martes, 4 de noviembre de 2025

  

“ODONTOLOGÍA PARA LA VIDA: ÉTICA, CIENCIA Y COMPROMISO SOCIAL”

POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN.

Durante más de tres décadas de docencia, observación y ejercicio académico en la Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador, se ha revelado con claridad una problemática profunda y persistente: la fractura entre el conocimiento técnico y la formación humana del odontólogo. La odontología salvadoreña, como muchas ciencias aplicadas en América Latina, ha desarrollado una admirable precisión técnica, pero ha descuidado los fundamentos filosóficos, éticos y sociales que deben acompañar todo acto médico. Así, la ciencia bucodental se ha convertido, en buena medida, en una tecnología del diente, pero no en una ciencia del ser humano integral.

La práctica cotidiana en las aulas, clínicas y hospitales universitarios muestra cómo el proceso formativo del futuro odontólogo se orienta casi exclusivamente a dominar la técnica: aprender a tallar, restaurar, obturar, medir, diagnosticar o construir prótesis, pero rara vez a pensar críticamente el sentido de su profesión. Al estudiante se le enseña a reproducir procedimientos y protocolos, no a cuestionar el modelo de salud-enfermedad que subyace en ellos ni las desigualdades sociales que condicionan la salud bucal del pueblo salvadoreño. Desde los primeros ciclos, se le transmite la idea —implícita o explícita— de que “de la odontología se come, no de la ética ni de la filosofía”, reduciendo así su formación a una dimensión utilitaria, inmediata y mercantil.

El resultado de este enfoque ha sido la producción de excelentes técnicos, pero de profesionales limitados en sensibilidad humana, conciencia social y juicio crítico. La odontología universitaria, atrapada en un paradigma tecnocrático, ha dejado de mirarse a sí misma con autocrítica. Ha olvidado que su finalidad esencial no es el lucro ni la destreza instrumental, sino el bienestar integral de la población, especialmente de aquellos sectores históricamente marginados del acceso a la salud. La paradoja es evidente: se habla constantemente de “salud estomatológica”, pero se trabaja casi exclusivamente en la enfermedad, reparando el daño, no previniéndolo ni transformando las condiciones sociales que lo generan.

En este sentido, la práctica odontológica se ha convertido en un espejo de las contradicciones del propio sistema universitario y del modelo de desarrollo salvadoreño: elitista en sus métodos, dependiente en su epistemología y acrítica en su práctica. Los planes de estudio priorizan la importación de modelos, materiales y tecnologías de países del norte global, sin una reflexión sobre su pertinencia cultural, económica o social. La odontología se ha alienado de su entorno y, en lugar de responder a las necesidades del pueblo, reproduce un conocimiento ajeno, descontextualizado y a menudo inalcanzable para la mayoría.

Esta alienación no es casual. Es el reflejo de una estructura académica que históricamente ha privilegiado lo “moderno”, lo “de punta”, lo “sofisticado”, en detrimento de lo propio, lo pertinente y lo humanamente significativo. Se valora más el dominio de un instrumental caro que la comprensión de la pobreza, la desnutrición o la falta de acceso al agua potable que afectan la salud bucal de miles de salvadoreños. Se premia la destreza manual, pero no la empatía; la memoria, pero no la reflexión; la repetición, pero no la creación. En suma, la odontología se ha convertido en una ciencia técnica sin conciencia moral, un conocimiento eficaz pero deshumanizado.

Sin embargo, no todo está perdido. La experiencia acumulada por docentes comprometidos y críticos —como el Dr. Otto Menéndez y otros pensadores universitarios— ha dejado constancia de que otra odontología es posible: una que integre la técnica con la ética, la ciencia con la conciencia, la práctica con la reflexión, la universidad con la sociedad. Es urgente rescatar el sentido social, humanista y crítico de la profesión, situando al estudiante y al futuro odontólogo en una posición de agente transformador, no de simple ejecutor técnico. La odontología debe volver a ser estomatología, en el sentido integral que abarca cuerpo, mente y sociedad; debe reconciliar la salud bucal con la justicia social, la ciencia con la ética y la técnica con la sensibilidad humana.

Este ensayo, por tanto, busca analizar críticamente las contradicciones, deficiencias y retos de la práctica odontológica en la Universidad de El Salvador desde una perspectiva filosófica, social y ética. A lo largo de sus apartados se examinarán los factores que han limitado el impacto de la odontología universitaria en el bienestar colectivo, la dependencia epistemológica de modelos extranjeros, la ausencia de pensamiento crítico, el fetichismo tecnológico y la escasa conciencia social en la formación profesional. El propósito último es contribuir a la construcción de una odontología humanizada, que no vea al paciente como un “caso clínico”, sino como un ser humano con historia, dignidad y derechos.

Al final, este texto es también un llamado a la conciencia institucional. La Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador, con su larga historia de compromiso social, tiene la misión histórica de superar la fragmentación entre la ciencia y la humanidad, de formar profesionales que no sólo sepan curar, sino también comprender, prevenir, acompañar y transformar. Porque la verdadera excelencia no reside en la perfección técnica, sino en la capacidad de servir con ética, justicia y amor al prójimo.

1. LA ODONTOLOGÍA COMO CIENCIA MUTILADA: TÉCNICA SIN CONCIENCIA

La odontología, concebida originalmente como una ciencia integral del ser humano en su dimensión biológica, psicológica y social, ha sido gradualmente reducida a una tecnología del procedimiento. Esta mutilación epistemológica ha convertido al odontólogo en un ejecutor hábil, pero con frecuencia desconectado del sentido ético y social de su profesión. En la práctica universitaria salvadoreña, esta tendencia se expresa en la subordinación del pensamiento crítico a la destreza manual, del análisis teórico a la memorización de técnicas, y del compromiso con la salud colectiva a la búsqueda del reconocimiento individual y la rentabilidad profesional.

Durante décadas, la Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador ha formado a miles de profesionales que, si bien dominan las herramientas clínicas, no siempre comprenden la dimensión humana del sufrimiento que atienden. Como observó el Dr. Otto Menéndez en su análisis institucional, muchos odontólogos “no cuestionan el conocimiento ni la tecnología que utilizan; simplemente tratan de asimilarla y aplicarla, actuando acríticamente ante lo que consideran parte intrínseca de su actividad” (Menéndez, s.f., p. 2). Esta actitud de aceptación pasiva del saber técnico —propia del positivismo profesional heredado del siglo XX— ha generado una práctica donde la ciencia se convierte en rutina y la clínica en repetición, sin espacio para la duda, la reflexión ni la crítica.

El problema no radica únicamente en el método de enseñanza, sino en la filosofía de fondo que sostiene el modelo educativo. La odontología moderna, al ser influenciada por las lógicas del mercado y la competencia, ha reemplazado su vocación humanista por una orientación mercantil. En lugar de formar agentes de salud pública, se forman proveedores de servicios; en lugar de promover la prevención, se incentiva la restauración; y en vez de cultivar la empatía, se premia la productividad y la velocidad del trabajo clínico. El resultado es un profesional competente, pero alienado de la realidad social que lo rodea.

Esta alienación tiene raíces históricas. Desde los años setenta, la educación odontológica en América Latina ha replicado modelos importados de Estados Unidos y Europa, donde la odontología se consolidó como una profesión liberal orientada al lucro individual. En el contexto salvadoreño, este modelo se adoptó sin un análisis crítico de su pertinencia cultural o económica. Así, el odontólogo formado en la Universidad de El Salvador se enfrenta a una contradicción estructural: posee un conocimiento técnico de primer mundo, pero trabaja en un país donde la mayoría no puede pagar por él. Esta brecha entre el saber y la realidad social se traduce en frustración profesional y en una práctica elitista que excluye a los sectores más necesitados.

La ciencia mutilada es, por tanto, el reflejo de un sistema que separa la razón instrumental de la razón ética. Mientras la técnica permite “hacer”, la ética enseña “por qué y para quién se hace”. En la formación actual, el estudiante aprende a usar instrumentos y materiales, pero rara vez se le induce a pensar críticamente sobre el impacto social de su quehacer, sobre las condiciones estructurales que generan la enfermedad o sobre el papel político del conocimiento científico en una sociedad desigual. El resultado es un profesional técnicamente brillante, pero humanamente incompleto, que puede restaurar una sonrisa sin comprender el dolor social que la provoca.

