viernes, 19 de septiembre de 2025

 

ENSAYO:

“LA FILOSOFÍA COMO PRAXIS CRÍTICA EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO”

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA

INTRODUCCIÓN

La anécdota personal que originó este ensayo refleja un sentir común en nuestras sociedades: la creencia de que la filosofía es un saber inútil, una pérdida de tiempo, un cúmulo de abstracciones que poco o nada aportan a la vida cotidiana.

Cuando alguien pregunta “¿Para qué estudiar filosofía?”, suele hacerlo desde un paradigma profundamente marcado por el utilitarismo moderno, donde solo se valora lo que genera beneficios económicos inmediatos. Esta percepción, sin embargo, es un error que debe ser discutido con argumentos sólidos y situados en el contexto de nuestro tiempo.

Vivimos en la llamada “sociedad del conocimiento” o “era de la información”. La expresión parece positiva, pero en realidad es ambigua: nunca antes la humanidad había producido y distribuido tanta información en tan poco tiempo, pero al mismo tiempo nunca antes habíamos estado tan desbordados por datos sin sentido ni capacidad de discernimiento crítico. Como sostiene Byung-Chul Han (2012), estamos inmersos en un “infierno de lo igual”: un océano de información repetida, superficial y carente de profundidad, que produce más ruido que verdadero conocimiento.

En este escenario, la filosofía adquiere una pertinencia radical. No se trata de acumular más datos, sino de comprender el sentido de los fenómenos sociales, políticos y culturales que nos rodean. La filosofía no es un adorno intelectual, sino una herramienta que permite interpretar críticamente la realidad, cuestionar los discursos oficiales y, en última instancia, proponer caminos de transformación.

El objetivo de este ensayo es demostrar que la enseñanza de la filosofía es más necesaria que nunca en nuestra época. En tiempos de manipulación mediática, desigualdad estructural, crisis ecológica y concentración del poder, enseñar filosofía equivale a formar ciudadanos críticos, libres y conscientes, capaces de resistir los mecanismos de dominación y de diseñar alternativas emancipadoras.

Para lograrlo, el texto se estructura en varios apartados que desarrollan la relevancia social, política, cultural y educativa de la filosofía. Desde la crítica a la percepción social de su supuesta inutilidad, pasando por su papel en la denuncia de las ideologías, hasta su aporte en la educación universitaria y la emancipación latinoamericana, la tesis central será clara: sin filosofía no hay pensamiento crítico, y sin pensamiento crítico no hay verdadera democracia ni liberación de los pueblos.

Como afirmaba Martha Nussbaum (2010), “una nación que descuida la enseñanza de la filosofía y las humanidades se condena a producir generaciones de técnicos eficientes, pero de ciudadanos incapaces de pensar críticamente sobre su propia sociedad”. Esta advertencia es crucial para América Latina y, en particular, para El Salvador, donde los desafíos sociales exigen ciudadanos formados no solo en competencias técnicas, sino en la capacidad de reflexionar críticamente sobre la justicia, la libertad y la dignidad humana.

En conclusión, esta introducción abre la puerta a un debate impostergable: la filosofía no es un lujo ni un pasatiempo, es una necesidad histórica. Y más aún, enseñar filosofía es un deber moral de las universidades, los docentes y los sistemas educativos que aspiran a formar seres humanos plenos, conscientes y transformadores.

2. LA PERCEPCIÓN SOCIAL DE LA FILOSOFÍA: ENTRE EL MITO DE LA INUTILIDAD Y LA NECESIDAD DE SU RESCATE

Una de las mayores dificultades que enfrenta la enseñanza de la filosofía en la actualidad es la percepción social de su supuesta inutilidad. En conversaciones cotidianas, en debates mediáticos e incluso en políticas educativas, se suele cuestionar para qué sirve la filosofía y se la contrapone con disciplinas consideradas “prácticas” o “productivas”, como la administración, la informática o la ingeniería. Este prejuicio no es nuevo: desde la modernidad, marcada por el auge del racionalismo científico y el utilitarismo económico, la filosofía comenzó a ser vista como un saber abstracto, ajeno a las necesidades inmediatas de la vida social.

2.1 El mito de la inutilidad

El mito de la inutilidad de la filosofía se sostiene en dos pilares principales. El primero es la lógica mercantil de la sociedad contemporánea, en la que el valor de las cosas se mide por su rentabilidad económica inmediata. En este contexto, los saberes que no producen beneficios cuantificables tienden a ser despreciados. Así, se valora más a quien desarrolla una aplicación tecnológica que a quien analiza críticamente las implicaciones éticas de dicha tecnología. El segundo pilar es la cultura de la inmediatez, que privilegia resultados rápidos y soluciones superficiales, mientras que la filosofía exige tiempo, paciencia, lectura, diálogo y reflexión.

Como señala Martha Nussbaum (2010), reducir la educación a una mera formación técnica significa “mutilar el alma de la democracia”, pues se dejan de lado aquellas disciplinas que forman ciudadanos capaces de pensar críticamente, imaginar alternativas y cuestionar la injusticia. Una sociedad que margina la filosofía se expone a crear generaciones de individuos “eficientes” pero acríticos, incapaces de comprender el sentido de los fenómenos sociales que les rodean

2.2 Ejemplos de la marginación de la filosofía

En América Latina, este prejuicio se ha materializado en políticas educativas que recortan o eliminan la enseñanza de la filosofía en los currículos escolares. Países como Chile, México y Brasil han reducido drásticamente las horas dedicadas a las humanidades, priorizando asignaturas vinculadas a las competencias técnicas y al mercado laboral. En El Salvador, la filosofía en la educación media suele verse relegada a un papel secundario, cuando en realidad debería ser un eje transversal de la formación crítica.

