¿QUÉ SIGNIFICA EL GENOMA HUMANO PARA LOS SOCIALISTAS?
ALAN WOODS
Esta nueva forma de abordar la cuestión, estudiar sistemas de genes y no genes individuales, transformará la visión que hasta ahora tenían los biólogos del cuerpo humano. Es el equivalente a la tabla periódica de Mendeleyev en química o la hazaña de Watson y Crick hace 48 años, cuando por primera vez describieron la doble hélice de ADN. Como dice James Pierce, profesor de genética de la Universidad de Ciencias de Filadelfia, "antes teníamos que mirar a través del ojo de la cerradura, ahora la puerta está abierta".
Las posibilidades son inmensas. En la secuenciación han participado aproximadamente dos mil científicos de todo el mundo. La investigación ha estado a cargo de dos grupos diferentes: uno financiado por el gobierno estadounidense y el segundo, con base en Gran Bretaña, a cargo de Sanger Centre. Ambos grupos han llegado a la misma e inesperada conclusión: el número de genes que conforman el genoma humano es una cuarta parte inferior al resultado esperado. Uno de los equipos, dirigido por Craig Venter de la empresa Celera Genomics, encontró la existencia de 26.383 genes codificadores de proteínas y otros 12.731 genes hipotéticos. El otro equipo dijo que existen aproximadamente 35.000 genes, aunque posiblemente la cifra podía acercarse a 40.000. El equipo de Celera publicó sus resultados en la revista Science, el consorcio internacional lo público en la revista Nature. Según Venter "es bueno que las dos partes hayan llegado a un acuerdo preliminar (...) Es evidente que el número de genes es bastante inferior a lo que imaginábamos". Los investigadores han dicho también que cada gen humano puede codificar dos proteínas o más, lo que altera el concepto muy extendido de que un gen sólo codifica una proteína.
Estos descubrimientos tienen una gran importancia para la investigación médica y farmacéutica. Nos sugieren que los genes juegan un papel menor en el origen de las enfermedades y otros muchos rasgos de lo que creían los investigadores. Pero no sólo nos permitirá conocer los genes y su funcionamiento, sino también cómo interactúan. A corto plazo las implicaciones prácticas son inmensas. A partir de ahora la ciencia médica podrá avanzar en la identificación de los genes responsables de enfermedades no hereditarias y los científicos, con el tiempo, aprenderán a predecir la probabilidad de que una persona pueda desarrollar un desorden genético. La medicina podrá crear medicinas a la medida para cada paciente y en las próximas décadas aumentarán gradualmente los tratamientos de las enfermedades genéticas. Dentro de cinco o siete años podremos ver sus frutos en áreas como la diabetes, enfermedades cardiacas y desórdenes mentales. Por ahora los avances más importantes se realizado en el estudio de la esquizofrenia.
Los descubrimientos conseguidos por el Proyecto Genoma Humano (PGH) han confirmado lo que explicamos los marxistas hace seis años en Razón y Revolución. Durante décadas muchos genetistas han defendido que todo, desde la inteligencia a la homosexualidad o la criminalidad, estaba determinado por nuestros genes. A partir de esta idea, han extraído las conclusiones más reaccionarias, por ejemplo que los negros y las mujeres están condicionados genéticamente a ser menos inteligentes que los blancos o los hombres; que la violación o el asesinato de alguna manera son algo natural porque está determinado genéticamente; por lo tanto, no merece la pena gastar dinero en escuelas y viviendas para los pobres porque su pobreza está arraigada en la genética y no se puede solucionar. Y lo más importante: la existencia de la desigualdad es algo natural e inevitable y cualquier intento de abolir la sociedad clasista resulta inútil porque es algo natural y está arraigado en nuestros genes. Estas ideas eran un buen ejemplo de cómo la ciencia no puede estar separada de la política y los intereses de clase, y cómo los científicos más eminentes pueden conscientes o insconcientemente estar al servicio de la reacción. Pero dejando un lado, por un momento, las implicaciones políticas y sociales, en términos puramente científicos estamos ante un momento decisivo de la historia.
El rompecabezas de los genes desaparecidos
A pesar de la grandeza del descubrimiento, los biólogos que anunciaron su primer análisis de la secuencia decodificada quedaron perplejos ante su descubrimiento. El principal rompecabezas era el pequeño e inesperado número de genes humanos. Según Venter, primero investigaron las familias de genes en las que probablemente había nuevos miembros de interés para las empresas farmacéuticas y "casi sintieron pánico porque los genes no estaban allí". El problema es que durante mucho tiempo en los libros de texto se calculaba que el número de genes humanos sería mucho mayor. La secuencia del código biológico presente en los humanos era tan larga, aproximadamente tres mil millones de unidades, que los científicos esperaban que contuviese las instrucciones necesarias para crear cincuenta mil o ciento cincuenta mil genes.
Esta suposición se basaba en la comparación con organismos más simples, por ejemplo la mosca de la fruta. Decían que si la humilde mosca de la fruta tenía trece mil genes, un ser humano -un entidad más grande y compleja- debía tener muchos más. Después de descifrar los primeros dos genomas de animales calculaban que setecientos cincuenta mil genes era un número razonable para el ser humano. En diciembre de 1998 se secuenció el genoma de la lombriz intestinal: tenía 19.098 genes. En el mes de marzo del año pasado se decodificó el genoma de la mosca de la fruta y tenía 13.601 genes. El doctor Randy Scott, director científico de Incyte Genomics, pronosticó en septiembre de 1999 la existencia de 142.634 genes humanos pero una vez completado el genoma humano, resulta que nuestro patrimonio genético está más cerca de estos dos minúsculos invertebrados de lo que nadie esperaba. En su lugar, han descubierto que las grandes secuencias del código crean muy pocos genes. Venter señala que "tenemos aproximadamente el doble de genes que una mosca y el mismo número que el maíz, piensen en esto la próxima vez que coman maíz". La semana pasada el doctor Scott dijo que aceptaba la existencia de aproximadamente cuarenta mil genes.
