HOMO SAPIENS ENTRE LA CREACIÓN Y LA AUTODESTRUCCIÓN:
REFLEXIONES CRÍTICAS SOBRE EDUCACIÓN Y SOCIEDAD”.
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Reflexionar sobre el ser humano y su devenir histórico no
es un simple ejercicio académico, sino una necesidad urgente en tiempos de
profundas crisis sociales, políticas, culturales y ambientales. El Homo
sapiens, definido por la biología como la especie más inteligente sobre la faz
de la Tierra, ha recorrido un trayecto evolutivo fascinante: desde las ramas de
los árboles, como criaturas frágiles y desprotegidas, hasta convertirse en el
constructor de civilizaciones, ciudades, sistemas de pensamiento, religiones,
ciencias y tecnologías capaces de transformar la naturaleza y alcanzar el
espacio exterior. No obstante, esta misma especie que ha erigido grandes
monumentos, descifrado las leyes de la física y desarrollado instrumentos
tecnológicos extraordinarios, continúa mostrando una paradoja dolorosa:
desconoce su propia esencia, agrede a sus semejantes y amenaza la vida en el
planeta que le dio origen.
El filósofo y antropólogo Desmond Morris (1967) describió
al ser humano como un “mono desnudo”, subrayando tanto su vulnerabilidad
biológica como su potencial intelectual. Con ello ponía en evidencia la contradicción
de una especie que, al carecer de un pelaje protector, debió recurrir a la
creatividad, la cooperación y el ingenio para sobrevivir; pero que, al mismo
tiempo, desarrolló un instinto competitivo y agresivo que ha marcado gran parte
de su historia. Este doble carácter —creador y destructor, racional y absurdo,
solidario y violento— constituye el eje de reflexión de este ensayo.
En el mundo contemporáneo, estas contradicciones se
agudizan bajo la influencia de fenómenos propios de la globalización y de la
llamada “modernidad líquida”, concepto desarrollado por el sociólogo polaco
Zygmunt Bauman (2000). La sociedad actual se caracteriza por la fragilidad de
sus vínculos, la volatilidad de sus valores y la incertidumbre permanente.
Vivimos en un tiempo de aceleración tecnológica y digital, en el que, como
advierte Byung-Chul Han (2012), el individuo ya no está dominado por una
autoridad externa, sino que se autoexplota en un régimen de rendimiento
constante, convirtiéndose en “empresario de sí mismo”. El hombre contemporáneo
se exige cada vez más, pero a costa de su salud, de su equilibrio emocional y
de sus relaciones sociales.
La pregunta de fondo es: ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
El Homo sapiens ha sido capaz de crear sistemas políticos, filosóficos y
científicos para organizar su existencia, pero con frecuencia esos mismos
sistemas se convierten en instrumentos de opresión y alienación. Yuval Harari
(2018) explica que lo que distingue a nuestra especie es la capacidad de
inventar ficciones colectivas —naciones, religiones, ideologías, mercados— que,
si bien han permitido la cooperación masiva, también han generado guerras,
injusticias y profundas desigualdades.
El ámbito educativo no escapa a estas contradicciones.
Lejos de ser una herramienta liberadora, en muchos casos la escuela y la
universidad se convierten en aparatos reproductores de un sistema social
injusto.
La educación
memorística, repetitiva y autoritaria sigue dominando gran parte de los
procesos de enseñanza en América Latina, especialmente en países como El
Salvador, donde persisten modelos pedagógicos anclados en el conductismo de
Watson, Thorndike y Skinner. Esto limita el desarrollo del pensamiento crítico,
la creatividad y la imaginación, cualidades indispensables para afrontar los desafíos
de nuestro tiempo. Como advierte Paulo Freire (2015), la educación debe ser
práctica de libertad, no de domesticación.
Por ello, este ensayo busca analizar tres ejes
fundamentales:
La evolución del ser humano, desde el “mono desnudo”
hasta el Homo sapiens actual, destacando sus logros y contradicciones.
Las características de la sociedad contemporánea, marcada
por la liquidez de valores, la superficialidad del “hombre light” (Rojas, 1992)
y la autoexplotación descrita por Han.
