miércoles, 17 de septiembre de 2025

 

“EL ABSURDO MUNDO EN QUE NOS HA TOCADO VIVIR: CONTRADICCIONES DE LA MODERNIDAD Y DESAFÍOS ÉTICOS”

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA MARTÍNEZ

INTRODUCCIÓN

Vivimos en un tiempo histórico que combina, de manera contradictoria, el mayor avance tecnológico de la humanidad con las más profundas desigualdades sociales. Hemos construido cohetes que viajan al espacio, máquinas capaces de realizar millones de cálculos en segundos y sistemas de comunicación global que conectan a miles de millones de personas en tiempo real. Sin embargo, en este mismo mundo, millones de seres humanos mueren diariamente de hambre, de enfermedades prevenibles y de violencia generada por conflictos armados. Esta paradoja constituye el núcleo de lo que muchos pensadores han denominado el absurdo contemporáneo.

El absurdo, según Albert Camus (1995), surge cuando el ser humano se enfrenta al sinsentido de una existencia que, aunque llena de logros materiales, no logra responder a las preguntas esenciales sobre el sentido de la vida y la dignidad humana. Esta tensión se refleja en la sociedad actual: una humanidad que ha conquistado la naturaleza, pero que es incapaz de conquistar sus propios instintos destructivos.

El presente ensayo pretende desarrollar una reflexión crítica sobre ese mundo absurdo que hemos construido, explorando sus raíces en el sistema capitalista, la alienación del hombre, el uso contradictorio de la ciencia y la tecnología, la crisis de la educación, la manipulación de la religión y los desequilibrios éticos y culturales. Asimismo, se hará un análisis situado en la realidad latinoamericana y salvadoreña, donde estas contradicciones se expresan de manera dramática en la pobreza, la migración y la violencia estructural.

La tesis central que aquí se sostiene es que el absurdo del mundo contemporáneo no es un destino inevitable, sino una construcción social resultado de decisiones históricas, económicas y políticas que privilegian la acumulación de riqueza sobre la vida humana. Si este absurdo ha sido creado por el hombre, también puede ser transformado por él, mediante un cambio profundo en la ética, la educación y la organización social.

Este ensayo está estructurado en varios apartados que buscan fundamentar y ampliar la crítica contenida en la versión original escrita en 202

EL ABSURDO COMO CATEGORÍA FILOSÓFICA

La idea del absurdo tiene una larga tradición en la filosofía, aunque alcanzó una formulación clásica en el pensamiento de Albert Camus. En su obra El mito de Sísifo (1995), Camus sostiene que el absurdo surge del choque entre la búsqueda humana de sentido y la indiferencia del universo. El ser humano necesita respuestas, certezas y propósitos, pero se encuentra con un mundo mudo, que no responde a sus preguntas existenciales. Esa tensión provoca una sensación de desgarro, de vacío, de extrañeza ante la vida misma.

Sin embargo, el absurdo no se limita a un problema existencial o individual. En el mundo contemporáneo, se manifiesta también en las estructuras sociales, políticas y económicas que hemos construido. El absurdo se refleja en la contradicción de vivir en una sociedad capaz de producir alimentos suficientes para todos, pero que mantiene a millones en la miseria y el hambre. Se expresa en el hecho de que, mientras unos países gastan miles de millones de dólares en armas nucleares, otros carecen de hospitales, escuelas y agua potable.

La filosofía latinoamericana ha retomado este concepto para describir el carácter irracional de nuestras sociedades. Intelectuales como Eduardo Galeano (2010) señalaron que vivimos en un mundo al revés, donde se premia la acumulación de riqueza mientras se desprecia la vida humana. En esa misma línea, Paulo Freire (2005) denunció la “cultura del silencio”, que convierte al hombre en objeto y le impide ser sujeto de su propia historia. Estas reflexiones muestran que el absurdo no es sólo una categoría abstracta, sino una realidad concreta que atraviesa la vida de los pueblos.

En este sentido, el absurdo puede entenderse como la distancia entre lo que el ser humano es capaz de construir materialmente y lo que realmente logra en términos de justicia y dignidad. Hemos logrado dominar la energía atómica, pero no hemos logrado erradicar la guerra. Hemos conquistado el espacio exterior, pero seguimos incapaces de resolver la violencia en nuestras calles. Hemos creado sistemas de información que conectan al mundo entero, pero somos incapaces de dialogar y resolver los conflictos sin recurrir a la destrucción.

Así, el absurdo contemporáneo no consiste únicamente en el sinsentido de la existencia individual, como lo planteaba Camus, sino en el sinsentido de un sistema social global que coloca la riqueza, el poder y la mercancía por encima de la vida humana. La humanidad, que debería ser el centro de todo progreso, se ha convertido en un simple recurso para mantener en marcha la maquinaria económica y tecnológica, como bien lo advirtió Galeano al hablar de los “recursos humanos” que el capitalismo utiliza y desecha.

