DEL DOGMA A LA LIBERTAD INTELECTUAL: EL RETO DE PENSAR
FUERA DEL MOLDE
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
La lectura del texto de Jorge Wagensberg, El pensador
intruso, nos confronta con una verdad incómoda: los paradigmas son al mismo
tiempo herramientas y cadenas. Sirven para producir conocimiento, para ordenar
el caos del mundo, para dar un marco interpretativo a la realidad. Pero, con el
tiempo, esos mismos paradigmas se convierten en murallas que nos impiden ver
más allá. En las universidades, especialmente en El Salvador, esta
contradicción se vive con una intensidad alarmante. La academia, que debería ser
el laboratorio de ideas más dinámico, flexible y crítico, muchas veces se
convierte en un museo de teorías antiguas. Un museo en el que los académicos
son curadores celosos, cuidando piezas viejas como si fueran verdades eternas,
aunque ya no expliquen nada.
En nuestras aulas universitarias, todavía se pretende
analizar toda la complejidad de la sociedad contemporánea con lentes que se
forjaron hace más de un siglo: la teoría marxista, el funcionalismo o el
estructuralismo. No es que estas corrientes no hayan tenido su valor histórico
—lo tuvieron y lo siguen teniendo en ciertos aspectos—, pero la realidad no es
un fósil; es un organismo vivo que muta y se transforma a gran velocidad. A
veces, da la impresión de que seguimos intentando entender el presente con
mapas dibujados para un territorio que ya no existe. El resultado es una
academia desconectada, que repite conceptos por inercia y que forma
profesionales más entrenados en memorizar dogmas que en cuestionarlos.
Lo grave no es solo que los paradigmas envejezcan, sino
que las instituciones y sus actores se nieguen a admitirlo. Hay miedo a lo
nuevo, miedo a perder certezas, miedo a reconocer que, tal vez, hemos estado
equivocados o incompletos. Y, sin embargo, la honestidad intelectual exige
abrir las ventanas para que entre aire fresco, incluso si eso implica que se
vuelen algunas páginas amarillentas de nuestros manuales.
DESARROLLO
Wagensberg plantea que todo profesional vive dentro de un
paradigma, y que ese encierro tiene un doble filo: nos da herramientas, pero
nos limita la mirada. En El Salvador, este encierro académico se traduce en
programas universitarios que parecen fotocopias de los que se usaban hace
décadas. En las facultades de ciencias sociales, por ejemplo, el marxismo sigue
siendo la piedra angular de análisis para todo, como si la realidad actual
fuera una fotocopia del siglo XIX.
En otras áreas, el
funcionalismo se enseña como si Parsons fuera contemporáneo de TikTok. Incluso
el estructuralismo, con su lenguaje hermético y su obsesión por las estructuras
invisibles, se sigue recitando como si fuera suficiente para entender un mundo
donde las estructuras están siendo disueltas por la tecnología, la globalización
y las redes digitales.
El problema no es solo teórico; tiene consecuencias
prácticas. Cuando se forman profesionales con paradigmas caducos, se produce
una élite académica incapaz de responder a los problemas reales de la sociedad.
Por eso tenemos economistas que siguen repitiendo recetas fracasadas,
sociólogos que explican la pobreza con fórmulas de hace medio siglo y
politólogos que no logran entender el fenómeno Bukele porque lo encajan
forzosamente en categorías del pasado.
El resultado es
que la academia pierde relevancia social, y la sociedad deja de mirarla como
referente.
Paradójicamente, la velocidad del cambio actual exige
justo lo contrario: pensamiento flexible, interdisciplinar, abierto a la
autocrítica. Pero nuestras universidades están ancladas en la cultura del “así se ha hecho
siempre” y en el culto a las autoridades intelectuales como si
fueran santos intocables. Esto no es respeto por la historia del pensamiento;
es idolatría intelectual. Y la idolatría es enemiga de la ciencia.
Wagensberg, al hablar del “pensador intruso”, nos invita
a romper las murallas de los paradigmas. El intruso es quien se atreve a entrar
en un campo que no es el suyo, a cuestionar lo que todos dan por sentado, a
mezclar perspectivas. Pero en El Salvador, ese tipo de pensador suele ser visto
como una amenaza, no como un aporte. En lugar de incentivar la curiosidad, la
academia premia la obediencia. El resultado es una generación de “profesionales
de manual” que saben repetir, pero no saben crear.
Esto también tiene una dimensión política. Paradigmas obsoletos generan análisis obsoletos, y análisis obsoletos producen políticas ineficaces. No es casualidad que tantos gobiernos, de izquierda o de derecha, fracasen en comprender y resolver los problemas reales. Muchos de sus asesores provienen de universidades atrapadas en el pasado, que no han aprendido a leer el presente con ojos nuevos.
CONCLUSIÓN
La enseñanza que nos deja Wagensberg es clara: el
conocimiento que no se renueva, se pudre. Los paradigmas son útiles, pero deben
ser cuestionados constantemente. Una universidad que no se atreve a desafiar
sus propios marcos teóricos es una universidad que se convierte en fósil. Y un
profesional que se aferra a paradigmas viejos es como un médico que se niega a
usar antibióticos porque en el siglo XIX no existían.
Si queremos una academia viva, debemos formar pensadores
intrusos: personas capaces de salir de su zona de confort intelectual, dialogar
con otras disciplinas, cuestionar incluso aquello que más aprecian, y aceptar
que comprender la realidad exige actualizar nuestras herramientas de análisis.
El Salvador necesita académicos que dejen de venerar teorías muertas y empiecen
a construir nuevas interpretaciones para un mundo en constante cambio.
REFLEXIÓN FINAL
Seguir leyendo la realidad salvadoreña únicamente a la
luz de teorías como el marxismo, el funcionalismo o el estructuralismo, sin
adaptarlas ni confrontarlas con las nuevas realidades, es como tratar de
entender el internet con un manual de telégrafo. El mundo cambió, y nosotros
debemos cambiar con él. Los paradigmas no son templos sagrados, son
herramientas temporales; cuando dejan de servir, hay que reemplazarlos o
reinventarlos.
Ser un “pensador intruso” hoy no es una opción, es una
obligación ética. Porque el pensamiento que no se atreve a cruzar fronteras
intelectuales se convierte en pensamiento esclavo. Y un país lleno de
pensadores esclavos nunca podrá ser verdaderamente libre.
SAN SALVADOR, 10 DE AGOSTO DE 2025
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