El rival de Celera, el consorcio de centros académicos financiados con dinero público, ha llegado a una conclusión similar. En el artículo que han publicado en la revista Nature, se señala que el número probable de genes humanos está en torno a treinta mil o cuarenta mil. Debido a que los métodos actuales de búsqueda de genes tienden a sobrevalorar su número, cada uno prefiere la cifra más baja y la sitúan en treinta mil genes. Los dos equipos encontraron también otras contradicciones. La mayoría de las secuencias repetidas de ADN en el 75% del genoma es esencialmente "basura" que dejó de acumularse hace millones de años y sólo unas pocas secuencias permanecen aún activas. Los propios cromosomas tienen una rica arqueología. En general parece que los bloques de genes se han copiado extensamente de un cromosoma humano a otro, hecho que animará a los arqueólogos genéticos a intentar resolver cómo se produce la copia y, de esta forma, reconstruir la historia del genoma animal.
El pequeño número de genes humanos crea un dilema para los científicos: con un número tan modesto de genes humanos parece evidente que los biólogos de ambos equipos tienen que pensar cómo explicar la enorme complejidad de las personas, puesto que al parecer sólo tienen un cincuenta por ciento más de genes que una lombriz intestinal. Si el ser humano sólo tiene trece mil genes más que el caenorhabditis elegans (lombriz intestinal) o seis mil más que el arabidpsis thaliana (un alga), ¿en comparación qué hace a las personas tan avanzadas? La lombriz intestinal es una pequeña criatura tubular formada por 959 células, de las cuales 302 son neuronas cerebrales. Los humanos tienen cien billones de células en su cuerpo, incluidas cien mil millones de células cerebrales. A pesar de la tendencia actual de negar la existencia del progreso en la evolución, sería bastante razonable suponer que hay algo más en el Homo Sapiens que en una lombriz intestinal como el caenorhabditis elegans.
En la revista Christian Science Monitor se planteaba la cuestión de la siguiente forma: "Si un hombre es tan avanzado, ¿ por qué la suma de sus genes no es diferente a la de un alga o un gusano?". Y si, como sospechamos, el genoma del chimpancé al final es muy similar al genoma humano, entonces los científicos tendrán que explicar por qué una especie ha conseguido dominar el mundo en los últimos cincuenta a ciento cincuenta mil años mientras que los otros todavía están colgados de los árboles. Sin embargo esta pregunta no se puede responder simplemente en función de la genética. La gran ventaja de los recientes descubrimientos es que se alejan de la idea de que todo se puede explicar sencillamente en función de los genes individuales. Ahora el genoma humano se puede abordar como una totalidad compleja. Hay que comprender los genes no como una colección de entidades, sino como un proceso de interacciones muy complejas. La investigación de estas interacciones, su historia y el resultado de la "arqueología" genética nos permitirá comprendernos verdaderamente a nosotros mismos y nuestro lugar en la naturaleza de las cosas.
El determinismo biológico al descubierto
Los marxistas nunca hemos ignorado el papel de la genética en la determinación del comportamiento humano pero sin llegar a decir que los genes son los que juegan el papel más importante. Hasta cierto punto, ponen la materia prima a partir de la cual se desarrollan los individuos. Pero es sólo la cara de una cuestión muy compleja. El problema surge cuando determinadas personas intentan presentar los genes como el único agente condicionador del desarrollo humano y su comportamiento. En realidad, los genes ("nature") y los factores medioambientales ("nurture"), interactúan mutuamente y, en este proceso, el papel del medio ambiente, que ha sido negado o infravalorado sistemáticamente por los deterministas biológicos, es absolutamente decisivo.
Las últimas revelaciones del genoma humano han resuelto decididamente la vieja controversia entre "nature" y "nurture". El relativamente pequeño número de genes descarta cualquier posibilidad de que los genes individuales controlen y conformen patrones de comportamiento como el de la criminalidad o las preferencias sexuales y acaba totalmente con las ideas de personas como Dean Hammer, quien mantenía que un gen aislado en el cromosoma X humano era supuestamente el que disponía a una persona a ser homosexual. Se han escuchado ideas similares en relación a todos los recursos humanos incluso el gusto artístico o las tendencias políticas. El comportamiento humano es muy complejo y no se puede reducir a la genética. Los últimos descubrimientos contradicen todas las tonterías que se han planteado durante estos años.
Los deterministas biológicos insistían en que de alguna forma los genes son responsables de la homosexualidad o la criminalidad. Intentaban reducir todos los problemas sociales a la genética. En febrero de 1995 se celebró en Londres una conferencia sobre Genética del criminal y Comportamiento antisocial. Diez de los trece oradores procedentes de Estados Unidos, donde en 1992 se había celebrado una conferencia similar, hicieron discursos claramente racistas. El presidente, Sir Michael Rutter del Instituto de Psiquiatría de Londres, llegó a afirmar: "no existe lo que se llama gen del crimen". Otros participantes como el doctor Gregory Carey, del Instituto de Comportamiento Genético de la Universidad de Colorado, defendían que eran los factores genéticos en su conjunto los responsables de entre un cuarenta y un cincuenta por ciento de la violencia criminal, aunque éste también explicó que sería poco práctico "tratar" la criminalidad con la ingeniería genética. Otros sostenían que existían buenas perspectivas para el desarrollo de medicinas para el control de la agresividad, una vez que se encontraran los genes responsables. También sugirió que habría que considerar el aborto cuando las pruebas prenatales indicaran que un niño era portador de genes que le predisponían a la agresión o a un comportamiento antisocial, opinión compartida por el doctor David Goldman del Laboratorio de Neurogenética del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos: "Las familias tendrían que tener la información y permitirles decidir en privado como utilizarla".(The Independent, 14/2/95).