Esta tendencia responde a la lógica neoliberal que concibe la educación como inversión y al estudiante como “capital humano”. Como advierte Henry Giroux (2003), en esta perspectiva, las universidades se transforman en fábricas de trabajadores dóciles y especializados, pero desprovistos de conciencia política. El resultado es una sociedad más manipulable y menos democrática.

2.3 La necesidad de rescatar la filosofía

Frente a este panorama, se vuelve urgente rescatar el verdadero sentido de la filosofía. Lejos de ser un lujo intelectual, la filosofía es una necesidad vital para las sociedades que aspiran a la justicia y a la libertad. Su utilidad radica precisamente en lo que muchos consideran su debilidad: no se orienta a producir objetos, sino a generar pensamiento crítico.

Michel Onfray (2006) recuerda que la filosofía proporciona los medios para “dominar nuestro destino” y liberarnos de los miedos paralizantes. La filosofía no produce mercancías, pero produce conciencia; no genera beneficios inmediatos, pero forma ciudadanos libres; no fabrica artefactos tecnológicos, pero ofrece criterios éticos para orientar su uso.

Además, la filosofía cumple una función irremplazable en la formación de la identidad cultural. Sin filosofía, las sociedades se vuelven presas fáciles de ideologías importadas y de discursos hegemónicos que imponen visiones del mundo ajenas a sus realidades. Como lo planteó Enrique Dussel (1998), la filosofía de la liberación latinoamericana surgió precisamente para responder a esta necesidad: pensar desde nuestras propias raíces, desde los pobres, los marginados y los excluidos, en contraposición a la filosofía eurocéntrica que históricamente nos ha colonizado.

2.4 Hacia una nueva valoración social de la filosofía

Rescatar la filosofía exige una transformación cultural que vaya más allá de la escuela y la universidad. Implica fomentar una sociedad que valore la pregunta por el sentido, la reflexión crítica y el debate público. En tiempos en que los discursos políticos se reducen a consignas superficiales y las redes sociales privilegian la banalidad, la filosofía puede convertirse en un antídoto contra la superficialidad.

Para ello, es necesario que la enseñanza de la filosofía se acerque más a la vida cotidiana de las personas. Como decía José Martí (1891/1975), “ser culto es el único modo de ser libre”. La filosofía debe dejar de ser vista como un cúmulo de teorías abstractas para convertirse en una práctica social que ayude a los pueblos a comprender sus problemas y a buscar soluciones colectivas.

3. La sociedad del conocimiento: datos sin sentido y la urgencia de filosofar

La expresión “sociedad del conocimiento” se ha convertido en un lugar común en discursos académicos, políticos y empresariales. Sin embargo, esta denominación resulta engañosa si no se la examina críticamente. En realidad, lo que caracteriza a nuestra época no es tanto la posesión de conocimiento como la acumulación y circulación desbordada de información. Nunca en la historia de la humanidad se había producido tal cantidad de datos, disponibles de manera instantánea a través de internet, las redes sociales y los medios de comunicación globalizados. Pero esta abundancia informativa no se traduce en sabiduría ni en comprensión profunda de la realidad.

3.1 La paradoja de la abundancia informativa

La paradoja contemporánea es que, en medio de la sobreabundancia de información, las sociedades parecen cada vez más confundidas. Las personas saben que existen crisis económicas, guerras, desigualdad, corrupción y deterioro ambiental, pero pocas logran comprender las causas estructurales de estos problemas. La mayoría se limita a reproducir los datos que circulan en los medios masivos, sin cuestionar sus intereses ni analizar sus contradicciones internas.

Manuel Castells (2001), al estudiar la “sociedad red”, señala que el acceso a información ya no es un problema: lo decisivo es la capacidad de procesarla críticamente. En otras palabras, no basta con tener datos, hay que dotarlos de sentido. Aquí entra en juego la filosofía como herramienta para ordenar, interpretar y contextualizar la información en un marco histórico y social.

3.2 El poder de los medios y la manipulación de la información

Los grandes conglomerados mediáticos y tecnológicos son los principales beneficiarios de esta sociedad de la información. Al controlar qué datos circulan y cómo se presentan, ejercen un poder ideológico de enorme alcance. Como advertía Noam Chomsky (1997), los medios no solo informan: fabrican consenso, moldean percepciones colectivas y legitiman los intereses de los grupos dominantes.

En este contexto, la filosofía cumple un papel fundamental al cuestionar el origen, la intencionalidad y las consecuencias de la información difundida. La tarea no es acumular más noticias, sino preguntarse qué significan, qué intereses representan y cómo afectan la vida de los pueblos. Esta es la diferencia entre estar informado y estar consciente.

3.3 Fake news, posverdad y superficialidad digital

La sociedad digital ha potenciado el fenómeno de las noticias falsas (fake news) y la llamada “posverdad”, donde lo emocional y lo viral pesan más que la veracidad de los hechos. Según Byung-Chul Han (2017), la lógica de las redes sociales favorece la inmediatez, la espectacularización y la saturación, pero dificulta el pensamiento crítico y la reflexión. El ciudadano conectado pasa horas consumiendo imágenes y mensajes, pero rara vez se detiene a analizarlos críticamente.

Aquí la filosofía se convierte en una práctica de resistencia. Filosofar es detenerse, preguntar, dudar, cuestionar lo evidente, en contraposición a la pasividad de la sociedad del espectáculo. Frente a la vorágine de estímulos digitales, la filosofía invita a la pausa, a la reflexión profunda, a la búsqueda del sentido detrás de la apariencia.

3.4 Filosofía como antídoto frente al vacío del consumo informativo

La “sociedad del conocimiento” corre el riesgo de reducir al individuo a un simple consumidor de información. Esta lógica coincide con el modelo neoliberal, que transforma al ciudadano en cliente y a la educación en una mercancía más. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2012) ha descrito cómo la saturación de información y estímulos genera cansancio, dispersión y pérdida de sentido: “el exceso de positividad conduce al agotamiento de la mente”.

