“CAMBIAR DE LENTES PARA LEER LA REALIDAD: EDUCACIÓN,
POLÍTICA Y CIUDADANÍA CRÍTICA EN EL SALVADOR”.
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Recuerdo con claridad una escena que, aunque en su
momento pasó casi desapercibida, con el tiempo se convirtió en una enseñanza
profunda para mi vida académica y personal. Durante mi primer ciclo
universitario, un profesor nos pidió que lleváramos a clase un recorte de
periódico o de revista para el día siguiente. La instrucción parecía sencilla:
leer y comentar la noticia seleccionada. Llegado el momento, fui el primero en
pasar al frente, leí mi recorte y ofrecí una interpretación breve. Luego lo
hicieron mis compañeros, cada uno con su propia visión. Al finalizar las
lecturas, el profesor nos dijo con firmeza: “Es necesario que la lectura sea
hecha con unos lentes de mayor alcance”. En ese momento no comprendí la
magnitud de lo que me quería decir. Confieso que su expresión me resultó
enigmática, incluso algo exagerada. Sin embargo, con el paso de los años, comprendí
que aquella metáfora contenía una verdad pedagógica y filosófica de enorme
valor: no basta con leer lo inmediato; cada época histórica exige una mirada
crítica renovada, capaz de ir más allá de las apariencias.
Los lentes de los que hablaba aquel profesor no eran
meramente ópticos, sino conceptuales, simbólicos y epistemológicos. Eran las
herramientas intelectuales con las que interpretamos el mundo, los marcos de
referencia con los que intentamos darle sentido a los fenómenos sociales,
políticos y culturales. Si nos aferramos a lentes obsoletos, vemos la realidad
de manera distorsionada; en cambio, si nos atrevemos a cambiarlos, descubrimos
horizontes más amplios y posibilidades de transformación. Como afirma Paulo
Freire (1970), la educación auténtica no consiste solo en transmitir
información, sino en “leer el mundo” antes que leer la palabra, es decir, en
desarrollar la capacidad crítica para interpretar la realidad en su
complejidad.
La metáfora de los “lentes de mayor alcance” también me
condujo a comprender que los momentos históricos nunca son estáticos: están en
constante transformación, y con ellos deben transformarse también nuestros
esquemas de pensamiento. Karl Marx (2008), en el prólogo a su Contribución a la
crítica de la economía política, recordaba que los hombres hacen su historia,
pero no en circunstancias que ellos mismos eligen, sino bajo condiciones
determinadas que cambian constantemente.
Por eso, insistir en interpretar el presente con
categorías del pasado conduce a errores graves, tanto en la política como en la
vida cotidiana. En el caso de El Salvador, por ejemplo, los lentes ideológicos
de los años 80, marcados por la polarización de la guerra civil, ya no sirven
para comprender las demandas de una juventud que creció en un mundo
digitalizado, ni para leer los desafíos que impone la globalización.
La importancia de renovar nuestra mirada radica también
en la necesidad de distinguir entre el fenómeno y la esencia, entre lo aparente
y lo estructural. Karel Kosík (1967) en Dialéctica de lo concreto planteaba que
la vida social no puede reducirse a lo que aparece en la superficie, sino que
exige penetrar en sus raíces para descubrir lo esencial. Leer con lentes de
mayor alcance significa precisamente eso: no quedarse en la noticia como simple
dato, sino descifrar sus causas, sus conexiones ocultas y sus implicaciones
futuras. De lo contrario, terminamos como consumidores pasivos de información,
incapaces de comprender y transformar nuestro entorno.
Ahora bien, esta necesidad de nuevos lentes no se limita
al campo académico. La política, la educación y la ciudadanía en general
requieren con urgencia marcos de interpretación más profundos y actualizados.
Byung-Chul Han (2014) ha advertido que vivimos en una sociedad del enjambre,
donde la digitalización y la hiperconectividad han cambiado radicalmente las
formas de poder y de comunicación. Pretender interpretar la política actual con
categorías del siglo pasado es tan inútil como intentar observar el cosmos con
un catalejo medieval.
La oposición
salvadoreña, por ejemplo, sigue utilizando las consignas de hace cuarenta años,
ignorando que las realidades del presente son otras: una diáspora más crítica,
una juventud que exige oportunidades, una ciudadanía cansada de discursos
vacíos.
