lunes, 4 de agosto de 2025

 

CUANDO LA DEMOCRACIA SE CONVIERTE EN NEGOCIO: LA FARSA DE LA SEGUNDA VUELTA

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA,

INTRODUCCIÓN

En teoría, la segunda vuelta electoral se presenta como un mecanismo “democrático” para garantizar que el presidente electo cuente con el respaldo de la mayoría absoluta de los votantes. Se vende como un instrumento que fortalece la legitimidad política y evita que una minoría imponga su voluntad sobre la mayoría.

Sin embargo, en la práctica, especialmente en los países pobres y con democracias frágiles, este recurso suele convertirse en un mecanismo costoso, manipulado y diseñado para beneficiar a las élites políticas y económicas que controlan el sistema electoral.

La pregunta es inevitable: ¿a quién beneficia realmente la segunda vuelta? Porque en gran parte de América Latina y África, este procedimiento no ha servido para resolver los problemas estructurales de la democracia, sino que ha servido como una segunda oportunidad para que los grandes grupos de poder, que perdieron en la primera ronda, reorganicen su maquinaria, compren voluntades y manipulen la opinión pública para imponer a su candidato.

El discurso oficial asegura que “garantiza gobernabilidad”, pero en la realidad de los países pobres, la segunda vuelta se convierte en una feria política donde los derrotados negocian pactos oscuros con tal de repartirse ministerios, contratos y privilegios.

La voluntad del pueblo queda reducida a un botín de mercado: se negocia el voto como si fuera mercancía y se presiona al electorado con miedo, falsas promesas y campañas sucias.

En este contexto, la segunda vuelta deja de ser un mecanismo democrático para convertirse en un instrumento de manipulación, que, en lugar de unir a la nación, polariza aún más a la población y genera crisis políticas que impiden el desarrollo.

EL ESPEJISMO DEMOCRÁTICO DE LA SEGUNDA VUELTA

Quienes defienden este sistema argumentan que “más democracia es mejor democracia”, pero olvidan que la verdadera democracia no se mide por el número de rondas electorales, sino por la transparencia, la honestidad y el respeto a la voluntad popular.

 En los países pobres, la segunda vuelta casi nunca es un escenario limpio. Por el contrario, abre un espacio ideal para el fraude encubierto, la compra de conciencias y la intervención de poderes fácticos que no se atrevieron a actuar de forma descarada en la primera ronda.

Históricamente, muchas segundas vueltas en América Latina han servido para blanquear pactos entre partidos derrotados, que se unen no por afinidad ideológica, sino por el miedo a perder privilegios.

Es entonces cuando surge la “alianza contra el enemigo común”, que no es otra cosa que una coalición oportunista para evitar que un candidato outsider, independiente o ajeno a las élites, llegue al poder. El pueblo pasa a segundo plano: lo importante es mantener el control del Estado en manos de quienes lo han saqueado por décadas.

Además, el costo económico de organizar una segunda vuelta en países pobres es insultante. Millones de dólares se gastan en logística, propaganda y movilización electoral, mientras los hospitales carecen de medicinas, las escuelas están en ruinas y el desempleo devora el futuro de los jóvenes. En lugar de invertir en resolver problemas urgentes, se despilfarra el dinero en un show político que, en muchos casos, solo legitima a quienes ya tenían el control del sistema.

SEGUNDA VUELTA: UN JUEGO DE ÉLITES

En la práctica, la segunda vuelta no es más que una segunda oportunidad para que las élites reajusten sus piezas. El candidato que ganó la primera ronda con una ventaja significativa suele convertirse en blanco de una maquinaria política que, unida bajo un pacto de conveniencia, trata de revertir el resultado. Así, partidos que se insultaron durante toda la campaña se abrazan de la noche a la mañana, bajo el argumento hipócrita de “salvar la democracia”, cuando en realidad lo que buscan es salvar sus negocios.

En muchos países, la segunda vuelta se ha convertido en el momento perfecto para el mercado de votos.

Los líderes de partidos derrotados negocian su apoyo a cambio de ministerios, embajadas, contratos de obra pública o concesiones multimillonarias. El electorado que los apoyó en la primera ronda se convierte en moneda de cambio y el voto deja de ser un acto de conciencia para convertirse en una transacción.

En este contexto, lejos de consolidar la democracia, la segunda vuelta profundiza la desconfianza en las instituciones. Los ciudadanos perciben que no importa por quién voten en la primera ronda, porque al final, en la segunda, las decisiones se toman en salas privadas y no en las urnas. Esto erosiona la credibilidad del sistema y alimenta el abstencionismo.

CONCLUSIÓN

La segunda vuelta electoral, tal como se aplica en la mayoría de países pobres, es más un mecanismo de manipulación que un instrumento de verdadera democracia. Si bien en teoría busca garantizar que el presidente tenga un respaldo mayoritario, en la práctica abre la puerta a pactos oscuros, fraudes velados y despilfarro de recursos públicos.

 Sirve como un salvavidas para las élites políticas y económicas que se resisten a perder el control del poder, aun cuando la voluntad popular ya se expresó claramente en la primera vuelta.

En lugar de fortalecer la democracia, la segunda vuelta en países pobres la debilita, pues convierte la política en un espectáculo costoso, desgastante y polarizante.

 Lo que debería ser un mecanismo para unir a la nación termina siendo un campo de batalla para intereses mezquinos. Por ello, no es descabellado plantear la eliminación de este procedimiento de las constituciones, o al menos someterlo a una profunda reforma que garantice transparencia, control ciudadano y la imposibilidad de pactos corruptos entre rondas.

REFLEXIÓN FINAL

La democracia verdadera no se mide por la cantidad de vueltas electorales, sino por el respeto a la voluntad popular. En los países pobres, donde la corrupción política es endémica y las instituciones son débiles, la segunda vuelta es como abrir la puerta de la casa a un ladrón para que robe por segunda vez. El pueblo termina pagando la factura económica y política de un proceso que rara vez le beneficia.

Si los países pobres quieren avanzar hacia una democracia auténtica, deben dejar de copiar modelos electorales diseñados para otras realidades y construir sistemas propios, adaptados a sus contextos, con mecanismos claros de transparencia y control social.

 De lo contrario, la segunda vuelta seguirá siendo el carnaval de las élites, un show político para engañar al pueblo y perpetuar la miseria.

En manos del pueblo está exigir que la democracia no sea un espectáculo de dos actos, sino una decisión firme y respetada desde la primera expresión de la voluntad popular. De nada sirve votar dos veces si las dos veces gana el mismo poder de siempre.

 

 

 

SAN SALVADOR, 4 DE AGOSTO DE 2025

 

 

 

 

 

 

 

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