“ODONTOLOGÍA PARA LA VIDA: ÉTICA, CIENCIA Y COMPROMISO
SOCIAL”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN.
Durante más de tres décadas de docencia, observación y
ejercicio académico en la Facultad de Odontología de la Universidad de El
Salvador, se ha revelado con claridad una problemática profunda y
persistente: la fractura entre el conocimiento técnico y la formación humana
del odontólogo. La odontología salvadoreña, como muchas ciencias aplicadas en
América Latina, ha desarrollado una admirable precisión técnica, pero ha
descuidado los fundamentos filosóficos, éticos y sociales que deben acompañar
todo acto médico. Así, la ciencia bucodental se ha convertido, en buena medida,
en una tecnología del diente, pero no en una ciencia del ser humano integral.
La práctica cotidiana en las aulas, clínicas y hospitales
universitarios muestra cómo el proceso formativo del futuro odontólogo se
orienta casi exclusivamente a dominar la técnica: aprender a tallar,
restaurar, obturar, medir, diagnosticar o construir prótesis, pero rara vez a pensar
críticamente el sentido de su profesión. Al estudiante se le enseña a
reproducir procedimientos y protocolos, no a cuestionar el modelo de
salud-enfermedad que subyace en ellos ni las desigualdades sociales que condicionan
la salud bucal del pueblo salvadoreño. Desde los primeros ciclos, se le
transmite la idea —implícita o explícita— de que “de la odontología se come, no
de la ética ni de la filosofía”, reduciendo así su formación a una dimensión
utilitaria, inmediata y mercantil.
El resultado de este enfoque ha sido la producción de excelentes
técnicos, pero de profesionales limitados en sensibilidad humana,
conciencia social y juicio crítico. La odontología universitaria, atrapada
en un paradigma tecnocrático, ha dejado de mirarse a sí misma con autocrítica.
Ha olvidado que su finalidad esencial no es el lucro ni la destreza
instrumental, sino el bienestar integral de la población, especialmente
de aquellos sectores históricamente marginados del acceso a la salud. La
paradoja es evidente: se habla constantemente de “salud estomatológica”, pero
se trabaja casi exclusivamente en la enfermedad, reparando el daño, no
previniéndolo ni transformando las condiciones sociales que lo generan.
En este sentido, la práctica odontológica se ha
convertido en un espejo de las contradicciones del propio sistema universitario
y del modelo de desarrollo salvadoreño: elitista en sus métodos, dependiente
en su epistemología y acrítica en su práctica. Los planes de estudio
priorizan la importación de modelos, materiales y tecnologías de países del
norte global, sin una reflexión sobre su pertinencia cultural, económica o
social. La odontología se ha alienado de su entorno y, en lugar de responder a
las necesidades del pueblo, reproduce un conocimiento ajeno,
descontextualizado y a menudo inalcanzable para la mayoría.
Esta alienación no es casual. Es el reflejo de una
estructura académica que históricamente ha privilegiado lo “moderno”, lo “de
punta”, lo “sofisticado”, en detrimento de lo propio, lo pertinente y lo
humanamente significativo. Se valora más el dominio de un instrumental caro que
la comprensión de la pobreza, la desnutrición o la falta de acceso al agua
potable que afectan la salud bucal de miles de salvadoreños. Se premia la destreza
manual, pero no la empatía; la memoria, pero no la reflexión; la repetición,
pero no la creación. En suma, la odontología se ha convertido en una ciencia
técnica sin conciencia moral, un conocimiento eficaz pero deshumanizado.
Sin embargo, no todo está perdido. La experiencia
acumulada por docentes comprometidos y críticos —como el Dr. Otto Menéndez y
otros pensadores universitarios— ha dejado constancia de que otra
odontología es posible: una que integre la técnica con la ética, la ciencia
con la conciencia, la práctica con la reflexión, la universidad con la
sociedad. Es urgente rescatar el sentido social, humanista y crítico de
la profesión, situando al estudiante y al futuro odontólogo en una posición de agente
transformador, no de simple ejecutor técnico. La odontología debe volver a
ser estomatología, en el sentido integral que abarca cuerpo, mente y
sociedad; debe reconciliar la salud bucal con la justicia social, la ciencia
con la ética y la técnica con la sensibilidad humana.
Este ensayo, por tanto, busca analizar críticamente
las contradicciones, deficiencias y retos de la práctica odontológica en la
Universidad de El Salvador desde una perspectiva filosófica, social y ética.
A lo largo de sus apartados se examinarán los factores que han limitado el
impacto de la odontología universitaria en el bienestar colectivo, la
dependencia epistemológica de modelos extranjeros, la ausencia de pensamiento
crítico, el fetichismo tecnológico y la escasa conciencia social en la
formación profesional. El propósito último es contribuir a la construcción de
una odontología humanizada, que no vea al paciente como un “caso
clínico”, sino como un ser humano con historia, dignidad y derechos.
Al final, este texto es también un llamado a la
conciencia institucional. La Facultad de Odontología de la Universidad de
El Salvador, con su larga historia de compromiso social, tiene la misión
histórica de superar la fragmentación entre la ciencia y la humanidad, de
formar profesionales que no sólo sepan curar, sino también comprender,
prevenir, acompañar y transformar. Porque la verdadera excelencia no reside
en la perfección técnica, sino en la capacidad de servir con ética, justicia
y amor al prójimo.
1. LA ODONTOLOGÍA COMO CIENCIA MUTILADA: TÉCNICA SIN
CONCIENCIA
La odontología, concebida originalmente como una ciencia
integral del ser humano en su dimensión biológica, psicológica y social, ha
sido gradualmente reducida a una tecnología del procedimiento. Esta
mutilación epistemológica ha convertido al odontólogo en un ejecutor hábil,
pero con frecuencia desconectado del sentido ético y social de su profesión.
En la práctica universitaria salvadoreña, esta tendencia se expresa en la
subordinación del pensamiento crítico a la destreza manual, del análisis
teórico a la memorización de técnicas, y del compromiso con la salud colectiva
a la búsqueda del reconocimiento individual y la rentabilidad profesional.
Durante décadas, la Facultad de Odontología de la Universidad
de El Salvador ha formado a miles de profesionales que, si bien dominan las
herramientas clínicas, no siempre comprenden la dimensión humana del
sufrimiento que atienden. Como observó el Dr. Otto Menéndez en su análisis
institucional, muchos odontólogos “no cuestionan el conocimiento ni la
tecnología que utilizan; simplemente tratan de asimilarla y aplicarla, actuando
acríticamente ante lo que consideran parte intrínseca de su actividad”
(Menéndez, s.f., p. 2). Esta actitud de aceptación pasiva del saber técnico
—propia del positivismo profesional heredado del siglo XX— ha generado una
práctica donde la ciencia se convierte en rutina y la clínica en repetición,
sin espacio para la duda, la reflexión ni la crítica.
El problema no radica únicamente en el método de
enseñanza, sino en la filosofía de fondo que sostiene el modelo
educativo. La odontología moderna, al ser influenciada por las lógicas del
mercado y la competencia, ha reemplazado su vocación humanista por una
orientación mercantil. En lugar de formar agentes de salud pública, se
forman proveedores de servicios; en lugar de promover la prevención, se
incentiva la restauración; y en vez de cultivar la empatía, se premia la
productividad y la velocidad del trabajo clínico. El resultado es un profesional
competente, pero alienado de la realidad social que lo rodea.
Esta alienación tiene raíces históricas. Desde los años
setenta, la educación odontológica en América Latina ha replicado modelos
importados de Estados Unidos y Europa, donde la odontología se consolidó como
una profesión liberal orientada al lucro individual. En el contexto
salvadoreño, este modelo se adoptó sin un análisis crítico de su pertinencia
cultural o económica. Así, el odontólogo
formado en la Universidad de El Salvador se enfrenta a una contradicción
estructural: posee un conocimiento
técnico de primer mundo, pero trabaja en un país donde la mayoría no puede
pagar por él. Esta brecha entre el saber y la realidad social se
traduce en frustración profesional y en una práctica elitista que excluye a los
sectores más necesitados.
La ciencia mutilada es, por tanto, el reflejo de un
sistema que separa la razón instrumental de la razón ética. Mientras la técnica permite “hacer”, la ética enseña “por qué y para
quién se hace”. En la formación actual, el estudiante aprende a usar
instrumentos y materiales, pero rara vez se le induce a pensar críticamente
sobre el impacto social de su quehacer, sobre las condiciones
estructurales que generan la enfermedad o sobre el papel político del conocimiento
científico en una sociedad desigual. El resultado es un profesional
técnicamente brillante, pero humanamente incompleto, que puede restaurar
una sonrisa sin comprender el dolor social que la provoca.