De allí que la tesis central de este ensayo sea clara:
cada época histórica exige nuevos lentes para leer la realidad, y esta
renovación no es opcional, sino necesaria. La educación debe formar ciudadanos
capaces de fabricar sus propios lentes críticos; la política debe abandonar
marcos oxidados para responder a los desafíos actuales; y la ciudadanía debe
aprender a desconfiar de las visiones distorsionadas que los medios y las redes
sociales intentan imponer. Solo así podremos comprender la complejidad del presente
y construir un futuro más justo.
El ensayo se estructura en varios apartados. En primer
lugar, se profundizará en la metáfora de los lentes como recurso pedagógico
para el pensamiento crítico. Luego se abordará la necesidad de pasar del
fenómeno a la esencia en la lectura histórica. Posteriormente, se analizará el
papel de la educación como proceso de cambio de lentes, seguido de un examen
crítico de los lentes oxidados de la oposición política salvadoreña.
Finalmente, se reflexionará sobre el reto ciudadano de construir nuevos lentes
colectivos. La conclusión y la reflexión final cerrarán el análisis, destacando
la vigencia de aquella lección universitaria que, con los años, se convirtió en
brújula de vida: cambiar de lentes es imprescindible para comprender y
transformar la realidad.
1. LA METÁFORA DE LOS LENTES COMO RECURSO PEDAGÓGICO
La metáfora de los lentes es uno de los recursos más
potentes para comprender cómo los seres humanos interpretamos la realidad. Los
lentes no solo sirven para enfocar mejor la visión física; también representan
los marcos de referencia, las categorías conceptuales y los paradigmas que
utilizamos para darle sentido al mundo. En ese sentido, cuando mi profesor
universitario nos exigió leer la noticia con “lentes de mayor alcance”, no se
refería a un simple acto de percepción visual, sino a la necesidad de ampliar
nuestro horizonte crítico, de no quedarnos con la superficie, sino de
profundizar en los significados ocultos y en las conexiones invisibles de los
fenómenos sociales.
La educación, en su sentido más profundo, siempre ha
estado vinculada a la capacidad de dotar a los estudiantes de lentes nuevos y
más amplios. Paulo Freire (1970) sostiene que “la lectura crítica del mundo
precede a la lectura de la palabra” (p. 35), lo que implica que la verdadera
tarea del educador no es repetir mecánicamente contenidos, sino ayudar al
estudiante a interpretar su contexto. La metáfora de los lentes, por tanto, se
convierte en una pedagogía que invita a pensar, cuestionar y transformar.
Asimismo, la metáfora de los lentes nos recuerda que todo
ser humano interpreta la realidad desde un marco cultural e ideológico
determinado. Ninguna mirada es neutra; todas están condicionadas por valores,
creencias y experiencias. Brookfield (2012) señala que el pensamiento crítico
implica reconocer los supuestos que guían nuestra visión, cuestionarlos y, si
es necesario, reemplazarlos por otros más adecuados. Dicho de otro modo, educar
en el pensamiento crítico es enseñar a los estudiantes a fabricar y renovar sus
propios lentes constantemente.
Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en el campo de la
historia. Durante mucho tiempo, la historia oficial en El Salvador fue narrada
desde lentes que favorecían a los grupos de poder, invisibilizando las luchas de
campesinos, mujeres y comunidades indígenas. Solo cuando investigadores
críticos se atrevieron a cambiar esos lentes, aparecieron nuevas
interpretaciones más justas y completas. Algo similar ocurre en la política
contemporánea: quienes se niegan a cambiar de lentes terminan interpretando el
presente con esquemas oxidados que ya no responden a las demandas actuales.
Por otro lado, es importante destacar que los lentes de
los que hablamos no son definitivos ni eternos; son instrumentos transitorios
que deben renovarse a medida que cambian las circunstancias históricas. Thomas
Kuhn (1962/2006), en La estructura de las revoluciones científicas, explicó que
los paradigmas científicos funcionan como lentes que permiten ver ciertos
aspectos de la realidad, pero que con el tiempo se desgastan y deben ser
reemplazados por nuevos paradigmas que expliquen mejor los fenómenos. Este
razonamiento puede aplicarse también al ámbito social: los lentes ideológicos
que en algún momento ayudaron a comprender la realidad pueden volverse un
obstáculo si se mantienen sin revisión crítica.
