¿POR QUÉ PROMETEO ENTREGÓ EL FUEGO A LOS HOMBRES? UNA
INTERPRETACIÓN FILOSÓFICA Y ACTUAL
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
El mito de Prometeo constituye una de las narraciones más
significativas de la mitología griega y de toda la tradición cultural de
Occidente. En apariencia, se trata de un relato fantástico: un titán roba el
fuego de los dioses y lo entrega a los hombres, desafiando la voluntad de Zeus.
Sin embargo, bajo esa narración
simbólica se esconde una profunda reflexión sobre el origen de la civilización,
el papel del conocimiento y la eterna tensión entre la libertad y el poder.
Prometeo aparece como una figura singular. No es un dios
olímpico ni un simple titán vencido por Zeus. Es, más bien, un mediador entre
los hombres y los dioses, un benefactor de la humanidad que, en lugar de
permanecer indiferente al sufrimiento de los mortales, arriesga todo para
otorgarles la chispa que cambiaría su destino. El fuego no representa
únicamente calor o luz; es símbolo de conocimiento, técnica, cultura y
emancipación.
La pregunta central de este ensayo es: ¿por qué Prometeo
entregó el fuego a los hombres? La
respuesta no se limita a la compasión de un titán generoso; implica también un
gesto de justicia, un acto de rebeldía y una apuesta por la capacidad humana de
crecer, aprender y transformarse.
El presente trabajo se organiza en quince apartados,
además de conclusiones y una reflexión final. Cada sección busca analizar el
mito desde diversas perspectivas —mitológica, filosófica, política y
contemporánea— para mostrar cómo la decisión de Prometeo sigue teniendo
vigencia en el siglo XXI.
1. EL MITO EN SU CONTEXTO
El mito de Prometeo nace en el corazón de la mitología
griega, un universo narrativo en el que los dioses, los titanes y los hombres
se relacionaban de manera conflictiva y simbólica. En la cosmovisión helénica,
los titanes eran deidades primordiales, representantes de fuerzas descomunales
de la naturaleza y del cosmos.
Tras la famosa Titanomaquia —la guerra entre los titanes
y los olímpicos—, Zeus y los suyos establecieron un nuevo orden basado en la
supremacía divina. Los titanes,
derrotados, fueron desterrados o encadenados. Sin embargo, de entre ellos
emergieron figuras singulares, como Prometeo, que no se ajustaban al esquema de
simple vencido.
Prometeo,
cuyo nombre significa el que piensa antes, encarnaba una cualidad poco común en
los relatos míticos: la previsión. Frente a su hermano Epimeteo (el que piensa
después), él representaba la prudencia, la capacidad de anticiparse al futuro y
de planear con sabiduría. Esa
característica lo acercaba más a los hombres que a los dioses, pues compartía
con los mortales la necesidad de reflexionar sobre la vida y el porvenir.
En los relatos antiguos, la humanidad se encontraba en un
estado de extrema precariedad. Según el mito, los hombres vivían en cuevas,
temblaban de frío, carecían de alimento suficiente y estaban expuestos al
ataque de las fieras salvajes. La
ignorancia, el miedo y la indefensión eran sus condiciones cotidianas. Esa
humanidad primitiva no tenía herramientas para transformar su entorno ni
recursos para construir cultura. En términos míticos, eran casi una especie más
de la naturaleza, sin distinción significativa respecto de los animales.
Es en ese contexto que la figura de Prometeo cobra
relevancia. Mientras los dioses del Olimpo disfrutaban de su inmortalidad, de
la ambrosía y del néctar, viviendo en un estado de abundancia y
despreocupación, Prometeo observaba con
inquietud la miseria de los hombres. Los dioses, centrados en su propio poder,
no sentían la menor compasión por los mortales. Para Zeus, la humanidad debía permanecer débil, ignorante y sometida, pues
de esa forma no constituiría una amenaza para el orden divino.
La actitud de Prometeo, en cambio, fue radicalmente
distinta. No se limitó a mirar con
indiferencia, sino que se sintió llamado a intervenir. En esto reside el núcleo
ético del mito: Prometeo se acerca a los hombres y asume la tarea de
transformar su destino. Su decisión es, por tanto, una toma de partido.
Mientras Zeus defendía el poder absoluto y la preservación del estatus divino,
Prometeo apostaba por la dignidad de los mortales.
Este contexto inicial nos muestra al mito no solo como
una fábula fantástica, sino como un relato cargado de tensiones políticas y
sociales. Los dioses olímpicos
simbolizan a las élites que buscan conservar el poder y mantener a los demás en
la ignorancia. Prometeo, en cambio,
se convierte en un precursor de la solidaridad, la justicia y la rebeldía.
De ahí que su historia siga teniendo vigencia: nos
recuerda que siempre hay quienes prefieren desafiar el orden establecido con
tal de defender la dignidad de los débiles.
2. EL SIMBOLISMO DEL FUEGO
En el mito de Prometeo, el fuego no es un simple elemento
físico: es el verdadero núcleo simbólico que transforma la condición humana.
Para comprender por qué su entrega fue un acto tan trascendental, es necesario
interpretar qué significaba el fuego en el contexto de la mitología griega y
qué representa aún hoy para la humanidad.
Desde tiempos antiguos, el fuego fue visto como un
elemento sagrado. En muchas culturas, se lo consideraba un regalo divino, un
poder misterioso capaz de iluminar la oscuridad, de calentar en medio del frío
y de proteger contra los peligros. Pero su mayor valor estaba en su capacidad
transformadora: con el fuego, la materia
cambia. La madera se convierte en ceniza, los alimentos crudos en comida comestible,
el mineral en metal fundido. Así, el fuego marcó la diferencia entre sobrevivir
como bestias o vivir como seres humanos.
En la tradición griega, el fuego se asociaba a la
cultura, a la técnica (techné) y al conocimiento práctico. Con él, los hombres
aprendieron a cocinar, a trabajar la cerámica, a forjar armas y herramientas, a
edificar casas y templos. El fuego, por lo tanto, no era solo calor: era el
inicio de la civilización.
Al entregarlo, Prometeo no solo les dio a los hombres un
recurso natural, sino la capacidad de construir su propio destino.