La mutilación epistemológica también se manifiesta en la ausencia
de una visión interdisciplinaria. La odontología universitaria ha marginado
el diálogo con las ciencias sociales, la filosofía, la ética y la pedagogía,
como si fueran disciplinas accesorias. Los cursos de humanidades son vistos
como “rellenos curriculares”, carentes de relevancia práctica. Esta
fragmentación del saber impide comprender que la salud bucal no es un fenómeno
biológico aislado, sino un hecho cultural y político, determinado por las
condiciones de vida, la educación, la pobreza, el trabajo y la alimentación.
Ignorar estos factores equivale a reducir el cuerpo humano a una cavidad
oral y al paciente a una boca, negando así su humanidad total.
Superar esta crisis implica rescatar la unidad entre técnica,
ciencia y conciencia. La odontología debe dejar de ser una práctica “de
dientes” para convertirse en una ciencia “de personas”. Ello requiere un cambio
profundo en la mentalidad docente y en el currículo universitario, donde el
aprendizaje no se limite a repetir protocolos, sino que fomente la reflexión
crítica, la sensibilidad social y el compromiso ético. Solo así será posible
construir una odontología verdaderamente científica y humanista, capaz
de contribuir al bienestar colectivo y no solo al éxito individual.
Como afirmaba Paulo Freire (1970), “la educación debe ser un acto de libertad, no de domesticación”. De igual modo, la formación odontológica debe liberar al estudiante del automatismo técnico para convertirlo en un intelectual crítico de la salud, consciente de su papel transformador en la sociedad. Mientras la técnica enseña a reparar dientes, la conciencia enseña a reparar el tejido humano y social que sufre detrás de cada patología.
2. LAS CONTRADICCIONES ESTRUCTURALES DE LA PRÁCTICA
ESTOMATOLÓGICA
Las
contradicciones que atraviesan la práctica odontológica en la Universidad de El
Salvador no son simples deficiencias pedagógicas, sino expresiones profundas
de un modelo científico fragmentado y socialmente incongruente. En su núcleo se enfrentan dos visiones
irreconciliables: la de una odontología al servicio de la vida y la salud del
pueblo, y la de una odontología funcional al mercado, al lucro y a la
repetición acrítica de modelos foráneos. Como advirtió el Dr. Otto
Menéndez, “la odontología hace reflexiones y actúa conforme concepciones
contradictorias a la luz de lo que científicamente resulta válido” (Menéndez,
s.f., p. 1).
Estas tensiones no sólo debilitan la calidad académica, sino que erosionan el
compromiso ético y social que debería ser el fundamento de toda profesión
sanitaria.
2.1 Finalidad social o elitista: una ciencia para pocos
El discurso institucional de la odontología universitaria
invoca constantemente el ideal de la “salud para todos”, pero su
práctica revela una orientación selectiva y excluyente. En teoría, el
odontólogo se forma para atender a la población en general; en la realidad, la
atención se dirige a grupos reducidos y económicamente privilegiados,
tanto en el ejercicio privado como en el institucional. Esta contradicción constituye
una de las heridas más profundas del quehacer estomatológico.
El problema no es únicamente económico,
sino ideológico. La estructura
de la formación profesional reproduce una visión elitista del conocimiento,
donde el dominio técnico y la estética dental se asocian al estatus social,
mientras que la salud preventiva y comunitaria se relegan a un segundo plano. Así, la odontología termina sirviendo al consumo y no a
la necesidad, a la estética de las élites y no a la salud del pueblo.
Como señalaba Menéndez (s.f., p. 3), la odontología “postula una apertura
universal para la población, pero sus procedimientos son selectivos, además de
onerosos”, lo que la convierte en una práctica intrínsecamente excluyente.
Este elitismo contradice el espíritu fundacional de la
Universidad de El Salvador, creada precisamente para democratizar el
conocimiento y servir a las mayorías históricamente marginadas. Sin embargo, en la práctica cotidiana, los
recursos humanos formados en la Facultad de Odontología se insertan en un
modelo que privilegia la atención curativa y lucrativa sobre la acción
preventiva y colectiva. De esta
forma, el odontólogo termina siendo un profesional útil al mercado, pero no
necesariamente útil a la sociedad.
Una auténtica transformación requiere recuperar la
finalidad social de la estomatología, entendida como la ciencia del
bienestar bucal del pueblo salvadoreño en su conjunto. La odontología no puede
limitarse a intervenir cuando el daño ya está hecho; debe convertirse en un
instrumento de promoción, prevención y justicia sanitaria. En palabras
de Eduardo Galeano, “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas
pequeñas, puede cambiar el mundo”.
La verdadera grandeza de la odontología no está en la
sofisticación de su instrumental, sino en la amplitud de su compromiso humano.
2.2 De la salud al negocio de la enfermedad
Otra contradicción estructural reside en el
desplazamiento del eje conceptual de la salud hacia la enfermedad como
centro del aprendizaje y la práctica.
En
las clínicas universitarias, el estudiante se enfrenta a un modelo En el discurso, se habla de “salud
estomatológica”; en la práctica, se forma al estudiante para reparar daños, no para evitarlos. Se
enseña a reconstruir lo destruido, no a impedir su destrucción. Así lo
describía el Dr. Menéndez con precisión: “Se hace referencia a la salud
mientras se trabaja casi exclusivamente en enfermedad” (Menéndez, s.f., p. 5).
pedagógico donde el paciente se convierte en un medio para cumplir
requisitos, no en un sujeto de atención integral. La prevención se reduce a
una asignatura de segundo orden, mientras que el valor académico se mide por el
número de obturaciones, endodoncias o coronas realizadas.
El resultado es una odontología curativa, reactiva y fragmentada,
centrada en el síntoma y no en la causa, en la intervención y no en la
comprensión del proceso salud-enfermedad.
Esta orientación hacia la enfermedad tiene implicaciones
éticas profundas. La salud se transforma en un negocio, y la enfermedad en su
materia prima. Cuanto más se enferma la población, más trabajo hay para el
odontólogo; cuanto más se restaura, más rentable se vuelve la práctica.
Así, la odontología, sin advertirlo, cae en una lógica
perversa de mercado, donde el sufrimiento se convierte en fuente de
beneficio.
Como advierte Ivan Illich (1975), “la medicalización de la vida convierte la
salud en una mercancía y al enfermo en un consumidor”. En este sentido, la odontología debe romper con el modelo
curativo-mercantilista y transitar hacia un paradigma emancipador que devuelva el protagonismo al bienestar
colectivo y no al lucro individual.
Superar esta contradicción implica cambiar la estructura
curricular, los criterios de evaluación y la lógica institucional. La enseñanza de la odontología debe
articular la clínica con la salud pública, la técnica con la ética, y la
destreza con la comprensión crítica del entorno social. De lo contrario,
seguiremos formando profesionales de la
enfermedad, incapaces de contribuir a la salud integral del pueblo.
2.3 La tecnología como fetiche y no como herramienta
En la odontología contemporánea, la tecnología ha dejado
de ser un medio para convertirse en un fin en sí misma. El progreso
técnico, en lugar de fortalecer el pensamiento científico, ha derivado en un fetichismo
tecnológico que mide la calidad profesional por la sofisticación de los
materiales utilizados y no por la pertinencia de las soluciones.
Como denunció Menéndez (s.f., p. 9), “la odontología propone y ejecuta
soluciones no coherentes ni coetáneas con las características de la población”,
produciendo bienes caros y sofisticados para una población que ni los entiende
ni puede pagarlos.
Este fenómeno reproduce la dependencia epistemológica de
los países periféricos respecto a los centros de poder científico y económico.
Los laboratorios transnacionales y las empresas biomédicas imponen estándares
de “excelencia” que no responden a las realidades latinoamericanas. La
universidad, al adoptar sin cuestionar estos parámetros, se convierte en reproductora
de un modelo ajeno y excluyente, donde el éxito se mide por la adquisición
de tecnología importada y no por la capacidad de resolver los problemas
nacionales de salud bucal.
De esta forma, el odontólogo se forma para ser consumidor
de tecnología, no creador de conocimiento. El instrumental clínico, los
biomateriales y los equipos de laboratorio se transforman en símbolos de
estatus profesional. Quien tiene acceso a ellos es considerado competente;
quien no, queda relegado. Esta lógica de dependencia tecnológica refuerza la
desigualdad social y profundiza la brecha entre una odontología “de élite” y
otra “de supervivencia”.