La metáfora de los lentes, entendida así, no es un
recurso retórico vacío, sino una invitación permanente a la renovación
intelectual. Es una advertencia contra la comodidad de interpretar la realidad
con esquemas prestados, heredados o impuestos. La verdadera autonomía del
pensamiento se alcanza cuando somos capaces de examinar nuestros propios
lentes, identificar sus limitaciones y, si es necesario, reemplazarlos por
otros que nos permitan ver más lejos y con mayor claridad. Como afirma Kant
(1784/2003), la ilustración consiste en salir de la minoría de edad, lo que
significa atreverse a pensar por cuenta propia.
En el contexto educativo, esta metáfora debe convertirse
en un principio pedagógico central. No basta con que el estudiante aprenda a
leer y escribir; debe aprender a “leer con lentes críticos”, es decir, a
identificar las ideologías detrás de las noticias, a cuestionar las narrativas
oficiales, a sospechar de las verdades absolutas. Solo así la educación podrá
cumplir con su misión transformadora.
En síntesis, la metáfora de los lentes como recurso
pedagógico encierra una enseñanza de enorme vigencia: educar no es transmitir
lentes fijos, sino formar personas capaces de cambiarlos cuando la realidad lo
exija. De esa capacidad depende, en buena medida, la posibilidad de construir
una ciudadanía crítica, consciente y comprometida con la transformación social.
2. DEL FENÓMENO A LA ESENCIA: LA LECTURA HISTÓRICA
Una de las lecciones más valiosas que aprendí con el paso
de los años es que no basta con mirar la superficie de los hechos; es necesario
escarbar más hondo, pasar del fenómeno a la esencia. Los lentes de mayor
alcance, de los que hablaba mi profesor, tienen precisamente esa función: ir
más allá de la apariencia inmediata para descubrir las estructuras profundas
que sostienen la realidad. Como afirma Karel Kosík (1967), lo concreto no se
agota en lo que se percibe sensorialmente, sino que exige ser pensado en su
complejidad, como unidad de múltiples determinaciones. Dicho de otro modo, la
vida social es siempre más profunda que las noticias que aparecen en la portada
de un periódico o en un titular de televisión.
La historia de El Salvador es un ejemplo claro de cómo
las apariencias engañan si no se leen con lentes críticos. Durante la guerra
civil (1980–1992), el fenómeno inmediato era la violencia armada, los combates,
los desplazamientos y las masacres.
Sin embargo, la esencia del conflicto no estaba en la
confrontación militar en sí misma, sino en las profundas desigualdades
sociales, la concentración de la tierra y la exclusión de grandes mayorías.
Mirar solo el fenómeno habría sido concluir que se trataba de un enfrentamiento
entre dos bandos armados; mirar la esencia significaba entender que era un
conflicto social e histórico incubado durante décadas de injusticia
estructural.
Karl Marx (2008) insistía en que los hombres hacen su
propia historia, pero bajo condiciones determinadas, heredadas del pasado.
Comprender esas condiciones materiales es indispensable para no quedarse
atrapado en las apariencias. La superficialidad política en El Salvador, tanto
en la derecha como en la izquierda, ha sido justamente esa: interpretar los
problemas actuales con los mismos lentes que usaban hace cuarenta años. Se
habla todavía en categorías de “revolución” y “contrainsurgencia”, cuando la
realidad actual está marcada por la globalización, la digitalización, la
migración masiva y los desafíos climáticos. El fenómeno es distinto, y la
esencia también.
Un ejemplo contemporáneo lo encontramos en la manera en
que algunos sectores políticos interpretan la diáspora salvadoreña. Para muchos
dirigentes tradicionales, el fenómeno visible es que la diáspora envía remesas
y constituye un voto potencial. Sin embargo, la esencia de la diáspora es mucho
más profunda: representa un sujeto político y cultural que cuestiona el viejo
orden, que demanda participación y que, gracias a la globalización digital,
mantiene vínculos activos con la vida nacional.
Ver únicamente el fenómeno económico de las remesas es
reducir la diáspora a un “cajero automático”; ver su esencia implica
reconocerla como fuerza social con capacidad de incidir en las transformaciones
del país.
La lectura histórica con lentes de mayor alcance exige,
además, reconocer que las categorías del pasado se desgastan con el tiempo.