El fuego también tenía un valor religioso y político. En
las ciudades-estado griegas, el hogar común de la polis se mantenía con una
llama sagrada que no debía extinguirse. Esa
llama representaba la continuidad del pueblo, su identidad y su unidad. En ese
sentido, entregar el fuego era dar a los hombres la posibilidad de reconocerse
como comunidad, de superar el aislamiento y de proyectarse como sociedad.
Más allá del contexto antiguo, el simbolismo del fuego ha
trascendido los siglos. Para la filosofía, se convirtió en metáfora del
conocimiento y de la verdad. Platón lo
retomará en la alegoría de la caverna: el fuego es la luz que permite a los
prisioneros distinguir las sombras de los objetos reales. Para la
modernidad, el fuego es sinónimo de razón, de ciencia y de progreso.
Es importante notar que el fuego también encierra una
ambigüedad. Puede ser creador, pero también destructor. Así como permite forjar
herramientas para la agricultura, puede forjar armas para la guerra. De igual
modo, la luz que ilumina puede transformarse en incendio devastador. Esta doble
dimensión del fuego hace aún más
significativo el gesto de Prometeo: al entregarlo, confió en la capacidad
humana de usarlo con sabiduría, aunque también sabía que traería consigo
riesgos y peligros.
En síntesis, el fuego simboliza la chispa de la cultura y
del conocimiento. Representa el paso decisivo que separa al hombre de la
animalidad y lo introduce en la historia. Prometeo entendió que, sin esa
herramienta, los hombres seguirían sometidos a la naturaleza y al poder de los
dioses. Al dárselo, los hizo partícipes de su propio destino,
3. LA NEGATIVA DE ZEUS
La entrega del fuego a los hombres no fue un acto
consensuado ni permitido por los dioses del Olimpo. Al contrario, se produjo en
un clima de prohibición expresa. Cuando
Prometeo solicitó a Zeus que compartiera con los mortales la chispa del fuego,
el soberano del Olimpo se negó de manera tajante. Esta negativa no puede
entenderse como un simple capricho divino; responde a una lógica política y de
poder que atraviesa toda la historia humana.
Zeus
argumentó que los hombres eran ignorantes, pobres y débiles, y que darles el
fuego significaría otorgarles un poder desproporcionado. Con el fuego podrían
cocinar, forjar metales, construir viviendas y, con el tiempo, adquirir
sabiduría suficiente para desafiar a los dioses. El temor de Zeus, en realidad, era perder la
supremacía. El fuego, en tanto símbolo de conocimiento y progreso, podía
transformar radicalmente el equilibrio de fuerzas entre dioses y mortales.
Aquí se revela un aspecto fundamental del mito: el poder tiende a perpetuarse mediante la
ignorancia de los dominados. Zeus no quería que los hombres tuvieran acceso a
la herramienta que les permitiría emanciparse.
En lugar de compartir, optó por retener. El fuego debía
seguir siendo un privilegio de los dioses, no un derecho de los mortales.
Este pasaje mítico guarda un profundo paralelismo con la
historia de la humanidad. Los grandes imperios, las monarquías absolutas, las
dictaduras y hasta ciertos sistemas políticos modernos han buscado mantener a
los pueblos en la oscuridad, negándoles educación, conocimiento y recursos,
precisamente porque un pueblo instruido y consciente se vuelve difícil de
someter.
La prohibición de Zeus representa esa actitud del poder
que teme a la libertad.
Sin embargo, la negativa de Zeus también revela una
paradoja. Al no querer compartir el
fuego, el dios reconoce implícitamente el potencial transformador de los
hombres. Si fueran seres destinados a la eterna debilidad, no habría motivo
para temerles. Es justamente porque poseen la capacidad de crecer y aprender
que Zeus se niega a entregarles el fuego. En otras palabras, su prohibición es,
indirectamente, un reconocimiento de la grandeza latente de la humanidad.
El mito, en este sentido, es una alegoría sobre el
control del conocimiento. El fuego es
equivalente a la educación, la ciencia y la cultura. Quien controla estos
bienes controla el destino de los pueblos. Zeus quería monopolizar el saber
para asegurar su dominio; Prometeo, en cambio, apostaba por democratizarlo,
aunque eso significara un riesgo para el orden establecido.
En conclusión, la negativa de Zeus no es un simple
detalle narrativo: constituye el núcleo del conflicto.
Representa la eterna tensión entre quienes concentran el
poder y quienes buscan compartirlo. Y muestra que, desde la antigüedad, el
conocimiento ha sido visto como un arma peligrosa para los opresores y como una
esperanza de libertad para los oprimidos.
4. LA COMPASIÓN Y LA JUSTICIA DE PROMETEO
Prometeo no actuó por capricho, ni mucho menos por
vanidad de enfrentarse a Zeus. Su decisión de entregar el fuego a los hombres
responde a dos principios fundamentales: la
compasión hacia la humanidad y el sentido de justicia frente a una situación
que consideraba intolerable.
Al contemplar a los hombres en su estado primitivo,
Prometeo percibió un panorama desolador. Vivían en cuevas, temblaban de frío,
sufrían hambre y eran presa fácil de los animales salvajes. No tenían más armas
que sus manos desnudas ni más abrigo que sus pieles. En esa condición, la
humanidad parecía condenada a la indefensión permanente. Para Prometeo, un
titán cuyo nombre ya sugiere previsión y sabiduría, aquello era un destino injusto.
La compasión
lo llevó a ponerse en el lugar de los mortales. Mientras los dioses disfrutaban
de la eternidad y el lujo del Olimpo, los hombres se debatían entre la vida y
la muerte diaria. Ese contraste era
insoportable para un espíritu que, como el suyo, valoraba la dignidad del ser
humano. Prometeo comprendió que el sufrimiento de los mortales no era un
designio inmutable, sino una consecuencia de la negativa de Zeus a compartir
los dones divinos.
Pero su decisión no fue solo fruto de la piedad. En
Prometeo también operó un profundo sentido de justicia. El titán entendió que
los hombres tenían derecho a algo más que sobrevivir. Merecían herramientas
para transformar su realidad, para desarrollarse y para acceder a una vida más
digna. Negarles el fuego significaba condenarlos a la animalidad. Darles el
fuego, en cambio, era reconocer su valor intrínseco como seres capaces de crear
cultura y de participar en la historia.
