ESCUELAS COMO VIVEROS DE
PANDILLAS: LA VERDAD QUE LA OPOSICIÓN QUIERE OCULTAR
POR:
MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
En
las últimas semanas, el país entero ha sido testigo del ataque visceral y
desmedido contra la nueva Ministra de Educación. No ha pasado desapercibido ni
para la población, ni para los medios de comunicación, ni mucho menos para los
padres de familia que ven con esperanza los cambios que comienzan a
implementarse en las escuelas públicas. La ofensiva mediática, articulada
principalmente por el FMLN y secundada por algunos voceros reciclados de la
oposición, no puede interpretarse como una simple discrepancia de ideas
pedagógicas. Se trata de una operación política de desprestigio con un
trasfondo mucho más oscuro: la defensa de viejos privilegios y de estructuras
de poder que durante décadas se enquistaron en el sistema educativo.
Es
necesario recordar que la educación en El Salvador fue, durante el conflicto
armado, uno de los espacios más vulnerados. Lo que debía ser un refugio de paz,
un semillero de esperanza y un pilar para el desarrollo de la nación, se
transformó en un escenario de reclutamiento, de adoctrinamiento y de violencia.
Tanto el ejército como la guerrilla incorporaron a niños y adolescentes en sus
filas, despojándolos de su infancia y arrojándolos a una guerra que no era
suya. Con la firma de los Acuerdos de Paz, muchos esperaban que esta práctica
desapareciera para siempre. Sin embargo, lo que sucedió fue aún más doloroso:
los centros educativos se convirtieron en territorios de pandillas y, en lugar
de armas ideológicas o fusiles, los jóvenes fueron sometidos al control de
estructuras criminales que dominaron barrios y comunidades enteras.
Durante
más de tres décadas, el sistema educativo fue administrado por partidos
políticos que, lejos de garantizar calidad y seguridad en las aulas, lo
utilizaron como un instrumento de clientelismo y como semillero de futuros
militantes. La falta de disciplina, el abandono de la autoridad del docente, el
desorden en las aulas y la imposición de ideologías partidarias fueron las
constantes. Así, miles de estudiantes crecieron en un ambiente caótico, en el
que el profesor era un rehén de sus alumnos y en el que los padres, resignados,
veían con impotencia cómo la escuela se convertía en un riesgo más que en una
oportunidad.
En
este contexto histórico se debe situar el actual debate. La Ministra de
Educación ha planteado la necesidad de recuperar la disciplina, devolver la
autoridad al docente y crear condiciones para que los estudiantes encuentren en
la escuela un verdadero espacio de formación integral. Frente a esto, la
oposición ha reaccionado con una furia irracional. La pregunta surge con
fuerza: ¿por qué tanto odio contra una funcionaria que apenas inicia un proceso
de cambio? La respuesta no está en las aulas, sino en la política. Igual que
cuando las gallinas hacen ruido porque el gavilán ronda, la histeria de la
oposición revela que algo temen perder. Y ese algo no es menor: se trata del
control histórico sobre las juventudes, que siempre fueron vistas como carne de
cañón, como fuerza de choque y como reserva ideológica.
Por
eso, este comentario crítico busca analizar con profundidad los verdaderos
motivos de la oposición, desenmascarar su hipocresía, denunciar su complicidad
con el deterioro de la educación y defender la necesidad de respaldar a la
actual ministra en un esfuerzo que no es político ni partidario, sino
estrictamente humano y social: rescatar a la juventud salvadoreña de la condena
a la violencia, la marginación y la muerte prematura.
EL
TRASFONDO DEL ATAQUE OPOSITOR
Quien
se limite a escuchar los discursos opositores podría creer que sus críticas
surgen de un genuino interés por la educación. Sin embargo, basta mirar hacia
atrás para comprender que lo que hoy defienden no es la calidad educativa, sino
un modelo perverso que les resultó útil por décadas.
Durante
el conflicto armado, el FMLN reclutó a miles de menores de edad para engrosar
sus filas. Los informes de organismos internacionales y hasta las películas
como Voces inocentes documentan cómo niños de 10, 12 y 14 años fueron obligados
a empuñar un fusil. Tras los Acuerdos de Paz, lejos de garantizar que los
jóvenes crecieran libres de esa carga, muchos cuadros que habían participado en
la guerra se refugiaron en las estructuras pandilleriles. La pandilla Barrio
18, por ejemplo, ha sido señalada en múltiples análisis como un apéndice de lo
que alguna vez fue el brazo juvenil del FMLN, transformado ahora en estructura
criminal.
