miércoles, 10 de septiembre de 2025

 

“CAMBIAR DE LENTES PARA LEER LA REALIDAD: EDUCACIÓN, POLÍTICA Y CIUDADANÍA CRÍTICA EN EL SALVADOR”.

POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

Recuerdo con claridad una escena que, aunque en su momento pasó casi desapercibida, con el tiempo se convirtió en una enseñanza profunda para mi vida académica y personal. Durante mi primer ciclo universitario, un profesor nos pidió que lleváramos a clase un recorte de periódico o de revista para el día siguiente. La instrucción parecía sencilla: leer y comentar la noticia seleccionada. Llegado el momento, fui el primero en pasar al frente, leí mi recorte y ofrecí una interpretación breve. Luego lo hicieron mis compañeros, cada uno con su propia visión. Al finalizar las lecturas, el profesor nos dijo con firmeza: “Es necesario que la lectura sea hecha con unos lentes de mayor alcance”. En ese momento no comprendí la magnitud de lo que me quería decir. Confieso que su expresión me resultó enigmática, incluso algo exagerada. Sin embargo, con el paso de los años, comprendí que aquella metáfora contenía una verdad pedagógica y filosófica de enorme valor: no basta con leer lo inmediato; cada época histórica exige una mirada crítica renovada, capaz de ir más allá de las apariencias.

Los lentes de los que hablaba aquel profesor no eran meramente ópticos, sino conceptuales, simbólicos y epistemológicos. Eran las herramientas intelectuales con las que interpretamos el mundo, los marcos de referencia con los que intentamos darle sentido a los fenómenos sociales, políticos y culturales. Si nos aferramos a lentes obsoletos, vemos la realidad de manera distorsionada; en cambio, si nos atrevemos a cambiarlos, descubrimos horizontes más amplios y posibilidades de transformación. Como afirma Paulo Freire (1970), la educación auténtica no consiste solo en transmitir información, sino en “leer el mundo” antes que leer la palabra, es decir, en desarrollar la capacidad crítica para interpretar la realidad en su complejidad.

La metáfora de los “lentes de mayor alcance” también me condujo a comprender que los momentos históricos nunca son estáticos: están en constante transformación, y con ellos deben transformarse también nuestros esquemas de pensamiento. Karl Marx (2008), en el prólogo a su Contribución a la crítica de la economía política, recordaba que los hombres hacen su historia, pero no en circunstancias que ellos mismos eligen, sino bajo condiciones determinadas que cambian constantemente.

Por eso, insistir en interpretar el presente con categorías del pasado conduce a errores graves, tanto en la política como en la vida cotidiana. En el caso de El Salvador, por ejemplo, los lentes ideológicos de los años 80, marcados por la polarización de la guerra civil, ya no sirven para comprender las demandas de una juventud que creció en un mundo digitalizado, ni para leer los desafíos que impone la globalización.

La importancia de renovar nuestra mirada radica también en la necesidad de distinguir entre el fenómeno y la esencia, entre lo aparente y lo estructural. Karel Kosík (1967) en Dialéctica de lo concreto planteaba que la vida social no puede reducirse a lo que aparece en la superficie, sino que exige penetrar en sus raíces para descubrir lo esencial. Leer con lentes de mayor alcance significa precisamente eso: no quedarse en la noticia como simple dato, sino descifrar sus causas, sus conexiones ocultas y sus implicaciones futuras. De lo contrario, terminamos como consumidores pasivos de información, incapaces de comprender y transformar nuestro entorno.

Ahora bien, esta necesidad de nuevos lentes no se limita al campo académico. La política, la educación y la ciudadanía en general requieren con urgencia marcos de interpretación más profundos y actualizados. Byung-Chul Han (2014) ha advertido que vivimos en una sociedad del enjambre, donde la digitalización y la hiperconectividad han cambiado radicalmente las formas de poder y de comunicación. Pretender interpretar la política actual con categorías del siglo pasado es tan inútil como intentar observar el cosmos con un catalejo medieval.

 La oposición salvadoreña, por ejemplo, sigue utilizando las consignas de hace cuarenta años, ignorando que las realidades del presente son otras: una diáspora más crítica, una juventud que exige oportunidades, una ciudadanía cansada de discursos vacíos.

