DE LA SOCIEDAD PRIMITIVA AL CAPITALISMO DIGITAL: LA
VERDAD SOBRE LA DESIGUALDAD
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
En la historia de la humanidad siempre ha existido una
profunda división entre quienes poseen mucho, quienes poseen poco y quienes no
poseen absolutamente nada. Desde los orígenes de la sociedad primitiva hasta la
complejidad del capitalismo contemporáneo, las desigualdades sociales y
económicas han sido una constante.
Hoy en día, en un
mundo globalizado y tecnológicamente avanzado, las diferencias se acentúan con
mayor crudeza: mientras un pequeño grupo acumula fortunas incalculables,
millones de seres humanos sobreviven con salarios mínimos o en la más extrema
miseria.
Este fenómeno provoca una serie de preguntas
inquietantes: ¿los ricos lo son por ser más inteligentes o más capaces?, ¿los
pobres carecen de riqueza porque son flojos o ingenuos?, ¿los asalariados viven
atrapados en la mediocridad porque no supieron aprovechar oportunidades? Estas
interrogantes, aunque parecen simples, encierran profundos prejuicios y
visiones distorsionadas de la realidad social. La historia demuestra que la
acumulación de riquezas no siempre responde al mérito personal o a la
inteligencia, sino muchas veces a circunstancias históricas, privilegios heredados,
injusticias estructurales o trampas encubiertas bajo la apariencia de éxito.
Este ensayo propone un análisis crítico y enérgico de
este fenómeno. Revisaremos los orígenes históricos de la desigualdad,
desmontaremos los mitos que justifican la riqueza y la pobreza, y
reflexionaremos sobre las causas profundas que explican la brecha social. El
propósito es abrir el debate y señalar que la desigualdad no es una cuestión de
inteligencia individual, sino de estructuras colectivas, de poder político, de
corrupción y de decisiones históricas que marcan el destino de millones.
1. LOS ORÍGENES HISTÓRICOS DE LA DESIGUALDAD
La sociedad primitiva se organizaba de manera
relativamente igualitaria. El trabajo colectivo, la distribución de recursos y
la cooperación eran la base de la supervivencia. No existían fortunas
personales ni acumulación excesiva, porque la subsistencia dependía de
compartir la caza, los frutos recolectados y la protección mutua. Fue con el
surgimiento de la agricultura, la propiedad privada y las primeras formas de
Estado cuando aparecieron las diferencias sociales.
La acumulación inicial de riqueza estuvo ligada a la
apropiación de tierras, al control de la fuerza de trabajo y al monopolio de
recursos básicos. Desde entonces, la desigualdad se institucionalizó. Las
jerarquías políticas, militares y religiosas justificaron la concentración de
riquezas en pocas manos. La historia de reyes, emperadores, señores feudales y
burgueses es también la historia de una minoría que vivió del esfuerzo de las
mayorías.
Autores como Karl Marx (1867/2013) señalaron que el
origen de la riqueza de unos está directamente relacionado con la explotación
de otros. No se trata de inteligencia superior, sino de control de los medios
de producción y de mecanismos de poder. Esta herencia sigue vigente en el
presente.
2. EL MITO DEL MÉRITO INDIVIDUAL
En las sociedades capitalistas modernas se ha impuesto la
idea de que cada quien tiene lo que se merece: los ricos son ricos porque
trabajaron más o porque fueron más inteligentes, mientras los pobres son pobres
porque son haraganes o poco capaces. Este mito del mérito individual es
funcional al sistema, porque invisibiliza las desigualdades estructurales y
responsabiliza únicamente al individuo de su destino.
Sin embargo, los datos contradicen este discurso. Según
el informe de Oxfam (2024), el 1% más rico del planeta concentra más riqueza
que el 50% más pobre. ¿Podemos realmente creer que ese 1% trabaja más que la
mitad de la humanidad? Evidentemente no. Lo que existe es una estructura que
favorece a quienes heredan fortunas, acceden a la educación de élite, poseen
contactos estratégicos o se aprovechan de sistemas económicos corruptos.
La idea del “sueño americano” o de que “todo es posible
con esfuerzo” es un espejismo. Si bien hay casos de personas que escalan
socialmente por mérito, la mayoría de las fortunas se construyen sobre
privilegios y trampas invisibles para los demás.
3. INTELIGENCIA, TRAMPA Y PRIVILEGIO
Un error común es asociar riqueza con inteligencia.
Muchas de las grandes fortunas se construyen no por genialidad, sino por
trampa, corrupción o explotación. Ejemplos abundan: empresarios que evaden
impuestos, políticos que se enriquecen con fondos públicos, corporaciones que
destruyen el medio ambiente y obtienen ganancias multimillonarias a costa del
sufrimiento de comunidades enteras.
Por otro lado, existen hombres y mujeres sumamente
inteligentes, creativos y trabajadores que jamás logran salir de la pobreza.
Esto demuestra que el éxito económico no depende únicamente de la inteligencia,
sino de factores estructurales: lugar de nacimiento, acceso a oportunidades,
condiciones sociales y políticas de cada país.
La inteligencia mal orientada puede convertirse en
astucia para robar, manipular y dominar. De hecho, la historia está llena de
“listos” que acumularon riquezas haciendo trampa, mientras la honestidad y el
esfuerzo de millones fueron invisibilizados.
4. EL ASALARIADO ATRAPADO
El grupo intermedio, compuesto por la mayoría de
trabajadores asalariados, vive en una contradicción permanente. Dependen de un
salario para sobrevivir, pero ese salario nunca es suficiente para romper el
círculo de la dependencia. Trabajan duro, cumplen horarios, pagan impuestos,
pero rara vez logran acumular riquezas. Se les hace creer que con esfuerzo
podrán ascender, cuando en realidad el sistema está diseñado para mantenerlos
en su lugar.