En este sentido, Prometeo se convierte en una figura
ética que trasciende el mito. Su gesto encarna la convicción de que el
conocimiento no debe ser un privilegio de unos pocos, sino un derecho de todos.
Allí donde Zeus veía una amenaza, Prometeo veía una oportunidad. Mientras el
dios supremo temía perder su trono, el titán apostaba por la posibilidad de que
los hombres crecieran y se emanciparan.
Este aspecto del mito resuena fuertemente en la historia
humana. Cada vez que un educador
comparte su saber, cada vez que un científico publica un descubrimiento para
beneficio de la humanidad, cada vez que un líder social arriesga su vida para
dar voz a los excluidos, se revive el gesto prometeico. La compasión y la
justicia se convierten en motores de transformación, aunque los costos
personales puedan ser muy altos.
En conclusión, Prometeo entregó el fuego no solo porque
se apiadó del sufrimiento de los hombres, sino porque creyó en su dignidad y en
su derecho a vivir mejor.
Fue un acto
profundamente humano y ético, una afirmación de que la justicia exige compartir
el conocimiento y las herramientas que hacen posible la libertad.
5. EL ACTO DE REBELDÍA
El robo del fuego no fue simplemente un acto de
generosidad hacia los hombres; fue, sobre todo, un acto de rebeldía contra la
autoridad suprema de Zeus. Consciente de la prohibición expresa del dios,
Prometeo decidió transgredir la norma establecida, enfrentarse a la voluntad
del Olimpo y arriesgar su propia existencia por un bien mayor.
Esta desobediencia convierte a Prometeo en una figura
radicalmente distinta a la de los dioses olímpicos. Mientras estos se caracterizaban por la arrogancia, el egoísmo y el
deseo de mantener sus privilegios, Prometeo eligió ponerse del lado de los
débiles. Su rebeldía no fue una simple insolencia, sino un acto consciente
de resistencia frente a un poder injusto.
Desde esta perspectiva, el mito adquiere una dimensión
política. Prometeo simboliza a todos aquellos que, a lo largo de la historia,
se han rebelado contra sistemas opresores. Su decisión anticipa la actitud de
los revolucionarios que desafiaron a monarquías absolutas, de los pensadores
que cuestionaron dogmas religiosos y de los líderes sociales que se enfrentaron
a dictaduras. En todos ellos late el mismo espíritu prometeico: la convicción
de que ningún poder puede justificar la condena de los pueblos a la ignorancia
y a la miseria.
El acto de rebeldía de Prometeo también puede leerse como
una denuncia contra la concentración del poder y del saber. Zeus representaba
el monopolio del conocimiento, el control absoluto de una herramienta vital
para el progreso humano. Prometeo, al
arrebatarle el fuego, rompió ese monopolio y lo entregó a quienes más lo
necesitaban. En términos modernos, fue un acto de democratización del saber, un
gesto de liberación frente a la tiranía del privilegio.
Sin embargo, no debe olvidarse que esta rebeldía tuvo un
costo altísimo. Prometeo sabía que enfrentarse a Zeus acarrearía consecuencias
graves, y aun así no vaciló. Su decisión
se sostiene en la convicción de que hay valores —como la justicia y la dignidad
humana— que merecen ser defendidos incluso al precio del sufrimiento personal.
De esta manera, Prometeo encarna la figura del héroe
trágico: aquel que, sabiendo de antemano su condena, elige de todos modos
desafiar el poder por fidelidad a sus ideales. Este rasgo lo convierte en una
figura universal y eterna. En cada época, los pueblos han tenido sus propios
prometeos: personas que, con su rebeldía, abrieron caminos de libertad.
En conclusión, el robo del fuego fue un acto político,
ético y revolucionario. Fue la afirmación de que ningún poder absoluto puede
tener legitimidad si niega la posibilidad de desarrollo a los pueblos. Y, al
mismo tiempo, fue el inicio de la conciencia crítica que acompaña a la
humanidad desde entonces.
6. EL CASTIGO COMO ADVERTENCIA
El gesto de Prometeo no quedó impune. Una vez que Zeus
descubrió que el titán había robado el fuego y lo había entregado a los
hombres, desató su furia con un castigo ejemplar. Prometeo fue encadenado a una
roca en el Cáucaso, donde cada día un águila —símbolo del poder de Zeus—
devoraba su hígado, el cual volvía a regenerarse por la noche para reiniciar el
tormento al amanecer. Esta tortura eterna convirtió al titán en el mártir más
emblemático de la mitología griega.
El castigo
tenía una doble finalidad. En primer lugar, buscaba infligir sufrimiento
personal a Prometeo por su rebeldía. Zeus quería hacerle pagar con dolor físico
la osadía de haber desafiado la autoridad divina. En segundo lugar, y quizás
más importante, el castigo tenía un carácter ejemplarizante. La condena de Prometeo debía servir como advertencia
para todos: tanto para los dioses como para los hombres. El mensaje era claro:
quien ose desafiar el poder supremo será castigado sin compasión.
En este sentido, la pena impuesta a Prometeo no era solo
personal, sino política. Era un mecanismo de control social, una forma de
mantener el miedo como herramienta de dominación. Así como en la historia
humana los poderosos han recurrido a la represión, a la tortura o a la muerte
para disuadir a los opositores, Zeus convirtió a Prometeo en un ejemplo
viviente —o, mejor dicho, eternamente sufriente— de lo que ocurre cuando
alguien se atreve a transgredir el orden establecido.
El castigo también pone de manifiesto la dimensión
trágica del mito. Prometeo había actuado por compasión y justicia, había
confiado en la dignidad de los hombres, pero terminó pagando con un suplicio
interminable. En este contraste se refleja la paradoja de la historia: los grandes benefactores de la humanidad
muchas veces han sido perseguidos, incomprendidos o asesinados por aquellos a
quienes enfrentaron en nombre de un bien común. Sócrates, Jesús de Nazaret,
Giordano Bruno, Galileo Galilei, Martin Luther King, Monseñor Romero: todos
ellos, de distintas maneras, sufrieron la furia de los “Zeus” de su tiempo.