Recuperar la centralidad del problema —y no de la
tecnología— significa repolitizar la práctica odontológica. La ciencia
no puede ser neutral: debe ponerse al servicio del pueblo y de las necesidades
colectivas. La verdadera excelencia científica no consiste en usar el material
más caro, sino en encontrar soluciones creativas, accesibles y culturalmente
adecuadas a los problemas reales de la población. En otras palabras, se
trata de volver a poner la técnica al servicio de la ética.
En conclusión, estas contradicciones —entre la finalidad
social y el elitismo, entre la salud y la enfermedad, entre la tecnología y la
conciencia— constituyen el núcleo de la crisis actual de la odontología
universitaria. Superarlas exige redefinir el sentido mismo de la formación
profesional, pasar de la repetición técnica a la comprensión crítica, del
mercado al servicio social, y del fetichismo tecnológico al humanismo
científico.
3. FORMACIÓN DEL ODONTÓLOGO: ENTRE LA MEMORIZACIÓN Y EL
PENSAMIENTO CRÍTICO
La formación del odontólogo en la Universidad de El
Salvador refleja con claridad las tensiones entre la transmisión de
conocimientos técnicos y la construcción de pensamiento crítico. En el
discurso institucional se habla de “educación científica y humanista”, pero en
la práctica cotidiana predomina un modelo memorístico, autoritario y
repetitivo, heredero de una pedagogía tradicional que poco ha cambiado en
su esencia desde el siglo pasado.
En lugar de fomentar la reflexión, la creatividad y el análisis, el sistema
formativo se centra en repetir contenidos, protocolos y manuales clínicos
que se enseñan como verdades absolutas, sin abrir espacio para el
cuestionamiento ni la innovación.
El Dr. Otto Menéndez señalaba con contundencia que en los
centros formadores “es común observar cómo los profesores dictan
fundamentalmente clases magistrales en que el estudiante debe tener una
asistencia nada más pasiva y no cuestionadora” (Menéndez, s.f., p. 17).
Este modelo, basado en la autoridad del profesor y la
pasividad del alumno, ha producido generaciones de profesionales
disciplinados, pero no necesariamente pensadores críticos. Se forma al
estudiante para obedecer, no para investigar; para repetir, no para comprender;
para aplicar, no para transformar.
3.1 El aula dental: un espacio de reproducción, no de
creación
Las clínicas universitarias, donde debería desarrollarse
la capacidad de análisis y la autonomía profesional, se convierten en espacios
de repetición mecánica. El
estudiante aprende a ejecutar tratamientos siguiendo esquemas preestablecidos,
sin comprender del todo el porqué de cada procedimiento ni su impacto en el
contexto del paciente. El aprendizaje se reduce a cumplir metas cuantitativas:
número de obturaciones, endodoncias, exodoncias o coronas realizadas.
La calidad del aprendizaje se mide por la precisión técnica, no por
la profundidad del razonamiento o la comprensión integral del proceso
salud-enfermedad.
En
este contexto, el profesor tradicional asume el papel de dueño del
conocimiento. Se presenta como autoridad incuestionable, poseedor de una verdad
terminada e indiscutible. Como resultado, el estudiante desarrolla una actitud
de dependencia intelectual que lo incapacita para la investigación autónoma y
el pensamiento dialéctico.
La relación educativa se vuelve vertical, jerárquica y emocionalmente fría: el
docente enseña; el alumno obedece.
Esta
relación asimétrica contradice los principios de la andragogía moderna,
que entiende al estudiante universitario como sujeto activo, responsable de su
propio aprendizaje.
El propio Menéndez advirtió que “el profesor continúa
teniendo una actitud de ‘profesor-papá’ y el estudiante de ‘estudiante-hijo’”
(Menéndez, s.f., p. 18), una metáfora que sintetiza el paternalismo académico y
la falta de autonomía intelectual del futuro profesional. Este modelo formativo
reproduce la dependencia epistemológica, pues impide que el estudiante
construya su propio criterio y su propia interpretación del fenómeno
estomatológico.
3.2 La pedagogía del silencio y el miedo a pensar
El aprendizaje memorístico, sumado a la estructura
autoritaria del aula, genera una pedagogía del silencio, donde pensar
críticamente se castiga y repetir se recompensa. El estudiante que cuestiona el
contenido o el método suele ser percibido como problemático; aquel que memoriza
sin debatir es considerado ejemplar.
Así, se instala una cultura del conformismo intelectual que inhibe la
curiosidad, la duda y la creatividad, elementos esenciales para el desarrollo
de una verdadera conciencia científica.
Paulo Freire (1970) llamaba a este fenómeno la “educación
bancaria”, en la que el maestro “deposita” conocimientos en la mente del
alumno como si fuera una alcancía vacía. En este modelo, no hay diálogo ni
construcción colectiva del saber, sino una imposición unilateral de información.
La odontología universitaria, en gran medida, ha caído en esta trampa: el
estudiante aprende a “hacer”, pero no a “pensar lo que hace”. Su conocimiento
se vuelve instrumental y utilitario, incapaz de relacionar la técnica
con la ética o la biología con la sociedad.
El pensamiento crítico, en cambio, exige confrontar las
ideas, analizar la realidad, identificar contradicciones y proponer
alternativas. Requiere de una conciencia epistemológica, es decir, la
comprensión de que todo conocimiento es histórico, contextual y perfectible.
Sin embargo, la educación odontológica actual —al igual que muchas carreras
técnicas— opera bajo la ilusión de una ciencia neutral, objetiva y
deshumanizada. Esta ilusión no sólo es falsa, sino peligrosa: produce profesionales
que actúan con precisión, pero sin conciencia, con habilidad, pero sin
reflexión moral.
3.3 Entre la técnica y la conciencia científica
La verdadera educación científica no consiste en acumular
información, sino en saber pensar, analizar y transformar la realidad.
Un odontólogo verdaderamente científico no es quien memoriza los nombres de los
instrumentos o los protocolos de laboratorio, sino quien comprende los procesos
biológicos, sociales y culturales que determinan la salud bucal.
Esto implica reconocer que la enfermedad dental no se origina únicamente en la
anatomía, sino también en la pobreza, la desnutrición, la falta de educación
sanitaria y las condiciones de vida injustas de la población salvadoreña.
Por tanto, el aprendizaje debe orientarse hacia la investigación
crítica, no hacia la repetición de fórmulas. La Facultad de Odontología
debe recuperar su papel como laboratorio social, donde el conocimiento
científico se vincule con la transformación de la realidad nacional.
La investigación debe centrarse en los problemas del país: la caries infantil
en comunidades rurales, la falta de acceso al agua potable, las enfermedades
periodontales relacionadas con la malnutrición, y los efectos del estrés y la
violencia en la salud bucal. Formar un odontólogo crítico implica formarlo
también como científico social, capaz de leer la realidad y de actuar
sobre ella.
Como afirma Edgar Morin (1999), “el conocimiento debe
enseñar la condición humana”. En la educación odontológica, esto significa enseñar
a pensar en la totalidad, no en fragmentos; comprender al paciente como ser
biopsicosocial, no como boca aislada. La ciencia técnica sin ética ni contexto
es una ciencia ciega, incapaz de servir a la humanidad.
3.4 Hacia una educación odontológica dialéctica y
emancipadora
Superar el modelo memorístico requiere una reforma
profunda del pensamiento y del método educativo. La odontología
universitaria debe pasar de la enseñanza pasiva a la investigación activa; del
docente transmisor al docente guía; del estudiante obediente al estudiante
crítico.
Ello exige adoptar una visión dialéctica de la educación, donde el conocimiento
no sea un depósito estático, sino un proceso vivo, dinámico y en permanente
cuestionamiento.
La pedagogía dialéctica, inspirada en el materialismo
histórico y en la teoría crítica, propone que el aprendizaje no consiste en
repetir la realidad, sino en transformarla mediante la reflexión consciente.
El estudiante de odontología debe aprender a interrogar la ciencia, a
contextualizarla en su sociedad y a humanizarla con ética.
Solo así podrá romper con el modelo colonial que impone “recetas técnicas”
desconectadas del entorno, y convertirse en productor de conocimiento
liberador, no en simple ejecutor de manuales extranjeros.
Como advirtió Karel Kosík (1967), “el pensamiento que no
penetra en la esencia de las cosas se queda en el mundo de la
pseudoconcreción”. En la odontología, esa pseudoconcreción se expresa en la
obsesión por la técnica, por el brillo de los instrumentos y la perfección estética,
mientras se ignora la raíz social del problema. La educación odontológica debe
liberar al estudiante de esa ilusión técnica y conducirlo hacia una comprensión
crítica del ser humano total.