En conclusión, el absurdo como categoría filosófica nos invita a mirar críticamente nuestra realidad. Si bien es cierto que el universo no da respuestas, también es cierto que el absurdo actual es obra humana. Por lo tanto, reconocerlo es el primer paso para transformarlo. En la medida en que comprendamos que este mundo injusto y contradictorio no es natural ni inevitable, podremos abrir el camino hacia una existencia más auténtica, justa y digna.

II. CAPITALISMO Y ENAJENACIÓN DEL HOMBRE

El sistema capitalista, como forma predominante de organización económica y social, ha sido señalado históricamente por su capacidad de generar riqueza y progreso material, pero también por su contradicción estructural: mientras produce abundancia, crea miseria; mientras genera desarrollo tecnológico, produce desigualdades cada vez más profundas. Esta paradoja es una de las raíces principales del absurdo contemporáneo.

1. La racionalidad técnica y la irracionalidad social

Karl Marx, en sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844 (2009), explicó que el capitalismo separa al hombre del producto de su trabajo. El trabajador produce bienes, pero esos bienes no le pertenecen, y el proceso productivo se convierte en una fuerza ajena que lo domina. Se trata de la alienación, un fenómeno mediante el cual el ser humano pierde el control sobre lo que crea y, en consecuencia, sobre sí mismo.

En este sentido, el capitalismo posee una racionalidad técnica incuestionable: organiza la producción de manera eficiente, desarrolla nuevos métodos industriales, multiplica los bienes de consumo y dinamiza la economía global. Sin embargo, esta racionalidad convive con una profunda irracionalidad social: millones de trabajadores son reducidos a meros instrumentos, explotados y descartados cuando dejan de ser útiles al sistema. La vida humana se mide en cifras de productividad y no en términos de dignidad.

2. El hombre convertido en mercancía

La alienación no se limita al ámbito laboral. En el capitalismo, todo tiende a convertirse en mercancía: la salud, la educación, la cultura e incluso las relaciones humanas. La lógica del mercado penetra todas las esferas de la vida, transformando a las personas en “recursos humanos”, como lo señalaba Eduardo Galeano (2010), reducidas a números y estadísticas. Este proceso deshumaniza y profundiza la sensación de absurdo: el hombre ya no se reconoce como sujeto de su propia historia, sino como engranaje de una maquinaria que no controla.

La globalización, lejos de resolver estas contradicciones, las ha intensificado. Empresas multinacionales concentran fortunas inimaginables mientras comunidades enteras son expulsadas de sus territorios por megaproyectos extractivistas. La brecha entre ricos y pobres alcanza niveles obscenos: según datos de Oxfam (2023), el 1 % más rico de la población mundial posee más riqueza que el 50 % más pobre. Esta desigualdad extrema no es un accidente, sino el resultado lógico de un sistema que privilegia la acumulación de capital sobre el bienestar humano.

3. LA ENAJENACIÓN COTIDIANA

El absurdo capitalista se refleja también en la vida cotidiana. Las personas trabajan largas jornadas para sobrevivir, pero no tienen tiempo para reflexionar, crear o disfrutar de la vida. El consumo se presenta como vía de felicidad, pero produce vacío y dependencia. Byung-Chul Han (2017) describe esta condición como la “sociedad del cansancio”: individuos explotados, no tanto por un amo externo, sino por la autoexigencia constante de rendir, producir y competir.

Esta dinámica genera un círculo vicioso: el hombre produce para consumir y consume para seguir produciendo, atrapado en una lógica que no le permite detenerse a preguntarse por el sentido de su existencia. En esta carrera absurda, la libertad se convierte en ilusión, pues las decisiones están condicionadas por la publicidad, el mercado y la lógica del capital.

4. CAPITALISMO Y VIOLENCIA ESTRUCTURAL

El sistema no solo enajena, también violenta. La pobreza, el desempleo, la marginación y la exclusión son formas de violencia estructural que afectan a millones. La socióloga Saskia Sassen (2014) advierte que la expulsión masiva de personas —ya sea por guerras, crisis económicas o desastres ecológicos— es un efecto inherente a la dinámica del capitalismo global. La migración forzada, la explotación infantil y la precarización laboral no son anomalías, sino consecuencias directas de un modelo que antepone el lucro a la vida.

5. EL HOMBRE FRENTE AL ABSURDO CAPITALISTA

Así, el capitalismo convierte al hombre en extraño de sí mismo. Construye casas que no puede habitar, produce alimentos que no puede comer, fabrica medicinas que no puede pagar. En apariencia, vivimos rodeados de abundancia; en la práctica, millones carecen de lo básico. Esta contradicción, visible y dolorosa, constituye uno de los absurdos más grandes de nuestra época.

