“DEL ENGAÑO A LA DIGNIDAD: EL PUEBLO SALVADOREÑO FRENTE A LOS LOBOS DE LA CORRUPCIÓN”.
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN
La fábula ha acompañado a la humanidad como un recurso
pedagógico y crítico desde la antigüedad. Su fuerza no radica solamente en la
sencillez de los relatos, sino en la profundidad de las enseñanzas morales que
encierran. Jean de La Fontaine, heredero de Esopo, nos legó en el siglo XVII
una colección de fábulas que, a pesar del tiempo transcurrido, continúan
teniendo una vigencia sorprendente. Una de las más conocidas, El lobo y el
cordero, plantea una verdad amarga: el poderoso siempre encontrará excusas para
justificar su abuso sobre el débil. La moraleja es clara: “El tirano siempre
encontrará una excusa para aplicar su tiranía” (La Fontaine, 1998).
Esta sentencia encierra una metáfora universal de las
relaciones de poder. El lobo simboliza al tirano, al opresor que, hambriento de
dominio y sin ética, inventa argumentos para legitimar su violencia. El
cordero, en cambio, representa la inocencia, la vulnerabilidad del pueblo que,
a pesar de su racionalidad y argumentos, termina siendo víctima de la
arbitrariedad. No se trata de un simple relato infantil, sino de una
advertencia profunda sobre la naturaleza de las relaciones políticas y
sociales.
En el caso de El Salvador, esta fábula se convierte en un
espejo de la realidad vivida en las últimas décadas. Los partidos
tradicionales, ARENA y FMLN, han encarnado el papel del lobo, utilizando todo
tipo de excusas, narrativas y justificaciones para devorar los recursos del
Estado, explotar la paciencia de los ciudadanos y enriquecerse a costa de la
miseria colectiva. Mientras tanto, el pueblo salvadoreño ha jugado el papel del
cordero: desarmado, esperanzado y constantemente culpabilizado por males que no
le corresponden.
La corrupción, el nepotismo, el compadrazgo y la
mediocridad política se han vuelto patrones recurrentes en estas
organizaciones. Como señaló Mario Bunge (2002), “la política debe estar al
servicio de la ética y de la ciencia, no de la codicia y la improvisación”. Sin
embargo, en El Salvador se impuso durante tres décadas un modelo político
depredador, en el que el poder se convirtió en un fin en sí mismo y no en un
medio para el bienestar social.
El presente ensayo crítico pretende analizar, con base en
la fábula de La Fontaine, la dinámica de tiranía que los partidos políticos
tradicionales han ejercido sobre el pueblo salvadoreño. Se hará una analogía
entre el comportamiento del lobo y el accionar de las élites partidarias,
examinando cómo estas organizaciones han buscado excusas para justificar su
fracaso, culpar a otros de sus errores y presentarse como víctimas cuando en
realidad han sido victimarios.
Asimismo, se abordará el despertar del pueblo frente a estos
abusos, la importancia de la dignidad como principio rector de la política, y
la necesidad urgente de construir un nuevo modelo ético y social que impida que
los lobos de la historia vuelvan a devorar al cordero. Como lo planteó Paulo
Freire (2005), la educación crítica es la herramienta fundamental para que los
oprimidos tomen conciencia de su situación y se conviertan en protagonistas de
su liberación.
En este sentido, la introducción no solo plantea la metáfora central del ensayo, sino que establece la ruta crítica a seguir: del símbolo a la historia reciente, de la denuncia moral a la exigencia política, y del análisis a la reflexión final. El objetivo es claro: pensar críticamente para que el pueblo salvadoreño no vuelva a caer en la trampa de los lobos que, disfrazados de defensores, solo buscan devorarlo.
I. EL PODER DEL SÍMBOLO: LA FÁBULA COMO ESPEJO DE LA
REALIDAD
Las fábulas son mucho más que cuentos infantiles. Son
metáforas que condensan siglos de experiencia humana en relatos breves, sencillos
y cargados de significado. La de El lobo y el cordero, escrita por Jean de La
Fontaine en el siglo XVII, no es únicamente una historia de animales que
interactúan en un arroyo; es una radiografía de las relaciones de poder que
atraviesan a la sociedad.
El lobo, siempre hambriento y despiadado, representa al
tirano que justifica su violencia con argumentos falsos. El cordero, frágil e
inocente, simboliza a los pueblos sometidos que, a pesar de su defensa
razonable, terminan devorados por el más fuerte.
