ENSAYO: LA EDUCACIÓN COMO CAMINO
HACIA LA DIGNIDAD Y LA LIBERTAD HUMANA
POR: MSc. JOSÉ
ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
A lo largo de la historia, la humanidad ha concebido la
educación como un proceso esencial para el desarrollo de las personas y de las
sociedades. Desde los griegos hasta los pedagogos contemporáneos, se ha
insistido en que educar no significa solo transmitir conocimientos técnicos o
instrumentales, sino cultivar en el ser humano aquello que lo hace digno: su
capacidad de pensar, reflexionar, decidir y convivir. Como afirmaba Immanuel
Kant (1991), “el hombre solo llega a ser hombre por la educación”, es decir,
que su esencia no se reduce a la biología, sino que se perfecciona mediante el
aprendizaje. En este sentido, la educación debe conducirnos hacia el
conocimiento de nuestra dignidad humana, entendida como la unidad indivisible
del individuo, aquello que no se puede fragmentar ni cosificar, pero también
debe inspirarnos a respetar la dignidad de los demás.
No basta, sin embargo, con reconocer la propia dignidad.
Una auténtica educación debe ser también el puente hacia la libertad
responsable. No se trata de una libertad abstracta, sino de una praxis que se
ejerce en la vida cotidiana, en la relación con los demás y en la toma de
decisiones que construyen un proyecto vital. Paulo Freire (1970/2005) señalaba
que “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan
entre sí mediatizados por el mundo”. Esto significa que la educación no puede
ser un proceso individualista, sino colectivo, crítico y liberador.
La educación como camino hacia la dignidad y la libertad
exige, entonces, una reflexión crítica sobre el sistema educativo, sus
prácticas, sus límites y sus posibilidades. En este ensayo se planteará que la
educación debe cumplir tres funciones esenciales: cultivar la conciencia de la
dignidad humana, promover el respeto activo hacia los otros y formar ciudadanos
libres capaces de ejercer responsablemente su autonomía.
I. LA DIGNIDAD HUMANA COMO FUNDAMENTO DE LA EDUCACIÓN
La dignidad humana ha sido reconocida como un principio
inalienable en la filosofía, el derecho y la ética contemporánea. Kant (1991)
la definió como el valor absoluto del ser humano, que nunca debe ser tratado
como un medio, sino como un fin en sí mismo.
Desde esta
perspectiva, la educación tiene la tarea fundamental de despertar en cada
persona la conciencia de que posee una dignidad intrínseca que no depende de su
origen social, su capacidad económica ni su nivel académico.
El problema, sin embargo, es que muchos sistemas
educativos han reducido la dignidad a un discurso abstracto. Se proclama en las
constituciones y en los manuales, pero rara vez se cultiva de manera práctica.
En las aulas se privilegia la memorización sobre la reflexión, la competencia
sobre la cooperación y la utilidad sobre el sentido humano (Nussbaum, 2010).
Este enfoque tecnocrático ha llevado a una educación que
forma trabajadores eficientes, pero no necesariamente ciudadanos conscientes de
su valor y del valor de los demás.
Por ello, una educación humanista debe volver a situar la
dignidad en el centro del proceso formativo. Esto implica que el estudiante no
es visto como un número, un expediente o un recurso humano, sino como una
persona completa que requiere atención integral: intelectual, ética, emocional y
social.
II. EDUCAR PARA RECONOCER Y RESPETAR LA DIGNIDAD DE LOS
DEMÁS
La dignidad humana no puede entenderse como un patrimonio
individual aislado, sino como una condición que exige el reconocimiento mutuo.
Hannah Arendt (1996) advertía que el ser humano solo se realiza plenamente en
el espacio público, es decir, en la interacción con los demás. De ahí que
educar para la dignidad suponga también educar para el respeto activo hacia el
otro.
Hoy, más que nunca, esta dimensión relacional resulta
urgente. La globalización, el avance tecnológico y la multiplicidad de culturas
han generado sociedades plurales y complejas. Sin embargo, también han
incrementado las tensiones: discriminación, exclusión social, violencia y
discursos de odio. Si la educación no prepara a los jóvenes para convivir en la
diversidad, se corre el riesgo de formar individuos que conocen su propia
dignidad, pero no saben reconocer ni respetar la ajena.
En este sentido, Martha Nussbaum (2010) defiende la
necesidad de una educación para la ciudadanía global, capaz de despertar la
empatía, el diálogo intercultural y la cooperación solidaria. Una escuela que
enseña matemáticas y ciencias, pero no fomenta el respeto mutuo, fracasa en su
misión más profunda.
III. LA
EDUCACIÓN COMO CAMINO HACIA LA LIBERTAD RESPONSABLE
El otro gran pilar de la educación es la libertad. Sin
embargo, la libertad no puede entenderse como un simple hacer lo que se quiere,
sino como la capacidad de elegir el bien, de orientar la propia vida hacia un
proyecto con sentido. Aristóteles (2007) señalaba que la verdadera libertad
radica en el dominio de sí mismo, en la capacidad de gobernarse racionalmente.
