lunes, 25 de agosto de 2025

 

ESCUELAS COMO VIVEROS DE PANDILLAS: LA VERDAD QUE LA OPOSICIÓN QUIERE OCULTAR

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

En las últimas semanas, el país entero ha sido testigo del ataque visceral y desmedido contra la nueva Ministra de Educación. No ha pasado desapercibido ni para la población, ni para los medios de comunicación, ni mucho menos para los padres de familia que ven con esperanza los cambios que comienzan a implementarse en las escuelas públicas. La ofensiva mediática, articulada principalmente por el FMLN y secundada por algunos voceros reciclados de la oposición, no puede interpretarse como una simple discrepancia de ideas pedagógicas. Se trata de una operación política de desprestigio con un trasfondo mucho más oscuro: la defensa de viejos privilegios y de estructuras de poder que durante décadas se enquistaron en el sistema educativo.

Es necesario recordar que la educación en El Salvador fue, durante el conflicto armado, uno de los espacios más vulnerados. Lo que debía ser un refugio de paz, un semillero de esperanza y un pilar para el desarrollo de la nación, se transformó en un escenario de reclutamiento, de adoctrinamiento y de violencia. Tanto el ejército como la guerrilla incorporaron a niños y adolescentes en sus filas, despojándolos de su infancia y arrojándolos a una guerra que no era suya. Con la firma de los Acuerdos de Paz, muchos esperaban que esta práctica desapareciera para siempre. Sin embargo, lo que sucedió fue aún más doloroso: los centros educativos se convirtieron en territorios de pandillas y, en lugar de armas ideológicas o fusiles, los jóvenes fueron sometidos al control de estructuras criminales que dominaron barrios y comunidades enteras.

Durante más de tres décadas, el sistema educativo fue administrado por partidos políticos que, lejos de garantizar calidad y seguridad en las aulas, lo utilizaron como un instrumento de clientelismo y como semillero de futuros militantes. La falta de disciplina, el abandono de la autoridad del docente, el desorden en las aulas y la imposición de ideologías partidarias fueron las constantes. Así, miles de estudiantes crecieron en un ambiente caótico, en el que el profesor era un rehén de sus alumnos y en el que los padres, resignados, veían con impotencia cómo la escuela se convertía en un riesgo más que en una oportunidad.

En este contexto histórico se debe situar el actual debate. La Ministra de Educación ha planteado la necesidad de recuperar la disciplina, devolver la autoridad al docente y crear condiciones para que los estudiantes encuentren en la escuela un verdadero espacio de formación integral. Frente a esto, la oposición ha reaccionado con una furia irracional. La pregunta surge con fuerza: ¿por qué tanto odio contra una funcionaria que apenas inicia un proceso de cambio? La respuesta no está en las aulas, sino en la política. Igual que cuando las gallinas hacen ruido porque el gavilán ronda, la histeria de la oposición revela que algo temen perder. Y ese algo no es menor: se trata del control histórico sobre las juventudes, que siempre fueron vistas como carne de cañón, como fuerza de choque y como reserva ideológica.

Por eso, este comentario crítico busca analizar con profundidad los verdaderos motivos de la oposición, desenmascarar su hipocresía, denunciar su complicidad con el deterioro de la educación y defender la necesidad de respaldar a la actual ministra en un esfuerzo que no es político ni partidario, sino estrictamente humano y social: rescatar a la juventud salvadoreña de la condena a la violencia, la marginación y la muerte prematura.

EL TRASFONDO DEL ATAQUE OPOSITOR

Quien se limite a escuchar los discursos opositores podría creer que sus críticas surgen de un genuino interés por la educación. Sin embargo, basta mirar hacia atrás para comprender que lo que hoy defienden no es la calidad educativa, sino un modelo perverso que les resultó útil por décadas.

Durante el conflicto armado, el FMLN reclutó a miles de menores de edad para engrosar sus filas. Los informes de organismos internacionales y hasta las películas como Voces inocentes documentan cómo niños de 10, 12 y 14 años fueron obligados a empuñar un fusil. Tras los Acuerdos de Paz, lejos de garantizar que los jóvenes crecieran libres de esa carga, muchos cuadros que habían participado en la guerra se refugiaron en las estructuras pandilleriles. La pandilla Barrio 18, por ejemplo, ha sido señalada en múltiples análisis como un apéndice de lo que alguna vez fue el brazo juvenil del FMLN, transformado ahora en estructura criminal.

