“EL ABSURDO MUNDO EN QUE NOS HA TOCADO VIVIR:
CONTRADICCIONES DE LA MODERNIDAD Y DESAFÍOS ÉTICOS”
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA MARTÍNEZ
INTRODUCCIÓN
Vivimos en un tiempo histórico que combina, de manera
contradictoria, el mayor avance tecnológico de la humanidad con las más
profundas desigualdades sociales. Hemos construido cohetes que viajan al
espacio, máquinas capaces de realizar millones de cálculos en segundos y
sistemas de comunicación global que conectan a miles de millones de personas en
tiempo real. Sin embargo, en este mismo mundo, millones de seres humanos mueren
diariamente de hambre, de enfermedades prevenibles y de violencia generada por
conflictos armados. Esta paradoja constituye el núcleo de lo que muchos
pensadores han denominado el absurdo contemporáneo.
El absurdo, según Albert Camus (1995), surge cuando el
ser humano se enfrenta al sinsentido de una existencia que, aunque llena de logros
materiales, no logra responder a las preguntas esenciales sobre el sentido de
la vida y la dignidad humana. Esta tensión se refleja en la sociedad actual:
una humanidad que ha conquistado la naturaleza, pero que es incapaz de
conquistar sus propios instintos destructivos.
El presente ensayo pretende desarrollar una reflexión
crítica sobre ese mundo absurdo que hemos construido, explorando sus raíces en
el sistema capitalista, la alienación del hombre, el uso contradictorio de la
ciencia y la tecnología, la crisis de la educación, la manipulación de la
religión y los desequilibrios éticos y culturales. Asimismo, se hará un
análisis situado en la realidad latinoamericana y salvadoreña, donde estas
contradicciones se expresan de manera dramática en la pobreza, la migración y
la violencia estructural.
La tesis central que aquí se sostiene es que el absurdo
del mundo contemporáneo no es un destino inevitable, sino una construcción
social resultado de decisiones históricas, económicas y políticas que privilegian
la acumulación de riqueza sobre la vida humana. Si este absurdo ha sido creado
por el hombre, también puede ser transformado por él, mediante un cambio
profundo en la ética, la educación y la organización social.
Este ensayo está estructurado en varios apartados que
buscan fundamentar y ampliar la crítica contenida en la versión original
escrita en 202
EL ABSURDO COMO CATEGORÍA FILOSÓFICA
La idea del absurdo tiene una larga tradición en la
filosofía, aunque alcanzó una formulación clásica en el pensamiento de Albert
Camus. En su obra El mito de Sísifo (1995), Camus sostiene que el absurdo surge
del choque entre la búsqueda humana de sentido y la indiferencia del universo.
El ser humano necesita respuestas, certezas y propósitos, pero se encuentra con
un mundo mudo, que no responde a sus preguntas existenciales. Esa tensión
provoca una sensación de desgarro, de vacío, de extrañeza ante la vida misma.
Sin embargo, el absurdo no se limita a un problema
existencial o individual. En el mundo contemporáneo, se manifiesta también en
las estructuras sociales, políticas y económicas que hemos construido. El
absurdo se refleja en la contradicción de vivir en una sociedad capaz de
producir alimentos suficientes para todos, pero que mantiene a millones en la
miseria y el hambre. Se expresa en el hecho de que, mientras unos países gastan
miles de millones de dólares en armas nucleares, otros carecen de hospitales,
escuelas y agua potable.
La filosofía latinoamericana ha retomado este concepto
para describir el carácter irracional de nuestras sociedades. Intelectuales
como Eduardo Galeano (2010) señalaron que vivimos en un mundo al revés, donde
se premia la acumulación de riqueza mientras se desprecia la vida humana. En
esa misma línea, Paulo Freire (2005) denunció la “cultura del silencio”, que
convierte al hombre en objeto y le impide ser sujeto de su propia historia.
Estas reflexiones muestran que el absurdo no es sólo una categoría abstracta,
sino una realidad concreta que atraviesa la vida de los pueblos.
En este sentido, el absurdo puede entenderse como la
distancia entre lo que el ser humano es capaz de construir materialmente y lo
que realmente logra en términos de justicia y dignidad. Hemos logrado dominar
la energía atómica, pero no hemos logrado erradicar la guerra. Hemos
conquistado el espacio exterior, pero seguimos incapaces de resolver la
violencia en nuestras calles. Hemos creado sistemas de información que conectan
al mundo entero, pero somos incapaces de dialogar y resolver los conflictos sin
recurrir a la destrucción.
Así, el absurdo contemporáneo no consiste únicamente en
el sinsentido de la existencia individual, como lo planteaba Camus, sino en el
sinsentido de un sistema social global que coloca la riqueza, el poder y la
mercancía por encima de la vida humana. La humanidad, que debería ser el centro
de todo progreso, se ha convertido en un simple recurso para mantener en marcha
la maquinaria económica y tecnológica, como bien lo advirtió Galeano al hablar
de los “recursos humanos” que el capitalismo utiliza y desecha.