La educación, entonces, debe preparar a las personas para
ejercer esta libertad responsable. No se trata de liberar sin rumbo, sino de
cultivar un pensamiento crítico que permita cuestionar las estructuras de
poder, las ideologías opresoras y las manipulaciones del mercado o de la
política. En palabras de Freire (1970/2005), educar es “práctica de la
libertad”, lo que implica que el estudiante debe ser sujeto activo de su
aprendizaje, no mero receptor pasivo.
En la actualidad, sin embargo, la libertad educativa se
ve amenazada por dos extremos: de un lado, los sistemas autoritarios que buscan
adoctrinar y uniformar; de otro, los modelos neoliberales que reducen la
libertad a la lógica del consumo y la competencia. Una educación emancipadora
debe encontrar un equilibrio: formar individuos libres, pero comprometidos con
el bien común.
IV. CRÍTICA AL MODELO EDUCATIVO INSTRUMENTAL
Uno de los grandes obstáculos para que la educación
conduzca a la dignidad y la libertad es su creciente subordinación al mercado.
Como advierte Bauman (2005), vivimos en una sociedad de consumo donde incluso
la educación se convierte en mercancía: se compra, se vende y se mide en términos
de rentabilidad económica.
Este modelo instrumental ha desplazado la misión
humanista de la educación. Los currículos se diseñan en función de las
necesidades del mercado laboral, relegando materias como filosofía, historia,
literatura o artes, consideradas “inútiles”. Sin embargo, estas disciplinas son
esenciales para reflexionar sobre la dignidad, la libertad y la condición
humana.
La crítica no es una negación de la utilidad, sino un
llamado a equilibrar. Necesitamos ingenieros, médicos y científicos, pero
también ciudadanos capaces de pensar críticamente, de dialogar, de respetar y
de construir un mundo más justo. Una educación exclusivamente instrumental
produce técnicos competentes, pero no necesariamente personas dignas ni libres.
V. PROPUESTAS PARA UNA EDUCACIÓN HUMANISTA Y LIBERADORA
Frente a estos desafíos, es urgente replantear el rumbo
de la educación. Algunas propuestas son:
Incorporar la ética y los derechos humanos como ejes
transversales de todos los niveles educativos.
Fomentar el pensamiento crítico y la reflexión
filosófica, no como asignaturas marginales, sino como fundamentos de la
formación.
Impulsar metodologías participativas, donde los
estudiantes se reconozcan como sujetos activos y responsables.
Revalorizar la educación artística y humanística, que
cultiva la sensibilidad y la empatía.
Promover la educación para la ciudadanía global, que
prepare para convivir en la diversidad y en la interdependencia mundial.
Estas propuestas no buscan negar la dimensión técnica o
científica de la educación, sino integrarla en un horizonte más amplio: formar
seres humanos conscientes de su dignidad, respetuosos de los demás y libres
para ejercer responsablemente su autonomía.
CONCLUSIÓN
La educación no puede reducirse a un simple mecanismo de
transmisión de conocimientos ni a una estrategia para la competitividad
económica. Su misión más profunda es formar seres humanos plenos, conscientes
de su dignidad y capaces de vivir en libertad responsable. Si la educación falla
en esto, habrá fracasado en su sentido más esencial, aunque logre altos
indicadores de productividad o eficiencia.
Kant, Arendt, Freire, Nussbaum y otros pensadores nos
recuerdan que educar es un acto profundamente ético y político. La verdadera
educación no adoctrina ni domestica, sino que libera; no impone, sino que
despierta; no fragmenta, sino que reconoce la unidad indivisible de la persona.
REFLEXIÓN FINAL
En un mundo marcado por la violencia, la desigualdad y la
manipulación ideológica, la educación se convierte en un terreno de resistencia
y esperanza. Apostar por una educación que conduzca a la dignidad y la libertad
es apostar por un futuro distinto, donde cada persona pueda reconocerse como un
ser irrepetible y, al mismo tiempo, como parte de una humanidad compartida.
Educar, en última instancia, es enseñar a ser libres sin
destruir la libertad de los demás, es formar conciencias críticas capaces de
resistir la tentación del poder y del consumo desmedido, es sembrar la
convicción de que toda vida humana tiene un valor absoluto que merece respeto.
La educación, entonces, no es un lujo ni un servicio más: es el camino hacia la
humanización plena.
REFERENCIAS
BIBLIOGRÁFICAS.
1. Arendt,
H. (1996). La condición humana. Paidós.
2.
Aristóteles.
(2007). Política. Alianza Editorial.
3.
Bauman,
Z. (2005). Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica.
4.
Freire,
P. (2005). Pedagogía del oprimido (30.ª ed.). Siglo XXI. (Trabajo original
publicado en 1970).
5.
Kant,
I. (1991). Pedagogía. Akal.
6.
Nussbaum,
M. (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las
humanidades. Katz Editores.
SAN SALVADOR, 30 DE AGOSTO DE 2025
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