ENSAYO: INTELIGENCIA SIN
ÉTICA: EL VACÍO MORAL DEL PROGRESO CONTEMPORÁNEO
POR:
MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Los
seres humanos solemos enorgullecernos de proclamarnos como la especie más
inteligente del planeta. Este reconocimiento no surge de la nada: nuestra
capacidad para reflexionar, crear herramientas, transformar el entorno y
generar conocimiento ha permitido que avancemos más allá de lo que cualquier
otra especie ha logrado.
Nos
ufanamos de haber conquistado el espacio exterior, de haber llegado a la Luna,
de explorar Marte y de crear tecnologías que superan con creces lo que hace
apenas un siglo parecía un sueño.
La
inteligencia artificial, la ingeniería genética, la biotecnología, las
telecomunicaciones globales y la revolución digital son pruebas tangibles de
esa superioridad técnica.
Sin
embargo, este orgullo convive con una realidad profundamente contradictoria.
Mientras unos pocos disfrutan de los beneficios del progreso, miles de millones
de personas en todo el mundo carecen de acceso a lo más básico: alimentación
diaria, educación de calidad, servicios de salud dignos y oportunidades
culturales. Esta paradoja revela que la inteligencia humana, más que un
instrumento para la justicia, ha sido utilizada muchas veces como medio de
acumulación de poder, riqueza y dominio. Morin (2000) sostiene que la
inteligencia fragmentada, aquella que divide y desconecta lo humano de lo
ético, termina generando resultados tan destructivos como la ignorancia.
El
presente ensayo tiene como propósito reflexionar críticamente sobre esta
contradicción entre inteligencia y miseria. Primero, se abordará la paradoja
del desarrollo científico frente a la persistencia de la pobreza extrema.
Luego, se analizará cómo el poder político mundial reproduce desigualdades
estructurales en lugar de resolverlas.
En un tercer momento, se reflexionará sobre la
relación del ser humano con las demás especies y el planeta, marcada por el
antropocentrismo y la explotación. Posteriormente, se discutirá la
insuficiencia de una inteligencia sin ética ni amor, que termina siendo un arma
peligrosa. Finalmente, se propondrá una perspectiva que conciba la inteligencia
como compromiso solidario, capaz de transformar la realidad para beneficio
colectivo.
1.
INTELIGENCIA TECNOLÓGICA Y MISERIA SOCIAL
La
humanidad vive una era en la que el desarrollo tecnológico parece ilimitado. La
exploración del espacio exterior, la creación de supercomputadoras, el
desarrollo de la inteligencia artificial y la biotecnología son logros
impresionantes. Hemos alcanzado hitos como el mapeo completo del genoma humano
y la capacidad de modificarlo, abrimos puertas hacia la medicina personalizada,
y exploramos sistemas que nos permitirán colonizar otros planetas.
No
obstante, estas conquistas conviven con una realidad que debería avergonzarnos:
millones de personas mueren cada año por hambre, enfermedades prevenibles o
falta de acceso a servicios básicos. Según la ONU (2023), alrededor de 828
millones de personas se acuestan con hambre cada noche, mientras que en las
sociedades desarrolladas se desperdician millones de toneladas de alimentos
anualmente. Esta brecha entre el avance tecnológico y la incapacidad de
resolver necesidades básicas revela una falla moral en la aplicación del
conocimiento humano.
Bauman
(2005) señala que vivimos en una modernidad líquida en la que el progreso no
garantiza bienestar colectivo, sino que profundiza la exclusión social.
El
acceso a los beneficios del desarrollo se concentra en minorías privilegiadas,
mientras vastas mayorías continúan viviendo en condiciones precarias. ¿Podemos
seguir llamando “inteligente” a una especie que, pese a sus logros científicos,
permite que millones vivan en la miseria?
2.
EL PODER POLÍTICO Y LA INDIFERENCIA ANTE LA MISERIA
El
sistema político mundial debería ser el espacio de resolución de conflictos y
distribución equitativa de los recursos, pero en la práctica, ha sido un
instrumento de perpetuación de desigualdades. Chomsky (2017) advierte que las
élites económicas y militares dominan las decisiones globales, priorizando
intereses corporativos antes que el bienestar humano.
Los
discursos oficiales hablan de derechos humanos y cooperación internacional,
pero las acciones concretas demuestran una lógica de poder que privilegia la
competencia, la explotación y la guerra.
Oxfam
(2024) revela que el 1 % más rico del planeta acumula más riqueza que el resto
de la población mundial. Esta concentración de recursos es resultado de
políticas diseñadas para favorecer a unos pocos, mientras la mayoría queda
atrapada en un círculo de pobreza. Lejos de buscar alternativas solidarias, los
grandes organismos internacionales parecen incapaces de implementar estrategias
estructurales que reduzcan esta desigualdad.
La
indiferencia política hacia la miseria se expresa en el abandono de comunidades
enteras, en la falta de acceso a salud pública y educación digna, y en la
justificación de guerras que destruyen países completos. Freire (1970) ya lo
denunciaba al afirmar que la deshumanización no es un destino inevitable, sino
una construcción histórica que puede y debe ser transformada.
3.
EL SER HUMANO FRENTE A LAS OTRAS ESPECIES
Uno
de los aspectos más problemáticos de la autoproclamada superioridad humana es
la relación que establecemos con las demás especies. Durante siglos hemos
concebido a los animales y a la naturaleza como meros recursos disponibles para
nuestra explotación. Esta visión antropocéntrica ha tenido consecuencias
devastadoras: deforestación masiva, contaminación de océanos, pérdida de
biodiversidad y crisis climática global.
