sábado, 30 de agosto de 2025

 

                    ENSAYO: LA EDUCACIÓN COMO CAMINO HACIA LA DIGNIDAD Y LA LIBERTAD HUMANA

 POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

A lo largo de la historia, la humanidad ha concebido la educación como un proceso esencial para el desarrollo de las personas y de las sociedades. Desde los griegos hasta los pedagogos contemporáneos, se ha insistido en que educar no significa solo transmitir conocimientos técnicos o instrumentales, sino cultivar en el ser humano aquello que lo hace digno: su capacidad de pensar, reflexionar, decidir y convivir. Como afirmaba Immanuel Kant (1991), “el hombre solo llega a ser hombre por la educación”, es decir, que su esencia no se reduce a la biología, sino que se perfecciona mediante el aprendizaje. En este sentido, la educación debe conducirnos hacia el conocimiento de nuestra dignidad humana, entendida como la unidad indivisible del individuo, aquello que no se puede fragmentar ni cosificar, pero también debe inspirarnos a respetar la dignidad de los demás.

No basta, sin embargo, con reconocer la propia dignidad. Una auténtica educación debe ser también el puente hacia la libertad responsable. No se trata de una libertad abstracta, sino de una praxis que se ejerce en la vida cotidiana, en la relación con los demás y en la toma de decisiones que construyen un proyecto vital. Paulo Freire (1970/2005) señalaba que “nadie educa a nadie, nadie se educa a sí mismo, los hombres se educan entre sí mediatizados por el mundo”. Esto significa que la educación no puede ser un proceso individualista, sino colectivo, crítico y liberador.

La educación como camino hacia la dignidad y la libertad exige, entonces, una reflexión crítica sobre el sistema educativo, sus prácticas, sus límites y sus posibilidades. En este ensayo se planteará que la educación debe cumplir tres funciones esenciales: cultivar la conciencia de la dignidad humana, promover el respeto activo hacia los otros y formar ciudadanos libres capaces de ejercer responsablemente su autonomía.

I. LA DIGNIDAD HUMANA COMO FUNDAMENTO DE LA EDUCACIÓN

La dignidad humana ha sido reconocida como un principio inalienable en la filosofía, el derecho y la ética contemporánea. Kant (1991) la definió como el valor absoluto del ser humano, que nunca debe ser tratado como un medio, sino como un fin en sí mismo.

 Desde esta perspectiva, la educación tiene la tarea fundamental de despertar en cada persona la conciencia de que posee una dignidad intrínseca que no depende de su origen social, su capacidad económica ni su nivel académico.

El problema, sin embargo, es que muchos sistemas educativos han reducido la dignidad a un discurso abstracto. Se proclama en las constituciones y en los manuales, pero rara vez se cultiva de manera práctica. En las aulas se privilegia la memorización sobre la reflexión, la competencia sobre la cooperación y la utilidad sobre el sentido humano (Nussbaum, 2010).

Este enfoque tecnocrático ha llevado a una educación que forma trabajadores eficientes, pero no necesariamente ciudadanos conscientes de su valor y del valor de los demás.

Por ello, una educación humanista debe volver a situar la dignidad en el centro del proceso formativo. Esto implica que el estudiante no es visto como un número, un expediente o un recurso humano, sino como una persona completa que requiere atención integral: intelectual, ética, emocional y social.

II. EDUCAR PARA RECONOCER Y RESPETAR LA DIGNIDAD DE LOS DEMÁS

La dignidad humana no puede entenderse como un patrimonio individual aislado, sino como una condición que exige el reconocimiento mutuo. Hannah Arendt (1996) advertía que el ser humano solo se realiza plenamente en el espacio público, es decir, en la interacción con los demás. De ahí que educar para la dignidad suponga también educar para el respeto activo hacia el otro.

Hoy, más que nunca, esta dimensión relacional resulta urgente. La globalización, el avance tecnológico y la multiplicidad de culturas han generado sociedades plurales y complejas. Sin embargo, también han incrementado las tensiones: discriminación, exclusión social, violencia y discursos de odio. Si la educación no prepara a los jóvenes para convivir en la diversidad, se corre el riesgo de formar individuos que conocen su propia dignidad, pero no saben reconocer ni respetar la ajena.

En este sentido, Martha Nussbaum (2010) defiende la necesidad de una educación para la ciudadanía global, capaz de despertar la empatía, el diálogo intercultural y la cooperación solidaria. Una escuela que enseña matemáticas y ciencias, pero no fomenta el respeto mutuo, fracasa en su misión más profunda.

III. LA EDUCACIÓN COMO CAMINO HACIA LA LIBERTAD RESPONSABLE

El otro gran pilar de la educación es la libertad. Sin embargo, la libertad no puede entenderse como un simple hacer lo que se quiere, sino como la capacidad de elegir el bien, de orientar la propia vida hacia un proyecto con sentido. Aristóteles (2007) señalaba que la verdadera libertad radica en el dominio de sí mismo, en la capacidad de gobernarse racionalmente.

