CUANDO LA UNIVERSIDAD ENVEJECE: CRÍTICA EPISTEMOLÓGICA Y
PROPUESTA EMANCIPADORA”
POR: MSc. JOSÈ ISRAEL VENTURA.
1. INTRODUCCIÓN.
La universidad, considerada históricamente la máxima casa
de estudios y el espacio por excelencia de la razón crítica, enfrenta hoy una
crisis profunda que no puede seguir ignorándose. Desde su nacimiento en la Edad
Media, la universidad se erigió como institución destinada a la formación del
pensamiento, la transmisión del saber y la búsqueda del conocimiento científico
y humanista. Sin embargo, lo que en su momento representó una conquista de la
razón frente a la ignorancia y el dogma, hoy comienza a mostrar signos de
agotamiento, de envejecimiento, de un desgaste que pone en entredicho su papel
histórico
Cuando hablamos del “envejecimiento de la universidad” no
nos referimos simplemente al paso del tiempo ni al desgaste natural de sus
edificios y estructuras físicas. El envejecimiento al que aludimos es
epistemológico, metodológico, ético y cultural. Es la evidencia de que la
universidad, en muchos casos, sigue anclada en paradigmas obsoletos: una
enseñanza memorística, repetitiva y fragmentada; una docencia que coloca al
profesor como dueño absoluto del saber; una currícula hiperespecializada que
mutila la integralidad del conocimiento; y una tendencia cada vez más peligrosa
a someterse a las leyes del mercado en lugar de responder a las necesidades
profundas de la sociedad.
Como sostiene Edgar Morin (2001), una de las grandes
tragedias de la modernidad ha sido la fragmentación del saber: “Nuestra
civilización y por consiguiente nuestra enseñanza, privilegiaron la separación
en detrimento de la unión, el análisis en detrimento de la síntesis” (p. 42).
Este diagnóstico refleja con crudeza el problema de la universidad contemporánea:
produce especialistas en parcelas reducidas del conocimiento, pero incapaces de
comprender la totalidad, de relacionar las partes con el todo, de construir
síntesis críticas que ayuden a resolver los problemas de la humanidad.
Por otra parte, Michel de Montaigne, citado por Morin,
recordaba con lucidez que “vale más una cabeza bien puesta que una repleta”. La
universidad, sin embargo, sigue apostando por la acumulación de información
antes que por la formación de pensamiento crítico. Llena la memoria de los
estudiantes de datos y conceptos, pero les impide articularlos, reflexionarlos
y aplicarlos a la realidad social. Así, en lugar de formar ciudadanos libres,
cultos y pensadores, produce técnicos eficaces, pero muchas veces acríticos e
incapaces de cuestionar el orden social imperante.
Esta crisis se agrava cuando observamos el papel del
docente universitario. En vez de convertirse en un mediador, un investigador,
un provocador de preguntas y un generador de pensamiento crítico, muchos
docentes repiten sin cuestionamiento el método de la cátedra magistral que
heredaron de sus maestros. Se limitan a “enseñar lo que saben” sin abrir
espacio a la reflexión, la creatividad y el cuestionamiento epistemológico.
Como señala Bedoya (2005), esta actitud revela un grave error: la educación
universitaria inhibe, reprime y hasta atenta contra las auténticas formas de
acceder, investigar y producir conocimiento científico.
Estamos, entonces, ante un desafío histórico. La
universidad puede continuar envejeciendo, anclada en sus viejos paradigmas y
sometida al mercado, o puede emprender una renovación radical, epistemológica y
pedagógica, que la devuelva a su misión original: ser un espacio de libertad,
de pensamiento crítico, de producción científica y de transformación social.
El presente ensayo busca analizar, con un tono crítico y enérgico, los principales síntomas de envejecimiento de la universidad, así como sus causas y posibles salidas.
2. EL CAMBIO COMO LEY UNIVERSAL
No se trata
de una crítica pesimista, sino de un llamado urgente a repensar la institución
universitaria en un mundo que cambia a una velocidad sin precedentes. Porque,
si todo envejece, también todo puede renovarse; y la universidad, si quiere
sobrevivir y ser fiel a su misión, debe aprender a transformarse.
El envejecimiento de la universidad no es un fenómeno
aislado ni accidental. Forma parte de una ley mucho más amplia y profunda: todo
en el universo está en constante cambio. Desde las estrellas que nacen y
mueren, pasando por las especies que evolucionan, hasta las instituciones
humanas que se transforman o desaparecen, nada permanece inmóvil.
Ya en la antigüedad, Heráclito de Éfeso afirmaba que
“todo fluye” (panta rhei) y que “nadie puede bañarse dos veces en el mismo
río”.
Con ello señalaba que la esencia misma de la realidad es
el cambio. Lo que hoy es sólido, mañana será arena; lo que hoy es joven, mañana
será viejo; lo que hoy se erige como institución indestructible, mañana puede
estar en ruinas.