De allí que la tesis central de este ensayo sea clara: cada época histórica exige nuevos lentes para leer la realidad, y esta renovación no es opcional, sino necesaria. La educación debe formar ciudadanos capaces de fabricar sus propios lentes críticos; la política debe abandonar marcos oxidados para responder a los desafíos actuales; y la ciudadanía debe aprender a desconfiar de las visiones distorsionadas que los medios y las redes sociales intentan imponer. Solo así podremos comprender la complejidad del presente y construir un futuro más justo.

El ensayo se estructura en varios apartados. En primer lugar, se profundizará en la metáfora de los lentes como recurso pedagógico para el pensamiento crítico. Luego se abordará la necesidad de pasar del fenómeno a la esencia en la lectura histórica. Posteriormente, se analizará el papel de la educación como proceso de cambio de lentes, seguido de un examen crítico de los lentes oxidados de la oposición política salvadoreña. Finalmente, se reflexionará sobre el reto ciudadano de construir nuevos lentes colectivos. La conclusión y la reflexión final cerrarán el análisis, destacando la vigencia de aquella lección universitaria que, con los años, se convirtió en brújula de vida: cambiar de lentes es imprescindible para comprender y transformar la realidad.

1. LA METÁFORA DE LOS LENTES COMO RECURSO PEDAGÓGICO

La metáfora de los lentes es uno de los recursos más potentes para comprender cómo los seres humanos interpretamos la realidad. Los lentes no solo sirven para enfocar mejor la visión física; también representan los marcos de referencia, las categorías conceptuales y los paradigmas que utilizamos para darle sentido al mundo. En ese sentido, cuando mi profesor universitario nos exigió leer la noticia con “lentes de mayor alcance”, no se refería a un simple acto de percepción visual, sino a la necesidad de ampliar nuestro horizonte crítico, de no quedarnos con la superficie, sino de profundizar en los significados ocultos y en las conexiones invisibles de los fenómenos sociales.

La educación, en su sentido más profundo, siempre ha estado vinculada a la capacidad de dotar a los estudiantes de lentes nuevos y más amplios. Paulo Freire (1970) sostiene que “la lectura crítica del mundo precede a la lectura de la palabra” (p. 35), lo que implica que la verdadera tarea del educador no es repetir mecánicamente contenidos, sino ayudar al estudiante a interpretar su contexto. La metáfora de los lentes, por tanto, se convierte en una pedagogía que invita a pensar, cuestionar y transformar.

Asimismo, la metáfora de los lentes nos recuerda que todo ser humano interpreta la realidad desde un marco cultural e ideológico determinado. Ninguna mirada es neutra; todas están condicionadas por valores, creencias y experiencias. Brookfield (2012) señala que el pensamiento crítico implica reconocer los supuestos que guían nuestra visión, cuestionarlos y, si es necesario, reemplazarlos por otros más adecuados. Dicho de otro modo, educar en el pensamiento crítico es enseñar a los estudiantes a fabricar y renovar sus propios lentes constantemente.

Un ejemplo ilustrativo lo encontramos en el campo de la historia. Durante mucho tiempo, la historia oficial en El Salvador fue narrada desde lentes que favorecían a los grupos de poder, invisibilizando las luchas de campesinos, mujeres y comunidades indígenas. Solo cuando investigadores críticos se atrevieron a cambiar esos lentes, aparecieron nuevas interpretaciones más justas y completas. Algo similar ocurre en la política contemporánea: quienes se niegan a cambiar de lentes terminan interpretando el presente con esquemas oxidados que ya no responden a las demandas actuales.

Por otro lado, es importante destacar que los lentes de los que hablamos no son definitivos ni eternos; son instrumentos transitorios que deben renovarse a medida que cambian las circunstancias históricas. Thomas Kuhn (1962/2006), en La estructura de las revoluciones científicas, explicó que los paradigmas científicos funcionan como lentes que permiten ver ciertos aspectos de la realidad, pero que con el tiempo se desgastan y deben ser reemplazados por nuevos paradigmas que expliquen mejor los fenómenos. Este razonamiento puede aplicarse también al ámbito social: los lentes ideológicos que en algún momento ayudaron a comprender la realidad pueden volverse un obstáculo si se mantienen sin revisión crítica.