Thomas Kuhn (2006) explicó que los paradigmas científicos funcionan hasta que
dejan de explicar adecuadamente la realidad, momento en el cual surgen crisis
que desembocan en revoluciones científicas. Algo similar ocurre en la sociedad:
los marcos de interpretación política y social deben ser renovados porque, de
lo contrario, se convierten en obstáculos para comprender lo nuevo. Seguir
mirando el presente salvadoreño con los lentes de la Guerra Fría es tan absurdo
como intentar entender la física cuántica con los principios de la mecánica
aristotélica.
También es importante destacar que pasar del fenómeno a
la esencia implica un esfuerzo crítico que no siempre es cómodo. Requiere
cuestionar discursos oficiales, desmontar narrativas ideológicas y enfrentar
verdades incómodas. Por eso, muchos prefieren quedarse en la superficie, porque
es más sencillo consumir titulares que indagar en las causas profundas. Sin
embargo, la tarea intelectual —y también ética— de una ciudadanía consciente es
no conformarse con lo aparente. Como señala Kosík (1967), lo aparente no es
falso en sí mismo, pero es insuficiente; solo al penetrar en lo esencial se
puede comprender la verdad del fenómeno.
En la actualidad, este desafío es aún mayor debido a la
avalancha informativa y a las fake news que circulan en redes sociales. El
fenómeno es la inmediatez del dato, la imagen viral o el rumor. La esencia, en
cambio, está en entender quién produce esa información, con qué intereses y qué
efectos busca generar en la opinión pública. Byung-Chul Han (2014) advierte que
vivimos en la sociedad de la transparencia, donde la sobreexposición de datos
puede ocultar más de lo que revela. Sin lentes críticos, la ciudadanía queda
atrapada en la superficie, incapaz de distinguir entre apariencia y esencia.
En definitiva, pasar del fenómeno a la esencia es un
ejercicio indispensable para interpretar la historia con responsabilidad. No se
trata de negar lo aparente, sino de comprenderlo en su articulación con lo
esencial. La política, la economía, la educación y la cultura salvadoreña
necesitan urgentemente lentes que permitan hacer esa lectura profunda, porque
solo así será posible salir de los círculos viciosos de la manipulación y abrir
caminos hacia un futuro más justo. La enseñanza de Kosík y Marx sigue vigente:
la esencia de la realidad no se revela espontáneamente; debe ser conquistada
críticamente por quienes se niegan a conformarse con la superficie
3. LA EDUCACIÓN COMO PROCESO DE CAMBIO DE LENTES
Si en la vida personal los lentes representan la manera
en que interpretamos la realidad, en la vida social la educación cumple el
papel de ayudarnos a fabricarlos, ajustarlos y renovarlos. La misión más
profunda de la educación no consiste en transmitir información acumulada, sino
en formar personas capaces de pensar críticamente y de leer su tiempo histórico
con lentes adecuados. Una sociedad que no invierte en este tipo de educación
está condenada a repetir errores, porque sus ciudadanos terminan atrapados en
visiones estrechas, en narrativas impuestas y en dogmas obsoletos.
Paulo Freire (1970) criticó lo que llamó la “educación
bancaria”, aquella en la que los estudiantes son tratados como recipientes
vacíos en los que el profesor deposita información. En este modelo, los lentes
son impuestos desde fuera: el alumno no construye su mirada, sino que repite
acríticamente la visión de otros. Por el contrario, Freire propuso una
pedagogía dialógica y liberadora, donde los estudiantes se convierten en
sujetos activos que aprenden a interpretar su mundo. Esa lectura crítica del
contexto es, en esencia, un cambio de lentes: ya no se acepta la visión
dominante, sino que se construye una mirada propia.
La educación, entonces, debe ser entendida como un
proceso continuo de ajuste de lentes. Immanuel Kant (1784/2003) afirmaba que la
ilustración es la salida del ser humano de su “minoría de edad”, es decir, de
la incapacidad de pensar por sí mismo. Este llamado sigue siendo vigente: la
escuela no puede limitarse a enseñar fórmulas, fechas o técnicas, sino que debe
enseñar a pensar. Enseñar a pensar es enseñar a mirar la realidad desde
distintas perspectivas, contrastar fuentes, reconocer supuestos y desmontar
prejuicios. Dicho de otro modo, es enseñar a cambiar de lentes.