En conclusión, el absurdo como categoría filosófica nos
invita a mirar críticamente nuestra realidad. Si bien es cierto que el universo
no da respuestas, también es cierto que el absurdo actual es obra humana. Por
lo tanto, reconocerlo es el primer paso para transformarlo. En la medida en que
comprendamos que este mundo injusto y contradictorio no es natural ni
inevitable, podremos abrir el camino hacia una existencia más auténtica, justa
y digna.
II. CAPITALISMO Y ENAJENACIÓN DEL HOMBRE
El sistema capitalista, como forma predominante de
organización económica y social, ha sido señalado históricamente por su
capacidad de generar riqueza y progreso material, pero también por su
contradicción estructural: mientras produce abundancia, crea miseria; mientras
genera desarrollo tecnológico, produce desigualdades cada vez más profundas.
Esta paradoja es una de las raíces principales del absurdo contemporáneo.
1. La racionalidad técnica y la irracionalidad social
Karl Marx, en sus Manuscritos económico-filosóficos de
1844 (2009), explicó que el capitalismo separa al hombre del producto de su
trabajo. El trabajador produce bienes,
pero esos bienes no le pertenecen, y el proceso productivo se convierte en una
fuerza ajena que lo domina. Se trata de la alienación, un fenómeno mediante el
cual el ser humano pierde el control sobre lo que crea y, en consecuencia, sobre
sí mismo.
En este sentido, el capitalismo posee una racionalidad
técnica incuestionable: organiza la producción de manera eficiente, desarrolla
nuevos métodos industriales, multiplica los bienes de consumo y dinamiza la
economía global. Sin embargo, esta
racionalidad convive con una profunda irracionalidad social: millones de
trabajadores son reducidos a meros instrumentos, explotados y descartados
cuando dejan de ser útiles al sistema. La vida humana se mide en cifras de
productividad y no en términos de dignidad.
2. El hombre convertido en mercancía
La alienación no se limita al ámbito laboral. En el capitalismo,
todo tiende a convertirse en mercancía: la salud, la educación, la cultura e
incluso las relaciones humanas. La lógica del mercado penetra todas las esferas
de la vida, transformando a las personas en “recursos humanos”, como lo
señalaba Eduardo Galeano (2010), reducidas a números y estadísticas. Este
proceso deshumaniza y profundiza la sensación de absurdo: el hombre ya no se
reconoce como sujeto de su propia historia, sino como engranaje de una
maquinaria que no controla.
La globalización, lejos de resolver estas
contradicciones, las ha intensificado. Empresas multinacionales concentran
fortunas inimaginables mientras comunidades enteras son expulsadas de sus
territorios por megaproyectos extractivistas. La brecha entre ricos y pobres
alcanza niveles obscenos: según datos de Oxfam (2023), el 1 % más rico de la
población mundial posee más riqueza que el 50 % más pobre. Esta desigualdad
extrema no es un accidente, sino el resultado lógico de un sistema que
privilegia la acumulación de capital sobre el bienestar humano.
3. LA ENAJENACIÓN COTIDIANA
El absurdo capitalista se refleja también en la vida
cotidiana. Las personas trabajan largas jornadas para sobrevivir, pero no
tienen tiempo para reflexionar, crear o disfrutar de la vida. El consumo se presenta
como vía de felicidad, pero produce vacío y dependencia. Byung-Chul Han (2017)
describe esta condición como la “sociedad del cansancio”: individuos
explotados, no tanto por un amo externo, sino por la autoexigencia constante de
rendir, producir y competir.
Esta dinámica genera un círculo vicioso: el hombre
produce para consumir y consume para seguir produciendo, atrapado en una lógica
que no le permite detenerse a preguntarse por el sentido de su existencia. En
esta carrera absurda, la libertad se convierte en ilusión, pues las decisiones
están condicionadas por la publicidad, el mercado y la lógica del capital.
4. CAPITALISMO Y VIOLENCIA ESTRUCTURAL
El sistema no solo enajena, también violenta. La pobreza, el desempleo, la marginación y la exclusión son formas de violencia estructural que afectan a millones. La socióloga Saskia Sassen (2014) advierte que la expulsión masiva de personas —ya sea por guerras, crisis económicas o desastres ecológicos— es un efecto inherente a la dinámica del capitalismo global. La migración forzada, la explotación infantil y la precarización laboral no son anomalías, sino consecuencias directas de un modelo que antepone el lucro a la vida.
5. EL HOMBRE FRENTE AL ABSURDO CAPITALISTA
Así, el capitalismo convierte al hombre en extraño de sí
mismo. Construye casas que no puede habitar, produce alimentos que no puede
comer, fabrica medicinas que no puede pagar. En apariencia, vivimos rodeados de
abundancia; en la práctica, millones carecen de lo básico. Esta contradicción,
visible y dolorosa, constituye uno de los absurdos más grandes de nuestra
época.