Pero, a pesar de la crueldad del castigo, el mito muestra
que Prometeo nunca se arrepintió. Encadenado y atormentado, seguía convencido
de que había hecho lo correcto. Su sufrimiento no borraba la satisfacción de
haber dado a los hombres la posibilidad de progresar. En ese sentido, su dolor
no fue en vano: se convirtió en la semilla de la emancipación humana.
Por último, el castigo simboliza la tensión eterna entre
libertad y represión. Cada vez que los pueblos conquistan un derecho, surge la
reacción del poder que intenta detenerlos con sanciones y amenazas. Sin
embargo, el ejemplo de Prometeo demuestra que, aunque la represión pueda
infligir dolor, no logra anular la fuerza de la idea ni el impacto de la acción
transformadora.
En conclusión, el tormento de Prometeo no fue solo un castigo personal, sino una advertencia universal. Zeus buscaba frenar la emancipación mediante el miedo, pero paradójicamente convirtió al titán en un símbolo de resistencia eterna.
7. PROMETEO Y LA FILOSOFÍA GRIEGA
El mito de Prometeo no se quedó en el terreno de la
narración popular, sino que pronto fue retomado por poetas y filósofos de la
antigua Grecia, quienes lo reinterpretaron para reflexionar sobre temas tan
profundos como el destino, la justicia, la técnica y el conocimiento.
En Hesíodo, uno de los primeros poetas griegos, Prometeo
aparece en la Teogonía y en Los trabajos y los días como un titán astuto que
desafía a Zeus, primero engañándolo con el sacrificio de los animales y luego robándole
el fuego. En la versión hesiódica, el titán no es visto del todo como un héroe,
sino más bien como un transgresor cuyo acto provoca la reacción de Zeus con la
creación de Pandora, la primera mujer, cuyo “regalo” traerá todos los males al
mundo. En esta lectura, el mito tiene un carácter más ambivalente: el progreso
humano viene acompañado del sufrimiento.
En Esquilo, dramaturgo del siglo V a.C., Prometeo
adquiere otra dimensión. En su tragedia Prometeo encadenado, el titán aparece
como un benefactor de la humanidad que, además del fuego, entrega a los hombres
el conocimiento de la agricultura, la escritura, la medicina y las artes.
Esquilo eleva a Prometeo a la categoría de héroe cultural, alguien que, a
través de su sacrificio, hace posible la civilización. Su rebeldía contra Zeus
no es simple insolencia, sino una defensa consciente de la dignidad humana
frente al despotismo divino.
Más tarde, los filósofos también vieron en Prometeo un
símbolo de la razón y de la técnica (techné). Para los griegos, la técnica era
lo que diferenciaba al ser humano de los animales: la capacidad de fabricar
herramientas, de planear el futuro, de transformar la naturaleza. En este
sentido, Prometeo no solo robó el fuego, sino que entregó a los hombres la
posibilidad de usar la inteligencia para dominar su entorno.
Incluso Platón y Aristóteles recogieron indirectamente
esta herencia. Platón, en su diálogo Protágoras, cuenta cómo Prometeo y
Epimeteo distribuyeron los dones entre las criaturas, pero fue Prometeo quien,
al ver a los hombres desprovistos de todo, decidió robar el fuego y la técnica
para salvarlos. En este relato, se subraya la idea de que la naturaleza humana
no es suficiente por sí sola: necesita de la cultura y del conocimiento para
sobrevivir. Aristóteles, por su parte, aunque no menciona directamente a
Prometeo, desarrolla la idea de que el hombre es un animal racional que
construye su mundo a través de la técnica y la política, ideas que entroncan
con el legado prometéico.
De esta manera, el mito de Prometeo fue reinterpretado en
la filosofía griega como una metáfora de la condición humana: un ser débil
frente a la naturaleza y frente a los dioses, pero capaz de emanciparse
mediante la inteligencia y el conocimiento. El titán, lejos de ser un simple
ladrón, se convierte en el iniciador de la cultura, en el puente entre lo
divino y lo humano, en el símbolo del valor de la razón.
En conclusión, la filosofía griega convirtió a Prometeo
en una figura que trasciende el mito. En Hesíodo es transgresor; en Esquilo,
benefactor y mártir; en Platón y Aristóteles, inspirador de la reflexión sobre
la técnica y la racionalidad humana. Esa riqueza interpretativa muestra que
Prometeo no es solo un personaje de cuentos antiguos, sino un símbolo abierto
que ilumina los debates fundamentales sobre el ser humano.
8. EL FUEGO COMO METÁFORA DEL CONOCIMIENTO
Si bien el mito griego habla literalmente de una chispa
de fuego robada a los dioses y entregada a los hombres, las lecturas
filosóficas y culturales posteriores ampliaron su significado hasta convertirlo
en un símbolo universal del conocimiento.
El fuego no es únicamente una fuente de calor o de luz;
es la representación del poder de la mente humana para comprender, transformar
y dominar su entorno. En este sentido,
el gesto de Prometeo equivale a entregar a la humanidad la capacidad de pensar,
de crear y de construir civilización.
La filosofía platónica ofrece una de las interpretaciones
más influyentes de este simbolismo. En la famosa alegoría de la caverna de La
República, Platón describe a los hombres encadenados en una caverna, que solo
conocen las sombras proyectadas por un fuego detrás de ellos. Ese fuego no es la verdad absoluta, pero
es la condición que permite ver y distinguir las sombras de los objetos. Sin
esa luz, los prisioneros vivirían en una oscuridad total. De manera análoga, en
el mito prometeico, el fuego no es solo un recurso físico: es la luz que abre
la posibilidad de conocer.
De hecho, en el diálogo Protágoras, Platón directamente
relata que Prometeo, al ver a los hombres indefensos, les entregó el fuego y la
techné (la técnica), para que pudieran sobrevivir. Aquí, el fuego aparece como
metáfora de la educación y la cultura: aquello que convierte a los seres
humanos en verdaderamente humanos.
El filósofo romano Séneca, siglos más tarde, también
retomará esta visión al afirmar que la sabiduría es un fuego interior que
ilumina la mente. Y, en la tradición cristiana, esta metáfora se adaptará a la
idea de la “luz de la fe” o de la “chispa divina” que habita en el alma.
