EPISTEMOLOGÍA CRÍTICA Y JUSTICIA COGNITIVA EN LA
UNIVERSIDAD DE EL SALVADOR
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
La Universidad de El Salvador (UES), institución pública
y principal referente de educación superior en el país, ha sido históricamente
un espacio de debate, crítica y compromiso social. Sin embargo, al mismo tiempo
que ha cumplido este papel emancipador, ha reproducido prácticas pedagógicas y
epistemológicas heredadas del colonialismo europeo y del modelo tecnocrático
impuesto desde los centros de poder del Norte global.
Uno de los vacíos más significativos en este proceso es
la ausencia de la epistemología crítica como herramienta fundamental para
cuestionar, validar y orientar el conocimiento universitario.
En términos sencillos, la epistemología puede definirse
como la reflexión crítica sobre el conocimiento, es decir, la disciplina que
interroga el origen, los métodos, la validez y las implicaciones de lo que
consideramos “ciencia”. Como advierte Gastos Bachelard (1973), la ciencia no
avanza de manera lineal ni neutra, sino que exige rupturas epistemológicas que
cuestionen los supuestos previos. Del mismo modo, Karl Popper (2002) enfatiza
que el progreso científico depende de la capacidad de someter las teorías al
escrutinio y a la crítica. En consecuencia, excluir la epistemología del
currículo universitario equivale a negar a estudiantes y docentes la posibilidad
de comprender cómo se construye el conocimiento y, sobre todo, de discernir a
quién sirve dicho conocimiento. La situación se agrava en países como El
Salvador, donde la dependencia histórica respecto a Europa y Estados Unidos ha
derivado en la adopción acrítica de modelos de investigación, enseñanza y
organización universitaria. De este modo, la UES, en lugar de ser un
laboratorio de pensamiento autónomo y situado, corre el riesgo de convertirse
en un reproductor de teorías ajenas que no siempre responden a las necesidades
y realidades del pueblo salvadoreño.
Como señala
Boaventura de Sousa Santos (2010), “no puede haber justicia social global sin
justicia cognitiva”; en otras palabras, sin reconocer y validar los saberes
producidos en el Sur, cualquier esfuerzo académico seguirá subordinado al
monopolio del conocimiento eurocéntrico.
La ausencia de la epistemología crítica se manifiesta en
distintos niveles: desde docentes que priorizan la enseñanza mecánica del
“método científico” sin cuestionar sus fundamentos, hasta reformas educativas
inspiradas en marcos externos que ignoran el pensamiento pedagógico
latinoamericano.
Esta carencia se traduce en estudiantes que, aunque
logran manejar técnicas de investigación, carecen de las herramientas para
reflexionar críticamente sobre el sentido, los límites y la finalidad de su
trabajo académico. Como advierte Paulo Freire (1970), la educación bancaria
—aquella que deposita contenidos sin promover la reflexión— termina produciendo
sujetos pasivos, incapaces de transformar la realidad.
Por ello, el presente ensayo se propone analizar la
necesidad urgente de una epistemología crítica en la Universidad de El
Salvador, partiendo de la premisa de que la ciencia y la educación no son
neutrales, sino campos atravesados por intereses sociales, políticos y
económicos.
La discusión se estructurará en varios apartados: en
primer lugar, se revisará la ausencia histórica de la epistemología en la UES;
posteriormente, se explicará qué significa hablar de epistemología crítica más
allá de simples definiciones teóricas; en tercer lugar, se examinarán los
límites de la epistemología del Norte y su impacto en las universidades del
Sur; luego, se desarrollará la propuesta de la epistemología del Sur como
alternativa emancipadora; en quinto lugar, se abordarán los desafíos que
plantean las tecnologías digitales y la inteligencia artificial; finalmente, se
reflexionará sobre el papel de la UES como universidad situada en su pueblo y
se ofrecerán conclusiones y una reflexión final.
La pertinencia de este análisis no es solamente
académica. En un contexto marcado por la desigualdad social, la crisis
climática, la migración forzada y la dependencia tecnológica, la universidad
salvadoreña no puede darse el lujo de reproducir un conocimiento alienante.
Necesita, más que nunca, fomentar una epistemología crítica que permita a
docentes y estudiantes interrogar el mundo, reconocer los saberes propios y
construir propuestas desde la realidad nacional.
Como advierte
Enrique Dussel (2006), la descolonización del pensamiento no es opcional, sino
una condición para la supervivencia cultural y política de los pueblos
latinoamericanos.
En suma, este ensayo parte de la convicción de que la
epistemología crítica no es un adorno filosófico ni una abstracción lejana,
sino una necesidad concreta para la vida universitaria salvadoreña.
Solo desde ella
será posible formar profesionales capaces de pensar, investigar y actuar en
favor de una sociedad más justa, autónoma y solidaria.
1. LA EPISTEMOLOGÍA COMO AUSENCIA EN LA UES
La epistemología, entendida como la reflexión crítica
sobre el conocimiento y sus fundamentos, ha ocupado un lugar marginal en la
formación universitaria salvadoreña. Aunque en los planes de estudio se
incluyen asignaturas relacionadas con métodos y técnicas de investigación, en
la práctica, la epistemología suele ser vista como un añadido innecesario o
incluso como una pérdida de tiempo.
Esta percepción
empobrece el proceso formativo, pues sin epistemología la investigación se
reduce a la aplicación mecánica de técnicas sin conciencia de su validez, sus
límites o sus implicaciones sociales.