Este proceso no es sencillo, pues implica confrontar
resistencias internas y externas. Internamente, los estudiantes suelen
aferrarse a las certezas heredadas por su familia, su comunidad o los medios de
comunicación. Externamente, existen sistemas de poder que buscan imponer lentes
convenientes para sus propios intereses, como ocurre con los discursos
políticos manipuladores o con la publicidad que transforma al ciudadano en
simple consumidor. De allí que la tarea de la educación sea doble: formar en el
pensamiento crítico y en la ética de la autonomía. Solo así se puede garantizar
que los nuevos lentes no sean simples reemplazos impuestos, sino instrumentos
de libertad intelectual.
La educación salvadoreña, sin embargo, ha estado marcada
por limitaciones históricas. Durante décadas, el sistema se centró en la
memorización y en la repetición mecánica, produciendo generaciones que sabían
leer palabras, pero no interpretar el mundo. Este desfase explica, en parte, la
vulnerabilidad de amplios sectores frente a discursos políticos demagógicos y
frente a noticias falsas en la era digital. En lugar de enseñar a cuestionar,
la escuela muchas veces reforzó la obediencia ciega. Esa práctica equivale a
dar a los estudiantes lentes empañados, incapaces de ofrecer una visión clara
de la realidad.
Hoy más que nunca, la educación debe asumir el reto de
preparar a los jóvenes para enfrentar una sociedad saturada de información,
donde abundan datos, pero escasea la comprensión. Como señala Brookfield
(2012), el pensamiento crítico implica identificar supuestos, explorar
perspectivas alternativas y tomar decisiones razonadas. Esto significa que cada
estudiante debe aprender a reconocer los lentes que lleva puestos, examinar si
aún son útiles y, si no lo son, tener la capacidad de cambiarlos. La educación
se convierte así en un taller permanente de fabricación y renovación de lentes.
En este sentido, los docentes desempeñan un papel
fundamental. Ellos no son meros transmisores de conocimiento, sino guías que
ayudan a los estudiantes a descubrir nuevas formas de mirar. Al igual que el
profesor que me enseñó aquella lección con los recortes de periódico, los
buenos educadores no se conforman con que los alumnos repitan datos; los
impulsan a mirar más allá, a preguntar por qué, a conectar el presente con la
historia y a proyectar posibles futuros.
Un maestro que
enseña a cambiar de lentes forma ciudadanos libres, mientras que un maestro que
impone sus propios lentes produce discípulos obedientes pero incapaces de
pensar por sí mismos.
Por ello, la renovación de la educación salvadoreña debe
orientarse hacia un modelo crítico y transformador. No se trata únicamente de
mejorar infraestructuras o ampliar cobertura, sino de redefinir la misión misma
de la escuela: ayudar a cada estudiante a convertirse en lector crítico de su
tiempo. Solo así podremos construir una ciudadanía capaz de discernir entre
apariencia y esencia, entre manipulación y verdad, entre discurso vacío y
proyecto real. En palabras de Freire (1970), “la educación auténtica es praxis,
reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo” (p. 75). Y
para transformar el mundo, lo primero es mirarlo con lentes
4. EL DESAFÍO
POLÍTICO: LOS LENTES OXIDADOS DE LA OPOSICIÓN SALVADOREÑA
Si en la educación los lentes representan la capacidad de
interpretar críticamente la realidad, en la política estos marcos de análisis
se vuelven aún más cruciales, pues determinan el rumbo de las decisiones
colectivas. El problema radica en que buena parte de la oposición política
salvadoreña ha insistido en mantener puestos los mismos lentes que utilizó hace
más de cuatro décadas, en tiempos de la guerra civil y la posguerra inmediata.
Estos lentes oxidados, incapaces de enfocar el presente, han reducido su visión
a un repertorio de consignas desgastadas, incapaces de responder a los desafíos
del siglo XXI.
La historia política reciente muestra cómo partidos como
ARENA y el FMLN quedaron atrapados en su propio pasado. Durante años
construyeron su legitimidad sobre narrativas de guerra: unos, como defensores
del orden frente a la insurgencia; otros, como héroes de la revolución frente
al autoritarismo. Sin embargo, esos marcos de interpretación dejaron de ser
funcionales en una sociedad que, tras los Acuerdos de Paz de 1992, comenzó a
exigir soluciones concretas a problemas cotidianos: inseguridad, desempleo,
educación deficiente y servicios públicos precarios. Como afirma Byung-Chul Han
(2014), en la sociedad digital las estructuras de poder cambian aceleradamente,
y quienes no actualizan su visión terminan marginados del nuevo orden.