En la
modernidad, pensadores como Francis Bacon y Descartes verán en el conocimiento
científico el nuevo fuego prometéico, capaz de liberar a la humanidad de la
superstición y de otorgarle poder sobre la naturaleza. El lema baconiano “saber
es poder” condensa perfectamente este espíritu: el conocimiento es una
herramienta de emancipación, pero también de dominio.
Sin embargo,
es importante destacar que, al igual que el fuego literal, el conocimiento
también tiene un carácter ambivalente. Puede iluminar y liberar, pero también
puede quemar y destruir. La ciencia
y la técnica han dado a la humanidad enormes avances, pero también han generado
armas de destrucción masiva y sistemas de control opresivos.
Esta ambivalencia ya estaba sugerida en el mito: Zeus
temía que los hombres, con el fuego, se volvieran demasiado poderosos. Y, de
hecho, la historia moderna muestra que el conocimiento mal empleado puede
amenazar incluso la supervivencia de la especie.
En conclusión, el fuego como metáfora del conocimiento
nos recuerda que todo saber conlleva una responsabilidad ética. Prometeo
entregó a los hombres la posibilidad de pensar y crear, pero no podía controlar
el uso que se haría de ese don. La humanidad, desde entonces, vive bajo el
signo de esa paradoja: el conocimiento como liberación y como riesgo, como
fuente de progreso y como amenaza.
9. PROMETEO
Y LA MODERNIDAD
El mito de Prometeo no quedó encerrado en la antigüedad
clásica. Con el paso de los siglos, su figura fue reapareciendo en distintos
contextos históricos, y en la modernidad adquirió una fuerza renovada,
especialmente durante la Ilustración y el Romanticismo. En estas épocas, el
titán fue visto como un símbolo de emancipación, libertad y progreso frente a
las estructuras del poder opresivo
Durante la Ilustración, pensadores como Voltaire y
Diderot vieron en Prometeo la representación de la razón humana que se atreve a
desafiar la superstición, la ignorancia y el poder absoluto de la religión y la
monarquía. Así como el titán arrebató a Zeus el fuego para dárselo a los
hombres, los ilustrados defendían que el conocimiento debía liberarse de la
tutela de la Iglesia y de las élites políticas, para convertirse en patrimonio
de la humanidad. Prometeo encarnaba, en este contexto, el ideal de la luz de la
razón que ilumina a los pueblos y los libera de las tinieblas.
Más tarde, en el Romanticismo, el mito adquirió un tono
aún más revolucionario. Goethe, en su poema Prometeo, presenta al titán como un
héroe orgulloso que desafía abiertamente a los dioses y proclama la autonomía
del ser humano. Allí, Prometeo no solo es un benefactor, sino también un
rebelde que afirma con fuerza la independencia de la humanidad frente a
cualquier autoridad trascendente. En la misma línea, Lord Byron escribió
Prometeo, exaltando su resistencia frente al sufrimiento y convirtiéndolo en
símbolo de los revolucionarios que se enfrentaban a las tiranías políticas de
su tiempo.
La modernidad convirtió, entonces, a Prometeo en un
prototipo del hombre libre, capaz de pensar por sí mismo y de desafiar las
cadenas de la tradición. En la ciencia, en la política y en la cultura, se lo
interpretó como el patrono de la creatividad y de la emancipación. No es casual
que, en el siglo XIX, la figura de Prometeo también se asociara al desarrollo
de la técnica y la industria: el fuego prometéico se veía reflejado en el
vapor, la electricidad y la maquinaria que transformaban el mundo.
Sin embargo, esta exaltación no estuvo exenta de
advertencias. La novela Frankenstein de Mary Shelley, publicada en 1818, lleva
como subtítulo El moderno Prometeo. Allí, el mito se resignifica para mostrar
los peligros de un conocimiento desmesurado. El doctor Frankenstein, al crear
vida artificial, encarna una versión moderna del titán: un hombre que se atreve
a jugar con el fuego divino de la ciencia, pero que, en su osadía, genera
sufrimiento y destrucción. De esta manera, Shelley recuerda que la herencia
prometeica es ambivalente: puede liberar, pero también puede desencadenar
consecuencias imprevisibles.
En síntesis, en la modernidad Prometeo se transformó en
un símbolo poderoso de la libertad y de la razón emancipadora, pero también en
un recordatorio de los riesgos inherentes al uso del conocimiento. Fue exaltado
como el héroe de la Ilustración, celebrado como el rebelde del Romanticismo y
problematizado como el científico desmesurado en la literatura moderna. Su
vigencia demuestra que el mito nunca perdió fuerza, sino que se adaptó a los
dilemas de cada época.
10. EL MITO EN LA POLÍTICA
El mito de Prometeo no solo puede leerse en clave
filosófica o literaria, sino también en clave política. Desde la antigüedad
hasta la actualidad, su gesto de entregar el fuego a los hombres se ha
interpretado como una metáfora de la emancipación de los pueblos frente a los poderes
dominantes.
Zeus, en este contexto, representa al poder absoluto que
teme perder su supremacía. Su negativa a entregar el fuego refleja la actitud
de las élites políticas, económicas o religiosas que, a lo largo de la
historia, han buscado mantener a los pueblos en la ignorancia para perpetuar su
control. El monopolio del fuego equivale al monopolio del conocimiento, de la
cultura y de los recursos. En cambio, Prometeo simboliza a quienes se atreven a
romper esos monopolios y entregan a los pueblos las herramientas para
liberarse.
En este sentido, el acto prometeico se ha repetido de
múltiples maneras en la historia política de la humanidad. La Revolución
Francesa, por ejemplo, fue un momento en que se encendió un fuego colectivo: el
pueblo, armado de nuevas ideas sobre libertad, igualdad y fraternidad, desafió
a la monarquía y a la nobleza, arrebatándoles el poder. Algo similar ocurrió en
las independencias de América Latina, cuando líderes como Bolívar, San Martín o
José Martí llevaron a los pueblos el “fuego” de la libertad, enfrentándose a
los imperios coloniales.
La política también puede interpretarse como una lucha
por quién controla el fuego del conocimiento. En los sistemas democráticos, el
acceso a la educación, la participación ciudadana y la libertad de expresión
son las formas modernas del fuego prometeico. Son las herramientas que permiten
a los pueblos decidir sobre su destino. En cambio, en las dictaduras o
regímenes autoritarios, el fuego se concentra en pocas manos: el poder
restringe el acceso a la información, manipula la verdad y reprime a quienes
intentan compartirla.