La filosofía, en cambio, enseña a jerarquizar, a discernir lo importante de lo banal, a comprender las conexiones ocultas entre fenómenos aparentemente aislados. No busca cantidad, sino calidad del pensamiento. En este sentido, la filosofía no es un lujo, sino un antídoto contra la superficialidad y la manipulación ideológica.

3.5 Ejemplos en América Latina

En América Latina, los fenómenos de manipulación informativa han tenido consecuencias graves. Campañas políticas basadas en fake news, discursos populistas que simplifican problemas complejos y medios que responden a intereses corporativos han moldeado la opinión pública y condicionado decisiones electorales. Sin una ciudadanía capaz de filosofar, es decir, de pensar críticamente el sentido de la información, los pueblos quedan indefensos frente al poder mediático.

De allí la urgencia de enseñar filosofía en las escuelas y universidades: para que las nuevas generaciones no se conformen con repetir lo que escuchan en redes sociales o noticieros, sino que desarrollen la capacidad de cuestionar, contrastar y construir interpretaciones propias.

4. FILOSOFÍA COMO CRÍTICA DE LAS IDEOLOGÍAS Y DEL PODER

Una de las funciones más relevantes de la filosofía, especialmente en tiempos de manipulación mediática y concentración de poder, es su capacidad crítica frente a las ideologías dominantes. La filosofía, cuando es auténtica, se convierte en un ejercicio de desmitificación: revela lo que los discursos oficiales esconden, cuestiona lo que parece incuestionable y denuncia los intereses ocultos detrás de las instituciones sociales.

4.1 Filosofía como denuncia de la ideología

Karl Marx (1845/1973) afirmaba que la ideología opera como una “falsa conciencia”, es decir, una forma de ver el mundo que oculta las verdaderas relaciones de poder y explotación. En este sentido, la filosofía tiene la misión de desenmascarar los mecanismos ideológicos que naturalizan la injusticia. Cuando un pueblo se acostumbra a vivir en condiciones de desigualdad, miseria y corrupción, es porque las ideologías dominantes han conseguido convencerlo de que “así es la vida” o de que “no hay alternativas posibles”.

Vladimir Lenin (1913/1974) lo expresó con claridad: los pueblos siempre serán víctimas del engaño mientras no aprendan a descubrir los intereses de clase detrás de los discursos religiosos, políticos o mediáticos. Esta sentencia cobra vigencia en la actualidad, cuando los medios de comunicación construyen narrativas que legitiman la explotación y criminalizan la protesta social.

4.2 Deleuze y la crítica a la estupidez institucionalizada

Gilles Deleuze (1995) llevó esta reflexión más lejos al señalar que la filosofía sirve, ante todo, para “detestar la estupidez” y “denunciar la bajeza en todas sus formas”. Según él, toda verdadera filosofía incomoda al poder porque lo desnuda de su retórica y lo obliga a mostrar su esencia. Una filosofía complaciente, que no cuestiona, deja de ser filosofía para convertirse en propaganda o en simple decoración cultural.

En este sentido, la filosofía se convierte en una herramienta de subversión frente al statu quo. Su papel no es consolar ni entretener, sino confrontar la injusticia, el resentimiento y la mala conciencia que sostienen los sistemas de dominación.

4.3 La ideología en la era digital

Hoy, la ideología ya no se presenta únicamente en discursos políticos o religiosos tradicionales. Ha adquirido nuevas formas a través de la publicidad, las redes sociales y la cultura del consumo. Byung-Chul Han (2014) sostiene que vivimos en una sociedad de “autoexplotación”, donde los individuos creen ser libres mientras reproducen voluntariamente las lógicas del capital. Aquí, la ideología se infiltra en la vida cotidiana a través del deseo de consumo, del culto a la imagen y de la obsesión por la productividad.

La filosofía, en este contexto, debe aprender a detectar las nuevas formas de dominación simbólica. No basta con analizar los discursos de los políticos; es necesario interrogar también los mensajes publicitarios, los algoritmos de las redes sociales y los discursos de la economía digital que presentan como “inevitable” la precariedad laboral o la destrucción ambiental.

4.4 Ejemplos en América Latina

En América Latina, los gobiernos y las élites económicas han utilizado históricamente la ideología para perpetuar la desigualdad. Discursos como “el sacrificio de hoy traerá el progreso de mañana” o “la pobreza es fruto de la falta de esfuerzo individual” son ejemplos de narrativas ideológicas que justifican la explotación y ocultan las causas estructurales de la miseria.

En El Salvador, durante décadas, tanto la derecha como sectores de la izquierda han recurrido a discursos ideológicos para legitimar sus proyectos de poder. Las promesas incumplidas, la manipulación de símbolos patrios y la criminalización de los movimientos populares son parte de un entramado discursivo que solo la crítica filosófica puede desenmascarar.

4.5 Filosofía como pedagogía de la sospecha

La función crítica de la filosofía se asemeja a lo que Paul Ricoeur (1965) llamó la “pedagogía de la sospecha”: aprender a dudar de lo evidente, a mirar detrás de las apariencias, a sospechar de las palabras bonitas que esconden intereses inconfesables. Este ejercicio de sospecha es fundamental en sociedades donde la corrupción, la manipulación mediática y la mentira institucional se han normalizado.

Así, enseñar filosofía no significa simplemente transmitir doctrinas filosóficas, sino formar ciudadanos capaces de sospechar, de preguntar y de desobedecer cuando las narrativas oficiales contradicen la experiencia de los pueblos.

4.6 Filosofía y emancipación

La filosofía, entendida como crítica de la ideología, no se limita a desenmascarar las mentiras del poder. Su finalidad es abrir caminos de emancipación. Como lo planteó Enrique Dussel (1998), la filosofía latinoamericana debe ser una filosofía de la liberación: debe pensar desde las víctimas, desde los oprimidos, desde aquellos que la ideología invisibiliza. Solo así la filosofía cumple su papel histórico: no ser cómplice del poder, sino herramienta de los pueblos en su lucha por la dignidad.