El papel del sistema educativo y de la universidad, que
en lugar de liberar al ser humano muchas veces lo convierte en un ser pasivo,
acrítico y sometido a modelos obsoletos.
El objetivo es mostrar que la crisis actual de la
humanidad no es únicamente económica o tecnológica, sino también ética y
educativa. La paradoja del Homo sapiens reside en haber desarrollado una
inteligencia capaz de transformar el mundo, pero no de conocerse y gobernarse a sí mismo.
Este texto, en consecuencia, invita a repensar la condición humana desde una
perspectiva crítica y humanista, para recuperar la esencia de lo que significa
ser verdaderamente humano.
I. DEL MONO DESNUDO AL HOMO SAPIENS: EVOLUCIÓN Y
PARADOJAS
El recorrido evolutivo del ser humano constituye uno de
los capítulos más fascinantes y complejos de la historia natural. A diferencia
de otras especies que apenas se han transformado a lo largo de milenios, el
Homo sapiens experimentó un proceso de adaptación que le permitió abandonar la
frágil existencia en las copas de los árboles para convertirse en el
protagonista del planeta. Sin embargo, ese trayecto no ha sido lineal ni
armónico: en cada avance tecnológico, científico o cultural encontramos también
señales de retroceso ético, social o ecológico.
1. Los orígenes biológicos
Los registros fósiles y los estudios de la antropología
evolutiva muestran que los primeros homínidos se desenvolvían en condiciones de
vulnerabilidad extrema. Según Ilin y Segal (1937), nuestros antepasados eran
criaturas débiles que habitaban en los árboles, desplazándose entre ramas como
si fueran pasarelas suspendidas. Carecían de garras afiladas, de colmillos
imponentes y de un cuerpo robusto capaz de enfrentarse a depredadores. Su
supervivencia dependió, por tanto, de la cooperación grupal, el ingenio para
fabricar herramientas rudimentarias y la capacidad de comunicarse.
Más adelante, Desmond Morris (1967) acuñó la célebre
expresión “el mono desnudo” para describir la singularidad del ser humano
frente al resto de primates. Mientras 192 de las 193 especies de simios y monos
conservaban un cuerpo cubierto de pelo, el Homo sapiens se presentaba sin esa
protección natural, dependiendo de su creatividad para inventar vestidos,
refugios y utensilios. La desnudez, más que un defecto, se convirtió en
metáfora de la vulnerabilidad y, al mismo tiempo, de la plasticidad cultural
que caracteriza a nuestra especie.
2. La singularidad del Homo sapiens
Lo que marcó la diferencia fundamental no fue la fuerza
física, sino el cerebro. Con un encéfalo de aproximadamente 1,400 centímetros
cúbicos, el Homo sapiens desarrolló una capacidad de abstracción sin
precedentes. Esta habilidad dio lugar al lenguaje simbólico, al pensamiento
matemático y a la posibilidad de organizar comunidades en torno a relatos
compartidos.
Yuval Harari (2018) subraya que el rasgo más distintivo
de nuestra especie no son las herramientas o el fuego, sino la capacidad de
inventar “ficciones colectivas”. Las religiones, las naciones, las leyes, las
empresas y hasta el dinero son invenciones compartidas que permiten la
cooperación masiva entre individuos que no se conocen personalmente. Esta
facultad dio origen a sociedades complejas, pero también a jerarquías,
desigualdades y conflictos.
La singularidad del Homo sapiens radica en haber logrado
construir realidades simbólicas que trascienden lo inmediato. Sin embargo, esa
misma capacidad ha generado un peligro: cuando las ficciones se absolutizan y
se imponen como verdades incuestionables, pueden derivar en guerras,
dogmatismos y opresiones.
3. La paradoja humana
El ser humano es, en palabras de Morris (1967), un
primate parlanchín, curioso y multitudinario. Posee la inteligencia necesaria para explorar
los confines del universo, pero al mismo tiempo es incapaz de conocerse a sí
mismo. Esta paradoja atraviesa toda su historia: ha diseñado
sistemas médicos para prolongar la vida, pero también armas capaces de
aniquilar a millones en segundos. Ha construido instituciones democráticas,
pero al mismo tiempo regímenes autoritarios que reprimen la libertad.