4. LA FALSA EXCELENCIA Y LA PÉRDIDA DEL SENTIDO SOCIAL
El concepto de “excelencia” en la odontología salvadoreña
—y en buena parte de América Latina— se ha distorsionado profundamente. Se
asocia con el dominio técnico, el uso de materiales sofisticados, el manejo de
aparatos modernos y la habilidad estética del operador, pero rara vez con la ética,
la conciencia social o la contribución al bienestar colectivo.
Esta confusión no es inocente: responde a una lógica mercantil y tecnocrática
que ha transformado la práctica odontológica en un símbolo de estatus, y
no en una vocación de servicio. La excelencia, en su versión contemporánea, se
mide por la precisión del trabajo manual y por la apariencia del resultado, no
por la justicia, la humanidad o la equidad del acto clínico.
El Dr. Otto Menéndez (s.f., p. 11) señaló con claridad
esta contradicción al afirmar que “pareciera que la excelencia está dada por el
saber manejar instrumentos y materiales tremendamente sofisticados, caros y
vistosos, actuando aparentemente en forma satisfactoria ante problemas ya
existentes”. Es decir, se llama “excelente” al profesional que domina la
técnica curativa, pero no al que previene la enfermedad o promueve la salud. Se
valora al odontólogo que “repara” con perfección, aunque la enfermedad siga
repitiéndose en su entorno, mientras que aquel que dedica su esfuerzo a la
educación preventiva o al servicio comunitario apenas recibe reconocimiento
académico o profesional.
4.1 La odontología como espectáculo del éxito
La cultura de la “excelencia técnica” ha convertido la
odontología en una forma de exhibicionismo profesional, donde el
consultorio moderno, la marca de los instrumentos y la estética de las
instalaciones pesan más que el compromiso ético o la empatía con el paciente.
En este contexto, el éxito profesional se mide por la capacidad económica, no
por el impacto social. Los indicadores de triunfo son los automóviles, los
títulos de posgrado obtenidos en el extranjero o el número de pacientes de alto
poder adquisitivo, mientras que el trabajo comunitario o el servicio en zonas
rurales se perciben como fracasos o castigos.
Esta visión materialista refleja una profunda crisis
moral de la profesión. Como advierte Erich Fromm (1976), la sociedad
moderna ha reemplazado el “ser” por el “tener”, y la educación profesional, al
absorber esa lógica, produce individuos orientados al rendimiento y la
competencia, no a la solidaridad.
Así, la excelencia deja de ser una virtud moral y se convierte en un valor
de mercado, una marca personal que sirve para escalar socialmente, pero no
para sanar al prójimo. En el fondo, este modelo de éxito profesional no sólo
deshumaniza al odontólogo, sino que vacía de sentido la misión universitaria,
que debería formar servidores públicos del conocimiento, no mercaderes del
dolor.
4.2 Excelencia técnica versus excelencia ética
El error central del modelo formativo radica en haber
separado lo técnico de lo moral. La odontología universitaria enseña a “hacer
bien las cosas”, pero no siempre enseña a hacer el bien. El primer
enfoque pertenece a la técnica; el segundo, a la ética. La excelencia verdadera
—la que ennoblece al profesional— sólo se alcanza cuando ambas dimensiones se
integran armónicamente.
Un acto técnicamente impecable pero éticamente injusto es, en el fondo, un acto
fallido. En cambio, una intervención modesta, realizada con dignidad,
honestidad y respeto por el paciente, tiene un valor moral y humano
infinitamente superior.
La excelencia ética exige comprender que el paciente
no es un objeto clínico, sino un sujeto de derechos, un ser humano que
sufre, espera y confía. El profesional no puede reducirlo a una cavidad oral, a
una pieza dental o a un expediente académico.
El gesto, la escucha, la palabra y la empatía también curan.
En cambio, el tecnicismo desprovisto de compasión convierte la odontología en
una actividad mecánica y deshumanizada. Como señaló Menéndez, “se estima
excelente a un cirujano maxilofacial que sabe cómo realizar la resección de uno
de los maxilares sin pérdida de sangre, mientras no se ve que la verdadera
excelencia estaría en lograr que no fuera necesario ejecutar esa intervención”
(s.f., p. 11).
Esta frase resume la paradoja central: confundimos la capacidad de reparar
con la virtud de prevenir.
La odontología debe reivindicar su sentido ético: servir
al ser humano antes que al procedimiento. Como afirmaba Albert Schweitzer, “la
ética no es otra cosa que el respeto por la vida”. Por ello, la excelencia
auténtica no reside en dominar el instrumental, sino en comprender el
sufrimiento y actuar para aliviarlo sin discriminación ni lucro.
4.3 El espejismo del reconocimiento y la dependencia
cultural
Otra forma de falsa excelencia proviene de la dependencia
intelectual hacia los modelos extranjeros. En las facultades de
odontología, los manuales, textos y estándares de “calidad” suelen provenir de
universidades de Estados Unidos o Europa, donde los contextos socioeconómicos
son diametralmente distintos a los de El Salvador.
El estudiante aprende procedimientos diseñados para sociedades de consumo con
alto poder adquisitivo, y al graduarse se enfrenta a una realidad que no encaja
con su formación.
Esta brecha entre el conocimiento aprendido y la realidad nacional genera
frustración, desencanto y desajuste social.
Menéndez (s.f., p. 21) advertía que “la falacia del
libro-texto” radica en que se mide la calidad del estudiante en su semejanza al
autor extranjero, olvidando que aquel desconoce la realidad del país. Este
modelo reproduce la colonización del saber, donde la excelencia se
define fuera de nuestras fronteras, y el profesional local sólo puede aspirar a
imitar, nunca a crear.
Se premia la copia, no la invención; la repetición, no la investigación; la
sumisión, no la crítica.
El resultado es una odontología dependiente, alienada
y culturalmente desconectada de su pueblo. En lugar de producir ciencia
nacional, se reproduce ciencia importada; en lugar de investigar nuestras
enfermedades prevalentes, se estudian problemas ajenos; y en lugar de crear
materiales accesibles, se importan insumos inalcanzables.
Así, la excelencia se convierte en una máscara colonial que oculta la
incapacidad de la universidad para generar conocimiento autónomo y pertinente.
4.4 Reivindicar la excelencia humanista
Recuperar el verdadero sentido de la excelencia exige una
revolución ética e intelectual dentro de la formación odontológica. No
se trata de rechazar la técnica, sino de subordinarla al servicio del ser
humano. La excelencia debe medirse no por la complejidad del tratamiento, sino
por su capacidad de mejorar la vida del paciente, su accesibilidad, su
pertinencia cultural y su contribución al bien común.
Una odontología humanista debe formar profesionales que
comprendan que el éxito personal sólo tiene valor cuando contribuye al éxito
colectivo. Debe valorar al docente que enseña con pasión, al estudiante que
investiga con compromiso social y al clínico que atiende con humildad.
La excelencia no se compra ni se ostenta; se construye con ética,
conocimiento y amor al pueblo.
Como sostenía José Martí, “toda la gloria del mundo cabe
en un grano de maíz”. Esa metáfora resume la humildad que debe caracterizar al
verdadero profesional de la salud: la grandeza no está en los títulos ni en las
máquinas, sino en la conciencia y el servicio.
Reivindicar esa ética del grano de maíz es rescatar el espíritu de la
Universidad de El Salvador, que nació para iluminar al pueblo, no para lucrar
con él.
En conclusión, la “excelencia” técnica sin conciencia
ética es una forma de vaciamiento moral. La odontología debe dejar de
ser una vitrina de aparatos y materiales para convertirse nuevamente en un acto
de humanidad, donde la ciencia y la compasión se fundan en una misma
práctica liberadora. Solo así se podrá hablar, con propiedad, de una odontología
de excelencia verdadera: científica, solidaria y profundamente humana.
5. ALIENACIÓN Y SUBDESARROLLO CIENTÍFICO: LA DEPENDENCIA
EPISTEMOLÓGICA
La odontología salvadoreña, como buena parte de las
ciencias aplicadas en América Latina, sufre una profunda alienación
epistemológica: ha sido formada, enseñada y practicada bajo paradigmas
ajenos a su realidad social, económica y cultural. Esta dependencia intelectual
ha generado un tipo de subdesarrollo científico que no se mide por la falta de
conocimiento técnico, sino por la ausencia de pensamiento autónomo, de
capacidad crítica y de creatividad contextual.