5. ¿TODOS SOMOS FILÓSOFOS? EL APORTE DE ANTONIO GRAMSCI

Antonio Gramsci, filósofo y político italiano, escribió desde la cárcel que “todos los hombres son filósofos” (Gramsci, 1981). Con esta afirmación provocadora no pretendía negar la importancia del pensamiento sistemático y riguroso, sino subrayar que toda persona, en su vida cotidiana, ya maneja un conjunto de ideas, valores y creencias que configuran su visión del mundo. En otras palabras, la filosofía no es exclusiva de académicos o intelectuales: es parte constitutiva de la vida social y cultural de los pueblos.

5.1 La filosofía espontánea y el sentido común

Según Gramsci, la filosofía se manifiesta de manera “espontánea” en el lenguaje, en el sentido común, en la religión popular y en las costumbres sociales. Cada vez que una persona interpreta su realidad, opina sobre política, reflexiona sobre la vida o toma decisiones basadas en sus valores, está practicando una forma de filosofía. El problema, sin embargo, es que esta filosofía espontánea suele estar impregnada de prejuicios, dogmas e ideologías que refuerzan la dominación.

El “sentido común” —esa sabiduría práctica que compartimos en la vida diaria— contiene tanto elementos progresistas como conservadores. Por ejemplo, frases como “la pobreza es voluntad de Dios” o “los ricos son ricos porque trabajan más” forman parte del sentido común, pero en realidad son expresiones ideológicas que legitiman la desigualdad. La tarea de la filosofía, en este caso, es elevar el sentido común al nivel de un “buen sentido”, crítico y consciente de los intereses de clase que se esconden tras esas creencias.

5.2 La función educativa de la filosofía

La idea de que todos somos filósofos tiene implicaciones educativas de gran alcance. En lugar de ver a los estudiantes como recipientes vacíos a los que hay que “llenar” de teorías filosóficas, debemos reconocer que cada uno llega al aula con una filosofía espontánea, una manera de comprender el mundo. El papel del docente de filosofía es, entonces, ayudar a los estudiantes a tomar conciencia de esa filosofía que ya poseen, a cuestionarla y a reconstruirla en diálogo con las grandes tradiciones del pensamiento crítico.

Paulo Freire (1970/2005) coincidía con esta visión al afirmar que la educación debe partir de la experiencia del oprimido. Enseñar filosofía no es imponer verdades absolutas, sino dialogar con la vida de los estudiantes, escuchar sus preguntas y acompañarlos en el proceso de convertir sus intuiciones en pensamiento crítico. Así, la enseñanza de la filosofía se convierte en un acto de liberación, no de domesticación.

5.3 Ejemplos en América Latina

En América Latina abundan ejemplos de cómo la filosofía popular, aunque espontánea, puede convertirse en un motor de transformación social cuando es llevada al terreno del pensamiento crítico. Los movimientos campesinos, indígenas y estudiantiles han desarrollado visiones del mundo que cuestionan el neoliberalismo, el extractivismo y la corrupción política. Cuando estas experiencias se articulan con un pensamiento filosófico sistemático, surgen proyectos emancipadores capaces de transformar la sociedad.

Un caso emblemático es el movimiento de educación popular en Brasil, inspirado por Paulo Freire. Allí, campesinos y trabajadores rurales, partiendo de su experiencia concreta, construyeron una filosofía de la dignidad, de la justicia y de la solidaridad. Esa filosofía espontánea se transformó en una filosofía crítica al entrar en diálogo con categorías como opresión, liberación y praxis.

5.4 Filosofía y conciencia histórica

La afirmación de Gramsci de que todos somos filósofos nos recuerda que la batalla por la conciencia se libra en la vida cotidiana. La filosofía no es un lujo de las élites, sino una necesidad del pueblo. En sociedades como la salvadoreña, donde el pasado de guerra, represión y corrupción aún pesa sobre la vida cotidiana, enseñar filosofía significa dar herramientas para que las nuevas generaciones comprendan críticamente su historia y no repitan los errores del pasado.

Por ejemplo, cuando un joven aprende a cuestionar por qué en un país con tantos recursos naturales existe tanta pobreza, o por qué la violencia afecta siempre a los mismos sectores sociales, está practicando filosofía en el sentido más profundo. Enseñar filosofía en la escuela y en la universidad es enseñar a hacer consciente esa reflexión, a dotarla de categorías críticas y a vincularla con la acción transformadora.

5.5 Del sentido común al pensamiento crítico

El gran aporte de Gramsci consiste en mostrar que la tarea de la filosofía no es negar el sentido común, sino transformarlo. En un mundo donde el neoliberalismo convierte a los ciudadanos en consumidores y donde los medios fabrican realidades prefabricadas, la filosofía ayuda a despertar la conciencia crítica. Solo de esta manera los pueblos pueden pasar de ser espectadores pasivos a ser sujetos históricos.

Enseñar filosofía, entonces, significa acompañar ese tránsito del “todos somos filósofos” al “todos podemos filosofar críticamente”. Significa rescatar la capacidad natural de los seres humanos para pensar, pero orientándola hacia la liberación y no hacia la sumisión.

6. FILOSOFÍA COMO PRAXIS: PENSAR Y TRANSFORMAR LA REALIDAD

La filosofía no puede limitarse a un ejercicio meramente especulativo ni a un pasatiempo intelectual encerrado en bibliotecas o aulas universitarias. Su verdadero sentido se encuentra en la praxis, es decir, en la capacidad de articular el pensamiento crítico con la acción transformadora. Como sostiene Adolfo Sánchez Vázquez (2003), la filosofía de la praxis parte de la premisa de que el ser humano no solo interpreta el mundo, sino que también lo transforma. Esta concepción, heredera de la tradición marxista, coloca a la filosofía en el terreno de lo concreto: las luchas sociales, las injusticias cotidianas, las contradicciones históricas.