III. CIENCIA, TECNOLOGÍA Y DESTRUCCIÓN
La ciencia y la tecnología representan, sin duda, una de
las expresiones más altas de la capacidad creadora del ser humano. Desde la
invención de la rueda hasta la inteligencia artificial, la humanidad ha logrado
transformar la naturaleza, prolongar la vida y expandir sus fronteras hacia lo
desconocido. Sin embargo, este progreso, que debería estar al servicio de la
vida y la dignidad humana, ha sido utilizado de manera contradictoria: en lugar
de resolver los grandes problemas de la humanidad, muchas veces ha contribuido
a intensificarlos. Esta contradicción convierte a la ciencia y a la tecnología
en otro escenario donde se manifiesta el absurdo contemporáneo.
1. Progreso material, retroceso humano
El siglo XX fue testigo de avances espectaculares: la
energía nuclear, los vuelos espaciales, la biotecnología y la informática
revolucionaron la vida cotidiana. El siglo XXI continúa esta tendencia con la
expansión de la nanotecnología, la robótica, la inteligencia artificial y la
exploración del espacio. No obstante, este mismo progreso convive con guerras,
hambrunas y crisis ambientales. Como lo señala Zygmunt Bauman (2013), la
modernidad nos dio instrumentos poderosos, pero no la sabiduría necesaria para
usarlos en favor de la humanidad.
2. Ciencia para la destrucción
La paradoja más evidente es el uso de la ciencia para fines
destructivos. Los descubrimientos atómicos, en lugar de servir exclusivamente
para producir energía limpia, se utilizaron para fabricar bombas capaces de
aniquilar a millones en segundos. La investigación en química no solo generó
medicinas, sino también armas químicas. La biotecnología, que puede curar
enfermedades, también se usa para manipular genéticamente organismos con fines
comerciales, sin considerar siempre las consecuencias éticas y ambientales.
La industria militar es uno de los principales motores de
la innovación tecnológica. Miles de científicos en el mundo trabajan para
desarrollar armas más letales, drones de combate, sistemas de vigilancia masiva
y tecnologías de control. El absurdo es evidente: mientras millones carecen de
agua potable, los países más poderosos invierten miles de millones de dólares
en proyectos armamentistas. Según el Instituto Internacional de Estudios para
la Paz de Estocolmo (SIPRI, 2024), el gasto militar mundial superó los 2.4
billones de dólares, una cifra escandalosa si se compara con lo que se invierte
en salud y educación a nivel global.
3. Tecnología y degradación ambiental
Otro aspecto crítico es el impacto de la tecnología en el
medio ambiente. La explotación indiscriminada de recursos naturales, la deforestación,
la contaminación industrial y la dependencia de combustibles fósiles han
generado una crisis climática sin precedentes. La humanidad, con toda su
ciencia, no ha podido revertir la destrucción que ella misma ha provocado. En
palabras del papa Francisco (2015) en la encíclica Laudato si’, se trata de una
crisis socioambiental donde el afán de lucro ha primado sobre el cuidado de la
“casa común”.
El cambio climático no es un fenómeno lejano: sequías,
huracanes, incendios forestales y olas de calor afectan ya a millones de
personas, especialmente a las más pobres y vulnerables. La ciencia advierte de
sus riesgos, pero las decisiones políticas y económicas siguen privilegiando
los intereses de las grandes corporaciones.
4. EL ESPEJISMO DE LA HIPERCONEXIÓN
La revolución digital, que prometía democratizar la
información, también ha mostrado su lado oscuro. Internet y las redes sociales
han generado nuevas formas de alienación: desinformación, adicción tecnológica,
manipulación de masas y pérdida de la privacidad. Byung-Chul Han (2014)
sostiene que vivimos en una “sociedad de la transparencia”, donde el control no
se ejerce ya por la represión directa, sino por la exposición voluntaria de los
individuos, convertidos en datos que alimentan a grandes corporaciones
tecnológicas.
El absurdo radica en que la humanidad nunca había tenido tanto acceso a la información, pero al mismo tiempo nunca había estado tan confundida, manipulada y fragmentada en su capacidad de comprender el mundo.
5. Ciencia y esperanza
A pesar de estas contradicciones, la ciencia y la
tecnología también ofrecen posibilidades de esperanza. Vacunas que salvan
millones de vidas, energías renovables que podrían reducir la dependencia de
combustibles fósiles, tecnologías de comunicación que permiten solidaridades
globales. El problema no es la ciencia en sí misma, sino el sistema económico y
político que la controla y define sus prioridades. Mientras la ciencia esté
subordinada a la lógica del mercado y de la guerra, su potencial seguirá siendo
utilizado más para destruir que para construir.
IV. LA INTELIGENCIA HUMANA PUESTA EN DUDA
Uno de los aspectos más inquietantes del absurdo
contemporáneo es la contradicción entre la supuesta inteligencia superior del
ser humano y las acciones irracionales que caracterizan a nuestras sociedades.