La agresividad, lejos de extinguirse, se mantiene como
una herencia evolutiva. Byung-Chul Han (2012) sostiene que incluso en la era
digital, donde predominan discursos sobre paz y derechos humanos, el ser humano
se ve atrapado en dinámicas de autoexplotación y competencia feroz. La
violencia, en lugar de ser siempre externa, se ha interiorizado: ya no se
manifiesta únicamente en guerras, sino en enfermedades de la mente como la
depresión y la ansiedad, productos de la presión social por rendir siempre más.
A la vez, el Homo sapiens es capaz de actos de
solidaridad, empatía y creación artística que ninguna otra especie ha logrado.
El arte rupestre de Lascaux, las pirámides de Egipto, la música clásica o la
literatura universal son expresiones de una creatividad que trasciende la mera
supervivencia. Como señala Martha Nussbaum (2010), estas manifestaciones
humanistas son las que realmente hacen posible la democracia y la convivencia,
porque apelan a la imaginación moral y al reconocimiento del otro.
4. UNA ESPECIE CREADORA Y DESTRUCTORA
El dilema central del ser humano radica en que, siendo la
especie más inteligente, también es la que mayor capacidad tiene de
autodestrucción. El desarrollo científico, concebido como instrumento para el
progreso, ha sido utilizado tanto para curar enfermedades como para justificar
genocidios. La energía nuclear, por ejemplo, simboliza esta doble cara: fuente
de electricidad y, al mismo tiempo, de bombas devastadoras.
En palabras de Harari (2018), “hemos conquistado el
mundo, pero no sabemos qué hacer con él”. La paradoja de nuestra especie se
expresa en la disonancia entre un cerebro altamente desarrollado y una conciencia
ética aún en construcción.
II. HOMO SAPIENS EN LA MODERNIDAD LÍQUIDA
El ser humano del siglo XXI vive en un escenario marcado
por la rapidez de los cambios, la incertidumbre constante y la volatilidad de
los valores. Zygmunt Bauman (2000) definió esta condición como modernidad
líquida: una metáfora que expresa la fragilidad de los vínculos humanos y la
imposibilidad de aferrarse a estructuras sólidas. En este contexto, el Homo
sapiens contemporáneo, heredero de milenios de evolución, se enfrenta a un
dilema crucial: ha conquistado la ciencia y la tecnología, pero parece incapaz
de dar sentido profundo a su vida.
La modernidad líquida se caracteriza por la
transformación de todo en mercancía y por la inestabilidad como norma. Las
relaciones personales, las trayectorias profesionales y hasta las identidades
se vuelven flexibles y transitorias. Lo que hoy es valioso mañana puede quedar
obsoleto, lo que antes era compromiso ahora se convierte en contrato temporal.
El sujeto moderno, en consecuencia, habita un mundo de incertidumbre donde el
miedo al futuro se combina con el vértigo del presente.
1. Bauman y la fragilidad de los vínculos
Bauman (2000) sostiene que la vida líquida disuelve las
certezas colectivas y reemplaza los compromisos duraderos por conexiones
débiles y cambiantes. Las instituciones tradicionales —familia, iglesia,
comunidad, partido político— ya no ejercen la misma fuerza cohesionadora. En su
lugar, el individuo se ve obligado a construir su identidad sobre bases
frágiles y efímeras.
Esto se observa claramente en las redes sociales, donde la amistad se mide en número de seguidores y los vínculos se limitan a interacciones virtuales. La identidad se construye mediante perfiles cuidadosamente editados, pero en muchos casos desconectados de la vida real. Este fenómeno, aunque amplía las posibilidades de comunicación, también genera una soledad profunda y un sentimiento de vacío.
2. Enrique Rojas y el hombre light
El psiquiatra Enrique Rojas (1992) describió a finales
del siglo XX la figura del hombre light: un ser superficial, pragmático y
centrado en la apariencia. Según Rojas, este tipo humano se caracteriza por
carecer de raíces éticas sólidas, vivir en función del placer inmediato y
valorar más la imagen que el contenido.
