TREINTA AÑOS DE CRIMEN, CORRUPCIÒN, Y PACTOS OSCUROS: LA
HERENCIAS MALDITA DE ARENA Y FMLN
POR: MSc. JOS``E ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Preguntarse qué clase de hombres y mujeres han gobernado
El Salvador en los últimos treinta años no es un ejercicio banal, ni mucho
menos una simple provocación retórica. Es, más bien, una interrogante
profundamente política, ética e histórica que atraviesa la memoria colectiva de
un pueblo sometido por décadas a la mentira, la corrupción y la manipulación de
quienes se apropiaron del Estado para beneficio propio.
Esta cuestión, planteada desde la experiencia ciudadana,
exige ser revisada con detenimiento, pues su respuesta no solo ilumina el
pasado inmediato, sino que también abre las puertas para comprender los
desafíos presentes y los riesgos futuros de la vida democrática salvadoreña.
Ya Homero, en La Odisea, relataba la incertidumbre de
Ulises al llegar a nuevas tierras, preguntándose con ansiedad: “¿De qué clase
de hombres es la tierra a la que he llegado? ¿Son soberbios, salvajes y
carentes de justicia, o amigos de los forasteros y con sentimientos de piedad
hacia los dioses?” (Homero, citado en Ayllón, 2007, p. 23). Esa misma pregunta
cabe hoy al mirar hacia atrás: ¿Qué clase de gobernantes se instalaron en el
poder tras la firma de los Acuerdos de Paz en 1992? La respuesta, aunque
dolorosa, es inevitable: hombres y mujeres sin ética, devorados por su
ambición, que reprodujeron prácticas salvajes de dominación y desprecio hacia
el pueblo.
La transición posguerra prometía un horizonte de
reconciliación y democracia.
Sin embargo, lo que se vivió fue una prolongación del
sufrimiento bajo nuevas formas: privatización de los bienes públicos,
desmantelamiento de las instituciones, negociaciones oscuras con estructuras
criminales y un entramado de corrupción que desangró al país.
En palabras de
Thomas Hobbes (2004), el poder político ejercido sin principios convierte a la
sociedad en una selva donde “el hombre es lobo del hombre” (p. 89). Así se
configuró la vida nacional, con gobernantes que fomentaron la confrontación, la
violencia y la desigualdad como métodos de control.
Treinta años de dominio bipartidista, primero bajo ARENA
y luego bajo el FMLN, dejaron en evidencia que ambos partidos, aunque con
discursos distintos, formaban parte de un mismo pacto de élites. ARENA vendió
la falsa ilusión de modernización mientras enriquecía a unos pocos a costa de la
mayoría. El FMLN traicionó su origen insurgente, negociando cuotas de poder y
repitiendo los vicios que alguna vez denunció. En ambos casos, la ética
política brilló por su ausencia. Como señala Paulo Freire (2005), cuando el
poder se divorcia del amor al pueblo, se convierte en opresión disfrazada de
democracia, y “la deshumanización, aunque sea un hecho histórico, no es destino
dado” (p. 41). El problema no era, entonces, solo económico o institucional,
sino profundamente moral.
El engaño fue sostenido durante décadas con el auxilio de
los grandes medios de comunicación, que se erigieron como guardianes de una
narrativa amañada. Se construyó una caricatura de democracia en la que el voto
servía para legitimar a los mismos grupos de poder, mientras los ciudadanos
eran bombardeados con discursos que glorificaban la corrupción como si fuera
normalidad política.
Como advirtió
Fidel Castro en una frase contundente, “nos casaron con la mentira y nos
obligaron a vivir con ella. Por eso nos parece que se hunde el mundo cuando
oímos la verdad” (Castro, citado en Ventura, 2021, p. 1). Y esa verdad es
clara: el pueblo salvadoreño fue estafado durante tres décadas.
El presente ensayo busca desmenuzar esa experiencia
histórica con mirada crítica y enérgica, no para recrearse en la indignación,
sino para esclarecer los mecanismos de dominación que se impusieron. Se
analizará cómo la posguerra se convirtió en un terreno fértil para la
corrupción; cómo ARENA y FMLN, supuestos rivales ideológicos, actuaron en la
práctica como cómplices de un mismo saqueo; cómo se instaló una política de
pactos con estructuras criminales; y cómo la ausencia de ética en la conducción
del Estado desfiguró la vida democrática. Asimismo, se abordará la reacción
ciudadana que, en las urnas, comenzó a romper con ese círculo vicioso.
La pregunta inicial —¿Qué clase de hombres y mujeres han
gobernado este país? — es, en esencia, una pregunta sobre dignidad. Immanuel
Kant (2002) advertía que la política auténtica no puede desligarse de la moral,
porque tratar al ser humano como un medio y no como un fin destruye la base
misma de la convivencia. En El Salvador, los gobernantes de las últimas tres
décadas redujeron al pueblo a mero instrumento de sus ambiciones.
