POR: MSc.JOSÈ ISRAEL VENTURA.
“MAL PAGA EL DIABLO A QUIEN BIEN LE SIRVE”
El
caso de óscar picardo Joao y su fugaz paso por el diario de hoy
La historia reciente del despido de Óscar Picardo Joao
como director de El Diario de Hoy confirma, con claridad lapidaria, el viejo
refrán: “mal paga el diablo a quien bien le sirve”. Apenas seis meses duró en
el cargo, tiempo suficiente para exhibir un sesgo político marcado, un estilo
visceral de confrontación y un afán de agradar a los poderosos de turno que
hoy, con la misma facilidad con que lo encumbraron, lo arrojan por la borda. Su
caso no es aislado; es el retrato fiel de lo que ocurre cuando un académico se
transforma en peón mediático, sacrificando la credibilidad en aras de
congraciarse con intereses ajenos a la verdad.
DEL ACADÉMICO AL PROPAGANDISTA DISFRAZADO
Picardo había mostrado, desde sus años al frente de la
encuesta de opinión de la Universidad Francisco Gavidia, inclinaciones
evidentes hacia lecturas sesgadas de la realidad nacional. Sus informes no
pasaban inadvertidos: contenían un hilo de interpretación política donde la
objetividad quedaba relegada. Esa línea, lejos de atenuarse, se profundizó
cuando asumió la dirección de El Diario de Hoy. Desde allí, en lugar de
enarbolar un periodismo serio y equilibrado, se convirtió en ariete contra el
presidente Nayib Bukele, con ataques directos, desmedidos y carentes de rigor
académico. El análisis dio paso al insulto; la crítica razonada, al grito
visceral.
Su paso por la dirección de ese medio no puede
interpretarse como un accidente. Fue el resultado lógico de su opción
consciente: servir como vocero intelectual de una élite empresarial y mediática
que ha vivido enfrentada con la transformación política del país. Picardo quiso
ser útil a esos intereses, creyendo que así consolidaba su lugar en el debate
nacional. Sin embargo, en vez de fortalecer su prestigio académico, lo dilapidó
en una campaña de desgaste contra el gobierno, cargada de calificativos y
carente de propuestas.
LA FACTURA DE LA COMPLACENCIA
El despido de Picardo demuestra la naturaleza de los
poderes a los que decidió servir. Quien se pliega ciegamente a los designios de
medios acostumbrados a manipular la opinión pública, termina convertido en un
instrumento descartable. La lealtad de Picardo hacia los dueños del periódico
fue recompensada con la misma moneda con que él mismo pretendía cobrar
notoriedad: la ingratitud. El “mal paga el diablo” se cumple porque la verdad,
la objetividad y la independencia no se negocian sin consecuencias. Y él lo
hizo.
Lo más grave, sin embargo, no es su salida abrupta, sino
la pérdida irrecuperable de credibilidad. Cuando un académico, que debería
estar comprometido con el conocimiento riguroso y el debate argumentado, se
dedica a lanzar ataques viscerales disfrazados de opinión técnica, erosiona no
solo su imagen personal, sino también la confianza de la ciudadanía en la
academia misma. Picardo sacrificó su capital intelectual, y hoy, cesado de su
cargo, se enfrenta a un descrédito que lo acompañará más allá de los muros del
periódico.
UNA LECCIÓN PARA EL PAÍS
El caso de Picardo es aleccionador. Muestra cómo ciertos
intelectuales, en lugar de cultivar pensamiento crítico auténtico, prefieren el
atajo de la complacencia con poderes mediáticos y económicos. Pero esos atajos
son frágiles: tarde o temprano, quienes se prestan al juego terminan
marginados, sustituidos por otros dispuestos a repetir el mismo libreto.
Mientras tanto, la ciudadanía asiste con escepticismo a la caída de un supuesto
“analista” que, en su afán de agradar a los dueños del medio, olvidó que la
única lealtad válida de un académico es con la verdad.
Óscar Picardo creyó que su agresividad contra el
presidente Bukele le garantizaría prestigio y respaldo. En realidad, solo lo
convirtió en una marioneta temporal, desechada cuando ya no resultó útil. El
país necesita voces críticas, sí, pero con fundamentos, con argumentos, con independencia.
No necesita propagandistas disfrazados de académicos.
La caída de Picardo es, al final, la confirmación de que
el camino de la servidumbre intelectual lleva al descrédito. Y que, en política
y en periodismo, como bien dicta el refrán, “mal paga el diablo a quien bien le
sirve”.
SAN SALVADOR, 26 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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