Hay muchos otros ejemplos. La famosa Curva de Bell de Charles Murray, que resucitó la vieja idea de que la genética explicaba el abismo entre el coeficiente intelectual medio de blancos y negros en Estados Unidos. C. R. Jeffery escribía lo siguiente: "La ciencia nos debe decir qué individuos se convertirán o no en criminales, qué individuos serán o no víctimas y qué estrategias deberemos aplicar en este tema". Yudofsky suscribe el entusiasmo de Jeffery con la siguiente afirmación: "ahora estamos a las puertas de una revolución en la medicina genética. En el futuro la genética comprenderá los desórdenes agresivos e identificará aquellas tendencias que se convierten en violentas".
Cuando nosotros criticamos estas teorías en Razón y Revolución, no teníamos forma de saber que en pocos años quedaría en evidencia el carácter poco científico de estas teorías. Ahora la revelación de que el número de genes en los humanos no supera los cuarenta mil y que posiblemente sean treinta mil o menos, ha terminado con el determinismo biológico y genético. El doctor Craig Venter, genetista de la empresa Celera (uno de los principales grupos responsables del proyecto de secuenciación), plantea la cuestión de forma sencilla: "Simplemente no tenemos genes suficientes para esta idea del determinismo biológico. La maravillosa diversidad de la especie humana no está relacionada con nuestro código genético. Nuestro medio ambiente es crítico." (The Observer. 11/2/01)
El artículo continúa:
"Sólo cuando los científicos puedan comprobar la forma en que estos genes se activan y desactivan y cómo fabrican proteínas, podrán ver una diferencia significativa entre las distintas especies de mamíferos. La diferencia clave está en la forma en que los genes humanos se regulan en respuesta a un estímulo medioambiental con otros animales".
El entorno (el estímulo externo tanto del mundo físico como de las condiciones en las que vivimos) es lo que condiciona de forma decisiva la evolución. El papel de los genes es importante pero la relación entre los genes y el entorno no es simple ni mecánico como sostenían los teóricos del determinismo biológico, sino complejo y dialéctico, como defendía el marxismo. Tomemos el ejemplo de la interacción dialéctica entre los genes y el medio ambiente: el tono perfecto. Kevin Davies en su nuevo libro, The Sequence, describe la búsqueda del genoma humano:
"Se ha realizado recientemente un estudio sobre el tono perfecto: la capacidad de conocer el tono absoluto de una nota musical; en él se asegura que esta capacidad se adquiere a través de la herencia de un solo gen. Esto podría parecer un caso claro de determinismo biológico. Sin embargo hay un corolario crucial: para que esta capacidad se materialice necesitas estar expuesto desde el principio a la educación musical. Es decir: incluso en habilidades heredadas aparentemente simples, el nurture juega un papel un importante"
Hay una interacción compleja entre la composición genética del organismo y las condiciones físicas que le rodean. En el idioma hegeliano, los genes representan el potencial pero este potencial sólo se puede activar con el estímulo externo. Los genes son "activados" por el entorno produciendo pequeños cambios. Algunos de ellos son útiles desde el punto de vista evolutivo aunque, en realidad, la mayoría de las mutaciones son perjudiciales o no producen ningún beneficio. Durante todo un período las mutaciones beneficiosas dan lugar a cambios cualitativos en el organismo produciendo el proceso que llamamos la selección natural.
El editorial de The Observer llega a la siguiente conclusión:
"Políticamente, ofrece consuelo a la izquierda y su creencia en el potencial de todos pero condena a la derecha con su gusto por las clases dominantes y el pecado original".
"Para la ciencia la raza carece de significado"
Los resultados de estas investigaciones son muy significativos desde otro punto de vista. El genoma revela la existencia de la unidad en la diversidad humana. Destruye por completo el mito de la superioridad racial. La esencia biológica de las poblaciones humanas es la misma. La ausencia de un gen de la raza se ha confirmado de dos formas distintas. Celera utilizó ADN de hombres y mujeres que se describían como chino asiático, afroamericano, caucásico e hispano mexicano. Los científicos no distinguieron étnicamente uno de otro. Ningún gen, por sí mismo o junto con otros, podía decir de qué raza procedían.
La nueva investigación sugiere que todos los individuos son un 99,99% idéntico. Estos descubrimientos acaban con todas esas nociones que establecen las diferencias basándose en el color de piel. Un investigador alemán, Svante Paabo, públicó un ensayo en la revista Science en el que decía lo siguiente:
"A menudo dos personas que descienden de la misma zona del mundo y que parecen superficialmente iguales, están menos relacionados entre sí que con personas de otras partes del mundo que parecen muy diferentes".
El doctor Eric Lander del Instituto Withehead para la Investigación del Genoma -del consorcio internacional- destacó el hecho de que dos personas aunque fuesen un 99,99% genéticamente idénticos, dejaba aún la puerta abierta para considerables variaciones genéticas. Un 0,1% de los genes humanos son los que explican las diferencias hereditarias. Básicamente todos los seres humanos son iguales. La investigación del genoma humano ha demostrado más allá de cualquier duda que mientras por fuera podremos ser diferentes, genéticamente somos casi idénticos. Sólo aproximadamente tres millones de los tres mil millones de productos químicos presentes en el genoma difieren de una persona a otra y esto convierte las distinciones de raza en un sinsentido desde un punto de vista científico. Las diferencias culturales y étnicas entre los diferentes grupos de seres humanos sin duda existen pero estas diferencias son insignificantes a nivel genético. El odio racial, por lo tanto, no está justificado ni racionalizado por diferencias genéticas.