La ciencia moderna ha confirmado esta intuición
filosófica. Charles Darwin, en El origen de las especies (1859), mostró cómo
los seres vivos cambian y se adaptan, y cómo las especies que no logran
responder a las exigencias del medio están condenadas a la extinción. Lo mismo
ocurre con las instituciones humanas: aquellas que no se renuevan, que no se
adaptan a las nuevas realidades históricas, corren el riesgo de convertirse en
estructuras fósiles.
En este sentido, la universidad no puede concebirse como
una institución eterna e inmutable. Fue creada en un contexto histórico
particular —la Europa medieval— y, como toda obra humana, está sometida a las
leyes del tiempo, de la sociedad y del pensamiento. De la misma manera que el
individuo nace, crece, madura y envejece, también la universidad atraviesa
ciclos vitales.
La Universidad de El Salvador (UES), fundada en 1841, es
un ejemplo claro. Con casi dos siglos de existencia, ha sido testigo de guerras
civiles, dictaduras, reformas políticas, crisis económicas y procesos de
globalización. Ha resistido persecuciones, militarizaciones y recortes
presupuestarios, y aun así ha sobrevivido como la universidad pública más
importante del país. Sin embargo, su permanencia no significa que esté exenta
de desgaste.
En muchos aspectos, su modelo pedagógico y curricular
refleja un estancamiento que la hace vulnerable frente a los retos de la
sociedad contemporánea.
La ley del cambio nos recuerda algo fundamental: nada es
espontáneo ni arbitrario. Todo responde a causas internas y externas, a fuerzas
visibles e invisibles que empujan la transformación. Como sostiene Morin
(2001), la realidad es compleja y los fenómenos deben entenderse desde la
interacción de múltiples dimensiones: biológicas, sociales, culturales,
históricas y políticas. Ignorar estas leyes significa condenarse a la
obsolescencia.
Por eso, la universidad debe asumirse no como una
fortaleza intocable, sino como una institución viva que, al igual que un
organismo, necesita renovarse constantemente. Debe aprender de la naturaleza,
donde las especies se adaptan o desaparecen. Debe reconocer que el
envejecimiento es inevitable, pero que el estancamiento sí puede y debe
evitarse.
En este punto surge una pregunta clave: ¿cómo enfrentar
el paso del tiempo sin quedar atrapados en la inercia? La respuesta pasa por
reconocer que el cambio no es una amenaza, sino una oportunidad para
reinventarse. El desafío no es negar el envejecimiento de la universidad, sino
transformarlo en un proceso de renovación que le permita cumplir con mayor
vigor su misión histórica.
3. LA CRISIS EPISTEMOLÓGICA DE LA UNIVERSIDAD
El envejecimiento de la universidad se manifiesta, ante
todo, en el plano epistemológico: en la manera de concebir, organizar y
transmitir el conocimiento. La crisis no es únicamente administrativa o financiera,
sino más profunda: afecta el sentido mismo de la educación superior y su
relación con la verdad, la ciencia y la sociedad.
Desde hace siglos, el pensamiento occidental se ha visto
marcado por la influencia del positivismo, corriente que privilegió la
fragmentación del conocimiento y la acumulación de datos antes que la reflexión
crítica y la síntesis. Este modelo, que en su momento permitió avances
científicos significativos, se ha convertido hoy en un obstáculo, pues ha
moldeado a la universidad en una lógica de compartimentos estancos.
La fragmentación del conocimiento
Edgar Morin (2001) denuncia que nuestra civilización y
nuestra enseñanza han privilegiado “la separación en detrimento de la unión, el
análisis en detrimento de la síntesis” (p. 42). La consecuencia es que los
estudiantes universitarios aprenden “partes” del saber, pero son incapaces de
relacionarlas con un todo coherente. Saben mucho de un campo estrecho, pero
ignoran cómo se vincula ese campo con la vida, la sociedad y la historia.
Este fenómeno ha generado un tipo de profesional que
Morin y otros autores califican como “especialista ignorante”: alguien que
domina una técnica o disciplina reducida, pero que carece de visión integral y
crítica.
El problema no es la especialización en sí, sino la mutilación de la capacidad de pensar de manera amplia y sistémica.
Memoria frente a pensamiento crítico
Otro signo del envejecimiento epistemológico es el
predominio de una educación memorística. La universidad sigue formando “cabezas
repletas” en lugar de “cabezas bien puestas”. Michel de Montaigne, citado por
Morin, advertía que “saber de memoria no es saber: es conservar lo que se
entregó a la memoria para guardar”. En otras palabras, acumular datos no
equivale a tener conocimiento.