En las escuelas y universidades se nos repite que somos la especie más
inteligente del planeta, capaces de construir puentes colosales, explorar la luna
y desarrollar tecnologías de punta. Sin embargo, al observar la realidad
concreta, surgen preguntas incómodas: ¿qué tan inteligente es una especie que
destruye su propio hábitat, que produce armas de destrucción masiva y que
permite que millones de sus miembros mueran de hambre en un mundo de
abundancia?
1. El espejismo del progreso intelectual
El progreso científico y tecnológico ha sido presentado
como prueba irrefutable de nuestra inteligencia. Sin embargo, este progreso
convive con prácticas sociales primitivas: guerras, genocidios, violencia de
género, explotación infantil y destrucción ambiental. Como señala Martha
Nussbaum (2010), el verdadero desarrollo
humano no puede medirse únicamente por indicadores económicos o tecnológicos,
sino por la capacidad de una sociedad para garantizar dignidad, justicia y
libertad a todos sus miembros.
2. La violencia contra la propia especie
Los ejemplos abundan. Según datos de la ONU (2023), más
de 110 millones de personas han sido desplazadas forzosamente en el mundo a
causa de guerras y conflictos armados. Estas cifras evidencian que la
inteligencia humana, en lugar de orientarse a la convivencia pacífica, ha sido
utilizada para perfeccionar el arte de la destrucción. El filósofo Theodor Adorno, al reflexionar sobre el Holocausto, llegó a
afirmar que después de Auschwitz era imposible seguir confiando ciegamente en
la razón ilustrada, pues había demostrado su capacidad para degenerar en
barbarie organizada.
3. Hambre en medio de la abundancia
Otro ejemplo contundente es el hambre. La FAO (2024)
reporta que cerca de 735 millones de personas en el mundo padecen desnutrición
crónica, a pesar de que la producción mundial de alimentos sería suficiente
para alimentar al doble de la población actual. El absurdo es evidente: la
inteligencia humana ha desarrollado sistemas de agricultura industrial capaces
de producir millones de toneladas de alimentos, pero la lógica del mercado
impide que lleguen a quienes más los necesitan.
4. Educación y analfabetismo
La contradicción también se observa en la educación. Se
han construido universidades y centros de investigación de altísimo nivel, pero
más de 760 millones de adultos en el mundo aún no saben leer ni escribir, según
la UNESCO (2023). La humanidad celebra premios Nobel de física o química, pero
al mismo tiempo mantiene a millones en la ignorancia más elemental. ¿Qué tan
inteligente puede ser una especie que no comparte el conocimiento de manera
equitativa?
5. La desvalorización del conocimiento
Otro absurdo es el desprecio social hacia quienes se
dedican a la ciencia, la filosofía o la educación, mientras se glorifica a
figuras del entretenimiento o del deporte con salarios desproporcionados. Como
señalaba Eduardo Galeano (2010), vivimos en una sociedad que premia más a quien
patea un balón que a quien dedica su vida a investigar la cura de enfermedades
o a educar a las nuevas generaciones. Esta inversión de valores no solo refleja
injusticia, sino también una profunda ceguera colectiva.
6. La violencia de género y la degradación humana
La supuesta inteligencia del ser humano también se
contradice con la persistencia del machismo y la violencia contra las mujeres.
La OMS (2021) estima que una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido
violencia física o sexual a lo largo de su vida. Esta realidad muestra que,
pese a todos los avances civilizatorios, seguimos reproduciendo patrones de
dominación y brutalidad que desmienten cualquier superioridad moral o
intelectual.
7. Religión y violencia en nombre de Dios
Otro absurdo es la manipulación de lo sagrado. Miles de
religiones han sido creadas en nombre de Dios, pero en nombre de ese mismo Dios
se han cometido guerras, masacres e invasiones. Desde las cruzadas hasta las
guerras actuales en Medio Oriente, la fe, en vez de unir, ha sido utilizada
como arma de división y sometimiento.
8. La pregunta radical
En este contexto, la pregunta se impone: ¿qué tan
inteligente es realmente el hombre? La inteligencia auténtica no debería
medirse por la capacidad de inventar máquinas más sofisticadas, sino por la
habilidad de convivir en paz, de compartir los bienes de la tierra y de
respetar la dignidad de cada persona. Si juzgamos a la humanidad por sus actos,
más que por sus discursos, nos enfrentamos a la dolorosa conclusión de que la
supuesta superioridad humana está seriamente cuestionada.
V. EDUCACIÓN Y DESHUMANIZACIÓN
La educación es uno de los pilares fundamentales de toda
sociedad. Se le atribuye la misión de formar ciudadanos libres, críticos y
capaces de transformar la realidad. Sin embargo, en el marco del sistema
capitalista y de las dinámicas de dominación que caracterizan al mundo
contemporáneo, la educación ha sido convertida en un instrumento de
reproducción social antes que en una herramienta de emancipación. En este
sentido, la educación, lejos de humanizar, muchas veces deshumaniza.