En la sociedad actual, marcada por el consumismo y la
publicidad, el hombre light se ha convertido en el prototipo dominante. La
moda, las marcas, los dispositivos electrónicos y las experiencias rápidas han
sustituido a las reflexiones profundas y a los proyectos de vida duraderos. El sujeto se
encuentra informado, pero no educado; conectado, pero no integrado;
entretenido, pero vacío de sentido.
La consecuencia es una humanidad que corre el riesgo de
perder la capacidad de análisis y de crítica. Los sistemas educativos, en lugar
de contrarrestar esta tendencia, a menudo la refuerzan con metodologías
memorísticas que promueven la acumulación superficial de datos antes que la
formación integral.
3. UMBERTO ECO Y LA
CRISIS DE LAS IDEOLOGÍAS
Umberto Eco (2016) advertía que con el colapso de las
grandes ideologías del siglo XX se ha debilitado la capacidad de las sociedades
para generar horizontes colectivos.
Los movimientos sociales actuales, señalaba Eco, suelen
saber lo que no quieren —corrupción, injusticia, desigualdad—, pero carecen de
un proyecto alternativo claro.
En este escenario, los individuos participan en protestas
masivas o en campañas digitales que visibilizan problemas, pero raramente
proponen soluciones estructurales. La política se reduce a la indignación, y la
esperanza en un cambio profundo se desvanece. Este vacío se traduce en apatía,
desconfianza hacia las instituciones y un desencanto generalizado con la
democracia.
4. BYUNG-CHUL HAN Y LA AUTOEXPLOTACIÓN CONTEMPORÁNEA
Si Bauman describe la fluidez de los vínculos, Byung-Chul
Han (2012) analiza la transformación de la disciplina en autoexplotación. En su
obra La sociedad del cansancio, explica que ya no vivimos bajo un régimen
autoritario que oprime desde fuera, sino bajo un modelo neoliberal que impulsa
a los individuos a explotarse a sí mismos en nombre de la libertad y la
productividad.
El sujeto contemporáneo se convierte en “empresario de sí
mismo”, asumiendo la responsabilidad total de su éxito o fracaso. Trabaja sin
horarios definidos, se mantiene hiperconectado y mide su valor en función de la
eficiencia y la visibilidad. Paradójicamente, esta aparente libertad genera
nuevas formas de esclavitud: estrés, ansiedad, depresión y enfermedades
psicosomáticas.
El Homo sapiens de la modernidad líquida vive, entonces,
en una contradicción constante. Ha alcanzado un nivel de autonomía individual
sin precedentes, pero a costa de una precariedad emocional y social que amenaza
con deshumanizarlo. La paradoja se profundiza cuando observamos que el mismo
ser humano que diseñó la democracia y los derechos humanos ahora parece incapaz
de sostener valores colectivos y proyectos de comunidad.
III. EDUCACIÓN, UNIVERSIDAD Y CRISIS DEL PENSAMIENTO
CRÍTICO
El sistema educativo, lejos de ser un espacio neutral de
transmisión de conocimientos, constituye uno de los escenarios más decisivos en
la formación de ciudadanos. Sin embargo, en gran parte del mundo, y de manera
particular en América Latina, la educación continúa atrapada en modelos obsoletos
que reproducen estructuras de poder en lugar de cuestionarlas. La universidad,
llamada a ser motor de transformación social, se enfrenta a la paradoja de
convertirse en una institución que perpetúa la pasividad y la falta de
creatividad en las nuevas generaciones.
1. Crítica al modelo educativo tradicional
La pedagogía dominante en muchos países latinoamericanos
sigue anclada en enfoques conductistas propios de inicios del siglo XX. Autores
como Watson, Thorndike y Skinner defendieron un modelo centrado en la
repetición, la memorización y la respuesta condicionada a estímulos. Si bien
estos aportes tuvieron relevancia en su contexto histórico, resultan
insuficientes en un mundo caracterizado por la complejidad y la incertidumbre.
El problema de fondo radica en que los estudiantes son
formados como receptores pasivos de información. Se les enseña a repetir
fórmulas, definiciones y datos, pero no a problematizar la realidad ni a
formular preguntas críticas. Como advierte Paulo Freire (2015), la educación
bancaria convierte a los alumnos en depósitos de contenidos vacíos, negándoles
la posibilidad de construir su propio conocimiento mediante el diálogo y la
praxis transformadora.
