domingo, 31 de agosto de 2025

 

 

LA MISERIA INTERIOR DEL SER HUMANO Y LA PARADOJA DE LA CULTURA

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Desde los albores de la humanidad, el ser humano ha buscado comprender su propia naturaleza. Preguntas como ¿qué somos?, ¿por qué nos dañamos mutuamente? o ¿por qué el mal parece acompañarnos a lo largo de la historia? atraviesan la filosofía, la religión, la sociología y la literatura. A pesar de los grandes avances culturales, técnicos y científicos, persiste un vacío existencial que se manifiesta en lo que podríamos llamar “la miseria interior del hombre”: odio, egoísmo, violencia, codicia y rencor.

Este contraste genera una paradoja inquietante: si la cultura es acumulación de saberes y expresión de la creatividad humana, ¿por qué no ha logrado transformar esa miseria en bondad? ¿Por qué la técnica nos lleva a la luna, pero seguimos asesinándonos en guerras fratricidas? ¿Por qué no entendemos que somos parte del cosmos, una especie más en el universo, y no sus dueños?

La filosofía ha intentado responder a estas cuestiones. Kant (1784/2004) afirmaba que el hombre es un ser que necesita educación para alcanzar la madurez moral. Freud (1930/2012) sostenía que la cultura es un mecanismo que intenta domesticar las pulsiones destructivas, aunque sin éxito total. Fromm (1955/2003) advertía que el hombre moderno, lejos de liberarse, ha creado nuevas formas de alienación.

En este ensayo reflexivo intentaré responder, desde un análisis filosófico y sociológico, a esas preguntas que no dejan en paz: ¿por qué el ser humano alberga tanta miseria en su interior y por qué esa miseria no es proporcional a lo que la cultura ha logrado crear?

I. LA DUALIDAD DEL SER HUMANO: ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA

La historia humana demuestra que somos seres de contradicción. Podemos levantar templos y obras de arte sublimes, pero también campos de concentración y máquinas de exterminio. Nietzsche (1887/2008) ya advertía que en el interior del hombre coexisten fuerzas de creación y destrucción, un pathos vital que puede conducir tanto a la grandeza como a la decadencia.

Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, afirmaba que el hombre tiene una inclinación natural hacia la virtud, pero requiere hábito y educación para alcanzarla (Aristóteles, 2007). Sin esa formación moral, el hombre cae fácilmente en la miseria de sus pasiones.

La cultura refleja esta dualidad. Si bien ha producido ciencia, filosofía, arte y espiritualidad, también ha legitimado la esclavitud, el colonialismo, la discriminación y la opresión de unos sobre otros.

Por ello, la cultura no puede entenderse únicamente como un camino de progreso lineal; muchas veces es un espejo de nuestras miserias colectivas.

II. LA DESPROPORCIÓN ENTRE CULTURA Y MISERIA

El siglo XX ofrece ejemplos contundentes: mientras se desarrollaban avances como la penicilina, la aviación o la teoría de la relatividad, también se perpetraban guerras mundiales y genocidios. Freud (1930/2012) lo explicó en El malestar en la cultura: la civilización intenta controlar las pulsiones destructivas, pero estas resurgen en formas de violencia y represión.

La modernidad no ha resuelto este dilema. Byung-Chul Han (2012) sostiene que en la sociedad actual la violencia no desaparece, sino que se interioriza y se transforma en autoexplotación, depresión y ansiedad. La cultura digital, lejos de liberarnos, puede reforzar nuevas formas de miseria interior.

La paradoja es clara: mientras más avanzamos en lo técnico, más rezagados quedamos en lo ético. Como advierte Bauman (2003), la modernidad líquida ha debilitado los vínculos sociales y la responsabilidad hacia el otro, potenciando el individualismo y la indiferencia.

III. EL OLVIDO DE NUESTRA CONDICIÓN CÓSMICA

Otra de las preguntas esenciales es: ¿por qué no entendemos que todas las especies, incluido el ser humano, somos comparsas en este universo? La tradición antropocéntrica nos ha hecho creer que somos dueños del mundo, cuando en realidad somos apenas una especie más.