Esta metáfora adquiere especial vigencia cuando se
traslada al escenario político salvadoreño.
Durante más de tres décadas, dos partidos –ARENA y FMLN–
dominaron la vida nacional. Ambos surgieron con discursos diferentes: el
primero bajo la bandera del anticomunismo y la “modernización”, el segundo bajo
la narrativa revolucionaria de justicia social. Sin embargo, en la práctica
ambos demostraron ser lobos con distinto pelaje, pero con el mismo
apetito voraz por el poder y los recursos del Estado.
La Fontaine nos enseña que el lobo no necesita razones
verdaderas para ejercer su tiranía; inventa excusas y acusa falsamente al
cordero para legitimar su violencia. De igual forma, los partidos políticos
tradicionales fabricaron narrativas justificatorias: cuando gobernaba ARENA, la
culpa de la miseria era atribuida a la guerra civil y al pasado revolucionario;
cuando gobernaba el FMLN, el pretexto era la “herencia neoliberal” y los “20
años de saqueo arenero”. Siempre había un argumento que desviaba la responsabilidad
y encubría la incapacidad y la corrupción. El mecanismo es idéntico al del
lobo: culpar al cordero de enturbiar el agua cuando en realidad él mismo
controla la corriente.
El simbolismo de la fábula se convierte, entonces, en un
espejo implacable. El cordero, al igual que el pueblo salvadoreño, nunca tuvo
el poder de ensuciar el río: ni la clase trabajadora, ni los campesinos, ni los
jóvenes excluidos tuvieron capacidad de decidir sobre las grandes estructuras
económicas y políticas. Y, sin embargo, siempre fueron responsabilizados de la
violencia, de la pobreza y hasta de la falta de “madurez democrática”.
La élite
gobernante necesitaba esa excusa para perpetuar su control, tal como el lobo
necesitaba culpar al cordero para justificar su instinto asesino.
El poder del símbolo radica en su atemporalidad. La
fábula de La Fontaine no envejece porque describe un patrón humano constante:
la tendencia del poderoso a disfrazar su arbitrariedad con un manto de
legitimidad. Así como en el bosque el lobo se erige como juez y verdugo, en la
política salvadoreña los partidos tradicionales se convirtieron en árbitros de
la moral pública, acusando al pueblo de ingratitud o de rebeldía, cuando en
realidad eran ellos quienes saqueaban y devastaban al país.
La moraleja, “el tirano siempre encontrará una excusa
para aplicar su tiranía” (La Fontaine, 1998), no es solo una frase literaria,
sino una advertencia política. El Salvador la ha vivido en carne propia:
décadas de justificaciones falsas, narrativas huecas y discursos
grandilocuentes sirvieron como pretexto para que las élites políticas devoraran
el patrimonio de la nación. El símbolo, por lo tanto, no se queda en la
ficción; se convierte en un espejo crítico de la realidad histórica del país.
II. LA HISTORIA RECIENTE DE EL SALVADOR: DE LA ESPERANZA
A LA FRUSTRACIÓN
La historia reciente de El Salvador es una herida abierta
que aún sangra. Tras los Acuerdos de Paz de 1992, se inauguró un periodo que
prometía transformar el rostro del país. Se esperaba que el fin de la guerra
trajera consigo la reconciliación, la democratización de las instituciones y
una mejora sustancial en la calidad de vida de la población. Sin embargo, lo
que vino después fue un ciclo de frustraciones acumuladas. Los partidos que
surgieron como esperanza se convirtieron, con el paso de los años, en verdugos
políticos y económicos del pueblo.
ARENA gobernó durante dos décadas bajo la bandera del
liberalismo económico, prometiendo modernización, crecimiento y desarrollo. Lo
que en realidad entregó fue un país endeudado, con servicios públicos
deteriorados y una corrupción sistémica que contaminó todas las estructuras del
Estado. Se privatizó lo estratégico —bancos, telecomunicaciones, pensiones—,
favoreciendo a pequeños grupos económicos mientras se precarizaba la vida de
millones. La lógica del mercado fue impuesta como dogma absoluto, mientras se
ignoraba el sufrimiento de los trabajadores. Como señalara Mario Bunge (2002),
“el mercado sin ética se convierte en el campo fértil de la injusticia”.