III. CIENCIA, TECNOLOGÍA Y DESTRUCCIÓN

La ciencia y la tecnología representan, sin duda, una de las expresiones más altas de la capacidad creadora del ser humano. Desde la invención de la rueda hasta la inteligencia artificial, la humanidad ha logrado transformar la naturaleza, prolongar la vida y expandir sus fronteras hacia lo desconocido. Sin embargo, este progreso, que debería estar al servicio de la vida y la dignidad humana, ha sido utilizado de manera contradictoria: en lugar de resolver los grandes problemas de la humanidad, muchas veces ha contribuido a intensificarlos. Esta contradicción convierte a la ciencia y a la tecnología en otro escenario donde se manifiesta el absurdo contemporáneo.

1. Progreso material, retroceso humano

El siglo XX fue testigo de avances espectaculares: la energía nuclear, los vuelos espaciales, la biotecnología y la informática revolucionaron la vida cotidiana. El siglo XXI continúa esta tendencia con la expansión de la nanotecnología, la robótica, la inteligencia artificial y la exploración del espacio. No obstante, este mismo progreso convive con guerras, hambrunas y crisis ambientales. Como lo señala Zygmunt Bauman (2013), la modernidad nos dio instrumentos poderosos, pero no la sabiduría necesaria para usarlos en favor de la humanidad.

2. Ciencia para la destrucción

La paradoja más evidente es el uso de la ciencia para fines destructivos. Los descubrimientos atómicos, en lugar de servir exclusivamente para producir energía limpia, se utilizaron para fabricar bombas capaces de aniquilar a millones en segundos. La investigación en química no solo generó medicinas, sino también armas químicas. La biotecnología, que puede curar enfermedades, también se usa para manipular genéticamente organismos con fines comerciales, sin considerar siempre las consecuencias éticas y ambientales.

La industria militar es uno de los principales motores de la innovación tecnológica. Miles de científicos en el mundo trabajan para desarrollar armas más letales, drones de combate, sistemas de vigilancia masiva y tecnologías de control. El absurdo es evidente: mientras millones carecen de agua potable, los países más poderosos invierten miles de millones de dólares en proyectos armamentistas. Según el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, 2024), el gasto militar mundial superó los 2.4 billones de dólares, una cifra escandalosa si se compara con lo que se invierte en salud y educación a nivel global.

3. Tecnología y degradación ambiental

Otro aspecto crítico es el impacto de la tecnología en el medio ambiente. La explotación indiscriminada de recursos naturales, la deforestación, la contaminación industrial y la dependencia de combustibles fósiles han generado una crisis climática sin precedentes. La humanidad, con toda su ciencia, no ha podido revertir la destrucción que ella misma ha provocado. En palabras del papa Francisco (2015) en la encíclica Laudato si’, se trata de una crisis socioambiental donde el afán de lucro ha primado sobre el cuidado de la “casa común”.

El cambio climático no es un fenómeno lejano: sequías, huracanes, incendios forestales y olas de calor afectan ya a millones de personas, especialmente a las más pobres y vulnerables. La ciencia advierte de sus riesgos, pero las decisiones políticas y económicas siguen privilegiando los intereses de las grandes corporaciones.

4. EL ESPEJISMO DE LA HIPERCONEXIÓN

La revolución digital, que prometía democratizar la información, también ha mostrado su lado oscuro. Internet y las redes sociales han generado nuevas formas de alienación: desinformación, adicción tecnológica, manipulación de masas y pérdida de la privacidad. Byung-Chul Han (2014) sostiene que vivimos en una “sociedad de la transparencia”, donde el control no se ejerce ya por la represión directa, sino por la exposición voluntaria de los individuos, convertidos en datos que alimentan a grandes corporaciones tecnológicas.

El absurdo radica en que la humanidad nunca había tenido tanto acceso a la información, pero al mismo tiempo nunca había estado tan confundida, manipulada y fragmentada en su capacidad de comprender el mundo.

5. Ciencia y esperanza

A pesar de estas contradicciones, la ciencia y la tecnología también ofrecen posibilidades de esperanza. Vacunas que salvan millones de vidas, energías renovables que podrían reducir la dependencia de combustibles fósiles, tecnologías de comunicación que permiten solidaridades globales. El problema no es la ciencia en sí misma, sino el sistema económico y político que la controla y define sus prioridades. Mientras la ciencia esté subordinada a la lógica del mercado y de la guerra, su potencial seguirá siendo utilizado más para destruir que para construir.

IV. LA INTELIGENCIA HUMANA PUESTA EN DUDA

Uno de los aspectos más inquietantes del absurdo contemporáneo es la contradicción entre la supuesta inteligencia superior del ser humano y las acciones irracionales que caracterizan a nuestras sociedades. En las escuelas y universidades se nos repite que somos la especie más inteligente del planeta, capaces de construir puentes colosales, explorar la luna y desarrollar tecnologías de punta. Sin embargo, al observar la realidad concreta, surgen preguntas incómodas: ¿qué tan inteligente es una especie que destruye su propio hábitat, que produce armas de destrucción masiva y que permite que millones de sus miembros mueran de hambre en un mundo de abundancia?

