LA ORGÍA
ETERNA DE LA CORRUPCIÓN SALVADOREÑA"
POR: MSc.
JOSÉ ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN.
Dicen que
cada ser humano carga consigo una historia única, marcada por experiencias y
memorias que, con el tiempo, se convierten en lecciones o advertencias. En mi
caso, uno de esos episodios que jamás se borrarán de mi memoria ocurrió
alrededor del año 1987, cuando todavía trabajaba a nivel de bachillerato en un
colegio de la capital. Allí conocí a un joven militar, de rango desconocido,
pero de carácter honesto y trato sincero. Era de esas personas que, sin
proponérselo, te cuentan verdades que otros prefieren ocultar bajo capas de
silencio y miedo.
En más de
una ocasión, mientras compartíamos un café con pan, me narró vivencias que, más
que anécdotas, eran fragmentos de una verdad cruda sobre el país. Me habló de
la violencia sin escrúpulos del general Bustillo, de su forma sanguinaria de
actuar en supuestas “zonas guerrilleras”, decapitando sin juicio previo a
cualquier persona que encontrara, como si la vida humana fuera mero trofeo.
Pero sus relatos no se limitaron a la barbarie militar: también me abrió la
ventana hacia la podredumbre moral y ética de la oligarquía salvadoreña de los
años 80, aquella que vivía en mansiones de la Escalón, celebrando orgías
regadas con el dinero de los impuestos, mientras el pueblo se debatía entre el
hambre y el miedo.
Estas
historias no eran rumores de esquina: él había sido testigo directo, incluso
guardaespaldas de expresidentes como Fidel Sánchez Hernández. Me contó cómo en
una de esas fiestas, en las primeras horas de la madrugada, encontraron al
presidente vomitado, sucio y humillado en un baño, usando billetes de cien
colones como papel higiénico. Un acto tan simbólico como literal: los
gobernantes limpiándose con el sudor del pueblo.
CUERPO
DEL COMENTARIO
Este tipo
de episodios no son meras curiosidades históricas. Son la radiografía del alma
de un sistema político y económico que, durante décadas, se alimentó de la
sangre y el sudor de los salvadoreños. La oligarquía de entonces no solo era
insensible: era obscena, ostentosa y carente de todo sentido de responsabilidad
social. Eran gusanos enquistados en la estructura del Estado, pirañas que no se
saciaban con el botín fiscal, sino que lo convertían en banquetes de derroche y
vicio.
¿Cómo
podía un país salir del atraso económico, político y cultural si quienes lo
gobernaban trataban el erario público como una cuenta personal sin fondo? La
respuesta es obvia: no podía. La corrupción no solo se medía en millones
robados, sino en generaciones enteras condenadas a la pobreza, en comunidades
olvidadas, en la educación abandonada y en hospitales que parecían más morgues
que centros de salud.
La gota
que derramó el vaso no fue un hecho aislado, sino la suma de décadas de saqueo.
Los 30 años de gobiernos de ARENA y FMLN no fueron la excepción, sino la
confirmación de una tradición de latrocinio. Juntos, estos partidos saquearon
al país por al menos 80,000 millones de dólares, sin contar lo que
probablemente reposa hoy en paraísos fiscales, a buen resguardo de cualquier
auditoría. Lo más insultante es que lo hicieron con total impunidad, burlándose
del pueblo en su propia cara, disfrazando su pillaje con discursos de
democracia y libertad.
Ese
dinero no eran simples cifras en un balance: eran escuelas que no se
construyeron, hospitales que nunca se equiparon, carreteras que quedaron en
papel, empleos que nunca se crearon. Era el futuro que le robaron a millones de
salvadoreños. Y mientras tanto, ellos seguían repartiéndose el pastel,
blindándose con leyes, jueces y fiscales de bolsillo.
CONCLUSIÓN
Las
historias que me relató aquel joven militar no son anécdotas para alimentar el
morbo: son testimonios que desnudan la naturaleza criminal de quienes han
ostentado el poder. Desde los militares que impusieron el terror como método de
control hasta la élite política y económica que convirtió el Estado en su
hacienda privada, el patrón ha sido el mismo: el pueblo como víctima y ellos
como verdugos.
Los
80,000 millones de dólares robados por ARENA y FMLN no son solo un número de
escándalo: son una herida abierta en la memoria colectiva, un recordatorio de
que la corrupción no es un accidente, sino una estrategia de control. Lo que
ocurrió en los baños de una mansión de la Escalón es una metáfora perfecta de
lo que han hecho con la nación: ensuciarla, degradarla y después limpiarse con
su dignidad.
REFLEXIÓN
FINAL
El Salvador
ha vivido demasiado tiempo bajo el yugo de una clase política y económica que
ve al pueblo como recurso desechable. La corrupción no es solo robo: es un
crimen contra el futuro. Es condenar a generaciones enteras a vivir en la
miseria mientras una minoría vive en la abundancia más obscena.
Hoy, más
que nunca, necesitamos memoria. Necesitamos recordar esas historias, aunque
incomoden, porque en el olvido se siembra el terreno para que los mismos
parásitos regresen con nuevos disfraces. La dignidad de un país no se construye
con discursos bonitos, sino con justicia, transparencia y un pueblo dispuesto a
no tolerar que vuelvan a limpiarse con su trabajo y sus sueños.
Porque la
historia es clara: cada vez que olvidamos, ellos regresan. Y cada vez que
regresan, el pueblo paga la cuenta.
SAN
SALVADOR, 13 DE AGOSTO DE
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