Por eso, Prometeo se convierte en un símbolo universal de
la resistencia política. Su rebeldía frente a Zeus anticipa la lucha de los
pueblos contra la opresión. Cada vez que un líder entrega educación, conciencia
o libertad a su pueblo, actúa como un nuevo Prometeo. Y cada vez que un tirano
encadena o castiga a esos líderes, repite el gesto de Zeus encadenando al
titán.
Es importante subrayar que, en la política contemporánea,
el fuego prometeico no solo es la libertad política, sino también el acceso a
derechos fundamentales: salud, trabajo digno, igualdad de género, respeto al
medioambiente. Negar estos derechos es, de algún modo, mantener a los pueblos
en la oscuridad. Prometeo nos recuerda que la verdadera política no consiste en
conservar privilegios, sino en compartir el fuego de la dignidad con todos.
En conclusión, el mito de Prometeo proyecta una enseñanza política clara: el conocimiento y la libertad deben compartirse, no reservarse a unos pocos. Los pueblos que reciben ese fuego se vuelven conscientes, fuertes y capaces de transformar su destino; los que son privados de él permanecen sometidos. El desafío de la política, ayer y hoy, es decidir de qué lado se está: del lado de Zeus, que retiene y reprime, o del lado de Prometeo, que entrega y libera.
11. CIENCIA Y TECNOLOGÍA COMO FUEGO MODERNO
En el mundo contemporáneo, el fuego prometéico se ha
transformado en la ciencia y la tecnología. Así como en la antigüedad el fuego
permitió a los hombres pasar de la barbarie a la civilización, hoy la
electricidad, la informática, la biotecnología o la inteligencia artificial
constituyen los “fuegos modernos” que determinan el rumbo de la humanidad.
La electricidad, por ejemplo, ha cumplido un papel
semejante al del fuego original: iluminar la oscuridad, calentar los hogares,
alimentar las industrias y hacer posible la vida urbana. Su descubrimiento y
aplicación masiva fue una chispa prometéica que revolucionó la historia. Del
mismo modo, la energía nuclear representa un poder ambivalente: puede ser usada
para generar energía limpia y abundante, pero también para construir armas
capaces de destruir el planeta.
La informática y la revolución digital son otro fuego
moderno. El acceso a internet y a la información ha democratizado el
conocimiento de una forma sin precedentes. Hoy, millones de personas tienen en
sus manos dispositivos que les permiten aprender, comunicarse y organizarse
políticamente. Sin embargo, este mismo poder también puede ser manipulado para
controlar, vigilar o desinformar a las masas. El fuego digital, como todo
fuego, puede iluminar o quemar.
La inteligencia artificial es quizás el último gran fuego
que la humanidad ha encendido. Tiene el potencial de resolver problemas
complejos, mejorar la medicina, la educación y la economía, pero también
plantea riesgos éticos y sociales: desempleo tecnológico, manipulación de
datos, concentración de poder en manos de corporaciones o gobiernos. Aquí se
repite la paradoja del mito: Zeus temía que el fuego hiciera demasiado
poderosos a los hombres; hoy, muchos temen que la tecnología haga demasiado
poderosas a unas élites que controlan su desarrollo.
El mito de Prometeo nos enseña que todo avance científico
y tecnológico trae consigo una responsabilidad ética. No basta con encender el
fuego; es necesario preguntarse cómo se usará. El conocimiento, cuando se concentra
en pocas manos, se convierte en un arma de dominación. Cuando se comparte, en
cambio, se vuelve herramienta de emancipación.
Por eso, cada descubrimiento científico revive la
pregunta prometeica: ¿debemos compartir este fuego con todos, o reservarlo para
unos pocos? La historia muestra que los intentos de monopolizar la tecnología
—ya sea en manos de imperios, corporaciones o dictaduras— reproducen el gesto
de Zeus. En cambio, los esfuerzos por democratizarla —educación pública, acceso
abierto al conocimiento, investigación científica para el bien común— son actos
prometeicos de liberación.
En conclusión, la ciencia y la tecnología son el fuego de
nuestra era. Su uso puede llevarnos a nuevas formas de justicia, dignidad y
progreso, o puede arrastrarnos a la destrucción. Todo depende de si seguimos el
ejemplo de Zeus, que retiene, o el de Prometeo, que comparte.
12. EDUCACIÓN Y CONCIENCIA CRÍTICA
Si en la antigüedad el fuego fue el don que permitió a
los hombres iniciar la civilización, en la actualidad ese fuego se manifiesta
en la educación. La enseñanza, el aprendizaje y la formación del pensamiento
crítico constituyen la chispa que permite a las personas salir de la ignorancia
y asumir su papel como sujetos libres y responsables dentro de la sociedad.
Así como Prometeo encendió la primera hoguera y enseñó a
los mortales a usarla para cocinar, calentarse y protegerse, los educadores en
cada época cumplen un rol semejante: entregan a los alumnos herramientas
intelectuales para interpretar el mundo, tomar decisiones y transformar su
realidad. La educación es, en este sentido, un acto prometeico por excelencia.
La ignorancia, como lo entendió Zeus, es una poderosa
forma de sometimiento. Un pueblo que no conoce, que no reflexiona y que no
desarrolla pensamiento crítico es fácilmente manipulable. Por eso,
históricamente, muchos regímenes autoritarios han buscado controlar o limitar
la educación. Negar el acceso al saber equivale a negar el fuego, condenando a
los hombres a vivir en la oscuridad.
La educación, en cambio, libera. No solo transmite
información, sino que fomenta la capacidad de pensar críticamente. Y aquí
aparece el vínculo más profundo con Prometeo: entregar el fuego no fue
simplemente proporcionar una herramienta material, sino abrir la posibilidad de
que los hombres pensaran, inventaran y proyectaran un futuro distinto. De
manera análoga, la verdadera educación no consiste en repetir datos, sino en
encender la capacidad de cuestionar, de imaginar alternativas y de crear
soluciones.