Heidegger (1927/2015) recordaba que el hombre es un “ser-en-el-mundo”, no un ente aislado ni separado de la totalidad. Sin embargo, la arrogancia humana ha llevado a la explotación de la naturaleza y a la crisis ambiental actual.

El Papa Francisco (2015), en Laudato Si’, advierte que la degradación ecológica es un reflejo de nuestra miseria interior: al perder el sentido de pertenencia al cosmos, destruimos la casa común. Reconocer que somos comparsas en el universo implica humildad y conciencia de interdependencia.

IV. EL DAÑO ENTRE SEMEJANTES

Quizá lo más doloroso es constatar que el hombre no solo destruye la naturaleza, sino también a sus semejantes. La historia de la humanidad está marcada por guerras, esclavitud, racismo, violencia de género y exclusión.

Kant (1785/2007) en su Fundamentación de la metafísica de las costumbres planteaba que el ser humano debe ser tratado siempre como fin y nunca como medio. Sin embargo, en la práctica, la miseria interior convierte al otro en objeto: objeto de explotación, de manipulación o de desprecio.

Fromm (1955/2003) sostiene que la raíz del daño mutuo está en la incapacidad de amar genuinamente, en la tendencia a sustituir la autenticidad por posesión y control. Mientras el ser humano no reconozca al otro como parte de sí, continuará alimentando la violencia y el sufrimiento.

V. LA TAREA PENDIENTE: UNA REVOLUCIÓN DE LA CONCIENCIA

El gran desafío no es tecnológico, sino ético y espiritual. Necesitamos una transformación de la conciencia que nos permita vencer la miseria interior. Como diría Paulo Freire (1970/2005), la educación debe ser una práctica de la libertad, no del adoctrinamiento ni la opresión.

Ello implica formar en valores, empatía, solidaridad y respeto. Implica recordar, como decía Emmanuel Levinas (1961/2006), que el rostro del otro nos interpela éticamente y nos exige responsabilidad. La verdadera cultura no es la acumulación de saberes, sino la capacidad de convivir en justicia y fraternidad.

CONCLUSIÓN

El ser humano es una paradoja viviente: creador de belleza y destructor de vida. La cultura ha sido testigo de ambos caminos, pero no ha logrado superar la miseria interior. Esa miseria persiste porque el progreso técnico no se traduce automáticamente en madurez moral.

La salida no está en más armas, más dinero o más consumo, sino en una revolución interior: comprender que somos parte del cosmos, reconocer al otro como semejante y asumir la responsabilidad ética de la existencia. Solo así podremos reconciliarnos con la vida y con nosotros mismos.

RESUMEN FINAL

La reflexión gira en torno a las preguntas fundamentales sobre la miseria humana. La conclusión es clara: la cultura no ha sido proporcional en transformar la interioridad, porque el progreso no ha ido acompañado de crecimiento ético. La tarea pendiente es construir una cultura de la conciencia que nos permita superar el egoísmo, vivir en solidaridad y reconocernos como parte del universo.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1.              Aristóteles. (2007). Ética a Nicómaco. Alianza Editorial.

2.       Bauman, Z. (2003). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.

3.       Freud, S. (2012). El malestar en la cultura (J. Etcheverry, trad.). Amorrortu. (Obra original publicada en 1930).

4.       Fromm, E. (2003). El miedo a la libertad. Paidós. (Obra original publicada en 1941).

5.       Fromm, E. (2003). La sociedad sana. Paidós. (Obra original publicada en 1955).

6.       Han, B.-C. (2012). La sociedad del cansancio. Herder.

7.       Heidegger, M. (2015). Ser y tiempo. Trotta. (Obra original publicada en 1927).

8.       Kant, I. (2004). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1784).

9.       Kant, I. (2007). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1785).

10.    Levinas, E. (2006). Totalidad e infinito. Sígueme. (Obra original publicada en 1961).

11.    Nietzsche, F. (2008). La genealogía de la moral. Alianza Editorial. (Obra original publicada en 1887).

 

 

                      

 

                                             SAN SALVADOR, 29 DE AGOSTO DE 2025

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