domingo, 10 de agosto de 2025

 

DEL DOGMA A LA LIBERTAD INTELECTUAL: EL RETO DE PENSAR FUERA DEL MOLDE

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

La lectura del texto de Jorge Wagensberg, El pensador intruso, nos confronta con una verdad incómoda: los paradigmas son al mismo tiempo herramientas y cadenas. Sirven para producir conocimiento, para ordenar el caos del mundo, para dar un marco interpretativo a la realidad. Pero, con el tiempo, esos mismos paradigmas se convierten en murallas que nos impiden ver más allá. En las universidades, especialmente en El Salvador, esta contradicción se vive con una intensidad alarmante. La academia, que debería ser el laboratorio de ideas más dinámico, flexible y crítico, muchas veces se convierte en un museo de teorías antiguas. Un museo en el que los académicos son curadores celosos, cuidando piezas viejas como si fueran verdades eternas, aunque ya no expliquen nada.

En nuestras aulas universitarias, todavía se pretende analizar toda la complejidad de la sociedad contemporánea con lentes que se forjaron hace más de un siglo: la teoría marxista, el funcionalismo o el estructuralismo. No es que estas corrientes no hayan tenido su valor histórico —lo tuvieron y lo siguen teniendo en ciertos aspectos—, pero la realidad no es un fósil; es un organismo vivo que muta y se transforma a gran velocidad. A veces, da la impresión de que seguimos intentando entender el presente con mapas dibujados para un territorio que ya no existe. El resultado es una academia desconectada, que repite conceptos por inercia y que forma profesionales más entrenados en memorizar dogmas que en cuestionarlos.

Lo grave no es solo que los paradigmas envejezcan, sino que las instituciones y sus actores se nieguen a admitirlo. Hay miedo a lo nuevo, miedo a perder certezas, miedo a reconocer que, tal vez, hemos estado equivocados o incompletos. Y, sin embargo, la honestidad intelectual exige abrir las ventanas para que entre aire fresco, incluso si eso implica que se vuelen algunas páginas amarillentas de nuestros manuales.

DESARROLLO

Wagensberg plantea que todo profesional vive dentro de un paradigma, y que ese encierro tiene un doble filo: nos da herramientas, pero nos limita la mirada. En El Salvador, este encierro académico se traduce en programas universitarios que parecen fotocopias de los que se usaban hace décadas. En las facultades de ciencias sociales, por ejemplo, el marxismo sigue siendo la piedra angular de análisis para todo, como si la realidad actual fuera una fotocopia del siglo XIX.

 En otras áreas, el funcionalismo se enseña como si Parsons fuera contemporáneo de TikTok. Incluso el estructuralismo, con su lenguaje hermético y su obsesión por las estructuras invisibles, se sigue recitando como si fuera suficiente para entender un mundo donde las estructuras están siendo disueltas por la tecnología, la globalización y las redes digitales.

El problema no es solo teórico; tiene consecuencias prácticas. Cuando se forman profesionales con paradigmas caducos, se produce una élite académica incapaz de responder a los problemas reales de la sociedad. Por eso tenemos economistas que siguen repitiendo recetas fracasadas, sociólogos que explican la pobreza con fórmulas de hace medio siglo y politólogos que no logran entender el fenómeno Bukele porque lo encajan forzosamente en categorías del pasado.

 El resultado es que la academia pierde relevancia social, y la sociedad deja de mirarla como referente.

Paradójicamente, la velocidad del cambio actual exige justo lo contrario: pensamiento flexible, interdisciplinar, abierto a la autocrítica. Pero nuestras universidades están ancladas en la cultura del “así se ha hecho siempre y en el culto a las autoridades intelectuales como si fueran santos intocables. Esto no es respeto por la historia del pensamiento; es idolatría intelectual. Y la idolatría es enemiga de la ciencia.

Wagensberg, al hablar del “pensador intruso”, nos invita a romper las murallas de los paradigmas. El intruso es quien se atreve a entrar en un campo que no es el suyo, a cuestionar lo que todos dan por sentado, a mezclar perspectivas. Pero en El Salvador, ese tipo de pensador suele ser visto como una amenaza, no como un aporte. En lugar de incentivar la curiosidad, la academia premia la obediencia. El resultado es una generación de “profesionales de manual” que saben repetir, pero no saben crear.

Esto también tiene una dimensión política. Paradigmas obsoletos generan análisis obsoletos, y análisis obsoletos producen políticas ineficaces. No es casualidad que tantos gobiernos, de izquierda o de derecha, fracasen en comprender y resolver los problemas reales. Muchos de sus asesores provienen de universidades atrapadas en el pasado, que no han aprendido a leer el presente con ojos nuevos.

CONCLUSIÓN

La enseñanza que nos deja Wagensberg es clara: el conocimiento que no se renueva, se pudre. Los paradigmas son útiles, pero deben ser cuestionados constantemente. Una universidad que no se atreve a desafiar sus propios marcos teóricos es una universidad que se convierte en fósil. Y un profesional que se aferra a paradigmas viejos es como un médico que se niega a usar antibióticos porque en el siglo XIX no existían.

Si queremos una academia viva, debemos formar pensadores intrusos: personas capaces de salir de su zona de confort intelectual, dialogar con otras disciplinas, cuestionar incluso aquello que más aprecian, y aceptar que comprender la realidad exige actualizar nuestras herramientas de análisis. El Salvador necesita académicos que dejen de venerar teorías muertas y empiecen a construir nuevas interpretaciones para un mundo en constante cambio.

REFLEXIÓN FINAL

Seguir leyendo la realidad salvadoreña únicamente a la luz de teorías como el marxismo, el funcionalismo o el estructuralismo, sin adaptarlas ni confrontarlas con las nuevas realidades, es como tratar de entender el internet con un manual de telégrafo. El mundo cambió, y nosotros debemos cambiar con él. Los paradigmas no son templos sagrados, son herramientas temporales; cuando dejan de servir, hay que reemplazarlos o reinventarlos.

Ser un “pensador intruso” hoy no es una opción, es una obligación ética. Porque el pensamiento que no se atreve a cruzar fronteras intelectuales se convierte en pensamiento esclavo. Y un país lleno de pensadores esclavos nunca podrá ser verdaderamente libre.

 

 

SAN SALVADOR, 10 DE AGOSTO DE 2025

 

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