lunes, 22 de septiembre de 2025

 

“LA EDUCACIÓN COMO DETECTOR DE BASURA MORAL, SOCIAL E INTELECTUAL”. (ENSAYO)

POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

El célebre escritor Ernest Hemingway, al ser consultado por un entrevistador acerca del ingrediente esencial que hace grande a un escritor, respondió con una metáfora contundente: se necesita tener un “detector de basura a prueba de golpes”. Aunque la respuesta estaba situada en el ámbito literario, su alcance trasciende la escritura y puede aplicarse a la vida entera, especialmente a la educación.

La sociedad contemporánea se caracteriza por la sobreabundancia de información y, al mismo tiempo, por la precariedad de criterios sólidos para discernirla. El desarrollo de las tecnologías digitales, la globalización de los medios de comunicación y el auge de las redes sociales han democratizado la circulación de ideas, pero también han multiplicado las posibilidades de manipulación y de engaño. Ante este panorama, la misión de la educación ya no puede reducirse a la transmisión de datos; debe orientarse hacia la formación de sujetos capaces de ejercer un juicio crítico, ético y humano frente a lo que reciben.

En este ensayo se plantea que la educación auténtica debe basarse en cinco valores fundamentales: disciplina, honestidad, conciencia crítica, solidaridad y tolerancia. Estos constituyen el núcleo del “detector de basura” que permite a los estudiantes distinguir entre lo verdadero y lo falso, lo valioso y lo trivial, lo humano y lo inhumano. De esta manera, el ensayo se estructura en apartados que desarrollan cada uno de estos valores, para luego integrarlos en una reflexión más amplia sobre el sentido de la educación en el siglo XXI.

1. LA METÁFORA DE HEMINGWAY Y SU VIGENCIA EN LA EDUCACIÓN

La frase de Hemingway es breve, pero sugiere un profundo análisis. El escritor estaba convencido de que la literatura no podía sobrevivir sin autenticidad, sin una mirada crítica que rechazara lo superficial y lo falso. Si trasladamos esta idea al campo de la educación, encontramos una enseñanza esencial: no basta con aprender contenidos, se requiere cultivar la capacidad de discernir.

Hoy vivimos en lo que Daniel Innerarity (2022) denomina “la sociedad del desconocimiento”: un mundo donde el exceso de información no garantiza más comprensión, sino mayor confusión. En este contexto, los estudiantes enfrentan el riesgo de aceptar sin cuestionar, de consumir datos como verdades absolutas y de reproducir discursos sin filtros.

El “detector de basura” representa la facultad de filtrar, analizar y evaluar críticamente lo que llega a nuestra mente. Pero no es un dispositivo automático; se forma con educación, disciplina y valores éticos. De allí la necesidad de que las instituciones educativas se planteen no solo enseñar matemáticas, ciencias o literatura, sino también cultivar esa capacidad de sospecha inteligente que impida caer en el autoengaño o la manipulación.

2. LA DISCIPLINA COMO PILAR DE LA FORMACIÓN

La disciplina es, sin duda, la base sobre la cual se construye toda educación seria. Sin disciplina no hay estudio constante, no hay hábitos de lectura ni capacidad de esfuerzo sostenido. Sin embargo, muchas veces este concepto es malinterpretado como autoritarismo o imposición rígida.

La verdadera disciplina es autogestión, la capacidad de organizar el tiempo, los recursos y la energía en función de un objetivo. Un estudiante disciplinado no depende únicamente de la presión externa del docente o de las calificaciones, sino que desarrolla motivación intrínseca.

Autores como Aristóteles ya señalaban en la Ética a Nicómaco que la virtud se adquiere a través de la repetición de actos hasta que se convierten en hábitos. La disciplina, en este sentido, no reprime la libertad, sino que la fortalece, porque permite al individuo dominar sus impulsos y orientarlos hacia fines superiores.

En contextos sociales como los de América Latina, donde la improvisación y la falta de planificación son frecuentes, la disciplina es un recurso educativo indispensable. No se trata de convertir a los estudiantes en máquinas obedientes, sino en ciudadanos que sepan cumplir compromisos, trabajar en equipo y sostener un proyecto personal con constancia.

Paulo Freire (1970) afirmaba que “la libertad no se alcanza con discursos, sino con praxis”. Esa praxis exige disciplina: horas de lectura, debates respetuosos, investigación rigurosa.