De allí la
urgencia de repensar el futuro político desde una ética que devuelva al ser
humano su lugar central.
En síntesis, esta introducción abre la ruta de un ensayo
que, lejos de ser un inventario de agravios, pretende ser una reflexión crítica
sobre las raíces de la crisis política salvadoreña. El tono será firme, porque
la verdad incómoda, pero libera. La memoria será el eje, porque olvidar sería
condenarnos a repetir los mismos errores. Y la ética será el horizonte, porque
sin ella no habrá posibilidad de reconstruir un país justo. La respuesta a la
pregunta que nos guía, aunque amarga, es necesaria: nos gobernaron hombres y
mujeres sin escrúpulos, y de esa constatación debe nacer el compromiso de no
permitirlo jamás.
1. EL ESPEJISMO DEMOCRÁTICO POSGUERRA
La firma de los Acuerdos de Paz en 1992 fue presentada
como el inicio de una nueva era para El Salvador. El discurso oficial prometía
reconciliación, inclusión política y modernización del Estado. Sin embargo, lo
que realmente se configuró fue un espejismo democrático. La transición fue
capitalizada por las élites económicas y políticas que convirtieron la paz en
un negocio, manteniendo intactos los mecanismos de desigualdad.
La ciudadanía creyó que el sacrificio de la guerra se
traduciría en un Estado justo. No obstante, como advierte Torres-Rivas (2011),
las revoluciones centroamericanas se convirtieron en “revoluciones sin cambios
revolucionarios”, donde los viejos y nuevos dirigentes reprodujeron las mismas
prácticas de dominación (p. 45). La democracia salvadoreña se convirtió en un
teatro donde el voto servía para legitimar el saqueo.
Este espejismo fue sostenido por un discurso insistente:
que las instituciones eran sólidas y que el pluralismo había llegado para
quedarse. Sin embargo, la corrupción, la impunidad y la exclusión social
mostraban otra cara. La gente vivía en barrios militarizados, acosada por la
violencia y marginada del crecimiento económico. La democracia proclamada desde
arriba nunca se tradujo en bienestar para las mayorías.
2. TREINTA AÑOS DE ARENA Y FMLN: DOS CARAS DE LA MISMA
MONEDA
La política salvadoreña de la posguerra estuvo dominada
por dos partidos: ARENA y FMLN. Aunque parecían representar ideologías
opuestas, en la práctica encarnaron dos expresiones de un mismo pacto
oligárquico.
ARENA gobernó con un proyecto neoliberal: privatizó
empresas estatales, entregó bancos y servicios públicos a manos privadas, y
promovió tratados de libre comercio en condiciones desiguales. Bajo el discurso
de modernización, se consolidó un modelo de concentración de riqueza. Según
López Bernal (2017), estas políticas “acentuaron la desigualdad social y
fortalecieron a una élite empresarial vinculada al poder político” (p. 32).
El FMLN, por su parte, llegó al poder con la esperanza de
encarnar la voz de los excluidos. Sin embargo, una vez instalado, traicionó su
origen insurgente. Pactó con las mismas élites, se involucró en redes de
corrupción y, lo más grave, mantuvo negociaciones con pandillas a espaldas del
pueblo. Como señala Call (2018), la izquierda en El Salvador se convirtió en
“una organización burocrática más, incapaz de diferenciarse éticamente de su
adversario” (p. 77).
Ambos partidos, con estilos distintos, respondieron a un
mismo patrón: enriquecerse del Estado, marginar al pueblo y perpetuar la
impunidad.
3. EL MATRIMONIO CON LA MENTIRA
Uno de los rasgos más dolorosos de este período fue la
normalización de la mentira como forma de gobierno. La ciudadanía fue
bombardeada durante años con discursos que prometían progreso y justicia,
mientras la realidad era la del saqueo.
Fidel Castro, en una frase certera, advirtió: “Nos casaron
con la mentira y nos obligaron a vivir con ella. Por eso nos parece que se
hunde el mundo cuando oímos la verdad” (citado en Ventura, 2021, p. 1). La
política salvadoreña se casó con la mentira: la mentira de la democracia
representativa, la mentira de la reconciliación, la mentira del desarrollo
económico.
Los grandes medios de comunicación jugaron un rol central
en este proceso. Desde editoriales y noticieros, reforzaban la narrativa
oficial, ocultaban casos de corrupción y criminalizaban las protestas
ciudadanas. El Diario de Hoy, La Prensa Gráfica, TCS y otros conglomerados se
convirtieron en guardianes de la mentira, actuando como aliados de los
partidos. La manipulación mediática consolidó el espejismo.
4. LAS ALIANZAS CON EL CRIMEN ORGANIZADO
Si algo definió con brutalidad los últimos treinta años,
fue la convivencia de la política con el crimen organizado. ARENA y FMLN, en
distintos momentos, establecieron pactos con pandillas a cambio de votos y
control territorial.