1. El espejismo del progreso intelectual

El progreso científico y tecnológico ha sido presentado como prueba irrefutable de nuestra inteligencia. Sin embargo, este progreso convive con prácticas sociales primitivas: guerras, genocidios, violencia de género, explotación infantil y destrucción ambiental. Como señala Martha Nussbaum (2010), el verdadero desarrollo humano no puede medirse únicamente por indicadores económicos o tecnológicos, sino por la capacidad de una sociedad para garantizar dignidad, justicia y libertad a todos sus miembros.

2. La violencia contra la propia especie

Los ejemplos abundan. Según datos de la ONU (2023), más de 110 millones de personas han sido desplazadas forzosamente en el mundo a causa de guerras y conflictos armados. Estas cifras evidencian que la inteligencia humana, en lugar de orientarse a la convivencia pacífica, ha sido utilizada para perfeccionar el arte de la destrucción. El filósofo Theodor Adorno, al reflexionar sobre el Holocausto, llegó a afirmar que después de Auschwitz era imposible seguir confiando ciegamente en la razón ilustrada, pues había demostrado su capacidad para degenerar en barbarie organizada.

3. Hambre en medio de la abundancia

Otro ejemplo contundente es el hambre. La FAO (2024) reporta que cerca de 735 millones de personas en el mundo padecen desnutrición crónica, a pesar de que la producción mundial de alimentos sería suficiente para alimentar al doble de la población actual. El absurdo es evidente: la inteligencia humana ha desarrollado sistemas de agricultura industrial capaces de producir millones de toneladas de alimentos, pero la lógica del mercado impide que lleguen a quienes más los necesitan.

4. Educación y analfabetismo

La contradicción también se observa en la educación. Se han construido universidades y centros de investigación de altísimo nivel, pero más de 760 millones de adultos en el mundo aún no saben leer ni escribir, según la UNESCO (2023). La humanidad celebra premios Nobel de física o química, pero al mismo tiempo mantiene a millones en la ignorancia más elemental. ¿Qué tan inteligente puede ser una especie que no comparte el conocimiento de manera equitativa?

5. La desvalorización del conocimiento

Otro absurdo es el desprecio social hacia quienes se dedican a la ciencia, la filosofía o la educación, mientras se glorifica a figuras del entretenimiento o del deporte con salarios desproporcionados. Como señalaba Eduardo Galeano (2010), vivimos en una sociedad que premia más a quien patea un balón que a quien dedica su vida a investigar la cura de enfermedades o a educar a las nuevas generaciones. Esta inversión de valores no solo refleja injusticia, sino también una profunda ceguera colectiva.

6. La violencia de género y la degradación humana

La supuesta inteligencia del ser humano también se contradice con la persistencia del machismo y la violencia contra las mujeres. La OMS (2021) estima que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física o sexual a lo largo de su vida. Esta realidad muestra que, pese a todos los avances civilizatorios, seguimos reproduciendo patrones de dominación y brutalidad que desmienten cualquier superioridad moral o intelectual.

7. Religión y violencia en nombre de Dios

Otro absurdo es la manipulación de lo sagrado. Miles de religiones han sido creadas en nombre de Dios, pero en nombre de ese mismo Dios se han cometido guerras, masacres e invasiones. Desde las cruzadas hasta las guerras actuales en Medio Oriente, la fe, en vez de unir, ha sido utilizada como arma de división y sometimiento.

8. La pregunta radical

En este contexto, la pregunta se impone: ¿qué tan inteligente es realmente el hombre? La inteligencia auténtica no debería medirse por la capacidad de inventar máquinas más sofisticadas, sino por la habilidad de convivir en paz, de compartir los bienes de la tierra y de respetar la dignidad de cada persona. Si juzgamos a la humanidad por sus actos, más que por sus discursos, nos enfrentamos a la dolorosa conclusión de que la supuesta superioridad humana está seriamente cuestionada.

V. EDUCACIÓN Y DESHUMANIZACIÓN

La educación es uno de los pilares fundamentales de toda sociedad. Se le atribuye la misión de formar ciudadanos libres, críticos y capaces de transformar la realidad. Sin embargo, en el marco del sistema capitalista y de las dinámicas de dominación que caracterizan al mundo contemporáneo, la educación ha sido convertida en un instrumento de reproducción social antes que en una herramienta de emancipación. En este sentido, la educación, lejos de humanizar, muchas veces deshumaniza.