1. La educación instrumental
La lógica del mercado ha penetrado profundamente en las
instituciones educativas. Se concibe al estudiante no como un sujeto en
formación integral, sino como un futuro “recurso humano” para el sistema
productivo. Esta visión instrumental reduce el proceso educativo a la mera
adquisición de competencias técnicas, olvidando el desarrollo ético, estético y
crítico. Como advierte Martha Nussbaum (2010), las humanidades han sido
desplazadas en favor de carreras “rentables”, lo que empobrece el espíritu democrático
y crítico de las sociedades.
2. La “educación bancaria”
Paulo Freire (2005) denunció con claridad esta situación al describir la llamada “educación bancaria”, donde el docente deposita información en el estudiante como si se tratara de un recipiente vacío. Este modelo convierte al estudiante en objeto pasivo, incapaz de cuestionar y transformar su realidad. En lugar de fomentar la conciencia crítica, se inculca obediencia, sumisión y repetición mecánica de contenidos. El absurdo consiste en que la educación, que debería liberar, termina oprimiendo.
3. La exclusión educativa
La desigualdad también se expresa en el acceso a la
educación. Según la UNESCO (2023), más de 250 millones de niños y adolescentes
en el mundo están fuera de la escuela. En América Latina, la pandemia de
COVID-19 acentuó esta brecha: millones de estudiantes abandonaron sus estudios
por falta de recursos tecnológicos o económicos. Esta exclusión perpetúa el
círculo de pobreza y limita las posibilidades de movilidad social, reforzando
las estructuras de dominación.
4. La violencia en el espacio educativo
La deshumanización también se manifiesta en la violencia
escolar: acoso, discriminación, maltrato de género y represión de la diversidad
cultural. Muchas instituciones, en lugar de ser espacios seguros para el
crecimiento, reproducen la lógica de la violencia estructural de la sociedad.
De este modo, la escuela deja de ser un lugar de liberación y se convierte en
un microcosmos de injusticias.
5. La educación como posibilidad de emancipación
No obstante, la educación conserva su potencial
liberador. Freire (2005) sostenía que la verdadera educación es aquella que
promueve la conciencia crítica y convierte al estudiante en sujeto de su propio
aprendizaje. Este enfoque exige dialogar con la realidad concreta,
problematizarla y actuar para transformarla. La pedagogía crítica, las
corrientes decoloniales y las experiencias de educación popular en América
Latina han demostrado que la educación puede ser una herramienta poderosa contra
el absurdo, siempre que esté orientada a la humanización.
6. El desafío ético y cultural
La tarea fundamental de la educación hoy es recuperar su
dimensión humanista. Esto implica no solo enseñar contenidos académicos, sino
también formar en valores como la solidaridad, el respeto, la justicia y la
dignidad humana. La educación debe enfrentar el desafío de un mundo que valora
más la competencia que la cooperación, más la productividad que la humanidad.
La pregunta clave es: ¿qué tipo de seres humanos estamos formando? Si la
educación no responde a esta cuestión, seguirá siendo cómplice de la
deshumanización global.
VI. RELIGIÓN, PODER Y VIOLENCIA
La religión, en su sentido más profundo, debería
constituir un camino hacia la trascendencia, la fraternidad y el encuentro con
lo sagrado. A lo largo de la historia, las religiones han inspirado valores
éticos, han promovido la solidaridad y han ofrecido consuelo espiritual a
millones de personas. Sin embargo, también han sido instrumentalizadas por los
poderes políticos y económicos para justificar la violencia, la dominación y la
opresión. Esta contradicción entre lo que la religión promete y lo que en
muchos casos provoca, constituye otro de los grandes absurdos del mundo
contemporáneo.
1. El uso político de la religión
Desde tiempos antiguos, los gobernantes han utilizado la
religión como mecanismo de control social. El teólogo Leonardo Boff (2009)
recuerda que las estructuras religiosas muchas veces han legitimado imperios,
monarquías y dictaduras, presentando el poder terrenal como voluntad divina. En
el contexto actual, esta instrumentalización persiste: partidos políticos y
líderes populistas apelan a la fe para obtener votos, mientras aplican
políticas que contradicen los principios éticos más elementales.
2. Violencia en nombre de Dios
El absurdo se vuelve más evidente cuando, en nombre de
Dios, se cometen atrocidades. Las Cruzadas medievales, la Inquisición, las
guerras religiosas en Europa y las actuales confrontaciones en Medio Oriente
muestran cómo la fe ha sido transformada en arma de destrucción. El filósofo
Slavoj Žižek (2010) advierte que
la violencia religiosa no proviene tanto de la espiritualidad en sí, sino de la manipulación ideológica que convierte lo sagrado en justificación de
la barbarie.
Hoy, en pleno siglo XXI, persisten guerras y
persecuciones donde la religión sirve de pretexto para invasiones, masacres y
violaciones de derechos humanos. Este uso perverso de lo divino despoja a la
religión de su esencia y la convierte en instrumento de poder.
