“CAMBIA TUS HOJAS, PERO MANTÉN TUS RAÍCES”
POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA
INTRODUCCIÓN
Victor Hugo escribió con lucidez: “Cambia tu opinión,
pero mantén tus principios". "Cambia tus hojas, pero mantén tus raíces”. Esta
frase no es una simple invitación al cambio superficial, sino una profunda
declaración de principios sobre la naturaleza del pensamiento humano. ¿Por qué
la sociedad insiste en criminalizar el cambio, si todo a nuestro alrededor se
transforma constantemente? ¿Por qué se nos exige una fidelidad ciega a ideas
antiguas, cuando la realidad ya las ha superado? Esta contradicción expone una
gran hipocresía colectiva: se celebra el progreso tecnológico, se aplauden los
avances científicos, pero se condena el cambio en las personas, en su forma de
pensar, de actuar y de entender el mundo.
El cambio es ley de vida. La naturaleza no se detiene, el
entorno evoluciona, las ciencias se revisan, las teorías se reformulan, la
educación se adapta, y hasta las estructuras sociales se reconfiguran.
Entonces, ¿por qué no habría de cambiar también el pensamiento individual?
Aferrarse a una idea por el simple hecho de haberla sostenido en el pasado no
es coherencia, es esclavitud mental. Hay quienes confunden lealtad con
inmovilidad, y principios con rigidez ideológica. Pero el pensamiento verdadero
es dinámico, autocrítico, en constante diálogo con la realidad. Ser fiel a uno
mismo no significa repetir siempre lo mismo, sino tener el coraje de evolucionar
sin vender el alma.
Victor Hugo, con la fuerza de su pensamiento visionario,
nos dejó una de esas frases que retumban en la conciencia: "Cambia tu opinión,
pero mantén tus principios". "Cambia tus hojas, pero mantén tus raíces". ¿Qué
quiso decir? Que evolucionar no es traicionarse. Que pensar diferente no es
rendirse. Que crecer no es desarraigarse, sino fortalecerse.
Sin embargo, vivimos en una sociedad que sospecha del
cambio. Que señala al que ya no piensa igual, al que cuestiona, al que se
atreve a dejar atrás ideas muertas o teorías oxidadas. Como si ser coherente
fuera sinónimo de ser estático. Como si la identidad personal se definiera por
repetir dogmas, y no por confrontarlos. ¿No es esa, acaso, la esencia misma del
pensamiento dialéctico? Contradicción, negación, superación. El cambio es vida.
Lo inmóvil, muerte.
Entonces, ¿por qué deberíamos mantenernos cautivos de
nuestras ideas si el mundo gira y se transforma a cada segundo? ¿Por qué
atarnos a creencias que ya no explican nada, a modelos que ya no funcionan, a
certezas que ya no responden? Las hojas caen en otoño, no porque el árbol
muera, sino porque se prepara para un nuevo ciclo. Así también nosotros.
Cambiar no es traicionar nuestras raíces, es hacerlas más profundas.
El mundo cambia, la naturaleza cambia, las ciencias
cambian, la educación se transforma, las teorías se revisan. ¿Y nosotros no?
¿Vamos a seguir defendiendo ideas viejas por miedo al juicio de los que no han
entendido la evolución? ¿Vamos a llamarle “principio” a lo que en realidad es
terquedad, cobardía o conveniencia?
Cambiar es un acto de inteligencia, de coraje y de
honestidad. Pero cambiar sin perder la raíz, sin soltar el valor, la justicia,
la dignidad, la compasión, eso es lo que nos hace verdaderamente humanos.
Cambiar sin traicionarse, ese es el verdadero arte. El
que no cambia se fosiliza. El que cambia todo el tiempo sin raíz, se dispersa.
Pero el que cambia con propósito, con conciencia y con raíz, ese es el que
transforma el mundo.
Entonces, no se extrañen si cambiamos. No se asombren si
dejamos atrás lo que ya no nos sirve. Más bien, pregúntense ustedes por qué
siguen siendo los mismos mientras todo a su alrededor está vivo y en
transformación. Porque tal vez el problema no es que algunos cambien, sino que
otros se han quedado dormidos mientras la historia avanza.
Cambiar es inevitable. Evolucionar, necesario.
Traicionarse, imperdonable. Y esa es la verdadera dialéctica del pensamiento.
CONCLUSIÓN
En este sentido, cambiar no es una traición, sino una
reafirmación del espíritu crítico. Cambiar no es debilidad, es fortaleza
intelectual. Pero el cambio auténtico no es oportunismo ni conveniencia; es el
fruto de una conciencia que observa, cuestiona y se atreve a dar el salto
cuando lo viejo ya no explica, no sirve, no dignifica. Lo trágico no es
cambiar, sino quedarse anclado a un pasado que ya no nos pertenece. Lo
peligroso no es dudar de nuestras ideas, sino convertirlas en dogmas
intocables.
El verdadero cambio es selectivo: conserva lo esencial y
desecha lo superfluo. Ese es el sentido de la metáfora de Hugo. Las hojas caen,
pero el árbol permanece. El pensamiento puede renovarse sin perder su raíz
moral. Lo que cambia es la forma, no el fondo. Lo que se adapta es el método,
no el compromiso con la verdad, la justicia, la libertad. De nada sirve repetir
consignas si ya no se ajustan al tiempo histórico. De nada sirve seguir
defendiendo una causa si ya fue absorbida por la corrupción o la incoherencia.
Más vale romper con las apariencias que seguir encadenado a la mentira.
REFLEXIÓN FINAL
El mundo cambia y nosotros con él, pero lo que no debe
cambiar es el compromiso con la dignidad, la honestidad intelectual y la
búsqueda del bien común. Quien cambia para salvarse del oportunismo o por
conveniencia política, traiciona sus raíces. Pero quien cambia porque ha
comprendido que hay un nivel más profundo de verdad, porque ha tenido el valor
de pensar por sí mismo, ese no ha traicionado nada: ha madurado. Lo
contradictorio no es cambiar, sino vivir fingiendo que seguimos creyendo lo que
ya no creemos.
La dialéctica del pensamiento no es una línea recta ni un
círculo vicioso, sino una espiral ascendente: cada cambio nos lleva más cerca
de la comprensión profunda de nosotros mismos y del mundo. Por eso, no hay que
temer al cambio, sino a la rigidez. No hay que temer a quienes se atreven a pensar
diferente, sino a quienes se acomodan para siempre en el pensamiento heredado.
En tiempos de confusión, el que cambia con conciencia y mantiene su raíz es un
acto revolucionario. Porque no todo cambio es traición, pero toda traición
comienza cuando dejamos de pensar.
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