SIN
DISCIPLINA NO HAY VIRTUD, SIN VIRTUD NO HAY SOCIEDAD
MSc. JOSÉ
ISRAEL VENTUTA.
INTRODUCCIÓN
En la
vida humana, siempre llega un momento decisivo en el que se abre un cruce de
caminos. Es entonces cuando aparece el dilema: optar por la comodidad inmediata
o por el sacrificio que conduce a la verdadera grandeza. La antigua leyenda de
Hércules, que enfrenta al héroe con dos diosas —una que le promete placeres
inmediatos y otra que le ofrece el áspero, pero noble sendero de la virtud— no
es solo un mito griego, sino una metáfora universal que aún hoy interpela a
nuestra sociedad. La educación, la política, la cultura y la vida cotidiana
están atravesadas por ese dilema: elegir entre el camino corto y fácil del
vicio, o el arduo y largo del esfuerzo disciplinado.
El gran
problema de nuestras generaciones actuales es que se les ha querido vender la
ilusión del éxito sin sacrificio, del derecho sin deber, del placer sin
límites. La cultura de la inmediatez ha erosionado la disciplina, al punto de
que hoy muchos jóvenes consideran “represivo” todo lo que implique orden,
constancia o esfuerzo sostenido. Pero, ¿puede una sociedad sobrevivir sin
disciplina? ¿Puede un individuo alcanzar la madurez sin atravesar pruebas y
dificultades? Hércules lo entendió: no hay virtud sin esfuerzo, ni victoria sin
sacrificio.
La
educación, en este sentido, no puede reducirse a la transmisión de información
ni a la simple adaptación a un mercado laboral cambiante. Debe ser una forja
del carácter, un entrenamiento para la vida, un espacio donde se enseñe que el
camino difícil —el de la disciplina— es el único que garantiza libertad
verdadera, dignidad y plenitud humana.
DESARROLLO
CRÍTICO
La
disciplina no debe confundirse con autoritarismo, sumisión o violencia. Esa
visión distorsionada ha sido usada por sectores políticos y mediáticos que,
incapaces de comprender su sentido profundo, la atacan como si se tratara de
una herramienta de opresión. Pero la disciplina bien entendida no es un látigo,
sino un faro. Es la capacidad de orientar la voluntad, de poner en orden los
instintos, de resistir las tentaciones fáciles y de cultivar la constancia.
Hércules
pudo haber escogido la vida de placeres y deleites inmediatos. Sin embargo, de
haberlo hecho, su nombre se habría desvanecido en el olvido, como el de tantos
mediocres que nunca se atrevieron a enfrentar la dureza del esfuerzo. Eligió,
en cambio, el camino difícil: enfrentar monstruos, realizar trabajos casi
imposibles, conquistar sus miedos y su propia debilidad. Y fue precisamente esa
decisión la que lo convirtió en héroe inmortal. La lección es clara: los
grandes hombres y mujeres no nacen de la comodidad, sino de la disciplina y el
sacrificio.
En
nuestras escuelas y universidades, ¿qué camino estamos ofreciendo a los
jóvenes? Muchas veces se opta por rebajar los estándares, facilitar los
exámenes, maquillar las estadísticas de aprobación.
Se
confunde “inclusión” con “concesión” y se cree que exigir disciplina es
excluir. Al contrario: lo que excluye es preparar generaciones incapaces de
enfrentar los retos de la vida, condenadas a la frustración por falta de
carácter.
La disciplina en la educación no es un lujo: es un deber ético. Un maestro que no enseña disciplina abandona a sus alumnos a la fragilidad del capricho y a la dictadura de sus impulsos. Una sociedad que renuncia a la disciplina se convierte en tierra fértil para la corrupción, la mediocridad y la decadencia. ¿Acaso no fue el mismo abandono de la disciplina el que permitió que en nuestro país florecieran la impunidad, el clientelismo y la violencia? La falta de disciplina no solo destruye individuos: carcome pueblos enteros.
CONCLUSIÓN
La
leyenda de Hércules debe ser recordada y enseñada, no como un mito arcaico,
sino como una parábola pedagógica y política. Ante cada bifurcación de la vida,
los pueblos y los individuos se enfrentan a la misma decisión: el camino fácil
o el camino difícil. El primero otorga gratificación inmediata, pero encadena
al vacío. El segundo exige disciplina, esfuerzo y sacrificio, pero conduce a
la grandeza.
La
educación, entonces, no puede ni debe buscar el dilema fácil. No se trata de
maquillar la realidad para que los estudiantes no sufran, ni de eliminar toda
exigencia para que nadie se sienta incómodo. Al contrario: la educación debe
ser el lugar donde se entrena el carácter, donde se aprende que el esfuerzo y
la disciplina son la única vía para conquistar la libertad interior y la
madurez social.
REFLEXIÓN
FINAL
Hoy más
que nunca debemos reivindicar la disciplina como virtud cardinal. En un mundo
dominado por el facilismo, la inmediatez y la superficialidad, urge recordar a
nuestras generaciones que la vida es lucha, constancia y sacrificio. No se
trata de condenar al dolor por el dolor, sino de entender que solo atravesando
pruebas se alcanza la verdadera plenitud.
La
leyenda de Hércules es, en realidad, la leyenda de cada uno de nosotros. Todos
enfrentamos esa bifurcación: sucumbir a la tentación del placer sin esfuerzo o
abrazar la disciplina que forja el carácter. Educar con disciplina es dar a
los jóvenes la valentía de elegir el camino difícil, el menos transitado,
pero el único que conduce a la virtud y al honor. Una sociedad disciplinada no
es una sociedad oprimida: es una sociedad fuerte, libre y capaz de escribir su
propia historia.
SAN
SALVADOR, 16 DE AGOSTO DE 2025
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