“EL FIN DE UN PARADIGMA Y EL NACIMIENTO DE OTRO”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN.
Durante más de treinta años, El Salvador fue gobernado
bajo un esquema político que se presentaba como democrático, pero que en la
práctica funcionaba como un sistema cerrado, reproductor de privilegios,
profundamente desconectado de la realidad social y marcado por altos niveles de
corrupción, incapacidad estatal y un deterioro sostenido de la confianza
pública. Dicho sistema —encabezado primero por ARENA y posteriormente por el
FMLN— operó como un paradigma político-moral, con reglas no escritas
pero efectivas: negociaciones entre élites, pactos partidarios, cooptación
institucional, tecnocracia alejada de la gente, discursos ideológicos gastados
y una profunda distancia entre la clase política y el pueblo.
Este paradigma, como diría Thomas S. Kuhn, entró en crisis
por acumulación de anomalías, es decir, por la incapacidad sistemática de
resolver los problemas que él mismo había generado: inseguridad desbordada,
corrupción institucionalizada, pobreza persistente, servicios públicos
colapsados y un rechazo generalizado a los políticos tradicionales.
La sociedad
salvadoreña ya no podía seguir interpretando su realidad bajo ese marco. El
paradigma estaba agotado, pero seguía intentando explicar lo que ya no podía
comprender ni remediar.
En este contexto emerge un fenómeno inédito en la
historia política salvadoreña: un nuevo paradigma de hacer política,
caracterizado por una nueva relación entre el Estado y la ciudadanía, un
lenguaje político distinto, una ruptura total con las formas tradicionales de
gobernar y una reorganización del sentido común político que redefinió lo
posible, lo legítimo y lo deseable.
Este ensayo sostiene que sí existe un nuevo paradigma
político en El Salvador, que no se limita a un cambio de gobierno o de
partido, sino que constituye una reconfiguración estructural de cómo se
ejerce el poder, cómo se comunica, cómo se construye legitimidad y cómo se
materializa la voluntad popular. Es una transformación profunda, que puede
interpretarse como una negación dialéctica: no destruye totalmente el
viejo modelo, pero lo supera y redefine sus elementos útiles en un nivel más
alto.
Analizaremos este proceso desde la sociología política,
la teoría de paradigmas de Kuhn y la lógica dialéctica, para comprender qué
está muriendo, qué está naciendo y qué implica para el futuro político del país.
I. EL PARADIGMA POLÍTICO TRADICIONAL: UNA MATRIZ AGOTADA
Durante tres décadas, el sistema político salvadoreño
funcionó bajo una misma estructura conceptual, independientemente del partido
en el poder. Este paradigma se sostenía en tres pilares fundamentales:
1. Política cupular y tecnocrática
La toma de decisiones se realizaba desde arriba, entre
cúpulas partidarias, empresarios, organismos internacionales y tecnócratas
alejados del territorio. La ciudadanía era vista como receptora pasiva, no como
protagonista.
2. Partidos como intermediarios exclusivos
El sistema de partidos actuaba como filtro obligatorio
entre el pueblo y el Estado. La participación política real estaba secuestrada
por estructuras jerárquicas controladas por élites.
3. Una visión elitista del poder
El gobernante no era un servidor público, sino un
administrador de intereses de sectores específicos. La política se vivía desde
oficinas, cócteles y pasillos institucionales, no desde la calle ni desde las
comunidades.
4. Corrupción estructural como forma de gobierno
La corrupción no era una desviación, sino el lubricante del sistema. Era el modo normal de operar: sobresueldos, plazas fantasmas, compra de voluntades, pactos criminales, desfalcos públicos.
5.
Distancia emocional y comunicativa con la población
La
clase política hablaba para sí misma, no para la gente.
El lenguaje político era un discurso vacío, gastado, basado en consignas
ideológicas y tecnicismos. Las demandas sociales eran reducidas a estadísticas
o promesas incumplidas.
Este
paradigma entró en crisis porque ya no podía resolver los problemas que
enfrentaba. Como enseñaría Kuhn, la realidad comenzó a desbordar el marco
interpretativo. El sistema político dejó de ser funcional para las necesidades
históricas del país.
II.
ACUMULACIÓN DE ANOMALÍAS: LA CRISIS DEL PARADIGMA TRADICIONAL
Las anomalías que se acumularon durante este periodo
fueron múltiples y profundas. Entre las más significativas encontramos:
1. Una violencia estructural que devoró al país
El viejo sistema fue incapaz de detener el crecimiento de
pandillas, asesinatos, extorsiones y desplazamientos internos. El Estado fue
superado por su propia negligencia.
2. Un aparato estatal capturado por intereses privados
Instituciones clave eran botín político. El país era
gobernado por una pequeña élite económica y partidaria que usaba el Estado como
herramienta personal.
3. Pérdida total de legitimidad de los partidos políticos
La población dejó de creer en ARENA y el FMLN no por
razones ideológicas, sino por sus prácticas: corrupción, pactos oscuros,
incapacidad ejecutiva, desconexión social.
4. Incapacidad para comunicar y escuchar a la población
Los partidos tradicionales nunca entendieron que la
modernidad exige cercanía, transparencia, velocidad comunicativa y empatía
política.
5. La corrupción como anomalía terminal
El estallido de múltiples escándalos deterioró por
completo la credibilidad de las instituciones.
Cuando un paradigma debe justificar lo injustificable, está condenado.