6.1 Praxis y dialéctica de la realidad

La praxis filosófica se fundamenta en la idea de que los fenómenos sociales no son estáticos, sino que se desarrollan en medio de contradicciones. Karl Marx (1845/1973) ya lo había señalado en su célebre tesis sobre Feuerbach: “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Esta afirmación sintetiza la esencia de la filosofía de la praxis: pensar críticamente para actuar, y actuar para volver a pensar desde una nueva realidad transformada.

La dialéctica es el método que permite comprender este dinamismo. Todo fenómeno social encierra tensiones internas: ricos y pobres, dominantes y dominados, centro y periferia. La filosofía de la praxis no evade esas tensiones, sino que las estudia para identificar las fuerzas históricas capaces de producir cambios.

6.2 Filosofía y emancipación social

Entendida como praxis, la filosofía se convierte en un instrumento de emancipación. No se trata de un conocimiento neutral ni desinteresado, sino comprometido con la vida de los pueblos. Enrique Dussel (1998), desde la filosofía de la liberación, insistió en que pensar filosóficamente en América Latina significa colocarse del lado de las víctimas del sistema, de los excluidos, de los invisibilizados. De nada serviría una filosofía que ignora la miseria, el hambre, la explotación o la corrupción que sufren las mayorías.

La praxis filosófica no es, por tanto, una actividad abstracta, sino una herramienta ética y política. Permite a los pueblos tomar conciencia de su situación y construir alternativas colectivas. Por ello, enseñar filosofía en las escuelas y universidades no puede reducirse a memorizar teorías, sino a vincular esas teorías con los problemas concretos de la sociedad.

6.3 Ejemplos históricos y actuales

A lo largo de la historia, la filosofía de la praxis ha demostrado su relevancia en los procesos de transformación social. La Revolución Francesa estuvo precedida por el pensamiento ilustrado de Rousseau, Montesquieu y Voltaire, quienes cuestionaron el absolutismo y plantearon nuevas concepciones de libertad e igualdad. En América Latina, las luchas independentistas se alimentaron de las ideas de Bolívar y Martí, quienes filosofaron desde la realidad colonial para pensar la emancipación.

En la actualidad, la filosofía sigue siendo indispensable para enfrentar problemas globales como el cambio climático, el avance del neoliberalismo y la crisis de la democracia. Los debates en torno a la justicia ambiental, la igualdad de género o los derechos digitales muestran que no basta con soluciones técnicas: se requiere reflexión filosófica para orientar la acción política y social.

En El Salvador, enseñar filosofía como praxis significa cuestionar la desigualdad estructural, la corrupción política y la violencia social, pero también proponer caminos de organización comunitaria, educación crítica y resistencia cultural. La filosofía se convierte en una forma de acompañar a los pueblos en su lucha por la dignidad.

6.4 Filosofía y pedagogía de la praxis

Paulo Freire (1970/2005) insistió en que la educación debe ser un acto de praxis: reflexión y acción transformadora de la realidad. Esta pedagogía coincide plenamente con la visión filosófica que aquí defendemos. Enseñar filosofía no puede reducirse a una transmisión mecánica de doctrinas, sino que debe ser una práctica dialógica, donde los estudiantes se conviertan en sujetos activos que piensan su situación y buscan alternativas.

En este sentido, la filosofía en la escuela y la universidad tiene que salir al encuentro de los problemas reales: el desempleo juvenil, la migración forzada, la desigualdad de género, el deterioro ambiental. Solo así la enseñanza de la filosofía se convierte en praxis liberadora y no en simple ejercicio académico.

6.5 Filosofía como compromiso ético

La praxis filosófica no es solo un asunto intelectual, sino también un compromiso ético. Implica asumir la responsabilidad de no ser indiferente frente a la injusticia. Como señalaba Emmanuel Levinas (1991), la ética surge en el rostro del otro que nos interpela y nos obliga a responder. En este sentido, la filosofía de la praxis nos recuerda que pensar críticamente es inseparable de actuar responsablemente frente al dolor de los demás.

7. FILOSOFÍA FRENTE AL CONSUMISMO Y LA COLONIZACIÓN DE LA SUBJETIVIDAD

Uno de los mayores desafíos de la sociedad contemporánea es el consumismo, entendido no solo como un fenómeno económico, sino como una ideología que coloniza la mente y el corazón de las personas. Vivimos en una época donde la identidad y el valor personal parecen definirse por lo que se consume: ropa, tecnología, entretenimiento, marcas, experiencias. La subjetividad humana —es decir, la manera en que pensamos, sentimos y nos relacionamos— ha sido invadida por la lógica del mercado. Frente a esta realidad, la filosofía se erige como una resistencia cultural, como una práctica que nos ayuda a recuperar la autonomía frente al dominio de las mercancías.

7.1 El “consumo, luego existo”

Si Descartes en el siglo XVII afirmaba “pienso, luego existo”, la lógica del capitalismo neoliberal parece haber impuesto un nuevo principio: “consumo, luego existo”. La publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales alimentan la idea de que la felicidad depende de la adquisición de productos y servicios. Quien no consume queda excluido, marginado, invisibilizado. Esta lógica es lo que Byung-Chul Han (2012) llama la “sociedad del rendimiento”, donde el valor de las personas se mide por su productividad y su capacidad de consumo.

El problema es que este modelo produce sujetos agotados, alienados y, paradójicamente, vacíos. El consumismo no libera, esclaviza; no da sentido, lo roba. La filosofía, en cambio, nos invita a cuestionar esa lógica, a pensar más allá de la inmediatez del deseo creado artificialmente por el mercado.

7.2 La colonización de la subjetividad

Michel Foucault (1999) habló de cómo los sistemas de poder no solo dominan cuerpos e instituciones, sino también conciencias. En la actualidad, esa colonización se realiza mediante mecanismos más sutiles: algoritmos que deciden qué vemos en nuestras pantallas, influencers que moldean aspiraciones, y corporaciones que convierten hasta la intimidad en mercancía.

