“NUNCA
MÁS: MEMORIA HISTÓRICA DEL SAQUEO Y LA TRAICIÓN AL PUEBLO”
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA,
INTRODUCCIÓN AMPLIA
La historia contemporánea de El Salvador está marcada por
un largo periodo de abandono, corrupción y saqueo institucionalizado. Durante
décadas, dos partidos políticos —ARENA y el FMLN— se disputaron el poder con
discursos ideológicos opuestos, pero con la misma práctica: saquear el país y
repartirse el botín. Mientras en los escenarios internacionales se presentaban
como guardianes de la democracia y el progreso, en la práctica mantenían a la
nación atrapada en una democracia de papel, vacía de contenido, sometida a
pactos de impunidad y a la lógica de la corrupción.
Las promesas de justicia social, desarrollo económico y
bienestar fueron traicionadas sistemáticamente. El modelo implementado se basó
en privatizaciones, endeudamiento externo, concentración de riqueza en pocas
manos y abandono de las áreas estratégicas: educación, salud y seguridad
social. A cambio, el pueblo recibió hospitales en ruinas, escuelas sin
pupitres, pensiones miserables, inseguridad desbordada y la imposibilidad de
acceder a una vida digna.
Recordar este pasado no es un ejercicio de nostalgia ni
de victimismo. Es una obligación histórica. La memoria es un arma contra el
olvido y una herramienta para que las nuevas generaciones comprendan de dónde
vienen las desigualdades y por qué es urgente romper con los modelos que las
alimentaron.
Esta memoria histórica de un saqueo busca desnudar el
sistema de corrupción que se instaló en el país, denunciar sus consecuencias y
advertir que olvidar sería condenarnos a repetir la tragedia.
CORRUPCIÓN COMO SISTEMA
La corrupción no fue una práctica aislada, sino un
engranaje de poder. Desde las más altas esferas del gobierno hasta los niveles
municipales, el Estado se convirtió en una maquinaria de enriquecimiento
ilícito. Presidentes que juraron servir al pueblo desviaron millones hacia
cuentas en paraísos fiscales, mientras funcionarios de segundo nivel
participaban en redes de sobornos y malversación.
El saqueo se disfrazaba de proyectos de “desarrollo” o de
“modernización”, pero detrás de cada plan, préstamo o concesión, había una
mordida, un sobreprecio, un contrato amañado. La corrupción se volvió tan común
que dejó de indignar; se naturalizó en el imaginario colectivo como si fuera un
mal inevitable. Pero la realidad es que el país fue saqueado con total
impunidad, mientras se pedía a la gente que soportara sacrificios “por el bien
de la patria”.
PRIVATIZACIONES: EL DESPOJO DISFRAZADO DE MODERNIDAD
En la década de los noventa, bajo el discurso neoliberal,
se entregaron al capital privado los bienes estratégicos del Estado. La banca,
la telefonía, la energía y hasta el sistema de pensiones fueron vendidos a
precio de remate. Se justificó diciendo que “el Estado no debía ser
empresario”, cuando en realidad se estaba desmantelando la capacidad pública de
garantizar derechos.
El pueblo perdió el control sobre servicios básicos y se
convirtió en rehén de tarifas cada vez más altas. Las ganancias que antes
podían invertirse en salud, educación o infraestructura, ahora engrosaban las
cuentas privadas de empresarios nacionales y extranjeros. El despojo no solo
fue económico: también fue social, porque le arrebató al Estado la posibilidad
de velar por sus ciudadanos.
EDUCACIÓN DEFICIENTE: UN FUTURO ROBADO
La educación, pilar de cualquier sociedad, fue relegada a
último plano. Escuelas rurales construidas con láminas oxidadas, pupitres
rotos, maestros mal pagados y programas obsoletos fueron la norma. Se generó un
sistema educativo que no formaba ciudadanos críticos ni profesionales
competentes, sino mano de obra barata para un mercado laboral precario.