La universidad, al centrarse en la repetición y el
examen, produce estudiantes que memorizan contenidos, pero que no desarrollan
la capacidad de seleccionar, organizar y aplicar esos conocimientos a los
problemas reales. Esta situación desemboca en lo que podemos llamar una atrofia
intelectual: el potencial analítico y creativo de los jóvenes se reprime en
lugar de potenciarse.
La falta de síntesis crítica
La crisis epistemológica también se evidencia en la
ausencia de síntesis crítica. Los saberes se transmiten como piezas aisladas,
sin que se enseñe a los estudiantes a construir puentes entre disciplinas, a
pensar de manera transversal, a relacionar causas y consecuencias en los
fenómenos sociales.
El resultado es un
pensamiento estrecho, incapaz de enfrentar los problemas complejos de la
contemporaneidad, como la crisis climática, las desigualdades sociales o la
inteligencia artificial.
El costo social de esta crisis
Esta crisis no afecta únicamente a la vida académica,
sino que tiene graves repercusiones sociales. La universidad, en lugar de ser
motor de transformación, se convierte en reproductora del status quo. Forma
profesionales que se integran en el engranaje de un sistema desigual, sin
cuestionarlo, sin capacidad de proponer alternativas. En este sentido, el
envejecimiento epistemológico de la universidad se traduce en un déficit
democrático y cultural para toda la sociedad.
4. EL ROL DEL DOCENTE EN EL ESTANCAMIENTO
El envejecimiento de la universidad no puede entenderse
sin analizar críticamente el papel que han jugado los docentes universitarios.
La figura del profesor debería ser la de un guía, un investigador, un generador
de pensamiento crítico y un impulsor de creatividad. Sin embargo, en muchos
casos, los docentes se han convertido en piezas inmóviles de un sistema que
repite viejas fórmulas sin cuestionarlas.
La docencia centrada en la cátedra magistral
Pese a que desde hace décadas se insiste en que el
profesor no debe ser el “único centro del proceso pedagógico”, la realidad
muestra que la enseñanza universitaria sigue dominada por la cátedra magistral.
El docente habla,
el estudiante escucha y copia. Este esquema coloca al profesor como la única
fuente de conocimiento, perpetuando una relación jerárquica que desalienta la
participación activa y crítica del estudiante.
Este modelo es un reflejo del autoritarismo pedagógico
heredado de siglos pasados. Lo preocupante es que muchos docentes lo reproducen
de manera automática, sin detenerse a reflexionar sobre sus limitaciones.
Siguen enseñando como fueron enseñados, en un círculo de repetición que
alimenta el estancamiento institucional.
La ausencia de autocrítica y reflexión epistemológica
El problema no radica únicamente en la metodología, sino
en la falta de autocrítica. Muchos profesores asumen que dominar su materia es
suficiente para enseñar. Consideran innecesario cuestionar su propio proceder,
actualizar sus métodos o investigar nuevas formas de aprendizaje.
Esta actitud, como advierte Bedoya (2005), revela una
peligrosa carencia: “comprendemos que como estamos procediendo actualmente
estamos inhibiendo, reprimiendo y hasta atentando contra las auténticas formas
de acceder, investigar y producir conocimiento científico” (p. 10).
La falta de autocrítica docente se traduce en una
universidad incapaz de renovarse. El estancamiento de las aulas se convierte en
estancamiento institucional, y este, a su vez, en un envejecimiento de toda la
estructura universitaria.
El docente como reproductor del sistema
En lugar de ser agentes de cambio, muchos profesores se
han convertido en reproductores del sistema. Se adaptan al statu quo, imparten
contenidos sin espíritu crítico y evitan confrontar los problemas reales de la
sociedad. Esta actitud contradice la esencia misma de la universidad, que
históricamente ha sido el espacio de cuestionamiento, de debate y de
problematización de la realidad social, política, económica y cultural.
El docente universitario debería ser un intelectual
crítico y no un simple transmisor de contenidos. Su misión no se limita a
preparar a los estudiantes para aprobar exámenes o para insertarse en el
mercado laboral, sino a despertar en ellos la capacidad de pensar, investigar,
analizar y transformar la realidad.
El desafío de un nuevo perfil docente
Para superar este estancamiento, se necesita un cambio
profundo en el rol del docente. Ya no basta con ser especialista en una
disciplina; se requiere ser investigador, mediador, crítico y pedagogo. El
profesor debe fomentar el diálogo, estimular la curiosidad, guiar en el proceso
de investigación y abrir caminos hacia el pensamiento crítico.
La universidad necesita docentes que se asuman como
protagonistas de la transformación educativa y no como guardianes de viejas
rutinas. De lo contrario, el envejecimiento seguirá avanzando y la institución
universitaria perderá el espíritu que alguna vez la definió: ser un espacio
vivo de pensamiento y de creación.