La mutilación epistemológica también se manifiesta en la ausencia de una visión interdisciplinaria. La odontología universitaria ha marginado el diálogo con las ciencias sociales, la filosofía, la ética y la pedagogía, como si fueran disciplinas accesorias. Los cursos de humanidades son vistos como “rellenos curriculares”, carentes de relevancia práctica. Esta fragmentación del saber impide comprender que la salud bucal no es un fenómeno biológico aislado, sino un hecho cultural y político, determinado por las condiciones de vida, la educación, la pobreza, el trabajo y la alimentación. Ignorar estos factores equivale a reducir el cuerpo humano a una cavidad oral y al paciente a una boca, negando así su humanidad total.

Superar esta crisis implica rescatar la unidad entre técnica, ciencia y conciencia. La odontología debe dejar de ser una práctica “de dientes” para convertirse en una ciencia “de personas”. Ello requiere un cambio profundo en la mentalidad docente y en el currículo universitario, donde el aprendizaje no se limite a repetir protocolos, sino que fomente la reflexión crítica, la sensibilidad social y el compromiso ético. Solo así será posible construir una odontología verdaderamente científica y humanista, capaz de contribuir al bienestar colectivo y no solo al éxito individual.

Como afirmaba Paulo Freire (1970), “la educación debe ser un acto de libertad, no de domesticación”. De igual modo, la formación odontológica debe liberar al estudiante del automatismo técnico para convertirlo en un intelectual crítico de la salud, consciente de su papel transformador en la sociedad. Mientras la técnica enseña a reparar dientes, la conciencia enseña a reparar el tejido humano y social que sufre detrás de cada patología.

2. LAS CONTRADICCIONES ESTRUCTURALES DE LA PRÁCTICA ESTOMATOLÓGICA

Las contradicciones que atraviesan la práctica odontológica en la Universidad de El Salvador no son simples deficiencias pedagógicas, sino expresiones profundas de un modelo científico fragmentado y socialmente incongruente. En su núcleo se enfrentan dos visiones irreconciliables: la de una odontología al servicio de la vida y la salud del pueblo, y la de una odontología funcional al mercado, al lucro y a la repetición acrítica de modelos foráneos. Como advirtió el Dr. Otto Menéndez, “la odontología hace reflexiones y actúa conforme concepciones contradictorias a la luz de lo que científicamente resulta válido” (Menéndez, s.f., p. 1).
Estas tensiones no sólo debilitan la calidad académica, sino que erosionan el compromiso ético y social que debería ser el fundamento de toda profesión sanitaria.

2.1 Finalidad social o elitista: una ciencia para pocos

El discurso institucional de la odontología universitaria invoca constantemente el ideal de la “salud para todos”, pero su práctica revela una orientación selectiva y excluyente. En teoría, el odontólogo se forma para atender a la población en general; en la realidad, la atención se dirige a grupos reducidos y económicamente privilegiados, tanto en el ejercicio privado como en el institucional. Esta contradicción constituye una de las heridas más profundas del quehacer estomatológico.

El problema no es únicamente económico, sino ideológico. La estructura de la formación profesional reproduce una visión elitista del conocimiento, donde el dominio técnico y la estética dental se asocian al estatus social, mientras que la salud preventiva y comunitaria se relegan a un segundo plano. Así, la odontología termina sirviendo al consumo y no a la necesidad, a la estética de las élites y no a la salud del pueblo.
Como señalaba Menéndez (s.f., p. 3), la odontología “postula una apertura universal para la población, pero sus procedimientos son selectivos, además de onerosos”, lo que la convierte en una práctica intrínsecamente excluyente.

Este elitismo contradice el espíritu fundacional de la Universidad de El Salvador, creada precisamente para democratizar el conocimiento y servir a las mayorías históricamente marginadas. Sin embargo, en la práctica cotidiana, los recursos humanos formados en la Facultad de Odontología se insertan en un modelo que privilegia la atención curativa y lucrativa sobre la acción preventiva y colectiva. De esta forma, el odontólogo termina siendo un profesional útil al mercado, pero no necesariamente útil a la sociedad.

Una auténtica transformación requiere recuperar la finalidad social de la estomatología, entendida como la ciencia del bienestar bucal del pueblo salvadoreño en su conjunto. La odontología no puede limitarse a intervenir cuando el daño ya está hecho; debe convertirse en un instrumento de promoción, prevención y justicia sanitaria. En palabras de Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

La verdadera grandeza de la odontología no está en la sofisticación de su instrumental, sino en la amplitud de su compromiso humano.

2.2 De la salud al negocio de la enfermedad

Otra contradicción estructural reside en el desplazamiento del eje conceptual de la salud hacia la enfermedad como centro del aprendizaje y la práctica.

En las clínicas universitarias, el estudiante se enfrenta a un modelo En el discurso, se habla de “salud estomatológica”; en la práctica, se forma al estudiante para reparar daños, no para evitarlos. Se enseña a reconstruir lo destruido, no a impedir su destrucción. Así lo describía el Dr. Menéndez con precisión: “Se hace referencia a la salud mientras se trabaja casi exclusivamente en enfermedad” (Menéndez, s.f., p. 5). pedagógico donde el paciente se convierte en un medio para cumplir requisitos, no en un sujeto de atención integral. La prevención se reduce a una asignatura de segundo orden, mientras que el valor académico se mide por el número de obturaciones, endodoncias o coronas realizadas.
El resultado es una odontología curativa, reactiva y fragmentada, centrada en el síntoma y no en la causa, en la intervención y no en la comprensión del proceso salud-enfermedad.

Esta orientación hacia la enfermedad tiene implicaciones éticas profundas. La salud se transforma en un negocio, y la enfermedad en su materia prima. Cuanto más se enferma la población, más trabajo hay para el odontólogo; cuanto más se restaura, más rentable se vuelve la práctica.

Así, la odontología, sin advertirlo, cae en una lógica perversa de mercado, donde el sufrimiento se convierte en fuente de beneficio.
Como advierte Ivan Illich (1975), “la medicalización de la vida convierte la salud en una mercancía y al enfermo en un consumidor”. En este sentido, la odontología debe romper con el modelo curativo-mercantilista y transitar hacia un paradigma emancipador que devuelva el protagonismo al bienestar colectivo y no al lucro individual.

Superar esta contradicción implica cambiar la estructura curricular, los criterios de evaluación y la lógica institucional. La enseñanza de la odontología debe articular la clínica con la salud pública, la técnica con la ética, y la destreza con la comprensión crítica del entorno social. De lo contrario, seguiremos formando profesionales de la enfermedad, incapaces de contribuir a la salud integral del pueblo.

2.3 La tecnología como fetiche y no como herramienta

En la odontología contemporánea, la tecnología ha dejado de ser un medio para convertirse en un fin en sí misma. El progreso técnico, en lugar de fortalecer el pensamiento científico, ha derivado en un fetichismo tecnológico que mide la calidad profesional por la sofisticación de los materiales utilizados y no por la pertinencia de las soluciones.
Como denunció Menéndez (s.f., p. 9), “la odontología propone y ejecuta soluciones no coherentes ni coetáneas con las características de la población”, produciendo bienes caros y sofisticados para una población que ni los entiende ni puede pagarlos.

Este fenómeno reproduce la dependencia epistemológica de los países periféricos respecto a los centros de poder científico y económico. Los laboratorios transnacionales y las empresas biomédicas imponen estándares de “excelencia” que no responden a las realidades latinoamericanas. La universidad, al adoptar sin cuestionar estos parámetros, se convierte en reproductora de un modelo ajeno y excluyente, donde el éxito se mide por la adquisición de tecnología importada y no por la capacidad de resolver los problemas nacionales de salud bucal.

De esta forma, el odontólogo se forma para ser consumidor de tecnología, no creador de conocimiento. El instrumental clínico, los biomateriales y los equipos de laboratorio se transforman en símbolos de estatus profesional. Quien tiene acceso a ellos es considerado competente; quien no, queda relegado. Esta lógica de dependencia tecnológica refuerza la desigualdad social y profundiza la brecha entre una odontología “de élite” y otra “de supervivencia”.

Recuperar la centralidad del problema —y no de la tecnología— significa repolitizar la práctica odontológica. La ciencia no puede ser neutral: debe ponerse al servicio del pueblo y de las necesidades colectivas. La verdadera excelencia científica no consiste en usar el material más caro, sino en encontrar soluciones creativas, accesibles y culturalmente adecuadas a los problemas reales de la población. En otras palabras, se trata de volver a poner la técnica al servicio de la ética.

