sábado, 30 de agosto de 2025

 

“FORMAR AL CIUDADANO ANTES QUE AL PROFESIONAL: LA DEUDA PENDIENTE DE LA UNIVERSIDAD.

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Desde la Revolución Industrial hasta nuestros días, las universidades han sido los grandes motores de la modernidad. Se han dedicado a producir técnicos y profesionales capaces de transformar la naturaleza, diseñar máquinas de precisión, descifrar la complejidad del átomo o enviar seres humanos al espacio.

Sin embargo, en este proceso de deslumbrantes avances, se ha descuidado algo fundamental: formar primero ciudadanos con conciencia ética, moral elevada y sentido de responsabilidad social.

La pregunta central que guía esta reflexión es: ¿De qué sirve dominar el conocimiento técnico si se ignora la dignidad humana? La tesis de este ensayo sostiene que las universidades no deben limitarse a la instrucción técnica o profesional, sino que tienen como misión superior la formación de seres humanos íntegros, capaces de poner la ciencia al servicio de la vida, la libertad y la justicia.

Como advertía Kant (2003), “la educación es el problema más grande y difícil que puede ser propuesto al hombre”, pues no se trata únicamente de transmitir conocimientos, sino de cultivar la humanidad en el ser humano. Bajo esta premisa, analizaremos cómo el énfasis en la técnica sin ética ha marcado la historia, cuáles han sido sus riesgos y cómo debería replantearse el papel de la universidad en el siglo XXI.

1. LA UNIVERSIDAD EN LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: CIENCIA SIN CONCIENCIA

El impacto de la Revolución Industrial en la educación superior fue profundo: las universidades se reorientaron hacia la investigación aplicada y la producción de conocimientos útiles para la industria. Ingenieros, químicos, físicos y médicos comenzaron a egresar en gran número para responder a las demandas del capitalismo emergente.

Este cambio permitió avances extraordinarios: la invención de la máquina de vapor, el desarrollo de la química moderna, la electricidad y, posteriormente, la energía nuclear. Sin embargo, también trajo consigo un peligro latente: el riesgo de una ciencia sin conciencia.

Como señala Edgar Morin (2001), el conocimiento fragmentado y especializado puede perder de vista la totalidad, y en lugar de humanizar, deshumaniza. La universidad comenzó a formar especialistas brillantes en lo técnico, pero con un déficit de formación moral y social.

2. FORMACIÓN TÉCNICA VS. FORMACIÓN ÉTICA: UNA FALSA DICOTOMÍA

En la actualidad, se insiste en que la educación superior debe garantizar “empleabilidad” y “competitividad global”. Bajo esa lógica, la formación ética suele ser vista como un complemento secundario o un “relleno curricular”. No obstante, esta separación es una falsa dicotomía: la técnica sin ética no asegura progreso, sino riesgo.

Durkheim (1975) lo expresó con claridad: la educación es la acción que ejercen las generaciones adultas sobre las jóvenes para incorporarlas en la vida social. Si este proceso se reduce a instrucción técnica, entonces se prepara a los jóvenes solo para integrarse en el mercado laboral, pero no para ejercer la ciudadanía, defender la justicia ni construir comunidad.

Hoy abundan ejemplos de profesionales altamente competentes desde el punto de vista técnico, pero indiferentes o incluso cómplices de la corrupción, la desigualdad y la destrucción ambiental. El déficit no está en su inteligencia, sino en su conciencia.

3. EXPERIENCIAS HISTÓRICAS: EL PELIGRO DE LA TÉCNICA SIN MORAL

La historia del siglo XX ofrece lecciones dramáticas sobre los peligros de formar científicos sin ética. Durante la Segunda Guerra Mundial, físicos y matemáticos participaron activamente en la creación de armas de destrucción masiva. El Proyecto Manhattan, que culminó con las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, fue una muestra de cómo la genialidad científica puede convertirse en tragedia humana cuando carece de freno moral.

