martes, 12 de agosto de 2025

 

EL SALVADOR: 30 AÑOS GOBERNADOS POR ESTRUCTURAS CRIMINALES DISFRAZADAS DE DEMOCRACIA

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Durante tres décadas, El Salvador vivió bajo un espejismo político cuidadosamente diseñado: la ilusión de una democracia que, en realidad, era la máscara elegante de estructuras criminales incrustadas en el poder. ARENA y el FMLN, con sus banderas, himnos y discursos rebosantes de promesas, no gobernaron para el pueblo, sino para un reducido círculo de élites económicas, políticos corruptos y operadores de un sistema diseñado para saquear.

 Se apropiaron del concepto de “transición democrática” como si fuera un trofeo, pero en realidad fue la transición de un régimen militar a una dictadura civil-oligárquica de nuevo cuño.

Las instituciones que debían velar por la justicia se convirtieron en bufones del poder político. La Corte Suprema de Justicia (CSJ) y la Fiscalía General de la República (FGR), lejos de ser contrapesos, fueron cómplices y protectores de los corruptos, archivando expedientes, manipulando procesos y garantizando impunidad. Las leyes se retorcían como plastilina al servicio de los mismos que las promulgaban. La democracia fue una puesta en escena: elecciones periódicas para elegir entre dos caras del mismo monstruo, campañas electorales que eran verdaderos desfiles de hipocresía financiados con dinero mal habido.

El Salvador no fue gobernado por estadistas ni por demócratas, sino por carteles políticos que operaban con la lógica del crimen organizado: control del territorio (político, judicial y mediático), alianzas estratégicas con el poder económico, reparto del botín del Estado y eliminación —política o mediática— de cualquier adversario que amenazara sus privilegios. La corrupción no era un accidente, era la estructura misma del sistema. El saqueo no fue eventual, fue sistemático, planificado y protegido desde las más altas esferas.

Durante estos treinta años, los gobiernos de ARENA y el FMLN se turnaron el poder como bandas rivales que pactan una tregua para repartirse el botín sin matarse entre ellas. Las diferencias ideológicas fueron una farsa; en la práctica, los unía el mismo objetivo: enriquecerse, blindar la impunidad y perpetuar un sistema donde la pobreza de las mayorías era la garantía de su control político. Lo llamaron “alternancia”, pero fue una alternancia de ladrones. Lo llamaron “pluralismo”, pero fue un pluralismo de cómplices.

EL SIMULACRO DEMOCRÁTICO Y LA CAPTURA DEL ESTADO

La democracia en El Salvador, durante esas tres décadas, fue un producto de exportación para organismos internacionales y embajadas extranjeras, una vitrina en la que se exhibía un país “libre” y “moderno” mientras en la trastienda se amasaba la corrupción más obscena. La prensa tradicional —que debía fiscalizar— se convirtió en escudo propagandístico de estas estructuras criminales, moldeando la opinión pública, minimizando los escándalos, desviando la atención y criminalizando a cualquiera que osara cuestionar el orden establecido.

LA CAPTURA DEL ESTADO NO FUE IMPROVISADA; FUE UN PROYECTO METICULOSO:

En lo político, se controlaron las reformas electorales, el padrón, las reglas de juego, garantizando que las fuerzas emergentes no pudieran competir en igualdad de condiciones.

En lo económico, se privatizaron bienes estratégicos del Estado —bancos, telecomunicaciones, energía—, vendiéndolos a precio de remate a grupos de poder aliados.

En lo judicial, se tejió una red de jueces, magistrados y fiscales que funcionaban como un blindaje contra cualquier investigación real.

En lo legislativo, se aprobaban leyes con dedicatoria para favorecer negocios privados, condonar deudas millonarias o abrir nuevos nichos de saqueo.

Todo estaba calculado para que, independientemente de quién ganara las elecciones, nada cambiara. La democracia era el disfraz perfecto para el crimen político.

LA HERENCIA DE 30 AÑOS DE SAQUEO

Treinta años no pasan sin dejar cicatrices profundas. El país heredó un sistema de salud colapsado, educación abandonada, infraestructura deficiente y un campo condenado al olvido. La violencia y las pandillas crecieron como consecuencia directa de un modelo que expulsó a las juventudes hacia la migración o hacia la delincuencia. Miles huyeron porque aquí no había futuro; millones sobrevivieron atrapados en la miseria, mientras los responsables del desastre se paseaban por alfombras rojas y recibían aplausos internacionales.

La deuda pública creció sin control, y buena parte de esos fondos se evaporó en contratos fraudulentos, consultorías ficticias y obras fantasmas. El Estado se convirtió en una máquina para lavar dinero a gran escala. Y lo más perverso: se cultivó una cultura de resignación, donde el pueblo llegó a creer que “todos roban” y que “no se puede cambiar nada”.

Pero la historia demuestra que ningún sistema corrupto es eterno. La indignación acumulada se convirtió en un clamor popular que comenzó a derrumbar el castillo de mentiras que habían levantado. El pueblo empezó a desenmascarar a sus falsos salvadores.

CONCLUSIÓN

El Salvador no vivió una democracia en esos treinta años; vivió una dictadura multipartidista maquillada de libertades. Fue un periodo en el que los símbolos patrios se usaron como escudos para encubrir delitos, y las instituciones fueron secuestradas por mafias políticas que operaban con total descaro. El daño causado no se mide solo en cifras económicas, sino en el retroceso social, en la pérdida de confianza ciudadana y en la normalización del robo como práctica política.

Las estructuras criminales disfrazadas de partidos no solo saquearon el presente, sino que hipotecaron el futuro de generaciones enteras. El verdadero desafío de El Salvador no es solo castigar a los culpables, sino desmantelar el sistema que los sostuvo y evitar que nunca más se repita.

REFLEXIÓN FINAL

Una democracia secuestrada no es democracia, es una cárcel con barrotes invisibles. Durante treinta años, El Salvador estuvo prisionero de una élite política que vistió de gala el crimen y lo presentó como política de Estado. Ahora que la máscara se ha caído, el pueblo tiene ante sí una responsabilidad histórica: no permitir que las hienas vuelvan a gobernar el corral, no volver a creer en lobos con piel de cordero y comprender que la verdadera democracia no se regala ni se hereda: se defiende todos los días, con memoria, con dignidad y con acción.

 

 

SAN SALVADOR, 12 DE AGOSTO DE 2025

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