En conclusión, estas contradicciones —entre la finalidad social y el elitismo, entre la salud y la enfermedad, entre la tecnología y la conciencia— constituyen el núcleo de la crisis actual de la odontología universitaria. Superarlas exige redefinir el sentido mismo de la formación profesional, pasar de la repetición técnica a la comprensión crítica, del mercado al servicio social, y del fetichismo tecnológico al humanismo científico.

3. FORMACIÓN DEL ODONTÓLOGO: ENTRE LA MEMORIZACIÓN Y EL PENSAMIENTO CRÍTICO

La formación del odontólogo en la Universidad de El Salvador refleja con claridad las tensiones entre la transmisión de conocimientos técnicos y la construcción de pensamiento crítico. En el discurso institucional se habla de “educación científica y humanista”, pero en la práctica cotidiana predomina un modelo memorístico, autoritario y repetitivo, heredero de una pedagogía tradicional que poco ha cambiado en su esencia desde el siglo pasado.
En lugar de fomentar la reflexión, la creatividad y el análisis, el sistema formativo se centra en repetir contenidos, protocolos y manuales clínicos que se enseñan como verdades absolutas, sin abrir espacio para el cuestionamiento ni la innovación.

El Dr. Otto Menéndez señalaba con contundencia que en los centros formadores “es común observar cómo los profesores dictan fundamentalmente clases magistrales en que el estudiante debe tener una asistencia nada más pasiva y no cuestionadora” (Menéndez, s.f., p. 17).

Este modelo, basado en la autoridad del profesor y la pasividad del alumno, ha producido generaciones de profesionales disciplinados, pero no necesariamente pensadores críticos. Se forma al estudiante para obedecer, no para investigar; para repetir, no para comprender; para aplicar, no para transformar.

3.1 El aula dental: un espacio de reproducción, no de creación

Las clínicas universitarias, donde debería desarrollarse la capacidad de análisis y la autonomía profesional, se convierten en espacios de repetición mecánica. El estudiante aprende a ejecutar tratamientos siguiendo esquemas preestablecidos, sin comprender del todo el porqué de cada procedimiento ni su impacto en el contexto del paciente. El aprendizaje se reduce a cumplir metas cuantitativas: número de obturaciones, endodoncias, exodoncias o coronas realizadas.
La calidad del aprendizaje se mide por la precisión técnica, no por la profundidad del razonamiento o la comprensión integral del proceso salud-enfermedad.

En este contexto, el profesor tradicional asume el papel de dueño del conocimiento. Se presenta como autoridad incuestionable, poseedor de una verdad terminada e indiscutible. Como resultado, el estudiante desarrolla una actitud de dependencia intelectual que lo incapacita para la investigación autónoma y el pensamiento dialéctico.
La relación educativa se vuelve vertical, jerárquica y emocionalmente fría: el docente enseña; el alumno obedece.

Esta relación asimétrica contradice los principios de la andragogía moderna, que entiende al estudiante universitario como sujeto activo, responsable de su propio aprendizaje.

El propio Menéndez advirtió que “el profesor continúa teniendo una actitud de ‘profesor-papá’ y el estudiante de ‘estudiante-hijo’” (Menéndez, s.f., p. 18), una metáfora que sintetiza el paternalismo académico y la falta de autonomía intelectual del futuro profesional. Este modelo formativo reproduce la dependencia epistemológica, pues impide que el estudiante construya su propio criterio y su propia interpretación del fenómeno estomatológico.

3.2 La pedagogía del silencio y el miedo a pensar

El aprendizaje memorístico, sumado a la estructura autoritaria del aula, genera una pedagogía del silencio, donde pensar críticamente se castiga y repetir se recompensa. El estudiante que cuestiona el contenido o el método suele ser percibido como problemático; aquel que memoriza sin debatir es considerado ejemplar.
Así, se instala una cultura del conformismo intelectual que inhibe la curiosidad, la duda y la creatividad, elementos esenciales para el desarrollo de una verdadera conciencia científica.

Paulo Freire (1970) llamaba a este fenómeno la “educación bancaria”, en la que el maestro “deposita” conocimientos en la mente del alumno como si fuera una alcancía vacía. En este modelo, no hay diálogo ni construcción colectiva del saber, sino una imposición unilateral de información.
La odontología universitaria, en gran medida, ha caído en esta trampa: el estudiante aprende a “hacer”, pero no a “pensar lo que hace”. Su conocimiento se vuelve instrumental y utilitario, incapaz de relacionar la técnica con la ética o la biología con la sociedad.

El pensamiento crítico, en cambio, exige confrontar las ideas, analizar la realidad, identificar contradicciones y proponer alternativas. Requiere de una conciencia epistemológica, es decir, la comprensión de que todo conocimiento es histórico, contextual y perfectible. Sin embargo, la educación odontológica actual —al igual que muchas carreras técnicas— opera bajo la ilusión de una ciencia neutral, objetiva y deshumanizada. Esta ilusión no sólo es falsa, sino peligrosa: produce profesionales que actúan con precisión, pero sin conciencia, con habilidad, pero sin reflexión moral.

3.3 Entre la técnica y la conciencia científica

La verdadera educación científica no consiste en acumular información, sino en saber pensar, analizar y transformar la realidad. Un odontólogo verdaderamente científico no es quien memoriza los nombres de los instrumentos o los protocolos de laboratorio, sino quien comprende los procesos biológicos, sociales y culturales que determinan la salud bucal.
Esto implica reconocer que la enfermedad dental no se origina únicamente en la anatomía, sino también en la pobreza, la desnutrición, la falta de educación sanitaria y las condiciones de vida injustas de la población salvadoreña.

Por tanto, el aprendizaje debe orientarse hacia la investigación crítica, no hacia la repetición de fórmulas. La Facultad de Odontología debe recuperar su papel como laboratorio social, donde el conocimiento científico se vincule con la transformación de la realidad nacional.
La investigación debe centrarse en los problemas del país: la caries infantil en comunidades rurales, la falta de acceso al agua potable, las enfermedades periodontales relacionadas con la malnutrición, y los efectos del estrés y la violencia en la salud bucal. Formar un odontólogo crítico implica formarlo también como científico social, capaz de leer la realidad y de actuar sobre ella.

Como afirma Edgar Morin (1999), “el conocimiento debe enseñar la condición humana”. En la educación odontológica, esto significa enseñar a pensar en la totalidad, no en fragmentos; comprender al paciente como ser biopsicosocial, no como boca aislada. La ciencia técnica sin ética ni contexto es una ciencia ciega, incapaz de servir a la humanidad.

3.4 Hacia una educación odontológica dialéctica y emancipadora

Superar el modelo memorístico requiere una reforma profunda del pensamiento y del método educativo. La odontología universitaria debe pasar de la enseñanza pasiva a la investigación activa; del docente transmisor al docente guía; del estudiante obediente al estudiante crítico.
Ello exige adoptar una visión dialéctica de la educación, donde el conocimiento no sea un depósito estático, sino un proceso vivo, dinámico y en permanente cuestionamiento.

La pedagogía dialéctica, inspirada en el materialismo histórico y en la teoría crítica, propone que el aprendizaje no consiste en repetir la realidad, sino en transformarla mediante la reflexión consciente. El estudiante de odontología debe aprender a interrogar la ciencia, a contextualizarla en su sociedad y a humanizarla con ética.
Solo así podrá romper con el modelo colonial que impone “recetas técnicas” desconectadas del entorno, y convertirse en productor de conocimiento liberador, no en simple ejecutor de manuales extranjeros.

Como advirtió Karel Kosík (1967), “el pensamiento que no penetra en la esencia de las cosas se queda en el mundo de la pseudoconcreción”. En la odontología, esa pseudoconcreción se expresa en la obsesión por la técnica, por el brillo de los instrumentos y la perfección estética, mientras se ignora la raíz social del problema. La educación odontológica debe liberar al estudiante de esa ilusión técnica y conducirlo hacia una comprensión crítica del ser humano total.