2. La educación como práctica de libertad
Frente a este panorama, resulta imprescindible recuperar
la visión de Freire (2015), para quien la educación debe ser un acto de
liberación. Educar no significa domesticar ni imponer verdades absolutas, sino
generar espacios de diálogo donde los estudiantes aprendan a interpretar críticamente
el mundo. La verdadera educación —señala el pedagogo brasileño— no consiste en
transferir conocimiento, sino en provocar la capacidad de leer la realidad para
transformarla.
En este sentido, la universidad debería ser el espacio privilegiado para el desarrollo del pensamiento crítico, la creatividad y la investigación. No obstante, en muchos casos sigue funcionando como un engranaje burocrático que certifica títulos pero no fomenta la autonomía intelectual. La obsesión por la acreditación y los rankings académicos desplaza el interés por la formación integral del estudiante.
3. La responsabilidad docente
El rol del docente en este contexto es crucial. Un
profesor que limita su función a dictar clases expositivas y evaluar
memorización contribuye a perpetuar la apatía estudiantil. En cambio, un
docente que se concibe a sí mismo como mediador, facilitador y provocador de
preguntas abre la posibilidad de formar sujetos críticos y comprometidos con la
sociedad.
La UNESCO (2023) subraya que la calidad de la educación
depende en gran medida de la preparación y motivación de los maestros. En su
informe mundial sobre los docentes, advierte que los sistemas educativos que no
invierten en la formación y bienestar del profesorado difícilmente podrán
generar aprendizajes significativos. El reto, por tanto, no es solo curricular,
sino humano: contar con educadores capaces de inspirar, cuestionar y acompañar
procesos de emancipación.
4. El caso latinoamericano y salvadoreño
En América Latina, la educación enfrenta obstáculos
históricos vinculados a la desigualdad social. Según Oxfam (2015), en El
Salvador el 1 % más rico concentra gran parte de la riqueza nacional, mientras
la mayoría de la población apenas cubre sus necesidades básicas. Esta
desigualdad repercute directamente en el acceso y la calidad educativa:
escuelas con recursos mínimos, universidades públicas saturadas y sistemas que
reproducen la inequidad en lugar de combatirla.
El modelo educativo salvadoreño, implantado hace más de
un siglo, se ha caracterizado por su rigidez y su apego a metodologías
memorísticas. La Universidad de El Salvador, aunque históricamente ha sido un
espacio de lucha social y pensamiento crítico, también padece limitaciones
derivadas de un currículo obsoleto y de una burocracia que muchas veces frena
la innovación pedagógica. La pregunta clave es: ¿a quién sirve realmente la
universidad cuando se limita a producir profesionales sin pensamiento crítico?
La responsabilidad no recae únicamente en las
instituciones, sino también en la sociedad en su conjunto. Un país que no
valora la lectura, la investigación y la cultura difícilmente podrá formar
ciudadanos capaces de enfrentar los retos de la globalización, la crisis
climática o la transformación tecnológica. El déficit de pensamiento crítico en
las nuevas generaciones no es solo un problema académico, sino un síntoma de
una crisis civilizatoria.
IV. HOMO SAPIENS, TECNOLOGÍA Y ALIENACIÓN CONTEMPORÁNEA
El desarrollo tecnológico constituye, quizá, la expresión
más visible de la capacidad creadora del Homo sapiens. Desde la invención de la
rueda hasta la construcción de supercomputadoras y satélites, la especie humana
ha demostrado un ingenio extraordinario para transformar el entorno y mejorar
su calidad de vida. Sin embargo, esa misma capacidad se ha convertido en una
amenaza latente: la tecnología, concebida como instrumento de progreso, también
ha generado nuevas formas de dominación, explotación y alienación. El dilema
contemporáneo radica en que el ser humano está creando máquinas más
inteligentes que él mismo, sin tener claro cómo gobernarlas ni cómo evitar que
lo esclavicen.