1. La educación instrumental

La lógica del mercado ha penetrado profundamente en las instituciones educativas. Se concibe al estudiante no como un sujeto en formación integral, sino como un futuro “recurso humano” para el sistema productivo. Esta visión instrumental reduce el proceso educativo a la mera adquisición de competencias técnicas, olvidando el desarrollo ético, estético y crítico. Como advierte Martha Nussbaum (2010), las humanidades han sido desplazadas en favor de carreras “rentables”, lo que empobrece el espíritu democrático y crítico de las sociedades.

2. La “educación bancaria”

Paulo Freire (2005) denunció con claridad esta situación al describir la llamada “educación bancaria”, donde el docente deposita información en el estudiante como si se tratara de un recipiente vacío. Este modelo convierte al estudiante en objeto pasivo, incapaz de cuestionar y transformar su realidad. En lugar de fomentar la conciencia crítica, se inculca obediencia, sumisión y repetición mecánica de contenidos. El absurdo consiste en que la educación, que debería liberar, termina oprimiendo.

3. La exclusión educativa

La desigualdad también se expresa en el acceso a la educación. Según la UNESCO (2023), más de 250 millones de niños y adolescentes en el mundo están fuera de la escuela. En América Latina, la pandemia de COVID-19 acentuó esta brecha: millones de estudiantes abandonaron sus estudios por falta de recursos tecnológicos o económicos. Esta exclusión perpetúa el círculo de pobreza y limita las posibilidades de movilidad social, reforzando las estructuras de dominación.

4. La violencia en el espacio educativo

La deshumanización también se manifiesta en la violencia escolar: acoso, discriminación, maltrato de género y represión de la diversidad cultural. Muchas instituciones, en lugar de ser espacios seguros para el crecimiento, reproducen la lógica de la violencia estructural de la sociedad. De este modo, la escuela deja de ser un lugar de liberación y se convierte en un microcosmos de injusticias.

5. La educación como posibilidad de emancipación

No obstante, la educación conserva su potencial liberador. Freire (2005) sostenía que la verdadera educación es aquella que promueve la conciencia crítica y convierte al estudiante en sujeto de su propio aprendizaje. Este enfoque exige dialogar con la realidad concreta, problematizarla y actuar para transformarla. La pedagogía crítica, las corrientes decoloniales y las experiencias de educación popular en América Latina han demostrado que la educación puede ser una herramienta poderosa contra el absurdo, siempre que esté orientada a la humanización.

6. El desafío ético y cultural

La tarea fundamental de la educación hoy es recuperar su dimensión humanista. Esto implica no solo enseñar contenidos académicos, sino también formar en valores como la solidaridad, el respeto, la justicia y la dignidad humana. La educación debe enfrentar el desafío de un mundo que valora más la competencia que la cooperación, más la productividad que la humanidad. La pregunta clave es: ¿qué tipo de seres humanos estamos formando? Si la educación no responde a esta cuestión, seguirá siendo cómplice de la deshumanización global.

VI. RELIGIÓN, PODER Y VIOLENCIA

La religión, en su sentido más profundo, debería constituir un camino hacia la trascendencia, la fraternidad y el encuentro con lo sagrado. A lo largo de la historia, las religiones han inspirado valores éticos, han promovido la solidaridad y han ofrecido consuelo espiritual a millones de personas. Sin embargo, también han sido instrumentalizadas por los poderes políticos y económicos para justificar la violencia, la dominación y la opresión. Esta contradicción entre lo que la religión promete y lo que en muchos casos provoca, constituye otro de los grandes absurdos del mundo contemporáneo.

1. El uso político de la religión

Desde tiempos antiguos, los gobernantes han utilizado la religión como mecanismo de control social. El teólogo Leonardo Boff (2009) recuerda que las estructuras religiosas muchas veces han legitimado imperios, monarquías y dictaduras, presentando el poder terrenal como voluntad divina. En el contexto actual, esta instrumentalización persiste: partidos políticos y líderes populistas apelan a la fe para obtener votos, mientras aplican políticas que contradicen los principios éticos más elementales.

2. Violencia en nombre de Dios

El absurdo se vuelve más evidente cuando, en nombre de Dios, se cometen atrocidades. Las Cruzadas medievales, la Inquisición, las guerras religiosas en Europa y las actuales confrontaciones en Medio Oriente muestran cómo la fe ha sido transformada en arma de destrucción. El filósofo Slavoj Žižek (2010) advierte que la violencia religiosa no proviene tanto de la espiritualidad en sí, sino de la manipulación ideológica que convierte lo sagrado en justificación de la barbarie.

Hoy, en pleno siglo XXI, persisten guerras y persecuciones donde la religión sirve de pretexto para invasiones, masacres y violaciones de derechos humanos. Este uso perverso de lo divino despoja a la religión de su esencia y la convierte en instrumento de poder.