4. LA FALSA EXCELENCIA Y LA PÉRDIDA DEL SENTIDO SOCIAL

El concepto de “excelencia” en la odontología salvadoreña —y en buena parte de América Latina— se ha distorsionado profundamente. Se asocia con el dominio técnico, el uso de materiales sofisticados, el manejo de aparatos modernos y la habilidad estética del operador, pero rara vez con la ética, la conciencia social o la contribución al bienestar colectivo.
Esta confusión no es inocente: responde a una lógica mercantil y tecnocrática que ha transformado la práctica odontológica en un símbolo de estatus, y no en una vocación de servicio. La excelencia, en su versión contemporánea, se mide por la precisión del trabajo manual y por la apariencia del resultado, no por la justicia, la humanidad o la equidad del acto clínico.

El Dr. Otto Menéndez (s.f., p. 11) señaló con claridad esta contradicción al afirmar que “pareciera que la excelencia está dada por el saber manejar instrumentos y materiales tremendamente sofisticados, caros y vistosos, actuando aparentemente en forma satisfactoria ante problemas ya existentes”. Es decir, se llama “excelente” al profesional que domina la técnica curativa, pero no al que previene la enfermedad o promueve la salud. Se valora al odontólogo que “repara” con perfección, aunque la enfermedad siga repitiéndose en su entorno, mientras que aquel que dedica su esfuerzo a la educación preventiva o al servicio comunitario apenas recibe reconocimiento académico o profesional.

4.1 La odontología como espectáculo del éxito

La cultura de la “excelencia técnica” ha convertido la odontología en una forma de exhibicionismo profesional, donde el consultorio moderno, la marca de los instrumentos y la estética de las instalaciones pesan más que el compromiso ético o la empatía con el paciente.
En este contexto, el éxito profesional se mide por la capacidad económica, no por el impacto social. Los indicadores de triunfo son los automóviles, los títulos de posgrado obtenidos en el extranjero o el número de pacientes de alto poder adquisitivo, mientras que el trabajo comunitario o el servicio en zonas rurales se perciben como fracasos o castigos.

Esta visión materialista refleja una profunda crisis moral de la profesión. Como advierte Erich Fromm (1976), la sociedad moderna ha reemplazado el “ser” por el “tener”, y la educación profesional, al absorber esa lógica, produce individuos orientados al rendimiento y la competencia, no a la solidaridad.
Así, la excelencia deja de ser una virtud moral y se convierte en un valor de mercado, una marca personal que sirve para escalar socialmente, pero no para sanar al prójimo. En el fondo, este modelo de éxito profesional no sólo deshumaniza al odontólogo, sino que vacía de sentido la misión universitaria, que debería formar servidores públicos del conocimiento, no mercaderes del dolor.

4.2 Excelencia técnica versus excelencia ética

El error central del modelo formativo radica en haber separado lo técnico de lo moral. La odontología universitaria enseña a “hacer bien las cosas”, pero no siempre enseña a hacer el bien. El primer enfoque pertenece a la técnica; el segundo, a la ética. La excelencia verdadera —la que ennoblece al profesional— sólo se alcanza cuando ambas dimensiones se integran armónicamente.
Un acto técnicamente impecable pero éticamente injusto es, en el fondo, un acto fallido. En cambio, una intervención modesta, realizada con dignidad, honestidad y respeto por el paciente, tiene un valor moral y humano infinitamente superior.

La excelencia ética exige comprender que el paciente no es un objeto clínico, sino un sujeto de derechos, un ser humano que sufre, espera y confía. El profesional no puede reducirlo a una cavidad oral, a una pieza dental o a un expediente académico.
El gesto, la escucha, la palabra y la empatía también curan.
En cambio, el tecnicismo desprovisto de compasión convierte la odontología en una actividad mecánica y deshumanizada. Como señaló Menéndez, “se estima excelente a un cirujano maxilofacial que sabe cómo realizar la resección de uno de los maxilares sin pérdida de sangre, mientras no se ve que la verdadera excelencia estaría en lograr que no fuera necesario ejecutar esa intervención” (s.f., p. 11).
Esta frase resume la paradoja central: confundimos la capacidad de reparar con la virtud de prevenir.

La odontología debe reivindicar su sentido ético: servir al ser humano antes que al procedimiento. Como afirmaba Albert Schweitzer, “la ética no es otra cosa que el respeto por la vida”. Por ello, la excelencia auténtica no reside en dominar el instrumental, sino en comprender el sufrimiento y actuar para aliviarlo sin discriminación ni lucro.

4.3 El espejismo del reconocimiento y la dependencia cultural

Otra forma de falsa excelencia proviene de la dependencia intelectual hacia los modelos extranjeros. En las facultades de odontología, los manuales, textos y estándares de “calidad” suelen provenir de universidades de Estados Unidos o Europa, donde los contextos socioeconómicos son diametralmente distintos a los de El Salvador.
El estudiante aprende procedimientos diseñados para sociedades de consumo con alto poder adquisitivo, y al graduarse se enfrenta a una realidad que no encaja con su formación.
Esta brecha entre el conocimiento aprendido y la realidad nacional genera frustración, desencanto y desajuste social.

Menéndez (s.f., p. 21) advertía que “la falacia del libro-texto” radica en que se mide la calidad del estudiante en su semejanza al autor extranjero, olvidando que aquel desconoce la realidad del país. Este modelo reproduce la colonización del saber, donde la excelencia se define fuera de nuestras fronteras, y el profesional local sólo puede aspirar a imitar, nunca a crear.
Se premia la copia, no la invención; la repetición, no la investigación; la sumisión, no la crítica.

El resultado es una odontología dependiente, alienada y culturalmente desconectada de su pueblo. En lugar de producir ciencia nacional, se reproduce ciencia importada; en lugar de investigar nuestras enfermedades prevalentes, se estudian problemas ajenos; y en lugar de crear materiales accesibles, se importan insumos inalcanzables.
Así, la excelencia se convierte en una máscara colonial que oculta la incapacidad de la universidad para generar conocimiento autónomo y pertinente.

4.4 Reivindicar la excelencia humanista

Recuperar el verdadero sentido de la excelencia exige una revolución ética e intelectual dentro de la formación odontológica. No se trata de rechazar la técnica, sino de subordinarla al servicio del ser humano. La excelencia debe medirse no por la complejidad del tratamiento, sino por su capacidad de mejorar la vida del paciente, su accesibilidad, su pertinencia cultural y su contribución al bien común.

Una odontología humanista debe formar profesionales que comprendan que el éxito personal sólo tiene valor cuando contribuye al éxito colectivo. Debe valorar al docente que enseña con pasión, al estudiante que investiga con compromiso social y al clínico que atiende con humildad.
La excelencia no se compra ni se ostenta; se construye con ética, conocimiento y amor al pueblo.

Como sostenía José Martí, “toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz”. Esa metáfora resume la humildad que debe caracterizar al verdadero profesional de la salud: la grandeza no está en los títulos ni en las máquinas, sino en la conciencia y el servicio.
Reivindicar esa ética del grano de maíz es rescatar el espíritu de la Universidad de El Salvador, que nació para iluminar al pueblo, no para lucrar con él.

En conclusión, la “excelencia” técnica sin conciencia ética es una forma de vaciamiento moral. La odontología debe dejar de ser una vitrina de aparatos y materiales para convertirse nuevamente en un acto de humanidad, donde la ciencia y la compasión se fundan en una misma práctica liberadora. Solo así se podrá hablar, con propiedad, de una odontología de excelencia verdadera: científica, solidaria y profundamente humana.

5. ALIENACIÓN Y SUBDESARROLLO CIENTÍFICO: LA DEPENDENCIA EPISTEMOLÓGICA

La odontología salvadoreña, como buena parte de las ciencias aplicadas en América Latina, sufre una profunda alienación epistemológica: ha sido formada, enseñada y practicada bajo paradigmas ajenos a su realidad social, económica y cultural. Esta dependencia intelectual ha generado un tipo de subdesarrollo científico que no se mide por la falta de conocimiento técnico, sino por la ausencia de pensamiento autónomo, de capacidad crítica y de creatividad contextual.

El Dr. Otto Menéndez lo señaló con gran lucidez: “La odontología está cifrada fundamentalmente en el saber hacer más reciente, no en que la población total tenga o alcance los mejores niveles de salud estomatológica. Se limita a copiar, adaptar y practicar recetas” (s.f., p. 12).
Esta afirmación sintetiza una verdad dolorosa: la odontología universitaria salvadoreña, en lugar de construir su propio modelo científico, ha imitado esquemas importados que responden a intereses económicos globales, y no a las necesidades locales.