3. La multiplicación de religiones y la fragmentación de
la fe
Otro aspecto del absurdo religioso es la proliferación de
miles de religiones y sectas que, en lugar de unir a la humanidad en torno a un
sentido común de fraternidad, la fragmentan y la dividen. Cada grupo afirma
poseer la verdad absoluta, y en nombre de esa supuesta verdad, se enfrentan
entre sí. Esta diversidad, que podría ser riqueza cultural, se convierte en motivo
de intolerancia y exclusión.
4. Religión y manipulación económica
La religión también se ha mercantilizado. El auge de las
iglesias-empresa, que prometen prosperidad económica a cambio de ofrendas,
refleja cómo lo sagrado se transforma en negocio. Estas prácticas, que vacían
de contenido espiritual a la fe, reproducen la lógica del mercado dentro de los
templos. Eduardo Galeano (2010) ironizaba que “muchos dioses se han vuelto
empleados de banqueros”, mostrando cómo la religión puede ser absorbida por el
sistema capitalista.
5. La religión como fuerza liberadora
No obstante, es importante reconocer que la religión no
es en sí misma fuente de violencia, sino que lo es cuando se la
instrumentaliza. Existen experiencias de fe que han sido profundamente
liberadoras. En América Latina, la Teología de la Liberación planteó desde los
años setenta que la religión debía ponerse del lado de los pobres y oprimidos,
defendiendo la justicia y la dignidad humana. Monseñor Óscar Arnulfo Romero,
mártir salvadoreño, se convirtió en símbolo de esa dimensión profética de la fe
al denunciar las injusticias sociales y dar su vida por su pueblo.
6. El desafío ético de la fe en el siglo XXI
El reto contemporáneo consiste en rescatar el núcleo
humanista de la religión y evitar su manipulación por intereses políticos o
económicos. La fe auténtica debería ser una fuerza para la paz, la
reconciliación y la solidaridad. Sin embargo, mientras siga siendo utilizada
para justificar la guerra, la explotación o la intolerancia, seguirá
contribuyendo al absurdo que domina nuestro mundo.
VII. LA CRISIS ÉTICA Y CULTURAL DEL HOMBRE CONTEMPORÁNEO
El mundo actual atraviesa una profunda crisis ética y
cultural que se manifiesta en múltiples dimensiones de la vida social. Aunque
los avances materiales y tecnológicos son impresionantes, los valores humanos
parecen haberse debilitado, generando una sensación de vacío y desorientación
colectiva. Esta crisis no es un fenómeno aislado, sino el resultado de un
proceso histórico en el que la lógica del mercado, el consumismo y la
indiferencia se han impuesto sobre la solidaridad, la justicia y la dignidad.
1. La corrupción como norma social
En muchos países, especialmente en América Latina, la corrupción
se ha convertido en un fenómeno estructural. Políticos, empresarios y
funcionarios utilizan los recursos públicos para su beneficio personal, dejando
de lado las necesidades de la población. Como señala Zygmunt Bauman (2017),
vivimos en una modernidad líquida donde las instituciones han perdido
credibilidad, y la confianza social se erosiona. La corrupción es uno de los
síntomas más claros de esa crisis ética: lo que debería estar orientado al bien
común se convierte en botín privado.
2. La cultura del espectáculo
La sociedad contemporánea también sufre una degradación
cultural. Guy Debord (1999), en La sociedad del espectáculo, advirtió que
vivimos en un mundo donde las apariencias sustituyen a la realidad, y la vida
se convierte en una sucesión de imágenes. Hoy, las redes sociales y los medios
de comunicación masivos refuerzan esta lógica: lo importante no es lo
verdadero, sino lo visible; no lo profundo, sino lo viral. Este fenómeno genera
un empobrecimiento cultural, donde se premia la banalidad y se desprecia la
reflexión crítica.
3. La desvalorización de los educadores y pensadores
La crisis cultural también se expresa en el desprecio
hacia quienes dedican su vida al conocimiento y la enseñanza. Mientras
deportistas y celebridades reciben fortunas inimaginables, los docentes,
investigadores y filósofos enfrentan salarios precarios y condiciones laborales
indignas. Eduardo Galeano (2010) criticaba esta inversión de valores, señalando
que vivimos en un mundo donde se valora más a quien patea un balón que a quien forma
conciencias. Esta situación refleja el absurdo de una sociedad que no reconoce
la verdadera riqueza que implica la educación y el pensamiento crítico.
4. La indiferencia y la pérdida de empatía
Otro rasgo preocupante es la creciente indiferencia frente
al sufrimiento ajeno. Las imágenes de guerras, migraciones forzadas o
catástrofes ambientales circulan diariamente en los medios, pero la saturación
informativa genera insensibilidad. Susan Sontag (2003), en Ante el dolor de los
demás, advertía que la exposición constante a la violencia puede adormecer la
conciencia moral, transformando tragedias reales en simples espectáculos mediáticos.