Una educación que no fomente disciplina produce generaciones talentosas, pero inconstantes, incapaces de sostener procesos a largo plazo.

3. HONESTIDAD: LA VIRTUD QUE SOSTIENE LA CONFIANZA SOCIAL

La honestidad es otra piedra angular de la educación. Cuando se pierde la honestidad, se rompe la confianza, y sin confianza no hay comunidad posible. En sociedades marcadas por la corrupción política, la mentira institucionalizada y el engaño mediático, enseñar honestidad es un acto revolucionario.

La escuela y la universidad no deben limitarse a transmitir conocimientos, sino a modelar con el ejemplo. Un sistema educativo que tolera plagio, compra de calificaciones o favoritismos está formando estudiantes deshonestos, aunque en sus discursos promueva la ética. La coherencia es el fundamento de la honestidad: lo que se dice debe coincidir con lo que se hace.

Francisco Savater (1997), en El valor de educar, sostiene que la educación no puede ser neutra en materia de valores: enseñar a leer y escribir no tiene sentido si no se forma también en responsabilidad y en autenticidad. El joven que aprende a manipular para obtener ventajas se convierte en un adulto que reproduce la corrupción.

Por ello, la honestidad debe cultivarse desde pequeños actos cotidianos: reconocer errores, entregar un trabajo sin copiar, respetar la propiedad intelectual. Esos gestos aparentemente mínimos construyen la base de una sociedad más justa y confiable.

4. CONCIENCIA CRÍTICA: DETECTAR LA BASURA IDEOLÓGICA

El núcleo del “detector de basura” se encuentra en la conciencia crítica. Es la capacidad de examinar lo que se presenta como verdad y de someterlo al juicio de la razón y la experiencia.

Immanuel Kant (1784), en su ensayo sobre la Ilustración, describía la mayoría de edad del ser humano como la capacidad de usar el propio entendimiento sin la guía de otro. Eso significa que la conciencia crítica es, en el fondo, una forma de emancipación.

En la actualidad, la manipulación de masas se ha sofisticado. Las redes sociales fabrican burbujas informativas donde el usuario solo ve lo que confirma sus creencias; los medios de comunicación responden a intereses políticos o económicos; los discursos oficiales maquillan la realidad. Sin conciencia crítica, los jóvenes terminan repitiendo consignas, incapaces de cuestionar el trasfondo de lo que consumen.

Edgar Morin (1999), en Los siete saberes necesarios para la educación del futuro, señala que uno de los principales retos de la educación es enseñar a navegar en la incertidumbre y a distinguir entre conocimiento y error, verdad y ilusión.

Educar en la conciencia crítica significa promover el debate, enseñar a argumentar con evidencias, analizar las fuentes de información y desconfiar de lo absoluto. No se trata de formar escépticos cínicos, sino ciudadanos capaces de pensar por sí mismos.

5. SOLIDARIDAD: EDUCAR PARA LA COMUNIDAD

La solidaridad es un valor esencial para contrarrestar el egoísmo de las sociedades modernas. Mientras el individualismo impulsa la competencia feroz, la solidaridad recuerda que todos estamos interconectados y que el bienestar colectivo sostiene el bienestar individual.

En la educación, la solidaridad no se enseña con discursos, sino con prácticas: proyectos comunitarios, actividades de servicio social, aprendizaje colaborativo. Cuando un estudiante comprende que su esfuerzo no solo beneficia a sí mismo, sino también a otros, desarrolla una visión más amplia de la vida.

Ejemplos de solidaridad abundan en la historia: comunidades que sobreviven a catástrofes gracias a la cooperación; pueblos que se apoyan mutuamente frente a injusticias. La escuela debe transmitir esas lecciones de fraternidad, no como anécdotas aisladas, sino como principios que guíen la vida cotidiana.

La solidaridad, además, genera empatía: la capacidad de ponerse en el lugar del otro y comprender su dolor o su alegría. Esa es una competencia ética que ninguna inteligencia artificial podrá reemplazar.

6. LA TOLERANCIA COMO HORIZONTE DEMOCRÁTICO

En sociedades cada vez más plurales, la tolerancia es condición indispensable para la convivencia pacífica. Sin tolerancia, las diferencias se convierten en motivo de odio, exclusión y violencia.