En editorial del 13 de febrero en The Seattle Times podemos leer:
"Los resultados del proyecto genoma humano acaban con los intolerantes que durante mucho tiempo se han esforzado por camuflar su viejo odio con un disfraz científico de superioridad genética. La secuenciación del ADN humano nos lleva a una conclusión: En la ciencia, la raza carece de significado."
Por supuesto el racismo, que está enraizado en las contradicciones del capitalismo en su época de declive, no acabará aquí pero al menos, a los defensores del racismo, se les ha caído la hoja de parra pseudocientífica y, en el futuro, cualquier intento de los racistas de apelar a la ciencia para justificar sus ideas será mirado con el desprecio que se merece.
Como dice el doctor Paabo: "Estos estudios tendrán el efecto contrario porque el prejuicio, la opresión y el racismo proceden de la ignorancia". También dice que el conocimiento del genoma fomentará la compasión: "Por consiguiente, la estigmatización de un grupo particular de individuos basada en la diferencia étnica o por la presencia de determinados genes será absurda".
El final del creacionismo
La revelación de la larga y compleja historia del genoma, durante tanto tiempo oculta, ha favorecido las discusiones sobre la naturaleza del hombre y el proceso de la creación. Resulta increíble que en el inicio del siglo XXI las ideas de Darwin todavía se tengan que enfrentar al movimiento creacionista en Estados Unidos, que pretende que en las escuelas se enseñe que Dios creó el mundo en seis días; que creó el primer hombre a partir del polvo y a la primera mujer de la costilla de Adán; y encima parece que todavía le sobró un día al Todopoderoso.
El movimiento creacionista no es un chiste: afecta a millones de personas e increíblemente está encabezado por científicos, entre ellos algunos genetistas. Es una expresión gráfica de las consecuencias intelectuales de la decadencia del capitalismo y un ejemplo de la contradicción dialéctica y el retraso de la conciencia humana. En el país tecnológicamente más avanzado del mundo, las mentes de millones de hombres y mujeres se hunden en el barbarismo. Su nivel de conciencia no es mucho mayor que cuando se ofrecían los prisioneros de guerra en sacrificio a los dioses, se postraban ante la tumba de ídolos o se quemaba a las brujas en la hoguera. Si este movimiento triunfase, como recientemente dijo un científico, regresaríamos a la edad de las tinieblas.
Los últimos descubrimientos por fin han demostrado lo absurdo que es el creacionismo y han acabado con la idea de que las especies se crearon por separado y que el hombre -con un alma eterna- fue creado especialmente para cantar las alabanzas del Señor. Ahora es evidente que los humanos no son las únicas creaciones. Los resultados del genoma humano demuestran de forma concluyente que compartimos los genes con otras especies. -Esos genes antiguos nos ayudaron a ser lo que somos- Una pequeña parte de ésta herencia genética común hay que remontarla a organismos primitivos como la bacteria. En palabras de Eric Lander, del Instituto Whitehead de Investigación del Genoma (Cambridge): "La evolución no ha tenido tiempo para fabricar nuevos genes, así que debemos fabricar nuevos genes a partir de los viejos". Los dos equipos se quedaron asombrados del grado de conservación genética de los últimos seiscientos millones de años de evolución sobre la tierra: "En muchos casos nos hemos encontrado con que los humanos tienen exactamente los mismo genes que las ratas, los ratones, los gatos, los perros e incluso las moscas de la fruta" y continúa Venter: "Tomemos por ejemplo el gen PAX-6. Hemos descubierto que si está dañado no se formarán los ojos. Podemos tomar un gen humano e insertarlo en la mosca de la fruta y conseguiremos restaurar la visión de su descendencia".
Los científicos han encontrado que los humanos compartimos aproximadamente con la bacteria doscientos genes. Este descubrimiento sorprendió a James Watson, descubridor del ADN y, posiblemente, el genetista más renombrado del mundo: "Sabíamos que los genes saltaban entre las bacterias pero no que saltaran entre la bacteria y el hombre". Estamos ante la prueba final de la evolución. Estos "fósiles" genéticos han ayudado durante miles de millones de años de evolución a convertirnos en lo que somos. Como señala Paabo en su artículo: "Sin lugar a dudas, la visión genética de nuestro lugar en naturaleza será tanto una fuente de humildad como un golpe a la idea de la unicidad humana (...) Comprender que uno o varios accidentes genéticos han hecho posible la historia humana nos proporcionará nuevos retos filosóficos en los que pensar". Para los marxistas el genoma humano también tiene enormes implicaciones filosóficas.
La ciencia y la dialéctica
Cuando se presentó en Londres el código genético Sir John Sulston, ex-director de Sanger Center, describió el mapa genético humano como "un extraordinario acontecimiento en la era de la biología molecular":
"Resulta extraordinario que un organismo vivo tan inteligente haya creado máquinas inteligentes capaces de pensar cómo hacer algo, capaces de leer en voz alta el código, las instrucciones y actuar por sí mismas. Es ese tipo de acontecimientos los que hacen desaparecer a los filósofos y que éstos lleguen a pensar lo duro que es su trabajo. En realidad es una paradoja superficial... pero es una realidad. Ahora empezamos a comprender como trabajar".
La marcha espectacular de la ciencia en nuestra época hace palidecer todas las especulaciones filosóficas, que ahora parecen menos interesantes. Las hazañas de la humanidad han dejado muy por detrás la conciencia, que permanece atascada en un pasado bárbaro. Los nuevos descubrimientos dotan a la raza humana de inspiración, expiración y confianza en sí misma. Nos proporcionan una visión de nosotros mismos, de lo que somos realmente y hacia dónde vamos.
