domingo, 27 de julio de 2025

 

                        MARÍA JULIA EVELYN MARTÍNEZ ACABA DE “DESCUBRIR LA ORILLA AZUL DE LA BACINICA”

POR:  MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN.

En el terreno de la crítica académica, hay afirmaciones que se presentan como descubrimientos trascendentales, cuando en realidad no pasan de ser verdades archiconocidas, trilladas hasta el hartazgo. Tal es el caso de la reciente declaración de la académica María Julia Evelyn Martínez, quien, como si hubiera tenido una epifanía en la cima del Olimpo sociológico, afirma que la educación universitaria se ha convertido en una mercancía. La frase, que podría tener algo de valor si viniera de un joven estudiante en su primer contacto con el pensamiento crítico, resulta patética y ofensiva cuando proviene de alguien que ha vivido, pensado y lucrado dentro del mismo sistema que hoy simula denunciar.

Se podría decir, sin exageración, que María Julia acaba de “DESCUBRIR LA ORILLA AZUL DE LA BACINICA”. Porque señalar que en el sistema capitalista la educación se transforma en mercancía no es una revelación, sino un lugar común que ya Marx explicó con precisión en el siglo XIX. En su lógica devoradora, el capital transforma todo: trabajo, conocimiento, cuerpos, emociones, espiritualidad, medios de comunicación, relaciones sociales, el arte… y, por supuesto, también la educación. No hay nada nuevo en la afirmación, ni en la forma en que se presenta, ni en el momento en que se lanza.

La pregunta legítima, entonces, no es si tiene razón o no (porque la tiene, pero a destiempo), sino: ¿por qué hasta ahora lo dice? ¿Por qué no denunció esta lógica mercantilizadora mientras trabajaba como docente en una de las universidades privadas más caras y elitistas del país, la UCA? ¿Por qué en aquel entonces guardó silencio ante la evidencia del modelo mercantil que ella misma ayudaba a reproducir desde las aulas? Esta actitud tardía parece más una estrategia de reposicionamiento político o de lavado de imagen, que una denuncia genuinamente crítica. El oportunismo disfrazado de conciencia.

EL CINISMO DE LA CRÍTICA POSTFACTO

El capitalismo ha sido profundamente exitoso en reducir todo lo humano a su forma más rentable: la mercancía. En este contexto, la educación ha dejado de ser un derecho o un bien público, para convertirse en una inversión personal, una forma de “mejorar el perfil” o “aumentar la empleabilidad”. Las universidades, incluso las que se presentan como progresistas, se han transformado en empresas que venden títulos, promesas de movilidad social y sellos de prestigio. Esto no es nuevo, ni mucho menos exclusivo de El Salvador.

Lo que resulta grotesco es que una académica que formó parte de este sistema ahora quiera vestirse de heroína crítica, cuando por décadas fue parte del engranaje. Si María Julia Evelyn Martínez se dio cuenta hoy de que la educación es una mercancía, entonces ha vivido en una burbuja.

Pero no. No es ignorancia. Es cálculo. Porque no se llega a una cátedra universitaria, a programas de posgrado, a redes intelectuales o a consultorías internacionales sin conocer las reglas del juego. No se puede fingir inocencia después de haber facturado prestigio, poder simbólico y beneficios académicos de ese mismo sistema.

Esta crítica tardía es también un acto de cinismo. Porque no basta con repetir el diagnóstico conocido. Se requiere honestidad para reconocer el papel que cada uno ha jugado en la consolidación de ese modelo. ¿Acaso María Julia denunció alguna vez las cuotas de matrícula impagables para la clase trabajadora? ¿Cuestionó los programas formateados a las exigencias del mercado neoliberal? ¿Denunció el sesgo elitista de las universidades que excluyen al pueblo bajo el disfraz de “excelencia”? ¿Se rebeló contra el canon tecnocrático que impone la investigación “pertinente” al desarrollo empresarial? No. Su voz fue funcionalmente silenciosa cuando el sistema la acogía. Ahora que las estructuras cambian y los intereses mutan, lanza la piedra como si fuera una revolucionaria recién ungida.

Pero este tipo de crítica no transforma nada. Solo reafirma la mediocridad de cierta “intelectualidad de vitrina” que habla con retardo, desde la comodidad del comentario tardío, cuando ya no hay riesgos reales que asumir. Son críticas que no incomodan a nadie con poder, porque llegan cuando ya es seguro decirlas. Tienen más de pose que de coherencia ética.

CONCLUSIÓN:

Cuando la crítica no está respaldada por una trayectoria de coherencia, pierde su potencia transformadora. La declaración de María Julia Evelyn Martínez, aunque en el fondo no es incorrecta, es profundamente hipócrita y superficial. No es más que un acto simbólico vacío, una especie de performance intelectual para salvar una imagen, sin arriesgar nada ni proponer un camino distinto.

La educación está mercantilizada, sí. Pero quienes lo han permitido y fomentado desde adentro no tienen la autoridad moral para señalarlo sin antes hacer una autocrítica radical. Lo mínimo que se espera de un intelectual que ha participado del sistema que denuncia, es que lo reconozca, que lo cuestione de manera estructural, y que ponga su pensamiento y su trayectoria al servicio de una transformación real.

Las universidades no cambiarán por declaraciones tardías ni por columnas de opinión que repiten lo que ya está en todos los libros de sociología crítica. Cambiarán cuando quienes las habitan se organicen, desobedezcan, confronten el modelo de raíz, y no se presten más al juego del prestigio mercantil.

REFLEXIÓN FINAL:

 Entre la orilla azul de la bacinica y la urgencia de la honestidad intelectual

El verdadero problema no es que María Julia haya dicho una obviedad, sino que lo haya hecho como si se tratara de una verdad revelada, sin asumir el lugar desde el cual habla ni el silencio cómplice que mantuvo durante años. Es fácil hablar cuando ya no se arriesga nada, cuando se está al margen del poder o cuando se busca reciclar una imagen intelectual.

Hoy más que nunca, se necesitan voces críticas que sean consecuentes, que digan lo que hay que decir cuando aún cuesta decirlo, no cuando ya es moda. Se necesita una intelectualidad honesta, comprometida, incómoda, valiente. No figurones que descubren la “orilla azul de la bacinica” y la presentan como revelación para lavar su conciencia o reposicionarse en el escenario.

La crítica verdadera no teme al conflicto. No llega tarde. No busca aplausos. Se hace en el tiempo justo, desde la coherencia, con el cuerpo, con la vida. Porque de nada sirve decir la verdad si se hace demasiado tarde o desde el cinismo. Y eso es lo que hoy más falta nos hace en El Salvador: pensamiento crítico con memoria, ética y dignidad.

 

 

SAN SALVADOR, 27 DE JULIO DE 2025

 

 

 

 

 

 

 

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