“IGNORANCIA Y SOBERBIA: EL FALSO PODER DE QUIENES CREEN
SABERLO TODO”
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Desde hace bastante tiempo vengo escuchando una palabra
que, a cada instante, me retumba en el ánimo: ignorante. Es un término que
parece simple, pero cuyo peso simbólico y emocional es enorme. En el habla
cotidiana, esta palabra suele utilizarse como insulto, como arma de
descalificación, como un modo de colocar al otro en un lugar de inferioridad.
Alguien la pronuncia y de inmediato establece una jerarquía: quien habla se
coloca en la cúspide del saber, mientras que quien recibe el término es
arrastrado al foso de la carencia.
Sin embargo, la palabra encierra más paradojas de las que
parece. Cuando estudiaba Métodos de investigación científica en la universidad,
tuve en mis manos un texto que me marcó: La duda metódica de René Descartes.
Allí descubrí una afirmación perturbadora: somos más ignorantes que sabios. Esa
idea se amplió cuando leí a Albert Einstein, quien sostenía que todos somos
ignorantes, pero cada uno en diferentes campos del saber. El mismo Sócrates,
piedra angular de la filosofía occidental, nos dejó una de las frases más
revolucionarias en este sentido: “Yo solo sé que no sé nada”. Karl Popper,
siglos después, retomó esta misma visión y subrayó que reconocer la ignorancia
es el primer paso para avanzar en el conocimiento.
Entonces surge la pregunta: ¿por qué, si los grandes
pensadores hicieron de la ignorancia un motor de sabiduría, hoy se usa esta
palabra como descalificación brutal? ¿Acaso existen seres humanos que puedan
vanagloriarse de poseer un conocimiento absoluto? ¿No es, más bien, el insulto
“ignorante” la prueba más clara de que quien lo lanza desconoce la humildad del
saber?
Este comentario académico busca problematizar esa tensión
entre la ignorancia como condición humana y la ignorancia como insulto social.
Se parte de la premisa de que el término, más que una descalificación, debería
ser asumido como una oportunidad para reconocer nuestros límites y abrirnos al
aprendizaje colectivo.
1. LA IGNORANCIA COMO PUNTO DE PARTIDA
El filósofo René Descartes (1998), en Meditaciones metafísicas,
planteó la duda metódica como estrategia para alcanzar la certeza. Esta postura
parte del reconocimiento de que, más que poseedores de verdades absolutas,
somos seres que caminan sobre arenas movedizas de incertidumbre. En otras palabras, la ignorancia no es un
defecto que deba ocultarse, sino un punto de partida inevitable.
En el mismo sentido, Sócrates se hizo célebre por su
confesión: “Yo solo sé que no sé nada”. Esta frase, más que una expresión de
modestia, constituye una declaración filosófica radical. Para el filósofo
ateniense, la verdadera sabiduría comenzaba en el reconocimiento de la propia
ignorancia (Platón, 2006).
De manera semejante, Albert Einstein (citado en
Calaprice, 2005) expresó que todos somos ignorantes, pero en campos distintos.
Esta afirmación desmonta la arrogancia del especialista que cree dominarlo todo
y recuerda que el saber humano es parcial y fragmentario.
De este modo, reconocer nuestra ignorancia no es motivo
de vergüenza, sino condición indispensable para aprender. Negarlo, en cambio,
conduce a la soberbia del falso sabio.
2. EL ARMA SOCIAL DEL INSULTO
En la vida cotidiana, “ignorante” se usa como arma
arrojadiza. No designa simplemente la falta de un conocimiento específico, sino
que funciona como etiqueta de inferioridad. Quien la pronuncia coloca al otro
en el terreno de la incapacidad, de la torpeza, del atraso cultural.
En sociedades marcadas por desigualdades, este uso
adquiere un carácter elitista. El político, con títulos académicos y retórica
floridamente vacía, tilda de “ignorante” al pueblo, aunque él mismo ignore
principios elementales de ética y responsabilidad social. Los sectores
populares, en cambio, suelen ser depositarios de un saber práctico y cotidiano
que rara vez es reconocido por las élites. Como subraya Paulo Freire (2005), no
hay ignorancia absoluta ni sabiduría total: todos saben algo, todos ignoran
algo.
Así, el insulto “ignorante” revela más sobre la
arrogancia de quien lo profiere que sobre la persona a quien se dirige. Es un
reflejo de desprecio de clase y de miedo a la diversidad de saberes.