En
ese escenario, las escuelas quedaron como terreno fértil para la expansión del
crimen. Los jóvenes, abandonados por un Estado débil y manipulados por partidos
políticos, fueron el blanco perfecto para el reclutamiento pandilleril. Los
maestros, sin respaldo institucional, terminaron bajo amenazas. Padres de
familia vivieron con el miedo constante de que sus hijos fueran atrapados por
la delincuencia. Y los gobiernos, administrados por ARENA primero y por el FMLN
después, no hicieron absolutamente nada para revertir esta tragedia.
Que
hoy la oposición pretenda erigirse como defensora de la libertad educativa no
es solo cinismo: es una burla cruel a las víctimas de ese sistema. Su ataque no
se debe a un interés genuino, sino al temor de perder influencia y control sobre
un terreno que históricamente les sirvió para adoctrinar y manipular.
LA
HIPOCRESÍA DE LA OPOSICIÓN
La
oposición, particularmente el FMLN, se presenta ahora como la defensora de la
juventud, cuando en realidad fue uno de los principales verdugos. Reclutaron
niños en la guerra, los adoctrinaron, los usaron como carne de cañón y luego,
en el posguerra, permitieron que las escuelas fueran dominadas por pandillas.
Hoy,
cuando una ministra busca imponer disciplina, orden y respeto, los mismos que
fomentaron el desorden levantan la voz. Hablan de autoritarismo, pero callaron
cuando miles de jóvenes eran asesinados por las pandillas. Acusan de
adoctrinamiento, pero ellos mismos convirtieron la educación en un instrumento
de propaganda política. Se dicen defensores de los derechos de los estudiantes,
pero jamás se preocuparon por los derechos de los miles de padres que lloraron
a sus hijos en las morgues.
Esa
hipocresía debe ser denunciada con toda energía. No se trata de un debate
pedagógico, sino de una disputa entre quienes quieren rescatar la educación y
quienes quieren mantenerla como botín.
La
verdadera pregunta: ¿Qué padre puede oponerse a la educación?
Más
allá del ruido mediático, lo esencial se resume en una pregunta sencilla: ¿qué
padre de familia puede oponerse a que su hijo sea educado con disciplina, con
valores y con principios que lo conviertan en un ciudadano de bien?
Los
padres salvadoreños saben lo que significa el miedo de que sus hijos sean
arrastrados por las pandillas. Saben lo que es recibir una llamada de
extorsión, perder la paz en su propio hogar y, en muchos casos, reconocer un
cadáver en la morgue. Si la disciplina en las escuelas puede evitar esa
tragedia, ¿qué argumento puede pesar más que la vida de sus hijos?
La
oposición quiere hacernos creer que educar con disciplina es adoctrinar. Pero
los hechos hablan más que las palabras: los verdaderos adoctrinadores fueron
ellos, que robaron la infancia y la inocencia de miles de jóvenes.
CONCLUSIÓN
El
ataque visceral contra la Ministra de Educación no es una crítica legítima,
sino la reacción de quienes sienten que sus viejos privilegios se derrumban. El
FMLN y otros opositores no defienden la libertad, sino el desorden que durante
décadas les fue funcional.
Hoy,
más que nunca, la educación necesita ser blindada contra intereses partidarios.
Recuperar la autoridad docente, imponer disciplina y rescatar a los jóvenes del
crimen no es autoritarismo, es un acto de justicia y de humanidad.
REFLEXIÓN
FINAL
El
pueblo debe aprender a leer entre líneas. Cuando la oposición grita con tanta
fuerza, es porque el cambio les duele. Los ataques contra la ministra no son
prueba de su fracaso, sino de su éxito inicial: ha tocado fibras sensibles, ha
golpeado estructuras que vivían de la descomposición.
Defender
a la ministra es defender el derecho de nuestros hijos a vivir en paz, a
estudiar sin miedo, a soñar con un futuro distinto. El Salvador ya no puede
permitirse más generaciones robadas. La educación debe ser la fortaleza desde
donde se construya la nueva nación.
Porque
al final, como lo enseña la historia: los pueblos que no protegen a sus niños se condenan a sí mismos al fracaso; los que los educan con amor, disciplina y
valores, aseguran su libertad y su futuro.
"Educar
no es llenar la mente de un niño con conocimientos, sino encender en su corazón
la llama de la dignidad, la disciplina y la esperanza, porque lo que hoy
sembremos en ellos será el futuro que heredaremos todos."
SAN
SALVADOR, 26 DE AGOSTO DE 2025
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