La educación, entonces, debe preparar a las personas para ejercer esta libertad responsable. No se trata de liberar sin rumbo, sino de cultivar un pensamiento crítico que permita cuestionar las estructuras de poder, las ideologías opresoras y las manipulaciones del mercado o de la política. En palabras de Freire (1970/2005), educar es “práctica de la libertad”, lo que implica que el estudiante debe ser sujeto activo de su aprendizaje, no mero receptor pasivo.

En la actualidad, sin embargo, la libertad educativa se ve amenazada por dos extremos: de un lado, los sistemas autoritarios que buscan adoctrinar y uniformar; de otro, los modelos neoliberales que reducen la libertad a la lógica del consumo y la competencia. Una educación emancipadora debe encontrar un equilibrio: formar individuos libres, pero comprometidos con el bien común.

IV. CRÍTICA AL MODELO EDUCATIVO INSTRUMENTAL

Uno de los grandes obstáculos para que la educación conduzca a la dignidad y la libertad es su creciente subordinación al mercado. Como advierte Bauman (2005), vivimos en una sociedad de consumo donde incluso la educación se convierte en mercancía: se compra, se vende y se mide en términos de rentabilidad económica.

Este modelo instrumental ha desplazado la misión humanista de la educación. Los currículos se diseñan en función de las necesidades del mercado laboral, relegando materias como filosofía, historia, literatura o artes, consideradas “inútiles”. Sin embargo, estas disciplinas son esenciales para reflexionar sobre la dignidad, la libertad y la condición humana.

La crítica no es una negación de la utilidad, sino un llamado a equilibrar. Necesitamos ingenieros, médicos y científicos, pero también ciudadanos capaces de pensar críticamente, de dialogar, de respetar y de construir un mundo más justo. Una educación exclusivamente instrumental produce técnicos competentes, pero no necesariamente personas dignas ni libres.

V. PROPUESTAS PARA UNA EDUCACIÓN HUMANISTA Y LIBERADORA

Frente a estos desafíos, es urgente replantear el rumbo de la educación. Algunas propuestas son:

Incorporar la ética y los derechos humanos como ejes transversales de todos los niveles educativos.

Fomentar el pensamiento crítico y la reflexión filosófica, no como asignaturas marginales, sino como fundamentos de la formación.

Impulsar metodologías participativas, donde los estudiantes se reconozcan como sujetos activos y responsables.

Revalorizar la educación artística y humanística, que cultiva la sensibilidad y la empatía.

Promover la educación para la ciudadanía global, que prepare para convivir en la diversidad y en la interdependencia mundial.

Estas propuestas no buscan negar la dimensión técnica o científica de la educación, sino integrarla en un horizonte más amplio: formar seres humanos conscientes de su dignidad, respetuosos de los demás y libres para ejercer responsablemente su autonomía.

CONCLUSIÓN

La educación no puede reducirse a un simple mecanismo de transmisión de conocimientos ni a una estrategia para la competitividad económica. Su misión más profunda es formar seres humanos plenos, conscientes de su dignidad y capaces de vivir en libertad responsable. Si la educación falla en esto, habrá fracasado en su sentido más esencial, aunque logre altos indicadores de productividad o eficiencia.

Kant, Arendt, Freire, Nussbaum y otros pensadores nos recuerdan que educar es un acto profundamente ético y político. La verdadera educación no adoctrina ni domestica, sino que libera; no impone, sino que despierta; no fragmenta, sino que reconoce la unidad indivisible de la persona.

REFLEXIÓN FINAL

En un mundo marcado por la violencia, la desigualdad y la manipulación ideológica, la educación se convierte en un terreno de resistencia y esperanza. Apostar por una educación que conduzca a la dignidad y la libertad es apostar por un futuro distinto, donde cada persona pueda reconocerse como un ser irrepetible y, al mismo tiempo, como parte de una humanidad compartida.

Educar, en última instancia, es enseñar a ser libres sin destruir la libertad de los demás, es formar conciencias críticas capaces de resistir la tentación del poder y del consumo desmedido, es sembrar la convicción de que toda vida humana tiene un valor absoluto que merece respeto. La educación, entonces, no es un lujo ni un servicio más: es el camino hacia la humanización plena.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

1.              Arendt, H. (1996). La condición humana. Paidós.

2.       Aristóteles. (2007). Política. Alianza Editorial.

3.      Bauman, Z. (2005). Vida de consumo. Fondo de Cultura Económica.

4.      Freire, P. (2005). Pedagogía del oprimido (30.ª ed.). Siglo XXI. (Trabajo original publicado en 1970).

5.      Kant, I. (1991). Pedagogía. Akal.

6.      Nussbaum, M. (2010). Sin fines de lucro. Por qué la democracia necesita de las humanidades. Katz Editores.

 

 

 

SAN SALVADOR, 30 DE AGOSTO DE 2025

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