“HACE FALTA UN MUCHACHO: VALORES PARA ENFRENTAR LA MEDIOCRIDAD Y CONSTRUIR
FUTURO”
POR: MSc.JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
La novela Hace falta un
muchacho de Arturo Cuyás se inscribe dentro de la tradición literaria educativa
que busca más que entretener: pretende formar y orientar. Escrita con un estilo
directo y con un propósito ético evidente, esta obra se convierte en una
invitación para reflexionar sobre la importancia de los valores en la vida de
los jóvenes y en el futuro de la sociedad.
El título encierra una
metáfora profunda: no basta con cualquier muchacho, sino que “hace falta” aquel
que, a través de la disciplina, el trabajo, el sacrificio, la integridad y la
perseverancia, pueda convertirse en motor de cambio.
La ausencia de
tales jóvenes en una comunidad no es un simple vacío anecdótico, sino una
tragedia social: sin ellos, no hay progreso posible, ni en lo personal ni en lo
colectivo.
Este ensayo crítico
pretende analizar, de manera extensa y enérgica, cómo la novela presenta y
defiende la formación del carácter como esencia de la educación. Para ello se
abordarán los principales valores que atraviesan la obra, evaluando su vigencia
y mostrando cómo se convierten en principios universales. De esta manera, la
reflexión trasciende el ámbito literario para situarse en el terreno educativo
y social, donde se libra hoy la gran batalla por la formación de nuevas generaciones.
I. LA DISCIPLINA COMO COLUMNA VERTEBRAL DE LA EDUCACIÓN
En la novela, la
disciplina aparece como la base de toda formación. Cuyás no la concibe como
represión ni como obediencia ciega, sino como la capacidad de organizar la
vida, de poner orden en el caos de los deseos juveniles y de aprender a
autogobernarse.
El joven que no
desarrolla disciplina se convierte en esclavo de sus impulsos, en alguien
incapaz de sostener esfuerzos a largo plazo. En cambio, aquel que aprende a
dominar su tiempo, a cumplir con sus responsabilidades y a sostener la
constancia se convierte en una persona libre y capaz de alcanzar grandes metas.
Cuyás utiliza personajes
y situaciones para mostrar esta verdad: quienes viven indisciplinadamente
terminan atrapados en el fracaso y la mediocridad, mientras que los
disciplinados, aun con menos recursos, logran avanzar. La disciplina, entonces,
no es un accesorio, sino el cimiento mismo del aprendizaje y del progreso.
En términos educativos,
el mensaje es claro: no basta con instruir a los jóvenes en matemáticas,
literatura o ciencias si no se forma en ellos la virtud de la disciplina. Un
joven indisciplinado puede tener talento, pero lo desperdiciará. Como advierte
Paulo Freire (1997), la libertad auténtica solo se alcanza mediante la autodisciplina
y la responsabilidad.
II. EL VALOR DEL TRABAJO: DIGNIDAD Y PROGRESO
El trabajo constituye
otro de los pilares centrales de la obra. Cuyás lo presenta como un deber moral
y como una vía de realización personal. No se trata únicamente de una actividad
económica para sobrevivir, sino de una verdadera escuela de vida.
A lo largo de la novela,
se contraponen dos actitudes: la del joven laborioso y comprometido con sus
responsabilidades, y la del joven que busca el camino fácil, huyendo del
esfuerzo. El primero, con sacrificio y constancia, alcanza respeto y
satisfacción; el segundo, tarde o temprano, paga el precio de su negligencia.
El trabajo, en la visión
de Cuyás, dignifica porque obliga al esfuerzo, genera autonomía y fortalece la
autoestima. Es el antídoto contra el ocio y contra la dependencia. Un joven que
aprende a trabajar desarrolla virtudes como la puntualidad, la responsabilidad,
la paciencia y la creatividad.