La experiencia de docentes que han intentado incluir la
epistemología en cursos de investigación resulta reveladora. En más de una
ocasión, al revisar programas académicos, algunos colegas se han preguntado con
tono de rechazo: “¿Para qué necesitamos la epistemología si lo que vamos a
enseñar es investigación?”
Esta postura refleja una confusión común: creer que
investigar se limita a aplicar pasos metodológicos, como si el conocimiento
fuera un producto neutro, independiente de contextos históricos, políticos e
ideológicos.
La epistemología, en cambio, permite cuestionar de dónde
surgen esos métodos, bajo qué supuestos se validan y al servicio de qué intereses
funcionan.
Este vacío académico no es menor. En la práctica,
significa que generaciones de estudiantes universitarios han aprendido a
replicar técnicas de investigación sin reflexionar críticamente sobre el origen
y sentido del conocimiento que producen. Como advierte Bourdieu (2003), la
ciencia no puede limitarse a acumular datos: necesita reflexionar sobre sus
condiciones de producción, pues de lo contrario se convierte en un discurso
legitimador de las estructuras de poder.
Cuando los estudiantes aprenden a investigar sin
epistemología, reproducen un modelo instrumentalista que los vuelve técnicos
eficientes, pero no pensadores críticos.
La ausencia de epistemología también se expresa en la
forma en que se juzgan ciertas corrientes teóricas. En el contexto salvadoreño,
es común escuchar que el marxismo está “desfasado” o que ya no puede explicar
la realidad contemporánea. Sin embargo, muchas de las personas que hacen tales
afirmaciones no han leído directamente a Karl Marx, sino que repiten prejuicios
difundidos por medios de comunicación o discursos políticos
Como señaló Erich Fromm (1962), esta actitud no es
exclusiva de El Salvador: en muchos lugares, políticos y periodistas se
permiten desacreditar teorías sin haber leído una sola línea de sus autores.
Lo mismo ocurre con otras corrientes críticas que, al no
coincidir con los intereses dominantes, son reducidas a caricaturas. Aquí la
epistemología resulta indispensable porque obliga a leer, comprender y debatir
con fundamentos, en lugar de repetir opiniones superficiales.
Más allá de los ejemplos individuales, este problema
tiene raíces estructurales. Los planes de estudio universitarios en El Salvador
han sido diseñados bajo fuertes influencias externas, priorizando la formación
técnica y profesionalizante por encima de la reflexión crítica.
La epistemología,
al no generar “productos” inmediatos en el mercado laboral, se considera
prescindible. Pero justamente este desprecio revela una visión mercantilizada
de la educación superior, en la que el valor del conocimiento se mide por su
utilidad económica y no por su capacidad de transformar la sociedad.
Como sostiene
Paulo Freire (1970), cuando la educación se limita a “depositar contenidos” sin
cuestionar sus fundamentos, se convierte en una práctica bancaria que reproduce
el statu quo en lugar de liberarlo.
La falta de epistemología crítica en la UES se conecta
también con un problema ético. Emitir juicios negativos sobre teorías o
metodologías sin conocerlas a fondo refleja no solo carencia académica, sino
también falta de responsabilidad profesional. La universidad, que debería ser
el espacio privilegiado de la búsqueda de la verdad, corre el riesgo de
convertirse en un lugar donde prevalecen las opiniones superficiales y los
dogmas acríticos. Como advierte Habermas (1989), la racionalidad moderna no
puede sostenerse sin procesos comunicativos que permitan argumentar, justificar
y consensuar el conocimiento. Sin epistemología, ese proceso queda truncado.
Por tanto, la ausencia de epistemología en la UES no es
un problema menor ni un detalle curricular. Es una carencia que afecta el
núcleo mismo de la vida académica, pues limita la capacidad de estudiantes y
docentes para cuestionar el conocimiento que producen y consumen. En lugar de
formar ciudadanos críticos, se corre el riesgo de formar técnicos adaptados a
un sistema que no cuestionan. Y en un país como El Salvador, donde las
desigualdades sociales y los desafíos históricos exigen pensamiento autónomo,
esta carencia se vuelve especialmente grave.
2. LA EPISTEMOLOGÍA CRÍTICA: MÁS ALLÁ DE DEFINICIONES
ABSTRACTAS
Cuando en las aulas universitarias se menciona la palabra
epistemología, no son pocos los estudiantes que reaccionan con desconcierto,
preguntándose: “¿Y eso qué tiene que ver con mi carrera?”. Esta reacción revela
una percepción común: pensar que la epistemología es una abstracción filosófica
sin relevancia práctica. Sin embargo, tal percepción no solo es errónea, sino
peligrosa, pues reduce la universidad a un espacio de repetición técnica y la
aleja de su misión fundamental: formar pensamiento crítico.
La epistemología crítica no debe confundirse con una
simple definición de diccionario ni con un listado de teorías sobre el
conocimiento.
Más bien, constituye una herramienta de reflexión
permanente, que permite a las comunidades académicas cuestionar los
fundamentos, métodos y fines del conocimiento científico. Como afirma Bachelard
(1973), la ciencia no avanza acumulando datos de forma lineal, sino a través de
rupturas epistemológicas que obligan a reconsiderar lo que se creía verdadero.
Es decir, la epistemología crítica nos recuerda que todo conocimiento es
histórico, falible y situado.
En este sentido, hablar de epistemología crítica implica reconocer que no existen verdades absolutas, sino procesos de construcción del conocimiento condicionados por contextos sociales, políticos y culturales. Karl Popper (2002) lo expresó con claridad al señalar que ninguna teoría científica puede considerarse definitiva, sino provisional y sujeta a refutación. De ahí que la epistemología no sea un adorno, sino la base que garantiza que el conocimiento universitario no se convierta en dogma.
