LA CORROSIÓN DEL ESPÍRITU: ARROGANCIA Y PREPOTENCIA COMO
PATOLOGÍAS DE NUESTRO TIEMPO”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
INTRODUCCIÓN
Vivimos en un mundo marcado por la contradicción entre
los discursos de igualdad y la práctica cotidiana de la desigualdad. En la
superficie, las sociedades modernas presumen de haber conquistado valores como
el respeto, la tolerancia y la dignidad humana; sin embargo, al escarbar un
poco en la vida política, académica, empresarial e incluso en la vida
cotidiana, encontramos un panorama diferente: arrogancia, soberbia y
prepotencia dominan las relaciones humanas.
Estos tres términos, aunque parecidos, no son idénticos.
La arrogancia describe la actitud de quienes creen que poseen una superioridad
intelectual o moral sobre los demás. La soberbia va más allá: es la incapacidad
de reconocer errores, el desdén por la igualdad y el rechazo a la humildad. Y
la prepotencia es la manifestación práctica de ambas: el uso del poder para
humillar, someter o controlar a los demás.
El problema no es nuevo. Desde Sócrates hasta Hannah
Arendt, los pensadores han advertido sobre los peligros de estas actitudes para
la convivencia social. En la Biblia, la soberbia aparece como el primero de los
pecados capitales; en la política contemporánea, se manifiesta en líderes que
creen tener la verdad absoluta; en la universidad, se expresa en académicos
que, como diría Kafka, integran “una comunidad de vanidosos y mediocres”
(Kafka, citado en Ventura, 2019).
Este ensayo busca, de manera crítica y enérgica, analizar
cómo la arrogancia, la soberbia y la prepotencia se han incrustado en los
distintos espacios de la vida social, mostrando sus consecuencias destructivas
y proponiendo la humildad como alternativa transformadora.
I. LA NATURALEZA DE LA ARROGANCIA, LA SOBERBIA Y LA
PREPOTENCIA
En el plano conceptual, estos tres términos se
entrelazan, pero guardan matices. La arrogancia suele estar asociada al exceso
de confianza, a la actitud del “sabelotodo” que cree que su opinión es
incuestionable. En palabras de Aristóteles, “el ignorante afirma, el sabio duda
y reflexiona” (Aristóteles, 2004). El arrogante, entonces, se coloca en la
primera categoría.
La soberbia, en cambio, es más profunda: es una
disposición del alma que desprecia al otro, que coloca al individuo en un
pedestal imaginario desde donde observa a los demás como inferiores. Santo
Tomás de Aquino (2006) la calificó como “la madre de todos los pecados”, porque
engendra vanidad, envidia y desprecio.
Por último, la prepotencia es la traducción práctica de
estas actitudes en relaciones de poder. Se manifiesta cuando un político, un
académico, un jefe o un padre de familia impone su voluntad sin consideración
por los derechos o la dignidad de los demás. Max Weber (1993) advertía que el
poder se convierte en dominación ilegítima cuando se basa en la imposición y no
en la legitimidad ni el consenso.
II. RAÍCES HISTÓRICAS Y FILOSÓFICAS DE LA SOBERBIA
El rechazo a la soberbia tiene raíces milenarias. En la
tradición judeocristiana, la soberbia de Lucifer, que quiso ponerse al nivel de
Dios, fue el origen de su caída. De ahí que se considere el pecado más
peligroso.
Los filósofos griegos también reflexionaron sobre el
tema. Sócrates, al reconocer que “solo sabía que no sabía nada” (Platón, 1992),
marcó un contraste radical con la arrogancia de los sofistas, quienes presumían
de saberlo todo. Para Platón, la humildad intelectual era condición para la
verdadera sabiduría.
En la Edad Media, Tomás de Aquino vinculó la soberbia con
el desorden moral que destruye la armonía del alma. Y ya en la modernidad,
pensadores como Nietzsche (1999) denunciaron la falsa humildad, pero también
criticaron la soberbia disfrazada de poder.
Así, la historia muestra que la arrogancia y la soberbia
no son solo defectos personales: son actitudes con profundas implicaciones
filosóficas, religiosas y sociales.
III. LA ARROGANCIA COMO ENFERMEDAD ESPIRITUAL Y
PSICOLÓGICA
Desde la psicología, la arrogancia se interpreta como un
mecanismo de compensación. Freud (1990) hablaba del narcisismo como una etapa
en la que el individuo sobrevalora su propio yo. Erich Fromm (1980), por su
parte, explicaba que las personalidades autoritarias tienden a disfrazar su
miedo y vacío interior con actitudes arrogantes.
El arrogante aparenta seguridad, pero en realidad esconde
fragilidad. Como decía el artículo original: “se desinflan como un globo con
mucha facilidad pues lo que albergan en su interior es ego, envidia, soledad y
tristeza” (Ventura, 2019, p. 2).
En lo espiritual, la arrogancia es la incapacidad de
aceptar la propia limitación. San Agustín enseñaba que la humildad es la base
de toda virtud, porque sin ella el ser humano cae en la ilusión de
autosuficiencia. La arrogancia es, entonces, una enfermedad del espíritu que
separa al individuo de los demás y de sí mismo.
IV. ARROGANCIA Y SOBERBIA EN LA POLÍTICA CONTEMPORÁNEA
En la política, la arrogancia se traduce en liderazgos autoritarios.
Funcionarios que creen que su palabra es incuestionable, que consideran que la
crítica es un ataque y que reducen la democracia a un simple formalismo.
La soberbia política destruye los consensos y polariza a
la sociedad. Bobbio (1997) advirtió que la democracia muere cuando quienes
detentan el poder confunden el cargo con propiedad personal. De ahí que la
prepotencia política lleve al desprecio de las instituciones, a la corrupción y
al abuso de poder.