El filósofo brasileño Paulo Freire insistía en que la
educación debía ser un acto de liberación, no de domesticación. En su obra
Pedagogía del oprimido, afirmaba que la tarea del educador es despertar en los
alumnos la conciencia crítica, para que puedan reconocer las estructuras de
dominación y luchar por transformarlas. En otras palabras, la educación debía
ser una chispa prometeica que encendiera la dignidad y la acción de los
pueblos.
En la actualidad, este tema adquiere aún más relevancia.
En un mundo inundado por la desinformación, la manipulación mediática y las
redes sociales, la educación crítica se vuelve indispensable para distinguir la
verdad de la mentira, el conocimiento del engaño. Solo un ciudadano formado y
consciente puede resistir las estrategias de control que, como Zeus, buscan
mantener a los pueblos en la oscuridad.
Por ello, el gesto de Prometeo es una metáfora viva del
papel de los maestros, profesores e intelectuales en nuestras sociedades. Cada
vez que alguien enseña, que comparte su saber, que fomenta la lectura o que
inspira a pensar, está renovando el fuego que el titán entregó a los hombres.
En conclusión, la educación es el fuego moderno que
asegura la libertad y la dignidad de las personas. Negarla o limitarla equivale
a encadenar a la humanidad a la ignorancia; compartirla, en cambio, es apostar
por la emancipación y por la posibilidad de construir un mundo más justo.
13. PROMETEO Y AMÉRICA LATINA
El mito de Prometeo adquiere una fuerza especial cuando
se lo piensa en el contexto de América Latina, una región marcada por la
desigualdad, la dependencia histórica y las luchas por la justicia social.
Aquí, los “fuegos” que han sido negados o arrebatados a los pueblos han sido la
educación, la tierra, la libertad política y la dignidad. Y los “prometeos” han
sido aquellos líderes, pensadores y mártires que, al compartir esos dones,
pagaron con persecución, exilio o muerte.
Desde la época de la colonia, los imperios europeos
actuaron como un Zeus implacable. Negaban a los pueblos originarios y a los
esclavos africanos el acceso al conocimiento, a la autonomía y a los recursos
naturales. El monopolio de la tierra, del comercio y de la cultura era la forma
de mantener a millones de personas en la oscuridad. La independencia de los
países latinoamericanos fue, en este sentido, un acto prometeico colectivo: un
robo del “fuego” de la libertad que los imperios se negaban a conceder.
A lo largo de los siglos XIX y XX, América Latina conoció
múltiples figuras prometeicas. José Martí, en Cuba, entregó a su pueblo no solo
un proyecto político de independencia, sino también un fuego cultural y
educativo que lo convirtió en un símbolo de la lucha por la dignidad humana.
Simón Bolívar, en Sudamérica, encendió la chispa de la emancipación en medio de
una región dominada por la opresión colonial. Ambos comprendieron, como
Prometeo, que los pueblos necesitaban herramientas para construir su destino,
aunque ello implicara enfrentarse a un poder superior.
En el ámbito religioso y social, figuras como Monseñor
Óscar Arnulfo Romero, en El Salvador, encarnaron también este espíritu
prometeico. Romero entregó a los pobres el fuego de la palabra profética,
denunciando la injusticia y exigiendo dignidad para los más débiles. Su
martirio refleja de manera casi literal el destino de Prometeo: encadenado por
el poder y castigado por dar voz a los oprimidos, pero convertido en símbolo
eterno de resistencia y esperanza.
Lo mismo puede decirse de los educadores populares
inspirados en Paulo Freire, quienes llevaron la alfabetización y la conciencia
crítica a comunidades marginadas. Enseñar a leer y a pensar fue, para ellos,
entregar el fuego de la libertad. Y como en el mito, muchos de ellos sufrieron
represión, persecución política o censura por parte de gobiernos autoritarios
que, al igual que Zeus, temían que los pueblos se volvieran conscientes de su
poder.
En la actualidad, América Latina sigue enfrentando este
dilema prometeico. Los pueblos reclaman el fuego de la igualdad social, del
acceso a la educación de calidad, de la salud, de la justicia y de la soberanía
sobre sus recursos naturales. Sin embargo, las élites políticas y económicas
muchas veces actúan como Zeus: restringen, niegan o monopolizan esos derechos
para mantener el control.
En conclusión, el mito de Prometeo se actualiza en la
historia latinoamericana como un símbolo de la lucha por la emancipación. Cada
maestro que alfabetiza, cada líder comunitario que organiza a su pueblo, cada
mártir que entrega su vida por la justicia, se convierte en un nuevo Prometeo.
Y cada gobierno o poder que reprime esos esfuerzos repite el gesto de Zeus,
encadenando al benefactor pero sin lograr apagar la chispa de la libertad.
14. VIGENCIA DEL MITO EN EL SIGLO XXI
El mito de Prometeo, lejos de ser una simple narración
antigua, sigue teniendo una vigencia sorprendente en el siglo XXI. Sus símbolos
—el fuego, la rebeldía contra el poder, el castigo y la emancipación—
encuentran ecos en los dilemas actuales de la humanidad.
En primer lugar, el fuego como conocimiento sigue siendo
central. Hoy vivimos en la llamada sociedad del conocimiento, en la que la
información y la tecnología son las principales fuentes de riqueza y de poder.
El acceso a internet, la inteligencia artificial, la biotecnología o la energía
renovable son los nuevos “fuegos” que pueden liberar a los pueblos de la
pobreza y abrir horizontes de desarrollo. Sin embargo, tal como Zeus temía, ese
poder también genera miedo en quienes lo controlan. Grandes corporaciones y
gobiernos se comportan como dioses que restringen el acceso a los beneficios de
la ciencia y de la tecnología, concentrando el fuego en pocas manos.
En segundo lugar, el mito refleja la tensión entre
libertad y control. En la actualidad, el fuego del conocimiento no solo
ilumina, sino que también puede ser usado como herramienta de vigilancia y
dominación. Las tecnologías digitales, por ejemplo, han abierto posibilidades
inmensas para la comunicación y la educación, pero también se han convertido en
instrumentos de manipulación masiva, vigilancia estatal y control corporativo.
En esto se repite la paradoja del mito: lo que libera también puede esclavizar,
dependiendo de cómo se use.