5.1 El conocimiento colonizado

El conocimiento odontológico que domina en las aulas y en la práctica clínica es, en su mayoría, una traducción de teorías y métodos extranjeros. Los manuales de referencia provienen de países industrializados, donde la odontología se desarrolla como una industria de alto costo y como un negocio de consumo.
En consecuencia, los estudiantes salvadoreños aprenden a manejar tecnologías diseñadas para contextos completamente distintos: poblaciones con sistemas de salud robustos, altos niveles de ingreso y cultura preventiva. En cambio, en El Salvador, la mayoría de la población no tiene acceso ni a cepillos dentales de calidad, mucho menos a tratamientos restaurativos sofisticados.

Esta brecha entre la teoría y la realidad produce un fenómeno de alienación científica, donde el profesional se convierte en repetidor de conceptos descontextualizados, incapaz de pensar desde su propio territorio.
Como escribió el pensador brasileño Darcy Ribeiro (1978), “nuestros científicos viven intelectualmente colonizados, traduciendo los problemas ajenos en vez de comprender los propios”. La odontología no escapa a esta trampa: su discurso científico, aparentemente moderno, es en realidad una importación cultural revestida de tecnicismo.

El resultado es un profesional que domina los protocolos del norte, pero desconoce las condiciones de salud del sur; que sabe aplicar biomateriales de alta gama, pero no comprende las causas sociales de la caries infantil o la pérdida dentaria en comunidades rurales. Así, la odontología se convierte en una ciencia dependiente, funcional a la lógica global del mercado, pero ineficaz para transformar la realidad local.

5.2 La ciencia subordinada al mercado

La dependencia epistemológica no es un fenómeno puramente académico: tiene una raíz económica y política. Las grandes corporaciones de insumos odontológicos —laboratorios, fabricantes de equipos, proveedores de materiales— dictan las pautas del conocimiento mediante congresos, revistas indexadas y certificaciones internacionales.
La universidad, en lugar de cuestionar esta lógica, la reproduce. Se legitima así un modelo de ciencia industrializada, donde el valor del conocimiento depende de su capacidad de generar consumo y lucro, no de su impacto social.

El Dr. Menéndez (s.f., p. 13) advertía que “la posibilidad de desarrollo se mide mediante parámetros provenientes de otras latitudes, basados en poseer dinero y dominar tecnología”. Este paradigma ha convertido la odontología en una carrera de élites, donde la calidad se confunde con el precio y la investigación se subordina al patrocinio comercial.
La ciencia, de herramienta liberadora, pasa a ser instrumento de alienación y dependencia, perdiendo su función ética y social.

En este contexto, el odontólogo deja de ser un agente de salud pública y se convierte en un consumidor especializado de tecnología. Se le enseña a desear el último modelo de turbina, la nueva resina importada, el material de moda, sin preguntarse si el país puede producirlos, mantenerlos o incluso necesitarlos.
Esta mentalidad consumista genera un círculo vicioso: cuanto más se importan materiales y métodos, más se debilita la capacidad nacional de producir conocimiento propio. El resultado es una ciencia sin soberanía, un saber sin raíces, una profesión dependiente de los mercados y no del pueblo.

5.3 El subdesarrollo como destino perpetuo

Menéndez expuso una idea central que conserva total vigencia: “Nuestro subdesarrollo será de por vida si seguimos intentando un desarrollo basado en falacias” (s.f., p. 13).
Esa falacia consiste en creer que el progreso se mide por la cantidad de aparatos y materiales modernos que poseemos, y no por la calidad de vida de la población.
Mientras los países desarrollados avanzan hacia modelos de odontología preventiva, integral y comunitaria, los países periféricos se empeñan en copiar la odontología restauradora, elitista y tecnificada del siglo pasado. En consecuencia, el subdesarrollo se perpetúa, no por falta de capacidad, sino por falta de conciencia crítica y autonomía científica.

El problema es, en última instancia, cultural y político. La odontología salvadoreña ha sido educada para mirar hacia afuera, no hacia adentro; para imitar, no para crear; para admirar lo extranjero, no para valorar lo propio.
Esa dependencia mental impide reconocer que el conocimiento más transformador no siempre proviene de los laboratorios del norte, sino también de la sabiduría empírica de los pueblos, de las experiencias comunitarias, del diálogo entre la ciencia y la cultura popular.
Una odontología verdaderamente salvadoreña no puede limitarse a reproducir técnicas importadas; debe investigar, interpretar y actuar sobre su propia realidad histórica.

5.4 Hacia una ciencia liberadora y soberana

Romper con la dependencia epistemológica no significa rechazar la ciencia moderna, sino reapropiarla críticamente, transformarla en función del contexto nacional y regional. La verdadera autonomía científica no consiste en aislarse del mundo, sino en pensar desde el propio suelo, en crear conocimiento que responda a las necesidades concretas del pueblo salvadoreño.

La Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador debe convertirse en un centro de investigación y pensamiento crítico, no en un repetidor de manuales internacionales. Su misión no es fabricar técnicos, sino forjar científicos comprometidos con la realidad nacional.
Esto exige revisar los programas de estudio, incorporar la historia y la sociología de la salud, promover la investigación aplicada a problemas locales y, sobre todo, fomentar una conciencia epistemológica liberadora que permita al futuro odontólogo preguntarse siempre:
¿Para quién trabajo? ¿A quién sirve mi conocimiento? ¿Qué papel juega mi ciencia en la transformación de mi país?

Como señalaba el filósofo Enrique Dussel (1998), “la ciencia moderna debe descolonizarse para servir a la vida y no al mercado”. En esa línea, la odontología salvadoreña debe asumir el desafío de descolonizar su saber, romper las cadenas del pensamiento dependiente y construir una ciencia al servicio de la justicia social y la dignidad humana.

En síntesis, la alienación epistemológica y el subdesarrollo científico no son un destino inevitable, sino una consecuencia de la falta de reflexión crítica y de la sumisión cultural. Recuperar la soberanía intelectual implica rescatar la raíz ética y popular de la odontología, reconectarla con las necesidades reales del pueblo y hacer de la Universidad de El Salvador un faro de pensamiento autónomo, creativo y liberador.

Solo así podrá la ciencia dental dejar de ser un eco del extranjero para convertirse en una voz propia del pueblo salvadoreño, firme, crítica y humanamente comprometida.

6. Odontología, cultura y sociedad: la urgencia del compromiso humano

La odontología no es una ciencia aislada, ni un conjunto de técnicas estériles; es una práctica cultural profundamente vinculada con la vida del pueblo. Cada acto clínico refleja una concepción del ser humano, de la salud y de la sociedad. Sin embargo, a lo largo del tiempo, esta profesión ha olvidado su raíz social y su papel transformador, convirtiéndose —como advertía el Dr. Otto Menéndez— en una actividad “impuesta desde fuera del contexto”, incapaz de reconocer las particularidades culturales y las condiciones históricas de la población salvadoreña (Menéndez, s.f., p. 9).

En la actualidad, el ejercicio odontológico en El Salvador se encuentra atrapado entre dos lógicas irreconciliables: la de una ciencia humanista al servicio del pueblo y la de una técnica despersonalizada al servicio del mercado. Esta contradicción se manifiesta en el trato al paciente, en los métodos de enseñanza y, sobre todo, en la indiferencia social que caracteriza a muchos profesionales formados bajo paradigmas tecnocráticos.

 

 

6.1 La salud bucal como hecho cultural

La salud bucal no puede comprenderse únicamente desde la biología. Es un fenómeno cultural, determinado por los hábitos, las creencias, la educación, la economía y las relaciones sociales. En comunidades rurales, por ejemplo, el cuidado dental no depende solo del acceso a los servicios de salud, sino también de las representaciones simbólicas sobre el cuerpo, la alimentación y el dolor. Ignorar esta dimensión cultural conduce a un error frecuente: imponer modelos de atención diseñados para realidades distintas, que terminan siendo ineficaces o rechazados por la población.

El Dr. Menéndez advertía que en la práctica cotidiana “la inserción científico-social en la población está fuera de la jurisdicción de la odontología” (s.f., p. 9). Es decir, el profesional actúa como un espectador, no como un participante activo de la comunidad. La ciencia se presenta como un saber “superior” que dicta soluciones desde afuera, sin comprender las dinámicas internas de la sociedad a la que pretende servir.
Esa actitud —heredada del positivismo colonial— ha convertido la odontología en una disciplina excluyente y culturalmente desarraigada, incapaz de generar cambios reales en los hábitos y la salud de la población.