1. La revolución digital y la era del big data
La digitalización ha modificado radicalmente la manera en
que los seres humanos se relacionan, aprenden, consumen y trabajan. Harari
(2018) plantea que estamos en un punto de inflexión donde la especie podría
transformarse en lo que él denomina Homo deus, un ser capaz de manipular sus
propios genes, prolongar artificialmente la vida y delegar decisiones
fundamentales a algoritmos.
El big data y la inteligencia artificial han abierto
posibilidades extraordinarias: diagnósticos médicos más precisos, ciudades
inteligentes, educación personalizada. No obstante, también han dado lugar a
nuevas formas de control y vigilancia. Edward Snowden (2019) denunció cómo los
gobiernos y las corporaciones utilizan la tecnología para recolectar
información masiva sobre los ciudadanos, lo que representa una amenaza sin
precedentes a la privacidad y a la libertad individual.
El Homo sapiens contemporáneo, paradójicamente, se siente más libre que nunca gracias a la tecnología, pero está sometido a una vigilancia constante. La vida digital, que prometía autonomía, se ha convertido en un espacio de dependencia e incluso de adicción.
2. Precariedad laboral y el surgimiento del precariado
El capitalismo digital ha transformado también el mundo
del trabajo. Plataformas como Uber, Rappi o Amazon generan nuevas oportunidades
laborales, pero bajo condiciones de inestabilidad y explotación. Guy Standing
(2011) denomina a esta nueva clase social el precariado: trabajadores que
carecen de estabilidad, derechos laborales y seguridad social, dependiendo de
algoritmos que deciden su valor y su permanencia en el sistema.
La paradoja es evidente: mientras la tecnología
incrementa la productividad y reduce costos para las empresas, precariza la
vida de millones de personas. El trabajo deja de ser un espacio de realización
personal para convertirse en una lucha diaria por sobrevivir en un mercado inestable
y ferozmente competitivo.
En países como El Salvador, donde ya existían profundas
desigualdades, la digitalización ha agudizado la brecha. Mientras una minoría
accede a empleos en el sector tecnológico, la mayoría queda relegada a trabajos
informales o precarios, reproduciendo el círculo de pobreza y exclusión.
3. Crisis ambiental y supervivencia de la especie
Quizá el mayor desafío del Homo sapiens contemporáneo no
sea tecnológico, sino ambiental. La misma especie que inventó la penicilina y
los viajes espaciales está poniendo en riesgo la supervivencia del planeta
mediante la explotación indiscriminada de recursos naturales.
La ONU (2021) ha advertido que el cambio climático es la
mayor amenaza existencial de nuestro tiempo. El aumento de la temperatura global,
la desertificación, la pérdida de biodiversidad y los fenómenos climáticos
extremos son consecuencia directa de un modelo de desarrollo basado en el
consumo desmedido y en la explotación irracional de la naturaleza.
La paradoja es clara: el Homo sapiens diseñó la ciencia
para comprender y proteger su mundo, pero la está utilizando para acelerar su
destrucción. Como señala Bauman (2000), la modernidad líquida se caracteriza
por priorizar el presente inmediato, sin preocuparse por las consecuencias futuras.
Esa lógica hedonista y cortoplacista es la que hoy amenaza la continuidad de la
vida en el planeta.
4. Alienación tecnológica y vacío existencial
Más allá de los riesgos materiales, la tecnología ha
generado un nuevo tipo de alienación: la desconexión del ser humano consigo
mismo. Las redes sociales, los videojuegos y las aplicaciones móviles absorben
gran parte del tiempo y la atención de las personas, reduciendo su capacidad de
concentración, de diálogo profundo y de contemplación.
Byung-Chul Han (2012) advierte que vivimos en una
sociedad del cansancio donde el individuo se convierte en esclavo de su propia
hiperactividad digital. La multitarea constante, la búsqueda de aprobación en
forma de “likes” y la adicción a las pantallas producen seres agotados,
ansiosos y con una profunda sensación de vacío.
El problema no radica en la tecnología en sí, sino en el
uso que se le da. El Homo sapiens contemporáneo corre el riesgo de convertirse
en un “Homo digitalis” que confunde la inmediatez con el conocimiento, la
conectividad con la comunidad, y el entretenimiento con la felicidad. La
alienación ya no se manifiesta en fábricas de producción masiva, sino en
dispositivos que caben en el bolsillo y que colonizan la mente y la atención de
las personas.