3. La multiplicación de religiones y la fragmentación de la fe

Otro aspecto del absurdo religioso es la proliferación de miles de religiones y sectas que, en lugar de unir a la humanidad en torno a un sentido común de fraternidad, la fragmentan y la dividen. Cada grupo afirma poseer la verdad absoluta, y en nombre de esa supuesta verdad, se enfrentan entre sí. Esta diversidad, que podría ser riqueza cultural, se convierte en motivo de intolerancia y exclusión.

4. Religión y manipulación económica

La religión también se ha mercantilizado. El auge de las iglesias-empresa, que prometen prosperidad económica a cambio de ofrendas, refleja cómo lo sagrado se transforma en negocio. Estas prácticas, que vacían de contenido espiritual a la fe, reproducen la lógica del mercado dentro de los templos. Eduardo Galeano (2010) ironizaba que “muchos dioses se han vuelto empleados de banqueros”, mostrando cómo la religión puede ser absorbida por el sistema capitalista.

5. La religión como fuerza liberadora

No obstante, es importante reconocer que la religión no es en sí misma fuente de violencia, sino que lo es cuando se la instrumentaliza. Existen experiencias de fe que han sido profundamente liberadoras. En América Latina, la Teología de la Liberación planteó desde los años setenta que la religión debía ponerse del lado de los pobres y oprimidos, defendiendo la justicia y la dignidad humana. Monseñor Óscar Arnulfo Romero, mártir salvadoreño, se convirtió en símbolo de esa dimensión profética de la fe al denunciar las injusticias sociales y dar su vida por su pueblo.

6. El desafío ético de la fe en el siglo XXI

El reto contemporáneo consiste en rescatar el núcleo humanista de la religión y evitar su manipulación por intereses políticos o económicos. La fe auténtica debería ser una fuerza para la paz, la reconciliación y la solidaridad. Sin embargo, mientras siga siendo utilizada para justificar la guerra, la explotación o la intolerancia, seguirá contribuyendo al absurdo que domina nuestro mundo.

VII. LA CRISIS ÉTICA Y CULTURAL DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO

El mundo actual atraviesa una profunda crisis ética y cultural que se manifiesta en múltiples dimensiones de la vida social. Aunque los avances materiales y tecnológicos son impresionantes, los valores humanos parecen haberse debilitado, generando una sensación de vacío y desorientación colectiva. Esta crisis no es un fenómeno aislado, sino el resultado de un proceso histórico en el que la lógica del mercado, el consumismo y la indiferencia se han impuesto sobre la solidaridad, la justicia y la dignidad.

1. La corrupción como norma social

En muchos países, especialmente en América Latina, la corrupción se ha convertido en un fenómeno estructural. Políticos, empresarios y funcionarios utilizan los recursos públicos para su beneficio personal, dejando de lado las necesidades de la población. Como señala Zygmunt Bauman (2017), vivimos en una modernidad líquida donde las instituciones han perdido credibilidad, y la confianza social se erosiona. La corrupción es uno de los síntomas más claros de esa crisis ética: lo que debería estar orientado al bien común se convierte en botín privado.

2. La cultura del espectáculo

La sociedad contemporánea también sufre una degradación cultural. Guy Debord (1999), en La sociedad del espectáculo, advirtió que vivimos en un mundo donde las apariencias sustituyen a la realidad, y la vida se convierte en una sucesión de imágenes. Hoy, las redes sociales y los medios de comunicación masivos refuerzan esta lógica: lo importante no es lo verdadero, sino lo visible; no lo profundo, sino lo viral. Este fenómeno genera un empobrecimiento cultural, donde se premia la banalidad y se desprecia la reflexión crítica.

3. La desvalorización de los educadores y pensadores

La crisis cultural también se expresa en el desprecio hacia quienes dedican su vida al conocimiento y la enseñanza. Mientras deportistas y celebridades reciben fortunas inimaginables, los docentes, investigadores y filósofos enfrentan salarios precarios y condiciones laborales indignas. Eduardo Galeano (2010) criticaba esta inversión de valores, señalando que vivimos en un mundo donde se valora más a quien patea un balón que a quien forma conciencias. Esta situación refleja el absurdo de una sociedad que no reconoce la verdadera riqueza que implica la educación y el pensamiento crítico.

4. La indiferencia y la pérdida de empatía

Otro rasgo preocupante es la creciente indiferencia frente al sufrimiento ajeno. Las imágenes de guerras, migraciones forzadas o catástrofes ambientales circulan diariamente en los medios, pero la saturación informativa genera insensibilidad. Susan Sontag (2003), en Ante el dolor de los demás, advertía que la exposición constante a la violencia puede adormecer la conciencia moral, transformando tragedias reales en simples espectáculos mediáticos.

