EL CHINO
FLORES “EL BURRO HABLANDO DE OREJAS”
POR:
MSc. JOSE ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN
En el
ajedrez político salvadoreño, algunos personajes parecen haber perdido toda
noción de coherencia y decoro, recurriendo a discursos que rayan en lo
ridículo. Ayer, Manuel “el Chino” Flores acusó al presidente de los Estados
Unidos de “injerencista” por mantener buenas relaciones con el presidente de
nuestro país. La afirmación, más que un argumento político sólido, es una
muestra de amnesia selectiva y descaro ideológico. Porque la pregunta
inevitable es: ¿con qué cara habla de “injerencia” quien ha sido parte —y hasta
protagonista— de las más descaradas solicitudes de intervención extranjera
contra El Salvador?
No hay
que tener una memoria prodigiosa para recordar a ciertos dirigentes políticos y
sus aliados ideológicos peregrinando por organismos internacionales como la
ONU, la OEA, Amnistía Internacional o Human Rights Watch, no para defender
causas justas, sino para pedir sanciones, presiones y hasta bloqueos contra el
país. Incluso, han acudido con entusiasmo a gobiernos como el de Nicolás Maduro y, sin el menor pudor, han volado a Washington para entrevistarse con
congresistas demócratas para que “metan mano” en asuntos internos salvadoreños.
Eso, señores, es la definición pura de injerencia.
Lo que
Flores llama “defensa de la soberanía” no es más que un acto de hipocresía
política. Y en el refranero popular, cuando alguien acusa a otro de lo mismo
que él practica, hay una frase que encaja como anillo al dedo: “El burro
hablando de orejas”.
DOBLE
MORAL Y MEMORIA SELECTIVA
Este
episodio es apenas la punta del iceberg de una larga tradición política en la
que ciertos líderes y partidos han hecho de la doble moral un método de
trabajo. Por años, ARENA y el FMLN —aliados coyunturales cuando les conviene—
han buscado en la injerencia internacional el oxígeno que no pueden obtener de
las urnas. Cuando el respaldo popular les es esquivo, recurren a organismos
externos para intentar torcer el rumbo político del país.
Paradójicamente,
esos mismos actores que aplauden cuando la comunidad internacional los respalda
en sus maniobras, se rasgan las vestiduras y gritan “¡injerencia!” cuando el
apoyo externo favorece a un gobierno con amplia legitimidad popular. Es el
manual del político mediocre: indignarse selectivamente según quién reciba el
beneficio.
Lo más preocupante no es la contradicción —ya acostumbrada en la política criolla—, sino la desfachatez con la que se pretende manipular a la opinión pública. Se pretende vender como “patriotismo” lo que no es más que oportunismo descarado. Esta práctica erosiona la credibilidad del discurso político y despoja de valor a las verdaderas causas soberanas.
EL REFRÁN
HECHO POLÍTICA
El dicho
“el burro hablando de orejas” no solo es un golpe de ironía; es un retrato fiel
de lo que vivimos. Quien acusa de injerencismo mientras practica la injerencia
es un farsante que cree que el pueblo tiene memoria corta.
La
ciudadanía, sin embargo, ha aprendido a identificar el doble discurso, y sabe
que la verdadera soberanía se defiende con hechos, no con discursos vacíos.
La incoherencia
de personajes como el Chino Flores deja en evidencia que su interés no es
proteger a El Salvador, sino debilitar al gobierno que el pueblo eligió, aunque
eso implique aliarse con quienes históricamente han impuesto condiciones
humillantes a nuestro país. Su “patriotismo” no pasa de ser una etiqueta hueca,
lista para usarse como arma política en momentos de desesperación.
CONCLUSIÓN
Lo
ocurrido ayer con las declaraciones del Chino Flores no es un hecho aislado: es
parte de una estrategia política que vive de la contradicción, la amnesia y el
cinismo. Critican la “injerencia” cuando les conviene, pero la practican con
entusiasmo cuando les sirve de herramienta para debilitar al adversario. El
problema es que esa hipocresía ya no engaña a nadie.
El pueblo
salvadoreño tiene la madurez suficiente para distinguir entre un gobierno que
busca relaciones internacionales por beneficio del país y políticos que
mendigan injerencia para beneficio propio. La coherencia política es un valor
en extinción entre los opositores más radicales, y la ciudadanía ya no compra
discursos envueltos en banderas falsas.
REFLEXIÓN
FINAL
La
defensa de la soberanía no puede ser un acto selectivo ni un recurso de
ocasión. No se puede, con un mínimo de dignidad, acusar de injerencia a un país
aliado y, en la misma respiración, aplaudir o solicitar la intervención de
organismos y gobiernos extranjeros para que dicten cómo debemos gobernarnos.
Ese doble rasero es precisamente lo que ha llevado a muchos políticos al
descrédito total.
En la
política, como en la vida, la coherencia es la base de la credibilidad. Si de
verdad se quiere defender a El Salvador, se hace sin importar quién esté en el
poder, y sin acudir a padrinos extranjeros para que hagan el trabajo sucio. Lo
demás es, simplemente, el “BURRO HABLANDO DE OREJAS”.
SAN SALVADOR,
12 DE AGOSTO DE 2025
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