En ese escenario, las escuelas quedaron como terreno fértil para la expansión del crimen. Los jóvenes, abandonados por un Estado débil y manipulados por partidos políticos, fueron el blanco perfecto para el reclutamiento pandilleril. Los maestros, sin respaldo institucional, terminaron bajo amenazas. Padres de familia vivieron con el miedo constante de que sus hijos fueran atrapados por la delincuencia. Y los gobiernos, administrados por ARENA primero y por el FMLN después, no hicieron absolutamente nada para revertir esta tragedia.

Que hoy la oposición pretenda erigirse como defensora de la libertad educativa no es solo cinismo: es una burla cruel a las víctimas de ese sistema. Su ataque no se debe a un interés genuino, sino al temor de perder influencia y control sobre un terreno que históricamente les sirvió para adoctrinar y manipular.

LA HIPOCRESÍA DE LA OPOSICIÓN

La oposición, particularmente el FMLN, se presenta ahora como la defensora de la juventud, cuando en realidad fue uno de los principales verdugos. Reclutaron niños en la guerra, los adoctrinaron, los usaron como carne de cañón y luego, en el posguerra, permitieron que las escuelas fueran dominadas por pandillas.

Hoy, cuando una ministra busca imponer disciplina, orden y respeto, los mismos que fomentaron el desorden levantan la voz. Hablan de autoritarismo, pero callaron cuando miles de jóvenes eran asesinados por las pandillas. Acusan de adoctrinamiento, pero ellos mismos convirtieron la educación en un instrumento de propaganda política. Se dicen defensores de los derechos de los estudiantes, pero jamás se preocuparon por los derechos de los miles de padres que lloraron a sus hijos en las morgues.

Esa hipocresía debe ser denunciada con toda energía. No se trata de un debate pedagógico, sino de una disputa entre quienes quieren rescatar la educación y quienes quieren mantenerla como botín.

La verdadera pregunta: ¿Qué padre puede oponerse a la educación?

Más allá del ruido mediático, lo esencial se resume en una pregunta sencilla: ¿qué padre de familia puede oponerse a que su hijo sea educado con disciplina, con valores y con principios que lo conviertan en un ciudadano de bien?

Los padres salvadoreños saben lo que significa el miedo de que sus hijos sean arrastrados por las pandillas. Saben lo que es recibir una llamada de extorsión, perder la paz en su propio hogar y, en muchos casos, reconocer un cadáver en la morgue. Si la disciplina en las escuelas puede evitar esa tragedia, ¿qué argumento puede pesar más que la vida de sus hijos?

La oposición quiere hacernos creer que educar con disciplina es adoctrinar. Pero los hechos hablan más que las palabras: los verdaderos adoctrinadores fueron ellos, que robaron la infancia y la inocencia de miles de jóvenes.

CONCLUSIÓN

El ataque visceral contra la Ministra de Educación no es una crítica legítima, sino la reacción de quienes sienten que sus viejos privilegios se derrumban. El FMLN y otros opositores no defienden la libertad, sino el desorden que durante décadas les fue funcional.

Hoy, más que nunca, la educación necesita ser blindada contra intereses partidarios. Recuperar la autoridad docente, imponer disciplina y rescatar a los jóvenes del crimen no es autoritarismo, es un acto de justicia y de humanidad.

REFLEXIÓN FINAL

El pueblo debe aprender a leer entre líneas. Cuando la oposición grita con tanta fuerza, es porque el cambio les duele. Los ataques contra la ministra no son prueba de su fracaso, sino de su éxito inicial: ha tocado fibras sensibles, ha golpeado estructuras que vivían de la descomposición.

Defender a la ministra es defender el derecho de nuestros hijos a vivir en paz, a estudiar sin miedo, a soñar con un futuro distinto. El Salvador ya no puede permitirse más generaciones robadas. La educación debe ser la fortaleza desde donde se construya la nueva nación.

Porque al final, como lo enseña la historia: los pueblos que no protegen a sus niños se condenan a sí mismos al fracaso; los que los educan con amor, disciplina y valores, aseguran su libertad y su futuro.

"Educar no es llenar la mente de un niño con conocimientos, sino encender en su corazón la llama de la dignidad, la disciplina y la esperanza, porque lo que hoy sembremos en ellos será el futuro que heredaremos todos."

 

 

SAN SALVADOR, 26 DE AGOSTO DE 2025

 

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