La historia latinoamericana está llena de ejemplos:
presidentes que se perpetúan en el poder, legisladores que creen estar por
encima de la ley, y partidos políticos que desprecian a la ciudadanía. La
arrogancia en política no solo daña a los adversarios: destruye la confianza
ciudadana y debilita el tejido social.
V. LA SOBERBIA INTELECTUAL Y EL ELITISMO ACADÉMICO
En la universidad, la arrogancia toma la forma de
elitismo académico. Profesores que se consideran dueños de la verdad, que no
aceptan discusión y que se rodean de aduladores reproducen un clima tóxico en
el que la investigación y el pensamiento crítico se ahogan.
Kafka lo expresó con crudeza: “La universidad es una
comunidad de vanidosos y mediocres” (citado en Ventura, 2019, p. 3). Y Paulo
Freire (1970) denunció la “educación bancaria” como un mecanismo de opresión
donde los estudiantes son simples receptáculos de la sabiduría del profesor.
La soberbia intelectual no solo obstaculiza el
aprendizaje, sino que genera exclusión. El arrogante académico desprecia la
participación de sus estudiantes, niega el valor de la investigación
colaborativa y convierte el aula en un espacio autoritario.
VI. LA PREPOTENCIA EN EL MUNDO LABORAL Y EMPRESARIAL
El ámbito laboral es otro espacio donde la prepotencia
florece. Jefes autoritarios que humillan a sus empleados, que ven a los
trabajadores como simples engranajes y no como personas, encarnan esta actitud
destructiva.
Richard Sennett (2000) explicó cómo la humillación en el
trabajo degrada la dignidad del trabajador y erosiona la cohesión social. Las
empresas dominadas por la soberbia y la prepotencia suelen enfrentar alta
rotación de personal, conflictos internos y baja productividad.
En contraste, el liderazgo ético basado en el respeto y
la humildad genera confianza, innovación y compromiso. La autoridad auténtica,
como señalaba Hannah Arendt (1993), no se sostiene en la fuerza ni en la
imposición, sino en el reconocimiento libre de quienes la aceptan.
VII. ARROGANCIA Y SOBERBIA EN LA CULTURA DIGITAL
Las redes sociales han amplificado la arrogancia. En la
cultura digital, el narcisismo se convierte en espectáculo: todos buscan ser
admirados, pocos desean escuchar.
Byung-Chul Han (2012) advierte que vivimos en la
“sociedad del cansancio”, donde la autoexplotación y el culto a la imagen nos
llevan a un estado permanente de fatiga y vanidad. El “yo digital” se construye
a base de likes y seguidores, generando una competencia deshumanizante.
La arrogancia digital se refleja en influencers que creen
poseer verdades absolutas, en usuarios que humillan desde el anonimato y en
jóvenes que confunden valor personal con visibilidad virtual.
VIII. EFECTOS SOCIALES Y CULTURALES DE LA ARROGANCIA
La arrogancia y la soberbia, cuando se generalizan,
producen un efecto corrosivo en la sociedad. Alimentan la exclusión, generan
resentimiento y normalizan la violencia simbólica.
Una sociedad donde domina la prepotencia es una sociedad
frágil, incapaz de construir consensos ni de respetar la diversidad. Como
enseñaba Durkheim (1993), la cohesión social se basa en la solidaridad; sin
ella, lo único que queda es el conflicto permanente.
IX. CAMINOS DE SUPERACIÓN: LA EDUCACIÓN EN LA HUMILDAD
Frente a este panorama, la humildad se presenta como
virtud esencial. No se trata de sumisión, sino de reconocer los propios límites
y abrirse al diálogo.
La educación en la humildad debe comenzar en la familia,
continuar en la escuela y consolidarse en la universidad. Se trata de enseñar a
escuchar, a valorar al otro y a comprender que nadie posee la verdad absoluta.
Como decía San Agustín: “No hay grandeza donde no hay
sencillez, bondad y verdad”. Educar en la humildad no significa renunciar a la
excelencia, sino reconocer que el conocimiento verdadero es colectivo.
CONCLUSIÓN
La arrogancia, la soberbia y la prepotencia son más que defectos
personales: son patologías sociales que afectan la política, la educación, el
trabajo y la cultura digital. Generan exclusión, polarización y violencia,
destruyendo los cimientos de la convivencia.
Frente a ello, la humildad y el respeto aparecen como
alternativas urgentes. No son simples valores individuales, sino fundamentos
para reconstruir la sociedad.
REFLEXIÓN FINAL
El arrogante cree ser grande porque humilla; el humilde
se engrandece porque respeta. Una sociedad que cultive la humildad será capaz
de superar la crisis ética actual y de construir un futuro más justo y humano.
La verdadera grandeza no está en imponerse sobre los
demás, sino en servir con dignidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS.
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Arendt, H.
(1993). Entre el pasado y el futuro. Barcelona: Península.
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Aristóteles.
(2004). Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza.Bobbio, N. (1997). El futuro de la
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Durkheim, É.
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Freire, P.
(1970). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI.
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Fromm, E.
(1980). El miedo a la libertad. Barcelona: Paidós.
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Han, B. C.
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7.
Nietzsche,
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8.
Platón.
(1992). Apología de Sócrates. Madrid: Gredos.
9.
Santo Tomás
de Aquino. (2006). Suma Teológica. Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.
10.
Sennett, R.
(2000). La corrosión del carácter. Barcelona: Anagrama.
11.
Ventura, J.
I. (2019). La arrogancia, la soberbia y la prepotencia. Documento inédito
SAN SALVADOR,27 DE SEPTIEMBRE DE 2025
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