Por otro lado, el FMLN, que durante la guerra se había
erigido como el representante de las aspiraciones populares, llegó al poder en
2009 con un caudal de esperanza. Su discurso de cambio encendió las ilusiones
de quienes habían esperado justicia social. Sin embargo, pronto quedó en
evidencia que la retórica no se tradujo en acciones profundas: el clientelismo,
el nepotismo y la corrupción también se instalaron en su gestión. Peor aún, se
consolidaron pactos con estructuras criminales para asegurar votos, hipotecando
la seguridad y la confianza del pueblo. El FMLN, como el lobo de la fábula,
necesitó excusas para justificar su fracaso, culpando siempre a los gobiernos
anteriores de los problemas estructurales, sin asumir plenamente su propia
incapacidad.
La combinación de ambos proyectos políticos —el
neoliberalismo de ARENA y el populismo degradado del FMLN— dejó como herencia
un país devastado: pobreza crónica, exclusión social, desigualdad alarmante,
violencia generalizada y una emigración masiva que vació comunidades enteras.
Como señaló Paulo Freire (2005), “la opresión no se legitima sola; necesita
siempre de discursos y prácticas que la disfracen de normalidad”. Eso fue lo
que ocurrió: tanto ARENA como el FMLN construyeron un relato que pretendía ocultar
el saqueo, culpando a la historia, a la globalización o al adversario político,
mientras las víctimas eran siempre las mismas: los ciudadanos de a pie.
En estas tres décadas, El Salvador vivió lo que se puede
llamar una transición fallida. La democracia, en lugar de consolidarse, se
convirtió en un sistema secuestrado por élites partidarias que utilizaron al
Estado como botín. El pueblo, que en la fábula de La Fontaine aparece como el
cordero, fue sometido a un ciclo de desilusión: de la guerra se pasó a la paz,
pero de la paz se transitó a la frustración de ver cómo la clase política, en
lugar de servir, devoraba con avidez los recursos del país.
La promesa de la posguerra se convirtió en el gran fraude
histórico de los partidos tradicionales. El pueblo esperaba agua limpia en el
arroyo de la democracia, pero lo que encontró fue un río turbio, manipulado por
lobos que bebían en la parte alta y culpaban al cordero de ensuciarlo.
Esa es la gran metáfora que resume tres décadas de
historia salvadoreña: la esperanza fue convertida en frustración, y la ilusión
democrática fue devorada por la codicia de los de siempre.
III. EL LOBO QUE MANIPULA EL RÍO: ESTRATEGIAS DE
JUSTIFICACIÓN POLÍTICA
Una de las enseñanzas más contundentes de la fábula de La
Fontaine es que el tirano nunca necesita una razón real para ejercer su poder
abusivo. El lobo acusa al cordero de ensuciar el agua, aun cuando la lógica
demuestra lo contrario: el lobo bebe río arriba y el cordero río abajo. Esa
contradicción no importa, porque lo esencial no es la verdad, sino la
imposición de la voluntad del más fuerte. La moraleja es devastadora: el poder
arbitrario no necesita fundamentos, basta con inventarlos.
En la política salvadoreña, este mecanismo ha sido una
constante. Los partidos ARENA y FMLN perfeccionaron el arte de la
justificación, elaborando narrativas que les permitieran mantenerse en el
poder, aunque sus acciones fueran contrarias al bienestar del pueblo. Se
trataba de un juego discursivo, en el que las culpas siempre eran desplazadas
hacia otros, mientras ellos continuaban devorando los recursos del país.
Cuando gobernaba ARENA, la justificación favorita era la
guerra. Todo fracaso económico, toda carencia social, era atribuido al
conflicto armado, como si dos décadas después este siguiera siendo el único
responsable de la pobreza y el atraso.
Cuando gobernaba
el FMLN, el argumento era simétrico: se culpaba a los “20 años de ARENA” de
todos los males, incluso después de una década en el poder. El tiempo pasaba,
pero el pretexto seguía siendo el mismo: nunca asumir la responsabilidad
directa.