Sin embargo, a pesar de los comentarios despectivos de Sir John Sulston acerca de la filosofía, todavía hay unas cuantas áreas donde sería sin duda beneficioso para los científicos conocer la verdadera filosofía. ¡Hay filosofías y filosofías! La filosofía que se enseña en las universidades no es útil ni para los científicos, ni para nadie pero hay una excepción honrosa que espera aún el reconocimiento que merece: el materialismo dialéctico. Aunque muchos de los principios básicos del materialismo dialéctico han resurgido en los últimos años incorporados a la teoría del caos, la complejidad y, más recientemente, la ubicuidad, nunca se le ha reconocido esta deuda. La dialéctica en ciencia, por parafrasear a Oscar Wilde, es la filosofía que desafía a no decir su nombre. El conocimiento del método dialéctico ha servido para evitar varios de los peligros en los que se pierde la ciencia y que de vez en cuando conducen a suposiciones incorrectas. El genoma humano es uno de esos casos.
Por supuesto, la ciencia no debe estar dictada por cualquier filosofía. Los resultados de la ciencia deben venir determinados por sus propios métodos de investigación, observación y experimentación pero sería un error pensar que los científicos hacen su tarea sin tener ninguna idea filosófica: detrás de cada hipótesis hay muchas suposiciones y no todas ellas derivan de la propia ciencia. El papel de la lógica formal, por ejemplo, se da por sentado. Juega un papel importante pero tiene limitaciones muy concretas. Trotsky explicó que la relación entre la lógica formal y la dialéctica es similar a la que existe entre la matemática elemental y el cálculo. La gran ventaja de la dialéctica frente a la lógica formal es que la primera aborda las cosas en movimiento y progreso y demuestra además que todo progreso se produce mediante contradicciones. Marx pronosticó que la línea de evolución no sigue una línea recta, sino una línea en la que largos períodos de lento ("stasis" en la terminología moderna) se ven interrumpidos por saltos bruscos y repentinos que rompen la continuidad e impulsan el proceso en una nueva dirección.
Pongamos un ejemplo: el método dialéctico explica que los pequeños cambios pueden, en un momento crítico, producir grandes transformaciones. Es la famosa ley de la transformación de cantidad en calidad, que fue elaborada en primer lugar por los antiguos filósofos griegos, desarrollada completamente por Hegel y a la que Marx y Engels dotaron de bases científicas (materialistas). La ciencia ha reconocido hace poco la importancia de esta ley en la teoría del caos. La última versión ("ubicuidad") ha demostrado que esta ley tiene carácter universal y que es de vital importancia en muchos de los procesos básicos de la naturaleza.
¿Por qué los genetistas creían que los humanos tenían más genes? En filosofía se conoce como reduccionismo y procede de creer que la naturaleza sólo conoce relaciones puramente cuantitativas. Esto es lo que está detrás del determinismo biológico que considera a los humanos como una colección de genes y no como un organismo complejo producto de la interrelación dialéctica entre los genes y el entorno. Su forma de razonamiento es la lógica formal y no la dialéctica y, desde un punto de vista filosófico, sus conclusiones son bastante inconsistentes. Lógicas pero equivocadas. Afirman que los humanos son más grandes y complejos que los gusanos, por lo tanto debemos tener muchos más genes. No obstante la naturaleza conoce muchos ejemplos de cambios cuantitativos que generan cambios cualitativos. Hay muchos ejemplos de modificaciones muy pequeñas que pueden producir cambios gigantescos. La aparente contradicción entre el tamaño y complejidad de los humanos, con su relativamente pequeño número de genes, sólo se puede explicar con esta ley.
En Razón y Revolución ya tratamos extensamente este método. En concreto nos ocupamos del método utilizado por Richard Dawkins en El gen egoísta:
"Los métodos de Dawkins le llevan a hundirse en el pantano del idealismo cuando intenta argumentar que la cultura humana se puede reducir a unidades que él llama mimes, que aparentemente, al igual que los genes, su autor reproduce y compiten por la supervivencia. Esto es claramente incorrecto. La cultura humana se transmite de generación en generación no a través de mimes, sino a través de la educación en su sentido más amplio. No se hereda biológicamente, sino que se tiene que reemprender cuidadosamente y desarrollar en cada generación. La diversidad cultural no está vinculada a los genes, sino a la historia social. El punto de vista de Dawkins es esencialmente reduccionista". (A. Woods y T. Grant. Razón y Revolución. Fundación Federico Engels. Madrid. 1995. p. 351).
En un artículo aparecido en la revista Science el doctor Jean-Michel Claverie, del Centro Nacional de Investigación Francés en Marsella, señala que con un esquema combinatorio sencillo, un organismo con treinta mil genes como el ser humano puede en principio ser casi infinitamente más complicado. Es un ejemplo perfecto de la transformación de cantidad en calidad. El doctor Claverie sospecha que los humanos no están mucho más elaborados que algunas de sus creaciones: "Con treinta mil genes, cada uno interactuando directamente con otros cuatro o cinco por término medio, el genoma humano no es mucho más complejo que un moderno avión a reacción, que contiene más de doscientas mil piezas únicas y cada una de ellas interactúa con otras tres o cuatro por término medio."
La exploración inicial del genoma sugiere que existen dos formas específicas para que los humanos sean más complejos que los gusanos. Una procede del análisis de lo que se llama dominio protéico. Las proteínas, las partes trabajadoras de la célula, con frecuencia son herramientas con múltiples usos y cada papel puede ser desempeñado por una sección diferente o dominio proteico. Muchos de los dominios proteicos son muy antiguos. En comparación con los dominios de las proteínas de una lombriz intestinal, de la mosca de la fruta o de las personas, el consorcio señala que sólo el siete por ciento de los dominios proteicos encontrados en los humanos no aparecen en la lombriz o la mosca, lo que da a entender que "en el linaje de los vertebrados se han creado pocos dominios proteicos nuevos."
