ENSAYO:
“LA FILOSOFÍA
COMO PRAXIS CRÍTICA EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO”
POR: MSc. JOSÉ
ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN
La anécdota personal que originó este ensayo refleja un
sentir común en nuestras sociedades: la creencia de que la filosofía es un
saber inútil, una pérdida de tiempo, un cúmulo de abstracciones que poco o nada
aportan a la vida cotidiana.
Cuando alguien pregunta “¿Para qué estudiar filosofía?”,
suele hacerlo desde un paradigma profundamente marcado por el utilitarismo
moderno, donde solo se valora lo que genera beneficios económicos inmediatos.
Esta percepción, sin embargo, es un error que debe ser discutido con argumentos
sólidos y situados en el contexto de nuestro tiempo.
Vivimos en la llamada “sociedad del conocimiento” o “era
de la información”. La expresión parece positiva, pero en realidad es ambigua:
nunca antes la humanidad había producido y distribuido tanta información en tan
poco tiempo, pero al mismo tiempo nunca antes habíamos estado tan desbordados
por datos sin sentido ni capacidad de discernimiento crítico. Como sostiene
Byung-Chul Han (2012), estamos inmersos en un “infierno de lo igual”: un océano
de información repetida, superficial y carente de profundidad, que produce más
ruido que verdadero conocimiento.
En este escenario, la filosofía adquiere una pertinencia
radical. No se trata de acumular más datos, sino de comprender el sentido de
los fenómenos sociales, políticos y culturales que nos rodean. La filosofía no
es un adorno intelectual, sino una herramienta que permite interpretar
críticamente la realidad, cuestionar los discursos oficiales y, en última
instancia, proponer caminos de transformación.
El objetivo de este ensayo es demostrar que la enseñanza
de la filosofía es más necesaria que nunca en nuestra época. En tiempos de
manipulación mediática, desigualdad estructural, crisis ecológica y
concentración del poder, enseñar filosofía equivale a formar ciudadanos
críticos, libres y conscientes, capaces de resistir los mecanismos de
dominación y de diseñar alternativas emancipadoras.
Para lograrlo, el texto se estructura en varios apartados
que desarrollan la relevancia social, política, cultural y educativa de la
filosofía. Desde la crítica a la percepción social de su supuesta inutilidad,
pasando por su papel en la denuncia de las ideologías, hasta su aporte en la
educación universitaria y la emancipación latinoamericana, la tesis central
será clara: sin filosofía no hay pensamiento crítico, y sin pensamiento crítico
no hay verdadera democracia ni liberación de los pueblos.
Como afirmaba Martha Nussbaum (2010), “una nación que
descuida la enseñanza de la filosofía y las humanidades se condena a producir
generaciones de técnicos eficientes, pero de ciudadanos incapaces de pensar
críticamente sobre su propia sociedad”. Esta advertencia es crucial para
América Latina y, en particular, para El Salvador, donde los desafíos sociales
exigen ciudadanos formados no solo en competencias técnicas, sino en la
capacidad de reflexionar críticamente sobre la justicia, la libertad y la
dignidad humana.
En conclusión, esta introducción abre la puerta a un
debate impostergable: la filosofía no es un lujo ni un pasatiempo, es una
necesidad histórica. Y más aún, enseñar filosofía es un deber moral de las
universidades, los docentes y los sistemas educativos que aspiran a formar
seres humanos plenos, conscientes y transformadores.
2. LA PERCEPCIÓN SOCIAL DE LA FILOSOFÍA: ENTRE EL MITO DE LA
INUTILIDAD Y LA NECESIDAD DE SU RESCATE
Una de las mayores dificultades que enfrenta la enseñanza
de la filosofía en la actualidad es la percepción social de su supuesta
inutilidad. En conversaciones cotidianas, en debates mediáticos e incluso en
políticas educativas, se suele cuestionar para qué sirve la filosofía y se la
contrapone con disciplinas consideradas “prácticas” o “productivas”, como la
administración, la informática o la ingeniería. Este prejuicio no es nuevo:
desde la modernidad, marcada por el auge del racionalismo científico y el
utilitarismo económico, la filosofía comenzó a ser vista como un saber
abstracto, ajeno a las necesidades inmediatas de la vida social.
2.1 El mito de la inutilidad
El mito de la inutilidad de la filosofía se sostiene en
dos pilares principales. El primero es la lógica mercantil de la sociedad
contemporánea, en la que el valor de las cosas se mide por su rentabilidad
económica inmediata. En este contexto, los saberes que no producen beneficios
cuantificables tienden a ser despreciados. Así, se valora más a quien
desarrolla una aplicación tecnológica que a quien analiza críticamente las
implicaciones éticas de dicha tecnología. El segundo pilar es la cultura de la
inmediatez, que privilegia resultados rápidos y soluciones superficiales,
mientras que la filosofía exige tiempo, paciencia, lectura, diálogo y
reflexión.
Como señala Martha Nussbaum (2010), reducir la educación
a una mera formación técnica significa “mutilar el alma de la democracia”, pues
se dejan de lado aquellas disciplinas que forman ciudadanos capaces de pensar
críticamente, imaginar alternativas y cuestionar la injusticia. Una sociedad
que margina la filosofía se expone a crear generaciones de individuos
“eficientes” pero acríticos, incapaces de comprender el sentido de los fenómenos
sociales que les rodean
2.2 Ejemplos de la marginación de la filosofía
En América Latina, este prejuicio se ha materializado en
políticas educativas que recortan o eliminan la enseñanza de la filosofía en
los currículos escolares. Países como Chile, México y Brasil han reducido
drásticamente las horas dedicadas a las humanidades, priorizando asignaturas
vinculadas a las competencias técnicas y al mercado laboral. En El Salvador, la
filosofía en la educación media suele verse relegada a un papel secundario,
cuando en realidad debería ser un eje transversal de la formación crítica.
Esta tendencia responde a la lógica neoliberal que
concibe la educación como inversión y al estudiante como “capital humano”. Como
advierte Henry Giroux (2003), en esta perspectiva, las universidades se
transforman en fábricas de trabajadores dóciles y especializados, pero
desprovistos de conciencia política. El resultado es una sociedad más manipulable
y menos democrática.