Además, se utilizaron estrategias de manipulación
mediática para convencer a la población de que el culpable era otro. La prensa
servil a los intereses partidarios amplificaba estas narrativas, reforzando la
imagen de victimización de los poderosos. En muchos casos, se construyó la idea
de que los gobiernos estaban “trabajando incansablemente” y que si los
resultados no llegaban era por culpa de factores externos: la economía global,
la oposición política, la falta de cooperación internacional. El discurso del
lobo se repetía una y otra vez: “si no fuiste tú, fue tu hermano; y si no fue
tu hermano, fue alguien de tu familia”. Lo importante era tener siempre un
culpable a mano.
Otro recurso fue el uso de promesas como cortina de humo.
Los partidos tradicionales inundaron al país con planes, programas y campañas
publicitarias que vendían ilusiones, mientras por detrás pactaban con el crimen
organizado o repartían privilegios entre sus cúpulas. El pueblo escuchaba
promesas de empleo, seguridad y prosperidad, pero en la práctica lo único que
se consolidaba era el saqueo institucional. El engaño se convirtió en política
de Estado.
Este mecanismo no es exclusivo de El Salvador; Hannah
Arendt (2006) advertía que la mentira política es un instrumento recurrente de
los regímenes que necesitan sostenerse en medio de sus propias contradicciones.
Sin embargo, en el caso salvadoreño alcanzó niveles extremos: durante tres
décadas, los lobos bebieron el agua limpia y culparon al pueblo de ensuciarla,
fabricando excusas que los eximieran de culpa.
Lo más grave es que estas justificaciones no fueron
inocuas. Mientras los partidos se defendían con discursos, el pueblo continuaba
sufriendo las consecuencias reales: hospitales colapsados, escuelas en ruinas,
comunidades sometidas a la violencia, familias obligadas a emigrar. El discurso
del lobo no solo era una mentira: era un arma letal que permitía perpetuar el
abuso sin responsabilidad.
En conclusión, las estrategias de justificación política
en El Salvador reproducen con exactitud la lógica de la fábula: se inventan
culpas para mantener la dominación. El problema no es solo la mentira, sino la
impunidad que la sostiene. Y mientras esa impunidad prevalezca, el lobo seguirá
devorando al cordero bajo la excusa de que “el agua está sucia”.
IV. LA DIGNIDAD DEL PUEBLO FRENTE A LA TIRANÍA POLÍTICA
En la fábula de La Fontaine, el cordero no tiene
posibilidad de defenderse: por más argumentos que esgrime, el lobo termina
devorándolo. Sin embargo, en la vida política de los pueblos existe una
diferencia esencial: el cordero no está condenado a ser víctima eterna. Cuando
adquiere conciencia de su propia dignidad, el pueblo puede levantarse y
enfrentar al tirano. Ese despertar ciudadano constituye el punto de inflexión
que marca la transición de la sumisión a la resistencia.
El pueblo salvadoreño, cansado de décadas de abusos,
comenzó a rechazar las viejas estructuras partidarias. El descrédito de ARENA y
FMLN no fue producto de una campaña externa, sino el resultado directo de sus
propias acciones: corrupción descarada, pactos con el crimen organizado,
nepotismo, enriquecimiento ilícito y una desconexión total con las necesidades
de la gente. El clamor ciudadano se expresó en las urnas, en el repudio masivo
hacia los partidos tradicionales y en la demanda de un cambio profundo.
La dignidad se convierte aquí en la clave. Como expresó
Monseñor Óscar Arnulfo Romero (2000), “la dignidad del ser humano es el
fundamento de toda sociedad justa”. No se trata solo de un valor abstracto,
sino de un principio político y ético. Cuando la dignidad del pueblo es
pisoteada, la legitimidad de los gobernantes se desploma. ARENA y FMLN
olvidaron este principio fundamental: gobernaron como si el pueblo fuera un
medio para sostener su poder, y no el fin mismo de la acción política.
El rechazo ciudadano a las élites corruptas tiene,
entonces, un fundamento ético: el pueblo exige respeto, justicia y
participación. La experiencia histórica demostró que la paciencia popular tiene
límites. Como señaló Paulo Freire (2005), los oprimidos no permanecen
indefinidamente en silencio: “la toma de conciencia es un proceso irreversible
que conduce a la liberación”. Esa conciencia crítica comenzó a crecer en El Salvador,
impulsada por el hartazgo y por la memoria de las promesas incumplidas.
En este contexto, la dignidad se manifiesta en varias
dimensiones:
·
Dignidad
política, al rechazar a quienes utilizaron al Estado como botín.
·
Dignidad
social, al exigir mejores condiciones de vida, salud, educación y seguridad.