5. LA UNIVERSIDAD ATRAPADA EN PARADIGMAS CADUCOS
El envejecimiento de la universidad se expresa también en
su anclaje a paradigmas agotados, que lejos de responder a los retos del
presente, reproducen esquemas del pasado. Estos paradigmas se manifiestan tanto
en la organización del currículo como en la misión misma de la institución.
La hiperespecialización como cárcel académica
Uno de los síntomas más claros del agotamiento
universitario es la hiperespecialización. Durante décadas se ha considerado que
formar profesionales altamente especializados es sinónimo de calidad. Sin
embargo, este paradigma ha generado una grave distorsión: profesionales que
dominan técnicas muy precisas, pero que carecen de una visión integral del
mundo y de la sociedad.
Ivan Illich (1971), citado por Armando Toledo, fue
contundente al afirmar que la forma dominante de educación en la modernidad es
la especialización, mientras que la verdadera educación —la generalización, la
integralidad— ha sido relegada. La consecuencia es una civilización que produce
expertos en parcelas reducidas, pero cada vez más incapaces de articular
soluciones globales.
El matemático Roy Patrick Kerr (1963) coincidía en este diagnóstico al señalar que la universidad ya no educa, sino que se limita a capacitar especialistas y técnicos habilitados para funciones automáticas o semiautomáticas. En otras palabras, produce piezas útiles para el engranaje del sistema productivo, pero no ciudadanos libres, críticos ni creativos.
La universidad como empresa
Otro paradigma caduco que aprisiona a la universidad es el
de su mercantilización. Cada vez más, la lógica empresarial se infiltra en la
vida académica. El lenguaje universitario ha sido sustituido por el de la
“competitividad”, la “eficiencia” y la “rentabilidad”. La misión de formar
ciudadanos y producir pensamiento crítico cede paso a la presión de preparar
mano de obra para el mercado.
Esto ha dado lugar a lo que algunos autores llaman la
universidad-empresa: una institución concebida no como productora de cultura y
de ciencia, sino como fábrica de técnicos que responden a los intereses de la
iniciativa privada. Los llamados “perfiles profesionales” se convierten en
moldes ideológicos destinados a garantizar la inserción de los egresados en el
aparato productivo, sin importar que ello implique sacrificar el espíritu
crítico.
El riesgo de la obsolescencia cultural
Cuando la universidad se limita a ser una “industria
maquiladora” de profesionales, corre el riesgo de volverse irrelevante en el
plano cultural. Su misión histórica —ser el espacio de creación y recreación
del conocimiento, de debate intelectual y de formación de ciudadanos— se ve
reemplazada por una visión utilitarista y estrecha. Como advierte Ornelas
(1995), la universidad debería distinguirse por ser productora de cultura,
formadora de pensadores y científicos, no por preparar únicamente mano de obra
especializada.
Paradigmas agotados en un mundo cambiante
El problema central es que estos paradigmas
—hiperespecialización y mercantilización— son incompatibles con el mundo
contemporáneo. La sociedad actual enfrenta desafíos complejos e
interconectados: crisis climática, desigualdad social, migraciones,
inteligencia artificial, pandemias, entre otros. Ninguno de estos problemas
puede resolverse desde una disciplina aislada o desde una lógica puramente mercantil.
Persistir en estos paradigmas es condenar a la
universidad a un envejecimiento irreversible. Romper con ellos, en cambio, es
abrir la posibilidad de un renacimiento epistemológico y cultural que devuelva
a la universidad su papel histórico como faro de pensamiento y transformación
social.
6. LA MISIÓN OLVIDADA DE LA UNIVERSIDAD
La universidad nació como espacio de búsqueda de la
verdad, formación de pensamiento y producción de cultura. Desde Bolonia y París
en la Edad Media, pasando por Córdoba y Salamanca en América Latina, hasta
llegar a nuestras instituciones contemporáneas, la universidad fue concebida
como un faro de saber y libertad intelectual. Sin embargo, en su
envejecimiento, ha ido olvidando esa misión originaria y se ha reducido a funciones
más estrechas y utilitaristas
El ideal humanista y científico traicionado
Históricamente, la universidad no se limitaba a formar
especialistas. Su propósito era cultivar la totalidad del espíritu humano,
integrar el saber científico con el filosófico, lo técnico con lo ético, lo
cultural con lo político. En otras palabras, buscaba formar ciudadanos íntegros
capaces de comprender y transformar la sociedad.
Hoy, sin embargo, la universidad se ha replegado hacia la
capacitación técnica y el entrenamiento laboral. Se centra en “dar
competencias” y “desarrollar habilidades productivas”, relegando a un segundo
plano la formación en ética, filosofía, artes y ciudadanía. Con ello traiciona
su espíritu original y se convierte en un espacio de adiestramiento utilitario
más que de formación integral.