2.3 La necesidad de rescatar la filosofía
Frente a este panorama, se vuelve urgente rescatar el
verdadero sentido de la filosofía. Lejos de ser un lujo intelectual, la
filosofía es una necesidad vital para las sociedades que aspiran a la justicia y
a la libertad. Su utilidad radica precisamente en lo que muchos consideran su
debilidad: no se orienta a producir objetos, sino a generar pensamiento
crítico.
Michel Onfray (2006) recuerda que la filosofía
proporciona los medios para “dominar nuestro destino” y liberarnos de los
miedos paralizantes. La filosofía no produce mercancías, pero produce
conciencia; no genera beneficios inmediatos, pero forma ciudadanos libres; no
fabrica artefactos tecnológicos, pero ofrece criterios éticos para orientar su uso.
Además, la filosofía cumple una función irremplazable en
la formación de la identidad cultural. Sin filosofía, las sociedades se vuelven
presas fáciles de ideologías importadas y de discursos hegemónicos que imponen
visiones del mundo ajenas a sus realidades. Como lo planteó Enrique Dussel
(1998), la filosofía de la liberación latinoamericana surgió precisamente para
responder a esta necesidad: pensar desde nuestras propias raíces, desde los
pobres, los marginados y los excluidos, en contraposición a la filosofía
eurocéntrica que históricamente nos ha colonizado.
2.4 Hacia una nueva valoración social de la filosofía
Rescatar la filosofía exige una transformación cultural
que vaya más allá de la escuela y la universidad. Implica fomentar una sociedad
que valore la pregunta por el sentido, la reflexión crítica y el debate
público. En tiempos en que los discursos políticos se reducen a consignas
superficiales y las redes sociales privilegian la banalidad, la filosofía puede
convertirse en un antídoto contra la superficialidad.
Para ello, es necesario que la enseñanza de la filosofía
se acerque más a la vida cotidiana de las personas. Como decía José Martí
(1891/1975), “ser culto es el único modo de ser libre”. La filosofía debe dejar
de ser vista como un cúmulo de teorías abstractas para convertirse en una
práctica social que ayude a los pueblos a comprender sus problemas y a buscar
soluciones colectivas.
3. La sociedad del conocimiento: datos sin sentido y la
urgencia de filosofar
La expresión “sociedad del conocimiento” se ha convertido
en un lugar común en discursos académicos, políticos y empresariales. Sin
embargo, esta denominación resulta engañosa si no se la examina críticamente.
En realidad, lo que caracteriza a nuestra época no es tanto la posesión de
conocimiento como la acumulación y circulación desbordada de información. Nunca
en la historia de la humanidad se había producido tal cantidad de datos,
disponibles de manera instantánea a través de internet, las redes sociales y
los medios de comunicación globalizados. Pero esta abundancia informativa no se
traduce en sabiduría ni en comprensión profunda de la realidad.
3.1 La paradoja de la abundancia informativa
La paradoja contemporánea es que, en medio de la
sobreabundancia de información, las sociedades parecen cada vez más
confundidas. Las personas saben que existen crisis económicas, guerras,
desigualdad, corrupción y deterioro ambiental, pero pocas logran comprender las
causas estructurales de estos problemas. La mayoría se limita a reproducir los
datos que circulan en los medios masivos, sin cuestionar sus intereses ni
analizar sus contradicciones internas.
Manuel Castells (2001), al estudiar la “sociedad red”,
señala que el acceso a información ya no es un problema: lo decisivo es la
capacidad de procesarla críticamente. En otras palabras, no basta con tener
datos, hay que dotarlos de sentido. Aquí entra en juego la filosofía como
herramienta para ordenar, interpretar y contextualizar la información en un
marco histórico y social.
3.2 El poder de los medios y la manipulación de la
información
Los grandes conglomerados mediáticos y tecnológicos son
los principales beneficiarios de esta sociedad de la información. Al controlar
qué datos circulan y cómo se presentan, ejercen un poder ideológico de enorme
alcance. Como advertía Noam Chomsky (1997), los medios no solo informan:
fabrican consenso, moldean percepciones colectivas y legitiman los intereses de
los grupos dominantes.
En este contexto, la filosofía cumple un papel
fundamental al cuestionar el origen, la intencionalidad y las consecuencias de
la información difundida. La tarea no es acumular más noticias, sino
preguntarse qué significan, qué intereses representan y cómo afectan la vida de
los pueblos. Esta es la diferencia entre estar informado y estar consciente.
3.3 Fake news, posverdad y superficialidad digital
La sociedad digital ha potenciado el fenómeno de las
noticias falsas (fake news) y la llamada “posverdad”, donde lo emocional y lo
viral pesan más que la veracidad de los hechos. Según Byung-Chul Han (2017), la
lógica de las redes sociales favorece la inmediatez, la espectacularización y
la saturación, pero dificulta el pensamiento crítico y la reflexión. El
ciudadano conectado pasa horas consumiendo imágenes y mensajes, pero rara vez se
detiene a analizarlos críticamente.
Aquí la filosofía se convierte en una práctica de
resistencia. Filosofar es detenerse, preguntar, dudar, cuestionar lo evidente,
en contraposición a la pasividad de la sociedad del espectáculo. Frente a la
vorágine de estímulos digitales, la filosofía invita a la pausa, a la reflexión
profunda, a la búsqueda del sentido detrás de la apariencia.
3.4 Filosofía como antídoto frente al vacío del consumo
informativo
La “sociedad del conocimiento” corre el riesgo de reducir
al individuo a un simple consumidor de información. Esta lógica coincide con el
modelo neoliberal, que transforma al ciudadano en cliente y a la educación en
una mercancía más. El filósofo surcoreano Byung-Chul Han (2012) ha descrito
cómo la saturación de información y estímulos genera cansancio, dispersión y
pérdida de sentido: “el exceso de positividad conduce al agotamiento de la
mente”.
La filosofía, en cambio, enseña a jerarquizar, a
discernir lo importante de lo banal, a comprender las conexiones ocultas entre
fenómenos aparentemente aislados. No busca cantidad, sino calidad del
pensamiento. En este sentido, la filosofía no es un lujo, sino un antídoto
contra la superficialidad y la manipulación ideológica.