La más importante es comprender que pequeñas mutaciones genéticas pueden producir grandes diferencias. Por ejemplo, la diferencia genética entre los humanos y los chimpancés es aproximadamente del dos ciento. Las investigaciones han demostrado que tenemos más en común con los animales de lo que les gustaría admitir. La mayoría del material genético presente en los humanos modernos es muy antiguo y es idéntico a los genes que se han encontrado incluso en la mosca de la fruta. La naturaleza es inherentemente conservadora y ahorra energía. La materia orgánica ha evolucionado a partir de la materia inorgánica y las formas de vida superiores han evolucionado de las inferiores. Nosotros compartimos la mayoría de nuestros genes no sólo con los monos y los perros, sino también con los peces y las moscas de la fruta pero decir esto no es suficiente: también hay que explicar el proceso dialéctico mediante el cual una especie se transforma en otra. Recientemente se ha puesto de moda intentar empañar la diferencia entre los humanos y otros animales, lo que obviamente es una sobrerreacción frente a la vieja idea de que el hombre es una creación especial obra del Todopoderoso.
También está de moda negar la existencia de cualquier progreso en interés de una "democracia" evolutiva mal entendida. La diferencia genética entre los humanos y los chimpancés es inferior al dos por ciento pero ¡qué diferencia! Es el salto dialéctico que transforma la cantidad en calidad pero, desgraciadamente, la dialéctica sufre de una conspiración de silencio en las universidades y por lo tanto es una completa desconocida para la mayoría de los científicos. La explicación más probable de la gran complejidad sin añadir más genes es la complejidad combinatoria, es decir: con unas cuantas proteínas más se pueden realizar muchas más combinaciones entre ellas y generar un cambio cualitativo. La cuestión no se ha estudiado todavía completamente y es necesaria más investigación pero no cabe duda de que la solución final se encontrará en este camino.
El genoma humano y las grandes empresas
Los científicos del PGH han descrito el mapa del código genético humano como "un regalo para el mundo" que podrá mejorar la capacidad de detección de enfermedades y fomentará el desarrollo de nuevas medicinas. Sin duda esto puede ser así pero dentro de la economía de mercado estos regalos tendrán un precio mayor.
El mapa del genoma humano es un acontecimiento histórico pero la tarea de clarificar el proceso dialéctico y complejo mediante el cual los genes interactúan con los factores medioambientales sólo acaba de empezar. La ciencia ha descubierto el papel de los genes en enfermedades complejas. Las posibilidades son ilimitadas pero este inmenso potencial de progreso humano entrará inmediatamente en conflicto con los estrechos límites del sistema capitalista, donde todo está subordinado al beneficio privado. Las grandes multinacionales monopolizarán la nueva tecnología y la explotarán en su propio beneficio y el interés general de la humanidad quedará en segundo lugar. Cuestiones como la privacidad, los impactos sociales y legales o la regulación de la investigación ética han generado una acalorada controversia.
El PGH ha despertado la atención de las grandes empresas ante la perspectiva de suculentos beneficios, sin embargo el resultado de la investigación ha provocado gran consternación en los consejos de dirección de algunas de las grandes empresas farmacéuticas que veían la posibilidad de hacer dinero con los nuevos tratamientos médicos, sobre todo porque creían que el número de genes estaba en torno a los 120.000 y 150.000. Las empresas farmacéuticas habían hecho inversiones de acuerdo con estas cifras. Cuando Craig Venter y su equipo publicaron el informe preliminar, en el que señalaban que el número de genes sería "solamente" de unos 80.000, recibió una acalorada llamada telefónica del presidente de la compañía biotecnológica:
"Comenzó a maldecir y a decir todo tipo de exabruptos acerca de mi empresa y de mí. Has anunciado que sólo hay ochenta mil genes humanos. Ya hemos llegado a un acuerdo con SmithK-line Beechman. Hemos firmado la venta de cien mil genes. ¿De dónde se supone que debo sacar el resto? Eres un bastardo".
Este pequeño incidente demuestra la relación que existe entre las grandes empresas y la investigación científica: a los científicos -al menos a los buenos- les interesa la búsqueda de conocimiento para abrir nuevos horizontes en la ciencia; a las grandes empresas sólo les interesa conseguir dinero y estaban dispuestas a invertir porque veían perspectivas de conseguir jugosos beneficios. La industria biotecnológica está interesada en el aislamiento de genes para crear nuevas medicinas y venderlas a buen precio.
El Consorcio Internacional es una multinacional financiada con dinero público y sus resultados están a disposición de todos pero Celera Genomics es una empresa privada que espera hacer inmensamente ricos a sus inversores. Con su mapa del genoma humano en el bolsillo, el grupo Celera Genomics espera conseguir mucho dinero vendiendo la información genética a otras empresas dedicadas al desarrollo de nuevas medicinas y curas. Aunque el PGH ofrece el mapa de forma gratuita, empresas de investigación como Immunex ya utilizan la base de datos del genoma y han pagado quince millones de dólares a Celera Genomics. Los analistas dicen que la empresa, que cuenta con una capitalización en el mercado de aproximadamente tres mil millones de dólares, se convertirá en una librería genética. El 13 de febrero las acciones de Celera Genomics en Wall Street pasaron de 10 centavos a 47,85 dólares cada una y el día anterior ya habían subido un 115%.
Las empresas normalmente quieren asegurarse los derechos de propiedad de los genes antes de invertir millones de dólares en el desarrollo de nuevas medicinas, por lo que ahora surgen dudas sobre los derechos de patente y sus efectos. Algunos investigadores han advertido que puede darse el caso de que dos científicos o dos empresas que investiguen proteínas distintas implicadas en enfermedades diferentes patenten porciones del mismo gen. El resultado sería la lucha por las patentes, lo que bloquearía la investigación de una o ambas empresas e incluso frenaría la producción de una medicina o el desarrollo de las pruebas genéticas para una enfermedad.