La metáfora de los lentes, entendida así, no es un recurso retórico vacío, sino una invitación permanente a la renovación intelectual. Es una advertencia contra la comodidad de interpretar la realidad con esquemas prestados, heredados o impuestos. La verdadera autonomía del pensamiento se alcanza cuando somos capaces de examinar nuestros propios lentes, identificar sus limitaciones y, si es necesario, reemplazarlos por otros que nos permitan ver más lejos y con mayor claridad. Como afirma Kant (1784/2003), la ilustración consiste en salir de la minoría de edad, lo que significa atreverse a pensar por cuenta propia.

En el contexto educativo, esta metáfora debe convertirse en un principio pedagógico central. No basta con que el estudiante aprenda a leer y escribir; debe aprender a “leer con lentes críticos”, es decir, a identificar las ideologías detrás de las noticias, a cuestionar las narrativas oficiales, a sospechar de las verdades absolutas. Solo así la educación podrá cumplir con su misión transformadora.

En síntesis, la metáfora de los lentes como recurso pedagógico encierra una enseñanza de enorme vigencia: educar no es transmitir lentes fijos, sino formar personas capaces de cambiarlos cuando la realidad lo exija. De esa capacidad depende, en buena medida, la posibilidad de construir una ciudadanía crítica, consciente y comprometida con la transformación social.

2. DEL FENÓMENO A LA ESENCIA: LA LECTURA HISTÓRICA

Una de las lecciones más valiosas que aprendí con el paso de los años es que no basta con mirar la superficie de los hechos; es necesario escarbar más hondo, pasar del fenómeno a la esencia. Los lentes de mayor alcance, de los que hablaba mi profesor, tienen precisamente esa función: ir más allá de la apariencia inmediata para descubrir las estructuras profundas que sostienen la realidad. Como afirma Karel Kosík (1967), lo concreto no se agota en lo que se percibe sensorialmente, sino que exige ser pensado en su complejidad, como unidad de múltiples determinaciones. Dicho de otro modo, la vida social es siempre más profunda que las noticias que aparecen en la portada de un periódico o en un titular de televisión.

La historia de El Salvador es un ejemplo claro de cómo las apariencias engañan si no se leen con lentes críticos. Durante la guerra civil (1980–1992), el fenómeno inmediato era la violencia armada, los combates, los desplazamientos y las masacres.

Sin embargo, la esencia del conflicto no estaba en la confrontación militar en sí misma, sino en las profundas desigualdades sociales, la concentración de la tierra y la exclusión de grandes mayorías. Mirar solo el fenómeno habría sido concluir que se trataba de un enfrentamiento entre dos bandos armados; mirar la esencia significaba entender que era un conflicto social e histórico incubado durante décadas de injusticia estructural.

Karl Marx (2008) insistía en que los hombres hacen su propia historia, pero bajo condiciones determinadas, heredadas del pasado. Comprender esas condiciones materiales es indispensable para no quedarse atrapado en las apariencias. La superficialidad política en El Salvador, tanto en la derecha como en la izquierda, ha sido justamente esa: interpretar los problemas actuales con los mismos lentes que usaban hace cuarenta años. Se habla todavía en categorías de “revolución” y “contrainsurgencia”, cuando la realidad actual está marcada por la globalización, la digitalización, la migración masiva y los desafíos climáticos. El fenómeno es distinto, y la esencia también.

Un ejemplo contemporáneo lo encontramos en la manera en que algunos sectores políticos interpretan la diáspora salvadoreña. Para muchos dirigentes tradicionales, el fenómeno visible es que la diáspora envía remesas y constituye un voto potencial. Sin embargo, la esencia de la diáspora es mucho más profunda: representa un sujeto político y cultural que cuestiona el viejo orden, que demanda participación y que, gracias a la globalización digital, mantiene vínculos activos con la vida nacional.

Ver únicamente el fenómeno económico de las remesas es reducir la diáspora a un “cajero automático”; ver su esencia implica reconocerla como fuerza social con capacidad de incidir en las transformaciones del país.

La lectura histórica con lentes de mayor alcance exige, además, reconocer que las categorías del pasado se desgastan con el tiempo. Thomas Kuhn (2006) explicó que los paradigmas científicos funcionan hasta que dejan de explicar adecuadamente la realidad, momento en el cual surgen crisis que desembocan en revoluciones científicas. Algo similar ocurre en la sociedad: los marcos de interpretación política y social deben ser renovados porque, de lo contrario, se convierten en obstáculos para comprender lo nuevo. Seguir mirando el presente salvadoreño con los lentes de la Guerra Fría es tan absurdo como intentar entender la física cuántica con los principios de la mecánica aristotélica.