3.5 Ejemplos en América Latina
En América Latina, los fenómenos de manipulación
informativa han tenido consecuencias graves. Campañas políticas basadas en fake
news, discursos populistas que simplifican problemas complejos y medios que
responden a intereses corporativos han moldeado la opinión pública y
condicionado decisiones electorales. Sin una ciudadanía capaz de filosofar, es
decir, de pensar críticamente el sentido de la información, los pueblos quedan
indefensos frente al poder mediático.
De allí la urgencia de enseñar filosofía en las escuelas
y universidades: para que las nuevas generaciones no se conformen con repetir
lo que escuchan en redes sociales o noticieros, sino que desarrollen la
capacidad de cuestionar, contrastar y construir interpretaciones propias.
4. FILOSOFÍA COMO
CRÍTICA DE LAS IDEOLOGÍAS Y DEL PODER
Una de las funciones más relevantes de la filosofía,
especialmente en tiempos de manipulación mediática y concentración de poder, es
su capacidad crítica frente a las ideologías dominantes. La filosofía, cuando
es auténtica, se convierte en un ejercicio de desmitificación: revela lo que
los discursos oficiales esconden, cuestiona lo que parece incuestionable y
denuncia los intereses ocultos detrás de las instituciones sociales.
4.1 Filosofía como denuncia de la ideología
Karl Marx (1845/1973) afirmaba que la ideología opera
como una “falsa conciencia”, es decir, una forma de ver el mundo que oculta las
verdaderas relaciones de poder y explotación. En este sentido, la filosofía
tiene la misión de desenmascarar los mecanismos ideológicos que naturalizan la
injusticia. Cuando un pueblo se acostumbra a vivir en condiciones de
desigualdad, miseria y corrupción, es porque las ideologías dominantes han
conseguido convencerlo de que “así es la vida” o de que “no hay alternativas
posibles”.
Vladimir Lenin (1913/1974) lo expresó con claridad: los pueblos siempre serán víctimas del engaño mientras no aprendan a descubrir los intereses de clase detrás de los discursos religiosos, políticos o mediáticos. Esta sentencia cobra vigencia en la actualidad, cuando los medios de comunicación construyen narrativas que legitiman la explotación y criminalizan la protesta social.
4.2 Deleuze y la crítica a la estupidez
institucionalizada
Gilles Deleuze (1995) llevó esta reflexión más lejos al
señalar que la filosofía sirve, ante todo, para “detestar la estupidez” y
“denunciar la bajeza en todas sus formas”. Según él, toda verdadera filosofía
incomoda al poder porque lo desnuda de su retórica y lo obliga a mostrar su
esencia. Una filosofía complaciente, que no cuestiona, deja de ser filosofía
para convertirse en propaganda o en simple decoración cultural.
En este sentido, la filosofía se convierte en una
herramienta de subversión frente al statu quo. Su papel no es consolar ni
entretener, sino confrontar la injusticia, el resentimiento y la mala
conciencia que sostienen los sistemas de dominación.
4.3 La ideología en la era digital
Hoy, la ideología ya no se presenta únicamente en
discursos políticos o religiosos tradicionales. Ha adquirido nuevas formas a
través de la publicidad, las redes sociales y la cultura del consumo.
Byung-Chul Han (2014) sostiene que vivimos en una sociedad de
“autoexplotación”, donde los individuos creen ser libres mientras reproducen
voluntariamente las lógicas del capital. Aquí, la ideología se infiltra en la
vida cotidiana a través del deseo de consumo, del culto a la imagen y de la
obsesión por la productividad.
La filosofía, en este contexto, debe aprender a detectar las nuevas formas de dominación simbólica. No basta con analizar los discursos de los políticos; es necesario interrogar también los mensajes publicitarios, los algoritmos de las redes sociales y los discursos de la economía digital que presentan como “inevitable” la precariedad laboral o la destrucción ambiental.
4.4 Ejemplos en América Latina
En América Latina, los gobiernos y las élites económicas
han utilizado históricamente la ideología para perpetuar la desigualdad.
Discursos como “el sacrificio de hoy traerá el progreso de mañana” o “la
pobreza es fruto de la falta de esfuerzo individual” son ejemplos de narrativas
ideológicas que justifican la explotación y ocultan las causas estructurales de
la miseria.
En El Salvador, durante décadas, tanto la derecha como
sectores de la izquierda han recurrido a discursos ideológicos para legitimar
sus proyectos de poder. Las promesas incumplidas, la manipulación de símbolos
patrios y la criminalización de los movimientos populares son parte de un
entramado discursivo que solo la crítica filosófica puede desenmascarar.
4.5 Filosofía como pedagogía de la sospecha
La función crítica de la filosofía se asemeja a lo que
Paul Ricoeur (1965) llamó la “pedagogía de la sospecha”: aprender a dudar de lo
evidente, a mirar detrás de las apariencias, a sospechar de las palabras
bonitas que esconden intereses inconfesables. Este ejercicio de sospecha es
fundamental en sociedades donde la corrupción, la manipulación mediática y la
mentira institucional se han normalizado.
Así, enseñar filosofía no significa simplemente
transmitir doctrinas filosóficas, sino formar ciudadanos capaces de sospechar,
de preguntar y de desobedecer cuando las narrativas oficiales contradicen la
experiencia de los pueblos.
4.6 Filosofía y emancipación
La filosofía, entendida como crítica de la ideología, no
se limita a desenmascarar las mentiras del poder. Su finalidad es abrir caminos
de emancipación. Como lo planteó Enrique Dussel (1998), la filosofía
latinoamericana debe ser una filosofía de la liberación: debe pensar desde las
víctimas, desde los oprimidos, desde aquellos que la ideología invisibiliza.
Solo así la filosofía cumple su papel histórico: no ser cómplice del poder,
sino herramienta de los pueblos en su lucha por la dignidad.
5. ¿TODOS SOMOS
FILÓSOFOS? EL APORTE DE ANTONIO GRAMSCI
Antonio Gramsci, filósofo y político italiano, escribió
desde la cárcel que “todos los hombres son filósofos” (Gramsci, 1981). Con esta
afirmación provocadora no pretendía negar la importancia del pensamiento
sistemático y riguroso, sino subrayar que toda persona, en su vida cotidiana,
ya maneja un conjunto de ideas, valores y creencias que configuran su visión
del mundo. En otras palabras, la filosofía no es exclusiva de académicos o
intelectuales: es parte constitutiva de la vida social y cultural de los
pueblos.