Según Arthur Caplan, profesor de bioética de la Universidad de Pensilvania y asesor Celera: "Creo que esto puede convertirse en un freno para la investigación (...) Las empresas se tendrán que enfrentar a la siguiente cuestión: ¿qué responsabilidad empresarial será necesaria para acceder a la información? Tendrán que tener responsabilidad administrativa porque ellas trabajan con la salud. Esto no es como patentar la Coca-cola". Lee Hood, biólogo molecular de la Universidad de Whasington, señala que si la guerra de patentes "no ha estallado hasta ahora, ocurrirá pronto (...) Creo que habrá genes con diez o cincuenta formas diferentes [proteínas]... habrá patentes para cada empalme y cómo acabará esto sólo Dios lo sabe".
La oficina de patentes calcula que se podrán patentar aproximadamente mil genes humanos de tamaño normal para decenas de miles de sus aplicaciones. Los buitres ya están dando vueltas. La perspectiva es caos y juicios interminables, todo ello en detrimento de la ciencia y, en última instancia, de los miles de personas que necesitan desesperadamente los nuevos tratamientos médicos y que son posibles con el proyecto genoma. Incluso con dos patentes válidas, una podría bloquear judicialmente a la otra para que no se ponga a la cabeza de la investigación.
Existen otros problemas relacionados con el uso de esta tecnología bajo el capitalismo. Podríamos entrar en una nueva era de discriminación genética. Por ejemplo, si los científicos crean pruebas de diagnóstico que puedan determinar la predisposición de un individuo a padecer determinadas enfermedades, ¿quién impedirá que las compañías de seguros o los empresarios los utilicen? En palabras de dos senadores de EEUU -James Jeffords y Tom Daschle- publicadas en la revista Science: "Sin las garantías adecuadas, la revolución genética podría suponer un paso adelante para la ciencia y dos atrás para los derechos civiles (...) el mal uso de la información genética creará una nueva subclase: los menos afortunados genéticamente". Los doctores Venter y Collins, pioneros en este campo, han denunciado los intentos de las empresas de realizar tests en secreto a los trabajadores para discriminarles según sus perfiles genéticos. Hace poco, por primera vez, la Comisión por la Igualdad de Oportunidades en el Empleo condenó a un empresario por discriminar a un trabajador basándose en la genética. En la revista Science apareció que la Asociación Empresarial de EEUU publicó recientemente una encuesta que realizó el año pasado a 2.133 empresarios: siete afirmaron que en la actualidad realizan pruebas genéticas a sus empleados.
Como ocurre con la comida modificada genéticamente o con cualquier otro descubrimiento tecnológico, el genoma humano en manos de capitalistas irresponsables puede convertirse en un castigo para la humanidad. Los últimos descubrimientos de la genética, conseguidos gracias a la colaboración de hombres y mujeres de cada continente y nacionalidad, intentan ir al fondo de una profunda cuestión: quiénes somos. Esto no puede ser monopolizado por un puñado de capitalistas. El movimiento obrero debe exigir la nacionalización de las grandes empresas biotecnológicas y farmacéuticas como un primer paso para nacionalización de los grandes bancos y monopolios que dominan nuestra vida y que someten cada uno de los aspectos de nuestra existencia a la dictadura del Capital. Sólo en una economía socialista planificada racionalmente estos nuevos descubrimientos podrán desarrollar todo su potencial y se pondrán al servicio la humanidad.
Posibilidades ilimitadas
El mapa del genoma humano nos acerca un poco más al objetivo de desarrollar nuestras capacidades físicas e intelectuales. Este proceso todavía está en su infancia. El próximo gran reto es comprender cómo se regulan los genes y la forma en que éstos se activan y desactivan. La comprensión de este proceso será crítica para el desarrollo de nuevas medicinas. Esto sólo es el principio pero promete transformar la medicina. Como dice Lander: "en el siglo XX tratamos los síntomas, las enfermedades; en el siglo XXI trataremos las causas".
Ante nuestros ojos se abre la asombrosa perspectiva de un mundo libre de enfermedades, del cáncer y el SIDA -equivalentes modernos de la peste negra-, la erradicación de la malaria y otras enfermedades que acompañan a la miseria y el sufrimiento y que son la causa de la muerte de millones de personas pobres en todo el planeta. Existe la posibilidad real de curar las enfermedades mentales y ayudar a las víctimas de desórdenes genéticos. Todo esto ahora son esperanzas que se pueden materializar en unos cuantos años o décadas pero que parecen insignificantes ante las perspectivas que a largo plazo se abren ante nosotros. No es descartable que en un futuro los seres humanos puedan conseguir dominar las fuerzas ciegas de la selección natural. En manos de capitalistas privados que ponen su interés personal por encima de cualquier otra consideración, la ingeniería genética es una amenaza mortal para el futuro de la vida sobre el planeta pero en una sociedad ordenada racionalmente, la nueva tecnología puede preparar el camino para las conquistas más importantes nunca vistas. En las páginas de la Biblia el ciego veía, el sordo oía, el cojo caminaba y el muerto resucitaba. Ahora todos estos milagros los puede conseguir la ciencia sin recurrir a lo sobrenatural.
Los hombres y las mujeres nunca conseguirán la inmortalidad a través de la religión. Sin embargo nosotros no deseamos vivir para siempre sino vivir plenamente esta vida, la única de la que disponemos. La vida para la aplastante mayoría de nuestro planeta en la primera década del siglo XXI, en las célebres palabras de Hobbes, es fea, brutal y corta pero no hay razón para que sea así. El potencial de la industria moderna, la agricultura, la ciencia y la técnica es más que suficiente para resolver las necesidades apremiantes de la humanidad y crear un paraíso para hombres y mujeres, no en el reino del más allá, sino aquí y ahora: un paraíso en este mundo.