El Dr. Otto Menéndez lo señaló con gran lucidez: “La
odontología está cifrada fundamentalmente en el saber hacer más reciente, no en
que la población total tenga o alcance los mejores niveles de salud
estomatológica. Se limita a copiar, adaptar y practicar recetas” (s.f., p. 12).
Esta afirmación sintetiza una verdad dolorosa: la odontología universitaria
salvadoreña, en lugar de construir su propio modelo científico, ha imitado
esquemas importados que responden a intereses económicos globales, y no a
las necesidades locales.
5.1 El conocimiento colonizado
El conocimiento odontológico que domina en las aulas y en
la práctica clínica es, en su mayoría, una traducción de teorías y métodos
extranjeros. Los manuales de referencia provienen de países
industrializados, donde la odontología se desarrolla como una industria de alto
costo y como un negocio de consumo.
En consecuencia, los estudiantes salvadoreños aprenden a manejar tecnologías
diseñadas para contextos completamente distintos: poblaciones con sistemas de
salud robustos, altos niveles de ingreso y cultura preventiva. En cambio, en El
Salvador, la mayoría de la población no tiene acceso ni a cepillos dentales de
calidad, mucho menos a tratamientos restaurativos sofisticados.
Esta brecha entre la teoría y la realidad produce un
fenómeno de alienación científica, donde el profesional se convierte en
repetidor de conceptos descontextualizados, incapaz de pensar desde su propio
territorio.
Como escribió el pensador brasileño Darcy Ribeiro (1978), “nuestros científicos
viven intelectualmente colonizados, traduciendo los problemas ajenos en vez de
comprender los propios”. La odontología no escapa a esta trampa: su discurso
científico, aparentemente moderno, es en realidad una importación cultural
revestida de tecnicismo.
El resultado es un profesional que domina los protocolos
del norte, pero desconoce las condiciones de salud del sur; que sabe aplicar
biomateriales de alta gama, pero no comprende las causas sociales de la caries
infantil o la pérdida dentaria en comunidades rurales. Así, la odontología se
convierte en una ciencia dependiente, funcional a la lógica global del
mercado, pero ineficaz para transformar la realidad local.
5.2 La ciencia subordinada al mercado
La dependencia epistemológica no es un fenómeno puramente
académico: tiene una raíz económica y política. Las grandes corporaciones de
insumos odontológicos —laboratorios, fabricantes de equipos, proveedores de
materiales— dictan las pautas del conocimiento mediante congresos,
revistas indexadas y certificaciones internacionales.
La universidad, en lugar de cuestionar esta lógica, la reproduce. Se legitima
así un modelo de ciencia industrializada, donde el valor del
conocimiento depende de su capacidad de generar consumo y lucro, no de su
impacto social.
El
Dr. Menéndez (s.f., p. 13) advertía que “la posibilidad de desarrollo se mide
mediante parámetros provenientes de otras latitudes, basados en poseer dinero y
dominar tecnología”. Este paradigma ha convertido la odontología en una carrera
de élites, donde la calidad se confunde con el precio y la investigación se
subordina al patrocinio comercial.
La ciencia, de herramienta liberadora, pasa a ser instrumento de alienación
y dependencia, perdiendo su función ética y social.
En este contexto, el odontólogo deja de ser un agente de
salud pública y se convierte en un consumidor especializado de tecnología.
Se le enseña a desear el último modelo de turbina, la nueva resina importada,
el material de moda, sin preguntarse si el país puede producirlos, mantenerlos
o incluso necesitarlos.
Esta mentalidad consumista genera un círculo vicioso: cuanto más se importan
materiales y métodos, más se debilita la capacidad nacional de producir
conocimiento propio. El resultado es una ciencia sin soberanía, un saber
sin raíces, una profesión dependiente de los mercados y no del pueblo.
5.3 El subdesarrollo como destino perpetuo
Menéndez expuso una idea central que conserva total
vigencia: “Nuestro subdesarrollo será de por vida si seguimos intentando un
desarrollo basado en falacias” (s.f., p. 13).
Esa falacia consiste en creer que el progreso se mide por la cantidad de
aparatos y materiales modernos que poseemos, y no por la calidad de vida de
la población.
Mientras los países desarrollados avanzan hacia modelos de odontología
preventiva, integral y comunitaria, los países periféricos se empeñan en copiar
la odontología restauradora, elitista y tecnificada del siglo pasado. En
consecuencia, el subdesarrollo se perpetúa, no por falta de capacidad, sino por
falta de conciencia crítica y autonomía científica.
El problema es, en última instancia, cultural y político.
La odontología salvadoreña ha sido educada para mirar hacia afuera, no hacia
adentro; para imitar, no para crear; para admirar lo extranjero, no para
valorar lo propio.
Esa dependencia mental impide reconocer que el conocimiento más transformador
no siempre proviene de los laboratorios del norte, sino también de la sabiduría
empírica de los pueblos, de las experiencias comunitarias, del diálogo
entre la ciencia y la cultura popular.
Una odontología verdaderamente salvadoreña no puede limitarse a reproducir
técnicas importadas; debe investigar, interpretar y actuar sobre su propia
realidad histórica.
5.4 Hacia una ciencia liberadora y soberana
Romper con la dependencia epistemológica no significa
rechazar la ciencia moderna, sino reapropiarla críticamente,
transformarla en función del contexto nacional y regional. La verdadera
autonomía científica no consiste en aislarse del mundo, sino en pensar desde
el propio suelo, en crear conocimiento que responda a las necesidades
concretas del pueblo salvadoreño.
La Facultad de Odontología de la Universidad de El
Salvador debe convertirse en un centro de investigación y pensamiento crítico,
no en un repetidor de manuales internacionales. Su misión no es fabricar
técnicos, sino forjar científicos comprometidos con la realidad nacional.
Esto exige revisar los programas de estudio, incorporar la historia y la
sociología de la salud, promover la investigación aplicada a problemas locales
y, sobre todo, fomentar una conciencia epistemológica liberadora que
permita al futuro odontólogo preguntarse siempre:
¿Para quién trabajo? ¿A quién sirve mi conocimiento? ¿Qué papel juega mi
ciencia en la transformación de mi país?
Como señalaba el filósofo Enrique Dussel (1998), “la
ciencia moderna debe descolonizarse para servir a la vida y no al mercado”. En
esa línea, la odontología salvadoreña debe asumir el desafío de descolonizar
su saber, romper las cadenas del pensamiento dependiente y construir una
ciencia al servicio de la justicia social y la dignidad humana.
En síntesis, la alienación epistemológica y el
subdesarrollo científico no son un destino inevitable, sino una consecuencia
de la falta de reflexión crítica y de la sumisión cultural. Recuperar la
soberanía intelectual implica rescatar la raíz ética y popular de la
odontología, reconectarla con las necesidades reales del pueblo y hacer de la
Universidad de El Salvador un faro de pensamiento autónomo, creativo y
liberador.
Solo así podrá la ciencia dental dejar de ser un eco del
extranjero para convertirse en una voz propia del pueblo salvadoreño,
firme, crítica y humanamente comprometida.
6. Odontología, cultura y sociedad: la urgencia del compromiso
humano
La odontología no es una ciencia aislada, ni un conjunto
de técnicas estériles; es una práctica cultural profundamente vinculada con
la vida del pueblo. Cada acto clínico refleja una concepción del ser
humano, de la salud y de la sociedad. Sin embargo, a lo largo del tiempo, esta
profesión ha olvidado su raíz social y su papel transformador, convirtiéndose
—como advertía el Dr. Otto Menéndez— en una actividad “impuesta desde fuera del
contexto”, incapaz de reconocer las particularidades culturales y las
condiciones históricas de la población salvadoreña (Menéndez, s.f., p. 9).
En la actualidad, el ejercicio odontológico en El
Salvador se encuentra atrapado entre dos lógicas irreconciliables: la de
una ciencia humanista al servicio del pueblo y la de una técnica
despersonalizada al servicio del mercado. Esta contradicción se manifiesta en
el trato al paciente, en los métodos de enseñanza y, sobre todo, en la
indiferencia social que caracteriza a muchos profesionales formados bajo
paradigmas tecnocráticos.
6.1 La salud bucal como hecho cultural
La salud bucal no puede comprenderse únicamente desde la
biología. Es un fenómeno cultural, determinado por los hábitos, las creencias,
la educación, la economía y las relaciones sociales. En comunidades rurales,
por ejemplo, el cuidado dental no depende solo del acceso a los servicios de
salud, sino también de las representaciones simbólicas sobre el cuerpo,
la alimentación y el dolor. Ignorar esta dimensión cultural conduce a un error
frecuente: imponer modelos de atención diseñados para realidades distintas, que
terminan siendo ineficaces o rechazados por la población.
