EL HOMBRE Y SUS CADENAS INVISIBLES: LA PÉRDIDA DEL CONOCIMIENTO DE SÍ MISMO
POR: MSc. JOSÉ
ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN.
Desde los primeros
días de su existencia, el ser humano se enfrentó a un entorno hostil, lleno de
misterios y amenazas. Su prioridad fue sobrevivir: descubrir el fuego,
protegerse del frío, cazar, construir refugios y dominar la naturaleza. Pero en
esa lucha permanente contra lo externo, olvidó mirar hacia adentro. Concentró
su inteligencia en controlar el entorno, creyendo que al dominar el mundo
material alcanzaría la seguridad y la plenitud. Sin embargo, mientras avanzaba
hacia afuera, retrocedía hacia adentro. En su empeño por conquistar el universo
visible, fue encadenando su mundo interior.
El pensamiento humano,
en su desarrollo histórico, se ha caracterizado por una búsqueda incesante de
respuestas. Pero esa búsqueda, muchas veces, ha sido dirigida hacia lo
tangible, lo inmediato, lo que puede ser medido o cuantificado. La física, la
química, la astronomía y la biología florecieron rápidamente, mientras que las
ciencias del espíritu, aquellas que buscan descifrar el alma humana, avanzaron
con lentitud y dolor. No porque fueran menos importantes, sino porque el hombre
temió enfrentarse a su propio abismo interior.
I. EL PENSAMIENTO
DIRIGIDO HACIA LO EXTERNO
El hombre primitivo no
podía permitirse la introspección. Su existencia dependía de interpretar los
signos de la naturaleza: los movimientos del sol, las lluvias, los animales,
los ciclos de la tierra. Así nació la observación, la curiosidad científica, el
pensamiento lógico. Pero este desarrollo inicial, aunque brillante, tenía una
orientación unilateral: mirar hacia afuera. Según Comte (1986), “el espíritu
humano, en su marcha, pasa del estado teológico al metafísico y finalmente al
positivo”, y en ese tránsito, la razón fue reemplazando la fe, pero olvidó
incluir la conciencia de sí mismo.
El avance científico
permitió al ser humano controlar su entorno, prolongar su vida y transformar su
hábitat. Sin embargo, ese mismo progreso lo alejó de su esencia. En palabras de
Fromm (1976), el hombre “ha aprendido a volar como los pájaros y a nadar como
los peces, pero no ha aprendido el arte de vivir como ser humano”. Las ciencias
naturales le dieron poder, pero no sabiduría; dominio, pero no comprensión.
II. EL
ABANDONO DEL CONOCIMIENTO INTERIOR
Mientras el hombre
levantaba civilizaciones, templos y laboratorios, su mundo interior permanecía
en penumbras. Sócrates ya lo había advertido con su célebre máxima: “Conócete
a ti mismo”. Esta sentencia, lejos de ser un simple consejo moral, es una
advertencia filosófica sobre el peligro de la ignorancia interior. El
desconocimiento de sí mismo conduce a la alienación, es decir, a vivir de
espaldas a la propia conciencia.
En la modernidad, el
auge de la técnica y del consumo profundizó esa desconexión. El hombre
contemporáneo sabe más sobre el universo que sobre su propia mente. Freud
(1923) señaló que la mente humana es como un iceberg: la mayor parte de ella
permanece sumergida e inconsciente. Pero el hombre moderno ha preferido ignorar
esa profundidad, refugiándose en lo inmediato y lo superficial.
El resultado ha sido
la creación de un mundo lleno de comodidades externas y vacíos internos. Las
cadenas ya no son de hierro, sino de miedo, de egoísmo, de indiferencia, de
dependencia tecnológica. El hombre se ha convertido en esclavo de lo que él
mismo creó.
III. EL
DESARROLLO DESIGUAL DE LAS CIENCIAS
Al revisar la historia
del pensamiento, observamos un claro desequilibrio: las ciencias exactas
avanzaron con una velocidad vertiginosa, mientras las ciencias humanas
tropezaron en su intento por comprender el alma. Según Morin (1999), “la
ciencia moderna ha fragmentado la realidad, separando al hombre del mundo y al
conocimiento de la sabiduría”. En efecto, el ser humano ha multiplicado su
conocimiento técnico, pero no su sabiduría moral.
La astronomía explicó
los cielos; la física, las leyes del movimiento; la biología, la vida orgánica.
Pero la sociología, la psicología y la filosofía todavía luchan por explicar el
sentido de la existencia, la conciencia y la libertad. Y es precisamente esa
carencia lo que ha llevado al hombre a forjar sus propias cadenas: la ambición
sin ética, el poder sin compasión, la ciencia sin conciencia.
IV. EL RETORNO
AL SER: NECESIDAD DE UN EQUILIBRIO
Hoy, más que nunca, el
ser humano necesita reconciliar el conocimiento externo con el interno. No
basta con conquistar el espacio o descifrar el genoma; es urgente comprender el
alma, los deseos, los miedos, los límites y las potencialidades humanas. Como
afirma Viktor Frankl (1984), “quien tiene un porqué para vivir puede soportar
casi cualquier cómo”. El sentido de la existencia no se encuentra en los
objetos, sino en la conciencia.
Revisar la historia de
la humanidad desde esta perspectiva es descubrir que la verdadera revolución
pendiente no es tecnológica, sino espiritual. No se trata de regresar al
pasado, sino de integrar el progreso con la introspección. Solo así el hombre
podrá liberarse de las cadenas invisibles que él mismo ha creado.
CONCLUSIÓN
El ser humano ha sido
arquitecto de su progreso, pero también prisionero de su creación. En su
carrera por dominar la naturaleza, olvidó dominarse a sí mismo. Las ciencias
exactas le enseñaron a comprender el universo, pero no a comprender su alma. La
historia demuestra que, sin autoconocimiento, todo avance se vuelve peligroso,
porque se pone al servicio del egoísmo y la destrucción.
Por tanto, el reto del
siglo XXI no es crear más tecnología, sino más humanidad. El futuro de la
civilización dependerá de nuestra capacidad para unir la ciencia con la
conciencia, la razón con la ética y el conocimiento con la compasión.
REFLEXIÓN
FINAL
El hombre moderno se
enfrenta a un espejo: su reflejo muestra tanto su grandeza como su vacío. Ha
conquistado la luna, pero no su propio corazón. Ha creado máquinas que piensan,
pero ha olvidado pensar con el alma. La verdadera sabiduría comienza cuando el
hombre deja de mirar solo hacia afuera y se atreve a mirar dentro de sí mismo.
Solo entonces podrá romper las cadenas que lo atan, no al pasado, sino a su
propia ceguera interior.
REFERENCIAS
1. Comte, A.
(1986). Curso de filosofía positiva. México: Fondo de Cultura Económica.
2. Frankl, V.
(1984). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder.
3. Fromm, E.
(1976). El arte de amar. México: Paidós.
4. Freud, S.
(1923). El yo y el ello. Madrid: Alianza Editorial.
Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro.
París: UNESCO.
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