sábado, 16 de agosto de 2025

 

INDISCIPLINA: SEMILLA DEL ATRASO Y LA VIOLENCIA SOCIAL

POR: MSc. JOSE ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Hablar de disciplina en la educación latinoamericana es tocar una de las fibras más sensibles de nuestra realidad social. No se trata de una palabra cualquiera ni de una simple exigencia escolar, sino de un principio rector que, cuando falta, abre las puertas al desorden, al caos y, en consecuencia, al atraso de los pueblos.

 Quien ha recorrido los diferentes niveles del sistema educativo —básico, medio y superior— sabe que la indisciplina no es un fenómeno aislado ni coyuntural, sino una constante que atraviesa las aulas como un fantasma persistente. Y lo más grave es que no solo afecta la dinámica académica, sino que se convierte en una semilla peligrosa que, más temprano que tarde, germina en violencia, en anomia social y, en casos extremos, en el ingreso de jóvenes a las pandillas.

Es cierto que la delincuencia juvenil tiene múltiples causas: pobreza, exclusión, desempleo, ausencia de oportunidades, desintegración familiar. Pero negar que la falta de disciplina escolar ha sido un caldo de cultivo sería un acto de ceguera voluntaria. En las últimas décadas, en nombre de un malentendido “derecho del estudiante”, se debilitó la autoridad del maestro, se cuestionó toda forma de corrección y se instaló la idea de que poner límites equivalía a maltrato.

El resultado fue devastador: aulas sin orden, profesores intimidados y generaciones de jóvenes que confundieron la libertad con el libertinaje.

Hoy, con el nombramiento de la ministra Karla Edith Rodríguez, se abre nuevamente un debate impostergable: ¿por qué y quiénes se oponen a la disciplina? ¿Qué temen? ¿A quién beneficia la indisciplina? Estas preguntas no son menores, porque detrás de la resistencia a recuperar la disciplina se esconden intereses políticos, ideológicos y hasta mediáticos que, en el fondo, prefieren una juventud desorientada, vulnerable y manipulable.

LA DISCIPLINA COMO FUNDAMENTO DEL PROGRESO

Si observamos detenidamente la historia de los países desarrollados, veremos un factor común: orden, organización y disciplina. Ningún pueblo alcanza altos niveles de ciencia, tecnología, cultura y bienestar sin una base sólida de normas y autocontrol. Latinoamérica, en cambio, arrastra un lastre cultural en donde muchas veces se celebra la picardía, se enaltece la “viveza criolla” y se ridiculiza al que es puntual, exigente o disciplinado. Esa mentalidad se traslada inevitablemente a las aulas, y de ahí a la sociedad entera.

La falta de disciplina no solo afecta el rendimiento académico. Genera un clima hostil en las escuelas: el profesor no enseña, el alumno no aprende, el tiempo se desperdicia, y lo que debería ser un espacio de formación se convierte en un campo de batalla de gritos, amenazas y desgano.

El maestro que intenta imponer orden corre el riesgo de ser acusado de abuso, y el estudiante que quiere aprender en silencio es interrumpido por aquellos que confunden la escuela con un parque de diversiones. En ese ambiente tóxico, el conocimiento se vuelve una quimera y el futuro una ilusión.

No se trata de abogar por un sistema autoritario ni de regresar a castigos humillantes o físicos. Se trata de reivindicar la disciplina como un acto de amor pedagógico, como un marco que protege y orienta, como una forma de decir al estudiante: “Te respeto tanto que creo en tu capacidad de crecer dentro de normas claras”. La verdadera empatía no consiste en dejar hacer lo que se quiera, sino en ayudar a construir hábitos de esfuerzo, respeto y responsabilidad.

¿QUIÉNES SE OPONEN Y POR QUÉ?

El rechazo a la disciplina no surge de la nada. Tiene raíces ideológicas y políticas. Sectores de oposición, disfrazados de defensores de la niñez, ven en la disciplina una amenaza porque rompe con su narrativa del caos controlado. Quienes durante décadas gobernaron y permitieron que el sistema educativo se convirtiera en un refugio de indisciplina, ahora se rasgan las vestiduras porque una ministra militar propone recuperar el orden. Les aterra que se demuestre que sí era posible, que la educación puede volver a ser un espacio de respeto y formación, y no un campo de ensayo de libertinaje.

También hay intereses gremiales y mediáticos que prefieren alimentar la confusión. Se vende la idea de que la disciplina es “represión” o “militarización de las aulas”, cuando en realidad no es más que la recuperación de la autoridad legítima del docente y la creación de un clima propicio para aprender.

El profesor que vive bajo amenaza, presionado por padres intolerantes o por directores complacientes, nunca podrá ejercer su vocación en libertad. La disciplina no es un lujo: es una condición mínima para que el maestro pueda enseñar y el alumno pueda aprender.

En el fondo, los que más pierden con esta oposición absurda son los estudiantes de sectores populares, porque en las escuelas privadas de élite sí existe disciplina, normas claras y consecuencias firmes. Es decir, mientras la élite educa a sus hijos en ambientes ordenados, al pueblo se le condena a la anarquía en nombre de supuestos derechos mal interpretados.

CONCLUSIÓN

La disciplina no es un capricho ni una imposición arbitraria: es una necesidad vital para la educación y para la sociedad. Sin disciplina no hay aprendizaje, no hay respeto, no hay comunidad. Es el eje sobre el cual se construye la organización, y sin organización no hay desarrollo posible. Negarse a la disciplina equivale a condenar a nuestros jóvenes al desorden, a la violencia y a un futuro sin horizonte.

Por eso, el debate que hoy se abre en El Salvador es crucial. No se trata de militarizar la educación, sino de rescatar su esencia: formar seres humanos íntegros, responsables y capaces de vivir en comunidad.

Quienes se oponen a esto no están defendiendo a los estudiantes, sino a sus propios intereses políticos e ideológicos.

REFLEXIÓN FINAL

La pregunta de fondo no es si debemos tener disciplina en las escuelas, sino qué clase de sociedad queremos construir. Una sociedad que rechaza la disciplina está firmando su sentencia de muerte: se convierte en tierra fértil para la corrupción, el crimen y la mediocridad. Una sociedad que abraza la disciplina, en cambio, siembra la semilla del respeto, del trabajo bien hecho y del progreso verdadero.

La indisciplina fue uno de los factores que abonó al surgimiento de las pandillas en nuestro país. ¿Vamos a repetir la historia? ¿Vamos a permitir que el libertinaje vuelva a ser la norma? La respuesta debería ser clara: recuperar la disciplina no es un retroceso, es un acto de justicia con las nuevas generaciones. Es darle al maestro la autoridad que le corresponde y al estudiante el ambiente que necesita para crecer.

En última instancia, la disciplina no es una carga, sino una liberación. Nos libera del caos, nos protege de la violencia y nos abre las puertas al futuro. Y quien se oponga a ella, no está defendiendo la libertad, está defendiendo el desorden.

 

SAN SALVADOR, 16 DE AGOSTO DE 2025

 

 

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