·
Dignidad
moral, al repudiar la corrupción y demandar integridad en la gestión pública.
El despertar ciudadano también es un llamado de
advertencia: nunca más permitir que los lobos beban en la parte alta del río y
culpen al pueblo de ensuciarlo. La dignidad se convierte, entonces, en un
escudo contra la tiranía política, una forma de resistencia pacífica pero firme
que exige un cambio de rumbo en la historia nacional.
Como advirtió Carl Sagan (1997), “la ciencia y la
democracia prosperan cuando la ciudadanía se arma de escepticismo y pensamiento
crítico”. Ese escepticismo, que no es cinismo sino defensa de la verdad, debe
acompañar al pueblo salvadoreño para evitar caer de nuevo en la trampa de los
falsos salvadores.
En definitiva, el pueblo salvadoreño ya no puede aceptar
el papel pasivo del cordero devorado. La historia exige que recupere su
protagonismo, que haga valer su dignidad y que no permita jamás que los lobos
del pasado vuelvan a someterlo con excusas y mentiras. La fábula deja de ser
entonces una condena para transformarse en un llamado a la acción: la dignidad
del pueblo es la única barrera real frente a la tiranía.
V. LA ENSEÑANZA MORAL: ÉTICA Y POLÍTICA EN DISPUTA
La moraleja de El lobo y el cordero es simple y
contundente: el tirano siempre encontrará una excusa para aplicar su tiranía
(La Fontaine, 1998). Este mensaje, aparentemente infantil, encierra una lección
política y ética de gran profundidad. El poder sin límites, sin control y sin valores,
se convierte en tiranía; y la tiranía, por definición, siempre busca
justificarse a través de narrativas falsas que encubren su arbitrariedad.
En el caso salvadoreño, la experiencia histórica
demuestra que ARENA y FMLN actuaron como lobos disfrazados de pastores. Ambos
partidos justificaron sus abusos con excusas: el primero, alegando la necesidad
de modernizar el país y atraer inversión extranjera; el segundo, proclamando un
discurso de justicia social que nunca se materializó. En ambos casos, la ética
fue relegada, y la política se convirtió en un campo de disputa por intereses
particulares, no por el bien común.
La enseñanza moral de la fábula es clara: cuando la ética
queda subordinada al poder, el resultado es inevitablemente la opresión de los más
débiles. Como afirma Mario Bunge (2002), “la política sin ética es como la
ciencia sin método: pura charlatanería”. Durante más de treinta años, el pueblo
salvadoreño fue víctima de esa charlatanería política, disfrazada de proyectos
de nación que nunca respondieron a la realidad de la mayoría.
La disputa entre ética y política no es nueva. Desde
Platón y Aristóteles, el debate sobre cómo debe ejercerse el poder ha estado
presente en la filosofía política. Rousseau (2007), por ejemplo, sostuvo que la
soberanía debe residir en el pueblo y que los gobernantes solo son legítimos en
la medida en que respetan el contrato social. Sin embargo, en El Salvador ese
contrato fue roto repetidamente por élites políticas que se enriquecieron a
costa de la miseria colectiva. El lobo nunca respetó al cordero: lo devoró bajo
la excusa de que era su derecho natural.
La moraleja de la fábula invita a comprender que la
verdadera política no puede disociarse de la ética. Una democracia sin
principios se convierte en tiranía disfrazada de legalidad. Y esa fue la
experiencia que el pueblo salvadoreño vivió: un sistema democrático formal, con
elecciones periódicas, pero con un contenido profundamente corrupto y
excluyente.
De ahí surge una exigencia urgente: repensar la política desde
un horizonte ético que coloque la dignidad humana en el centro. Como advertía
Monseñor Romero (2000), “la política debe ser la más alta forma de caridad,
porque busca el bien común”. Sin embargo, ARENA y FMLN redujeron la política a
un botín, negando toda dimensión moral. La lección de la fábula es un
recordatorio de que, sin ética, el poder solo produce lobos voraces que devoran
corderos indefensos.
La enseñanza moral es, en última instancia, un llamado al pueblo: no basta con denunciar la tiranía; es necesario construir una política distinta, una política de servicio, de justicia y de verdad. Solo así se evitará que el ciclo del lobo y el cordero se repita indefinidamente en la historia nacional.