También es importante destacar que pasar del fenómeno a la esencia implica un esfuerzo crítico que no siempre es cómodo. Requiere cuestionar discursos oficiales, desmontar narrativas ideológicas y enfrentar verdades incómodas. Por eso, muchos prefieren quedarse en la superficie, porque es más sencillo consumir titulares que indagar en las causas profundas. Sin embargo, la tarea intelectual —y también ética— de una ciudadanía consciente es no conformarse con lo aparente. Como señala Kosík (1967), lo aparente no es falso en sí mismo, pero es insuficiente; solo al penetrar en lo esencial se puede comprender la verdad del fenómeno.

En la actualidad, este desafío es aún mayor debido a la avalancha informativa y a las fake news que circulan en redes sociales. El fenómeno es la inmediatez del dato, la imagen viral o el rumor. La esencia, en cambio, está en entender quién produce esa información, con qué intereses y qué efectos busca generar en la opinión pública. Byung-Chul Han (2014) advierte que vivimos en la sociedad de la transparencia, donde la sobreexposición de datos puede ocultar más de lo que revela. Sin lentes críticos, la ciudadanía queda atrapada en la superficie, incapaz de distinguir entre apariencia y esencia.

En definitiva, pasar del fenómeno a la esencia es un ejercicio indispensable para interpretar la historia con responsabilidad. No se trata de negar lo aparente, sino de comprenderlo en su articulación con lo esencial. La política, la economía, la educación y la cultura salvadoreña necesitan urgentemente lentes que permitan hacer esa lectura profunda, porque solo así será posible salir de los círculos viciosos de la manipulación y abrir caminos hacia un futuro más justo. La enseñanza de Kosík y Marx sigue vigente: la esencia de la realidad no se revela espontáneamente; debe ser conquistada críticamente por quienes se niegan a conformarse con la superficie

3. LA EDUCACIÓN COMO PROCESO DE CAMBIO DE LENTES

Si en la vida personal los lentes representan la manera en que interpretamos la realidad, en la vida social la educación cumple el papel de ayudarnos a fabricarlos, ajustarlos y renovarlos. La misión más profunda de la educación no consiste en transmitir información acumulada, sino en formar personas capaces de pensar críticamente y de leer su tiempo histórico con lentes adecuados. Una sociedad que no invierte en este tipo de educación está condenada a repetir errores, porque sus ciudadanos terminan atrapados en visiones estrechas, en narrativas impuestas y en dogmas obsoletos.

Paulo Freire (1970) criticó lo que llamó la “educación bancaria”, aquella en la que los estudiantes son tratados como recipientes vacíos en los que el profesor deposita información. En este modelo, los lentes son impuestos desde fuera: el alumno no construye su mirada, sino que repite acríticamente la visión de otros. Por el contrario, Freire propuso una pedagogía dialógica y liberadora, donde los estudiantes se convierten en sujetos activos que aprenden a interpretar su mundo. Esa lectura crítica del contexto es, en esencia, un cambio de lentes: ya no se acepta la visión dominante, sino que se construye una mirada propia.

La educación, entonces, debe ser entendida como un proceso continuo de ajuste de lentes. Immanuel Kant (1784/2003) afirmaba que la ilustración es la salida del ser humano de su “minoría de edad”, es decir, de la incapacidad de pensar por sí mismo. Este llamado sigue siendo vigente: la escuela no puede limitarse a enseñar fórmulas, fechas o técnicas, sino que debe enseñar a pensar. Enseñar a pensar es enseñar a mirar la realidad desde distintas perspectivas, contrastar fuentes, reconocer supuestos y desmontar prejuicios. Dicho de otro modo, es enseñar a cambiar de lentes.

Este proceso no es sencillo, pues implica confrontar resistencias internas y externas. Internamente, los estudiantes suelen aferrarse a las certezas heredadas por su familia, su comunidad o los medios de comunicación. Externamente, existen sistemas de poder que buscan imponer lentes convenientes para sus propios intereses, como ocurre con los discursos políticos manipuladores o con la publicidad que transforma al ciudadano en simple consumidor. De allí que la tarea de la educación sea doble: formar en el pensamiento crítico y en la ética de la autonomía. Solo así se puede garantizar que los nuevos lentes no sean simples reemplazos impuestos, sino instrumentos de libertad intelectual.

