La polémica acerca de sí la ciencia es o debe ser neutra o comprometida, que siempre se plantea en todos los niveles, incluso de académicos, en congresos y en múltiples circunstancias es una polémica simplemente farisaica. Si nada en la sociedad y en la vida humana es neutro sino que es político la ciencia no puede dejar de serlo.
A la escuela marxista se le acusa de ser ciencia comprometida y los marxistas no tienen ningún reparo – al contrario – en reconocerlo. El mismo Marx dijo que ya había pasado el tiempo de conocer la sociedad. Y de ahí en adelante lo que se tenía que hacer era cambiarla.
En cambio la escuela funcionalista se arroga el apelativo de neutra, y de tratar exclusivamente de entender y explicar la realidad social. El mismo Robert Merton, uno de sus mejores exponentes, hace ímprobos esfuerzos por demostrar que el funcionalismo no es ni radical ni conservador. Ya que no discute que el marxismo sea comprometido y político, la discusión se ha de centrar en la escuela funcionalista a la que ciertamente consideramos política y comprometida, no con el cambio de la sociedad, desde luego, sino con la conservación y defensa del sistema social vigente en el mundo capitalista, como el mejor posible.
Ante el hecho universal y constante de la desigualdad social, los funcionalistas concluyen que es funcional a la sociedad, y buscan explicaciones de acuerdo a sus principios: la sociedad tiene distintas necesidades que cubrir, escasean los talentos, unas exigen más capacitación y más sacrificios que otras, la sociedad tiene que estimular a los individuos para que desempeñen esas funciones, lo que implica expectativas gratificadoras desiguales, y se consolida la diferenciación, al percibir esas gratificaciones diferenciadas.
En un análisis sociológico más completo es preciso considerar dos aspectos de la realidad: el estático y el dinámico. El aspecto estático, en la estratificación social, es la constatación empírica de la desigualdad, la descripción de los diversos estratos diferenciados, y la ubicación de los individuos en el estrato correspondiente, utilizando criterios e indicadores precisos, por medio de un status ya asignado, ya sea adquirida. Pero también existe un aspecto dinámico en la estratificación: la movilidad social; y aquí es donde se introduce la ideología para traicionar la supuesta neutralidad de la ciencia.
La movilidad social es un elemento integrante, indispensable ciertamente, del análisis de la estratificación. Pero también es un elemento ideológico: como una especie de tranquilizante de la conciencia del sistema capitalista y desarrollado que trata de palear el hecho constatado de la desigualdad social, lo que está contradiciendo los grandes principios y declaraciones de ideales de igualdad y de justicia. Y entonces se presentan a la sociedad desarrollada, capitalista, como sociedades “abiertas”, con una alta tasa de densidad y velocidad en la movilidad social, ascendente por supuesto (De la descendente muy poco, o nada, se habla ni se investiga), en fin, se les presenta como ideales, las mejores, en las que todos tienen las mismas oportunidades, cualquiera puede alcanzar los estratos más altos (en lo económico, en lo político, en todo). Y se ideologiza, creando mitos y personajes, que han triunfado en cualquiera de los campos surgiendo de los estratos más íntimos; se les exalta y diviniza.
Se les construye estatuas y edificios, se les dedican calles y monumentos, se les da toda clase de honores y reconocimiento. Se presenta, pues la sociedad moderna capitalista y desarrollada, como una sociedad “ abierta”, no sólo como la mejor que cualquier otro sistema social (en la que el individuo no tiene las mismas posibilidades de ascenso, realización y triunfo), sino como una sociedad ideal, que no sólo habría que cambiar, sino que conservar.
Las falacias que una tal explicación encierra no es necesario describirlas para destruir el mito de la igualdad de oportunidades de triunfo, por las infinitas limitaciones empíricas que de hecho se dan en tales sociedades. Y frente a las contadas figuras que triunfan, se silencia la infinidad de individuos que fracasan, y es mayor aún de los que ven cerradas todas las puertas a las oportunidades teóricas para ascender aunque solo sea un escalón. Pero hay además otro elemento ideológico más sutil en todo este razonamiento, que es preciso develar, por sus implicaciones políticas conservadoras: el individualismo que se propugna en este planteamiento.
Se enaltece la movilidad social ascendente, pero del individuo. Todo el que se esfuerce, sea inteligente aproveche todas las oportunidades que la sociedad le facilita está llamado a triunfar. Los que no lo logran será por su culpa, porque son haraganes, viciosos, inconstantes, poco sacrificados, o incluso inferiores, por consiguiente, hay que exaltar el esfuerzo personal el sacrificio, la vivacidad, el tesón; y se enaltece a los que triunfaron precisamente por medio de estas virtudes que se elevan a la categoría de “ modelo”.
Es una filosofía del éxito, pero del éxito personal, no de grupo. Más aún, el grupo puede ser un obstáculo para el ascenso y puede encumbrar a ineptos que se aprovechen del esfuerzo de los capaces. Por lo tanto, hay que establecer un mecanismo que evite ese posible abuso, y se institucionaliza la competitividad como sistema, y la competencia como estrategia.
Hay que luchar contra los demás, para que prevalezca el más apto; los puestos elevados son limitados y sólo los más capaces y los más “vivos” llegarán a ellos, a costa de los cadáveres que van quedando en el camino y valdrán todas las tácticas: la lucha honesta, la zancadilla, la calumnia, el desprestigio, las malas jugadas, en fin, todo lo que sirva para encumbrarse sobre los demás y alcanzar el éxito. Pero como todos tienen las mismas oportunidades el sistema es bueno, y no debe ser cambiado.
Este espíritu es lo más antagónico al cambio verdadero, y divide las fuerzas que aunadas pudieran transformar el orden establecido. El individualismo es antagónico a la lucha colectiva y de clase e impide que se configure una conciencia social.
El individualismo es lo más alienante que haya podido imaginar para las víctimas de un sistema de injusticia y de competencia en el que solo los privilegiados tienen oportunidades y triunfan, aunque el mito y la ideologización se esfuercen por presentar otra imagen y de convencerlos de que su esfuerzo personal es la llave del éxito.
Todo este conjunto de características hace que el funcionalismo al menos para el caso que analizamos no sea “neutro “, sino profundamente político y conservador del “status quo”. Por un lado presenta la sociedad capitalista desarrollada como el ideal, debido a la movilidad que ofrece las mismas oportunidades a todos y propicia el triunfo de los capaces, por otro lado, fomenta el individualismo como sistema, suscita la competencia, divide la organización colectiva, disuelve el aglutinante solidario e impide la toma de conciencia colectiva y la organización aunada que pueda atentar contra la estabilidad del sistema general, una lucha de clases que lo destruya. No solamente no es neutro es profundamente político, perfectamente estructurado, y tan sutil en su racionalización que puede engañar a los analistas sinceros pero ingenuos.
Tomado de:
Segundo Montes. Sociología General
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