5. La mercantilización de la cultura

La globalización cultural ha producido una homogeneización en la que los valores locales y las tradiciones se ven desplazados por productos culturales de consumo masivo. La música, el cine y la literatura, que deberían ser expresiones de identidad y resistencia, muchas veces son dominados por la lógica del mercado. Así, la cultura pierde su carácter crítico y transformador, convirtiéndose en un bien más dentro del sistema de consumo.

6. Ética, dignidad y resistencia

Frente a esta crisis ética y cultural, surge la necesidad de recuperar principios fundamentales: la honestidad, la justicia, la solidaridad y el respeto por la vida. Como lo planteaba el filósofo Emmanuel Levinas (1991), la ética no puede reducirse a normas abstractas, sino que debe fundarse en la responsabilidad frente al rostro del otro, en el reconocimiento de la dignidad de cada ser humano. Solo recuperando esta dimensión podremos enfrentar el absurdo y reconstruir una cultura verdaderamente humana.

VIII. AMÉRICA LATINA Y EL SALVADOR EN EL ABSURDO GLOBAL

Las contradicciones del mundo contemporáneo se expresan de manera particularmente dramática en América Latina, una región marcada por la riqueza natural y cultural, pero también por profundas desigualdades sociales, violencia estructural y dependencia económica. El absurdo global adquiere aquí un rostro concreto: sociedades con abundantes recursos pero con pueblos empobrecidos; democracias formales que coexisten con prácticas autoritarias; Estados que prometen derechos pero que muchas veces reproducen la exclusión.

1. América Latina: tierra rica, pueblos pobres

América Latina es una de las regiones con mayor biodiversidad y recursos naturales del planeta. Sin embargo, millones de sus habitantes viven en condiciones de pobreza y marginación. Según la CEPAL (2023), más de 180 millones de personas en la región viven en pobreza, de las cuales 70 millones se encuentran en pobreza extrema. Este contraste evidencia lo que Eduardo Galeano (1971) llamó “las venas abiertas de América Latina”: un continente saqueado históricamente por el colonialismo y el neocolonialismo, donde la riqueza fluye hacia afuera mientras la miseria queda adentro.

2. La violencia estructural y la inseguridad

La región también se caracteriza por altos índices de violencia. Según el Informe Global de Homicidios de la ONU (2023), América Latina concentra algunos de los países más violentos del mundo, con tasas de homicidios que superan varias veces el promedio global. Esta violencia no solo es resultado de la criminalidad, sino de la exclusión social, la falta de oportunidades y la debilidad institucional. El absurdo se hace evidente cuando los Estados invierten más en seguridad y militarización que en educación, salud o empleo digno.

3. La crisis migratoria

Otro rostro del absurdo latinoamericano es la migración forzada. Millones de personas, incapaces de encontrar oportunidades en sus países, se ven obligadas a emprender viajes peligrosos hacia Estados Unidos o Europa. El Banco Mundial (2022) estimó que más de 43 millones de latinoamericanos migran por razones económicas, sociales o de seguridad. Familias enteras se fragmentan en busca de sobrevivencia, mientras los discursos oficiales hablan de progreso y democracia.

4. El Salvador como reflejo del absurdo

En el caso de El Salvador, estas contradicciones se expresan de manera aguda. Durante décadas, el país sufrió una guerra civil alimentada por la injusticia social y la represión política. Posteriormente, la firma de los Acuerdos de Paz (1992) generó expectativas de transformación democrática, pero la corrupción, el clientelismo y la falta de oportunidades mantuvieron a la mayoría de la población en condiciones precarias.

La migración salvadoreña es una prueba contundente: millones de compatriotas han tenido que dejar el país en busca de trabajo y seguridad. El envío de remesas, aunque alivia la economía familiar, se ha convertido en sostén de un sistema incapaz de generar empleo digno internamente. El absurdo radica en que un país sobrevive gracias al sacrificio de quienes se vieron obligados a abandonarlo.

5. Entre la esperanza y el desencanto

En los últimos años, El Salvador ha vivido procesos políticos que han generado esperanza en sectores populares, pero también preocupación por tendencias autoritarias y concentración de poder. La democracia, entendida como participación ciudadana y control del poder, sigue siendo una tarea pendiente. La lucha contra la corrupción y la violencia continúa siendo un desafío central.

6. El desafío de la transformación

El caso latinoamericano y salvadoreño muestra que el absurdo no es una abstracción filosófica, sino una realidad concreta que se vive día a día. El reto consiste en transformar esas estructuras de desigualdad mediante una verdadera integración regional, políticas públicas orientadas al bien común y una ciudadanía crítica que exija transparencia y justicia. Como lo señalaba José Martí (1891), “trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”: solo mediante la conciencia y la organización será posible enfrentar el absurdo y construir una sociedad más digna.

