“FORMAR AL CIUDADANO ANTES QUE AL PROFESIONAL: LA DEUDA PENDIENTE DE LA UNIVERSIDAD.
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Desde la Revolución Industrial hasta nuestros días, las
universidades han sido los grandes motores de la modernidad. Se han dedicado a
producir técnicos y profesionales capaces de transformar la naturaleza, diseñar
máquinas de precisión, descifrar la complejidad del átomo o enviar seres
humanos al espacio.
Sin embargo, en este proceso de deslumbrantes avances, se
ha descuidado algo fundamental: formar primero ciudadanos con conciencia ética,
moral elevada y sentido de responsabilidad social.
La pregunta central que guía esta reflexión es: ¿De qué
sirve dominar el conocimiento técnico si se ignora la dignidad humana? La tesis
de este ensayo sostiene que las universidades no deben limitarse a la
instrucción técnica o profesional, sino que tienen como misión superior la
formación de seres humanos íntegros, capaces de poner la ciencia al servicio de
la vida, la libertad y la justicia.
Como advertía Kant (2003), “la educación es el problema
más grande y difícil que puede ser propuesto al hombre”, pues no se trata
únicamente de transmitir conocimientos, sino de cultivar la humanidad en el ser
humano. Bajo esta premisa, analizaremos cómo el énfasis en la técnica sin ética
ha marcado la historia, cuáles han sido sus riesgos y cómo debería replantearse
el papel de la universidad en el siglo XXI.
1. LA UNIVERSIDAD EN LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: CIENCIA
SIN CONCIENCIA
El impacto de la Revolución Industrial en la educación
superior fue profundo: las universidades se reorientaron hacia la investigación
aplicada y la producción de conocimientos útiles para la industria. Ingenieros,
químicos, físicos y médicos comenzaron a egresar en gran número para responder
a las demandas del capitalismo emergente.
Este cambio permitió avances extraordinarios: la
invención de la máquina de vapor, el desarrollo de la química moderna, la
electricidad y, posteriormente, la energía nuclear. Sin embargo, también trajo
consigo un peligro latente: el riesgo de una ciencia sin conciencia.
Como señala Edgar Morin (2001), el conocimiento
fragmentado y especializado puede perder de vista la totalidad, y en lugar de
humanizar, deshumaniza. La universidad comenzó a formar especialistas
brillantes en lo técnico, pero con un déficit de formación moral y social.
2. FORMACIÓN TÉCNICA VS. FORMACIÓN ÉTICA: UNA FALSA
DICOTOMÍA
En la actualidad, se insiste en que la educación superior
debe garantizar “empleabilidad” y “competitividad global”. Bajo esa lógica, la
formación ética suele ser vista como un complemento secundario o un “relleno
curricular”. No obstante, esta separación es una falsa dicotomía: la técnica
sin ética no asegura progreso, sino riesgo.
Durkheim (1975) lo expresó con claridad: la educación es
la acción que ejercen las generaciones adultas sobre las jóvenes para
incorporarlas en la vida social. Si este proceso se reduce a instrucción
técnica, entonces se prepara a los jóvenes solo para integrarse en el mercado
laboral, pero no para ejercer la ciudadanía, defender la justicia ni construir
comunidad.
Hoy abundan ejemplos de profesionales altamente competentes
desde el punto de vista técnico, pero indiferentes o incluso cómplices de la
corrupción, la desigualdad y la destrucción ambiental. El déficit no está en su
inteligencia, sino en su conciencia.
3. EXPERIENCIAS HISTÓRICAS: EL PELIGRO DE LA TÉCNICA SIN
MORAL
La historia del siglo XX ofrece lecciones dramáticas
sobre los peligros de formar científicos sin ética. Durante la Segunda Guerra
Mundial, físicos y matemáticos participaron activamente en la creación de armas
de destrucción masiva. El Proyecto Manhattan, que culminó con las bombas
atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, fue una muestra de cómo la
genialidad científica puede convertirse en tragedia humana cuando carece de
freno moral.