La oposición salvadoreña ha sido incapaz de ponerse
lentes nuevos porque su mirada sigue condicionada por los dogmas ideológicos
del pasado. En sus discursos todavía resuenan conceptos como “neoliberalismo”,
“oligarquía” o “pueblo revolucionario”, que, si bien tuvieron fuerza en los
años ochenta, hoy resultan insuficientes para explicar la complejidad actual.
La juventud, por ejemplo, no se moviliza por consignas
abstractas, sino por demandas muy concretas: acceso a empleos dignos,
conectividad digital, oportunidades de formación y seguridad ciudadana.
Interpretar estas demandas con lentes obsoletos solo conduce a la desconexión
política.
Un ejemplo claro de esta miopía política es la forma en
que los partidos tradicionales se relacionan con la diáspora salvadoreña. ARENA
y el FMLN han reducido a los migrantes a fuentes de remesas o a potenciales
votantes, pero han sido incapaces de reconocer su papel como actores políticos
activos que cuestionan el viejo orden. Esta visión estrecha es resultado de
lentes que solo enfocan el fenómeno económico, sin percibir la esencia social y
cultural de la diáspora.
De nuevo, se
confirma lo señalado por Kosík (1967): lo aparente no es falso, pero sí
insuficiente, y solo el análisis profundo revela la verdadera magnitud de un
fenómeno.
Además, la oposición ha quedado atrapada en un juego
retórico donde critica sistemáticamente todo lo que hace el actual gobierno,
sin distinguir entre lo positivo y lo negativo.
Esta actitud no es
producto de un análisis crítico, sino de la incapacidad de ver con lentes
renovados. En lugar de construir una alternativa seria, se limitan a reciclar
los viejos discursos de oposición vacía. Como resultado, buena parte de la
ciudadanía los percibe como irrelevantes. Kant (1784/2003) ya advertía que
pensar por uno mismo es la esencia de la madurez intelectual; pero los partidos
opositores parecen haber renunciado a este ejercicio, prefiriendo repetir
marcos heredados antes que atreverse a formular una visión nueva.
El impacto de esta ceguera política es evidente: pérdida
de credibilidad, desconexión con la población y, en última instancia,
irrelevancia histórica. Cuando los actores políticos se niegan a cambiar de
lentes, el pueblo lo hace en su lugar. La ciudadanía salvadoreña ha demostrado
que no está dispuesta a seguir a ciegas a quienes insisten en imponerle una
visión caduca. Como señala Einstein, “no podemos resolver los problemas con el
mismo pensamiento que usamos cuando los creamos” (citado en Calaprice, 2011, p.
15). Este principio aplica con claridad al contexto salvadoreño: los problemas
estructurales creados bajo las lógicas de los partidos tradicionales no pueden
ser resueltos con las mismas categorías que los originaron.
La oposición, entonces, enfrenta un desafío existencial:
renovar sus lentes o desaparecer. Renovar implica reconocer que el presente no
es el pasado; que los ciudadanos de hoy tienen otros horizontes, otros medios
de comunicación y otras expectativas. Significa aceptar que la política ya no
se juega únicamente en mítines o en panfletos, sino también en plataformas
digitales donde la información circula en tiempo real.
Como explica Han (2014), el poder actual se ejerce en
forma de comunicación y transparencia, no únicamente en estructuras
jerárquicas. Negarse a comprenderlo es un suicidio político.
En conclusión, los lentes oxidados de la oposición
salvadoreña representan un ejemplo paradigmático de lo que ocurre cuando los
actores sociales se niegan a renovar su mirada. Lejos de ser un simple problema
de estrategia electoral, se trata de una incapacidad epistemológica: no saben
interpretar la realidad actual porque insisten en mirarla con los ojos del
pasado. El reto, si quieren sobrevivir como opción política, es asumir la
valentía de cambiar de lentes, no por conveniencia táctica, sino por
responsabilidad histórica.
5. LA CIUDADANÍA Y LOS NUEVOS LENTES COLECTIVOS
Si los partidos políticos se resisten a cambiar de
lentes, corresponde a la ciudadanía la tarea de construir nuevas formas de ver
la realidad. La política no se agota en los dirigentes ni en los discursos
oficiales; se construye también en el día a día de la gente común, en sus
experiencias, en sus demandas y en su capacidad de cuestionar lo establecido.
