lunes, 18 de agosto de 2025

 

                “NUNCA MÁS: MEMORIA HISTÓRICA DEL SAQUEO Y LA TRAICIÓN AL PUEBLO”

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA,

INTRODUCCIÓN AMPLIA

La historia contemporánea de El Salvador está marcada por un largo periodo de abandono, corrupción y saqueo institucionalizado. Durante décadas, dos partidos políticos —ARENA y el FMLN— se disputaron el poder con discursos ideológicos opuestos, pero con la misma práctica: saquear el país y repartirse el botín. Mientras en los escenarios internacionales se presentaban como guardianes de la democracia y el progreso, en la práctica mantenían a la nación atrapada en una democracia de papel, vacía de contenido, sometida a pactos de impunidad y a la lógica de la corrupción.

Las promesas de justicia social, desarrollo económico y bienestar fueron traicionadas sistemáticamente. El modelo implementado se basó en privatizaciones, endeudamiento externo, concentración de riqueza en pocas manos y abandono de las áreas estratégicas: educación, salud y seguridad social. A cambio, el pueblo recibió hospitales en ruinas, escuelas sin pupitres, pensiones miserables, inseguridad desbordada y la imposibilidad de acceder a una vida digna.

Recordar este pasado no es un ejercicio de nostalgia ni de victimismo. Es una obligación histórica. La memoria es un arma contra el olvido y una herramienta para que las nuevas generaciones comprendan de dónde vienen las desigualdades y por qué es urgente romper con los modelos que las alimentaron.

Esta memoria histórica de un saqueo busca desnudar el sistema de corrupción que se instaló en el país, denunciar sus consecuencias y advertir que olvidar sería condenarnos a repetir la tragedia.

CORRUPCIÓN COMO SISTEMA

La corrupción no fue una práctica aislada, sino un engranaje de poder. Desde las más altas esferas del gobierno hasta los niveles municipales, el Estado se convirtió en una maquinaria de enriquecimiento ilícito. Presidentes que juraron servir al pueblo desviaron millones hacia cuentas en paraísos fiscales, mientras funcionarios de segundo nivel participaban en redes de sobornos y malversación.

El saqueo se disfrazaba de proyectos de “desarrollo” o de “modernización”, pero detrás de cada plan, préstamo o concesión, había una mordida, un sobreprecio, un contrato amañado. La corrupción se volvió tan común que dejó de indignar; se naturalizó en el imaginario colectivo como si fuera un mal inevitable. Pero la realidad es que el país fue saqueado con total impunidad, mientras se pedía a la gente que soportara sacrificios “por el bien de la patria”.

PRIVATIZACIONES: EL DESPOJO DISFRAZADO DE MODERNIDAD

En la década de los noventa, bajo el discurso neoliberal, se entregaron al capital privado los bienes estratégicos del Estado. La banca, la telefonía, la energía y hasta el sistema de pensiones fueron vendidos a precio de remate. Se justificó diciendo que “el Estado no debía ser empresario”, cuando en realidad se estaba desmantelando la capacidad pública de garantizar derechos.

El pueblo perdió el control sobre servicios básicos y se convirtió en rehén de tarifas cada vez más altas. Las ganancias que antes podían invertirse en salud, educación o infraestructura, ahora engrosaban las cuentas privadas de empresarios nacionales y extranjeros. El despojo no solo fue económico: también fue social, porque le arrebató al Estado la posibilidad de velar por sus ciudadanos.

EDUCACIÓN DEFICIENTE: UN FUTURO ROBADO

La educación, pilar de cualquier sociedad, fue relegada a último plano. Escuelas rurales construidas con láminas oxidadas, pupitres rotos, maestros mal pagados y programas obsoletos fueron la norma. Se generó un sistema educativo que no formaba ciudadanos críticos ni profesionales competentes, sino mano de obra barata para un mercado laboral precario.

El abandono de la educación fue, en realidad, una estrategia de control: un pueblo ignorante es más fácil de manipular. Mientras tanto, los hijos de las élites estudiaban en colegios privados o en el extranjero, asegurando la perpetuidad de sus privilegios. El futuro del país fue hipotecado desde las aulas.

SALUD PÚBLICA: HOSPITALES EN RUINAS

La salud también fue víctima del saqueo. Los hospitales públicos se convirtieron en símbolos del abandono: paredes que se caían a pedazos, insumos inexistentes, camas insuficientes, médicos y enfermeras trabajando en condiciones precarias. Mientras tanto, los funcionarios y sus familias viajaban al extranjero para atenderse en clínicas privadas de lujo.

El derecho a la salud fue reducido a un privilegio de clase. Los más pobres, sin acceso a medicinas ni tratamientos, fueron condenados a morir en silencio. Así, la desigualdad se profundizó: los que podían pagar sobrevivían; los demás eran desechados como cifras en estadísticas de mortalidad.

PENSIONES MISERABLES Y DEMOCRACIA DE PAPEL

El sistema de pensiones se convirtió en una de las estafas más crueles contra el pueblo salvadoreño. Después de décadas de trabajo, los jubilados recibían pensiones que apenas alcanzaban para comprar alimentos básicos. Las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), en cambio, acumulaban millonarias ganancias.

Por otro lado, la democracia que se nos vendió como ejemplo para el mundo era en realidad un cascarón vacío. Elecciones plagadas de fraude, instituciones controladas por cuotas partidarias y una Asamblea Legislativa convertida en mercado de favores. El pueblo votaba, pero no decidía: las cúpulas políticas pactaban de antemano los destinos del país.

VIOLENCIA PANDILLERIL Y CONCENTRACIÓN DE RIQUEZA

El caldo de cultivo de la violencia pandilleril fue el abandono estatal. Miles de jóvenes crecieron sin acceso a educación de calidad, sin oportunidades de empleo, sin expectativas de vida digna. El resultado fue predecible: las pandillas ofrecieron lo que el Estado negó, y las comunidades se hundieron en la espiral de violencia.

Al mismo tiempo, la riqueza del país se concentraba en un puñado de familias que trasladaban fortunas a paraísos fiscales. Mientras millones sobrevivían en casas de cartón y lámina, una minoría acumulaba mansiones, carros de lujo y cuentas secretas. El contraste entre pobreza extrema y riqueza obscena se convirtió en el rostro más crudo de la injusticia social.

CONCLUSIÓN

El saqueo de El Salvador fue sistemático y prolongado. No fue obra de individuos aislados ni de errores administrativos, sino de un modelo político-económico diseñado para beneficiar a pocos y condenar a muchos. La corrupción, las privatizaciones, el abandono de la salud y la educación, las pensiones miserables, la violencia y la concentración de riqueza son las huellas visibles de ese despojo histórico.

Contar esta memoria no es opcional: es un deber. Porque sin memoria no hay justicia y sin justicia no hay futuro.

REFLEXIÓN FINAL

La memoria histórica no puede quedarse en los libros o en los discursos académicos. Debe convertirse en conciencia colectiva, en fuerza transformadora que impida repetir los errores del pasado. El Salvador merece mucho más que hospitales en ruinas, pensiones miserables y escuelas abandonadas. Merece dignidad, justicia y oportunidades para todos.

El saqueo ya fue. Hoy, el reto es que el pueblo no se deje arrebatar nuevamente lo que por derecho le pertenece. La memoria debe ser advertencia, resistencia y compromiso. Porque si olvidamos, volverán. Y si recordamos, construiremos un país donde el saqueo y la corrupción nunca más tengan cabida.

 

 

 

 

SAN SALVADOR, 16 DE AGOSTO DE 2025

 

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