Haciendo uso de los beneficios otorgados por la ciencia y la tecnología, la vida humana normal se puede prolongar más allá de sus actuales "límites naturales". Es completamente posible prever un mundo en el que se pueda llevar una vida normal y sana más allá de los cien años. Esta perspectiva sólo la consideran una "utopía" los intelectuales de segunda fila y aquellas personas desmoralizadas y deshumanizadas por la decadencia del capitalismo y que han perdido toda esperanza y todo sentido de la dignidad humana.
Estas maravillosas conquistas de la ciencia nos revelan el potencial ilimitado de la raza humana pero también nos debería hacer conscientes del peligro que encierra la economía de mercado. Hasta ahora los defensores del actual sistema se han escondido tras el argumento pseudocientífico para defender que la desigualdad social que condena a la mayoría de las personas está arraigada en nuestros genes, de la misma forma que en el pasado se decía que "estaba escrito en las estrellas".
En el transcurso de la historia humana han aparecido muchos genios. Es evidente que Albert Einstein tenía el potencial (genético) para convertirse en unos de los científicos más famosos del mundo pero es igualmente evidente que el mismo Albert Einstein, si hubiera nacido en una chabola en Glasgow o en Etiopía, nunca habría conseguido ser lo que fue. El potencial existiría pero la oportunidad se habría perdido. De la misma forma el destino de muchos Einstein, Darwin y Beethoven en potencia es desperdiciado por este infame sistema capitalista. Trotsky planteó esta idea cuando se preguntaba: "¿Cuántos Aristóteles están cuidando cerdos y cuántos porqueros están sentados en tronos?".
Hombres y mujeres con frecuencia se han cuestionado la injusticia de la sociedad de clases y sus voces siempre han sido ahogadas por las voces de los defensores del estatus quo, que tienen intereses creados para demostrar que éste es el orden natural de las cosas. Antiguamente afirmaban que todo era voluntad de los dioses; después dijeron que los esclavos carecían de alma inmortal. Más tarde defendían que la monarquía absoluta era el producto inevitable de un Orden inevitable e inspirado divinamente y en la actualidad recurren a los argumentos pseudocientíficos derivados de la genética. Ahora todo esto se ha hecho añicos. La distinción entre el rico y el pobre, en términos de su potencial humano, es insignificante. La diferencia no reside en los genes, sino que uno ha nacido en el mundo de los ricos y sus privilegios, lo cual le permitirá desarrollar su potencial, mientas que el otro ha nacido en la pobreza y nunca lo conseguirá.
Según el equipo de Celera, de los dos o tres mil millones de letras de ADN que conforman nuestros genes, sólo diez mil suponen alguna diferencia entre dos individuos. Venter señala: "Realmente somos dos gemelos idénticos pero como todos los gemelos, hermanos y hermanas, lo que nos hace realmente diferentes es la forma en que respondemos ante el entorno". Las implicaciones son evidentes: al cambiar las condiciones materiales de existencia podemos crear un entorno favorable en el que cada individuo pueda desarrollar su potencial plenamente. Esto significaría un nuevo Renacimiento, un renacimiento literal de la humanidad, que no es otra cosa que el socialismo. En Razón y Revolución escribimos lo siguiente:
"El potencial del cerebro humano no tiene límites. La tarea de la sociedad es que el ser humano pueda realizar este potencial. Los factores del entorno pueden restringir o realzar este potencial. Un niño que crezca en un entorno social desfavorable estará en desventaja en relación a uno que tenga todas las necesidades satisfechas. El origen social es extremadamente importante. Si cambias el entorno, cambias al niño. A pesar de las afirmaciones de los deterministas biológicos, la inteligencia no está predeterminada genéticamente". (Ibíd. P. 338).
Marx explicó hace tiempo que "el ser social determina la conciencia". La llamada naturaleza humana no es fija e inmutable. La realidad es que ha cambiado muchas veces en el curso de millones de años de evolución humana. La idea de que la evolución ha llegado a su fin, que hombres y mujeres ya han alcanzado su cumbre de desarrollo físico y mental no puede ser aceptada por una persona mínimamente culta con un poco de conocimiento de cómo nuestras especies han luchado para alcanzar el nivel actual de desarrollo. Lejos de acabar -como ha sugerido Francis Fukuyama-, la historia humana todavía no ha comenzado. No comenzará hasta que hombres y mujeres tomen su destino con sus propias manos.
La antigua mitología griega nos ha hecho llegar la historia de Tántalo, el gigante condenado por Zeus a sufrir los tormentos del hambre y la sed, mientras ante sus ojos y fuera de su alcance había comida y bebida en abundancia. En este mito encontramos la analogía directa con la sociedad capitalista en su período de decadencia. Todos los medios materiales para conseguir el socialismo existen. -Una sociedad sin clases en la que los humanos controlen su vida en lugar de ser objetos ciegos de fuerzas invisibles más allá de nuestro control o comprensión- El próximo paso de la evolución humana requiere poner fin al apartheid social que significa la sociedad clasista, poner fin al equivalente moderno de la esclavitud y sustituir la anarquía capitalista y la ley de la jungla por relaciones verdaderamente humanas. Una vez hayamos creado las condiciones necesarias para el desarrollo humano, liberaremos el potencial que existe en la industria, en la agricultura, en la ciencia, en la tecnología y, sobre todo, el potencial infinito para hacer realidad los sueños de todo ser humano y el límite será el cielo.
16 de febrero de 2001
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