MARÍA JULIA EVELYN MARTÍNEZ ACABA DE “DESCUBRIR LA ORILLA
AZUL DE LA BACINICA”
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN.
En el terreno de la
crítica académica, hay afirmaciones que se presentan como descubrimientos
trascendentales, cuando en realidad no pasan de ser verdades archiconocidas,
trilladas hasta el hartazgo. Tal es el caso de la reciente declaración de la
académica María Julia Evelyn Martínez, quien, como si hubiera tenido una
epifanía en la cima del Olimpo sociológico, afirma que la educación
universitaria se ha convertido en una mercancía. La frase, que podría tener
algo de valor si viniera de un joven estudiante en su primer contacto con el
pensamiento crítico, resulta patética y ofensiva cuando proviene de alguien que
ha vivido, pensado y lucrado dentro del mismo sistema que hoy simula denunciar.
Se podría decir, sin
exageración, que María Julia acaba de “DESCUBRIR LA ORILLA AZUL DE LA BACINICA”.
Porque señalar que en el sistema capitalista la educación se transforma en
mercancía no es una revelación, sino un lugar común que ya Marx explicó con
precisión en el siglo XIX. En su lógica devoradora, el capital transforma todo:
trabajo, conocimiento, cuerpos, emociones, espiritualidad, medios de
comunicación, relaciones sociales, el arte… y, por supuesto, también la
educación. No hay nada nuevo en la afirmación, ni en la forma en que se
presenta, ni en el momento en que se lanza.
La pregunta legítima,
entonces, no es si tiene razón o no (porque la tiene, pero a destiempo), sino:
¿por qué hasta ahora lo dice? ¿Por qué no denunció esta lógica mercantilizadora
mientras trabajaba como docente en una de las universidades privadas más caras
y elitistas del país, la UCA? ¿Por qué en aquel entonces guardó silencio ante
la evidencia del modelo mercantil que ella misma ayudaba a reproducir desde las
aulas? Esta actitud tardía parece más una estrategia de reposicionamiento político
o de lavado de imagen, que una denuncia genuinamente crítica. El oportunismo
disfrazado de conciencia.
EL CINISMO DE LA
CRÍTICA POSTFACTO
El capitalismo ha sido
profundamente exitoso en reducir todo lo humano a su forma más rentable: la
mercancía. En este contexto, la educación ha dejado de ser un derecho o un bien
público, para convertirse en una inversión personal, una forma de “mejorar el
perfil” o “aumentar la empleabilidad”. Las universidades, incluso las que se
presentan como progresistas, se han transformado en empresas que venden
títulos, promesas de movilidad social y sellos de prestigio. Esto no es nuevo,
ni mucho menos exclusivo de El Salvador.
Lo que resulta
grotesco es que una académica que formó parte de este sistema ahora quiera
vestirse de heroína crítica, cuando por décadas fue parte del engranaje. Si
María Julia Evelyn Martínez se dio cuenta hoy de que la educación es una
mercancía, entonces ha vivido en una burbuja.
Pero no. No es
ignorancia. Es cálculo. Porque no se llega a una cátedra universitaria, a
programas de posgrado, a redes intelectuales o a consultorías internacionales
sin conocer las reglas del juego. No se puede fingir inocencia después de haber
facturado prestigio, poder simbólico y beneficios académicos de ese mismo
sistema.
Esta crítica tardía es también un acto de cinismo. Porque no
basta con repetir el diagnóstico conocido. Se requiere honestidad para
reconocer el papel que cada uno ha jugado en la consolidación de ese modelo.
¿Acaso María Julia denunció alguna vez las cuotas de matrícula impagables para
la clase trabajadora? ¿Cuestionó los programas formateados a las exigencias del
mercado neoliberal? ¿Denunció el sesgo elitista de las universidades que
excluyen al pueblo bajo el disfraz de “excelencia”? ¿Se rebeló contra el canon
tecnocrático que impone la investigación “pertinente” al desarrollo
empresarial? No. Su voz fue funcionalmente silenciosa cuando el sistema la
acogía. Ahora que las estructuras cambian y los intereses mutan, lanza la piedra
como si fuera una revolucionaria recién ungida.
Pero este tipo de
crítica no transforma nada. Solo reafirma la mediocridad de cierta
“intelectualidad de vitrina” que habla con retardo, desde la comodidad del
comentario tardío, cuando ya no hay riesgos reales que asumir. Son críticas que
no incomodan a nadie con poder, porque llegan cuando ya es seguro decirlas.
Tienen más de pose que de coherencia ética.
CONCLUSIÓN:
Cuando la crítica no
está respaldada por una trayectoria de coherencia, pierde su potencia
transformadora. La declaración de María Julia Evelyn Martínez, aunque en el
fondo no es incorrecta, es profundamente
hipócrita y superficial. No es más que un acto simbólico vacío, una especie
de performance intelectual para salvar una imagen, sin arriesgar nada ni
proponer un camino distinto.
La educación está
mercantilizada, sí. Pero quienes lo han permitido y fomentado desde adentro no
tienen la autoridad moral para señalarlo sin antes hacer una autocrítica radical.
Lo mínimo que se espera de un intelectual que ha participado del sistema que
denuncia, es que lo reconozca, que lo cuestione de manera estructural, y que
ponga su pensamiento y su trayectoria al servicio de una transformación real.
Las universidades no cambiarán por declaraciones tardías ni por columnas de opinión que repiten lo que ya está en todos los libros de sociología crítica. Cambiarán cuando quienes las habitan se organicen, desobedezcan, confronten el modelo de raíz, y no se presten más al juego del prestigio mercantil.
REFLEXIÓN FINAL:
Entre la orilla azul de la bacinica y la
urgencia de la honestidad intelectual
El verdadero problema
no es que María Julia haya dicho una obviedad, sino que lo haya hecho como si
se tratara de una verdad revelada, sin asumir el lugar desde el cual habla ni
el silencio cómplice que mantuvo durante años. Es fácil hablar cuando ya no se
arriesga nada, cuando se está al margen del poder o cuando se busca reciclar
una imagen intelectual.
Hoy más que nunca, se
necesitan voces críticas que sean consecuentes, que digan lo que hay que decir
cuando aún cuesta decirlo, no cuando ya es moda. Se necesita una
intelectualidad honesta, comprometida, incómoda, valiente. No figurones que
descubren la “orilla azul de la bacinica” y la presentan como revelación para
lavar su conciencia o reposicionarse en el escenario.
La crítica verdadera
no teme al conflicto. No llega tarde. No busca aplausos. Se hace en el tiempo
justo, desde la coherencia, con el cuerpo, con la vida. Porque de nada sirve
decir la verdad si se hace demasiado tarde o desde el cinismo. Y eso es lo que
hoy más falta nos hace en El Salvador: pensamiento crítico con memoria, ética y
dignidad.
SAN SALVADOR,
27 DE JULIO DE 2025
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