Una odontología verdaderamente científica y humana debe dialogar con la cultura popular, comprender sus códigos y aprender de su experiencia. La sabiduría comunitaria, lejos de ser un obstáculo, puede convertirse en una fuente de conocimiento invaluable para la prevención y la promoción de la salud. La educación bucal debe ser participativa, respetuosa y contextualizada, no una imposición técnica de arriba hacia abajo.

6.2 El odontólogo como agente social y no como técnico aislado

El profesional de la salud bucal debe entenderse como un trabajador social del conocimiento, no como un mero aplicador de técnicas. Su función va más allá del consultorio: abarca la escuela, la comunidad, los medios de comunicación y los espacios públicos donde se forman los hábitos de salud.
Sin embargo, el modelo actual forma al odontólogo como un técnico aislado, desconectado de las realidades económicas, políticas y culturales del país. Se le enseña a operar sobre individuos, no sobre colectivos; a corregir dientes, no a prevenir desigualdades; a perfeccionar la oclusión, pero no a comprender la exclusión.

La odontología, en su esencia, es una profesión profundamente humana, pero su ejercicio ha sido colonizado por la lógica de la rentabilidad. Mientras la medicina avanza hacia modelos interdisciplinarios y comunitarios, la odontología sigue atrapada en una estructura individualista, curativa y elitista.
El reto de la Universidad de El Salvador es romper con esa lógica y devolver al odontólogo su papel de educador, investigador y promotor social. La clínica debe ser vista como una extensión del aula, y el aula como una extensión del país. No hay salud bucal posible sin justicia social, y no hay educación odontológica auténtica sin compromiso humano.

6.3 El compromiso social como imperativo ético

El compromiso del profesional de la salud no puede limitarse a la excelencia técnica; debe expresarse en una vocación de servicio al pueblo. Ese compromiso no es opcional, sino una exigencia ética derivada del juramento profesional y del principio de equidad que inspira a toda universidad pública.
Como señalaba Menéndez (s.f., p. 15), la odontología no puede seguir concibiéndose como una “profesión para ricos y otra para pobres”, sino como un saber universal destinado a elevar el nivel de salud de toda la colectividad.

Este compromiso social exige comprender que la salud bucal es un derecho humano, no un privilegio económico. Cuando la odontología se orienta hacia el lucro, traiciona su misión histórica; cuando se orienta hacia la equidad, se convierte en una herramienta de emancipación.
El profesional ético es aquel que usa su conocimiento no para enriquecerse, sino para servir; que entiende que el sufrimiento ajeno le concierne; que ve en cada boca enferma un signo de injusticia social y en cada sonrisa sana un triunfo colectivo.

Como recordaba Monseñor Romero, “la universidad debe encarnarse entre los pobres”. La Facultad de Odontología, en consecuencia, debe asumir su papel de vanguardia moral y científica en la lucha por una salud pública digna, incluyente y humanizada.
Esto implica llevar la odontología a las escuelas, a las comunidades rurales, a los centros penitenciarios, a los barrios marginales, donde la caries y las enfermedades periodontales no son simples diagnósticos, sino síntomas de exclusión y pobreza estructural.

6.4 Hacia una odontología culturalmente situada y solidaria

Una odontología con compromiso humano debe ser también culturalmente situada. No se trata de imitar protocolos ajenos, sino de desarrollar estrategias propias, adaptadas a la realidad nacional. La Universidad de El Salvador tiene la capacidad intelectual y moral para construir un modelo de salud bucal popular, basado en la participación comunitaria, la educación preventiva y la investigación aplicada.

Esta odontología solidaria no rechaza la tecnología, pero la subordina a la dignidad humana. No busca el brillo de la porcelana, sino la luz de la justicia. No aspira a crear pacientes dependientes, sino ciudadanos conscientes.
Su meta no es producir consumidores de tratamientos, sino pueblos sanos y libres, capaces de cuidar de sí mismos.
Como afirmaba Paulo Freire (1992), “nadie educa a nadie, ni nadie se educa solo: los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”. Lo mismo ocurre en la odontología: nadie sana a nadie, ni nadie se sana solo; la salud es una construcción colectiva, cultural y ética.

En síntesis, la odontología salvadoreña necesita reconciliarse con su pueblo, recuperar su dimensión cultural y reconocer que su razón de ser no es el procedimiento técnico, sino el bienestar humano.
Solo cuando el odontólogo comprenda que su tarea no es tallar dientes, sino construir dignidad, y que su instrumento más poderoso no es la fresa, sino la conciencia, podremos hablar de una odontología nueva: científica, solidaria y profundamente salvadoreña.

7. EL PAPEL DE LA ÉTICA EN LA EDUCACIÓN ODONTOLÓGICA

La ética constituye el eje rector de toda profesión vinculada a la salud, pero en la educación odontológica salvadoreña ha sido históricamente relegada a un plano secundario. Mientras la técnica y la destreza manual se enseñan con rigurosidad, la reflexión moral y el compromiso social apenas ocupan un espacio simbólico dentro del currículo universitario. Esta omisión no es casual: responde a un modelo educativo que privilegia el “saber hacer” sobre el “saber ser”, y el rendimiento sobre la conciencia.

En palabras del Dr. Otto Menéndez, “los alumnos son formados para dominar la técnica, pero no para entender el valor humano de su profesión” (s.f., p. 1). Esta carencia ética ha producido generaciones de profesionales competentes desde lo técnico, pero indiferentes desde lo humano, incapaces de comprender que cada acto clínico es también un acto moral que implica decisiones sobre la vida, la dignidad y la justicia.

7.1 Ética y formación integral del profesional

La formación universitaria debe ser más que un entrenamiento técnico; debe constituir una escuela de humanidad. En la Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador, esta tarea es doblemente importante, pues los estudiantes provienen de una sociedad profundamente desigual, donde las necesidades de salud son también demandas de justicia.
Formar un odontólogo ético implica dotarlo no solo de conocimiento científico, sino también de conciencia crítica y sensibilidad social, de modo que su práctica profesional esté guiada por valores como la equidad, la solidaridad y el respeto a la vida.

Como sostenía Aristóteles en la Ética a Nicómaco, “la virtud consiste en obrar bien, no en saber mucho”. Del mismo modo, un odontólogo virtuoso no es aquel que domina la técnica más avanzada, sino el que utiliza su conocimiento para servir con rectitud, honestidad y compasión. La educación universitaria, por tanto, debe integrar la ética como componente transversal, presente en cada asignatura, en cada práctica clínica y en cada decisión institucional.

7.2 La deshumanización del conocimiento técnico

El tecnicismo desprovisto de valores éticos conduce inevitablemente a la deshumanización del acto clínico. Cuando el profesional se limita a ejecutar procedimientos sin reflexionar sobre sus implicaciones morales, el paciente deja de ser una persona para convertirse en un “caso”, en un número o en una oportunidad de aprendizaje.
Esa actitud mecanicista, alimentada por la estructura autoritaria del aula y la cultura de la productividad, destruye el vínculo de confianza que debería unir al profesional con la comunidad.

Menéndez señalaba que “la odontología institucional reproduce el modelo de la práctica privada, centrado en la enfermedad y no en la salud, en el procedimiento y no en la persona” (s.f., p. 5). Esta lógica mercantil de la salud —que mide la eficacia por la cantidad de tratamientos y no por su impacto humano— socava la esencia ética de la profesión.
El estudiante, formado bajo esta visión, aprende a valorar más el instrumento que el sufrimiento humano, a perfeccionar el método sin cuestionar su sentido, y a asociar el éxito con el ingreso económico más que con el bienestar social.

Por ello, la educación odontológica debe reintegrar la dimensión ética como principio de sentido, recordando que el conocimiento sin moral puede convertirse en una forma de violencia. Un procedimiento técnicamente correcto pero humanamente indiferente no es un acto médico: es una mutilación del alma del profesional y del paciente.