En tercer lugar, la figura de Prometeo sigue inspirando a
quienes luchan por la justicia social. En un mundo marcado por la desigualdad,
el cambio climático y las migraciones forzadas, surgen líderes sociales,
educadores y activistas que actúan como nuevos prometeos. Comparten el fuego de
la conciencia crítica y de la organización comunitaria, aunque muchas veces
sean perseguidos o silenciados por los poderes establecidos. El castigo que
sufrió el titán se actualiza en la criminalización de la protesta, en los
encarcelamientos injustos o en los asesinatos de defensores de derechos humanos
y del medioambiente.
Por último, la vigencia del mito se percibe en el debate
ético global. La humanidad se pregunta qué hacer con los “fuegos” que ha
encendido: ¿cómo usar la energía nuclear sin destruirnos? ¿cómo aprovechar la
inteligencia artificial sin deshumanizarnos? ¿cómo desarrollar la biotecnología
sin convertirla en un arma de exclusión? Estas preguntas son versiones modernas
del dilema prometeico: el fuego está en nuestras manos, pero no sabemos aún si
nos conducirá a la libertad o a la ruina.
En conclusión, el mito de Prometeo sigue vivo en el siglo
XXI porque encarna la lucha permanente entre conocimiento y poder, libertad y
control, emancipación y opresión. Su lección es clara: cada generación debe
decidir si usará el fuego para iluminar el camino de la humanidad o para
reforzar las cadenas que la atan.
15. SÍNTESIS INTERPRETATIVA
El mito de Prometeo no es solo una historia sobre un
titán rebelde, sino una profunda reflexión sobre la condición humana. A lo
largo de este ensayo hemos visto cómo cada elemento del relato encierra
significados que trascienden el tiempo y siguen interpelando a nuestra
sociedad.
Prometeo entregó el fuego a los hombres porque creyó en
ellos. Lo hizo por compasión, al ver su sufrimiento; por justicia, al reconocer
que tenían derecho a una vida más digna; y por rebeldía, al no aceptar la
prohibición injusta de Zeus. Su acto fue, por tanto, un gesto de amor y de
resistencia.
El fuego, en su sentido más profundo, representa el
conocimiento: la capacidad de pensar, de transformar, de crear cultura y de
construir un futuro distinto. Negarlo equivale a condenar a los hombres a la
oscuridad; compartirlo es abrir la puerta de la libertad. Por eso, Prometeo se
convirtió en el benefactor de la humanidad, aun pagando con su sufrimiento
eterno.
Zeus, por el contrario, simboliza el poder que teme a la
emancipación. Su negativa muestra que los opresores, de ayer y de hoy, buscan
retener el conocimiento para perpetuar su dominio. El castigo impuesto a
Prometeo es la advertencia que siempre lanza el poder: todo aquel que se atreva
a liberar a los pueblos será reprimido. Pero la historia demuestra que ni el
dolor ni las cadenas logran apagar el fuego de la libertad.
En la filosofía griega, en la modernidad, en la política
y en América Latina, la figura de Prometeo ha sido reinterpretada una y otra
vez como símbolo de la lucha por la emancipación. Hoy, en el siglo XXI, su
legado se actualiza en la ciencia, la tecnología y, sobre todo, en la
educación, que es el fuego más poderoso de nuestro tiempo.
En síntesis, la pregunta “¿por qué Prometeo entregó el
fuego a los hombres?” tiene múltiples respuestas que convergen en una sola
verdad: porque creyó en la dignidad del ser humano y en su derecho a ser libre.
Esa fe en la humanidad, aun a costa del sacrificio personal, es lo que lo
convierte en un mito eterno y en un modelo ético para todas las generaciones.
CONCLUSIONES
El mito de Prometeo es, sin duda, una de las narraciones
más ricas y profundas de la tradición griega, y su vigencia atraviesa los
siglos hasta llegar a nuestra época. En su centro se encuentra la pregunta:
¿por qué Prometeo entregó el fuego a los hombres?
La respuesta no es única ni simple, sino que integra
varias dimensiones. Prometeo actuó por compasión, al no soportar la miseria de
los mortales; por justicia, al reconocer que los hombres merecían un destino
mejor; y por rebeldía, al no aceptar la imposición de Zeus que quería
mantenerlos en la ignorancia. Su decisión fue un acto de amor hacia la
humanidad y, al mismo tiempo, un desafío contra el poder absoluto.
El fuego, símbolo del conocimiento, representa la
capacidad de los hombres para salir de la oscuridad y crear cultura, ciencia,
arte y política. Desde entonces, la humanidad vive bajo la herencia prometeica:
cada avance técnico o científico es un nuevo fuego que puede iluminar o
destruir. De ahí la importancia de usarlo con responsabilidad ética.
La historia ha demostrado que quienes cumplen un papel
prometeico —educadores, líderes sociales, científicos, pensadores— suelen ser
perseguidos, castigados o silenciados por los “Zeus” de cada época. Sin
embargo, también se ha demostrado que el fuego de la libertad, una vez encendido,
no puede ser apagado.
En conclusión, Prometeo entregó el fuego a los hombres
porque creyó en su dignidad, en su derecho a la libertad y en su capacidad de
construir un futuro distinto. Ese gesto lo convierte en un símbolo universal de
la resistencia, del amor al prójimo y de la confianza en el poder transformador
del conocimiento.
REFLEXIÓN FINAL
Hoy, en pleno siglo XXI, el mito de Prometeo nos
interpela con más fuerza que nunca. Los fuegos modernos —la ciencia, la
tecnología, la información y, sobre todo, la educación— están en el centro de
los grandes dilemas de la humanidad. ¿Se compartirán para liberar a los pueblos
o se monopolizarán para dominarlos? ¿Serán una luz de justicia o un arma de
control?
Cada generación tiene la tarea de responder a esas
preguntas. Y cada educador, cada activista, cada científico, cada ciudadano
consciente, tiene la oportunidad de actuar como un nuevo Prometeo: entregar el
fuego del conocimiento, de la conciencia crítica y de la solidaridad a quienes
más lo necesitan.
Prometeo nos recuerda que el precio de la libertad puede
ser alto, pero también que nada es más valioso que encender la chispa de la
dignidad humana. Su historia nos invita a creer, como él, que los hombres y
mujeres merecen algo más que sobrevivir: merecen vivir con plenitud, con
justicia y con libertad.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
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(1970). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI Editores.
SAN SALVADOR, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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