5.1 La filosofía espontánea y el sentido común
Según Gramsci, la filosofía se manifiesta de manera
“espontánea” en el lenguaje, en el sentido común, en la religión popular y en
las costumbres sociales. Cada vez que una persona interpreta su realidad, opina
sobre política, reflexiona sobre la vida o toma decisiones basadas en sus
valores, está practicando una forma de filosofía. El problema, sin embargo, es
que esta filosofía espontánea suele estar impregnada de prejuicios, dogmas e
ideologías que refuerzan la dominación.
El “sentido común” —esa sabiduría práctica que compartimos en la vida diaria— contiene tanto elementos progresistas como conservadores. Por ejemplo, frases como “la pobreza es voluntad de Dios” o “los ricos son ricos porque trabajan más” forman parte del sentido común, pero en realidad son expresiones ideológicas que legitiman la desigualdad. La tarea de la filosofía, en este caso, es elevar el sentido común al nivel de un “buen sentido”, crítico y consciente de los intereses de clase que se esconden tras esas creencias.
5.2 La función educativa de la filosofía
La idea de que todos somos filósofos tiene implicaciones
educativas de gran alcance. En lugar de ver a los estudiantes como recipientes
vacíos a los que hay que “llenar” de teorías filosóficas, debemos reconocer que
cada uno llega al aula con una filosofía espontánea, una manera de comprender
el mundo. El papel del docente de filosofía es, entonces, ayudar a los
estudiantes a tomar conciencia de esa filosofía que ya poseen, a cuestionarla y
a reconstruirla en diálogo con las grandes tradiciones del pensamiento crítico.
Paulo Freire (1970/2005) coincidía con esta visión al
afirmar que la educación debe partir de la experiencia del oprimido. Enseñar
filosofía no es imponer verdades absolutas, sino dialogar con la vida de los
estudiantes, escuchar sus preguntas y acompañarlos en el proceso de convertir
sus intuiciones en pensamiento crítico. Así, la enseñanza de la filosofía se
convierte en un acto de liberación, no de domesticación.
5.3 Ejemplos en América Latina
En América Latina abundan ejemplos de cómo la filosofía
popular, aunque espontánea, puede convertirse en un motor de transformación
social cuando es llevada al terreno del pensamiento crítico. Los movimientos
campesinos, indígenas y estudiantiles han desarrollado visiones del mundo que
cuestionan el neoliberalismo, el extractivismo y la corrupción política. Cuando
estas experiencias se articulan con un pensamiento filosófico sistemático,
surgen proyectos emancipadores capaces de transformar la sociedad.
Un caso emblemático es el movimiento de educación popular
en Brasil, inspirado por Paulo Freire. Allí, campesinos y trabajadores rurales,
partiendo de su experiencia concreta, construyeron una filosofía de la
dignidad, de la justicia y de la solidaridad. Esa filosofía espontánea se
transformó en una filosofía crítica al entrar en diálogo con categorías como
opresión, liberación y praxis.
5.4 Filosofía y conciencia histórica
La afirmación de Gramsci de que todos somos filósofos nos
recuerda que la batalla por la conciencia se libra en la vida cotidiana. La
filosofía no es un lujo de las élites, sino una necesidad del pueblo. En
sociedades como la salvadoreña, donde el pasado de guerra, represión y corrupción
aún pesa sobre la vida cotidiana, enseñar filosofía significa dar herramientas
para que las nuevas generaciones comprendan críticamente su historia y no repitan
los errores del pasado.
Por ejemplo, cuando un joven aprende a cuestionar por qué
en un país con tantos recursos naturales existe tanta pobreza, o por qué la
violencia afecta siempre a los mismos sectores sociales, está practicando
filosofía en el sentido más profundo. Enseñar filosofía en la escuela y en la
universidad es enseñar a hacer consciente esa reflexión, a dotarla de
categorías críticas y a vincularla con la acción transformadora.
5.5 Del sentido común al pensamiento crítico
El gran aporte de Gramsci consiste en mostrar que la
tarea de la filosofía no es negar el sentido común, sino transformarlo. En un
mundo donde el neoliberalismo convierte a los ciudadanos en consumidores y
donde los medios fabrican realidades prefabricadas, la filosofía ayuda a
despertar la conciencia crítica. Solo de esta manera los pueblos pueden pasar
de ser espectadores pasivos a ser sujetos históricos.
Enseñar filosofía, entonces, significa acompañar ese
tránsito del “todos somos filósofos” al “todos podemos filosofar críticamente”.
Significa rescatar la capacidad natural de los seres humanos para pensar, pero
orientándola hacia la liberación y no hacia la sumisión.
6. FILOSOFÍA COMO
PRAXIS: PENSAR Y TRANSFORMAR LA REALIDAD
La filosofía no puede limitarse a un ejercicio meramente
especulativo ni a un pasatiempo intelectual encerrado en bibliotecas o aulas
universitarias. Su verdadero sentido se encuentra en la praxis, es decir, en la
capacidad de articular el pensamiento crítico con la acción transformadora.
Como sostiene Adolfo Sánchez Vázquez (2003), la filosofía de la praxis parte de
la premisa de que el ser humano no solo interpreta el mundo, sino que también
lo transforma. Esta concepción, heredera de la tradición marxista, coloca a la
filosofía en el terreno de lo concreto: las luchas sociales, las injusticias
cotidianas, las contradicciones históricas.
6.1 Praxis y dialéctica de la realidad
La praxis filosófica se fundamenta en la idea de que los
fenómenos sociales no son estáticos, sino que se desarrollan en medio de
contradicciones. Karl Marx (1845/1973) ya lo había señalado en su célebre tesis
sobre Feuerbach: “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos
modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Esta afirmación
sintetiza la esencia de la filosofía de la praxis: pensar críticamente para
actuar, y actuar para volver a pensar desde una nueva realidad transformada.
La dialéctica es el método que permite comprender este
dinamismo. Todo fenómeno social encierra tensiones internas: ricos y pobres,
dominantes y dominados, centro y periferia. La filosofía de la praxis no evade
esas tensiones, sino que las estudia para identificar las fuerzas históricas
capaces de producir cambios.