VI. EL DESPERTAR CIUDADANO Y LA NECESIDAD DE UN NUEVO
PACTO SOCIAL
Si la fábula de La Fontaine termina con la derrota del
cordero frente al lobo, la historia salvadoreña puede —y debe— tomar otro
rumbo. El pueblo no está condenado a ser devorado una y otra vez por las élites
corruptas; su fuerza radica en la conciencia crítica, en la memoria histórica y
en la organización social. El despertar ciudadano de los últimos años
constituye la mejor prueba de que el cordero puede transformarse en actor
político y no solo en víctima pasiva.
Este despertar se evidenció cuando la población, cansada
de las viejas excusas y promesas incumplidas, comenzó a rechazar
sistemáticamente a los partidos tradicionales. La caída electoral de ARENA y
FMLN no fue un accidente, sino la consecuencia directa de tres décadas de
abusos. Como diría Paulo Freire (2005), los oprimidos alcanzaron un grado de
conciencia en el que dejaron de aceptar la narrativa de sus opresores. La
ciudadanía dejó de creer en el discurso del lobo y empezó a reconocerlo como lo
que siempre fue: un depredador.
Sin embargo, el rechazo a los partidos tradicionales no
basta. La verdadera tarea histórica es construir un nuevo pacto social, uno que
coloque en el centro la dignidad, la justicia y el bien común. Rousseau (2007)
advertía que el contrato social solo es legítimo si se basa en la voluntad
general y en la igualdad entre los ciudadanos. En El Salvador, ese contrato fue
secuestrado por minorías políticas y económicas, que utilizaron al Estado como
botín. Hoy, la demanda popular es recuperar el pacto roto y diseñar un sistema
político al servicio de todos, no de unos pocos.
El despertar ciudadano también implica reconocer el valor
de la memoria. El pueblo salvadoreño no puede olvidar las décadas de
corrupción, violencia y saqueo que marcaron a ARENA y FMLN. La memoria
histórica es un arma contra la repetición: si el pueblo recuerda, no volverá a
caer en la trampa de los lobos disfrazados de defensores. Como señaló Carl
Sagan (1997), “una sociedad que olvida el pasado se arriesga a repetir sus
errores con consecuencias aún más graves”.
·
Un nuevo
pacto social debe incluir:
·
Transparencia
y rendición de cuentas, para erradicar la impunidad que permitió el saqueo del
Estado.
·
Educación
crítica y liberadora, que forme ciudadanos capaces de cuestionar y no de
obedecer ciegamente.
·
Participación
popular real, no como discurso vacío, sino como práctica institucionalizada en
la toma de decisiones.
·
Ética en la
política, donde el poder se entienda como servicio y no como privilegio.
El despertar ciudadano es, por lo tanto, una oportunidad
histórica. El Salvador no tiene por qué repetir la fábula de La Fontaine; puede
escribir una nueva narrativa en la que el cordero se niegue a ser devorado. Esa
es la enseñanza que debe guiar a las nuevas generaciones: no permitir jamás que
la tiranía se disfrace de democracia, y no entregar otra vez el río limpio a
quienes solo saben ensuciarlo.
CONCLUSIÓN
La fábula de El lobo y el cordero de Jean de La Fontaine
es, en apariencia, un relato simple y breve; sin embargo, su profundidad moral
permite interpretar con gran claridad las relaciones de poder que han marcado
la historia salvadoreña reciente. El mensaje de que “el tirano siempre
encontrará una excusa para aplicar su tiranía” (La Fontaine, 1998) sintetiza
tres décadas de manipulación política, corrupción y justificaciones absurdas
con las que ARENA y FMLN sometieron a la ciudadanía.
A lo largo de este ensayo hemos visto cómo el lobo,
hambriento y sin escrúpulos, representa a la clase política tradicional que se
alimentó del sacrificio del pueblo. El cordero, indefenso y desarmado,
simboliza al ciudadano común, culpado de males que no provocó y obligado a
soportar la arbitrariedad de los poderosos. Así como en la fábula el lobo
inventa excusas para devorar a su víctima, en la vida política salvadoreña los
partidos inventaron discursos y narrativas para encubrir sus abusos: ARENA
culpaba a la guerra, el FMLN culpaba a los veinte años anteriores de
neoliberalismo, y entre ambos lograron crear un círculo vicioso de
irresponsabilidad.