EPISTEMOLOGÍA CRÍTICA Y PENSAMIENTO LATINOAMERICANO
En América Latina, la epistemología crítica adquiere una
relevancia particular. Desde el siglo XIX, pensadores como Simón Rodríguez y
José Martí advirtieron que nuestras naciones no podían seguir copiando modelos
europeos sin adaptarlos a su realidad. Martí (1891) afirmaba en su célebre
ensayo Nuestra América que el error de nuestros pueblos consistía en gobernarse
“con leyes heredadas de academias extranjeras”, sin atender a las necesidades
concretas de su gente.
En la misma línea, Paulo Freire (1970) denunció la
“educación bancaria” como una forma de dominación que anulaba la capacidad
crítica de los oprimidos.
La epistemología crítica en clave latinoamericana se
convierte así en un acto de resistencia frente al colonialismo cognitivo. Como
señala Enrique Dussel (2006), es indispensable descolonizar el pensamiento para
poder construir alternativas propias que respondan a los problemas históricos
de nuestros pueblos. Esta perspectiva no rechaza el conocimiento europeo o
norteamericano en bloque, pero exige someterlo a una lectura crítica, evitando
su adopción acrítica y subordinada.
MÁS ALLÁ DE LA TÉCNICA: EPISTEMOLOGÍA COMO ÉTICA Y
POLÍTICA
Reducir la investigación universitaria a un conjunto de
técnicas sin epistemología es como construir una casa sin cimientos. Se podrán
levantar muros y techos, pero la estructura será frágil ante cualquier
cuestionamiento. La epistemología crítica cumple la función de cimentar la
investigación, dotándola de sentido, validez y orientación.
Esto significa que la epistemología no es solo un
ejercicio intelectual, sino también una práctica ética y política. Ética,
porque obliga a reconocer los límites del conocimiento y a no presentarlo como
verdad absoluta. Política, porque todo conocimiento responde a intereses:
legitima ciertos grupos y excluye a otros. Como recuerda Foucault (1976), el
saber y el poder están íntimamente ligados; quien controla el conocimiento,
controla también la posibilidad de definir la realidad.
En este marco, la epistemología crítica permite a la
universidad preguntarse: ¿para qué y para quién investigamos? ¿Al servicio de
qué intereses se generan las tesis, los proyectos y las políticas educativas?
Estas preguntas son incómodas porque rompen con la visión tecnocrática de la
universidad como fábrica de profesionales. Pero precisamente ahí radica su
importancia: sin ellas, la universidad corre el riesgo de convertirse en un
engranaje más del sistema de dominación global.
EPISTEMOLOGÍA CRÍTICA Y SABERES EMERGENTES
Un aspecto fundamental de la epistemología crítica es su
apertura a nuevas formas de conocimiento. No se trata de limitarse a los
paradigmas tradicionales, sino de dialogar con saberes que han sido
históricamente marginados: los saberes indígenas, campesinos, comunitarios,
feministas y populares. Harding (1998) sostiene que la inclusión de
perspectivas feministas y decoloniales en la epistemología no solo enriquece el
conocimiento, sino que lo vuelve más objetivo, al incorporar miradas antes
silenciadas.
En el caso salvadoreño, esto significa reconocer el valor
de experiencias como la educación popular impulsada por organizaciones
comunitarias, el pensamiento pedagógico de Melida Anaya Montes o los aportes de
Ignacio Ellacuría en torno a la “civilización de la pobreza”. Todos estos
ejemplos muestran que la epistemología crítica no es un lujo académico, sino
una herramienta concreta para articular teoría y práctica, universidad y
sociedad.
3. EPISTEMOLOGÍA DEL NORTE Y SUS LÍMITES
A lo largo de la historia, el conocimiento científico que
ha llegado a las universidades latinoamericanas, incluida la Universidad de El
Salvador, ha estado marcado por un fuerte sesgo eurocéntrico. Es decir, se ha
privilegiado lo que podríamos llamar la “epistemología del Norte”, un marco de
pensamiento que se presenta como universal y objetivo, pero que en realidad
responde a contextos sociales, políticos y económicos propios de Europa y
Estados Unidos.
Como señala Boaventura de Sousa Santos (2010), la
modernidad europea construyó una división simbólica del mundo: Europa era la
encarnación de la solución, mientras que el Sur global aparecía como problema.
En esa lógica, las reformas educativas, las políticas económicas y hasta los
programas de investigación científica han sido diseñados desde el Norte para
ser implementados en el Sur, sin tomar en cuenta la diversidad histórica y
cultural de nuestros pueblos.
En palabras del
propio Santos: “las soluciones propuestas por Europa para arreglar los
problemas del Sur no lograron, ni siquiera buscaron, solucionar los problemas;
tan solo fueron estrategias para garantizar el dominio colonial y la expansión
del capitalismo global” (p. 13).
La metáfora de la dependencia
Eduardo Galeano (2007) ilustró magistralmente esta
situación con una metáfora: las naciones del Sur son como aves reunidas por un
cocinero que les permite elegir la salsa con la que serán comidas, pero no les
concede el derecho de decidir si quieren o no ser devoradas. Esta imagen
refleja con crudeza la realidad epistemológica de América Latina: se nos
permite discutir sobre modelos, reformas o metodologías, pero siempre dentro de
los marcos diseñados por el Norte. Lo que no se admite es cuestionar la lógica
de fondo que perpetúa nuestra dependencia.