De
Waal (2016) muestra que diversas especies animales, como los delfines,
elefantes y simios, poseen formas de comunicación complejas, sentido de
cooperación e incluso rituales de duelo. Reconocer estas capacidades no implica
negar la singularidad humana, sino aceptar que la inteligencia no es exclusiva
de nuestra especie. Nuestra
arrogancia nos ha llevado a creernos amos del planeta, cuando en realidad
dependemos de ecosistemas frágiles que estamos destruyendo.
El
Papa Francisco (2015), en Laudato Si’, advierte que la degradación ambiental y
la injusticia social están interconectadas. El modelo de desarrollo basado en
el consumo y la explotación indiscriminada es insostenible y refleja una
inteligencia incapaz de reconocer los límites de la vida. Si realmente fuéramos
tan inteligentes, no estaríamos comprometiendo el futuro de nuestra propia
especie.
4.
LA INTELIGENCIA SIN AMOR NI ÉTICA: UN VACÍO PELIGROSO
La
inteligencia humana, cuando se separa de la ética y del amor, se convierte en
un vacío peligroso. Heidegger (1954) ya advertía que la técnica moderna amenaza
con reducir al hombre y a la naturaleza a meros recursos manipulables. Esto se
evidencia en la creación de armas nucleares, en la explotación laboral basada
en algoritmos y en el uso de la ciencia para aumentar las brechas de poder en
lugar de reducirlas.
Fromm (1976) proponía que el gran reto de la
humanidad es pasar de una sociedad basada en el tener a una basada en el ser. Es decir,
una civilización que no mida su éxito por el nivel de consumo, sino por la
capacidad de sus miembros de desarrollarse plenamente en libertad, dignidad y
amor. La inteligencia sin ética puede producir máquinas que aprenden, pero será
incapaz de producir sociedades más justas.
La
falta de ética en el uso de la ciencia es lo que nos mantiene atrapados en
contradicciones: invertimos en armas de destrucción masiva mientras millones
carecen de hospitales; gastamos en tecnologías de vigilancia mientras
descuidamos la salud mental de poblaciones enteras. La inteligencia sin amor no
es más que una sofisticación de la barbarie.
5.
REPENSAR LA INTELIGENCIA DESDE LA SOLIDARIDAD
Ante
estas contradicciones, urge replantear la idea de inteligencia. Morin (2001)
propone una “inteligencia de la complejidad” que integre ciencia, ética y
espiritualidad.
No basta con acumular datos o producir avances
tecnológicos; la verdadera inteligencia consiste en orientarlos al bien común,
en usar el conocimiento para reducir desigualdades, proteger la naturaleza y
cultivar la fraternidad.
La
solidaridad debe convertirse en criterio rector de la inteligencia. El
conocimiento solo tiene sentido cuando mejora la vida de todos, no cuando
profundiza la exclusión. Es necesario un cambio civilizatorio que ponga en el
centro la dignidad humana, reconozca el valor de otras especies y respete los
límites del planeta.
El
gran reto del siglo XXI es pasar de la arrogancia tecnológica a la sabiduría
solidaria. Solo así podremos transformar la inteligencia en una fuerza
liberadora y no en un instrumento de dominación.
CONCLUSIÓN
La humanidad se enorgullece de su inteligencia, pero la verdadera prueba de esta no está en haber llegado a la Luna o en haber creado la inteligencia artificial, sino en nuestra capacidad de erradicar la miseria, compartir el conocimiento y convivir respetuosamente con la naturaleza. Nuestros logros científicos no tendrán valor real si no se traducen en justicia social, amor y fraternidad.
La
inteligencia que no se humaniza se convierte en amenaza. El reto del presente
es superar la paradoja y demostrar que somos capaces de transformar la
inteligencia en sabiduría para la vida.
REFLEXIÓN
FINAL
El
orgullo humano por sus logros científicos debe equilibrarse con la humildad de
reconocer nuestras fallas éticas y sociales. Mientras millones carezcan de lo
básico, no podremos llamarnos una especie verdaderamente inteligente. La
inteligencia debe ser evaluada no solo por lo que somos capaces de construir,
sino por lo que estamos dispuestos a compartir.
La
pregunta esencial no es si somos los más inteligentes del planeta, sino si
somos lo suficientemente sabios para usar nuestra inteligencia en favor del
amor, la justicia y la solidaridad. En ese punto se juega la verdadera grandeza
humana.
REFERENCIAS
BIBLIOGRAFICAS.
1.
Bauman, Z. (2005). Modernidad
líquida. Fondo de Cultura Económica.
2.
Chomsky, N. (2017). ¿Quién domina
el mundo? Ediciones B.
3.
De Waal, F. (2016). Are we
smart enough to know how smart animals are? W.W.
Norton & Company.
4.
Francisco, Papa. (2015). Laudato
Si’. Ciudad del Vaticano.
5.
Freire, P. (1970). Pedagogía del
oprimido. Siglo XXI Editores.
6.
Fromm, E. (1976). Tener o ser.
Fondo de Cultura Económica.
7.
Heidegger, M. (1954). La pregunta
por la técnica. Editorial Nacional.
8.
Morin, E. (2000). Los siete
saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.
9.
Morin, E. (2001). La cabeza bien
puesta. Nueva Visión.
10.
Organización de las Naciones Unidas.
(2023). Informe sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible. ONU.
11.
Oxfam. (2024). Informe de
desigualdad global 2024. Oxfam Internacional.
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