La novela parece
advertir que las sociedades que menosprecian el valor del trabajo están
condenadas al atraso. En cambio, aquellas que lo colocan en el centro de la
educación cosechan ciudadanos responsables y productivos. En este sentido, el
mensaje de Cuyás coincide con la afirmación de Fernando Savater (1997): educar
no es solo transmitir conocimientos, sino enseñar a valorar el esfuerzo como
camino de crecimiento humano
III. EL SACRIFICIO COMO ESCUELA DE VIDA
El sacrificio en Hace
falta un muchacho es presentado como parte ineludible de toda vida que valga la
pena. Ninguna meta valiosa puede alcanzarse sin la capacidad de renunciar a la
comodidad inmediata, al confort y de enfrentar dificultades con entereza.
Los personajes de la
novela se ven obligados a tomar decisiones que implican sacrificios: estudiar
en lugar de distraerse, ayudar en lugar de egoísmo, perseverar, aunque la
fatiga reclame descanso. Estas escenas reflejan la vida real: todo joven que
aspira a superarse debe aprender a pagar el precio del sacrificio.
Cuyás muestra que el
sacrificio no destruye, sino que fortalece. Cada renuncia voluntaria se
convierte en una semilla que tarde o temprano dará fruto. La educación,
entonces, no puede prometer un camino fácil; debe preparar a los jóvenes para
el esfuerzo y para la renuncia. Como señala Ortega y Gasset (2004), la vida
auténtica consiste en elegir proyectos que nos trasciendan, aunque requieran
sacrificio constante.
El sacrificio en la novela no se reduce al esfuerzo físico o económico; también se refiere a la renuncia a las tentaciones morales. El joven íntegro debe sacrificar la oportunidad de obtener beneficios fáciles si estos lo obligan a comprometer su conciencia. En ese sentido, el sacrificio se convierte en la más alta expresión de libertad.
IV. LA INTEGRIDAD MORAL: SER EN LUGAR DE APARENTAR
Uno de los valores más
enérgicamente defendidos en la novela es la integridad. Para Cuyás, un muchacho
verdaderamente formado no es el que aparenta virtudes, sino aquel que vive en
coherencia entre lo que dice y lo que hace.
En la obra, los
personajes hipócritas o deshonestos terminan revelando sus miserias y
enfrentando las consecuencias de su conducta. Por el contrario, aquellos que
mantienen la rectitud de conciencia y la transparencia, aunque sufran en un
primer momento, cosechan el respeto y la confianza de los demás.
La integridad no es un
simple adorno; es la base sobre la que descansa toda credibilidad. Un joven
puede ser talentoso, trabajador y disciplinado, pero si carece de integridad se
convierte en un peligro social. La novela transmite así una lección clave para
cualquier época: la corrupción comienza con la pérdida de integridad personal.
En un tiempo como el
nuestro, marcado por la crisis ética, el mensaje de Cuyás resulta especialmente
actual. Hace falta un muchacho íntegro que no se venda, que no traicione sus
principios, que no se acomode al oportunismo. Solo así la educación puede
cumplir su fin último: formar seres humanos capaces de sostener la dignidad en
medio de la adversidad.
V. PERSEVERANCIA: LEVANTARSE UNA Y OTRA VEZ
La perseverancia
constituye quizá el valor más insistente en la obra. Los personajes enfrentan
obstáculos, derrotas y dificultades, pero el mensaje es firme: solo quien persevera
alcanza sus metas.
Cuyás enseña que la
perseverancia no es testarudez ciega, sino una actitud resiliente. Se trata de
la capacidad de aprender de los fracasos, de corregir los errores y de
continuar luchando sin rendirse. Los jóvenes de la novela, al perseverar,
logran vencer la adversidad y alcanzar metas que parecían inalcanzables.
La perseverancia es, por
tanto, el motor que da continuidad a la disciplina, al trabajo, al sacrificio y
a la integridad. Sin perseverancia, cualquier virtud se debilita ante la
primera dificultad. Pero con perseverancia, incluso el más modesto de los
jóvenes puede alcanzar alturas sorprendentes.