CONCLUSIONES

El recorrido realizado a lo largo de este ensayo nos permite comprender que el absurdo del mundo contemporáneo no es un fenómeno aislado ni accidental, sino el resultado de estructuras históricas, económicas y culturales que han privilegiado la acumulación de riqueza y poder sobre la vida y la dignidad humana.

En primer lugar, hemos visto que el absurdo tiene una dimensión filosófica, como lo planteó Albert Camus, pero también una dimensión social y política que se manifiesta en las injusticias globales. La contradicción entre la capacidad creadora del hombre y su inclinación a la destrucción constituye una de las paradojas más alarmantes de nuestro tiempo.

En segundo lugar, el capitalismo aparece como motor de este absurdo: convierte al hombre en objeto, lo enajena de su trabajo y mercantiliza todos los aspectos de la vida. La abundancia material convive con la miseria humana, generando desigualdades obscenas y violencia estructural.

En tercer lugar, la ciencia y la tecnología, aunque ofrecen posibilidades de esperanza, han sido utilizadas con frecuencia para la destrucción: armas nucleares, devastación ambiental, control masivo y manipulación digital. El progreso técnico no ha venido acompañado de un progreso ético proporcional.

En cuarto lugar, la supuesta inteligencia humana queda en entredicho cuando observamos la persistencia del hambre, el analfabetismo, la violencia de género y las guerras religiosas. Lejos de confirmar nuestra superioridad, estos hechos revelan la fragilidad moral de la especie humana.

En quinto lugar, la educación, llamada a ser camino de liberación, ha sido reducida muchas veces a instrumento de domesticación. En lugar de formar sujetos críticos, se limita a producir trabajadores funcionales al sistema. Sin embargo, experiencias de educación popular y crítica muestran que otro camino es posible.

En sexto lugar, la religión, que debería unir a los pueblos en torno a la fraternidad, ha sido utilizada históricamente como instrumento de poder y violencia. Pero también existen expresiones de fe auténticamente liberadoras, como la Teología de la Liberación y el testimonio de Monseñor Romero, que iluminan caminos de esperanza. En séptimo lugar, la crisis ética y cultural revela una inversión de valores: se premia la banalidad y se desprecia la sabiduría. La corrupción, la indiferencia y la mercantilización de la cultura alimentan un vacío moral que erosiona el tejido social.

Finalmente, América Latina y El Salvador constituyen ejemplos concretos de cómo el absurdo global se materializa en pobreza, migración forzada, violencia e injusticia estructural, a pesar de la riqueza de recursos y la resistencia cultural de sus pueblos.

En síntesis, el absurdo no es un destino inevitable, sino una construcción humana. Si el hombre ha sido capaz de edificar un mundo tan contradictorio, también es capaz de transformarlo. La clave está en recuperar la dimensión ética, en fortalecer la educación crítica, en rescatar la dignidad humana y en construir sociedades donde el progreso material vaya de la mano con la justicia social.

REFLEXIÓN FINAL

Reflexionar sobre el absurdo del mundo en que vivimos no debe conducirnos a la resignación ni al cinismo, sino a la responsabilidad histórica de transformar esa realidad. El absurdo no es una condena inevitable: es un espejo que nos muestra hasta qué punto hemos desviado el rumbo, y al mismo tiempo nos invita a recuperar el sentido profundo de la existencia humana.

La historia nos demuestra que, aunque las estructuras de poder parecen inamovibles, los pueblos han sido capaces de levantarse, resistir y transformar su destino. Cada lucha por la justicia, cada movimiento de liberación, cada esfuerzo por educar con dignidad son pruebas de que el absurdo puede ser enfrentado con esperanza.

No basta con reconocer los errores; es necesario construir alternativas. La educación crítica, la ética de la responsabilidad, el rescate de la solidaridad y la recuperación de la espiritualidad auténtica son caminos que nos permiten salir de la lógica de la violencia y el egoísmo. La tarea no es fácil, pero es posible.

En este sentido, América Latina y El Salvador, con todas sus contradicciones, también son territorios de esperanza. A pesar de la pobreza, la corrupción y la violencia, persiste una riqueza cultural y una fuerza popular que se expresan en la creatividad, en la fe en la vida y en el deseo de un futuro más justo. El mártir Monseñor Óscar Arnulfo Romero lo expresó con claridad: “La gloria de Dios es que el pobre viva”. Esa afirmación resume la esencia de lo que significa superar el absurdo: devolverle al hombre su dignidad, a la vida su valor y al mundo su sentido humano.

El verdadero desafío de nuestro tiempo consiste en humanizar la humanidad. Recuperar la sencillez de lo esencial: valorar la vida sobre la riqueza, la solidaridad sobre la competencia, la justicia sobre la impunidad, la educación sobre la ignorancia. Si logramos dar estos pasos, entonces habremos comenzado a vencer el absurdo y a abrir el camino hacia una civilización más ética, más justa y más humana.

REFERENCIAS BIBLIGRAFICAS.

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