El pueblo, sin embargo, comenzó a despertar. La paciencia
acumulada durante años de saqueo, exclusión y mentira llegó a un límite. Ese
rechazo masivo se expresó en el descrédito electoral de los partidos
tradicionales, que pasaron de ser actores dominantes a figuras marginales. Este
cambio no surgió de un capricho, sino de una exigencia profunda de dignidad y
justicia. Como advirtió Paulo Freire (2005), la conciencia crítica se convierte
en motor de liberación, y esa conciencia está emergiendo con fuerza en El
Salvador.
La enseñanza moral de la fábula nos recuerda que la
política sin ética siempre deriva en tiranía. Los lobos de la historia pueden
cambiar de nombre y de color partidario, pero mientras el poder no se ejerza
como servicio, el riesgo de que el pueblo vuelva a ser devorado permanece
latente. Por ello, es urgente consolidar un nuevo pacto social que recupere la
ética como fundamento del poder. Rousseau (2007) lo expresó con claridad: la
legitimidad de un gobierno radica en su respeto al contrato social y a la voluntad
general. ARENA y FMLN quebraron ese pacto; la tarea histórica es no permitir
que nadie más lo fracture de nuevo.
La conclusión es, entonces, doble: por un lado, reconocer
que el pasado reciente de El Salvador ha estado marcado por la voracidad de lobos
que, disfrazados de representantes del pueblo, se dedicaron a devorar sus
recursos y su esperanza; y por otro, afirmar que el futuro aún puede escribirse
de manera distinta, si el pueblo consolida su dignidad, su memoria y su
conciencia crítica. La fábula nos advierte del peligro, pero también nos invita
a elegir un camino diferente: el de una política basada en la verdad, la
justicia y el respeto a la vida.
REFLEXIÓN FINAL
El lobo y el cordero no son únicamente personajes de una
fábula del siglo XVII; son símbolos vivos que nos interpelan en pleno siglo
XXI. El pueblo salvadoreño ha vivido por demasiado tiempo el papel del cordero:
engañado, manipulado, devorado una y otra vez por élites políticas que jamás
respetaron su dignidad. Sin embargo, a diferencia de la fábula, en la historia
real aún existe la posibilidad de cambiar el desenlace. El cordero no está
condenado a morir, siempre que decida asumir su condición de sujeto histórico y
no de víctima resignada.
La reflexión crítica que surge de esta analogía es
contundente: los lobos no desaparecen, solo cambian de forma, de discurso y de
color partidario. Por ello, el gran reto no es únicamente derrotar a los lobos
del pasado —ARENA y FMLN—, sino impedir que surjan nuevos lobos que repitan los
mismos vicios: corrupción, nepotismo, amiguismo y desprecio por el pueblo. La
memoria histórica se vuelve entonces una herramienta de defensa. Un pueblo que
olvida está condenado a ser devorado de nuevo; un pueblo que recuerda se
protege a sí mismo y se arma contra la manipulación.
El poder ciudadano radica en la dignidad y en la
conciencia crítica. Como sostuvo Carl Sagan (1997), “una sociedad armada con
pensamiento crítico es una sociedad difícil de engañar”. Esa es la verdadera
lección que debe quedar grabada en la historia salvadoreña: nunca más aceptar
excusas vacías, nunca más entregar el agua limpia del río a quienes solo buscan
enturbiarla, nunca más permitir que los lobos de la política se disfracen de
defensores del pueblo.
Hoy, más que nunca, El Salvador necesita un pacto social
cimentado en la ética, la justicia y la verdad. El pueblo debe recordar que no
está condenado a ser devorado: puede erguirse con dignidad, reclamar su derecho
a un futuro distinto y construir una política que, en lugar de devorar, alimente
la esperanza. Esa es la gran responsabilidad histórica: aprender de la fábula,
pero no repetir su final.
REFERENCIAS BIBLIGRAFICAS.
1.
Bunge, M.
(2002). Ética, ciencia y técnica. Gedisa.
2.
Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI.
3.
La Fontaine,
J. (1998). Fábulas completas. Editorial Espasa Calpe.
4.
Romero, Ó.
A. (2000). Homilías. UCA Editores.
5.
Rousseau, J.
J. (2007). El contrato social. Alianza Editorial.
6.
Sagan, C.
(1997). 2025undo y sus demonios. Planeta.
SAN
SALVADOR, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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