DIGNIDAD,
IGUALDAD Y RESPETO: PILARES PARA UNA DEMOCRACIA AUTÉNTICA.
MSc. JOSÉ ISRAEL
VENTURA.
INTRODUCCIÓN
En toda sociedad, la convivencia pacífica y el progreso
humano dependen del respeto mutuo entre las personas. Sin embargo, uno de los
males más persistentes de nuestras relaciones sociales es la arrogancia de
quienes creen estar por encima de la ley y de los demás. En El Salvador, y en
muchas otras latitudes, todavía se observa cómo algunos ciudadanos discriminan
y menosprecian a quienes lucen humildes o visten con sencillez, como si la
dignidad humana pudiera medirse por la apariencia o el estatus económico. Esta
realidad refleja un vacío ético que afecta no solo a quienes sufren la
discriminación, sino a toda la estructura social.
El respeto a la dignidad humana no es una opción, es un
principio universal. La Declaración Universal de los Derechos Humanos (Naciones
Unidas, 1948) establece que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en
dignidad y derechos” (art. 1). Sin embargo, esta verdad elemental suele
olvidarse en la vida diaria, donde persisten prácticas de exclusión y
prejuicio. Cuando un ciudadano se siente con derecho a violentar la ley, a
humillar a otro por su aspecto o condición social, erosiona los pilares mismos
de la convivencia democrática.
Este ensayo pretende profundizar en la importancia del
respeto, la igualdad y la empatía como valores fundamentales de una sociedad
verdaderamente justa. Se abordarán tres apartados: primero, la raíz del
problema del desprecio social y la falsa superioridad; segundo, la relación
entre dignidad humana e igualdad de derechos; y tercero, la urgencia de una
ética cívica que supere las diferencias ideológicas y políticas. Finalmente, se
presentará una conclusión y una reflexión final orientadas a la construcción de
una cultura de respeto en nuestro país.
1. EL DESPRECIO SOCIAL Y LA FALSA SUPERIORIDAD
La discriminación por la apariencia o la condición
socioeconómica tiene raíces históricas y culturales profundas. Desde la colonia
hasta la actualidad, la estructura social salvadoreña ha estado marcada por la
desigualdad y la exclusión de las mayorías. En este contexto, el clasismo se ha
normalizado como un patrón de conducta que todavía hoy se manifiesta en
expresiones cotidianas: la burla hacia la ropa humilde, la desconfianza hacia
el campesino o el migrante, o el trato preferencial hacia quienes muestran
símbolos de riqueza.
Autores como Pierre Bourdieu (1998) han explicado cómo la
sociedad construye mecanismos de distinción simbólica que reproducen la
desigualdad. La forma de vestir, de hablar o de comportarse se convierte en
criterio de clasificación que coloca a unos en posiciones de prestigio y a
otros en lugares de marginalidad. De este modo, la falsa superioridad no es más
que un reflejo de una estructura social desigual que premia lo superficial y
castiga lo auténticamente humano.
El problema es que
esta actitud de desprecio también se traduce en una cultura de irrespeto a la
ley. Quien se cree superior tiende a pensar que las normas no le aplican, que
puede violentar derechos y pasar sobre los demás sin consecuencias. Así, el
desprecio hacia la persona humilde se convierte en desprecio hacia la justicia
misma.
2. DIGNIDAD HUMANA E IGUALDAD DE DERECHOS
La filosofía y la ética coinciden en que la dignidad es
intrínseca al ser humano. Kant (1785/2002) afirmaba que el hombre nunca debe
ser tratado como un medio, sino siempre como un fin en sí mismo.
En otras palabras, cada persona posee un valor absoluto,
independiente de su apariencia, su ideología o su condición económica. Negar
esa igualdad esencial es negar la propia humanidad.
En el campo sociológico, Durkheim (1912/2003) subrayaba
que la cohesión social depende de reconocer la interdependencia entre las
personas. Si un sector desprecia a otro, la sociedad se fragmenta y se
debilita. En este sentido, la igualdad no es solo un ideal ético, sino también
una necesidad práctica para la supervivencia de la comunidad.