La educación salvadoreña, sin embargo, ha estado marcada por limitaciones históricas. Durante décadas, el sistema se centró en la memorización y en la repetición mecánica, produciendo generaciones que sabían leer palabras, pero no interpretar el mundo. Este desfase explica, en parte, la vulnerabilidad de amplios sectores frente a discursos políticos demagógicos y frente a noticias falsas en la era digital. En lugar de enseñar a cuestionar, la escuela muchas veces reforzó la obediencia ciega. Esa práctica equivale a dar a los estudiantes lentes empañados, incapaces de ofrecer una visión clara de la realidad.

Hoy más que nunca, la educación debe asumir el reto de preparar a los jóvenes para enfrentar una sociedad saturada de información, donde abundan datos, pero escasea la comprensión. Como señala Brookfield (2012), el pensamiento crítico implica identificar supuestos, explorar perspectivas alternativas y tomar decisiones razonadas. Esto significa que cada estudiante debe aprender a reconocer los lentes que lleva puestos, examinar si aún son útiles y, si no lo son, tener la capacidad de cambiarlos. La educación se convierte así en un taller permanente de fabricación y renovación de lentes.

En este sentido, los docentes desempeñan un papel fundamental. Ellos no son meros transmisores de conocimiento, sino guías que ayudan a los estudiantes a descubrir nuevas formas de mirar. Al igual que el profesor que me enseñó aquella lección con los recortes de periódico, los buenos educadores no se conforman con que los alumnos repitan datos; los impulsan a mirar más allá, a preguntar por qué, a conectar el presente con la historia y a proyectar posibles futuros.

 Un maestro que enseña a cambiar de lentes forma ciudadanos libres, mientras que un maestro que impone sus propios lentes produce discípulos obedientes pero incapaces de pensar por sí mismos.

Por ello, la renovación de la educación salvadoreña debe orientarse hacia un modelo crítico y transformador. No se trata únicamente de mejorar infraestructuras o ampliar cobertura, sino de redefinir la misión misma de la escuela: ayudar a cada estudiante a convertirse en lector crítico de su tiempo. Solo así podremos construir una ciudadanía capaz de discernir entre apariencia y esencia, entre manipulación y verdad, entre discurso vacío y proyecto real. En palabras de Freire (1970), “la educación auténtica es praxis, reflexión y acción del hombre sobre el mundo para transformarlo” (p. 75). Y para transformar el mundo, lo primero es mirarlo con lentes

4. EL DESAFÍO POLÍTICO: LOS LENTES OXIDADOS DE LA OPOSICIÓN SALVADOREÑA

Si en la educación los lentes representan la capacidad de interpretar críticamente la realidad, en la política estos marcos de análisis se vuelven aún más cruciales, pues determinan el rumbo de las decisiones colectivas. El problema radica en que buena parte de la oposición política salvadoreña ha insistido en mantener puestos los mismos lentes que utilizó hace más de cuatro décadas, en tiempos de la guerra civil y la posguerra inmediata. Estos lentes oxidados, incapaces de enfocar el presente, han reducido su visión a un repertorio de consignas desgastadas, incapaces de responder a los desafíos del siglo XXI.

La historia política reciente muestra cómo partidos como ARENA y el FMLN quedaron atrapados en su propio pasado. Durante años construyeron su legitimidad sobre narrativas de guerra: unos, como defensores del orden frente a la insurgencia; otros, como héroes de la revolución frente al autoritarismo. Sin embargo, esos marcos de interpretación dejaron de ser funcionales en una sociedad que, tras los Acuerdos de Paz de 1992, comenzó a exigir soluciones concretas a problemas cotidianos: inseguridad, desempleo, educación deficiente y servicios públicos precarios. Como afirma Byung-Chul Han (2014), en la sociedad digital las estructuras de poder cambian aceleradamente, y quienes no actualizan su visión terminan marginados del nuevo orden.

