miércoles, 5 de noviembre de 2025




 EL HOMBRE Y SUS CADENAS INVISIBLES: LA PÉRDIDA DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN.

Desde los primeros días de su existencia, el ser humano se enfrentó a un entorno hostil, lleno de misterios y amenazas. Su prioridad fue sobrevivir: descubrir el fuego, protegerse del frío, cazar, construir refugios y dominar la naturaleza. Pero en esa lucha permanente contra lo externo, olvidó mirar hacia adentro. Concentró su inteligencia en controlar el entorno, creyendo que al dominar el mundo material alcanzaría la seguridad y la plenitud. Sin embargo, mientras avanzaba hacia afuera, retrocedía hacia adentro. En su empeño por conquistar el universo visible, fue encadenando su mundo interior.

El pensamiento humano, en su desarrollo histórico, se ha caracterizado por una búsqueda incesante de respuestas. Pero esa búsqueda, muchas veces, ha sido dirigida hacia lo tangible, lo inmediato, lo que puede ser medido o cuantificado. La física, la química, la astronomía y la biología florecieron rápidamente, mientras que las ciencias del espíritu, aquellas que buscan descifrar el alma humana, avanzaron con lentitud y dolor. No porque fueran menos importantes, sino porque el hombre temió enfrentarse a su propio abismo interior.

I. EL PENSAMIENTO DIRIGIDO HACIA LO EXTERNO

El hombre primitivo no podía permitirse la introspección. Su existencia dependía de interpretar los signos de la naturaleza: los movimientos del sol, las lluvias, los animales, los ciclos de la tierra. Así nació la observación, la curiosidad científica, el pensamiento lógico. Pero este desarrollo inicial, aunque brillante, tenía una orientación unilateral: mirar hacia afuera. Según Comte (1986), “el espíritu humano, en su marcha, pasa del estado teológico al metafísico y finalmente al positivo”, y en ese tránsito, la razón fue reemplazando la fe, pero olvidó incluir la conciencia de sí mismo.

El avance científico permitió al ser humano controlar su entorno, prolongar su vida y transformar su hábitat. Sin embargo, ese mismo progreso lo alejó de su esencia. En palabras de Fromm (1976), el hombre “ha aprendido a volar como los pájaros y a nadar como los peces, pero no ha aprendido el arte de vivir como ser humano”. Las ciencias naturales le dieron poder, pero no sabiduría; dominio, pero no comprensión.

II. EL ABANDONO DEL CONOCIMIENTO INTERIOR

Mientras el hombre levantaba civilizaciones, templos y laboratorios, su mundo interior permanecía en penumbras. Sócrates ya lo había advertido con su célebre máxima: “Conócete a ti mismo”. Esta sentencia, lejos de ser un simple consejo moral, es una advertencia filosófica sobre el peligro de la ignorancia interior. El desconocimiento de sí mismo conduce a la alienación, es decir, a vivir de espaldas a la propia conciencia.

En la modernidad, el auge de la técnica y del consumo profundizó esa desconexión. El hombre contemporáneo sabe más sobre el universo que sobre su propia mente. Freud (1923) señaló que la mente humana es como un iceberg: la mayor parte de ella permanece sumergida e inconsciente. Pero el hombre moderno ha preferido ignorar esa profundidad, refugiándose en lo inmediato y lo superficial.

El resultado ha sido la creación de un mundo lleno de comodidades externas y vacíos internos. Las cadenas ya no son de hierro, sino de miedo, de egoísmo, de indiferencia, de dependencia tecnológica. El hombre se ha convertido en esclavo de lo que él mismo creó.

III. EL DESARROLLO DESIGUAL DE LAS CIENCIAS

Al revisar la historia del pensamiento, observamos un claro desequilibrio: las ciencias exactas avanzaron con una velocidad vertiginosa, mientras las ciencias humanas tropezaron en su intento por comprender el alma. Según Morin (1999), “la ciencia moderna ha fragmentado la realidad, separando al hombre del mundo y al conocimiento de la sabiduría”. En efecto, el ser humano ha multiplicado su conocimiento técnico, pero no su sabiduría moral.

La astronomía explicó los cielos; la física, las leyes del movimiento; la biología, la vida orgánica. Pero la sociología, la psicología y la filosofía todavía luchan por explicar el sentido de la existencia, la conciencia y la libertad. Y es precisamente esa carencia lo que ha llevado al hombre a forjar sus propias cadenas: la ambición sin ética, el poder sin compasión, la ciencia sin conciencia.

IV. EL RETORNO AL SER: NECESIDAD DE UN EQUILIBRIO

Hoy, más que nunca, el ser humano necesita reconciliar el conocimiento externo con el interno. No basta con conquistar el espacio o descifrar el genoma; es urgente comprender el alma, los deseos, los miedos, los límites y las potencialidades humanas. Como afirma Viktor Frankl (1984), “quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. El sentido de la existencia no se encuentra en los objetos, sino en la conciencia.

Revisar la historia de la humanidad desde esta perspectiva es descubrir que la verdadera revolución pendiente no es tecnológica, sino espiritual. No se trata de regresar al pasado, sino de integrar el progreso con la introspección. Solo así el hombre podrá liberarse de las cadenas invisibles que él mismo ha creado.

CONCLUSIÓN

El ser humano ha sido arquitecto de su progreso, pero también prisionero de su creación. En su carrera por dominar la naturaleza, olvidó dominarse a sí mismo. Las ciencias exactas le enseñaron a comprender el universo, pero no a comprender su alma. La historia demuestra que, sin autoconocimiento, todo avance se vuelve peligroso, porque se pone al servicio del egoísmo y la destrucción.

Por tanto, el reto del siglo XXI no es crear más tecnología, sino más humanidad. El futuro de la civilización dependerá de nuestra capacidad para unir la ciencia con la conciencia, la razón con la ética y el conocimiento con la compasión.

REFLEXIÓN FINAL

El hombre moderno se enfrenta a un espejo: su reflejo muestra tanto su grandeza como su vacío. Ha conquistado la luna, pero no su propio corazón. Ha creado máquinas que piensan, pero ha olvidado pensar con el alma. La verdadera sabiduría comienza cuando el hombre deja de mirar solo hacia afuera y se atreve a mirar dentro de sí mismo. Solo entonces podrá romper las cadenas que lo atan, no al pasado, sino a su propia ceguera interior.

REFERENCIAS

1.       Comte, A. (1986). Curso de filosofía positiva. México: Fondo de Cultura Económica.

2.       Frankl, V. (1984). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.

3.       Fromm, E. (1976). El arte de amar. México: Paidós.

4.       Freud, S. (1923). El yo y el ello. Madrid: Alianza Editorial.
Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París: UNESCO.

 

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