5. La mercantilización de la cultura
La globalización cultural ha producido una homogeneización en la que los valores locales y las tradiciones se ven desplazados por productos culturales de consumo masivo. La música, el cine y la literatura, que deberían ser expresiones de identidad y resistencia, muchas veces son dominados por la lógica del mercado. Así, la cultura pierde su carácter crítico y transformador, convirtiéndose en un bien más dentro del sistema de consumo.
6. Ética, dignidad y resistencia
Frente a esta crisis ética y cultural, surge la necesidad
de recuperar principios fundamentales: la honestidad, la justicia, la
solidaridad y el respeto por la vida. Como lo planteaba el filósofo Emmanuel
Levinas (1991), la ética no puede reducirse a normas abstractas, sino que debe
fundarse en la responsabilidad frente al rostro del otro, en el reconocimiento
de la dignidad de cada ser humano. Solo recuperando esta dimensión podremos
enfrentar el absurdo y reconstruir una cultura verdaderamente humana.
VIII. AMÉRICA LATINA Y EL SALVADOR EN EL ABSURDO GLOBAL
Las contradicciones del mundo contemporáneo se expresan
de manera particularmente dramática en América Latina, una región marcada por
la riqueza natural y cultural, pero también por profundas desigualdades
sociales, violencia estructural y dependencia económica. El absurdo global
adquiere aquí un rostro concreto: sociedades con abundantes recursos pero con
pueblos empobrecidos; democracias formales que coexisten con prácticas
autoritarias; Estados que prometen derechos pero que muchas veces reproducen la
exclusión.
1. América Latina: tierra rica, pueblos pobres
América Latina es una de las regiones con mayor
biodiversidad y recursos naturales del planeta. Sin embargo, millones de sus
habitantes viven en condiciones de pobreza y marginación. Según la CEPAL (2023),
más de 180 millones de personas en la región viven en pobreza, de las cuales 70
millones se encuentran en pobreza extrema. Este contraste evidencia lo que
Eduardo Galeano (1971) llamó “las venas abiertas de América Latina”: un
continente saqueado históricamente por el colonialismo y el neocolonialismo,
donde la riqueza fluye hacia afuera mientras la miseria queda adentro.
2. La violencia estructural y la inseguridad
La región también se caracteriza por altos índices de
violencia. Según el Informe Global de Homicidios de la ONU (2023), América
Latina concentra algunos de los países más violentos del mundo, con tasas de
homicidios que superan varias veces el promedio global. Esta violencia no solo
es resultado de la criminalidad, sino de la exclusión social, la falta de
oportunidades y la debilidad institucional. El absurdo se hace evidente cuando
los Estados invierten más en seguridad y militarización que en educación, salud
o empleo digno.
3. La crisis migratoria
Otro rostro del absurdo latinoamericano es la migración
forzada. Millones de personas, incapaces de encontrar oportunidades en sus
países, se ven obligadas a emprender viajes peligrosos hacia Estados Unidos o
Europa. El Banco Mundial (2022) estimó que más de 43 millones de latinoamericanos
migran por razones económicas, sociales o de seguridad. Familias enteras se
fragmentan en busca de sobrevivencia, mientras los discursos oficiales hablan
de progreso y democracia.
4. El Salvador como reflejo del absurdo
En el caso de El Salvador, estas contradicciones se
expresan de manera aguda. Durante décadas, el país sufrió una guerra civil
alimentada por la injusticia social y la represión política. Posteriormente, la
firma de los Acuerdos de Paz (1992) generó expectativas de transformación
democrática, pero la corrupción, el clientelismo y la falta de oportunidades
mantuvieron a la mayoría de la población en condiciones precarias.
La migración salvadoreña es una prueba contundente:
millones de compatriotas han tenido que dejar el país en busca de trabajo y
seguridad. El envío de remesas, aunque alivia la economía familiar, se ha
convertido en sostén de un sistema incapaz de generar empleo digno
internamente. El absurdo radica en que un país sobrevive gracias al sacrificio
de quienes se vieron obligados a abandonarlo.
5. Entre la esperanza y el desencanto
En los últimos años, El Salvador ha vivido procesos
políticos que han generado esperanza en sectores populares, pero también
preocupación por tendencias autoritarias y concentración de poder. La democracia,
entendida como participación ciudadana y control del poder, sigue siendo una
tarea pendiente. La lucha contra la corrupción y la violencia continúa siendo
un desafío central.
6. El desafío de la transformación
El caso latinoamericano y salvadoreño muestra que el
absurdo no es una abstracción filosófica, sino una realidad concreta que se
vive día a día. El reto consiste en transformar esas estructuras de desigualdad
mediante una verdadera integración regional, políticas públicas orientadas al bien
común y una ciudadanía crítica que exija transparencia y justicia. Como lo
señalaba José Martí (1891), “trincheras de ideas valen más que trincheras de
piedra”: solo mediante la conciencia y la organización será posible enfrentar
el absurdo y construir una sociedad más digna.