En El Salvador, esta metáfora se ha hecho realidad en
múltiples ocasiones. Las reformas educativas impulsadas en las últimas décadas
han tenido como referentes principales a pedagogos europeos y norteamericanos,
ignorando los aportes de pensadores latinoamericanos como Paulo Freire, José
Martí o Simón Rodríguez. Del mismo modo, los modelos de investigación adoptados
en nuestras universidades suelen replicar protocolos externos, diseñados para
contextos muy distintos, sin una reflexión crítica sobre su pertinencia local.
La influencia de la epistemología del Norte no se limita
al ámbito curricular, sino que atraviesa la vida universitaria en su conjunto.
Desde la organización de las facultades hasta los criterios de evaluación
académica, gran parte de las estructuras institucionales de la UES responden a
modelos importados. Incluso la obsesión reciente por los rankings
internacionales refleja esta dependencia: se mide la calidad de las
universidades salvadoreñas en función de parámetros establecidos por agencias
extranjeras, sin atender a la pertinencia social de su trabajo.
El problema no es únicamente que estos modelos sean
ajenos, sino que, al ser asumidos sin cuestionamiento, refuerzan la idea de que
lo válido y lo científico siempre viene de afuera. Esto genera un círculo
vicioso: los estudiantes aprenden a valorar más las teorías europeas que las
reflexiones locales; los investigadores sienten la presión de publicar en
revistas extranjeras para obtener reconocimiento; y las autoridades
universitarias diseñan reformas buscando la aprobación de organismos
internacionales en lugar de responder a las demandas del pueblo salvadoreño.
Una crisis de ideas en el Norte.
Paradójicamente, el Norte mismo atraviesa una crisis de
ideas. Según Santos (2010), Europa ya no produce las “ideas peligrosas” que en
otros momentos revolucionaron el pensamiento (como las de Spinoza en el siglo
XVII). Hoy, muchas de sus universidades se han convertido en instituciones
inofensivas, más preocupadas por mantener su prestigio que por generar
conocimiento transformador.
Esto explica por qué Europa y Estados Unidos
no solo no logran resolver los problemas del Sur, sino que tampoco encuentran
soluciones a sus propios desafíos: crisis migratoria, desigualdades crecientes,
cambios climáticos y tensiones políticas internas.
En este contexto, resulta contradictorio que nuestras
universidades sigan dependiendo de marcos conceptuales en crisis. Al continuar
consumiendo teorías importadas sin someterlas al escrutinio de una
epistemología crítica, corremos el riesgo de perpetuar nuestra subordinación
intelectual.
Ciencia mayoritaria y ciencia minoritaria
Jesús Ibáñez, citado por Rozo (1985), distingue entre
ciencias mayoritarias y ciencias minoritarias. Las primeras son sedentarias y
dogmáticas: adoptan el punto de vista de la mayoría, legitiman las jerarquías y
refuerzan el poder. Las segundas, en cambio, son nómadas y críticas: se ubican
desde la perspectiva de las minorías y resisten la uniformidad impuesta por los
sistemas hegemónicos. La epistemología del Norte se ubica, casi siempre, en la
primera categoría: una ciencia diseñada para mantener el orden y garantizar la
continuidad del capitalismo global.
El reto de la UES consiste en romper con esa tradición
dogmática y abrirse a las ciencias minoritarias, aquellas que cuestionan los
fundamentos del poder y rescatan los saberes de los pueblos oprimidos. Sin
embargo, lograrlo requiere un cambio profundo en la concepción misma de
universidad: pasar de ser una institución que reproduce epistemologías ajenas a
convertirse en un espacio que genera pensamiento propio.
Los límites de la epistemología del Norte.
En resumen, los límites de la epistemología del Norte
pueden sintetizarse en tres aspectos principales:
Universalismo
falso: se presenta como
conocimiento válido para todo el mundo, cuando en realidad responde a contextos
específicos de Europa y Estados Unidos.
Exclusión de
saberes: invisibiliza los
conocimientos locales, populares e indígenas, relegándolos al ámbito de lo “no
científico”.
Reproducción
de la dependencia: al ser asumida sin
crítica, refuerza la subordinación cultural y académica de nuestras
universidades.
Por estas razones, resulta urgente construir una
alternativa desde el Sur: una epistemología que no niegue los aportes del
Norte, pero que los someta a examen y los articule con las experiencias y
saberes propios de nuestros pueblos.
4. EPISTEMOLOGÍA DEL SUR: ALTERNATIVAS Y POSIBILIDADES
Si la epistemología del Norte se caracteriza por su
pretensión de universalidad y por su función de legitimación del poder hegemónico,
la epistemología del Sur surge como un horizonte alternativo que busca rescatar
los saberes, las prácticas y las experiencias históricamente marginadas. Como
plantea Boaventura de Sousa Santos (2010), no habrá justicia social global sin
justicia cognitiva. Dicho de otro modo, los pueblos del Sur no lograrán
emanciparse mientras sigan subordinados al monopolio del conocimiento
eurocéntrico.
El Sur como metáfora del sufrimiento y la resistencia.
En el marco de esta propuesta, el “Sur” no es solo una ubicación
geográfica. Es, sobre todo, una metáfora del sufrimiento humano causado por el
colonialismo, el capitalismo y el patriarcado. El Sur está presente también en
el Norte geográfico, en las poblaciones migrantes, racializadas y marginadas;
del mismo modo, en el propio Sur existen élites que reproducen el mismo
colonialismo cognitivo que dicen combatir. Por eso, hablar de epistemología del
Sur implica reconocer un campo de lucha simbólica y política en el que lo
importante es rescatar la voz de quienes han sido silenciados.