6.2 Filosofía y emancipación social
Entendida como praxis, la filosofía se convierte en un
instrumento de emancipación. No se trata de un conocimiento neutral ni
desinteresado, sino comprometido con la vida de los pueblos. Enrique Dussel
(1998), desde la filosofía de la liberación, insistió en que pensar
filosóficamente en América Latina significa colocarse del lado de las víctimas
del sistema, de los excluidos, de los invisibilizados. De nada serviría una
filosofía que ignora la miseria, el hambre, la explotación o la corrupción que
sufren las mayorías.
La praxis filosófica no es, por tanto, una actividad
abstracta, sino una herramienta ética y política. Permite a los pueblos tomar
conciencia de su situación y construir alternativas colectivas. Por ello,
enseñar filosofía en las escuelas y universidades no puede reducirse a
memorizar teorías, sino a vincular esas teorías con los problemas concretos de
la sociedad.
6.3 Ejemplos históricos y actuales
A lo largo de la historia, la filosofía de la praxis ha
demostrado su relevancia en los procesos de transformación social. La
Revolución Francesa estuvo precedida por el pensamiento ilustrado de Rousseau,
Montesquieu y Voltaire, quienes cuestionaron el absolutismo y plantearon nuevas
concepciones de libertad e igualdad. En América Latina, las luchas
independentistas se alimentaron de las ideas de Bolívar y Martí, quienes
filosofaron desde la realidad colonial para pensar la emancipación.
En la actualidad, la filosofía sigue siendo indispensable
para enfrentar problemas globales como el cambio climático, el avance del
neoliberalismo y la crisis de la democracia. Los debates en torno a la justicia
ambiental, la igualdad de género o los derechos digitales muestran que no basta
con soluciones técnicas: se requiere reflexión filosófica para orientar la
acción política y social.
En El Salvador, enseñar filosofía como praxis significa
cuestionar la desigualdad estructural, la corrupción política y la violencia
social, pero también proponer caminos de organización comunitaria, educación
crítica y resistencia cultural. La filosofía se convierte en una forma de
acompañar a los pueblos en su lucha por la dignidad.
6.4 Filosofía y pedagogía de la praxis
Paulo Freire (1970/2005) insistió en que la educación
debe ser un acto de praxis: reflexión y acción transformadora de la realidad.
Esta pedagogía coincide plenamente con la visión filosófica que aquí
defendemos. Enseñar filosofía no puede reducirse a una transmisión mecánica de
doctrinas, sino que debe ser una práctica dialógica, donde los estudiantes se
conviertan en sujetos activos que piensan su situación y buscan alternativas.
En este sentido, la filosofía en la escuela y la
universidad tiene que salir al encuentro de los problemas reales: el desempleo
juvenil, la migración forzada, la desigualdad de género, el deterioro
ambiental. Solo así la enseñanza de la filosofía se convierte en praxis
liberadora y no en simple ejercicio académico.
6.5 Filosofía como compromiso ético
La praxis filosófica no es solo un asunto intelectual,
sino también un compromiso ético. Implica asumir la responsabilidad de no ser
indiferente frente a la injusticia. Como señalaba Emmanuel Levinas (1991), la
ética surge en el rostro del otro que nos interpela y nos obliga a responder.
En este sentido, la filosofía de la praxis nos recuerda que pensar críticamente
es inseparable de actuar responsablemente frente al dolor de los demás.
7. FILOSOFÍA FRENTE AL CONSUMISMO Y LA COLONIZACIÓN DE LA
SUBJETIVIDAD
Uno de los mayores desafíos de la sociedad contemporánea
es el consumismo, entendido no solo como un fenómeno económico, sino como una
ideología que coloniza la mente y el corazón de las personas. Vivimos en una
época donde la identidad y el valor personal parecen definirse por lo que se
consume: ropa, tecnología, entretenimiento, marcas, experiencias. La
subjetividad humana —es decir, la manera en que pensamos, sentimos y nos
relacionamos— ha sido invadida por la lógica del mercado. Frente a esta
realidad, la filosofía se erige como una resistencia cultural, como una
práctica que nos ayuda a recuperar la autonomía frente al dominio de las
mercancías.
7.1 El “consumo, luego existo”
Si Descartes en el siglo XVII afirmaba “pienso, luego
existo”, la lógica del capitalismo neoliberal parece haber impuesto un nuevo
principio: “consumo, luego existo”. La publicidad, los medios de comunicación y
las redes sociales alimentan la idea de que la felicidad depende de la
adquisición de productos y servicios. Quien no consume queda excluido,
marginado, invisibilizado. Esta lógica es lo que Byung-Chul Han (2012) llama la
“sociedad del rendimiento”, donde el valor de las personas se mide por su
productividad y su capacidad de consumo.
El problema es que este modelo produce sujetos agotados,
alienados y, paradójicamente, vacíos. El consumismo no libera, esclaviza; no da
sentido, lo roba. La filosofía, en cambio, nos invita a cuestionar esa lógica,
a pensar más allá de la inmediatez del deseo creado artificialmente por el
mercado.
7.2 La colonización de la subjetividad
Michel Foucault (1999) habló de cómo los sistemas de
poder no solo dominan cuerpos e instituciones, sino también conciencias. En la
actualidad, esa colonización se realiza mediante mecanismos más sutiles:
algoritmos que deciden qué vemos en nuestras pantallas, influencers que moldean
aspiraciones, y corporaciones que convierten hasta la intimidad en mercancía.
Heidegger (1997) describió esta situación como un “estado
de interpretados”: no pensamos por nosotros mismos, sino que otros piensan en
nuestro lugar; no elegimos libremente, sino que elegimos dentro de opciones
diseñadas previamente para nosotros. La subjetividad, en vez de ser un espacio
de libertad, se convierte en terreno colonizado por el mercado.
La filosofía, frente a esta colonización, se convierte en una práctica de liberación. Nos recuerda que no somos simples consumidores, sino sujetos capaces de pensar, de crear sentido y de resistir a la homogeneización cultural.
7.3 Redes sociales y la lógica del espectáculo
Las redes sociales representan uno de los espacios donde
el consumismo y la colonización de la subjetividad se manifiestan con mayor
fuerza. En ellas, la vida se convierte en espectáculo: lo que importa no es
tanto vivir, sino mostrar, acumular “likes” y validación externa. Guy Debord
(1967/2002), en su célebre obra La sociedad del espectáculo, ya había advertido
que la modernidad estaba convirtiendo las relaciones sociales en
representaciones superficiales, donde las imágenes sustituyen a la experiencia
real.