CONCLUSIONES
El recorrido realizado a lo largo de este ensayo nos
permite comprender que el absurdo del mundo contemporáneo no es un fenómeno
aislado ni accidental, sino el resultado de estructuras históricas, económicas
y culturales que han privilegiado la acumulación de riqueza y poder sobre la
vida y la dignidad humana.
En primer lugar, hemos visto que el absurdo tiene una
dimensión filosófica, como lo planteó Albert Camus, pero también una dimensión
social y política que se manifiesta en las injusticias globales. La
contradicción entre la capacidad creadora del hombre y su inclinación a la
destrucción constituye una de las paradojas más alarmantes de nuestro tiempo.
En segundo lugar, el capitalismo aparece como motor de
este absurdo: convierte al hombre en objeto, lo enajena de su trabajo y
mercantiliza todos los aspectos de la vida. La abundancia material convive con
la miseria humana, generando desigualdades obscenas y violencia estructural.
En tercer lugar, la ciencia y la tecnología, aunque
ofrecen posibilidades de esperanza, han sido utilizadas con frecuencia para la
destrucción: armas nucleares, devastación ambiental, control masivo y
manipulación digital. El progreso técnico no ha venido acompañado de un
progreso ético proporcional.
En cuarto lugar, la supuesta inteligencia humana queda en
entredicho cuando observamos la persistencia del hambre, el analfabetismo, la
violencia de género y las guerras religiosas. Lejos de confirmar nuestra
superioridad, estos hechos revelan la fragilidad moral de la especie humana.
En quinto lugar, la educación, llamada a ser camino de
liberación, ha sido reducida muchas veces a instrumento de domesticación. En
lugar de formar sujetos críticos, se limita a producir trabajadores funcionales
al sistema. Sin embargo, experiencias de educación popular y crítica muestran
que otro camino es posible.
En sexto lugar, la religión, que debería unir a los
pueblos en torno a la fraternidad, ha sido utilizada históricamente como
instrumento de poder y violencia. Pero también existen expresiones de fe
auténticamente liberadoras, como la Teología de la Liberación y el testimonio
de Monseñor Romero, que iluminan caminos de esperanza. En séptimo lugar, la
crisis ética y cultural revela una inversión de valores: se premia la banalidad
y se desprecia la sabiduría. La corrupción, la indiferencia y la
mercantilización de la cultura alimentan un vacío moral que erosiona el tejido
social.
Finalmente, América Latina y El Salvador constituyen
ejemplos concretos de cómo el absurdo global se materializa en pobreza,
migración forzada, violencia e injusticia estructural, a pesar de la riqueza de
recursos y la resistencia cultural de sus pueblos.
En síntesis, el absurdo no es un destino inevitable, sino
una construcción humana. Si el hombre ha sido capaz de edificar un mundo tan
contradictorio, también es capaz de transformarlo. La clave está en recuperar
la dimensión ética, en fortalecer la educación crítica, en rescatar la dignidad
humana y en construir sociedades donde el progreso material vaya de la mano con
la justicia social.
REFLEXIÓN FINAL
Reflexionar sobre el absurdo del mundo en que vivimos no
debe conducirnos a la resignación ni al cinismo, sino a la responsabilidad
histórica de transformar esa realidad. El absurdo no es una condena inevitable:
es un espejo que nos muestra hasta qué punto hemos desviado el rumbo, y al
mismo tiempo nos invita a recuperar el sentido profundo de la existencia
humana.
La historia nos demuestra que, aunque las estructuras de
poder parecen inamovibles, los pueblos han sido capaces de levantarse, resistir
y transformar su destino. Cada lucha por la justicia, cada movimiento de
liberación, cada esfuerzo por educar con dignidad son pruebas de que el absurdo
puede ser enfrentado con esperanza.
No basta con reconocer los errores; es necesario
construir alternativas. La educación crítica, la ética de la responsabilidad,
el rescate de la solidaridad y la recuperación de la espiritualidad auténtica
son caminos que nos permiten salir de la lógica de la violencia y el egoísmo.
La tarea no es fácil, pero es posible.
En este sentido, América Latina y El Salvador, con todas
sus contradicciones, también son territorios de esperanza. A pesar de la
pobreza, la corrupción y la violencia, persiste una riqueza cultural y una
fuerza popular que se expresan en la creatividad, en la fe en la vida y en el
deseo de un futuro más justo. El mártir Monseñor Óscar Arnulfo Romero lo
expresó con claridad: “La gloria de Dios es que el pobre viva”. Esa afirmación
resume la esencia de lo que significa superar el absurdo: devolverle al hombre
su dignidad, a la vida su valor y al mundo su sentido humano.
El verdadero desafío de nuestro tiempo consiste en
humanizar la humanidad. Recuperar la sencillez de lo esencial: valorar la vida
sobre la riqueza, la solidaridad sobre la competencia, la justicia sobre la
impunidad, la educación sobre la ignorancia. Si logramos dar estos pasos,
entonces habremos comenzado a vencer el absurdo y a abrir el camino hacia una
civilización más ética, más justa y más humana.
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