En El Salvador, este Sur se expresa en múltiples
espacios: en las comunidades rurales que desarrollan estrategias propias de
producción agrícola; en las prácticas culturales indígenas que aún sobreviven
pese a siglos de represión; en las pedagogías populares que emergieron durante
la guerra civil; y en las organizaciones comunitarias que hoy construyen
alternativas frente a la exclusión social. Estos saberes, sin embargo, suelen
ser invisibilizados por la academia, que privilegia marcos conceptuales
importados.
Epistemología de las ausencias y de las emergencias.
Santos (2010) distingue entre la epistemología de las
ausencias y la epistemología de las emergencias. La primera se refiere a los
conocimientos y prácticas que el sistema dominante niega, invisibiliza o
clasifica como atrasados. La segunda busca rescatar esas experiencias y
proyectarlas como alternativas posibles.
En el caso salvadoreño, la epistemología de las ausencias
se refleja en la marginación de las lenguas originarias, en la desvalorización
de la medicina natural y en la exclusión del pensamiento popular de los
programas universitarios. Por el contrario, una epistemología de las
emergencias debería incorporar estas prácticas en la vida académica, no como
simples objetos de estudio, sino como fuentes legítimas de conocimiento.
Esto no significa abandonar el rigor científico, sino
reconocer que el rigor también puede construirse desde otras racionalidades,
siempre que respondan a la necesidad de comprender y transformar la realidad.
Saberes latinoamericanos como fundamento alternativo.
La epistemología del Sur no parte de cero. América Latina
cuenta con una rica tradición de pensamiento crítico que puede servir de base
para este proyecto. Paulo Freire (1970), por ejemplo, defendió una pedagogía de
la liberación que parte de la experiencia del oprimido como fuente de
conocimiento. José Martí (1891) llamó a gobernar con ideas propias y no con
leyes extranjeras. Simón Rodríguez, maestro de Simón Bolívar, insistió en la
necesidad de inventar o errar, es decir, de crear soluciones originales para
los problemas locales.
En El Salvador, figuras como Mélida Anaya Montes y Fabio
Castillo aportaron reflexiones pedagógicas profundamente ligadas a la realidad
nacional. Por su parte, Ignacio Ellacuría (1990) defendió la necesidad de una
universidad comprometida con la “civilización de la pobreza”, es decir, con la
construcción de un modelo social que priorice a los más vulnerables. Todos
estos aportes forman parte de una tradición epistemológica que, aunque muchas
veces marginada, constituye una fuente indispensable para construir una
universidad crítica y situada.
Epistemología del Sur y justicia cognitiva.
La epistemología del Sur no pretende reemplazar todo el
conocimiento del Norte ni cerrar el diálogo con la ciencia universal. Su
propuesta es más bien democratizar el campo del conocimiento, reconociendo la
pluralidad de saberes y promoviendo lo que Santos (2010) llama ecología de
saberes. Esta ecología no jerarquiza entre saber científico y saber popular,
sino que busca un diálogo horizontal que permita a cada forma de conocimiento
aportar a la solución de problemas concretos.
En este sentido, la Universidad de El Salvador tiene el
desafío de convertirse en un puente entre saberes. Por un lado, debe garantizar
que los estudiantes conozcan los avances de la ciencia global; por otro, debe
rescatar, validar y articular los conocimientos locales. Solo así se podrá
superar la dependencia intelectual y construir una universidad realmente comprometida
con su pueblo.
Posibilidades de una epistemología situada en El Salvador.
Adoptar una epistemología del Sur en la UES no es una
tarea sencilla, pero abre múltiples posibilidades:
Reforma
curricular: incluir cursos obligatorios
de epistemología crítica y de pensamiento latinoamericano.
Investigación
con pertinencia social: promover
proyectos que partan de las necesidades de las comunidades, en lugar de
replicar agendas externas.
Interculturalidad: reconocer la diversidad étnica y cultural de El
Salvador, integrando sus saberes a la vida académica.
Tecnología
con rostro humano: usar las herramientas
digitales no como imposición del Norte, sino como medios para fortalecer la
autonomía del conocimiento local.
En última instancia, la epistemología del Sur no es un
simple marco teórico, sino una praxis de resistencia y de construcción. Su
objetivo no es únicamente conocer el mundo, sino transformarlo desde la
perspectiva de quienes han sido históricamente excluidos.
5. UNIVERSIDAD, TECNOLOGÍA Y NUEVOS DESAFÍOS
Uno de los principales retos que enfrenta hoy la
Universidad de El Salvador no proviene únicamente de su rezago curricular o de
la persistencia del eurocentrismo académico, sino también del impacto acelerado
de las tecnologías digitales. En las últimas dos décadas, el auge de internet,
las redes sociales y, más recientemente, la inteligencia artificial, ha
transformado la manera en que circula el conocimiento, cómo se enseña y cómo se
investiga. Sin embargo, la universidad salvadoreña, al igual que muchas de la
región, ha reaccionado de manera tardía y fragmentada frente a estos cambios,
lo cual refleja la ausencia de una epistemología crítica que permita orientar
su uso con fines emancipadores.
La digitalización y sus paradojas.
En teoría, la digitalización debería ampliar el acceso al
conocimiento. Nunca antes había sido tan sencillo consultar bibliotecas
digitales, bases de datos académicas o cursos en línea de universidades de
prestigio. No obstante, este acceso está condicionado por una serie de factores
estructurales: la brecha digital entre zonas urbanas y rurales, la falta de
infraestructura tecnológica en las universidades públicas y la dependencia de
plataformas extranjeras que controlan el flujo de información.