Heidegger (1997) describió esta situación como un “estado de interpretados”: no pensamos por nosotros mismos, sino que otros piensan en nuestro lugar; no elegimos libremente, sino que elegimos dentro de opciones diseñadas previamente para nosotros. La subjetividad, en vez de ser un espacio de libertad, se convierte en terreno colonizado por el mercado.

La filosofía, frente a esta colonización, se convierte en una práctica de liberación. Nos recuerda que no somos simples consumidores, sino sujetos capaces de pensar, de crear sentido y de resistir a la homogeneización cultural.

7.3 Redes sociales y la lógica del espectáculo

Las redes sociales representan uno de los espacios donde el consumismo y la colonización de la subjetividad se manifiestan con mayor fuerza. En ellas, la vida se convierte en espectáculo: lo que importa no es tanto vivir, sino mostrar, acumular “likes” y validación externa. Guy Debord (1967/2002), en su célebre obra La sociedad del espectáculo, ya había advertido que la modernidad estaba convirtiendo las relaciones sociales en representaciones superficiales, donde las imágenes sustituyen a la experiencia real.

En este escenario, la filosofía puede ofrecer una mirada crítica que desmonte la ilusión del espectáculo. Puede enseñar a los jóvenes a distinguir entre la vida auténtica y la vida virtual, entre el reconocimiento superficial y la verdadera realización personal.

7.4 Ejemplos en América Latina

En América Latina, el consumismo se presenta como símbolo de estatus y movilidad social. La publicidad bombardea a los sectores populares con mensajes que asocian la felicidad al acceso a marcas internacionales o a la imitación de estilos de vida foráneos. Esto genera frustración, endeudamiento y pérdida de identidad cultural.

Frente a ello, la filosofía puede rescatar los valores de la solidaridad, la austeridad y la dignidad. Por ejemplo, los movimientos comunitarios que promueven el consumo responsable, la economía solidaria o el rescate de tradiciones locales representan formas concretas de resistencia filosófica frente a la colonización consumista.

7.5 Filosofía como resistencia cultural

La filosofía, en su dimensión crítica, ayuda a desenmascarar la lógica del mercado que pretende reducir al ser humano a consumidor. Nos recuerda que la dignidad no se compra, que la libertad no se mide en términos de capacidad adquisitiva, que el sentido de la vida no está en los escaparates.

Como afirma Zygmunt Bauman (2007), en la modernidad líquida todo se vuelve desechable, incluso las relaciones humanas. La filosofía, en contraposición, nos enseña a valorar lo permanente, lo esencial, aquello que no puede ser reducido a mercancía: la amistad, la justicia, la solidaridad, la búsqueda de la verdad.

8. LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA EN LA UNIVERSIDAD Y EN LA SOCIEDAD

La enseñanza de la filosofía ocupa un lugar crucial en el debate educativo contemporáneo. Más allá de su dimensión teórica, enseñar filosofía es una forma de contribuir a la formación de ciudadanos críticos, autónomos y capaces de cuestionar las estructuras de poder que condicionan sus vidas. Sin embargo, en un contexto global dominado por la lógica del mercado, la universidad y la escuela enfrentan la tentación de reducir la educación a la mera capacitación técnica, marginando las humanidades en general y la filosofía en particular.

8.1 La universidad bajo presión del mercado

En las últimas décadas, la universidad ha sufrido un proceso de mercantilización. Bajo el influjo del neoliberalismo, se la concibe cada vez más como una empresa dedicada a formar “recursos humanos” para el mercado laboral, en lugar de ciudadanos conscientes y críticos. Henry Giroux (2003) advierte que esta tendencia transforma la universidad en un espacio donde el pensamiento crítico es visto como un obstáculo y donde las humanidades se consideran un lujo innecesario.

En este marco, la filosofía suele ser relegada o reducida a unas pocas asignaturas optativas, lo que limita su potencial transformador. El resultado es una universidad que produce profesionales “competentes” en términos técnicos, pero desprovistos de una visión crítica de su sociedad. Una universidad que se convierte en apéndice del mercado deja de cumplir su función social y se distancia de las necesidades del pueblo.

8.2 Filosofía como formación integral

La enseñanza de la filosofía no puede entenderse como una disciplina aislada ni como simple erudición. Su función esencial es articular el conocimiento con la vida, dotar de sentido a las prácticas profesionales y sociales, y ofrecer criterios éticos frente a los dilemas de la modernidad. Por ejemplo, ¿qué significa ser médico sin reflexión sobre la dignidad del paciente? ¿Qué implica ser ingeniero sin preguntarse por el impacto ambiental de la obra que se construye? ¿Qué sentido tiene ser abogado sin preguntarse por la justicia más allá de la ley positiva?

La filosofía, al entrar en diálogo con todas las áreas del conocimiento, convierte la educación en un proceso integral. Como decía Kant (1803/1991), no basta con enseñar filosofía: es necesario enseñar a filosofar, es decir, a pensar críticamente por uno mismo.

8.3 La universidad como espacio de crítica social

La universidad, lejos de ser una torre de marfil, debe pintarse de pueblo, como afirmaba Ernesto “Che” Guevara (1959/2004). Esto significa que debe abrirse a los problemas de las mayorías, asumir un compromiso con los sectores más vulnerables y ser capaz de cuestionar las estructuras de poder que reproducen la desigualdad. La filosofía puede y debe ser el motor de esa función crítica: enseñar a sospechar, a dudar, a incomodar.

En El Salvador, la universidad pública ha tenido históricamente un papel en los procesos de cambio social. Sin embargo, también ha sufrido el peso de la burocratización y la falta de apoyo estatal, lo que limita su capacidad crítica. Enseñar filosofía en este contexto significa resistir las tendencias que buscan domesticar la universidad y convertirla en mera administradora de títulos.