La ciudadanía, en este sentido, es un sujeto colectivo que debe aprender a
fabricarse lentes propios para interpretar el presente, más allá de las
visiones limitadas que le ofrecen los actores tradicionales.
La globalización y la revolución digital han abierto un
horizonte inédito para el ejercicio ciudadano. Hoy, gracias a las redes
sociales y al acceso a múltiples fuentes de información, los salvadoreños
tienen la posibilidad de contrastar discursos, verificar hechos y expresar
públicamente sus demandas. Sin embargo, este escenario también trae consigo
nuevos riesgos: la sobreabundancia de datos, la desinformación y las noticias
falsas. En este contexto, la ciudadanía necesita lentes colectivos que no solo
amplíen su visión, sino que le permitan filtrar, analizar y discernir. Como
advierte Byung-Chul Han (2014), la sociedad digital del “enjambre” fragmenta la
atención y dificulta la construcción de narrativas profundas; por eso, el
ciudadano debe asumir el reto de leer más allá de lo inmediato.
Construir estos lentes colectivos implica, en primer
lugar, superar la visión individualista. No se trata únicamente de que cada
persona interprete la realidad desde su perspectiva privada, sino de que se
genere una conciencia compartida, un marco común de interpretación que permita
actuar de manera solidaria frente a los problemas nacionales. Paulo Freire
(1970) subrayaba que la lectura crítica del mundo debía convertirse en praxis
transformadora, es decir, en acción colectiva para cambiar la realidad. De poco
sirve que un ciudadano se quite los lentes obsoletos si el resto permanece
atrapado en visiones distorsionadas; la transformación solo ocurre cuando la
mirada crítica se convierte en cultura social.
En el caso de El Salvador, la construcción de lentes
colectivos es urgente para enfrentar problemas que superan al individuo: la
violencia estructural, la migración forzada, la precariedad laboral y la
degradación ambiental. Estos fenómenos no pueden ser comprendidos ni resueltos
desde marcos personales aislados; requieren una lectura compartida que permita
identificar causas comunes y articular soluciones colectivas. Karl Marx (2008)
insistía en que las condiciones materiales de existencia moldean la conciencia
social. Esto significa que, si la ciudadanía logra reconocer sus problemas
estructurales como parte de una misma raíz, podrá generar una mirada colectiva
capaz de impulsar cambios reales.
Un aspecto clave en esta tarea es el papel de la ética
como lente moral. La ciudadanía no solo debe mirar más lejos y con mayor
claridad, sino también con un horizonte de valores que guíe su acción. Sin
ética, la mirada crítica puede convertirse en cinismo o en indiferencia. Kant
(1784/2003) recordaba que la autonomía del pensamiento va acompañada de la
responsabilidad moral; es decir, pensar por cuenta propia no significa actuar
sin límites, sino construir un juicio que considere la dignidad humana como
principio rector. En un país marcado por la corrupción política y el
oportunismo, la ética ciudadana es el lente indispensable para no repetir los
errores del pasado.
El ejemplo de la diáspora salvadoreña resulta revelador.
Durante mucho tiempo fue reducida a un fenómeno económico de remesas; sin
embargo, en los últimos años ha demostrado ser un sujeto político y cultural
capaz de incidir en la vida nacional. La diáspora se ha fabricado sus propios
lentes colectivos, a partir de la experiencia migratoria, del contacto con
otros sistemas democráticos y de la necesidad de mantener vínculos con el país
de origen. Sus críticas a la corrupción, su exigencia de transparencia y su
participación en debates públicos son prueba de que la ciudadanía puede
reinventar su mirada incluso desde la distancia.
Albert Einstein, citado por Calaprice (2011), afirmaba
que “no podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que usamos
cuando los creamos” (p. 15). Esta frase resume la urgencia del cambio de lentes
ciudadanos. No basta con exigir nuevas políticas si la ciudadanía sigue
interpretando la realidad con categorías caducas. Es necesario crear un
pensamiento renovado, capaz de superar el conformismo y de construir un futuro
común.
