LA
DECADENCIA MORAL DETRÁS DEL TÍTULO UNIVERSITARIO
POR: MSc.
JOSÉ ISRAL VENTURA
INTRODUCCIÓN
Cuando
uno ingresa a la universidad, lo hace con un cúmulo de ilusiones y
expectativas. Se llega con la convicción de que ese espacio será un faro de conocimiento,
un laboratorio de ideas libres, un lugar donde se respira verdad, ética y
pensamiento crítico. Se cree que ahí se aprenderá a razonar con rigor, a
dialogar con respeto y a buscar soluciones desde el conocimiento científico
para aportar al bienestar de la sociedad. Sin embargo, la realidad que muchos
encuentran dista mucho de ese ideal. Lo que debería ser un templo de saber se
convierte, demasiadas veces, en un espacio de adoctrinamiento, mediocridad
intelectual y corrupción ética.
En lugar
de fomentar la libertad de pensamiento, se levantan muros ideológicos. En vez
de cultivar valores universales como la honestidad, el respeto o la
responsabilidad, se normalizan el cinismo y el relativismo moral. La
universidad, en teoría, es un terreno donde germina la conciencia crítica; pero
en la práctica, con frecuencia, se transforma en un campo donde germina la
intolerancia disfrazada de academia. Y lo más alarmante es que de esos
claustros salen profesionales que, lejos de construir, erosionan el tejido
social.
EL
DESENCANTO DEL ESTUDIANTE
Muchos
jóvenes entran con sed de conocimiento, pero con el tiempo descubren que gran
parte de lo valioso que aprenden no proviene de las aulas, sino de su propio
esfuerzo independiente. El aula, que debería ser un espacio para debatir y
cuestionar, se convierte en una trinchera ideológica donde la voz del
estudiante vale solo si repite el guion que el docente aprueba.
La
diversidad de pensamiento, que debería ser un pilar académico, es reprimida
bajo el pretexto de “mantener el rigor” o “seguir el programa”. Quien se atreve
a cuestionar una postura oficial o a plantear un enfoque distinto, muchas veces
es etiquetado como problemático, incómodo o no bienvenido. Este clima de
control intelectual produce graduados con títulos, pero sin la capacidad de
pensar por sí mismos.
La
decepción es profunda: se ingresa buscando aprender a razonar y se termina
memorizando lo que “hay que decir” para aprobar. Esto no solo traiciona al
estudiante, sino a toda la sociedad, porque el conocimiento sin pensamiento
crítico es solo una colección de datos inertes.
EL
DETERIORO DE LA ÉTICA ACADÉMICA
Uno de
los pilares que debería sostener a cualquier institución de educación superior
es la ética. Sin embargo, los testimonios y experiencias demuestran que incluso
ese cimiento se está resquebrajando. Es inaceptable que un docente de
jurisprudencia —formador de futuros abogados, jueces y fiscales— afirme que “la
ética es una palabra hueca” o que “la ley y las mujeres se hicieron para
violarse”. Estas expresiones no son simples opiniones personales: son mensajes
corrosivos que, sembrados en mentes jóvenes, germinan en profesionales sin
principios, listos para manipular la ley y normalizar la violencia y la
injusticia.
Cuando un
profesor, con su autoridad y prestigio académico, transmite cinismo en lugar de
integridad, la universidad deja de ser un lugar de formación para convertirse
en un espacio de deformación. La ética no es un adorno filosófico; es la base
para que el conocimiento sirva al bien común y no a intereses oscuros. Un
profesional brillante pero corrupto es más peligroso que un ignorante, porque
su inteligencia se convierte en herramienta para el abuso.
LA
UNIVERSIDAD COMO ESPEJO DE LA SOCIEDAD
Lo que
sucede dentro de las universidades no es ajeno a la realidad nacional. Un país
que se queja de la corrupción, la injusticia y el abuso de poder no puede
cerrar los ojos ante el hecho de que sus universidades —donde se forman las
élites profesionales— están incubando, en muchos casos, las mismas deformaciones
que luego se critican.
Si las
aulas permiten que prospere el adoctrinamiento, la intolerancia y el desprecio
por la ética, no es de extrañar que en los tribunales, hospitales, medios de
comunicación y ministerios encontremos individuos que repiten esos patrones. La
universidad no solo transmite conocimiento: moldea mentalidades. Y si la
mentalidad que se forma es la del oportunismo y la indiferencia moral, el
resultado es una sociedad atrapada en un ciclo de retroceso.
CONCLUSIÓN
La
universidad debería ser el motor del cambio social, no su freno. Debería formar
líderes honestos, críticos y creativos, no simples repetidores de consignas. La
decepción que sienten muchos estudiantes y docentes comprometidos no es un
capricho: es el reflejo de una falla estructural. El conocimiento sin ética es
como un arma sin seguro: tarde o temprano, causará daño.
Es
urgente que las universidades recuperen su compromiso con la verdad, la
libertad de pensamiento y la formación integral. Un título universitario no puede
ser solo un papel; debe ser un compromiso con la sociedad, un juramento tácito
de servir con integridad.
REFLEXIÓN
FINAL
La
educación superior no puede seguir siendo un escaparate de egos académicos ni
un campo de batalla ideológica donde se premia la obediencia y se castiga la
autonomía intelectual. Si la universidad renuncia a su deber de enseñar a
pensar y a actuar con ética, está traicionando a cada estudiante que cruza sus
puertas con la esperanza de cambiar el mundo.
Un
verdadero docente no forma solo profesionales: forma ciudadanos conscientes,
personas capaces de discernir entre lo justo y lo injusto, entre lo verdadero y
lo falso. La universidad que no entienda esto estará condenada a ser una
fábrica de títulos vacíos y, peor aún, de profesionales que contribuyan al
deterioro social.
La
pregunta que queda en el aire es dura y necesaria: ¿queremos universidades que
fabriquen cómplices del sistema corrupto o forjadores de un futuro digno? La
respuesta, aunque incómoda, definirá el rumbo de toda una nación.
Si
quieres, puedo también preparar una versión más combativa y directa, con frases
más cortas y tono más incendiario para que impacte aún más en redes o en un
discurso público.
SAN
SALVADOR, 13 DE AGOSTO DE 2025
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