8.4 Filosofía en la sociedad más allá de la universidad

La enseñanza de la filosofía no debe restringirse al ámbito universitario. La escuela secundaria, los espacios comunitarios y los medios de comunicación alternativos también son escenarios fundamentales para promover la práctica del filosofar. En sociedades marcadas por la violencia, la exclusión y la manipulación mediática, filosofar se convierte en un acto de resistencia cultural y política.

La filosofía puede llegar a la plaza pública, a los centros comunitarios, a los colectivos juveniles. Ejemplos como los cafés filosóficos, los círculos de lectura y las radios comunitarias muestran que es posible democratizar el acceso al pensamiento crítico. No se trata de simplificar la filosofía, sino de vincularla con las experiencias concretas de los pueblos.

8.5 Enseñar filosofía como práctica liberadora

Finalmente, enseñar filosofía debe entenderse como un compromiso ético y político. Como señala Paulo Freire (1970/2005), toda educación es un acto político: puede servir para domesticar o para liberar. La enseñanza de la filosofía, si se reduce a repetir doctrinas, se convierte en domesticación; pero si se orienta a problematizar la realidad, a dialogar con la experiencia de los estudiantes y a vincular la teoría con la práctica, se convierte en liberación.

En este sentido, la filosofía tiene que salir de los manuales y encarnarse en la vida cotidiana, en la discusión política, en la defensa de los derechos humanos, en la búsqueda de la justicia social. Solo así la enseñanza de la filosofía dejará de ser percibida como algo inútil y se convertirá en una herramienta vital para transformar la sociedad.

9. FILOSOFÍA Y LA URGENCIA DEL PENSAMIENTO CRÍTICO EN AMÉRICA LATINA

América Latina es una región marcada por profundas contradicciones: riqueza natural frente a pobreza estructural, democracia formal frente a corrupción institucionalizada, discursos de progreso frente a exclusión social. En este contexto, la enseñanza de la filosofía adquiere un papel crucial, pues ayuda a los pueblos a comprender las raíces históricas de sus problemas y a proyectar caminos de emancipación. No se trata de importar modelos de pensamiento elaborados en Europa o Estados Unidos, sino de construir una filosofía situada, crítica y vinculada a las luchas concretas de la región.

9.1 La herencia colonial y la necesidad de pensar desde el Sur

Uno de los grandes desafíos de América Latina es el peso de la herencia colonial. Durante siglos, nuestras sociedades han sido vistas desde categorías eurocéntricas que invisibilizan las experiencias de los pueblos originarios, los campesinos y los sectores populares. Enrique Dussel (1998) plantea que la filosofía de la liberación surge precisamente como respuesta a esta situación: se trata de pensar desde el Sur, desde la exterioridad del sistema, desde aquellos que han sido históricamente marginados.

La enseñanza de la filosofía, en este sentido, debe contribuir a desmontar el colonialismo cultural y a recuperar la capacidad de pensar desde nuestras realidades. Enseñar filosofía en América Latina es también enseñar a valorar las cosmovisiones indígenas, las luchas populares y los saberes comunitarios como fuentes legítimas de reflexión crítica.

9.2 Paulo Freire y la pedagogía del oprimido

El aporte de Paulo Freire resulta insoslayable en este debate. En Pedagogía del oprimido (1970/2005), Freire afirma que la educación debe ser un proceso de concientización, donde los oprimidos descubran las causas de su opresión y se conviertan en sujetos de su liberación. Esta pedagogía coincide con la esencia de la filosofía como praxis: reflexionar críticamente sobre la realidad para transformarla.

Enseñar filosofía en América Latina, bajo la inspiración de Freire, significa rechazar la “educación bancaria” que deposita conocimientos en los estudiantes y optar por una educación dialógica, problematizadora, que parte de la experiencia del pueblo y se orienta hacia la acción liberadora.

9.3 Filosofía y resistencia frente al neoliberalismo

En las últimas décadas, América Latina ha sido laboratorio del neoliberalismo, con políticas de privatización, flexibilización laboral y mercantilización de la educación. Estas políticas han profundizado la desigualdad y debilitado el tejido social. Frente a esta realidad, la filosofía se convierte en un espacio de resistencia: ayuda a denunciar la lógica de un sistema que privilegia el capital sobre la vida y que convierte en mercancía hasta los derechos humanos más básicos.

Franz Hinkelammert (2001), desde la crítica al neoliberalismo, señala que este modelo económico tiende a sacrificar la vida humana en nombre del mercado. La filosofía latinoamericana, al servicio de la vida y la dignidad, tiene la tarea de desenmascarar esta lógica y de proponer alternativas éticas y políticas que prioricen al ser humano por encima del lucro.

9.4 Ejemplos de pensamiento crítico en la región

La historia reciente de América Latina muestra cómo el pensamiento filosófico ha acompañado procesos de cambio social. En Argentina, los movimientos de derechos humanos, como las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, han sido portadores de una filosofía práctica de la memoria y la justicia. En Bolivia, los movimientos indígenas han reivindicado cosmovisiones ancestrales como horizonte alternativo frente al extractivismo. En El Salvador, la figura de Monseñor Romero representa una filosofía encarnada en la defensa de la dignidad de los pobres frente a la violencia del Estado.

Estos ejemplos muestran que la filosofía en América Latina no se limita a los libros académicos: se encarna en la lucha popular, en la búsqueda de verdad, en la exigencia de justicia.

9.5 Filosofía como pedagogía de la esperanza

América Latina necesita hoy, más que nunca, una filosofía que inspire esperanza. Paulo Freire (1992) hablaba de la “pedagogía de la esperanza” como un acto de resistencia frente a la desesperanza impuesta por los sistemas de dominación. Enseñar filosofía en nuestras escuelas y universidades significa, entonces, formar generaciones que no se resignen a la miseria ni a la injusticia, sino que se atrevan a soñar y a luchar por un mundo distinto.

