miércoles, 27 de agosto de 2025

 

LA EDUCACIÓN NO COMIENZA NI TERMINA EN LA ESCUELA, SINO EN EL HOGAR, LA FAMILIA.

POR: MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA.

INTRODUCCIÓN

En el debate contemporáneo sobre la crisis educativa, se suele señalar a la escuela como la responsable directa de los fracasos en el rendimiento académico y en la formación integral de los estudiantes. Sin embargo, esta visión reduccionista ignora un hecho fundamental: la educación no comienza ni termina en la escuela, sino en la familia. La escuela es un complemento, un segundo hogar, pero nunca puede reemplazar la función educativa primaria que corresponde a padres y madres.

Los primeros aprendizajes no son académicos, sino vitales: el respeto, la disciplina, la honestidad, la solidaridad, la sinceridad y la capacidad de convivir en sociedad. Estos valores se aprenden, sobre todo, a través del ejemplo, y se refuerzan en la vida cotidiana del hogar. Como afirma Paulo Freire (1970), “la educación auténtica es un acto de amor y, por tanto, un acto de valor”. Ese acto de amor comienza en casa, en la manera como los padres orientan y guían a sus hijos.

Tuve la dicha de crecer en un hogar donde mis padres, a pesar de ser analfabetos, me enseñaron lo esencial: la importancia de la palabra dada, el respeto al otro, la solidaridad en la necesidad y la sinceridad como norma de vida. Ellos, sin poseer títulos, fueron mis primeros y mejores maestros. Y mis docentes de escuela, con sabiduría y compromiso, reforzaron esas enseñanzas, creando un puente entre la familia y la institución educativa.

Hoy, sin embargo, ese modelo se ha debilitado. No es que los valores se hayan perdido, sino que han dejado de aplicarse en la vida cotidiana. Los padres, absorbidos por las exigencias del trabajo, la tecnología o la indiferencia, delegan la educación casi exclusivamente a la escuela. Y esta, sobrecargada de responsabilidades, se ve incapaz de suplir el vacío ético y afectivo que deja un hogar ausente.

DESARROLLO.

LA FAMILIA COMO PRIMERA ESCUELA

La pedagogía universal ha reconocido históricamente a la familia como el núcleo esencial de la educación. Comenius, considerado el “padre de la pedagogía moderna”, afirmaba que “la educación debe comenzar desde la cuna” (Comenius, 1657/2000). Ese “desde la cuna” remite al hogar, al espacio íntimo donde se forman los primeros hábitos, valores y actitudes.

Sin embargo, hoy se observa una preocupante tendencia: los padres depositan en los maestros responsabilidades que les son propias. María Montessori (1949/2004) insistía en que la educación debe basarse en la colaboración entre padres y maestros, pues si la familia no transmite valores básicos, el proceso escolar se debilita. La escuela enseña conocimientos, pero no puede construir desde cero la dimensión ética de los estudiantes.

Un niño que no aprende disciplina en casa, difícilmente la asumirá en la escuela. Un adolescente que no conoce el respeto a sus padres, tampoco respetará a sus maestros. Y una sociedad que no cultiva la honestidad en el hogar terminará reproduciendo la corrupción en todos sus niveles.

LA ESCUELA COMO COMPLEMENTO Y NO COMO SUSTITUTO

La escuela tiene la función de complementar, no de sustituir, la labor educativa de la familia. John Dewey (1916/2004) afirmaba que la escuela debía ser “una extensión de la vida comunitaria”. Es decir, debía fortalecer lo que el niño ya trae de su hogar y comunidad. Pero en la práctica, la escuela ha sido forzada a asumir un papel que no le corresponde: suplir la ausencia de padres, la falta de disciplina y la carencia de valores.

Esto genera un desequilibrio pedagógico: se sobrecarga al maestro con tareas que exceden su misión y se debilita la función familiar. De ahí que las políticas educativas deban dejar claro que la corresponsabilidad entre escuela y familia es indispensable. Sin esa alianza, cualquier intento de reforma educativa fracasa.

LA CRISIS DE VALORES EN LA SOCIEDAD CONTEMPORÁNEA

La descomposición social en muchos países, especialmente en contextos latinoamericanos como El Salvador, tiene un origen profundo en la ruptura del tejido familiar.

Cuando los hogares se convierten en espacios de indiferencia, violencia o ausencia de autoridad, la escuela recibe a jóvenes con graves déficits de formación humana.

Autores como Durkheim (1922/2002) señalaron que la educación cumple la función de socializar y transmitir valores colectivos. Pero si la familia —primer agente socializador— falla en su rol, la escuela enfrenta una tarea imposible.

 De allí que hoy se observen fenómenos como la violencia juvenil, el consumo de drogas y la indiferencia social, no como productos exclusivos de una falla escolar, sino como consecuencias de la crisis de la familia como primera escuela.

En sociedades donde la televisión, el celular y las redes sociales ocupan el lugar de los padres, la educación pierde su esencia. La tecnología se convierte en sustituto del diálogo, y los hijos aprenden más de influencers que de sus propios progenitores. Esto no significa que la tecnología sea negativa en sí misma, sino que se ha convertido en un escape de las responsabilidades parentales.

CONCLUSIÓN

El verdadero desafío de la educación actual no es únicamente pedagógico, sino social y familiar. La escuela puede diseñar nuevos métodos, introducir tecnologías modernas o reformar currículos, pero sin la base de una familia comprometida, esos esfuerzos resultan insuficientes.

La educación comienza en el hogar, con el ejemplo y la práctica de valores. Allí se construye el respeto, la solidaridad y la honestidad que después se refuerzan en la escuela. Los maestros son guías y acompañantes, pero no pueden reemplazar la función de padres y madres.

Si queremos una sociedad más justa, honesta y solidaria, debemos recuperar la idea de que la escuela es un segundo hogar, pero el primero debe ser fuerte, coherente y lleno de valores.

REFLEXIÓN FINAL

Educar es mucho más que transmitir conocimientos: es formar seres humanos capaces de convivir, trabajar y construir futuro. Ese proceso no comienza con los libros ni termina en el aula. Comienza en el seno familiar, donde los padres siembran principios, y se completa en la escuela, donde se nutren esos principios con saberes y experiencias.

La descomposición social que hoy vivimos es el reflejo de hogares debilitados y de familias que han abandonado su misión educativa. Si no recuperamos la familia como primera escuela, la escuela sola no podrá salvarnos. Es momento de volver a las raíces: retomar la educación como un proceso integral donde padres y maestros trabajen juntos para formar personas íntegras, no solo individuos instruidos.

Solo así la educación podrá ser verdaderamente transformadora y la escuela volverá a ser lo que nuestros padres llamaban con sabiduría: nuestro segundo hogar.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS.

1.  Comenius, J. A. (2000). Didáctica magna. Madrid: Ediciones Akal. (Obra original publicada en 1657).

2.   Dewey, J. (2004). Democracia y educación. Madrid: Ediciones Morata. (Obra original publicada en 1916).

3.      Durkheim, E. (2002). Educación y sociología. Barcelona: Península. (Obra original publicada en 1922).

4.      Freire, P. (1970). Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI Editores.

5.      Montessori, M. (2004). La mente absorbente del niño. Madrid: Editorial Diana. (Obra original publicada en 1949).

 

                                               SAN SALVADOR, 27 DE AGOSTO DE 2025

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