La oposición salvadoreña ha sido incapaz de ponerse lentes nuevos porque su mirada sigue condicionada por los dogmas ideológicos del pasado. En sus discursos todavía resuenan conceptos como “neoliberalismo”, “oligarquía” o “pueblo revolucionario”, que, si bien tuvieron fuerza en los años ochenta, hoy resultan insuficientes para explicar la complejidad actual.

La juventud, por ejemplo, no se moviliza por consignas abstractas, sino por demandas muy concretas: acceso a empleos dignos, conectividad digital, oportunidades de formación y seguridad ciudadana. Interpretar estas demandas con lentes obsoletos solo conduce a la desconexión política.

Un ejemplo claro de esta miopía política es la forma en que los partidos tradicionales se relacionan con la diáspora salvadoreña. ARENA y el FMLN han reducido a los migrantes a fuentes de remesas o a potenciales votantes, pero han sido incapaces de reconocer su papel como actores políticos activos que cuestionan el viejo orden. Esta visión estrecha es resultado de lentes que solo enfocan el fenómeno económico, sin percibir la esencia social y cultural de la diáspora.

 De nuevo, se confirma lo señalado por Kosík (1967): lo aparente no es falso, pero sí insuficiente, y solo el análisis profundo revela la verdadera magnitud de un fenómeno.

Además, la oposición ha quedado atrapada en un juego retórico donde critica sistemáticamente todo lo que hace el actual gobierno, sin distinguir entre lo positivo y lo negativo.

 Esta actitud no es producto de un análisis crítico, sino de la incapacidad de ver con lentes renovados. En lugar de construir una alternativa seria, se limitan a reciclar los viejos discursos de oposición vacía. Como resultado, buena parte de la ciudadanía los percibe como irrelevantes. Kant (1784/2003) ya advertía que pensar por uno mismo es la esencia de la madurez intelectual; pero los partidos opositores parecen haber renunciado a este ejercicio, prefiriendo repetir marcos heredados antes que atreverse a formular una visión nueva.

El impacto de esta ceguera política es evidente: pérdida de credibilidad, desconexión con la población y, en última instancia, irrelevancia histórica. Cuando los actores políticos se niegan a cambiar de lentes, el pueblo lo hace en su lugar. La ciudadanía salvadoreña ha demostrado que no está dispuesta a seguir a ciegas a quienes insisten en imponerle una visión caduca. Como señala Einstein, “no podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos” (citado en Calaprice, 2011, p. 15). Este principio aplica con claridad al contexto salvadoreño: los problemas estructurales creados bajo las lógicas de los partidos tradicionales no pueden ser resueltos con las mismas categorías que los originaron.

La oposición, entonces, enfrenta un desafío existencial: renovar sus lentes o desaparecer. Renovar implica reconocer que el presente no es el pasado; que los ciudadanos de hoy tienen otros horizontes, otros medios de comunicación y otras expectativas. Significa aceptar que la política ya no se juega únicamente en mítines o en panfletos, sino también en plataformas digitales donde la información circula en tiempo real.

Como explica Han (2014), el poder actual se ejerce en forma de comunicación y transparencia, no únicamente en estructuras jerárquicas. Negarse a comprenderlo es un suicidio político.

En conclusión, los lentes oxidados de la oposición salvadoreña representan un ejemplo paradigmático de lo que ocurre cuando los actores sociales se niegan a renovar su mirada. Lejos de ser un simple problema de estrategia electoral, se trata de una incapacidad epistemológica: no saben interpretar la realidad actual porque insisten en mirarla con los ojos del pasado. El reto, si quieren sobrevivir como opción política, es asumir la valentía de cambiar de lentes, no por conveniencia táctica, sino por responsabilidad histórica.

5. LA CIUDADANÍA Y LOS NUEVOS LENTES COLECTIVOS

Si los partidos políticos se resisten a cambiar de lentes, corresponde a la ciudadanía la tarea de construir nuevas formas de ver la realidad. La política no se agota en los dirigentes ni en los discursos oficiales; se construye también en el día a día de la gente común, en sus experiencias, en sus demandas y en su capacidad de cuestionar lo establecido. La ciudadanía, en este sentido, es un sujeto colectivo que debe aprender a fabricarse lentes propios para interpretar el presente, más allá de las visiones limitadas que le ofrecen los actores tradicionales.