Albert Einstein, horrorizado por las consecuencias de la ciencia utilizada sin conciencia, llegó a afirmar: “La ciencia sin religión está coja; la religión sin ciencia está ciega” (Einstein, 2005, p. 42). La frase sintetiza el dilema: el conocimiento técnico debe ir acompañado de una brújula ética.

Estas experiencias históricas deberían servir de advertencia permanente para las universidades contemporáneas. Sin valores, la técnica puede deshumanizar más que liberar.

 

 

4. EL VACÍO HUMANISTA EN LA UNIVERSIDAD CONTEMPORÁNEA

Las universidades modernas se han obsesionado con los rankings, la productividad académica, las patentes y los convenios con empresas. En ese proceso, han relegado a un segundo plano las humanidades, la filosofía, la ética y las ciencias sociales.

Como advierte Nussbaum (2010), estamos ante un preocupante declive de las humanidades, pues se las considera inútiles en comparación con las disciplinas técnicas. Sin embargo, son precisamente esas materias las que dotan al ser humano de sentido crítico, sensibilidad moral y comprensión de la dignidad humana.

Reducir al estudiante a un mero “recurso humano” o “capital intelectual” es cosificarlo y olvidar que, antes de ser técnico, es ciudadano y persona. La universidad que margina el humanismo se convierte en fábrica de especialistas funcionales, pero no de sujetos libres.

5. HACIA UNA UNIVERSIDAD CON CONCIENCIA SOCIAL

El reto del siglo XXI es construir universidades capaces de articular la técnica con la ética. No se trata de negar el valor de la ciencia aplicada, sino de orientarla al servicio de la vida y del bien común.

Paulo Freire (1970) defendía que la educación debía ser una práctica de la libertad, y no de la opresión. La universidad que sigue este principio no se limita a entrenar especialistas, sino que forma ciudadanos críticos capaces de cuestionar el sistema y transformarlo.

Un médico que ve en el paciente no solo un cuerpo enfermo, sino una persona con dignidad; un ingeniero que diseña infraestructuras sostenibles pensando en las generaciones futuras; un economista que prioriza la equidad y no solo el lucro: estos son los perfiles que el mundo necesita.

La universidad, por tanto, debe recuperar su misión humanista: ser semillero de ciudadanos conscientes y no solo de profesionales rentables.

CONCLUSIÓN

Las universidades no pueden seguir formando únicamente técnicos brillantes sin alma. La técnica es valiosa, pero insuficiente si no está guiada por valores. La ética no puede seguir siendo un apéndice opcional; debe ser el fundamento de toda formación universitaria.

La universidad del futuro debe formar profesionales integrales, donde la inteligencia técnica se acompañe de conciencia moral y compromiso social. Solo así, el conocimiento científico será verdaderamente un instrumento de libertad y no de opresión.

REFLEXIÓN FINAL

La verdadera grandeza de una universidad no se mide por la cantidad de laboratorios, títulos o patentes, sino por la calidad humana de los ciudadanos que egresan de sus aulas. La educación debe conducirnos hacia el conocimiento de nuestra dignidad, y esa dignidad solo florece cuando se vive en comunidad, en respeto y en justicia.

Parafraseando a Victor Hugo: “Abrir una escuela es cerrar una prisión”. Hoy podemos afirmar que abrir una universidad con ética es abrir el futuro de la humanidad.

REFERENCIAS

1.              Durkheim, E. (1975). Educación y sociología. Buenos Aires: Schapire.

2.       Einstein, A. (2005). Mis ideas y opiniones. Barcelona: Ediciones Paidós.

3.       Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. México: siglo XXI.

4.       Kant, I. (2003). Sobre pedagogía. Madrid: Akal. (Original publicado en 1803).

5.       Morin, E. (2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París: UNESCO.

6.       Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro: por qué la democracia necesita de las humanidades. Madrid: Katz.

 

 

 

SAN SALVADOR, 22 DE AGOSTO DE 2025

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