En definitiva, el reto de la ciudadanía salvadoreña no es
menor: debe aprender a mirar colectivamente con lentes críticos, éticos y
renovados. Solo así podrá contrarrestar las visiones distorsionadas que los
partidos políticos obsoletos intentan imponer. La fuerza del cambio no radica
únicamente en las instituciones, sino en la capacidad del pueblo de construir
una mirada compartida que abra camino a nuevas formas de convivencia. Los
lentes colectivos, entonces, no son una metáfora abstracta, sino una necesidad
histórica para una nación que busca redefinir su rumbo.
CONCLUSIÓN
La metáfora de los “lentes de mayor alcance” que escuché
en mis primeros años de universidad se ha convertido en una brújula vital para
comprender no solo el proceso educativo, sino también la dinámica histórica y
política de El Salvador. A lo largo de este ensayo hemos visto que cambiar de
lentes significa asumir la necesidad de renovar nuestros marcos de análisis, de
no quedarnos atrapados en las apariencias y de atrevernos a leer el mundo desde
perspectivas críticas y actualizadas.
En el ámbito educativo, se demostró que la tarea
fundamental de la escuela no es transmitir lentes prefabricados, sino enseñar a
los estudiantes a fabricarse los suyos, a cuestionarlos y a renovarlos cuando
sea necesario. Como planteaba Freire (1970), la educación debe ser un acto de
liberación que conduzca a la lectura crítica del mundo. En la política, se puso
de relieve cómo los partidos tradicionales salvadoreños, aferrados a los lentes
de los años ochenta, se han vuelto incapaces de conectar con la ciudadanía,
quedando atrapados en un discurso repetitivo y desconectado de la realidad
actual. La ciudadanía, por su parte, enfrenta el reto de construir lentes
colectivos que le permitan enfrentar fenómenos globales como la digitalización,
la migración y la desinformación, sin perder de vista la ética como horizonte.
La lección es clara: cada momento histórico exige lentes
nuevos. Interpretar el presente con las categorías del pasado no solo es
inútil, sino peligroso, pues conduce a la ceguera ideológica y a la parálisis
social. Cambiar de lentes implica abrir la mente a nuevas formas de comprender
y actuar, y hacerlo con responsabilidad moral. Tal como advirtió Einstein
(citado en Calaprice, 2011), no podemos resolver los problemas con el mismo
pensamiento que los creó. Esta afirmación resume el núcleo de nuestra
conclusión: si queremos transformar la realidad salvadoreña, debemos atrevernos
a renovar nuestra manera de mirarla.
REFLEXIÓN FINAL
Volviendo a aquella escena universitaria, comprendo que
lo que en ese momento parecía una frase enigmática era en realidad una
invitación profunda a la vida crítica. El profesor no hablaba únicamente de una
noticia en un periódico; hablaba de la manera en que debía aprender a mirar el
mundo. Hoy reconozco que su enseñanza es más vigente que nunca. Vivimos en una
época donde las apariencias se imponen a través de titulares virales, donde las
redes sociales bombardean con información superficial y donde los discursos
políticos buscan manipular emociones más que despertar la razón. Frente a esta
realidad, ponerse lentes de mayor alcance es una obligación moral y ciudadana.
Renovar los lentes no es un acto aislado, sino un proceso
permanente de cuestionamiento, aprendizaje y transformación. Implica reconocer
que lo que ayer servía para interpretar el mundo, hoy puede ser insuficiente.
Significa también comprender que la visión individual debe integrarse en una
mirada colectiva, capaz de articular proyectos comunes para la nación. En el
caso de El Salvador, cambiar de lentes es abandonar los discursos caducos de la
guerra, rechazar la manipulación de partidos obsoletos y construir un horizonte
de dignidad, justicia y desarrollo para todos.
La reflexión final es sencilla pero contundente: si no
cambiamos de lentes, otros decidirán por nosotros qué ver y cómo verlo. Pero si
tenemos el valor de pensar críticamente, de fabricar nuestros propios marcos de
interpretación y de renovarlos cuando sea necesario, podremos leer la historia
con claridad y construir un futuro más justo. Aquella metáfora, sembrada en un
aula universitaria, se transforma hoy en un llamado a la acción: mirar más
lejos, mirar más profundo y, sobre todo, mirar con dignidad.
REFERENCIAS GENERALES DEL ENSAYO
1.
Brookfield, S. (2012). Teaching for critical
thinking. Jossey-Bass.
2.
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SAN SALVADOR, 9 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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