El asalariado no es un haragán. Es quien sostiene el
funcionamiento de la economía: produce, educa, cuida, construye y transporta.
Sin embargo, no posee medios de producción ni participa en la toma de
decisiones económicas. Su destino está atado a la voluntad de quienes
concentran el capital.
5. LA POBREZA NO ES BOBERÍA
Una de las visiones más injustas es pensar que quienes no
tienen nada son pobres porque son tontos o porque no saben aprovechar las
oportunidades. La pobreza es, en realidad, un fenómeno estructural y político.
Las guerras, la corrupción, la exclusión social y la concentración de recursos
en pocas manos producen pobreza de manera sistemática. La miseria no es
elección personal, sino consecuencia de un orden económico injusto.
Amartya Sen (2000), Premio Nobel de Economía, planteó que
la pobreza no es solo falta de ingresos, sino privación de capacidades:
millones no pueden estudiar, acceder a salud, vivienda digna ni participar en
decisiones políticas. ¿Podemos culparlos de su condición? No. La pobreza es el
reflejo de una sociedad que ha fracasado en garantizar la dignidad de todos sus
miembros.
6. LA TRAMPA DE LA SUPERFICIALIDAD
Cuando analizamos este fenómeno de manera superficial,
puede parecer que los ricos son más inteligentes, que los asalariados son
conformistas y que los pobres son incapaces. Pero un análisis profundo revela
que la verdadera causa de la desigualdad está en la estructura económica
global, en el sistema político que la sostiene y en la cultura que legitima
estas diferencias.
Superar la superficialidad implica mirar la historia,
entender los mecanismos de poder y cuestionar los discursos oficiales que
culpan a las víctimas mientras encubren a los verdaderos responsables.
7. CAPITALISMO CONTEMPORÁNEO: RIQUEZA QUE CRECE SOLA
En el capitalismo actual se observa un fenómeno
alarmante: muchos multimillonarios dejaron de trabajar hace años, incluso
generaciones completas, y aun así sus fortunas continúan creciendo de manera
exponencial. No se trata de esfuerzo personal ni de inteligencia aplicada día a
día, sino de un sistema económico que multiplica el capital de quienes ya
poseen grandes cantidades.
La globalización financiera, los paraísos fiscales, los
fondos de inversión, el mercado de valores y la especulación digital hacen que
la riqueza “se reproduzca sola”. Quienes tienen millones obtienen más millones
simplemente por el movimiento del capital, mientras millones de trabajadores
activos apenas logran sobrevivir con sus salarios.
Este fenómeno no puede explicarse únicamente con la
teoría marxista del “pecado original” de la acumulación primitiva —el robo
inicial de tierras, recursos y trabajo en los albores del capitalismo—. Hoy el
problema es más profundo: un capitalismo que se retroalimenta de sí mismo y que
genera desigualdades sin necesidad de nuevas conquistas o guerras coloniales.
La maquinaria está instalada, y los ricos son cada vez más ricos porque el
sistema así lo garantiza.
Joseph Stiglitz (2012) lo advierte con crudeza: las
reglas actuales de la economía mundial no recompensan el trabajo ni la
innovación de las mayorías, sino la concentración del capital financiero en
pocas manos. En palabras de Thomas Piketty (2014), la rentabilidad del capital
crece más rápido que la economía real, de modo que las fortunas heredadas y
pasivas siempre se expanden más que el esfuerzo laboral.
En consecuencia, la desigualdad actual no puede
justificarse ni por la inteligencia individual ni por un pecado original ya
consumado. Es la estructura capitalista de hoy, con sus mecanismos financieros
y digitales, la que reproduce un sistema en el que el trabajo pierde valor y la
riqueza acumulada se multiplica sin cesar.
CONCLUSIÓN
La desigualdad social y económica no se explica por la
inteligencia individual ni por el mérito personal. Se explica por la historia
de la humanidad, marcada por la apropiación, la explotación y la concentración
de recursos. Los ricos no siempre son más inteligentes; muchas veces son más
tramposos. Los asalariados no son haraganes, sino sostenes invisibles del
sistema. Los pobres no son bobos, sino víctimas de un orden estructural
injusto.
RECOMENDACIÓN
Es urgente cambiar la narrativa dominante. En lugar de culpar
a los pobres por su pobreza, debemos exigir sistemas más justos, con
oportunidades reales para todos. La educación crítica, la redistribución de
recursos y la lucha contra la corrupción son pasos indispensables. Los Estados
deben garantizar derechos básicos y limitar el poder abusivo de las élites
económicas.
REFLEXIÓN FINAL
El destino de la humanidad no puede estar en manos de unos pocos que acumulan fortunas mientras millones sobreviven con migajas. El verdadero progreso se medirá no por la riqueza de unos cuantos, sino por la dignidad y las oportunidades de todos. La historia nos revela que la desigualdad no es natural ni eterna: es el resultado de decisiones humanas. Y si fue creada por los hombres, también puede ser transformada por ellos.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
1.
Marx, K.
(2013). El Capital. Siglo XXI Editores. (Original publicado en 1867).
2.
Oxfam.
(2024). Informe de desigualdad global 2024. Oxfam International.
3.
Sen, A.
(2000). Desarrollo y libertad. Editorial Planeta.
4.
Stiglitz, J.
(2012). El precio de la desigualdad. Taurus.
5.
Piketty, T.
(2014). El capital en el siglo XXI. Fondo de Cultura Económica.
SAN SALVADOR, 3 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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