El Dr. Menéndez advertía que en la práctica cotidiana “la
inserción científico-social en la población está fuera de la jurisdicción de la
odontología” (s.f., p. 9). Es decir, el profesional actúa como un espectador,
no como un participante activo de la comunidad. La ciencia se presenta como un
saber “superior” que dicta soluciones desde afuera, sin comprender las
dinámicas internas de la sociedad a la que pretende servir.
Esa actitud —heredada del positivismo colonial— ha convertido la odontología en
una disciplina excluyente y culturalmente desarraigada, incapaz de
generar cambios reales en los hábitos y la salud de la población.
Una odontología verdaderamente científica y humana debe dialogar
con la cultura popular, comprender sus códigos y aprender de su
experiencia. La sabiduría comunitaria, lejos de ser un obstáculo, puede
convertirse en una fuente de conocimiento invaluable para la prevención y la
promoción de la salud. La educación bucal debe ser participativa, respetuosa y
contextualizada, no una imposición técnica de arriba hacia abajo.
6.2 El odontólogo como agente social y no como técnico
aislado
El profesional de la salud bucal debe entenderse como un
trabajador social del conocimiento, no como un mero aplicador de técnicas.
Su función va más allá del consultorio: abarca la escuela, la comunidad, los
medios de comunicación y los espacios públicos donde se forman los hábitos de
salud.
Sin embargo, el modelo actual forma al odontólogo como un técnico aislado,
desconectado de las realidades económicas, políticas y culturales del país. Se
le enseña a operar sobre individuos, no sobre colectivos; a corregir dientes,
no a prevenir desigualdades; a perfeccionar la oclusión, pero no a comprender
la exclusión.
La odontología, en su esencia, es una profesión profundamente
humana, pero su ejercicio ha sido colonizado por la lógica de la
rentabilidad. Mientras la medicina avanza hacia modelos interdisciplinarios y
comunitarios, la odontología sigue atrapada en una estructura individualista,
curativa y elitista.
El reto de la Universidad de El Salvador es romper con esa lógica y
devolver al odontólogo su papel de educador, investigador y promotor social.
La clínica debe ser vista como una extensión del aula, y el aula como una
extensión del país. No hay salud bucal posible sin justicia social, y no hay
educación odontológica auténtica sin compromiso humano.
6.3 El compromiso social como imperativo ético
El compromiso del profesional de la salud no puede
limitarse a la excelencia técnica; debe expresarse en una vocación de
servicio al pueblo. Ese compromiso no es opcional, sino una exigencia ética
derivada del juramento profesional y del principio de equidad que inspira a
toda universidad pública.
Como señalaba Menéndez (s.f., p. 15), la odontología no puede seguir
concibiéndose como una “profesión para ricos y otra para pobres”, sino como un
saber universal destinado a elevar el nivel de salud de toda la colectividad.
Este compromiso social exige comprender que la salud
bucal es un derecho humano, no un privilegio económico. Cuando la
odontología se orienta hacia el lucro, traiciona su misión histórica; cuando se
orienta hacia la equidad, se convierte en una herramienta de emancipación.
El profesional ético es aquel que usa su conocimiento no para enriquecerse,
sino para servir; que entiende que el sufrimiento ajeno le concierne; que ve en
cada boca enferma un signo de injusticia social y en cada sonrisa sana un
triunfo colectivo.
Como recordaba Monseñor Romero, “la universidad debe
encarnarse entre los pobres”. La Facultad de Odontología, en consecuencia, debe
asumir su papel de vanguardia moral y científica en la lucha por una salud
pública digna, incluyente y humanizada.
Esto implica llevar la odontología a las escuelas, a las comunidades rurales, a
los centros penitenciarios, a los barrios marginales, donde la caries y las
enfermedades periodontales no son simples diagnósticos, sino síntomas de
exclusión y pobreza estructural.
6.4 Hacia una odontología culturalmente situada y
solidaria
Una odontología con compromiso humano debe ser también culturalmente
situada. No se trata de imitar protocolos ajenos, sino de desarrollar
estrategias propias, adaptadas a la realidad nacional. La Universidad de El
Salvador tiene la capacidad intelectual y moral para construir un modelo de
salud bucal popular, basado en la participación comunitaria, la educación
preventiva y la investigación aplicada.
Esta odontología solidaria no rechaza la tecnología, pero
la subordina a la dignidad humana. No busca el brillo de la porcelana, sino la
luz de la justicia. No aspira a crear pacientes dependientes, sino ciudadanos
conscientes.
Su meta no es producir consumidores de tratamientos, sino pueblos sanos y
libres, capaces de cuidar de sí mismos.
Como afirmaba Paulo Freire (1992), “nadie educa a nadie, ni nadie se educa
solo: los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”. Lo mismo
ocurre en la odontología: nadie sana a nadie, ni nadie se sana solo; la salud
es una construcción colectiva, cultural y ética.
En síntesis, la odontología salvadoreña necesita reconciliarse
con su pueblo, recuperar su dimensión cultural y reconocer que su razón de
ser no es el procedimiento técnico, sino el bienestar humano.
Solo cuando el odontólogo comprenda que su tarea no es tallar dientes, sino construir
dignidad, y que su instrumento más poderoso no es la fresa, sino la
conciencia, podremos hablar de una odontología nueva: científica, solidaria y
profundamente salvadoreña.
7. EL PAPEL DE LA ÉTICA EN LA EDUCACIÓN ODONTOLÓGICA
La ética constituye el eje rector de toda profesión
vinculada a la salud, pero en la educación odontológica salvadoreña ha sido
históricamente relegada a un plano secundario. Mientras la técnica y la
destreza manual se enseñan con rigurosidad, la reflexión moral y el compromiso
social apenas ocupan un espacio simbólico dentro del currículo universitario.
Esta omisión no es casual: responde a un modelo educativo que privilegia el
“saber hacer” sobre el “saber ser”, y el rendimiento sobre la conciencia.
En palabras del Dr. Otto Menéndez, “los alumnos son
formados para dominar la técnica, pero no para entender el valor humano de su
profesión” (s.f., p. 1). Esta carencia ética ha producido generaciones de
profesionales competentes desde lo técnico, pero indiferentes desde lo humano,
incapaces de comprender que cada acto clínico es también un acto moral
que implica decisiones sobre la vida, la dignidad y la justicia.
7.1 Ética y formación integral del profesional
La formación universitaria debe ser más que un
entrenamiento técnico; debe constituir una escuela de humanidad. En la
Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador, esta tarea es
doblemente importante, pues los estudiantes provienen de una sociedad
profundamente desigual, donde las necesidades de salud son también demandas de
justicia.
Formar un odontólogo ético implica dotarlo no solo de conocimiento científico,
sino también de conciencia crítica y sensibilidad social, de modo que su
práctica profesional esté guiada por valores como la equidad, la solidaridad y
el respeto a la vida.
Como sostenía Aristóteles en la Ética a Nicómaco,
“la virtud consiste en obrar bien, no en saber mucho”. Del mismo modo, un
odontólogo virtuoso no es aquel que domina la técnica más avanzada, sino el que
utiliza su conocimiento para servir con rectitud, honestidad y compasión.
La educación universitaria, por tanto, debe integrar la ética como componente
transversal, presente en cada asignatura, en cada práctica clínica y en cada
decisión institucional.
7.2 La deshumanización del conocimiento técnico
El tecnicismo desprovisto de valores éticos conduce
inevitablemente a la deshumanización del acto clínico. Cuando el
profesional se limita a ejecutar procedimientos sin reflexionar sobre sus
implicaciones morales, el paciente deja de ser una persona para convertirse en
un “caso”, en un número o en una oportunidad de aprendizaje.
Esa actitud mecanicista, alimentada por la estructura autoritaria del aula y la
cultura de la productividad, destruye el vínculo de confianza que debería unir
al profesional con la comunidad.
Menéndez señalaba que “la odontología institucional
reproduce el modelo de la práctica privada, centrado en la enfermedad y no en
la salud, en el procedimiento y no en la persona” (s.f., p. 5). Esta lógica
mercantil de la salud —que mide la eficacia por la cantidad de tratamientos y
no por su impacto humano— socava la esencia ética de la profesión.
El estudiante, formado bajo esta visión, aprende a valorar más el
instrumento que el sufrimiento humano, a perfeccionar el método sin
cuestionar su sentido, y a asociar el éxito con el ingreso económico más que
con el bienestar social.