En El Salvador, la pandemia de COVID-19 puso en evidencia
estas limitaciones. Mientras algunos estudiantes lograron adaptarse al modelo
de educación virtual, muchos otros se vieron excluidos por carecer de
dispositivos adecuados o de conexión a internet. Como advierte Castells (2006),
la sociedad de la información no elimina las desigualdades, sino que las
reconfigura: quienes tienen acceso a la tecnología aumentan sus oportunidades,
mientras los demás quedan relegados.
Dependencia tecnológica y colonialismo digital.
El acceso al conocimiento digital en la UES está mediado
por plataformas y corporaciones transnacionales como Google, Microsoft, Meta o
OpenAI. Estas empresas no solo proveen servicios, sino que también definen los
criterios de búsqueda, almacenamiento y circulación del conocimiento. Couldry y
Mejías (2019) denominan a este fenómeno “colonialismo de datos”, es decir, la
apropiación masiva de información generada por usuarios del Sur para
convertirla en materia prima de un capitalismo digital global.
Esta situación reproduce, en clave tecnológica, lo mismo
que Boaventura de Sousa Santos (2010) denuncia en el plano epistemológico: el
monopolio del Norte sobre la producción y validación del conocimiento. En otras
palabras, aunque estudiantes y docentes salvadoreños accedan a bases de datos
internacionales, lo hacen bajo reglas establecidas por actores externos que
priorizan intereses comerciales antes que educativos.
Inteligencia artificial y nuevos dilemas epistemológicos.
La irrupción de la inteligencia artificial (IA) plantea
un desafío aún más complejo. Herramientas como ChatGPT, Gemini o Copilot ya
están presentes en la vida académica, desde la redacción de ensayos hasta la
búsqueda de información. Sin embargo, su uso acrítico puede reforzar la
dependencia cognitiva: si los estudiantes confían ciegamente en estas
plataformas, corren el riesgo de asumir como verdad incuestionable lo que
producen algoritmos entrenados con datos sesgados.
La epistemología crítica es indispensable para evitar
este riesgo. Como señala Floridi (2014), la sociedad de la información no solo
nos enfrenta a un exceso de datos, sino a la necesidad de discernir qué es
conocimiento válido y qué es ruido. Sin un marco epistemológico que permita
cuestionar los sesgos de los algoritmos, la universidad puede caer en una nueva
forma de alienación tecnológica.
El desafío pedagógico.
En este contexto, la UES debe preguntarse: ¿cómo formar
estudiantes críticos en una era de sobreinformación y de algoritmos que median
nuestro acceso al mundo? La respuesta no puede limitarse a prohibir el uso de
la tecnología ni a adoptarla acríticamente. Se requiere una pedagogía digital
crítica, inspirada en Freire (1970), que enseñe a los estudiantes no solo a
manejar herramientas, sino a interrogar sus implicaciones éticas, sociales y
políticas.
Esto implica, por ejemplo:
·
Desarrollar
competencias en alfabetización digital crítica, que permitan a los alumnos
distinguir entre información confiable y desinformación.
·
Incorporar
debates sobre la ética de la IA y la soberanía tecnológica en los planes de
estudio.
·
Fomentar
investigaciones que usen tecnologías digitales para resolver problemas locales,
en lugar de replicar modelos externos.
·
Una
oportunidad para repensar la universidad
Si bien los desafíos son grandes, la digitalización
también ofrece una oportunidad histórica. La UES podría convertirse en pionera
en el desarrollo de una epistemología crítica digital, que combine los avances
tecnológicos con los saberes locales y las necesidades nacionales. Esto
significaría usar la tecnología no para perpetuar la dependencia, sino para fortalecer
la autonomía cognitiva.
En este sentido, se podría imaginar una universidad que
utilice plataformas abiertas y comunitarias, que promueva repositorios digitales
propios, que incentive la creación de contenidos académicos en español y en
lenguas originarias, y que forme a sus estudiantes en una ética tecnológica
orientada al bien común. De este modo, la UES no solo respondería al reto de la
globalización digital, sino que se posicionaría como un referente en la
construcción de alternativas al colonialismo tecnológico.
6. UNA UNIVERSIDAD SITUADA EN SU PUEBLO
Una de las principales críticas que se han formulado a la
Universidad de El Salvador es su tendencia a mirar hacia afuera antes que hacia
adentro. En lugar de responder a las demandas históricas de la sociedad
salvadoreña, con frecuencia la institución ha buscado legitimidad en modelos
importados, en modas académicas globales o en directrices de organismos internacionales.
Esta orientación, que puede explicarse por la larga tradición de dependencia
cultural y económica del país, ha limitado la capacidad de la UES para cumplir
plenamente su misión histórica: ser un motor de transformación social.
Frente a esta situación, resulta urgente repensar el
lugar de la universidad desde una epistemología crítica y situada, es decir,
una forma de concebir el conocimiento que no ignore los avances globales, pero
que parta de las necesidades, los saberes y las luchas de su propio pueblo. En
palabras de Fernando Prada Ramírez (2009), cualquier reforma universitaria
auténtica debe provenir “de la exterioridad y desde las lógicas sociales y
económicas de las sociedades regionales” (p. 55). Dicho de otro modo, la
universidad no puede reformarse únicamente desde los escritorios de sus
autoridades o desde los lineamientos de organismos internacionales: necesita
nutrirse del diálogo permanente con la sociedad que la sostiene.
Universidad y compromiso social.