La globalización y la revolución digital han abierto un horizonte inédito para el ejercicio ciudadano. Hoy, gracias a las redes sociales y al acceso a múltiples fuentes de información, los salvadoreños tienen la posibilidad de contrastar discursos, verificar hechos y expresar públicamente sus demandas. Sin embargo, este escenario también trae consigo nuevos riesgos: la sobreabundancia de datos, la desinformación y las noticias falsas. En este contexto, la ciudadanía necesita lentes colectivos que no solo amplíen su visión, sino que le permitan filtrar, analizar y discernir. Como advierte Byung-Chul Han (2014), la sociedad digital del “enjambre” fragmenta la atención y dificulta la construcción de narrativas profundas; por eso, el ciudadano debe asumir el reto de leer más allá de lo inmediato.

Construir estos lentes colectivos implica, en primer lugar, superar la visión individualista. No se trata únicamente de que cada persona interprete la realidad desde su perspectiva privada, sino de que se genere una conciencia compartida, un marco común de interpretación que permita actuar de manera solidaria frente a los problemas nacionales. Paulo Freire (1970) subrayaba que la lectura crítica del mundo debía convertirse en praxis transformadora, es decir, en acción colectiva para cambiar la realidad. De poco sirve que un ciudadano se quite los lentes obsoletos si el resto permanece atrapado en visiones distorsionadas; la transformación solo ocurre cuando la mirada crítica se convierte en cultura social.

En el caso de El Salvador, la construcción de lentes colectivos es urgente para enfrentar problemas que superan al individuo: la violencia estructural, la migración forzada, la precariedad laboral y la degradación ambiental. Estos fenómenos no pueden ser comprendidos ni resueltos desde marcos personales aislados; requieren una lectura compartida que permita identificar causas comunes y articular soluciones colectivas. Karl Marx (2008) insistía en que las condiciones materiales de existencia moldean la conciencia social. Esto significa que, si la ciudadanía logra reconocer sus problemas estructurales como parte de una misma raíz, podrá generar una mirada colectiva capaz de impulsar cambios reales.

Un aspecto clave en esta tarea es el papel de la ética como lente moral. La ciudadanía no solo debe mirar más lejos y con mayor claridad, sino también con un horizonte de valores que guíe su acción. Sin ética, la mirada crítica puede convertirse en cinismo o en indiferencia. Kant (1784/2003) recordaba que la autonomía del pensamiento va acompañada de la responsabilidad moral; es decir, pensar por cuenta propia no significa actuar sin límites, sino construir un juicio que considere la dignidad humana como principio rector. En un país marcado por la corrupción política y el oportunismo, la ética ciudadana es el lente indispensable para no repetir los errores del pasado.

El ejemplo de la diáspora salvadoreña resulta revelador. Durante mucho tiempo fue reducida a un fenómeno económico de remesas; sin embargo, en los últimos años ha demostrado ser un sujeto político y cultural capaz de incidir en la vida nacional. La diáspora se ha fabricado sus propios lentes colectivos, a partir de la experiencia migratoria, del contacto con otros sistemas democráticos y de la necesidad de mantener vínculos con el país de origen. Sus críticas a la corrupción, su exigencia de transparencia y su participación en debates públicos son prueba de que la ciudadanía puede reinventar su mirada incluso desde la distancia.

Albert Einstein, citado por Calaprice (2011), afirmaba que “no podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que usamos cuando los creamos” (p. 15). Esta frase resume la urgencia del cambio de lentes ciudadanos. No basta con exigir nuevas políticas si la ciudadanía sigue interpretando la realidad con categorías caducas. Es necesario crear un pensamiento renovado, capaz de superar el conformismo y de construir un futuro común.

En definitiva, el reto de la ciudadanía salvadoreña no es menor: debe aprender a mirar colectivamente con lentes críticos, éticos y renovados. Solo así podrá contrarrestar las visiones distorsionadas que los partidos políticos obsoletos intentan imponer. La fuerza del cambio no radica únicamente en las instituciones, sino en la capacidad del pueblo de construir una mirada compartida que abra camino a nuevas formas de convivencia. Los lentes colectivos, entonces, no son una metáfora abstracta, sino una necesidad histórica para una nación que busca redefinir su rumbo.