En este escenario, la filosofía puede ofrecer una mirada
crítica que desmonte la ilusión del espectáculo. Puede enseñar a los jóvenes a
distinguir entre la vida auténtica y la vida virtual, entre el reconocimiento
superficial y la verdadera realización personal.
7.4 Ejemplos en América Latina
En América Latina, el consumismo se presenta como símbolo
de estatus y movilidad social. La publicidad bombardea a los sectores populares
con mensajes que asocian la felicidad al acceso a marcas internacionales o a la
imitación de estilos de vida foráneos. Esto genera frustración, endeudamiento y
pérdida de identidad cultural.
Frente a ello, la filosofía puede rescatar los valores de
la solidaridad, la austeridad y la dignidad. Por ejemplo, los movimientos
comunitarios que promueven el consumo responsable, la economía solidaria o el
rescate de tradiciones locales representan formas concretas de resistencia
filosófica frente a la colonización consumista.
7.5 Filosofía como resistencia cultural
La filosofía, en su dimensión crítica, ayuda a desenmascarar
la lógica del mercado que pretende reducir al ser humano a consumidor. Nos
recuerda que la dignidad no se compra, que la libertad no se mide en términos
de capacidad adquisitiva, que el sentido de la vida no está en los escaparates.
Como afirma Zygmunt Bauman (2007), en la modernidad
líquida todo se vuelve desechable, incluso las relaciones humanas. La
filosofía, en contraposición, nos enseña a valorar lo permanente, lo esencial,
aquello que no puede ser reducido a mercancía: la amistad, la justicia, la
solidaridad, la búsqueda de la verdad.
8. LA ENSEÑANZA DE LA
FILOSOFÍA EN LA UNIVERSIDAD Y EN LA SOCIEDAD
La enseñanza de la filosofía ocupa un lugar crucial en el
debate educativo contemporáneo. Más allá de su dimensión teórica, enseñar
filosofía es una forma de contribuir a la formación de ciudadanos críticos,
autónomos y capaces de cuestionar las estructuras de poder que condicionan sus
vidas. Sin embargo, en un contexto global dominado por la lógica del mercado,
la universidad y la escuela enfrentan la tentación de reducir la educación a la
mera capacitación técnica, marginando las humanidades en general y la filosofía
en particular.
8.1 La universidad bajo presión del mercado
En las últimas décadas, la universidad ha sufrido un
proceso de mercantilización. Bajo el influjo del neoliberalismo, se la concibe
cada vez más como una empresa dedicada a formar “recursos humanos” para el
mercado laboral, en lugar de ciudadanos conscientes y críticos. Henry Giroux
(2003) advierte que esta tendencia transforma la universidad en un espacio
donde el pensamiento crítico es visto como un obstáculo y donde las humanidades
se consideran un lujo innecesario.
En este marco, la filosofía suele ser relegada o reducida a unas pocas asignaturas optativas, lo que limita su potencial transformador. El resultado es una universidad que produce profesionales “competentes” en términos técnicos, pero desprovistos de una visión crítica de su sociedad. Una universidad que se convierte en apéndice del mercado deja de cumplir su función social y se distancia de las necesidades del pueblo.
8.2 Filosofía como formación integral
La enseñanza de la filosofía no puede entenderse como una
disciplina aislada ni como simple erudición. Su función esencial es articular
el conocimiento con la vida, dotar de sentido a las prácticas profesionales y
sociales, y ofrecer criterios éticos frente a los dilemas de la modernidad. Por
ejemplo, ¿qué significa ser médico sin reflexión sobre la dignidad del
paciente? ¿Qué implica ser ingeniero sin preguntarse por el impacto ambiental
de la obra que se construye? ¿Qué sentido tiene ser abogado sin preguntarse por
la justicia más allá de la ley positiva?
La filosofía, al entrar en diálogo con todas las áreas
del conocimiento, convierte la educación en un proceso integral. Como decía
Kant (1803/1991), no basta con enseñar filosofía: es necesario enseñar a
filosofar, es decir, a pensar críticamente por uno mismo.
8.3 La universidad como espacio de crítica social
La universidad, lejos de ser una torre de marfil, debe
pintarse de pueblo, como afirmaba Ernesto “Che” Guevara (1959/2004). Esto
significa que debe abrirse a los problemas de las mayorías, asumir un
compromiso con los sectores más vulnerables y ser capaz de cuestionar las
estructuras de poder que reproducen la desigualdad. La filosofía puede y debe
ser el motor de esa función crítica: enseñar a sospechar, a dudar, a incomodar.
En El Salvador, la universidad pública ha tenido históricamente un papel en los procesos de cambio social. Sin embargo, también ha sufrido el peso de la burocratización y la falta de apoyo estatal, lo que limita su capacidad crítica. Enseñar filosofía en este contexto significa resistir las tendencias que buscan domesticar la universidad y convertirla en mera administradora de títulos.
8.4 Filosofía en la sociedad más allá de la universidad
La enseñanza de la filosofía no debe restringirse al
ámbito universitario. La escuela secundaria, los espacios comunitarios y los
medios de comunicación alternativos también son escenarios fundamentales para
promover la práctica del filosofar. En sociedades marcadas por la violencia, la
exclusión y la manipulación mediática, filosofar se convierte en un acto de resistencia
cultural y política.
La filosofía puede llegar a la plaza pública, a los
centros comunitarios, a los colectivos juveniles. Ejemplos como los cafés
filosóficos, los círculos de lectura y las radios comunitarias muestran que es
posible democratizar el acceso al pensamiento crítico. No se trata de
simplificar la filosofía, sino de vincularla con las experiencias concretas de
los pueblos.
8.5 Enseñar filosofía como práctica liberadora
Finalmente, enseñar filosofía debe entenderse como un
compromiso ético y político. Como señala Paulo Freire (1970/2005), toda
educación es un acto político: puede servir para domesticar o para liberar. La
enseñanza de la filosofía, si se reduce a repetir doctrinas, se convierte en
domesticación; pero si se orienta a problematizar la realidad, a dialogar con
la experiencia de los estudiantes y a vincular la teoría con la práctica, se
convierte en liberación.