La UES nació y se ha consolidado como una institución
pública, financiada con recursos del pueblo salvadoreño. Por ello, su
legitimidad no proviene únicamente de sus títulos académicos, sino de su
compromiso social. Como señaló Ignacio Ellacuría (1990), la universidad debe
“hacerse cargo de la realidad” y ponerse al servicio de las mayorías
empobrecidas. Este compromiso no se limita a la extensión universitaria ni a
programas puntuales de servicio social, sino que debe atravesar la docencia, la
investigación y la proyección social como principios fundamentales.
Esto significa que los planes de estudio deben incorporar
de manera sistemática los problemas del país: la desigualdad social, la
migración, la violencia, la crisis ambiental y la precarización laboral. No
basta con estudiar teorías generales sobre estos fenómenos; se requiere
producir conocimiento situado que aporte a la construcción de soluciones. Una
epistemología crítica permite precisamente eso: interrogar la pertinencia del
conocimiento y exigir que esté orientado a transformar la realidad concreta.
Universidad como espacio de pluralismo epistemológico.
Una universidad situada en su pueblo debe reconocer la
pluralidad de saberes que coexisten en El Salvador. Esto incluye los saberes
indígenas, campesinos, afrodescendientes, comunitarios, feministas y populares,
que históricamente han sido marginados por la academia. Siguiendo la propuesta
de Santos (2010), se trata de construir una ecología de saberes, en la que el
conocimiento científico dialogue de manera horizontal con otras formas de
conocimiento.
Por ejemplo, la investigación sobre el medio ambiente no
puede limitarse a aplicar modelos de gestión importados de Europa o Estados
Unidos. Debe incorporar los saberes locales de comunidades que, desde hace
generaciones, han desarrollado prácticas de agricultura sostenible y de cuidado
de la tierra. De igual modo, los programas de salud deben reconocer la medicina
natural y tradicional como parte de un patrimonio cultural que puede dialogar
con la biomedicina moderna.
Universidad y democracia cognitiva.
Situar la universidad en su pueblo también implica
democratizar el acceso al conocimiento. La UES debe ser un espacio abierto, no
una torre de marfil. Esto requiere políticas activas de vinculación con
comunidades rurales y urbanas, programas de educación continua y el
fortalecimiento de la investigación participativa.
Como advierte Freire (1970), el conocimiento no puede ser
un privilegio de unos pocos, sino un proceso colectivo en el que todos
aprendemos y enseñamos.
La universidad, en este sentido, no debe concebirse
únicamente como un lugar donde los expertos producen saberes que luego se
transmiten a la sociedad, sino como un espacio de construcción conjunta. La
epistemología crítica se convierte aquí en una metodología para romper las
jerarquías tradicionales del conocimiento y promover una verdadera democracia
cognitiva.
Retos y posibilidades.
Transformar la UES en una universidad situada en su
pueblo enfrenta múltiples retos: la resistencia de sectores que prefieren mantener
la dependencia académica, la presión de organismos internacionales que imponen
agendas educativas, la falta de recursos económicos y la inercia burocrática de
la propia institución. Sin embargo, las posibilidades son igualmente grandes.
Una universidad comprometida con su pueblo puede
convertirse en un referente nacional e internacional, no por imitar modelos
externos, sino por proponer alternativas originales. Puede liderar debates
sobre justicia social, medio ambiente, democracia y tecnología desde una
perspectiva salvadoreña y latinoamericana. Y puede formar generaciones de
profesionales que no solo dominen competencias técnicas, sino que también
asuman la responsabilidad de transformar su realidad.
En última instancia, situar la universidad en su pueblo
significa reconocer que el conocimiento no es neutral ni abstracto: tiene
siempre un lugar, un rostro y una historia. En el caso de la UES, ese lugar es
El Salvador; ese rostro es el de sus estudiantes, docentes y comunidades; y esa
historia es la de un pueblo que ha luchado por justicia, dignidad y
emancipación.
CONCLUSIÓN
A lo largo de este ensayo se ha mostrado que la ausencia
de la epistemología crítica en la Universidad de El Salvador no es un asunto
meramente académico ni un detalle curricular de poca importancia, sino un
problema estructural que limita la capacidad de la institución para cumplir con
su misión histórica. La epistemología, entendida como teoría crítica del
conocimiento, permite a estudiantes y docentes interrogar el origen, la validez
y los fines de lo que se considera ciencia. Su exclusión de los programas de
estudio y de la práctica investigativa ha derivado en una formación
universitaria centrada en la repetición técnica, en la adopción acrítica de
marcos extranjeros y en la dependencia de epistemologías que responden a
intereses ajenos a la realidad nacional.
La revisión de la epistemología del Norte permitió
evidenciar sus límites: su pretensión de universalidad, su tendencia a
invisibilizar saberes locales y su función de reproducción de la dependencia
cultural y académica. Como señaló Boaventura de Sousa Santos (2010), Europa ya
no produce ideas transformadoras y, sin embargo, sigue imponiendo sus modelos
en el Sur global. En este contexto, resulta contradictorio que la UES continúe
asumiendo como absolutos los marcos conceptuales del Norte, sin someterlos al
escrutinio de una epistemología crítica.
Frente a este panorama, la epistemología del Sur se
presenta como una alternativa necesaria y posible. No se trata de rechazar todo
conocimiento producido en el Norte, sino de democratizar el campo del saber
mediante una ecología de conocimientos que otorgue validez a las prácticas y
saberes históricamente marginados: los de las comunidades rurales, los pueblos
originarios, las mujeres, los trabajadores y los sectores populares. Esta
epistemología reconoce que no hay justicia social sin justicia cognitiva, y que
la universidad tiene el deber de rescatar las voces silenciadas para construir
un conocimiento plural y emancipador.