Einstein y la crítica a la educación tecnocrática
El físico Albert Einstein, uno de los científicos más
brillantes de la historia, advertía que no basta enseñar una especialidad:
“Con ello se convierten en algo así como máquinas
utilizables pero no en individuos válidos. Para ser un individuo válido, el
hombre debe sentir aquello a lo que puede aspirar. Tiene que recibir un
sentimiento vivo de lo moralmente bueno. En caso contrario se parece más a un
perro bien amaestrado que a un ente armónicamente desarrollado” (Einstein,
1954, p. 27). Estas palabras revelan con claridad lo que ocurre en muchas
universidades actuales: forman profesionales útiles para el sistema, pero no
seres humanos completos. El exceso de tecnocracia y competitividad sofoca el
espíritu cultural, ético y crítico que debería caracterizar a la educación
superior.
La universidad como generadora de cultura y pensamiento
Como advierte Ornelas (1995), la universidad debería
distinguirse no por preparar mano de obra para el mercado, sino por ser
productora de cultura, formadora de pensadores, científicos, artistas y líderes
intelectuales que contribuyan al desarrollo de la nación, incluso cuando no
exista un empleo inmediato para ellos.
El papel de la universidad no puede reducirse a responder
a las necesidades inmediatas de la economía. Su misión va más allá: cultivar el
pensamiento crítico, la ética ciudadana y la creatividad cultural. Cuando
olvida esta tarea, envejece y pierde su legitimidad social.
Una misión pendiente en América Latina
En América Latina, y particularmente en El Salvador, esta
contradicción se hace aún más evidente. Las universidades, presionadas por la
lógica del mercado y por presupuestos limitados, se enfocan en carreras
“rentables” y en perfiles laborales de rápida inserción. En este proceso, dejan
en el olvido las humanidades, la investigación crítica y la formación ética.
La consecuencia es dramática: profesionales que saben
“hacer”, pero que no saben “pensar” ni “decidir” desde una perspectiva
humanista.
Jóvenes que se
gradúan con un título universitario, pero que carecen de la capacidad de leer
críticamente su sociedad y comprometerse con su transformación.
7. RETOS DE LA UNIVERSIDAD EN LA SOCIEDAD LÍQUIDA
El sociólogo Zygmunt Bauman (2003) describió nuestra
época como una modernidad líquida, caracterizada por la inestabilidad, la
fragilidad de los vínculos sociales y la constante mutabilidad de las
instituciones. Lo sólido se desvanece, lo permanente se diluye y lo efímero se
convierte en norma. En este contexto, la universidad enfrenta desafíos inéditos
que ponen a prueba su capacidad de adaptación y su vigencia histórica.
La pérdida de solidez institucional
En tiempos pasados, la universidad era percibida como una
institución sólida, estable y casi inmutable. Representaba un espacio de
tradición, continuidad y autoridad cultural. Hoy, en cambio, se ve arrastrada
por la fluidez de la sociedad contemporánea: los cambios tecnológicos
acelerados, la globalización económica, la precarización laboral y la cultura
de lo inmediato.
El riesgo es que la universidad pierda su carácter de
faro de pensamiento crítico y se transforme en una institución líquida más, sin
raíces ni profundidad, sometida a la lógica de la inmediatez y del mercado.
Globalización y precarización del conocimiento
En la sociedad líquida, la globalización impone un modelo
educativo dominado por la competencia, la rentabilidad y la productividad.
Las universidades compiten por atraer estudiantes como si
fueran clientes, y muchos programas académicos se diseñan en función de
“tendencias del mercado” más que de necesidades culturales o sociales.
Este proceso conduce a la precarización del conocimiento:
se privilegia lo útil, lo rentable y lo inmediato, mientras se descuida lo
crítico, lo profundo y lo humanista. Las humanidades, la filosofía, la
sociología y las artes son desplazadas por carreras técnicas y de rápida
inserción laboral, bajo la lógica de que “lo que no produce dinero no tiene
valor”.
La revolución tecnológica y la educación digital
La expansión de la inteligencia artificial, las
plataformas digitales y el acceso masivo a la información también plantean un
reto decisivo. En la sociedad líquida, la universidad ya no es la única fuente
de conocimiento. Internet democratizó el acceso a datos, pero también
multiplicó la desinformación y el pensamiento superficial.
La universidad debe responder a este reto no compitiendo
con Google o Wikipedia, sino ofreciendo algo que ninguna máquina puede dar:
pensamiento crítico, profundidad epistemológica y formación integral. Su papel
no es transmitir datos —los estudiantes ya los encuentran en la red—, sino
enseñar a interpretar, cuestionar, relacionar y producir conocimiento
auténtico.
La urgencia de formar ciudadanos críticos
En una sociedad marcada por la volatilidad, el consumismo
y la fragilidad de los vínculos sociales, la universidad tiene la
responsabilidad de formar ciudadanos críticos y responsables, no simples
consumidores de información. Bauman (2003) advierte que, en la sociedad
líquida, las instituciones corren el riesgo de volverse irrelevantes si no
ofrecen raíces y orientación en medio del caos.