El mensaje es actual y
urgente: en un mundo que idolatra la inmediatez y el éxito rápido, hace falta
recordar que todo lo valioso requiere tiempo, constancia y paciencia. Como lo
advierte Cuyás, los frutos verdaderos solo se cosechan tras una larga siembra.
VI. LA EDUCACIÓN INTEGRAL COMO HORIZONTE DE LA OBRA
A través de todos estos
valores, Hace falta un muchacho se convierte en una defensa de la educación
integral. La obra denuncia, de forma implícita, los sistemas educativos que
reducen la formación a mera transmisión de conocimientos técnicos y que olvidan
el cultivo del carácter.
Para Cuyás, un joven
verdaderamente educado no es solo el que sabe mucho, sino el que es
disciplinado, trabajador, sacrificado, íntegro y perseverante. La educación sin
valores produce individuos instruidos, pero incapaces de sostener la vida moral
y social de su comunidad.
En este sentido, la
novela se adelanta a discusiones modernas sobre la necesidad de formar
ciudadanos y no únicamente profesionales. Paulo Freire (1997) lo expresó
claramente: la educación es un acto ético y político, no solo técnico. La obra
de Cuyás, en su propio lenguaje, coincide plenamente con esta visión.
VII. CRÍTICA SOCIAL Y VIGENCIA ACTUAL
La novela no se queda en
el plano individual; lanza también una crítica social. Una sociedad que no
forma jóvenes con disciplina, trabajo, sacrificio, integridad y perseverancia
está destinada al fracaso.
“Hace falta un muchacho”
significa que hace falta una generación de jóvenes que encarne estos valores y
que se convierta en ejemplo y liderazgo para los demás. Si la juventud se
pierde en el facilismo, en el consumismo y en la corrupción, el futuro se
oscurece.
El mensaje, escrito hace
décadas, es de una vigencia estremecedora. En nuestros días, cuando la
inmediatez domina y cuando las redes sociales promueven el exhibicionismo y la
comodidad, las palabras de Cuyás suenan como un grito de alarma: necesitamos
jóvenes que recuperen la cultura del esfuerzo y de la integridad.
CONCLUSIÓN
Hace falta un muchacho
de Arturo Cuyás no es una simple novela juvenil. Es un manifiesto pedagógico
que busca formar conciencias, advertir riesgos y sembrar valores. En ella, la
disciplina, el trabajo, el sacrificio, la integridad y la perseverancia se
presentan no como virtudes decorativas, sino como fundamentos de una vida digna
y de una sociedad justa.
La conclusión es clara:
una nación no progresa únicamente con recursos materiales o con tecnología;
progresa cuando cuenta con jóvenes disciplinados, trabajadores, íntegros y
perseverantes. La novela de Cuyás, con su fuerza literaria y moral, nos
recuerda que el verdadero desarrollo empieza en el carácter de sus ciudadanos.
REFLEXIÓN FINAL
Hoy más que nunca, hace
falta un muchacho. Y no solo uno: hace falta toda una generación que asuma el
reto de ser diferente. La novela de Cuyás no es un recuerdo del pasado, sino
una brújula para el presente. Nos recuerda que los valores no pasan de moda,
que el carácter sigue siendo la mayor riqueza de un ser humano.
La pregunta que nos
lanza la obra es incómoda pero necesaria: ¿Estamos
educando a los jóvenes para ser disciplinados, trabajadores e íntegros, o
simplemente los estamos arrojando al vacío del facilismo y la mediocridad? La
respuesta definirá no solo el futuro de los jóvenes, sino el destino de
nuestras naciones.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
1. Cuyás, A. (s.f.). Hace
falta un muchacho. Barcelona: Editorial Ramón Sopena.
2. Freire, P. (1997).
Pedagogía de la autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa. Siglo
XXI Editores.
3. Savater, F. (1997). El
valor de educar. Ariel.
4. Ortega y Gasset, J.
(2004). Misión de la universidad. Revista de Occidente.
SAN SALVADOR, 24 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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