lunes, 15 de septiembre de 2025

 

DIÁLOGO CON MINERVA (VERSIÓN CORREGIDA Y AUMENTADA)

POR: MSC. JOSÉ ISRAEL VENTURA

INTRODUCCIÓN

Minerva, madre sabia, protectora de la razón y de la cultura, ha sido por siglos símbolo de la lucha entre el conocimiento y la ignorancia, entre la verdad y la manipulación. En el contexto de nuestra historia salvadoreña, tu nombre y tu espíritu representan mucho más que un simple recuerdo mitológico: eres la encarnación de la esperanza en la educación, en la conciencia crítica y en la posibilidad de construir un país distinto a través del saber. Sin embargo, tu figura no está exenta de contradicciones y heridas profundas. Has visto crecer en tu regazo a generaciones comprometidas con la justicia y la dignidad, pero también has cobijado a oportunistas que se han servido de ti como trampolín para la ambición personal.

El propósito de este diálogo no es solo evocarte, Minerva, sino también interpelarte. Como docente que ha recorrido décadas en el camino de la enseñanza, me siento en la necesidad de alzar la voz, no solo para reconocer tus heridas, sino para reafirmar el compromiso de tus verdaderos hijos e hijas. Aquellos que no te ven como botín, sino como madre y guía; aquellos que comprenden que la educación, sin ética y sin amor al pueblo, no es más que una máscara vacía, una mentira disfrazada de conocimiento.

Hoy más que nunca, la realidad salvadoreña exige que tu voz sea escuchada. Vivimos en una época donde la cultura está amenazada no solo por la ignorancia, sino también por el cinismo y la manipulación masiva. La era digital, las redes sociales y la inteligencia artificial traen consigo nuevas oportunidades, pero también nuevos peligros: jóvenes seducidos por la superficialidad, líderes que disfrazan sus intereses con discursos revolucionarios, becas y premios usados como instrumentos de control. Frente a ello, tu misión, Minerva, sigue siendo la misma: enseñar a pensar, a dudar, a criticar, a rebelarse contra la mentira y a comprometerse con la verdad y la justicia.

Este diálogo, pues, es un llamado. Un llamado a rescatar tu esencia, a recuperar la fuerza del lema “¡Hacia la libertad por la cultura!” y a denunciar a quienes, bajo el ropaje de la izquierda o de la revolución, esconden almas de burócratas ambiciosos. Como bien advertía Paulo Freire (1970), “la educación no es neutral, o es un instrumento de liberación o se convierte en herramienta de opresión” (p. 45). La historia de El Salvador confirma esta tensión: la universidad, las aulas y los espacios de cultura han sido campo de lucha entre emancipación y sometimiento, entre esperanza y traición.

I. MINERVA HERIDA: LA MADRE QUE RESISTE

Te contemplo, Minerva, y no puedo evitar ver las huellas de la traición en tu rostro. Estás herida, desgarrada, pero aún erguida. Has soportado tempestades políticas, crisis económicas, persecuciones ideológicas y guerras internas, y, sin embargo, no has caído.

En tu seno se han formado médicos, ingenieros, filósofos, científicos, artistas y luchadores sociales que marcaron con dignidad la historia del país. Pero también has dado espacio a farsantes que, en lugar de honrarte, te convirtieron en plataforma de ascenso personal.

Tu herida es simbólica y real. Es la herida de una institución que debería ser el faro de la nación, pero que muchas veces ha sido invadida por intereses mezquinos. Has visto cómo algunos te usaron como refugio para discursos vacíos, mientras pactaban en silencio con los corruptos que juraban combatir. Has visto cómo ciertos grupos, en nombre de la revolución, se enquistaron en tu interior como parásitos, bloqueando la verdadera transformación y sustituyéndola por burocracia y clientelismo.

Pero a pesar de todo ello, Minerva, sigues de pie. Resistes como lo hace la madre que, aunque herida, no abandona a sus hijos. Y esa resistencia es símbolo de esperanza. Porque aún en medio del dolor, guardas en tus entrañas la semilla de quienes llegan con sueños, con hambre de conocimiento y con deseo de justicia. Como diría Albert Einstein, “la educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que aprendió en la escuela” (Einstein, citado en Calaprice, 2011, p. 58). Y en ti, lo que queda es más fuerte que el oportunismo pasajero: queda la memoria de la lucha y la certeza de que la sabiduría verdadera no puede ser corrompida del todo.

 II. LOS FALSOS PROFETAS Y LA TRAICIÓN IDEOLÓGICA

¡Cuánto daño han hecho, Minerva, ¡los falsos profetas que se proclamaron herederos de la revolución! Bajo la bandera del marxismo o de la izquierda, se instalaron en tus entrañas con discursos rimbombantes y consignas repetidas como letanías. Pero su verdadero propósito nunca fue servir al pueblo, sino servirse de él. En nombre de la justicia, acumularon poder; en nombre de la igualdad, justificaron privilegios; en nombre de la lucha, negociaron pactos con los mismos corruptos de siempre.

Son los nuevos fariseos de la historia: hablan de ética, pero venden conciencias; gritan consignas, pero callan frente a la injusticia; juran ser revolucionarios, pero viven como burócratas. Su estrategia es vieja: manipular a los jóvenes con retórica incendiaria mientras en la práctica mantienen el mismo orden desigual. Karl Marx, cuyo nombre han usado hasta el cansancio, fue claro al señalar que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos” (Marx, 1852/1972, p. 15). Y en El Salvador, esa tradición malinterpretada y manipulada se ha convertido en coartada para mantener estructuras de poder, no para derribarlas.

Minerva, los has visto desfilar con aires de profetas, pero en realidad no son más que mercaderes de la política. Se apropiaron de tus símbolos, de tu voz y hasta de tu lema, pero vaciaron de contenido su verdadero sentido. Han convertido la formación en mercancía, los títulos en adornos de prestigio, las becas en herramientas de control. Y lo peor: han hecho creer a muchos que su cinismo es la única forma posible de hacer política.

Sin embargo, la historia enseña que los impostores no perduran. Como afirma Byung-Chul Han (2013), “la mentira sistemática no puede sostenerse eternamente, porque acaba devorando la confianza que la sostiene” (p. 73). Y ese tiempo de los farsantes ya muestra fisuras: cada día más jóvenes desenmascaran su hipocresía, cada día más ciudadanos se niegan a aceptar sus discursos como verdades absolutas.

 

 

SAN SALVADOR, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2025

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