Por ello, la universidad debe convertirse en un espacio
de anclaje crítico: un lugar donde los estudiantes puedan desarrollar autonomía
intelectual, ética ciudadana y compromiso social. Si la universidad se adapta
pasivamente a la liquidez, se diluirá junto con ella; pero si asume una postura
crítica, puede convertirse en un faro en medio de la incertidumbre.
Desafío para El Salvador y América Latina
En el caso de El Salvador, este reto es doble. Además de
enfrentar las presiones globales de la modernidad líquida, nuestras
universidades deben responder a problemas estructurales como la desigualdad, la
violencia, la migración y la precariedad económica. Si se limitan a reproducir
la lógica mercantil global, se volverán irrelevantes para las mayorías
populares. Pero si se comprometen con la transformación social, podrán ser agentes
de esperanza y renovación.
8. PROPUESTA DE TRANSFORMACIÓN EPISTEMOLÓGICA
Si aceptamos que el envejecimiento de la universidad es
principalmente epistemológico y cultural, entonces la transformación no puede
limitarse a simples reformas administrativas o a modernizar la infraestructura.
La renovación debe ser profunda, integral y crítica, orientada a replantear los
fundamentos mismos del conocimiento universitario y su papel en la sociedad.
Superar la fragmentación del saber
El primer paso es romper con la lógica de compartimentos
estancos que caracteriza a la educación actual. La universidad debe apostar por
una visión interdisciplinaria que conecte las ciencias naturales, sociales y
humanísticas. Como señala Morin (2001), el pensamiento complejo implica unir lo
separado y relacionar lo disperso. La universidad del futuro debe enseñar a los
estudiantes a ver las conexiones ocultas entre los fenómenos, a construir
síntesis críticas y a pensar los problemas de manera global.
De la memoria al pensamiento crítico
Es urgente abandonar el paradigma de la educación
memorística, que reduce al estudiante a un repetidor de datos. En su lugar, la
universidad debe promover una pedagogía que estimule la pregunta, la duda y la
reflexión crítica. Más que respuestas, se trata de enseñar a formular buenas
preguntas, a investigar con rigor y a confrontar ideas diversas.
Esto exige cambiar el rol del docente: de transmisor de
contenidos a facilitador, investigador y provocador de pensamiento. El profesor
debe guiar, no imponer; inspirar, no domesticar.
Currículos flexibles y problematizadores
La transformación también requiere repensar el currículo
universitario. En lugar de estar estructurado en asignaturas aisladas y
rígidas, debería diseñarse a partir de problemas reales de la sociedad:
pobreza, desigualdad, violencia, cambio climático, ética tecnológica,
democracia, entre otros.
Un currículo problematizador permite que los estudiantes
comprendan la relevancia social de su formación y desarrollen la capacidad de
aplicar el conocimiento a los grandes retos contemporáneos. Además, favorece la
creatividad y la innovación, pues obliga a articular saberes diversos para
buscar soluciones.
Recuperar la investigación como eje central
La universidad no puede limitarse a enseñar lo ya sabido.
Debe convertirse en un espacio de producción de conocimiento. La investigación debe
ocupar un lugar central en la vida universitaria, involucrando a docentes y
estudiantes en proyectos que dialoguen con la realidad local, regional y
global.
Esto implica superar la visión de la investigación como
un requisito burocrático para ascender en la carrera docente. Debe asumirse
como una vocación intelectual y social: investigar no para acumular puntos,
sino para transformar la realidad.
Educar ara la síntesis ética y social
Finalmente, la transformación epistemológica requiere
integrar la dimensión ética en toda la formación universitaria. No se trata de
añadir una asignatura de ética al final de la carrera, sino de impregnar cada
área del saber con la reflexión sobre la dignidad humana, la justicia social y
la responsabilidad ambiental.
La universidad debe formar ciudadanos y profesionales
capaces de pensar críticamente y actuar éticamente. Sin esta dimensión, la
educación corre el riesgo de producir técnicos eficientes pero deshumanizados,
expertos sin conciencia, profesionales que saben hacer pero no saben discernir
entre el bien y el mal.
9. UNA UNIVERSIDAD EMANCIPADORA
El futuro de la universidad no puede limitarse a una
modernización superficial ni a un simple ajuste curricular. Se necesita una
transformación radical que devuelva a la institución su misión liberadora,
aquella que permita a los pueblos imaginar y construir un futuro distinto. La
universidad debe dejar de ser un engranaje al servicio del mercado y recuperar
su papel como espacio de emancipación.