En este sentido, la filosofía tiene que salir de los manuales y encarnarse en la vida cotidiana, en la discusión política, en la defensa de los derechos humanos, en la búsqueda de la justicia social. Solo así la enseñanza de la filosofía dejará de ser percibida como algo inútil y se convertirá en una herramienta vital para transformar la sociedad.
9. FILOSOFÍA Y LA
URGENCIA DEL PENSAMIENTO CRÍTICO EN AMÉRICA LATINA
América Latina es una región marcada por profundas
contradicciones: riqueza natural frente a pobreza estructural, democracia
formal frente a corrupción institucionalizada, discursos de progreso frente a
exclusión social. En este contexto, la enseñanza de la filosofía adquiere un
papel crucial, pues ayuda a los pueblos a comprender las raíces históricas de
sus problemas y a proyectar caminos de emancipación. No se trata de importar
modelos de pensamiento elaborados en Europa o Estados Unidos, sino de construir
una filosofía situada, crítica y vinculada a las luchas concretas de la región.
9.1 La herencia colonial y la necesidad de pensar desde
el Sur
Uno de los grandes desafíos de América Latina es el peso
de la herencia colonial. Durante siglos, nuestras sociedades han sido vistas
desde categorías eurocéntricas que invisibilizan las experiencias de los
pueblos originarios, los campesinos y los sectores populares. Enrique Dussel
(1998) plantea que la filosofía de la liberación surge precisamente como
respuesta a esta situación: se trata de pensar desde el Sur, desde la
exterioridad del sistema, desde aquellos que han sido históricamente
marginados.
La enseñanza de la filosofía, en este sentido, debe
contribuir a desmontar el colonialismo cultural y a recuperar la capacidad de
pensar desde nuestras realidades. Enseñar filosofía en América Latina es
también enseñar a valorar las cosmovisiones indígenas, las luchas populares y
los saberes comunitarios como fuentes legítimas de reflexión crítica.
9.2 Paulo Freire y la pedagogía del oprimido
El aporte de Paulo Freire resulta insoslayable en este
debate. En Pedagogía del oprimido (1970/2005), Freire afirma que la educación
debe ser un proceso de concientización, donde los oprimidos descubran las
causas de su opresión y se conviertan en sujetos de su liberación. Esta
pedagogía coincide con la esencia de la filosofía como praxis: reflexionar
críticamente sobre la realidad para transformarla.
Enseñar filosofía en América Latina, bajo la inspiración
de Freire, significa rechazar la “educación bancaria” que deposita
conocimientos en los estudiantes y optar por una educación dialógica,
problematizadora, que parte de la experiencia del pueblo y se orienta hacia la
acción liberadora.
9.3 Filosofía y resistencia frente al neoliberalismo
En las últimas décadas, América Latina ha sido
laboratorio del neoliberalismo, con políticas de privatización, flexibilización
laboral y mercantilización de la educación. Estas políticas han profundizado la
desigualdad y debilitado el tejido social. Frente a esta realidad, la filosofía
se convierte en un espacio de resistencia: ayuda a denunciar la lógica de un
sistema que privilegia el capital sobre la vida y que convierte en mercancía
hasta los derechos humanos más básicos.
Franz Hinkelammert (2001), desde la crítica al neoliberalismo,
señala que este modelo económico tiende a sacrificar la vida humana en nombre
del mercado. La filosofía latinoamericana, al servicio de la vida y la
dignidad, tiene la tarea de desenmascarar esta lógica y de proponer
alternativas éticas y políticas que prioricen al ser humano por encima del
lucro.
9.4 Ejemplos de pensamiento crítico en la región
La historia reciente de América Latina muestra cómo el
pensamiento filosófico ha acompañado procesos de cambio social. En Argentina,
los movimientos de derechos humanos, como las Madres y Abuelas de Plaza de
Mayo, han sido portadores de una filosofía práctica de la memoria y la
justicia. En Bolivia, los movimientos indígenas han reivindicado cosmovisiones
ancestrales como horizonte alternativo frente al extractivismo. En El Salvador,
la figura de Monseñor Romero representa una filosofía encarnada en la defensa
de la dignidad de los pobres frente a la violencia del Estado.
Estos ejemplos muestran que la filosofía en América
Latina no se limita a los libros académicos: se encarna en la lucha popular, en
la búsqueda de verdad, en la exigencia de justicia.
9.5 Filosofía como pedagogía de la esperanza
América Latina necesita hoy, más que nunca, una filosofía
que inspire esperanza. Paulo Freire (1992) hablaba de la “pedagogía de la
esperanza” como un acto de resistencia frente a la desesperanza impuesta por
los sistemas de dominación. Enseñar filosofía en nuestras escuelas y
universidades significa, entonces, formar generaciones que no se resignen a la
miseria ni a la injusticia, sino que se atrevan a soñar y a luchar por un mundo
distinto.
La urgencia del pensamiento crítico en América Latina
radica precisamente en esto: sin filosofía, nuestros pueblos corren el riesgo
de ser espectadores pasivos de su historia; con filosofía, pueden convertirse
en protagonistas de su destino.
10. CONCLUSIONES
A lo largo de este ensayo hemos defendido la tesis de que
enseñar filosofía hoy, en la llamada “sociedad del conocimiento”, no solo es
pertinente, sino absolutamente necesario. Lejos de ser un lujo intelectual o un
pasatiempo de élites, la filosofía se revela como una herramienta vital para
comprender, cuestionar y transformar la realidad.
En primer lugar, hemos demostrado que la percepción
social de la filosofía como algo “inútil” es producto de una lógica mercantil
que reduce el valor de todo saber a su rentabilidad económica inmediata. Sin
embargo, la verdadera utilidad de la filosofía no radica en producir objetos o
mercancías, sino en formar sujetos críticos, libres y conscientes. Como
señalaba Nussbaum (2010), una democracia sin filosofía es una democracia
mutilada, pues carece de ciudadanos capaces de pensar más allá de lo que dictan
los intereses del mercado.
En segundo lugar, hemos visto que la llamada “sociedad
del conocimiento” en realidad está más cerca de ser una sociedad de la
información, donde abundan los datos pero escasea el sentido. En este contexto,
la filosofía actúa como brújula: ayuda a jerarquizar, interpretar y cuestionar
la información, diferenciando lo esencial de lo accesorio. Es, en este sentido,
el antídoto frente a la superficialidad digital, las fake news y la manipulación
ideológica de los medios.
