CUANDO LA
DEMOCRACIA SE CONVIERTE EN NEGOCIO: LA FARSA DE LA SEGUNDA VUELTA
POR: MSc. JOSÉ
ISRAEL VENTURA,
INTRODUCCIÓN
En teoría, la segunda
vuelta electoral se presenta como un mecanismo “democrático” para garantizar
que el presidente electo cuente con el respaldo de la mayoría absoluta de los
votantes. Se vende como un instrumento que fortalece la legitimidad política y evita
que una minoría imponga su voluntad sobre la mayoría.
Sin embargo, en la
práctica, especialmente en los países pobres y con democracias frágiles, este
recurso suele convertirse en un mecanismo costoso, manipulado y diseñado para
beneficiar a las élites políticas y económicas que controlan el sistema
electoral.
La pregunta es
inevitable: ¿a quién beneficia realmente la segunda vuelta? Porque en gran
parte de América Latina y África, este procedimiento no ha servido para
resolver los problemas estructurales de la democracia, sino que ha servido como
una segunda oportunidad para que los grandes grupos de poder, que perdieron en
la primera ronda, reorganicen su maquinaria, compren voluntades y manipulen la
opinión pública para imponer a su candidato.
El discurso oficial
asegura que “garantiza gobernabilidad”, pero en la realidad de los países
pobres, la segunda vuelta se convierte en una feria política donde los
derrotados negocian pactos oscuros con tal de repartirse ministerios, contratos
y privilegios.
La voluntad del pueblo
queda reducida a un botín de mercado: se negocia el voto como si fuera
mercancía y se presiona al electorado con miedo, falsas promesas y campañas
sucias.
En este contexto, la
segunda vuelta deja de ser un mecanismo democrático para convertirse en un
instrumento de manipulación, que, en lugar de unir a la nación, polariza aún
más a la población y genera crisis políticas que impiden el desarrollo.
EL ESPEJISMO
DEMOCRÁTICO DE LA SEGUNDA VUELTA
Quienes defienden este
sistema argumentan que “más democracia es mejor democracia”, pero olvidan que
la verdadera democracia no se mide por el número de rondas electorales, sino
por la transparencia, la honestidad y el respeto a la voluntad popular.
En los países pobres, la segunda vuelta casi
nunca es un escenario limpio. Por el contrario, abre un espacio ideal para el
fraude encubierto, la compra de conciencias y la intervención de poderes
fácticos que no se atrevieron a actuar de forma descarada en la primera ronda.
Históricamente, muchas
segundas vueltas en América Latina han servido para blanquear pactos entre
partidos derrotados, que se unen no por afinidad ideológica, sino por el miedo
a perder privilegios.
Es entonces cuando
surge la “alianza contra el enemigo común”, que no es otra cosa que una
coalición oportunista para evitar que un candidato outsider, independiente o
ajeno a las élites, llegue al poder. El pueblo pasa a segundo plano: lo
importante es mantener el control del Estado en manos de quienes lo han
saqueado por décadas.
Además, el costo
económico de organizar una segunda vuelta en países pobres es insultante.
Millones de dólares se gastan en logística, propaganda y movilización
electoral, mientras los hospitales carecen de medicinas, las escuelas están en
ruinas y el desempleo devora el futuro de los jóvenes. En lugar de invertir en
resolver problemas urgentes, se despilfarra el dinero en un show político que,
en muchos casos, solo legitima a quienes ya tenían el control del sistema.
SEGUNDA VUELTA: UN
JUEGO DE ÉLITES
En la práctica, la
segunda vuelta no es más que una segunda oportunidad para que las élites
reajusten sus piezas. El candidato que ganó la primera ronda con una ventaja
significativa suele convertirse en blanco de una maquinaria política que, unida
bajo un pacto de conveniencia, trata de revertir el resultado. Así, partidos
que se insultaron durante toda la campaña se abrazan de la noche a la mañana,
bajo el argumento hipócrita de “salvar la democracia”, cuando en realidad lo
que buscan es salvar sus negocios.
En muchos países, la
segunda vuelta se ha convertido en el momento perfecto para el mercado de
votos.
Los líderes de
partidos derrotados negocian su apoyo a cambio de ministerios, embajadas,
contratos de obra pública o concesiones multimillonarias. El electorado que los
apoyó en la primera ronda se convierte en moneda de cambio y el voto deja de
ser un acto de conciencia para convertirse en una transacción.
En este contexto,
lejos de consolidar la democracia, la segunda vuelta profundiza la desconfianza
en las instituciones. Los ciudadanos perciben que no importa por quién voten en
la primera ronda, porque al final, en la segunda, las decisiones se toman en
salas privadas y no en las urnas. Esto erosiona la credibilidad del sistema y
alimenta el abstencionismo.
CONCLUSIÓN
La segunda vuelta
electoral, tal como se aplica en la mayoría de países pobres, es más un
mecanismo de manipulación que un instrumento de verdadera democracia. Si bien
en teoría busca garantizar que el presidente tenga un respaldo mayoritario, en
la práctica abre la puerta a pactos oscuros, fraudes velados y despilfarro de
recursos públicos.
Sirve como un salvavidas para las élites
políticas y económicas que se resisten a perder el control del poder, aun
cuando la voluntad popular ya se expresó claramente en la primera vuelta.
En lugar de fortalecer
la democracia, la segunda vuelta en países pobres la debilita, pues convierte
la política en un espectáculo costoso, desgastante y polarizante.
Lo que debería ser un mecanismo para unir a la
nación termina siendo un campo de batalla para intereses mezquinos. Por ello,
no es descabellado plantear la eliminación de este procedimiento de las
constituciones, o al menos someterlo a una profunda reforma que garantice
transparencia, control ciudadano y la imposibilidad de pactos corruptos entre
rondas.
REFLEXIÓN FINAL
La democracia
verdadera no se mide por la cantidad de vueltas electorales, sino por el
respeto a la voluntad popular. En los países pobres, donde la corrupción
política es endémica y las instituciones son débiles, la segunda vuelta es como
abrir la puerta de la casa a un ladrón para que robe por segunda vez. El pueblo
termina pagando la factura económica y política de un proceso que rara vez le
beneficia.
Si los países pobres
quieren avanzar hacia una democracia auténtica, deben dejar de copiar modelos
electorales diseñados para otras realidades y construir sistemas propios,
adaptados a sus contextos, con mecanismos claros de transparencia y control
social.
De lo contrario, la segunda vuelta seguirá
siendo el carnaval de las élites, un show político para engañar al pueblo y
perpetuar la miseria.
En manos del pueblo
está exigir que la democracia no sea un espectáculo de dos actos, sino una
decisión firme y respetada desde la primera expresión de la voluntad popular.
De nada sirve votar dos veces si las dos veces gana el mismo poder de siempre.
SAN SALVADOR,
4 DE AGOSTO DE 2025
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