Por ello, la educación odontológica debe reintegrar la
dimensión ética como principio de sentido, recordando que el conocimiento
sin moral puede convertirse en una forma de violencia. Un procedimiento
técnicamente correcto pero humanamente indiferente no es un acto médico: es una
mutilación del alma del profesional y del paciente.
7.3 La ética como conciencia política y social
La ética profesional no puede limitarse a la relación
odontólogo-paciente. En el contexto salvadoreño, marcado por la desigualdad y
la exclusión, el compromiso ético implica también una dimensión política y
social.
El profesional de la salud no es un ser neutral: su trabajo tiene consecuencias
en la distribución de los recursos, en el acceso a la atención y en la
construcción de una sociedad más justa.
El silencio ante la injusticia, la indiferencia ante la pobreza o la
complicidad con sistemas de exclusión son, por tanto, faltas éticas graves,
aunque no estén tipificadas en los códigos deontológicos.
Como sostenía el filósofo Emmanuel Levinas (1961), la
ética comienza cuando el rostro del otro me interpela, cuando su necesidad se
convierte en una exigencia moral ineludible. En la clínica dental, ese rostro
no es solo un conjunto de dientes enfermos, sino un ser humano que reclama
respeto, comprensión y dignidad.
Por ello, la ética odontológica no puede reducirse a un curso teórico o a un
juramento formal: debe traducirse en acciones concretas de justicia, equidad
y solidaridad.
El odontólogo ético no se pregunta cuánto ganará, sino cuánto
puede aportar; no mide su éxito en cifras, sino en sonrisas recuperadas y
comunidades empoderadas. La ética, en este sentido, es una forma de resistencia
frente a la deshumanización del mercado y la indiferencia institucional.
7.4 Ética y ejemplo docente
El ejemplo del docente universitario es determinante en
la formación moral del estudiante. No se puede enseñar ética desde la
indiferencia, ni hablar de humanismo desde la prepotencia.
El profesor, al igual que el clínico, debe ser un modelo de coherencia,
humildad y compromiso social.
Cuando el estudiante percibe que su maestro valora más la empatía que la
apariencia, más la verdad que el prestigio, más el servicio que el beneficio,
entonces la ética deja de ser una teoría y se convierte en una vivencia.
El Dr. Menéndez insistía en la necesidad de reformar
la actitud del profesorado, afirmando que el docente debe ser “un
cuestionador del conocimiento existente y de las normas de vida, para luego
someterlas nuevamente a crítica” (s.f., p. 19).
Esa actitud crítica y autocrítica constituye la base de una ética viva, no
dogmática, capaz de inspirar a las nuevas generaciones a pensar por sí mismas y
actuar con responsabilidad.
Un profesor que no reflexiona sobre su propio ejemplo moral contribuye, aunque
sin quererlo, a reproducir una cultura de apatía y servilismo académico.
7.5 La ética como fundamento de la excelencia profesional
En última instancia, la ética es el verdadero fundamento
de la excelencia. No hay calidad científica sin calidad moral, ni destreza
técnica sin responsabilidad humana.
Una odontología sin ética puede llenar los consultorios de tecnología, pero
vaciará de sentido la ciencia y de confianza la sociedad.
Por eso, la verdadera reforma de la educación odontológica debe empezar por
el corazón, por la recuperación del ideal de servicio público, por la
convicción de que el conocimiento solo tiene valor cuando se pone al servicio
del bien común.
Como escribió Albert Schweitzer, médico y humanista, “el
único camino hacia la grandeza es el amor y el servicio”. La Facultad de
Odontología de la Universidad de El Salvador debe asumir ese principio como su
bandera: formar profesionales que no solo restauren sonrisas, sino que restituyan
dignidad, esperanza y justicia.
En síntesis, la ética no es un complemento, sino la
esencia de la educación odontológica. Es el alma que da vida a la ciencia y
el faro que orienta la práctica profesional.
Sin ética, la odontología puede producir técnicos; con ética, produce seres
humanos capaces de sanar con conocimiento, sensibilidad y amor.
8. ODONTOLOGÍA PARA LA VIDA: HACIA UNA ESTOMATOLOGÍA
INTEGRAL Y HUMANISTA
La odontología contemporánea enfrenta un desafío
histórico: redefinir su esencia y su misión en función de la vida humana y
no del mercado. Después de décadas de práctica tecnificada, elitista y
desarraigada, urge una profunda transformación que devuelva a la ciencia
estomatológica su sentido social, ético y humanista.
No se trata simplemente de actualizar métodos o incorporar nuevas tecnologías,
sino de reconstruir su filosofía, su relación con el pueblo y su
propósito histórico dentro del sistema de salud y la educación superior
salvadoreña.
El Dr. Otto Menéndez, en su lúcido análisis de la
práctica odontológica, dejó planteado este imperativo moral al afirmar que la
disciplina debe “procurar que toda la población alcance, conserve y mejore
constantemente los niveles de salud estomatológica” (s.f., p. 14). Esa frase,
sencilla pero profunda, resume el horizonte de una odontología para la vida,
comprometida con la totalidad del ser humano y con el bienestar de la
colectividad.
8.1 De la odontología fragmentada a la estomatología
integral
La primera condición para esta transformación es superar
la visión fragmentada de la odontología tradicional, que reduce la salud bucal
a un conjunto de procedimientos aislados.
La estomatología integral, en cambio, entiende al ser humano como una unidad
biológica, psíquica y social, en la que la boca no es un órgano separado
del cuerpo ni del contexto, sino parte esencial de su identidad, comunicación y
dignidad.
Desde esta perspectiva, cada enfermedad bucal es también un síntoma social,
un reflejo de las condiciones de vida, de la pobreza, del acceso desigual al
agua potable o de la falta de educación sanitaria.
Por ello, la práctica odontológica debe orientarse no
solo a curar, sino también a comprender y transformar las causas
estructurales de la enfermedad.
La caries, la enfermedad periodontal o la pérdida dentaria no pueden abordarse
únicamente con obturaciones o prótesis, sino con políticas públicas de
prevención, educación y justicia social.
La estomatología integral implica una visión sistémica de la salud: una ciencia
que dialoga con la medicina, la psicología, la sociología, la nutrición y la
educación, entendiendo que la salud no es un privilegio, sino un derecho humano
fundamental.
8.2 Humanizar la técnica, politizar la ciencia
El segundo pilar de una odontología para la vida es la humanización
de la técnica.
Esto no significa renunciar al rigor científico, sino devolverle su dimensión
ética y social.
Toda tecnología, por más avanzada que sea, debe estar subordinada al bien del
ser humano. La excelencia no consiste en dominar aparatos sofisticados, sino en
saber cuándo y para qué utilizarlos.
El profesional ético es aquel que comprende que detrás de cada tratamiento hay
una historia, una familia, un rostro que confía y una esperanza que no puede
defraudarse.
La humanización de la técnica conduce inevitablemente a
la politización de la ciencia, entendida no como ideologización
partidaria, sino como conciencia social activa.
La salud bucal no es neutral: refleja relaciones de poder, distribución de
recursos y estructuras de exclusión.
Una odontología que ignore la pobreza, el hambre o el desempleo no es
científica, sino ciega.
Por tanto, el profesional del futuro debe ser también un actor social
consciente, capaz de incidir en políticas públicas, promover la equidad
sanitaria y defender la dignidad del pueblo salvadoreño ante cualquier modelo
de salud excluyente o mercantilista.
8.3 La docencia como praxis liberadora
La Facultad de Odontología debe transformarse en una
comunidad de pensamiento crítico y praxis liberadora.
No basta con transmitir conocimientos: es necesario generar reflexión, diálogo
y compromiso.
La enseñanza clínica debe combinar el dominio técnico con la reflexión ética,
la investigación científica con el trabajo comunitario, el laboratorio con la
realidad social.
De esta forma, cada estudiante comprenderá que su formación no termina en la
obturación de un diente, sino en la reconstrucción simbólica del rostro
humano como espacio de dignidad.
Como proponía Paulo Freire (1970), enseñar es un acto
político, y todo conocimiento es una forma de liberación o de dominación.
Por ello, la docencia universitaria debe liberar al estudiante del miedo, de la
obediencia ciega y del servilismo académico, formándolo como sujeto crítico,
investigador y comprometido con su pueblo.
El docente no debe limitarse a instruir, sino a inspirar; no debe imponer, sino
provocar pensamiento; no debe formar técnicos, sino constructores de
humanidad.