Inspiración en Paulo Freire
El pedagogo brasileño Paulo Freire (1970/2005) planteó en
Pedagogía del oprimido que toda educación auténtica es, en esencia, un acto de
liberación. Para Freire, el conocimiento no puede ser una “transferencia
bancaria” de contenidos del maestro al alumno, sino un proceso dialógico en el
que ambos se reconocen como sujetos que aprenden y transforman la realidad.
Aplicado a la universidad, esto significa que la
enseñanza no puede limitarse a llenar la cabeza de los estudiantes con
información. Debe propiciar un encuentro crítico entre saberes, experiencias y
perspectivas, con el fin de problematizar la realidad y buscar caminos de
transformación. Una universidad emancipadora no domestica, sino que libera.
Universidad como conciencia crítica de la sociedad
Una universidad verdaderamente emancipadora debe
convertirse en la conciencia crítica de la sociedad. Esto implica cuestionar
las estructuras de poder, denunciar las injusticias y proponer alternativas
viables. No basta con adaptarse a las demandas del mercado o a las modas
académicas: la universidad debe colocarse al servicio de los pueblos, de su
historia y de sus luchas.
En este sentido, la universidad no puede permanecer
neutral frente a la desigualdad, la corrupción, la violencia o el deterioro
ambiental. Como afirmaba el propio Freire, la neutralidad no existe en
educación: todo acto educativo es un acto político. La universidad debe elegir
si se pone al lado de los poderes que oprimen o al lado de los pueblos que
buscan liberarse.
Democratizar el conocimiento
La universidad emancipadora también se define por su
capacidad de democratizar el conocimiento.
No puede seguir siendo un privilegio de élites urbanas,
sino un derecho de todos los ciudadanos. Esto significa garantizar acceso a los
sectores populares, pero también transformar el contenido mismo de la enseñanza
para que dialogue con la realidad de esos sectores.
Una universidad cerrada en sí misma, aislada de las
comunidades y de los problemas sociales, se convierte en un espacio elitista y
obsoleto. Una universidad emancipadora, en cambio, se abre al pueblo, dialoga
con él, aprende de sus saberes y pone la ciencia y la cultura al servicio del
bien común.
Autonomía frente al mercado y el poder político
La emancipación universitaria exige también autonomía
frente a las presiones del mercado y del poder político. La universidad no
puede reducirse a ser un apéndice de las empresas ni un instrumento de
propaganda gubernamental. Su independencia es condición para que pueda ejercer
su función crítica y creadora.
Esto no significa aislarse de la sociedad, sino más bien
lo contrario: mantener la libertad necesaria para criticar, investigar y
proponer, sin subordinación a intereses económicos o partidarios. Solo así
podrá ser fiel a su misión histórica.
Una universidad para la esperanza
Finalmente, la universidad emancipadora es aquella que
siembra esperanza. En un mundo marcado por la incertidumbre, el consumismo y la
desesperanza juvenil, la universidad debe ofrecer un horizonte distinto: un
lugar donde los jóvenes aprendan que el conocimiento puede cambiar la vida, que
la ética puede guiar las decisiones y que la solidaridad puede transformar la
sociedad.
Como decía Freire, “la educación no cambia el mundo,
cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Una universidad emancipadora
no se limita a formar profesionales; forma seres humanos críticos, solidarios y
comprometidos con la justicia.
10. CONCLUSIÓN
El recorrido realizado nos ha permitido comprender que el
envejecimiento de la universidad no es un problema meramente administrativo ni
una cuestión de falta de modernización tecnológica, sino un fenómeno más
profundo: un agotamiento epistemológico, pedagógico y cultural. La universidad,
en muchos de sus modelos actuales, ha quedado atrapada en paradigmas caducos
—como la enseñanza magistral, el memorismo, la hiperespecialización y la
mercantilización del conocimiento— que la alejan de su misión original.
La consecuencia es grave: profesionales que saben “hacer”
pero no “pensar”, instituciones que forman técnicos eficientes pero no
ciudadanos críticos, y comunidades universitarias que muchas veces reproducen
la lógica del sistema en lugar de cuestionarlo. En lugar de ser conciencia
crítica de la sociedad, la universidad corre el riesgo de convertirse en un
engranaje más de la maquinaria productiva.
No obstante, reconocer el envejecimiento no significa
condenar a la universidad a la muerte, sino abrir la posibilidad de su
renacimiento. Tal como lo muestra la ley universal del cambio, todo lo que
envejece puede transformarse. La universidad puede rejuvenecer si asume con
valentía una reforma epistemológica: superar la fragmentación del saber,
abandonar la memorización mecánica, recuperar la síntesis crítica, abrirse a la
interdisciplinariedad y situar la investigación en el centro de su quehacer.
Del mismo modo, el papel de los docentes debe
transformarse: de transmisores pasivos a investigadores activos; de autoridades
inamovibles a facilitadores críticos; de guardianes del pasado a sembradores de
futuro. La universidad no puede renovar sus estructuras si sus profesores no
renuevan primero sus propias prácticas y mentalidades.