Estas anomalías crearon las condiciones para la búsqueda
de una alternativa política real. La sociedad necesitaba un nuevo marco de
interpretación para entender su realidad y para imaginar soluciones viables.
III.
EMERGENCIA DE UN NUEVO PARADIGMA POLÍTICO
La
transformación que vive El Salvador no es un cambio superficial.
No es una alternancia típica.
Es una revolución paradigmática, en sentido kuhniano, con
características profundas:
1.
Relación directa del liderazgo con el pueblo
El
político deja de esconderse detrás del partido.
Se comunica directamente, sin intermediarios.
La gente se siente partícipe, escuchada, incluida.
2. La comunicación política se redefine
Ya
no se habla desde tarimas, sino desde plataformas digitales que permiten interacción
inmediata.
Se gobierna en tiempo real, con transparencia comunicativa y narrativa
controlada.
3.
Acción estatal efectiva y visible
El
Estado ejecuta, construye, interviene.
Deja de ser un administrador pasivo de proyectos.
Se convierte en protagonista del desarrollo y garante de seguridad.
4. Reordenamiento del sentido común político
La gente ya no tolera:
- corrupción,
- ineficiencia,
- promesas vacías,
- burocracia inútil.
Este cambio en el imaginario colectivo es la base
cultural del nuevo paradigma.
5.
El pueblo como legitimador principal del poder
La
legitimidad ya no nace en los pactos partidarios, sino en la aprobación
ciudadana directa.
Este es un giro histórico.
6.
Ruptura con la política tradicional
El
nuevo paradigma no dialoga con el anterior: lo niega dialécticamente.
Lo supera integrando lo poco útil que dejó el pasado, y desecha lo que lo hacía
nocivo.
IV. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DEL NUEVO PARADIGMA
1.
Una política más cercana, emocional y humana
El
énfasis está en la sensibilidad social, la cercanía afectiva y la
identificación simbólica con los problemas de la población.
2.
Disrupción en la forma de entender la seguridad pública
La
seguridad deja de ser un discurso para convertirse en acción concreta.
El Estado recupera el control del territorio.
Se redefine el pacto social:
la gente tiene derecho a vivir sin miedo.
3.
Tecnopolítica y comunicación estratégica
Uso
intensivo de redes sociales, plataformas digitales, datos y métricas para
gobernar.
Un gobierno del siglo XXI.
4.
Redefinición del rol de los partidos políticos
Los
partidos ya no son intermediarios indispensables.
Son actores secundarios en un sistema donde el vínculo principal es líder–pueblo.
5. Redistribución simbólica del poder político
El poder deja de estar en los salones de reuniones y pasa a estar en la gente, en la aprobación ciudadana, en la presencia territorial.
V. ¿ES UNA NEGACIÓN DIALÉCTICA? Sí: superación y
transformación
El nuevo paradigma político salvadoreño:
✔ Niega
las prácticas, instituciones, discursos y relaciones del
pasado que ya no sirven.
✔ Conserva
los elementos que aún funcionan (institucionalidad, orden
jurídico, mecanismos democráticos).
✔ Supera
las
limitaciones del viejo modelo creando uno más eficaz, más cercano y más
legítimo.
Es
una negación dialéctica, no una negación absoluta.
Es
decir:
- no destruye todo,
- no se apoya solo
en lo nuevo,
- reorganiza lo
viejo desde un nivel más alto.
Así nacen los paradigmas históricos.
VI. IMPLICACIONES PARA EL FUTURO POLÍTICO DEL PAÍS
El nuevo paradigma político trae oportunidades, pero
también retos:
Oportunidades
- mayor participación ciudadana,
- mayor eficacia pública,
- reconstrucción de
la confianza institucional,
- reconfiguración
del Estado como actor transformador,
- posibilidad de superar décadas de corrupción y abandono.
Retos
- evitar caer en
personalismos extremos,
- fortalecer
institucionalidad sin repetir esquemas del pasado,
- garantizar que la
participación popular no sea manipulada,
- mantener la
transparencia en el ejercicio del poder,
- construir un
proyecto de largo plazo.
CONCLUSIÓN
El Salvador está viviendo una transformación política que
no puede explicarse simplemente como alternancia electoral. Se trata de la emergencia
de un nuevo paradigma político, que redefine los principios, prácticas y
valores que orientan la vida pública. Este paradigma surge como negación
dialéctica del viejo sistema, conservando lo útil, eliminando lo dañino y
reorganizando la política en torno a nuevas formas de cercanía, legitimidad,
comunicación y eficacia estatal.
Lo
que hoy ocurre en El Salvador no es un episodio, sino un proceso histórico.
Un cambio profundo en la manera de pensar, sentir y vivir la política.
REFLEXIÓN FINAL
Las sociedades no cambian solo por decreto, sino por transformaciones
en su conciencia histórica, en su sensibilidad colectiva y en la forma en
que definen lo posible. El Salvador, tras décadas de desilusión, encontró en
este nuevo paradigma político una oportunidad para reconstruir su identidad
pública, su confianza en el Estado y su esperanza en un futuro común.
Si este nuevo paradigma se consolida con madurez,
autocrítica y visión histórica, El Salvador podría convertirse en un ejemplo
regional de cómo un país, desde sus heridas profundas, puede reinventar la
política como herramienta para servir —finalmente— a la gente y con la gente.
SAN SALVADOR, 5 DE DICIEMBRE DE 2025
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