8.4 Ciencia, conciencia y comunidad
La nueva odontología debe fundarse en tres pilares
inseparables: ciencia, conciencia y comunidad.
La ciencia garantiza el conocimiento riguroso; la conciencia otorga el sentido
ético; y la comunidad da el propósito social.
Sin esa tríada, la profesión pierde su legitimidad.
El reto de la Universidad de El Salvador es armonizar estos tres elementos en
su misión académica, de modo que cada graduado sea un agente de
transformación social, no un reproductor del sistema.
Esto implica reestructurar los planes de estudio,
fortalecer la formación en ética y humanidades, crear programas de atención
comunitaria sostenidos, y fomentar la investigación aplicada a los problemas
nacionales de salud bucal.
Solo así la odontología dejará de ser una profesión individualista para
convertirse en una vocación colectiva, una ciencia del cuidado mutuo y
del respeto a la vida.
8.5 Una odontología al servicio del pueblo
Una odontología para la vida debe volver a su raíz más
noble: el servicio al pueblo.
No hay futuro ético ni científico posible en una profesión que ignora las
necesidades de la mayoría.
El profesional que atiende a los marginados, que se adentra en las comunidades
rurales, que enseña a los niños a cuidar su salud, está haciendo más por su
patria que el que ostenta títulos o tecnología.
Esa es la verdadera revolución silenciosa: la del conocimiento puesto al
servicio de la dignidad humana.
El nuevo horizonte de la odontología salvadoreña debe ser
la justicia sanitaria.
No se trata de una utopía, sino de un deber moral y académico.
Cada sonrisa recuperada en un niño campesino, cada tratamiento brindado sin
interés económico, cada campaña preventiva en una escuela pública es un acto de
ciencia, pero también un acto de amor al país.
Solo así la Facultad de Odontología podrá cumplir su auténtico mandato
histórico: formar profesionales con mente científica, corazón ético y
espíritu solidario.
En síntesis, la odontología para la vida
representa el tránsito de la técnica vacía a la ciencia con conciencia; del
individualismo al compromiso colectivo; de la alienación al humanismo.
Una odontología que piensa, siente y actúa desde y para el pueblo, es la única
capaz de honrar el nombre de Universidad de El Salvador: casa del saber,
de la ética y de la justicia social.
9. CONCLUSIÓN
La odontología salvadoreña, en especial la que se enseña
y practica en la Facultad de Odontología de la Universidad de El Salvador,
se encuentra en un punto de inflexión histórica. Durante décadas, su quehacer
ha oscilado entre la ciencia y la técnica, entre el compromiso social y la
indiferencia, entre la ética y el mercado.
Este ensayo ha procurado develar esas contradicciones estructurales, no
con ánimo de condena, sino con la esperanza de que de la crítica surja una
reforma profunda, una renovación moral y científica capaz de reconciliar la
odontología con su verdadera razón de ser: el servicio al ser humano y al
bien común.
El diagnóstico es claro: la odontología se ha
fragmentado. Se ha quedado atrapada en la lógica del procedimiento y del
consumo, relegando la reflexión crítica, la sensibilidad ética y la vocación de
justicia.
El estudiante aprende a manejar instrumentos, pero no a mirar el rostro del
paciente con empatía; domina materiales sofisticados, pero ignora las causas
sociales del dolor; repite fórmulas extranjeras, pero no sabe pensar su propia
realidad nacional.
Así, se forma un profesional eficiente, pero deshumanizado; hábil con las
manos, pero pobre en pensamiento; preparado para ganar dinero, pero no para construir
dignidad.
Esta crisis no es solo técnica: es moral, cultural y
epistemológica. Es el reflejo de una sociedad donde la ciencia ha perdido
su vínculo con la vida, donde el conocimiento se ha vuelto mercancía y donde la
universidad corre el riesgo de olvidar su misión social.
La odontología, nacida como una ciencia para sanar, ha sido absorbida por un
sistema que mide el éxito por el lucro y la apariencia. Pero la verdadera
excelencia no se encuentra en la sofisticación tecnológica, sino en la honradez
del propósito, en la humildad del servicio y en la profundidad del
pensamiento.
Frente a esta realidad, la transformación no puede
limitarse a reformas curriculares o modernizaciones institucionales. Es
necesaria una revolución ética y epistemológica, que devuelva a la
odontología su carácter humanista, dialéctico y emancipador.
Debe volver a concebirse como estomatología integral, ciencia de la
totalidad del ser humano, comprometida con la salud del cuerpo, la mente y la
sociedad.
Debe integrar los valores, las humanidades y la filosofía como pilares
formativos, y entender que sin conciencia crítica, toda ciencia se convierte
en técnica vacía.
El desafío más grande de la Facultad de Odontología es reconciliar
la ciencia con la conciencia, la teoría con la práctica, el aula con la comunidad,
el conocimiento con la ética.
Eso exige docentes reflexivos, estudiantes críticos, investigadores
comprometidos y profesionales solidarios.
No basta con producir técnicos hábiles: hay que formar seres humanos
pensantes, sensibles y comprometidos con su pueblo.
Como lo señalaba el Dr. Otto Menéndez en sus
conclusiones, la odontología debe “traer sus contradicciones al consciente y
someterlas al análisis crítico como parte del método científico” (s.f., p. 23).
Ese llamado sigue siendo vigente: analizar, cuestionar y transformar.
Solo desde la autocrítica y la honestidad intelectual podrá emerger una
odontología nueva, fiel a la vocación de la Universidad de El Salvador como conciencia
lúcida de la nación.
La odontología del futuro no puede seguir mirando hacia
el norte, sino hacia el corazón del país.
Debe inspirarse en la sonrisa del campesino, en la fortaleza de la madre
trabajadora, en la esperanza del niño que nunca ha visto a un dentista.
Debe ser ciencia, pero también ternura; técnica, pero también justicia;
conocimiento, pero también amor al pueblo.
Solo así será posible construir una odontología para la vida, una
estomatología integral que devuelva a la profesión su esencia humanista,
solidaria y transformadora.
10. REFLEXIÓN FINAL
La odontología, como toda ciencia de la salud, tiene en
sus manos algo más que dientes: tiene la vida, la esperanza y la dignidad del
ser humano.
Durante demasiado tiempo, la práctica profesional ha sido reducida al dominio
de la técnica, olvidando que sanar no es solo reparar, sino comprender y
acompañar.
El dolor de una caries no es solo físico; es también social, económico y moral.
Detrás de cada enfermedad bucal hay pobreza, desigualdad, desinformación y
abandono estatal.
Por eso, el odontólogo no puede limitarse a tallar, pulir o restaurar. Debe mirar
más allá de la boca y ver al ser humano completo: con su historia, sus
emociones, su cultura y sus luchas cotidianas.
La Facultad de Odontología de la Universidad de El
Salvador ha sido, a lo largo de su historia, un faro de conocimiento, pero
también un espejo de las contradicciones del país.
Hoy, más que nunca, debe volver a ser conciencia crítica de la nación,
ejemplo de ética y de compromiso social, casa del saber con sentido humano.
No basta con tener laboratorios modernos si se ha perdido el espíritu
solidario; no basta con enseñar técnicas si no se cultiva la empatía; no basta
con curar cuerpos si no se educan conciencias.
Una odontología verdaderamente transformadora debe nacer
del pueblo, para el pueblo y con el pueblo.
Debe recuperar la palabra, el diálogo, la educación preventiva y la presencia
constante en las comunidades.
Debe recordar que el conocimiento científico sin compasión se convierte en
arrogancia, y que la técnica sin justicia se convierte en complicidad con el
dolor.
El profesional ético no busca prestigio, sino utilidad social; no busca poder,
sino servir; no busca lucro, sino dignificar la vida.
La ética, la ciencia y la ternura no son opuestos: son
los tres pilares de una nueva estomatología humanista.
Solo cuando el conocimiento se funde con la conciencia, y la práctica con el
amor al prójimo, la odontología se convertirá en una fuerza de liberación y
esperanza.
El futuro de la Facultad de Odontología —y del país entero— dependerá de su
capacidad para formar profesionales críticos, solidarios y profundamente
humanos, capaces de entender que cada sonrisa recuperada es también una
victoria de la justicia y la vida sobre la indiferencia y la desigualdad.
Porque al final, la verdadera ciencia no se mide en
títulos ni en técnicas, sino en la huella ética y humana que deja en la
historia.
Y si el conocimiento no sirve para liberar, educar y amar, entonces no sirve
para nada.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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universitaria. Universidad de El Salvador,
Facultad de Odontología. Documento inédito.
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