CONCLUSIÓN

La metáfora de los “lentes de mayor alcance” que escuché en mis primeros años de universidad se ha convertido en una brújula vital para comprender no solo el proceso educativo, sino también la dinámica histórica y política de El Salvador. A lo largo de este ensayo hemos visto que cambiar de lentes significa asumir la necesidad de renovar nuestros marcos de análisis, de no quedarnos atrapados en las apariencias y de atrevernos a leer el mundo desde perspectivas críticas y actualizadas.

En el ámbito educativo, se demostró que la tarea fundamental de la escuela no es transmitir lentes prefabricados, sino enseñar a los estudiantes a fabricarse los suyos, a cuestionarlos y a renovarlos cuando sea necesario. Como planteaba Freire (1970), la educación debe ser un acto de liberación que conduzca a la lectura crítica del mundo. En la política, se puso de relieve cómo los partidos tradicionales salvadoreños, aferrados a los lentes de los años ochenta, se han vuelto incapaces de conectar con la ciudadanía, quedando atrapados en un discurso repetitivo y desconectado de la realidad actual. La ciudadanía, por su parte, enfrenta el reto de construir lentes colectivos que le permitan enfrentar fenómenos globales como la digitalización, la migración y la desinformación, sin perder de vista la ética como horizonte.

La lección es clara: cada momento histórico exige lentes nuevos. Interpretar el presente con las categorías del pasado no solo es inútil, sino peligroso, pues conduce a la ceguera ideológica y a la parálisis social. Cambiar de lentes implica abrir la mente a nuevas formas de comprender y actuar, y hacerlo con responsabilidad moral. Tal como advirtió Einstein (citado en Calaprice, 2011), no podemos resolver los problemas con el mismo pensamiento que los creó. Esta afirmación resume el núcleo de nuestra conclusión: si queremos transformar la realidad salvadoreña, debemos atrevernos a renovar nuestra manera de mirarla.

REFLEXIÓN FINAL

Volviendo a aquella escena universitaria, comprendo que lo que en ese momento parecía una frase enigmática era en realidad una invitación profunda a la vida crítica. El profesor no hablaba únicamente de una noticia en un periódico; hablaba de la manera en que debía aprender a mirar el mundo. Hoy reconozco que su enseñanza es más vigente que nunca. Vivimos en una época donde las apariencias se imponen a través de titulares virales, donde las redes sociales bombardean con información superficial y donde los discursos políticos buscan manipular emociones más que despertar la razón. Frente a esta realidad, ponerse lentes de mayor alcance es una obligación moral y ciudadana.

Renovar los lentes no es un acto aislado, sino un proceso permanente de cuestionamiento, aprendizaje y transformación. Implica reconocer que lo que ayer servía para interpretar el mundo, hoy puede ser insuficiente. Significa también comprender que la visión individual debe integrarse en una mirada colectiva, capaz de articular proyectos comunes para la nación. En el caso de El Salvador, cambiar de lentes es abandonar los discursos caducos de la guerra, rechazar la manipulación de partidos obsoletos y construir un horizonte de dignidad, justicia y desarrollo para todos.

La reflexión final es sencilla pero contundente: si no cambiamos de lentes, otros decidirán por nosotros qué ver y cómo verlo. Pero si tenemos el valor de pensar críticamente, de fabricar nuestros propios marcos de interpretación y de renovarlos cuando sea necesario, podremos leer la historia con claridad y construir un futuro más justo. Aquella metáfora, sembrada en un aula universitaria, se transforma hoy en un llamado a la acción: mirar más lejos, mirar más profundo y, sobre todo, mirar con dignidad.

REFERENCIAS GENERALES DEL ENSAYO

1.       Brookfield, S. (2012). Teaching for critical thinking. Jossey-Bass.

2.       Calaprice, A. (2011). The Ultimate Quotable Einstein. Princeton University Press.

3.       Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.

4.       Han, B.-C. (2014). En el enjambre. Herder.

5.       Kant, I. (2003). Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784). Alianza Editorial.

6.       Kosík, K. (1967). Dialéctica de lo concreto. Grijalbo.

7.       Kuhn, T. (2006). La estructura de las revoluciones científicas (1962). Fondo de Cultura Económica.

8.       Marx, K. (2008). Prólogo a la Contribución a la crítica de la economía política (1859). Siglo XXI Editores.

 

SAN SALVADOR, 9 DE SEPTIEMBRE DE 2025

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