El Salvador vivió bajo el yugo de estructuras criminales
que cobraban “renta” a comerciantes, transportistas y familias enteras. La
extorsión, el secuestro y el asesinato se convirtieron en cotidianos. Los
políticos, en lugar de enfrentar esta realidad, la instrumentalizaron. Como advierte
Cruz (2015), “las pandillas fueron utilizadas como un recurso electoral y como
un factor de gobernabilidad perversa” (p. 58).
El resultado fue devastador: un pueblo sometido al miedo,
desplazamientos forzados de comunidades enteras y una generación de jóvenes
atrapada entre la pobreza y la violencia. La política se degradó a tal punto
que el pacto con criminales fue visto como una herramienta legítima de poder.
5. LA ÉTICA AUSENTE EN LA POLÍTICA SALVADOREÑA
El común denominador de los gobiernos de estas décadas
fue la ausencia de ética. Kant (2002) advertía que la política no puede
desvincularse de la moral, porque de lo contrario se convierte en tiranía. En
El Salvador, los gobernantes trataron al pueblo como un medio, nunca como un
fin.
El poder fue ejercido con soberbia y deshumanización.
Aristóteles concebía la política como el arte de procurar el bien común. Sin
embargo, en la práctica salvadoreña, la política fue el arte de enriquecerse y
asegurar privilegios. Paulo Freire (2005) también lo expresó con claridad: todo
sistema que niega la humanización del pueblo reproduce opresión, y solo una
praxis liberadora puede transformar esa realidad.
Treinta años sin ética significaron treinta años de
saqueo, violencia y desesperanza. La corrupción no fue un accidente, sino el
método de gobierno.
6. EL DESPERTAR CIUDADANO: RUPTURA DEL BIPARTIDISMO
El 28 de febrero de 2021, el pueblo salvadoreño tomó una
decisión histórica: romper con el bipartidismo. Ese día, ARENA y FMLN fueron
castigados en las urnas, perdiendo gran parte de su representación política.
La derrota de estos partidos fue más que un cambio electoral; representó un quiebre simbólico con tres décadas de manipulación. Como afirma Martínez (2022), “la ciudadanía salvadoreña decidió sacudirse de la opresión de un sistema político que había convertido la democracia en un negocio privado” (p. 14).
Sin embargo, el reto apenas comienza. El fin del
bipartidismo no garantiza automáticamente la construcción de una política
ética. El pueblo ha dado un paso, pero el futuro dependerá de mantener la
vigilancia, fortalecer la memoria histórica y apostar por una cultura política
distinta.
CONCLUSIÓN
La pregunta inicial —¿qué clase de hombres y mujeres han
gobernado este país? — encuentra una respuesta clara: gobernaron personas sin
ética, dominadas por la ambición y la mentira, que convirtieron el poder en un
botín. Durante treinta años, ARENA y FMLN redujeron la democracia a un
mecanismo de saqueo, mientras el pueblo sufría la violencia, la pobreza y la
exclusión.
El costo social de ese período fue enorme: generaciones
enteras condenadas a la migración, familias enteras destruidas por la violencia
y un Estado debilitado por la corrupción. La democracia fue secuestrada por una
élite que confundió libertad con privilegio, y que utilizó al pueblo como
instrumento de poder.
REFLEXIÓN FINAL
La historia reciente de El Salvador nos enseña una
lección ineludible: sin ética no hay política posible. Los gobernantes que
durante treinta años manipularon al país representan lo peor de la condición
humana: soberbia, ambición, desprecio por la vida.
La tarea que queda es construir un nuevo horizonte
político donde el ser humano sea fin y no medio, donde la verdad sustituya a la
mentira y donde la memoria impida repetir los errores del pasado. Como diría
Freire (2005), “nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo; los seres
humanos se liberan en comunión” (p. 72).
La liberación de El Salvador no vendrá de nuevos
caudillos, sino de una ciudadanía consciente, vigilante y comprometida con la
dignidad humana. Solo así será posible responder con esperanza a la pregunta
que nos guía: qué clase de hombres y mujeres queremos que nos gobiernen en el
futuro.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
1.
Ayllón, J.
R. (2007). Ética razonada. Palabra.
2.
Call, C. (2018). El Salvador: Between war and
peace. Routledge.
3.
Cruz, J.
(2015). Las pandillas en El Salvador. UCA Editores.
4.
Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
5.
Hobbes, T.
(2004). Leviatán. Fondo de Cultura Económica.
6.
Kant, I. (2002).
Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Alianza Editorial.
7.
López
Bernal, C. (2017). La posguerra en El Salvador: entre la esperanza y la
desilusión. Revista de Ciencias Sociales, (145), 25-40.
8.
Martínez, R.
(2022). El fin del bipartidismo en El Salvador. FLACSO.
9.
Torres-Rivas,
E. (2011). Revoluciones sin cambios revolucionarios. FLACSO.
10.
Ventura, J.
I. (2021). ¿Qué clase de hombres y mujeres han gobernado los últimos 30 años a
este país? [Manuscrito].
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