7.3 La ética como conciencia política y social

La ética profesional no puede limitarse a la relación odontólogo-paciente. En el contexto salvadoreño, marcado por la desigualdad y la exclusión, el compromiso ético implica también una dimensión política y social.
El profesional de la salud no es un ser neutral: su trabajo tiene consecuencias en la distribución de los recursos, en el acceso a la atención y en la construcción de una sociedad más justa.
El silencio ante la injusticia, la indiferencia ante la pobreza o la complicidad con sistemas de exclusión son, por tanto, faltas éticas graves, aunque no estén tipificadas en los códigos deontológicos.

Como sostenía el filósofo Emmanuel Levinas (1961), la ética comienza cuando el rostro del otro me interpela, cuando su necesidad se convierte en una exigencia moral ineludible. En la clínica dental, ese rostro no es solo un conjunto de dientes enfermos, sino un ser humano que reclama respeto, comprensión y dignidad.
Por ello, la ética odontológica no puede reducirse a un curso teórico o a un juramento formal: debe traducirse en acciones concretas de justicia, equidad y solidaridad.

El odontólogo ético no se pregunta cuánto ganará, sino cuánto puede aportar; no mide su éxito en cifras, sino en sonrisas recuperadas y comunidades empoderadas. La ética, en este sentido, es una forma de resistencia frente a la deshumanización del mercado y la indiferencia institucional.

 

7.4 Ética y ejemplo docente

El ejemplo del docente universitario es determinante en la formación moral del estudiante. No se puede enseñar ética desde la indiferencia, ni hablar de humanismo desde la prepotencia.
El profesor, al igual que el clínico, debe ser un modelo de coherencia, humildad y compromiso social.
Cuando el estudiante percibe que su maestro valora más la empatía que la apariencia, más la verdad que el prestigio, más el servicio que el beneficio, entonces la ética deja de ser una teoría y se convierte en una vivencia.

El Dr. Menéndez insistía en la necesidad de reformar la actitud del profesorado, afirmando que el docente debe ser “un cuestionador del conocimiento existente y de las normas de vida, para luego someterlas nuevamente a crítica” (s.f., p. 19).
Esa actitud crítica y autocrítica constituye la base de una ética viva, no dogmática, capaz de inspirar a las nuevas generaciones a pensar por sí mismas y actuar con responsabilidad.
Un profesor que no reflexiona sobre su propio ejemplo moral contribuye, aunque sin quererlo, a reproducir una cultura de apatía y servilismo académico.

7.5 La ética como fundamento de la excelencia profesional

En última instancia, la ética es el verdadero fundamento de la excelencia. No hay calidad científica sin calidad moral, ni destreza técnica sin responsabilidad humana.
Una odontología sin ética puede llenar los consultorios de tecnología, pero vaciará de sentido la ciencia y de confianza la sociedad.
Por eso, la verdadera reforma de la educación odontológica debe empezar por el corazón, por la recuperación del ideal de servicio público, por la convicción de que el conocimiento solo tiene valor cuando se pone al servicio del bien común.

Como escribió Albert Schweitzer, médico y humanista, “el único camino hacia la grandeza es el amor y el servicio”. La Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador debe asumir ese principio como su bandera: formar profesionales que no solo restauren sonrisas, sino que restituyan dignidad, esperanza y justicia.

En síntesis, la ética no es un complemento, sino la esencia de la educación odontológica. Es el alma que da vida a la ciencia y el faro que orienta la práctica profesional.
Sin ética, la odontología puede producir técnicos; con ética, produce seres humanos capaces de sanar con conocimiento, sensibilidad y amor.

 

 

8. ODONTOLOGÍA PARA LA VIDA: HACIA UNA ESTOMATOLOGÍA INTEGRAL Y HUMANISTA

La odontología contemporánea enfrenta un desafío histórico: redefinir su esencia y su misión en función de la vida humana y no del mercado. Después de décadas de práctica tecnificada, elitista y desarraigada, urge una profunda transformación que devuelva a la ciencia estomatológica su sentido social, ético y humanista.
No se trata simplemente de actualizar métodos o incorporar nuevas tecnologías, sino de reconstruir su filosofía, su relación con el pueblo y su propósito histórico dentro del sistema de salud y la educación superior salvadoreña.

El Dr. Otto Menéndez, en su lúcido análisis de la práctica odontológica, dejó planteado este imperativo moral al afirmar que la disciplina debe “procurar que toda la población alcance, conserve y mejore constantemente los niveles de salud estomatológica” (s.f., p. 14). Esa frase, sencilla pero profunda, resume el horizonte de una odontología para la vida, comprometida con la totalidad del ser humano y con el bienestar de la colectividad.

8.1 De la odontología fragmentada a la estomatología integral

La primera condición para esta transformación es superar la visión fragmentada de la odontología tradicional, que reduce la salud bucal a un conjunto de procedimientos aislados.
La estomatología integral, en cambio, entiende al ser humano como una unidad biológica, psíquica y social, en la que la boca no es un órgano separado del cuerpo ni del contexto, sino parte esencial de su identidad, comunicación y dignidad.
Desde esta perspectiva, cada enfermedad bucal es también un síntoma social, un reflejo de las condiciones de vida, de la pobreza, del acceso desigual al agua potable o de la falta de educación sanitaria.

Por ello, la práctica odontológica debe orientarse no solo a curar, sino también a comprender y transformar las causas estructurales de la enfermedad.
La caries, la enfermedad periodontal o la pérdida dentaria no pueden abordarse únicamente con obturaciones o prótesis, sino con políticas públicas de prevención, educación y justicia social.
La estomatología integral implica una visión sistémica de la salud: una ciencia que dialoga con la medicina, la psicología, la sociología, la nutrición y la educación, entendiendo que la salud no es un privilegio, sino un derecho humano fundamental.

8.2 Humanizar la técnica, politizar la ciencia

El segundo pilar de una odontología para la vida es la humanización de la técnica.
Esto no significa renunciar al rigor científico, sino devolverle su dimensión ética y social.
Toda tecnología, por más avanzada que sea, debe estar subordinada al bien del ser humano. La excelencia no consiste en dominar aparatos sofisticados, sino en saber cuándo y para qué utilizarlos.
El profesional ético es aquel que comprende que detrás de cada tratamiento hay una historia, una familia, un rostro que confía y una esperanza que no puede defraudarse.

La humanización de la técnica conduce inevitablemente a la politización de la ciencia, entendida no como ideologización partidaria, sino como conciencia social activa.
La salud bucal no es neutral: refleja relaciones de poder, distribución de recursos y estructuras de exclusión.
Una odontología que ignore la pobreza, el hambre o el desempleo no es científica, sino ciega.
Por tanto, el profesional del futuro debe ser también un actor social consciente, capaz de incidir en políticas públicas, promover la equidad sanitaria y defender la dignidad del pueblo salvadoreño ante cualquier modelo de salud excluyente o mercantilista.

8.3 La docencia como praxis liberadora

La Facultad de Odontología debe transformarse en una comunidad de pensamiento crítico y praxis liberadora.
No basta con transmitir conocimientos: es necesario generar reflexión, diálogo y compromiso.
La enseñanza clínica debe combinar el dominio técnico con la reflexión ética, la investigación científica con el trabajo comunitario, el laboratorio con la realidad social.
De esta forma, cada estudiante comprenderá que su formación no termina en la obturación de un diente, sino en la reconstrucción simbólica del rostro humano como espacio de dignidad.

Como proponía Paulo Freire (1970), enseñar es un acto político, y todo conocimiento es una forma de liberación o de dominación.
Por ello, la docencia universitaria debe liberar al estudiante del miedo, de la obediencia ciega y del servilismo académico, formándolo como sujeto crítico, investigador y comprometido con su pueblo.
El docente no debe limitarse a instruir, sino a inspirar; no debe imponer, sino provocar pensamiento; no debe formar técnicos, sino constructores de humanidad.

8.4 Ciencia, conciencia y comunidad

La nueva odontología debe fundarse en tres pilares inseparables: ciencia, conciencia y comunidad.
La ciencia garantiza el conocimiento riguroso; la conciencia otorga el sentido ético; y la comunidad da el propósito social.
Sin esa tríada, la profesión pierde su legitimidad.
El reto de la Universidad de El Salvador es armonizar estos tres elementos en su misión académica, de modo que cada graduado sea un agente de transformación social, no un reproductor del sistema.

Esto implica reestructurar los planes de estudio, fortalecer la formación en ética y humanidades, crear programas de atención comunitaria sostenidos, y fomentar la investigación aplicada a los problemas nacionales de salud bucal.
Solo así la odontología dejará de ser una profesión individualista para convertirse en una vocación colectiva, una ciencia del cuidado mutuo y del respeto a la vida.