3. DESCARTES, SÓCRATES Y EINSTEIN: LA HUMILDAD COMO
SABIDURÍA
Los grandes referentes del pensamiento occidental
coincidieron en un punto: la humildad ante la ignorancia es la puerta de
entrada al conocimiento.
Descartes: Su duda metódica no era desconfianza
destructiva, sino una estrategia para construir sobre bases firmes. La
ignorancia es la condición inicial de la certeza (Descartes, 1998).
Sócrates: convirtió la ignorancia en virtud filosófica.
Su método mayéutico consistía en hacer preguntas, no en imponer respuestas
(Platón, 2006).
Einstein: Despojó al conocimiento de toda pretensión de
totalidad, recordando que el saber siempre es relativo al campo de especialización
(Calaprice, 2005).
Popper: Afirmó que el conocimiento humano avanza a través
de la falsación, es decir, al demostrar que una teoría es errónea. La ciencia
progresa porque reconoce su ignorancia y sus límites (Popper, 2002).
Estos pensadores nos recuerdan que no existe un saber
absoluto. Por ello, la verdadera ignorancia está en creer que uno lo sabe todo.
4. EL PELIGRO DE LOS “SABIONDOS”
El insulto “ignorante” suele ser la máscara de los
“sabiondos”: aquellos que, convencidos de poseer el monopolio del conocimiento,
descalifican sin piedad a los demás. Este tipo de actitud es peligrosa porque
clausura el diálogo y genera fanatismo.
En el terreno político abundan ejemplos. Analistas que se
autoproclaman “voz autorizada” para interpretar la realidad, pero cuya opinión
es solo la repetición de consignas partidarias. Académicos que desprecian a los
sectores populares por no manejar tecnicismos, pero que son incapaces de
comprender los saberes cotidianos de la vida comunitaria.
Como advierte Popper (2002), el mayor peligro de una
sociedad no está en la ignorancia reconocida, sino en la arrogancia intelectual
de quienes creen poseer verdades incuestionables.
5. LA IGNORANCIA COMPARTIDA Y LA SABIDURÍA COLECTIVA
Aceptar que todos somos ignorantes en algo implica
reconocer la interdependencia humana. Nadie puede abarcar todo el conocimiento.
El médico necesita del agricultor, el ingeniero del artesano, el filósofo del
ciudadano que pone en práctica sus reflexiones.
Freire (2005) insistía en que la educación debía ser un
proceso de diálogo horizontal, en el que todos enseñan y todos aprenden. La
ignorancia compartida abre la posibilidad de una sabiduría colectiva que trasciende
los límites individuales.
Por ello, el término “ignorante” debería ser resignificado: no como insulto que rebaja, sino como recordatorio de que siempre tenemos algo nuevo por aprender.
CONCLUSIÓN
Llamar a alguien “ignorante” como insulto constituye un
acto de soberbia y un desconocimiento de la condición humana. La filosofía y la
ciencia nos muestran que la ignorancia es un punto de partida, no un estigma.
Descartes, Sócrates, Einstein y Popper nos recordaron que el conocimiento solo
avanza en la medida en que reconocemos nuestras limitaciones.
Quien presume de saberlo todo, en realidad demuestra su
mayor ignorancia. En cambio, quien reconoce lo que no sabe abre la puerta al
aprendizaje, al diálogo y a la construcción colectiva de saberes.
REFLEXIÓN FINAL
El verdadero peligro de la ignorancia no está en
admitirla, sino en negarla. La humanidad necesita menos “sabiondos” y más
aprendices. Menos insultos y más preguntas. Menos soberbia y más humildad.
Cuando alguien nos llama “ignorantes”, en vez de
sentirnos derrotados, deberíamos asumirlo como un recordatorio de que somos
seres inacabados, siempre en camino. La ignorancia, lejos de ser un defecto, es
la chispa que enciende la curiosidad, el motor que impulsa la búsqueda, el
espejo que nos humaniza.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS.
1. Calaprice, A. (2005). The new quotable Einstein.
Princeton University Press.
2. Descartes, R. (1998). Meditaciones metafísicas. Ediciones Alfaguara.
3. Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido. Siglo XXI Editores.
4. Platón.
(2006). Apología de Sócrates. Editorial Gredos.
5. Popper, K.
(2002). La lógica de la investigación científica. Tecnos.
SAN SALVADOR, 22 DE AGOSTO DE 2025
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