El derecho moderno ha intentado plasmar este principio en
normas universales. La Constitución de la República de El Salvador (1983)
afirma en su artículo 3 que “todas las personas son iguales ante la ley” y
prohíbe toda forma de discriminación. Sin embargo, el problema radica en que
esta igualdad formal no siempre se cumple en la práctica. Persisten conductas
sociales que contradicen este principio y que revelan la distancia entre el
deber ser y la realidad.
3. ÉTICA CÍVICA PARA SUPERAR DIFERENCIAS IDEOLÓGICAS Y
POLÍTICAS
En sociedades democráticas, la pluralidad política e
ideológica es inevitable y hasta deseable. Sin embargo, esta diversidad solo
puede vivirse en armonía si está mediada por el respeto. Descalificar al otro
por pensar distinto o por identificarse con otra ideología no solo es un acto
de intolerancia, sino también un signo de debilidad democrática.
La educación en valores cívicos juega un papel
fundamental. Como señala Freire (1970/2005), la verdadera educación debe ser
liberadora, orientada a la conciencia crítica y al respeto del otro. Enseñar a
los jóvenes que nadie está por encima de la ley y que todos somos iguales en
dignidad es la base de una ciudadanía responsable.
Además, la práctica política requiere de una ética del
reconocimiento. Axel Honneth (1997) explica que el reconocimiento recíproco es
condición para la justicia social.
En un país como El Salvador, con una historia marcada por
la polarización ideológica y la violencia política, la construcción de una
ética cívica es una tarea urgente para garantizar que las diferencias no se
conviertan en divisiones insuperables.
CONCLUSIÓN
Creerse por encima de la ley o despreciar al prójimo por
su aspecto humilde es una de las mayores muestras de atraso moral en una
sociedad. La verdadera grandeza de un país no radica en la riqueza material ni
en las apariencias, sino en la capacidad de sus ciudadanos de respetarse como
iguales. Mientras no logremos desterrar el clasismo, la discriminación y la
arrogancia de nuestra cultura, seguiremos repitiendo patrones de injusticia y
división.
El desafío es construir una sociedad donde la igualdad no
sea solo un principio escrito en leyes y constituciones, sino una práctica
diaria. Una sociedad donde las diferencias ideológicas se vivan en libertad,
pero siempre enmarcadas en el respeto mutuo y la dignidad humana.
REFLEXIÓN FINAL
El Salvador necesita una revolución ética. No se trata de ideologías ni de partidos, sino de recuperar el valor de lo humano por encima de lo material. Respetar al humilde, al diferente y al que piensa distinto es el primer paso hacia la verdadera justicia. Como afirmaba Monseñor Romero (1979), “la gloria de Dios es que el pobre viva”. Reconocer la igualdad esencial de todos es más que un deber moral: es la condición para vivir en paz y construir un futuro digno.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.
1. Bourdieu, P.
(1998). La distinción: Criterio y bases sociales del gusto. Madrid: Taurus.
2.
Constitución
de la República de El Salvador. (1983). San Salvador: Asamblea Legislativa.
3.
Durkheim, É.
(2003). Las formas elementales de la vida religiosa (Ed. original 1912). Madrid:
Alianza Editorial.
4.
Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido (Ed. original 1970). México: Siglo XXI.
5.
Honneth, A.
(1997). La lucha por el reconocimiento. Barcelona: Crítica.
6.
Kant, I.
(2002). Fundamentación de la metafísica de las costumbres (Ed. original 1785).
Madrid: Tecnos.
7.
Naciones
Unidas. (1948). Declaración Universal de los Derechos Humanos. París: ONU.
8.
Romero, O.
A. (1979). Homilías, San Salvador.
SAN SALVADOR, 28 DE AGOSTO DE 2025
No hay comentarios:
Publicar un comentario