pueden convertirse en armas de dominación y exclusión.

La modernidad líquida (Bauman, 2000) y el hombre light (Rojas, 1992) muestran que los vínculos sociales se han vuelto frágiles y los valores inestables. Vivimos en sociedades de consumo rápido, donde lo inmediato prevalece sobre lo duradero, lo superficial sobre lo profundo, lo aparente sobre lo esencial. Byung-Chul Han (2012) agrega que este contexto ha generado una autoexplotación inédita: el individuo ya no necesita un opresor externo, pues él mismo se convierte en su propio verdugo, agotándose en un régimen de productividad infinita.

La educación, que debería ser un instrumento liberador, continúa atrapada en modelos conductistas, repetitivos y autoritarios. En lugar de estimular la creatividad y la reflexión crítica, muchas universidades se reducen a expedir títulos y a responder a demandas del mercado laboral. Como advirtió Freire (2015), esta educación bancaria no emancipa, sino que perpetúa la opresión.

Finalmente, la revolución tecnológica, aunque ofrece oportunidades sin precedentes, también trae consigo nuevas formas de alienación y precariedad. El big data y la inteligencia artificial ponen en entredicho la autonomía humana, el trabajo se precariza bajo la lógica del “precariado” (Standing, 2011), y el planeta enfrenta una crisis ambiental que amenaza con volver insostenible la vida misma (ONU, 2021).

En síntesis, el Homo sapiens enfrenta hoy su mayor desafío: no el dominio de la naturaleza, sino la construcción de un modelo social, educativo y tecnológico que garantice su permanencia digna en el planeta.

REFLEXIÓN FINAL

La gran pregunta que debería guiar a nuestra especie no es qué hemos logrado, sino qué queremos llegar a ser. De nada sirve haber conquistado el espacio exterior si hemos perdido el espacio interior; de nada sirve dominar la energía nuclear si no dominamos nuestra violencia; de nada sirve inventar algoritmos inteligentes si no cultivamos la sabiduría humana.

El riesgo que enfrentamos es doble: por un lado, la degradación de la vida planetaria debido al consumismo y la depredación ambiental; por otro, la pérdida de nuestra esencia humana a causa de la superficialidad, la autoexplotación y la alienación tecnológica. Si el ser humano no recupera la disciplina del pensamiento, la ética de la solidaridad y la imaginación creadora, corre el peligro de convertirse en una especie que, aunque más avanzada técnicamente, será más pobre en humanidad.

El desafío educativo es, en este sentido, crucial. Necesitamos una universidad que forme sujetos críticos y solidarios, capaces de transformar la realidad, no de adaptarse pasivamente a ella. Una educación que enseñe a preguntar, a investigar, a crear y a comprometerse con la justicia social.

Como especie, nos encontramos en una encrucijada histórica. Podemos continuar por la senda de la alienación y la superficialidad, o podemos optar por un camino de humanización y dignidad. La decisión está en nuestras manos. La historia aún no está escrita: depende de nosotros que el Homo sapiens haga honor a su nombre y

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.

1.                Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

2.             Cornella, A. (2000). Infoxicación: buscando un orden en la información. Paidós.

3.                 Eco, U. (2016). De la estupidez a la locura. Lumen.

4.       Freire, P. (2015). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores. (Original de 1970).

5.                 Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.

6.                 Harari, Y. N. (2018). 21 lecciones para el siglo XXI. Debate.

7.                 Morris, D. (1967). El mono desnudo. Planeta.

8.                 Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz.

9.      Oxfam. (2015). Privilegios que niegan derechos: Desigualdad extrema y secuestro de la democracia en El Salvador.

10.            Rojas, E. (1992). El hombre light: Una vida sin valores. Planeta.

11.            Segal, I., & Ilin, M. (1937). Cómo el hombre llegó a ser gigante. Moscú.

12.            Snowden, E. (2019). Vigilancia permanente. Planeta.

13.            UNESCO. (2023). Informe mundial sobre los docentes. UNESCO.

14.            ONU. (2021). Informe sobre cambio climático. Naciones Unidas. Demuestre

 

 

 

 

SAN SALVADOR, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2025”.

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