EL SALVADOR: 30 AÑOS GOBERNADOS POR ESTRUCTURAS
CRIMINALES DISFRAZADAS DE DEMOCRACIA
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Durante tres décadas, El Salvador vivió bajo un espejismo
político cuidadosamente diseñado: la ilusión de una democracia que, en
realidad, era la máscara elegante de estructuras criminales incrustadas en el
poder. ARENA y el FMLN, con sus banderas, himnos y discursos rebosantes de
promesas, no gobernaron para el pueblo, sino para un reducido círculo de élites
económicas, políticos corruptos y operadores de un sistema diseñado para
saquear.
Se apropiaron del
concepto de “transición democrática” como si fuera un trofeo, pero en realidad
fue la transición de un régimen militar a una dictadura civil-oligárquica de
nuevo cuño.
Las instituciones que debían velar por la justicia se
convirtieron en bufones del poder político. La Corte Suprema de Justicia (CSJ)
y la Fiscalía General de la República (FGR), lejos de ser contrapesos, fueron
cómplices y protectores de los corruptos, archivando expedientes, manipulando
procesos y garantizando impunidad. Las leyes se retorcían como plastilina al
servicio de los mismos que las promulgaban. La democracia fue una puesta en
escena: elecciones periódicas para elegir entre dos caras del mismo monstruo,
campañas electorales que eran verdaderos desfiles de hipocresía financiados con
dinero mal habido.
El Salvador no fue gobernado por estadistas ni por
demócratas, sino por carteles políticos que operaban con la lógica del crimen
organizado: control del territorio (político, judicial y mediático), alianzas
estratégicas con el poder económico, reparto del botín del Estado y eliminación
—política o mediática— de cualquier adversario que amenazara sus privilegios.
La corrupción no era un accidente, era la estructura misma del sistema. El
saqueo no fue eventual, fue sistemático, planificado y protegido desde las más
altas esferas.
Durante estos treinta años, los gobiernos de ARENA y el
FMLN se turnaron el poder como bandas rivales que pactan una tregua para
repartirse el botín sin matarse entre ellas. Las diferencias ideológicas fueron
una farsa; en la práctica, los unía el mismo objetivo: enriquecerse, blindar la
impunidad y perpetuar un sistema donde la pobreza de las mayorías era la
garantía de su control político. Lo llamaron “alternancia”, pero fue una
alternancia de ladrones. Lo llamaron “pluralismo”, pero fue un pluralismo de
cómplices.
EL SIMULACRO DEMOCRÁTICO Y LA CAPTURA DEL ESTADO
La democracia en El Salvador, durante esas tres décadas,
fue un producto de exportación para organismos internacionales y embajadas
extranjeras, una vitrina en la que se exhibía un país “libre” y “moderno”
mientras en la trastienda se amasaba la corrupción más obscena. La prensa
tradicional —que debía fiscalizar— se convirtió en escudo propagandístico de
estas estructuras criminales, moldeando la opinión pública, minimizando los
escándalos, desviando la atención y criminalizando a cualquiera que osara
cuestionar el orden establecido.
LA CAPTURA DEL ESTADO NO FUE IMPROVISADA; FUE UN PROYECTO
METICULOSO:
En lo político, se controlaron las reformas electorales,
el padrón, las reglas de juego, garantizando que las fuerzas emergentes no
pudieran competir en igualdad de condiciones.
En lo económico, se privatizaron bienes estratégicos del
Estado —bancos, telecomunicaciones, energía—, vendiéndolos a precio de remate a
grupos de poder aliados.
En lo judicial, se tejió una red de jueces, magistrados y
fiscales que funcionaban como un blindaje contra cualquier investigación real.
En lo legislativo, se aprobaban leyes con dedicatoria
para favorecer negocios privados, condonar deudas millonarias o abrir nuevos nichos
de saqueo.
Todo estaba calculado para que, independientemente de
quién ganara las elecciones, nada cambiara. La democracia era el disfraz perfecto
para el crimen político.
LA HERENCIA DE 30 AÑOS DE SAQUEO
Treinta años no pasan sin dejar cicatrices profundas. El
país heredó un sistema de salud colapsado, educación abandonada,
infraestructura deficiente y un campo condenado al olvido. La violencia y las
pandillas crecieron como consecuencia directa de un modelo que expulsó a las
juventudes hacia la migración o hacia la delincuencia. Miles huyeron porque
aquí no había futuro; millones sobrevivieron atrapados en la miseria, mientras
los responsables del desastre se paseaban por alfombras rojas y recibían
aplausos internacionales.
La deuda pública creció sin control, y buena parte de
esos fondos se evaporó en contratos fraudulentos, consultorías ficticias y
obras fantasmas. El Estado se convirtió en una máquina para lavar dinero a gran
escala. Y lo más perverso: se cultivó una cultura de resignación, donde el
pueblo llegó a creer que “todos roban” y que “no se puede cambiar nada”.
Pero la historia demuestra que ningún sistema corrupto es
eterno. La indignación acumulada se convirtió en un clamor popular que comenzó
a derrumbar el castillo de mentiras que habían levantado. El pueblo empezó a
desenmascarar a sus falsos salvadores.
CONCLUSIÓN
El Salvador no vivió una democracia en esos treinta años;
vivió una dictadura multipartidista maquillada de libertades. Fue un periodo en
el que los símbolos patrios se usaron como escudos para encubrir delitos, y las
instituciones fueron secuestradas por mafias políticas que operaban con total
descaro. El daño causado no se mide solo en cifras económicas, sino en el
retroceso social, en la pérdida de confianza ciudadana y en la normalización
del robo como práctica política.
Las estructuras criminales disfrazadas de partidos no
solo saquearon el presente, sino que hipotecaron el futuro de generaciones
enteras. El verdadero desafío de El Salvador no es solo castigar a los
culpables, sino desmantelar el sistema que los sostuvo y evitar que nunca más se
repita.
REFLEXIÓN FINAL
Una democracia secuestrada no es democracia, es una
cárcel con barrotes invisibles. Durante treinta años, El Salvador estuvo
prisionero de una élite política que vistió de gala el crimen y lo presentó
como política de Estado. Ahora que la máscara se ha caído, el pueblo tiene ante
sí una responsabilidad histórica: no permitir que las hienas vuelvan a gobernar
el corral, no volver a creer en lobos con piel de cordero y comprender que la
verdadera democracia no se regala ni se hereda: se defiende todos los días, con
memoria, con dignidad y con acción.
SAN SALVADOR, 12 DE AGOSTO DE 2025
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