8.5 Una odontología al servicio del pueblo

Una odontología para la vida debe volver a su raíz más noble: el servicio al pueblo.
No hay futuro ético ni científico posible en una profesión que ignora las necesidades de la mayoría.
El profesional que atiende a los marginados, que se adentra en las comunidades rurales, que enseña a los niños a cuidar su salud, está haciendo más por su patria que el que ostenta títulos o tecnología.
Esa es la verdadera revolución silenciosa: la del conocimiento puesto al servicio de la dignidad humana.

El nuevo horizonte de la odontología salvadoreña debe ser la justicia sanitaria.
No se trata de una utopía, sino de un deber moral y académico.
Cada sonrisa recuperada en un niño campesino, cada tratamiento brindado sin interés económico, cada campaña preventiva en una escuela pública es un acto de ciencia, pero también un acto de amor al país.
Solo así la Facultad de Odontología podrá cumplir su auténtico mandato histórico: formar profesionales con mente científica, corazón ético y espíritu solidario.

En síntesis, la odontología para la vida representa el tránsito de la técnica vacía a la ciencia con conciencia; del individualismo al compromiso colectivo; de la alienación al humanismo.
Una odontología que piensa, siente y actúa desde y para el pueblo, es la única capaz de honrar el nombre de Universidad de El Salvador: casa del saber, de la ética y de la justicia social.

9. CONCLUSIÓN

La odontología salvadoreña, en especial la que se enseña y practica en la Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador, se encuentra en un punto de inflexión histórica. Durante décadas, su quehacer ha oscilado entre la ciencia y la técnica, entre el compromiso social y la indiferencia, entre la ética y el mercado.
Este ensayo ha procurado develar esas contradicciones estructurales, no con ánimo de condena, sino con la esperanza de que de la crítica surja una reforma profunda, una renovación moral y científica capaz de reconciliar la odontología con su verdadera razón de ser: el servicio al ser humano y al bien común.

El diagnóstico es claro: la odontología se ha fragmentado. Se ha quedado atrapada en la lógica del procedimiento y del consumo, relegando la reflexión crítica, la sensibilidad ética y la vocación de justicia.
El estudiante aprende a manejar instrumentos, pero no a mirar el rostro del paciente con empatía; domina materiales sofisticados, pero ignora las causas sociales del dolor; repite fórmulas extranjeras, pero no sabe pensar su propia realidad nacional.
Así, se forma un profesional eficiente, pero deshumanizado; hábil con las manos, pero pobre en pensamiento; preparado para ganar dinero, pero no para construir dignidad.

Esta crisis no es solo técnica: es moral, cultural y epistemológica. Es el reflejo de una sociedad donde la ciencia ha perdido su vínculo con la vida, donde el conocimiento se ha vuelto mercancía y donde la universidad corre el riesgo de olvidar su misión social.
La odontología, nacida como una ciencia para sanar, ha sido absorbida por un sistema que mide el éxito por el lucro y la apariencia. Pero la verdadera excelencia no se encuentra en la sofisticación tecnológica, sino en la honradez del propósito, en la humildad del servicio y en la profundidad del pensamiento.

Frente a esta realidad, la transformación no puede limitarse a reformas curriculares o modernizaciones institucionales. Es necesaria una revolución ética y epistemológica, que devuelva a la odontología su carácter humanista, dialéctico y emancipador.
Debe volver a concebirse como estomatología integral, ciencia de la totalidad del ser humano, comprometida con la salud del cuerpo, la mente y la sociedad.
Debe integrar los valores, las humanidades y la filosofía como pilares formativos, y entender que sin conciencia crítica, toda ciencia se convierte en técnica vacía.

El desafío más grande de la Facultad de Odontología es reconciliar la ciencia con la conciencia, la teoría con la práctica, el aula con la comunidad, el conocimiento con la ética.
Eso exige docentes reflexivos, estudiantes críticos, investigadores comprometidos y profesionales solidarios.
No basta con producir técnicos hábiles: hay que formar seres humanos pensantes, sensibles y comprometidos con su pueblo.

Como lo señalaba el Dr. Otto Menéndez en sus conclusiones, la odontología debe “traer sus contradicciones al consciente y someterlas al análisis crítico como parte del método científico” (s.f., p. 23).
Ese llamado sigue siendo vigente: analizar, cuestionar y transformar.
Solo desde la autocrítica y la honestidad intelectual podrá emerger una odontología nueva, fiel a la vocación de la Universidad de El Salvador como conciencia lúcida de la nación.

La odontología del futuro no puede seguir mirando hacia el norte, sino hacia el corazón del país.
Debe inspirarse en la sonrisa del campesino, en la fortaleza de la madre trabajadora, en la esperanza del niño que nunca ha visto a un dentista.
Debe ser ciencia, pero también ternura; técnica, pero también justicia; conocimiento, pero también amor al pueblo.
Solo así será posible construir una odontología para la vida, una estomatología integral que devuelva a la profesión su esencia humanista, solidaria y transformadora.

10. REFLEXIÓN FINAL

La odontología, como toda ciencia de la salud, tiene en sus manos algo más que dientes: tiene la vida, la esperanza y la dignidad del ser humano.
Durante demasiado tiempo, la práctica profesional ha sido reducida al dominio de la técnica, olvidando que sanar no es solo reparar, sino comprender y acompañar.
El dolor de una caries no es solo físico; es también social, económico y moral. Detrás de cada enfermedad bucal hay pobreza, desigualdad, desinformación y abandono estatal.
Por eso, el odontólogo no puede limitarse a tallar, pulir o restaurar. Debe mirar más allá de la boca y ver al ser humano completo: con su historia, sus emociones, su cultura y sus luchas cotidianas.

La Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador ha sido, a lo largo de su historia, un faro de conocimiento, pero también un espejo de las contradicciones del país.
Hoy, más que nunca, debe volver a ser conciencia crítica de la nación, ejemplo de ética y de compromiso social, casa del saber con sentido humano.
No basta con tener laboratorios modernos si se ha perdido el espíritu solidario; no basta con enseñar técnicas si no se cultiva la empatía; no basta con curar cuerpos si no se educan conciencias.

Una odontología verdaderamente transformadora debe nacer del pueblo, para el pueblo y con el pueblo.
Debe recuperar la palabra, el diálogo, la educación preventiva y la presencia constante en las comunidades.
Debe recordar que el conocimiento científico sin compasión se convierte en arrogancia, y que la técnica sin justicia se convierte en complicidad con el dolor.
El profesional ético no busca prestigio, sino utilidad social; no busca poder, sino servir; no busca lucro, sino dignificar la vida.

La ética, la ciencia y la ternura no son opuestos: son los tres pilares de una nueva estomatología humanista.
Solo cuando el conocimiento se funde con la conciencia, y la práctica con el amor al prójimo, la odontología se convertirá en una fuerza de liberación y esperanza.
El futuro de la Facultad de Odontología —y del país entero— dependerá de su capacidad para formar profesionales críticos, solidarios y profundamente humanos, capaces de entender que cada sonrisa recuperada es también una victoria de la justicia y la vida sobre la indiferencia y la desigualdad.

Porque al final, la verdadera ciencia no se mide en títulos ni en técnicas, sino en la huella ética y humana que deja en la historia.
Y si el conocimiento no sirve para liberar, educar y amar, entonces no sirve para nada.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1.     Dussel, E. (1998). Ética de la liberación en la edad de la globalización y la exclusión. Trotta.

2.     Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.

3.     Freire, P. (1992). Pedagogía de la esperanza: un reencuentro con la pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.

4.     Fromm, E. (1976). Tener o ser. Fondo de Cultura Económica.

5.     Kosík, K. (1967). Dialéctica de lo concreto. Grijalbo.

6.     Levinas, E. (1961). Totalidad e infinito. Duquesne University Press.

7.     Menéndez, O. (s.f.). Contradicciones en la práctica estomatológica universitaria. Universidad de El Salvador, Facultad de Odontología. Documento inédito.

8.     Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.

9.     Ribeiro, D. (1978). Las Américas y la civilización: proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos. Siglo XXI Editores.

10.                        Schweitzer, A. (1949). Cultura y ética. Fondo de Cultura Económica.

 

 

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