Albert Einstein, horrorizado por las consecuencias de la
ciencia utilizada sin conciencia, llegó a afirmar: “La ciencia sin religión
está coja; la religión sin ciencia está ciega” (Einstein, 2005, p. 42). La
frase sintetiza el dilema: el conocimiento técnico debe ir acompañado de una
brújula ética.
Estas experiencias históricas deberían servir de
advertencia permanente para las universidades contemporáneas. Sin valores, la
técnica puede deshumanizar más que liberar.
4. EL VACÍO HUMANISTA EN LA UNIVERSIDAD CONTEMPORÁNEA
Las universidades modernas se han obsesionado con los
rankings, la productividad académica, las patentes y los convenios con
empresas. En ese proceso, han relegado a un segundo plano las humanidades, la
filosofía, la ética y las ciencias sociales.
Como advierte Nussbaum (2010), estamos ante un
preocupante declive de las humanidades, pues se las considera inútiles en
comparación con las disciplinas técnicas. Sin embargo, son precisamente esas materias las que dotan
al ser humano de sentido crítico, sensibilidad moral y comprensión de la dignidad
humana.
Reducir al estudiante a un mero “recurso humano” o
“capital intelectual” es cosificarlo y olvidar que, antes de ser técnico, es
ciudadano y persona. La universidad que margina el humanismo se convierte en
fábrica de especialistas funcionales, pero no de sujetos libres.
5. HACIA UNA UNIVERSIDAD CON CONCIENCIA SOCIAL
El reto del siglo XXI es construir universidades capaces
de articular la técnica con la ética. No se trata de negar el valor de la
ciencia aplicada, sino de orientarla al servicio de la vida y del bien común.
Paulo Freire (1970) defendía que la educación debía ser
una práctica de la libertad, y no de la opresión. La universidad que sigue este
principio no se limita a entrenar especialistas, sino que forma ciudadanos
críticos capaces de cuestionar el sistema y transformarlo.
Un médico que ve en el paciente no solo un cuerpo
enfermo, sino una persona con dignidad; un ingeniero que diseña
infraestructuras sostenibles pensando en las generaciones futuras; un
economista que prioriza la equidad y no solo el lucro: estos son los perfiles
que el mundo necesita.
La universidad, por tanto, debe recuperar su misión
humanista: ser semillero de ciudadanos conscientes y no solo de profesionales
rentables.
CONCLUSIÓN
Las universidades no pueden seguir formando únicamente
técnicos brillantes sin alma. La técnica es valiosa, pero insuficiente si no
está guiada por valores. La ética no puede seguir siendo un apéndice opcional;
debe ser el fundamento de toda formación universitaria.
La universidad del futuro debe formar profesionales
integrales, donde la inteligencia técnica se acompañe de conciencia moral y
compromiso social. Solo así, el conocimiento científico será verdaderamente un
instrumento de libertad y no de opresión.
REFLEXIÓN FINAL
La verdadera grandeza de una universidad no se mide por
la cantidad de laboratorios, títulos o patentes, sino por la calidad humana de
los ciudadanos que egresan de sus aulas. La educación debe conducirnos hacia el
conocimiento de nuestra dignidad, y esa dignidad solo florece cuando se vive en
comunidad, en respeto y en justicia.
Parafraseando a Victor Hugo: “Abrir una escuela es cerrar
una prisión”. Hoy podemos afirmar que abrir una universidad con ética es abrir
el futuro de la humanidad.
REFERENCIAS
1. Durkheim, E.
(1975). Educación y sociología. Buenos Aires: Schapire.
2.
Einstein, A.
(2005). Mis ideas y opiniones. Barcelona: Ediciones Paidós.
3.
Freire, P.
(1970). Pedagogía del oprimido. México: siglo XXI.
4.
Kant, I.
(2003). Sobre pedagogía. Madrid: Akal. (Original publicado en 1803).
5.
Morin, E.
(2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París:
UNESCO.
6.
Nussbaum, M.
(2010). Sin fines de lucro: por qué la democracia necesita de las humanidades.
Madrid: Katz.
SAN SALVADOR, 22 DE AGOSTO DE 2025
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