Además, la universidad necesita reencontrarse con su
misión humanista y emancipadora: formar seres humanos completos, críticos y
solidarios; producir ciencia comprometida con el bien común; y convertirse en
faro cultural frente a la incertidumbre de la sociedad líquida contemporánea. Inspirada en pensadores como Morin, Freire
y Einstein, la universidad debe recordar que su tarea no es preparar piezas
útiles para el mercado, sino cultivar ciudadanos libres capaces de transformar
la realidad.
El desafío es enorme, pero ineludible. Si la universidad
sigue envejeciendo sin reaccionar, se volverá irrelevante en un mundo que
cambia vertiginosamente. Pero si se atreve a renovarse, puede convertirse en un
espacio de esperanza, creatividad y emancipación, capaz de cumplir con la
misión histórica que le dio origen: ser luz en medio de la oscuridad, crítica
en medio de la conformidad y conocimiento en medio de la ignorancia
11. RESUMEN CRÍTICO FINAL
El presente ensayo ha mostrado que el envejecimiento de
la universidad es un fenómeno complejo que trasciende la mera antigüedad
institucional. Se trata de un desgaste estructural, epistemológico y cultural
que amenaza con convertir a la universidad en una institución obsoleta, incapaz
de responder a los retos de la sociedad contemporánea.
En primer lugar, hemos visto que el cambio es una ley
universal que afecta tanto a los seres vivos como a las instituciones humanas.
La universidad no es ajena a esa ley: si no se transforma, está condenada a
envejecer hasta perder relevancia.
En segundo lugar, se ha demostrado que el núcleo de la
crisis es epistemológico. La fragmentación del conocimiento, el predominio del
positivismo y el memorismo han reducido a los estudiantes a simples
acumuladores de datos, sin capacidad de síntesis ni pensamiento crítico. Esto
ha generado una formación incompleta y utilitaria, más enfocada en producir
mano de obra que en cultivar ciudadanos críticos y solidarios.
Un tercer elemento es el rol del docente, quien muchas
veces ha contribuido al estancamiento. La persistencia de la cátedra magistral,
la falta de autocrítica y la ausencia de compromiso con la investigación han
convertido al profesor en reproductor del sistema más que en agente de cambio.
Asimismo, el ensayo ha señalado que la universidad está
atrapada en paradigmas caducos como la hiperespecialización y la
mercantilización del conocimiento, que la subordinan a las exigencias del
mercado y la alejan de su misión humanista. Frente a ello, recordamos la
advertencia de Einstein: no basta formar especialistas; es necesario formar
seres humanos íntegros, con sensibilidad ética y cultural.
Sin embargo, no todo es diagnóstico pesimista. También se
han planteado caminos de renovación: superar la fragmentación del saber,
abandonar el memorismo, diseñar currículos problematizadores, recuperar la
investigación como eje central y colocar la ética en el corazón de la formación
universitaria.
Finalmente, se ha propuesto una visión de la universidad
emancipadora, inspirada en Paulo Freire, que asuma su papel como conciencia
crítica de la sociedad, democratice el conocimiento, defienda su autonomía
frente al mercado y siembre esperanza en las nuevas generaciones.
En síntesis, la universidad enfrenta hoy una disyuntiva
histórica: envejecer pasivamente hasta volverse irrelevante, o renovarse
críticamente para ser motor de transformación social. La decisión depende de su
capacidad de reconocer sus debilidades, asumir con valentía el cambio y
comprometerse con su misión original: formar seres humanos libres, pensantes y
éticamente responsables.
El futuro de nuestras sociedades, especialmente en
América Latina, está íntimamente ligado al futuro de sus universidades. Si
ellas rejuvenecen, también lo harán nuestros pueblos; si ellas envejecen sin
remedio, arrastrarán consigo la esperanza de las generaciones venideras.
12. REFERENCIASBIBLIOGRAFICAS.
1.
Bauman, Z.
(2003). Modernidad líquida. Fondo de Cultura Económica.
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3.
Einstein, A.
(1954). Ideas y opiniones. Barcelona: Paidós.
4.
Freire, P.
(2005). Pedagogía del oprimido (30.ª ed.). México: Siglo XXI. (Obra original
publicada en 1970).
5.
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(1971). La sociedad desescolarizada. Barcelona: Barral Editores.
6.
Kerr, R. P.
(1963). Sobre la función social de la universidad. Nueva
Zelanda: University of Canterbury Press.
7.
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8.
Morin, E.
(2001). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. París:
UNESCO.
9.
Ornelas, C.
(1995). La educación superior en América Latina: crisis y perspectivas. México:
Fondo de Cultura Económica.
SAN SALVADOR, 23DE SEPTIEMBRE DE 2025
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