Asimismo, hemos resaltado que la filosofía cumple una
función irremplazable en la crítica a las ideologías y al poder. Desde Marx
hasta Deleuze, pasando por Lenin y Dussel, la filosofía ha sido concebida como
una práctica que desenmascara las narrativas dominantes y revela los intereses
de clase que las sostienen. Sin esa mirada crítica, los pueblos quedan
atrapados en discursos oficiales que legitiman la desigualdad, la corrupción y
la explotación.
Por otra parte, la enseñanza de la filosofía debe
reconocer, como señaló Gramsci, que todos somos filósofos en potencia. El reto
es pasar del sentido común al buen sentido, es decir, de una filosofía
espontánea impregnada de prejuicios a un pensamiento crítico y consciente. Esto
implica una pedagogía que, como proponía Freire, parta de la experiencia de los
estudiantes y los acompañe en el proceso de transformar su visión del mundo en
praxis liberadora.
En América Latina, enseñar filosofía significa también
pensar desde nuestras propias realidades, desde la memoria de nuestros pueblos y
desde las luchas por justicia. Significa articular la filosofía con la
pedagogía de la esperanza (Freire, 1992), con la filosofía de la liberación
(Dussel, 1998) y con el compromiso ético de figuras como Monseñor Romero, cuya
vida encarnó el principio filosófico de la dignidad humana como criterio rector
de la política.
En conclusión, enseñar filosofía hoy es un acto
profundamente político y moral. Es apostar por la construcción de sociedades
más justas, conscientes y solidarias. Es contribuir a formar ciudadanos que no
acepten pasivamente la realidad, sino que se atrevan a cuestionarla y a
transformarla. Por ello, lejos de ser un saber inútil, la filosofía se
convierte en una condición indispensable para la libertad y la dignidad de los
pueblos.
11. REFLEXIÓN FINAL
La pregunta inicial que orientó este ensayo fue: ¿tiene
sentido enseñar filosofía en la sociedad del conocimiento? Tras recorrer los
distintos apartados, la respuesta no puede ser otra que un sí rotundo. Pero más
aún: la cuestión no es ya si tiene sentido enseñar filosofía, sino si es
posible sobrevivir como humanidad sin ella.
Una sociedad que renuncia al filosofar se condena a la
manipulación, a la pasividad y al conformismo. Quien no piensa por sí mismo
termina siendo pensado por otros: por los políticos que manipulan con discursos
vacíos, por los medios que fabrican consensos interesados, por los mercados que
moldean deseos y consumos. Heidegger (1997) lo expresó con claridad: vivimos en
un “estado de interpretados”. La filosofía, entonces, se convierte en un acto
de resistencia, en una manera de recuperar la autonomía frente a las fuerzas
que colonizan nuestra subjetividad.
Enseñar filosofía no es transmitir doctrinas muertas,
sino sembrar la capacidad de preguntar, de dudar, de incomodar. Como recordaba
Deleuze (1995), una filosofía que no entristece ni incomoda a nadie no merece
tal nombre. En tiempos de crisis ecológica, desigualdad abismal y corrupción
política, la filosofía debe “salir a la calle”, ensuciarse con la vida concreta
de los pueblos y acompañar sus luchas por dignidad.
En América Latina, esta reflexión adquiere un carácter
aún más urgente. Nuestros pueblos cargan con siglos de explotación y
dependencia, y solo mediante el pensamiento crítico podrán construir
alternativas propias. La filosofía debe ser aquí filosofía de la liberación,
como proponía Dussel (1998), una filosofía que nazca desde las víctimas, desde
los excluidos, desde la esperanza de los que no se resignan a ser descartados.
La reflexión final que podemos extraer es clara: enseñar
filosofía hoy es un deber moral, un compromiso político y un acto de esperanza.
Significa apostar por ciudadanos libres en lugar de súbditos obedientes; por
sujetos críticos en lugar de consumidores acríticos; por pueblos que piensan y
transforman en lugar de pueblos resignados.
La filosofía no ofrece soluciones fáciles ni recetas
inmediatas, pero abre caminos para imaginar lo imposible y para construir lo
necesario. Es, en definitiva, un ejercicio de libertad. Y como afirmaba José
Martí (1891/1975), “ser culto es el único modo de ser libre”. Enseñar
filosofía, por tanto, es enseñar libertad.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
1.
Bauman, Z.
(2007). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
2.
Castells, M.
(2001). La galaxia Internet. Areté.
3.
Chomsky, N.
(1997). El miedo a la democracia. Crítica.
4.
Debord, G.
(2002). La sociedad del espectáculo. Pre-Textos. (Trabajo original publicado en
1967).
5.
Deleuze, G.
(1995). Conversaciones. Anagrama.
6.
Dussel, E.
(1998). Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión.
Trotta.
7.
Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido (30ª ed.). Siglo XXI. (Trabajo original
publicado en 1970).
8.
Freire, P.
(1992). Pedagogía de la esperanza. Siglo XXI.
9.
Foucault, M.
(1999). Estética, ética y hermenéutica. Paidós.
10.
Giroux, H.
(2003). La escuela y la lucha por la ciudadanía. Siglo XXI.
11.
Gramsci, A.
(1981). Cuadernos de la cárcel. Era.
12.
Han, B.-C.
(2012). La sociedad del cansancio. Herder.
13.
Han, B.-C.
(2014). Psicopolítica. Herder.
14.
Heidegger,
M. (1997). Ser y tiempo. Trotta.
15.
Hinkelammert,
F. (2001). El grito del sujeto. DEI.
16.
Lenin, V. I.
(1974). Las tres fuentes y las tres partes integrantes del marxismo. Progreso.
(Trabajo original publicado en 1913).
17.
Levinas, E.
(1991). Ética e infinito. Visor.
18.
Martí, J.
(1975). Nuestra América. Casa de las Américas. (Trabajo original publicado en
1891).
19.
Marx, K.
(1973). Tesis sobre Feuerbach. Editorial Progreso. (Trabajo original publicado
en 1845).
20.
Nussbaum, M.
(2010). Sin fines de lucro: Por qué la democracia necesita de las humanidades.
Katz.
21.
Sánchez
Vázquez, A. (2003). Filosofía de la praxis. Grijalb
SAN SALVADOR, 18 DE SEPTIEMBRE DE 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario