LA SOBERANÍA NO SE NEGOCIA: EL SALVADOR DECIDE SU DESTINO
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN
El artículo 83 de la Constitución de la República de El
Salvador es, sin duda, una de las columnas vertebrales del orden jurídico y
político de la nación. Al declarar que “El Salvador es un Estado soberano” y
que “la soberanía reside en el pueblo”, establece un principio incuestionable: el único dueño del destino nacional es el
pueblo salvadoreño. Esto significa que, en materia de gobierno,
administración y organización social, ningún país extranjero, ninguna potencia
mundial, ningún organismo internacional y ningún grupo de interés externo tiene
la autoridad moral ni legal para dictar cómo debemos dirigir nuestros asuntos
internos.
La soberanía no es
un adorno retórico de la Constitución; es el escudo que nos protege contra la
injerencia y la manipulación de actores foráneos que, disfrazados de
filántropos o defensores de la democracia, persiguen sus propios intereses.
Sin embargo, en las últimas décadas, hemos sido testigos
de una práctica constante: embajadas que opinan y presionan sobre nuestras
decisiones políticas, organismos que condicionan ayudas económicas a cambio de
imposiciones ideológicas, e incluso ONGs extranjeras que se presentan como
salvadoras mientras siembran agendas que no responden a nuestras necesidades.
Esto no es cooperación, es intromisión. El pueblo
salvadoreño debe entender que cada vez que un actor externo dicta cómo debemos
gobernarnos, se erosiona la esencia misma de nuestra soberanía.
EL SIGNIFICADO PROFUNDO DE LA SOBERANÍA POPULAR
La soberanía no es solo un concepto jurídico; es un
principio de dignidad nacional. Cuando el artículo 83 afirma que “la soberanía
reside en el pueblo”, está afirmando que cada ciudadano salvadoreño, con su
voto y su voz, tiene el poder de decidir el rumbo del país. No se trata
únicamente de elegir gobernantes, sino de tener la potestad de diseñar nuestras
propias políticas, nuestras leyes y nuestras soluciones a los problemas
internos.
Ceder ese derecho a intereses externos es renunciar a
nuestra autodeterminación. Si un organismo extranjero decide qué leyes aprobar,
qué modelo económico seguir o qué políticas de seguridad aplicar, entonces no
somos un Estado soberano, sino una colonia moderna disfrazada de república.
Lo más preocupante es que esta injerencia suele venir
acompañada de un discurso hipócrita: nos hablan de democracia mientras intentan
imponer gobiernos títeres, nos hablan de derechos humanos mientras ignoran las
necesidades reales del pueblo, nos hablan de libertad mientras intentan
encadenar nuestras decisiones al consentimiento de potencias foráneas.
La historia reciente de El Salvador está plagada de
ejemplos. Durante décadas, organismos financieros internacionales y gobiernos
extranjeros nos dictaron políticas económicas que solo beneficiaron a una
élite, dejando a la mayoría en la pobreza. Intervinieron en nuestros procesos
políticos apoyando a partidos que servían a sus intereses, no a los del pueblo.
Y cuando un gobierno decide actuar con independencia y priorizar a su pueblo,
inmediatamente es atacado con campañas mediáticas, sanciones y amenazas
veladas.
EL DERECHO A RESOLVER NUESTROS PROBLEMAS INTERNOS
Resolver los problemas internos es una responsabilidad
que solo compete al pueblo salvadoreño y a sus instituciones legítimas. Las
soluciones que nacen desde adentro tienen en cuenta nuestra cultura, nuestra
historia y nuestras verdaderas prioridades. En cambio, las recetas externas,
diseñadas en escritorios de Washington, Bruselas o cualquier otra capital
extranjera, suelen ignorar la realidad salvadoreña y servir más a los intereses
de quien las impone que a los nuestros.
El artículo 83 es un recordatorio de que, si bien podemos
y debemos tener relaciones internacionales basadas en el respeto mutuo, estas
no deben nunca cruzar la línea de la injerencia. La cooperación es bienvenida cuando
respeta nuestra soberanía, pero debe ser rechazada cuando se convierte en
imposición. Los salvadoreños debemos entender que aceptar sin cuestionar lo que
nos dicta otro país o un organismo externo es entregar nuestra libertad en
bandeja de plata.
Ningún país desarrollado aceptaría que un Estado
extranjero decidiera su política de seguridad, su modelo educativo o sus
reformas constitucionales. Entonces, ¿por qué algunos pretenden que El Salvador
se someta a dictámenes foráneos? Esto no es un asunto ideológico; es una
cuestión de dignidad y supervivencia como nación libre.
CONCLUSIÓN
El artículo 83 no es un texto decorativo en la
Constitución: es un mandato claro y firme. La soberanía reside en el pueblo, y
es el pueblo quien debe decidir quién lo gobierna, cómo se administra el país y
cómo se resuelven los problemas internos. Cualquier intento de injerencia
externa debe ser visto como una amenaza a nuestra independencia y rechazado de
manera categórica. Defender la soberanía no significa aislarnos del mundo, sino
mantener relaciones internacionales desde una posición de respeto y equilibrio,
donde la voz de El Salvador no sea un eco de intereses ajenos, sino una voz
firme y clara que defiende su derecho a existir y decidir libremente.
REFLEXIÓN FINAL
En un mundo globalizado, la soberanía es un bien que se
erosiona fácilmente si no se defiende con firmeza. Hoy más que nunca, los
salvadoreños debemos comprender que la verdadera independencia no se celebra
solo cada 15 de septiembre, sino que se ejerce cada día en las decisiones que
tomamos como nación. Debemos dejar de lado la dependencia política y mental que
nos hace creer que sin la aprobación de potencias extranjeras no podemos
avanzar.
El Salvador es un
Estado soberano, y esa soberanía no se negocia. El pueblo es el dueño absoluto
de su destino, y mientras mantengamos esa convicción, ninguna potencia, por
grande que sea, podrá dictarnos cómo vivir, cómo gobernarnos o cómo soñar
nuestro futuro. Defender nuestra soberanía es defender nuestra identidad, nuestra
dignidad y nuestro derecho inalienable a ser libres.
SAN SALVADOR, 4 DE AGOSTO DE 2025
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