CONCLUSIONES
El recorrido histórico y reflexivo desde el “mono
desnudo” de Morris hasta el Homo sapiens contemporáneo revela una paradoja
central: el ser humano ha sido capaz de crear mundos simbólicos, tecnologías
extraordinarias y sistemas de organización social cada vez más complejos, pero
al mismo tiempo ha desarrollado prácticas de violencia, desigualdad y
alienación que amenazan su propia supervivencia.
La evolución biológica nos permitió superar la fragilidad
inicial, pero la evolución cultural y tecnológica no siempre ha estado guiada
por principios éticos. Hemos conquistado la naturaleza, pero no hemos logrado
gobernarnos a nosotros mismos. Harari (2018) recuerda que nuestra especie
inventó ficciones colectivas para cooperar, pero esas mismas ficciones pueden
convertirse en armas de dominación y exclusión.
La modernidad líquida (Bauman, 2000) y el hombre light
(Rojas, 1992) muestran que los vínculos sociales se han vuelto frágiles y los
valores inestables. Vivimos en sociedades de consumo rápido, donde lo inmediato
prevalece sobre lo duradero, lo superficial sobre lo profundo, lo aparente
sobre lo esencial. Byung-Chul Han (2012) agrega que este contexto ha generado
una autoexplotación inédita: el individuo ya no necesita un opresor externo,
pues él mismo se convierte en su propio verdugo, agotándose en un régimen de
productividad infinita.
La educación, que debería ser un instrumento liberador,
continúa atrapada en modelos conductistas, repetitivos y autoritarios. En lugar
de estimular la creatividad y la reflexión crítica, muchas universidades se
reducen a expedir títulos y a responder a demandas del mercado laboral. Como
advirtió Freire (2015), esta educación bancaria no emancipa, sino que perpetúa
la opresión.
Finalmente, la revolución tecnológica, aunque ofrece
oportunidades sin precedentes, también trae consigo nuevas formas de alienación
y precariedad. El big data y la inteligencia artificial ponen en entredicho la
autonomía humana, el trabajo se precariza bajo la lógica del “precariado”
(Standing, 2011), y el planeta enfrenta una crisis ambiental que amenaza con
volver insostenible la vida misma (ONU, 2021).
En síntesis, el Homo sapiens enfrenta hoy su mayor
desafío: no el dominio de la naturaleza, sino la construcción de un modelo
social, educativo y tecnológico que garantice su permanencia digna en el planeta.
REFLEXIÓN FINAL
La gran pregunta que debería guiar a nuestra especie no
es qué hemos logrado, sino qué queremos llegar a ser. De nada sirve haber
conquistado el espacio exterior si hemos perdido el espacio interior; de nada
sirve dominar la energía nuclear si no dominamos nuestra violencia; de nada
sirve inventar algoritmos inteligentes si no cultivamos la sabiduría humana.
El riesgo que enfrentamos es doble: por un lado, la
degradación de la vida planetaria debido al consumismo y la depredación ambiental;
por otro, la pérdida de nuestra esencia humana a causa de la superficialidad,
la autoexplotación y la alienación tecnológica. Si el ser humano no recupera la
disciplina del pensamiento, la ética de la solidaridad y la imaginación
creadora, corre el peligro de convertirse en una especie que, aunque más
avanzada técnicamente, será más pobre en humanidad.
El desafío educativo es, en este sentido, crucial.
Necesitamos una universidad que forme sujetos críticos y solidarios, capaces de
transformar la realidad, no de adaptarse pasivamente a ella. Una educación que
enseñe a preguntar, a investigar, a crear y a comprometerse con la justicia
social.
Como especie, nos encontramos en una encrucijada
histórica. Podemos continuar por la senda de la alienación y la
superficialidad, o podemos optar por un camino de humanización y dignidad. La
decisión está en nuestras manos. La historia aún no está escrita: depende de
nosotros que el Homo sapiens haga honor a su nombre y
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SAN
SALVADOR, 15 DE SEPTIEMBRE DE 2025”.
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