La tolerancia no es indiferencia. No significa que todo vale, sino que se reconoce el derecho de los demás a pensar distinto. Karl Popper (1945) planteaba la paradoja de la tolerancia: si se tolera lo intolerante, la sociedad abierta se destruye. De ahí la necesidad de enseñar a los estudiantes que la tolerancia implica respeto, pero también defensa de los principios universales de justicia.

En la práctica educativa, la tolerancia se vive en el respeto a la diversidad cultural, de género, de orientación sexual y de pensamiento. Una escuela intolerante reproduce prejuicios; una escuela tolerante construye ciudadanos democráticos.

7. EL FRACASO DE LA EDUCACIÓN REDUCIDA A INSTRUCCIÓN

Uno de los grandes errores de los sistemas educativos modernos es reducir la educación a mera instrucción técnica. Se preparan estudiantes para aprobar exámenes, para memorizar fórmulas, para operar máquinas, pero no para pensar ni para convivir.

El resultado son sociedades con grandes avances tecnológicos, pero con profundas crisis morales. Jóvenes que saben programar computadoras, pero no saben dialogar; profesionales con títulos universitarios, pero sin ética en su ejercicio.

La instrucción es necesaria, pero no suficiente. La educación debe integrar la dimensión ética, crítica y humana, porque de lo contrario se convierte en un mecanismo de reproducción del sistema, incapaz de transformarlo.

8. EDUCAR PARA DETECTAR LA BASURA MORAL Y SOCIAL

Finalmente, la metáfora de Hemingway se traduce en una misión educativa clara: enseñar a detectar la basura en todas sus formas. Esa basura se manifiesta en la corrupción, en la mentira política, en la manipulación mediática, en la intolerancia disfrazada de justicia, en el egoísmo disfrazado de éxito.

El detector no se activa por sí solo: se construye con disciplina, honestidad, conciencia crítica, solidaridad y tolerancia. Esos valores son las piezas que permiten filtrar lo que llega desde fuera y decidir si lo aceptamos o lo rechazamos.

La escuela y la familia son responsables de crear ambientes donde los niños y jóvenes aprendan a identificar esas formas de falsedad y a oponerse a ellas. Una educación que forme ciudadanos con un detector de basura sólido es la única garantía de una sociedad más digna y libre.

CONCLUSIÓN

El recorrido realizado muestra que la educación auténtica no se limita a preparar para el empleo ni a acumular datos en la memoria. Su misión más profunda es formar seres humanos con valores firmes y conciencia crítica.

La disciplina da constancia, la honestidad garantiza confianza, la conciencia crítica protege contra la manipulación, la solidaridad construye comunidad y la tolerancia posibilita la convivencia en la diferencia. Estos cinco valores conforman el detector de basura que, siguiendo la metáfora de Hemingway, permite distinguir lo verdadero de lo falso, lo humano de lo deshumanizante.

Sin esta educación, la sociedad corre el riesgo de producir generaciones de especialistas sin alma, de técnicos sin ética, de ciudadanos manipulables. Con ella, en cambio, se abre la posibilidad de construir un futuro más justo, solidario y humano.

RESUMEN CRÍTICO FINAL

Este ensayo defendió la idea de que la verdadera educación consiste en formar ciudadanos capaces de detectar la basura intelectual, moral y social que los rodea. Inspirados en la metáfora de Hemingway, se argumentó que los valores de disciplina, honestidad, conciencia crítica, solidaridad y tolerancia son indispensables para desarrollar esa capacidad.

La educación reducida a instrucción fracasa porque produce individuos competentes en lo técnico, pero incapaces de discernir éticamente. En cambio, la educación integral forma personas capaces de cuestionar, discernir y actuar en favor de la comunidad.

En conclusión, el reto de la educación del siglo XXI es recuperar su dimensión humanista y ética, para que cada niño y joven desarrolle un detector de basura a prueba de golpes, que le permita vivir con dignidad y transformar la sociedad.

REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.

1.       Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.

2.       Kant, I. (1784). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? Berlín.

3.       Morin, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. UNESCO.

4.       Popper, K. (1945). La sociedad abierta y sus enemigos. Routledge.

5.       Savater, F. (1997). El valor de educar. Ariel.

6.       Innerarity, D. (2022). La sociedad del desconocimiento. Paidós.

 

 

 

SAN SALVADOR, 22 DE SEPTIEMBRE DE 2025

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