La urgencia del pensamiento crítico en América Latina radica precisamente en esto: sin filosofía, nuestros pueblos corren el riesgo de ser espectadores pasivos de su historia; con filosofía, pueden convertirse en protagonistas de su destino.

10. CONCLUSIONES

A lo largo de este ensayo hemos defendido la tesis de que enseñar filosofía hoy, en la llamada “sociedad del conocimiento”, no solo es pertinente, sino absolutamente necesario. Lejos de ser un lujo intelectual o un pasatiempo de élites, la filosofía se revela como una herramienta vital para comprender, cuestionar y transformar la realidad.

En primer lugar, hemos demostrado que la percepción social de la filosofía como algo “inútil” es producto de una lógica mercantil que reduce el valor de todo saber a su rentabilidad económica inmediata. Sin embargo, la verdadera utilidad de la filosofía no radica en producir objetos o mercancías, sino en formar sujetos críticos, libres y conscientes. Como señalaba Nussbaum (2010), una democracia sin filosofía es una democracia mutilada, pues carece de ciudadanos capaces de pensar más allá de lo que dictan los intereses del mercado.

En segundo lugar, hemos visto que la llamada “sociedad del conocimiento” en realidad está más cerca de ser una sociedad de la información, donde abundan los datos pero escasea el sentido. En este contexto, la filosofía actúa como brújula: ayuda a jerarquizar, interpretar y cuestionar la información, diferenciando lo esencial de lo accesorio. Es, en este sentido, el antídoto frente a la superficialidad digital, las fake news y la manipulación ideológica de los medios.

Asimismo, hemos resaltado que la filosofía cumple una función irremplazable en la crítica a las ideologías y al poder. Desde Marx hasta Deleuze, pasando por Lenin y Dussel, la filosofía ha sido concebida como una práctica que desenmascara las narrativas dominantes y revela los intereses de clase que las sostienen. Sin esa mirada crítica, los pueblos quedan atrapados en discursos oficiales que legitiman la desigualdad, la corrupción y la explotación.

Por otra parte, la enseñanza de la filosofía debe reconocer, como señaló Gramsci, que todos somos filósofos en potencia. El reto es pasar del sentido común al buen sentido, es decir, de una filosofía espontánea impregnada de prejuicios a un pensamiento crítico y consciente. Esto implica una pedagogía que, como proponía Freire, parta de la experiencia de los estudiantes y los acompañe en el proceso de transformar su visión del mundo en praxis liberadora.

En América Latina, enseñar filosofía significa también pensar desde nuestras propias realidades, desde la memoria de nuestros pueblos y desde las luchas por justicia. Significa articular la filosofía con la pedagogía de la esperanza (Freire, 1992), con la filosofía de la liberación (Dussel, 1998) y con el compromiso ético de figuras como Monseñor Romero, cuya vida encarnó el principio filosófico de la dignidad humana como criterio rector de la política.

En conclusión, enseñar filosofía hoy es un acto profundamente político y moral. Es apostar por la construcción de sociedades más justas, conscientes y solidarias. Es contribuir a formar ciudadanos que no acepten pasivamente la realidad, sino que se atrevan a cuestionarla y a transformarla. Por ello, lejos de ser un saber inútil, la filosofía se convierte en una condición indispensable para la libertad y la dignidad de los pueblos.

11. REFLEXIÓN FINAL

La pregunta inicial que orientó este ensayo fue: ¿tiene sentido enseñar filosofía en la sociedad del conocimiento? Tras recorrer los distintos apartados, la respuesta no puede ser otra que un sí rotundo. Pero más aún: la cuestión no es ya si tiene sentido enseñar filosofía, sino si es posible sobrevivir como humanidad sin ella.

Una sociedad que renuncia al filosofar se condena a la manipulación, a la pasividad y al conformismo. Quien no piensa por sí mismo termina siendo pensado por otros: por los políticos que manipulan con discursos vacíos, por los medios que fabrican consensos interesados, por los mercados que moldean deseos y consumos. Heidegger (1997) lo expresó con claridad: vivimos en un “estado de interpretados”. La filosofía, entonces, se convierte en un acto de resistencia, en una manera de recuperar la autonomía frente a las fuerzas que colonizan nuestra subjetividad.

Enseñar filosofía no es transmitir doctrinas muertas, sino sembrar la capacidad de preguntar, de dudar, de incomodar. Como recordaba Deleuze (1995), una filosofía que no entristece ni incomoda a nadie no merece tal nombre. En tiempos de crisis ecológica, desigualdad abismal y corrupción política, la filosofía debe “salir a la calle”, ensuciarse con la vida concreta de los pueblos y acompañar sus luchas por dignidad.

En América Latina, esta reflexión adquiere un carácter aún más urgente. Nuestros pueblos cargan con siglos de explotación y dependencia, y solo mediante el pensamiento crítico podrán construir alternativas propias. La filosofía debe ser aquí filosofía de la liberación, como proponía Dussel (1998), una filosofía que nazca desde las víctimas, desde los excluidos, desde la esperanza de los que no se resignan a ser descartados.

La reflexión final que podemos extraer es clara: enseñar filosofía hoy es un deber moral, un compromiso político y un acto de esperanza. Significa apostar por ciudadanos libres en lugar de súbditos obedientes; por sujetos críticos en lugar de consumidores acríticos; por pueblos que piensan y transforman en lugar de pueblos resignados.

La filosofía no ofrece soluciones fáciles ni recetas inmediatas, pero abre caminos para imaginar lo imposible y para construir lo necesario. Es, en definitiva, un ejercicio de libertad. Y como afirmaba José Martí (1891/1975), “ser culto es el único modo de ser libre”. Enseñar filosofía, por tanto, es enseñar libertad.

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SAN SALVADOR, 18 DE SEPTIEMBRE DE 2025

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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