El abandono de la educación fue, en realidad, una
estrategia de control: un pueblo ignorante es más fácil de manipular. Mientras
tanto, los hijos de las élites estudiaban en colegios privados o en el
extranjero, asegurando la perpetuidad de sus privilegios. El futuro del país
fue hipotecado desde las aulas.
SALUD PÚBLICA: HOSPITALES EN RUINAS
La salud también fue víctima del saqueo. Los hospitales
públicos se convirtieron en símbolos del abandono: paredes que se caían a
pedazos, insumos inexistentes, camas insuficientes, médicos y enfermeras
trabajando en condiciones precarias. Mientras tanto, los funcionarios y sus
familias viajaban al extranjero para atenderse en clínicas privadas de lujo.
El derecho a la salud fue reducido a un privilegio de
clase. Los más pobres, sin acceso a medicinas ni tratamientos, fueron
condenados a morir en silencio. Así, la desigualdad se profundizó: los que
podían pagar sobrevivían; los demás eran desechados como cifras en estadísticas
de mortalidad.
PENSIONES MISERABLES Y DEMOCRACIA DE PAPEL
El sistema de pensiones se convirtió en una de las
estafas más crueles contra el pueblo salvadoreño. Después de décadas de
trabajo, los jubilados recibían pensiones que apenas alcanzaban para comprar
alimentos básicos. Las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), en cambio,
acumulaban millonarias ganancias.
Por otro lado, la democracia que se nos vendió como
ejemplo para el mundo era en realidad un cascarón vacío. Elecciones plagadas de
fraude, instituciones controladas por cuotas partidarias y una Asamblea
Legislativa convertida en mercado de favores. El pueblo votaba, pero no
decidía: las cúpulas políticas pactaban de antemano los destinos del país.
VIOLENCIA PANDILLERIL Y CONCENTRACIÓN DE RIQUEZA
El caldo de cultivo de la violencia pandilleril fue el
abandono estatal. Miles de jóvenes crecieron sin acceso a educación de calidad,
sin oportunidades de empleo, sin expectativas de vida digna. El resultado fue
predecible: las pandillas ofrecieron lo que el Estado negó, y las comunidades
se hundieron en la espiral de violencia.
Al mismo tiempo, la riqueza del país se concentraba en un
puñado de familias que trasladaban fortunas a paraísos fiscales. Mientras
millones sobrevivían en casas de cartón y lámina, una minoría acumulaba
mansiones, carros de lujo y cuentas secretas. El contraste entre pobreza
extrema y riqueza obscena se convirtió en el rostro más crudo de la injusticia
social.
CONCLUSIÓN
El saqueo de El Salvador fue sistemático y prolongado. No
fue obra de individuos aislados ni de errores administrativos, sino de un
modelo político-económico diseñado para beneficiar a pocos y condenar a muchos.
La corrupción, las privatizaciones, el abandono de la salud y la educación, las
pensiones miserables, la violencia y la concentración de riqueza son las
huellas visibles de ese despojo histórico.
Contar esta memoria no es opcional: es un deber. Porque
sin memoria no hay justicia y sin justicia no hay futuro.
REFLEXIÓN FINAL
La memoria histórica no puede quedarse en los libros o en
los discursos académicos. Debe convertirse en conciencia colectiva, en fuerza
transformadora que impida repetir los errores del pasado. El Salvador merece
mucho más que hospitales en ruinas, pensiones miserables y escuelas abandonadas.
Merece dignidad, justicia y oportunidades para todos.
El saqueo ya fue. Hoy, el reto es que el pueblo no se
deje arrebatar nuevamente lo que por derecho le pertenece. La memoria debe ser
advertencia, resistencia y compromiso. Porque si olvidamos, volverán. Y si
recordamos, construiremos un país donde el saqueo y la corrupción nunca más
tengan cabida.
SAN SALVADOR, 16 DE AGOSTO DE 2025
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