Además, la irrupción de las tecnologías digitales y de la
inteligencia artificial plantea nuevos desafíos epistemológicos. La universidad
salvadoreña no puede seguir siendo una consumidora pasiva de plataformas
extranjeras, pues esto solo refuerza la dependencia cognitiva. Se necesita una
pedagogía digital crítica que enseñe a interrogar los algoritmos, a reconocer
los sesgos y a usar la tecnología en función de las necesidades del país. Aquí
la epistemología crítica se convierte en brújula indispensable para discernir
entre el uso emancipador y el uso alienante de las herramientas digitales.
Finalmente, se ha destacado que la UES debe situarse en
su pueblo. Una universidad pública no puede concebirse como un espacio aislado,
orientado únicamente por estándares externos o por intereses de élite. Su
legitimidad proviene de su compromiso social y de su capacidad para investigar,
enseñar y proyectarse en función de los problemas reales de la sociedad
salvadoreña: la desigualdad, la pobreza, la violencia, la migración y la crisis
ambiental. Esto exige reformar los planes de estudio, democratizar el acceso al
conocimiento y reconocer la pluralidad epistemológica de nuestro país.
En conclusión, la Universidad de El Salvador se encuentra
ante una disyuntiva histórica. Puede seguir reproduciendo epistemologías
ajenas, con el riesgo de quedar cada vez más rezagada frente a los desafíos del
siglo XXI, o puede asumir la tarea de construir una epistemología crítica y
situada, capaz de articular lo mejor del conocimiento universal con los saberes
locales. Esta segunda opción no es fácil ni inmediata, pero constituye el único
camino para que la universidad cumpla su papel transformador. Como afirmaba
Ignacio Ellacuría (1990), la universidad debe hacerse cargo de la realidad y
poner su saber al servicio de la liberación de los pueblos. Solo así podrá ser
verdaderamente una universidad del pueblo y para el pueblo.
REFLEXIÓN FINAL
Reflexionar sobre la necesidad de una epistemología
crítica en la Universidad de El Salvador no es un mero ejercicio intelectual:
es una exigencia vital para la sociedad salvadoreña. El conocimiento no es
neutral ni inocente; está atravesado por intereses, ideologías y estructuras de
poder. Cuando la universidad omite la epistemología, lo que realmente está
haciendo es renunciar a su capacidad de pensar críticamente y de cuestionar el
orden establecido. En un país marcado por la desigualdad, la violencia y la
exclusión, esta renuncia resulta inaceptable.
La epistemología crítica nos recuerda que saber no es
acumular datos, sino interrogar su sentido. Nos invita a preguntarnos: ¿para
qué y para quién producimos conocimiento? ¿Al servicio de qué intereses
orientamos la investigación? ¿Qué voces quedan fuera cuando definimos lo que es
válido y lo que no lo es? Estas preguntas son incómodas, pero imprescindibles.
Solo enfrentándolas con honestidad y valentía la universidad podrá cumplir su
misión de formar profesionales capaces de transformar la realidad.
Además, la reflexión epistemológica no se limita a la
ciencia o la filosofía. Atraviesa la vida cotidiana de estudiantes y docentes.
Cada vez que un alumno repite sin cuestionar lo que lee en un manual
extranjero, cada vez que un docente desprecia una teoría sin haberla estudiado,
cada vez que se ignora el saber de una comunidad rural o indígena, se reproduce
un colonialismo cognitivo que nos aleja de nuestra identidad. Por eso, la
epistemología crítica no es un lujo académico, sino una práctica de dignidad
intelectual.
En el contexto actual, donde las tecnologías digitales y
la inteligencia artificial median nuestro acceso al mundo, la necesidad de una
epistemología crítica se vuelve aún más urgente. No basta con aprender a usar
algoritmos o plataformas: debemos interrogarlas, reconocer sus sesgos y decidir
conscientemente cómo y para qué emplearlas. De lo contrario, la universidad
corre el riesgo de ser colonizada una vez más, esta vez no solo en lo político
o lo económico, sino en lo cognitivo y lo digital.
La Universidad de El Salvador, con su historia de lucha y
compromiso social, tiene la oportunidad de liderar este proceso.
Para ello necesita abrirse a una ecología de saberes,
donde el conocimiento científico dialogue con los saberes populares, indígenas
y comunitarios. Necesita convertirse en una institución situada en su pueblo,
capaz de escuchar sus necesidades y de construir alternativas desde abajo. Y
necesita formar profesionales que no solo dominen técnicas, sino que también
piensen críticamente, actúen con ética y se comprometan con la justicia social.
Esta reflexión final es, en última instancia, una
invitación a recuperar la esperanza en el poder transformador de la
universidad. Como decía Paulo Freire (1970), la educación no cambia el mundo
por sí sola, pero cambia a las personas que van a cambiar el mundo. La
epistemología crítica es una de las llaves que nos permite abrir esa puerta:
nos ayuda a comprender que otro conocimiento es posible y, por tanto, que otro
mundo también lo es.
La UES, como universidad pública, no puede resignarse a
ser un espejo de teorías extranjeras ni una fábrica de profesionales
funcionales al mercado. Su verdadera grandeza estará en ser un espacio de
resistencia, de creación y de compromiso con los más vulnerables. Apostar por
una epistemología crítica significa apostar por una universidad que no solo
enseña a pensar, sino que también enseña a transformar. Y esa es, sin duda, la
tarea más urgente y noble que tenemos frente a nosotros.
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