"EL SALVADOR: 30 AÑOS GOBERNADO POR EL BAJO MUNDO DE
LA POLITIQUERÍA Y EL HAMPA DE LA VIDA PÚBLICA"
INTRODUCCIÓN
El Salvador, un país de gente trabajadora, valiente y
resiliente, ha sido víctima durante décadas de una clase política corrupta,
mediocre y traicionera. Desde la firma de los Acuerdos de Paz en 1992, el
pueblo albergó la esperanza de una verdadera democracia, con justicia social,
de progreso y desarrollo. Pero lo que vino después fue una dolorosa estafa
histórica: tres décadas en las que los destinos del país fueron controlados por
los intereses oscuros de partidos que más parecían mafias organizadas que
verdaderos representantes del pueblo.
La politiquería se apoderó de las instituciones. Las
promesas de campaña se convirtieron en burla. Y el poder se utilizó como
instrumento de saqueo, de represión y de manipulación. En ese contexto se gestó
lo que podemos llamar, sin temor a exagerar, el hampa de la vida pública: una
red de actores políticos, económicos y mediáticos que vivieron del sufrimiento
ajeno, del abandono del Estado y de la desesperanza colectiva.
DESARROLLO
Durante treinta años, El Salvador fue gobernado por dos
fuerzas que decían ser opuestas: ARENA y el FMLN. Uno se presentaba como el
defensor del libre mercado, la propiedad privada y la democracia conservadora;
el otro como la izquierda revolucionaria, portadora de justicia social y
defensora de los pobres. Pero en la práctica, ambos se arrodillaron ante los
mismos intereses: los de la corrupción, el clientelismo, el nepotismo y la
impunidad.
Los hospitales sin medicinas, las escuelas en ruinas, las
calles tomadas por las pandillas, la migración forzada, la violencia
estructural, la falta de oportunidades... Todo eso ocurrió mientras las élites
políticas se repartían el país como si fuese su hacienda. Convirtieron los
ministerios en cajas chicas, las alcaldías en centros de negocios ilegales, y
el sistema judicial en una farsa cómplice.
Esta no fue una simple crisis de gobernabilidad; fue un
sistema entero diseñado para beneficiar a unos pocos y empobrecer a la mayoría.
Las leyes se hacían a la medida del corrupto, no del ciudadano. La meritocracia
fue reemplazada por el compadrazgo. Y cuando alguien alzaba la voz, era
silenciado por los medios aliados del régimen o por las estructuras de
represión silenciosa.
Pactaron con pandillas. Pactaron con empresarios
evasores. Pactaron con narcos. Pactaron entre ellos para cubrirse las espaldas.
Ese fue el verdadero rostro del bajo mundo político salvadoreño: una simbiosis
entre el crimen organizado y la clase gobernante. No se trató de errores, sino
de crímenes éticos, sociales y políticos cometidos con alevosía, cinismo y
descaro.
Los jóvenes crecieron sin futuro, los ancianos sin
pensiones dignas, las mujeres sin protección, los campesinos sin tierra ni
apoyo, y los obreros sin derechos reales. Mientras tanto, los "honorables
diputados", los "líderes revolucionarios" y los "hijos de
la patria" se enriquecían con sobresueldos, donaciones desviadas,
financiamiento oscuro y privilegios que ofendían al pueblo. Ese fue el hampa en
la vida pública: el que lucía corbata, se sentaba en curules y viajaba al
extranjero a hablar de democracia mientras desangraba al país.
CONCLUSIONES
Los treinta años que siguieron a los Acuerdos de Paz no
fueron de consolidación democrática, sino de usurpación política, prostitución
institucional y traición sistemática al pueblo. Las estructuras partidarias que
debieron representar al ciudadano se transformaron en maquinarias de
enriquecimiento ilícito, donde el poder era un medio para saquear y no para
servir.
ARENA y FMLN fracasaron porque nunca quisieron
transformar el país, solo transformar sus cuentas bancarias. No fueron
oposición entre sí, sino cómplices alternados del mismo proyecto: vivir del
Estado sin trabajar para él, manipular al pueblo con discursos vacíos y
sostener el sistema con pactos impuros. Fueron ellos los que incubaron la
desesperanza, la violencia y la desconfianza ciudadana. Fueron ellos los
verdaderos traidores de la patria.
Y cuando hoy se atreven a criticar los cambios que se
impulsan, no lo hacen por amor a la democracia, sino por miedo a perder los
privilegios que por décadas disfrutaron. Su supuesta defensa de los derechos y
la institucionalidad es solo un grito de auxilio para protegerse del juicio
histórico que inevitablemente les alcanzará.
REFLEXIÓN FINAL
El pueblo salvadoreño ya no es el mismo. Ha despertado.
Ha abierto los ojos. Y aunque aún quedan muchos desafíos, la gran lección de
estos treinta años de politiquería y crimen institucional es clara: nunca más
el poder debe ser entregado a los corruptos, a los vividores del Estado, a los
farsantes del sistema. La política debe regresar a su esencia: servir al bien
común, construir futuro, dignificar la vida.
El Salvador no puede permitir más que su destino esté en
manos de quienes han demostrado su desprecio por la patria. Los ladrones de cuello blanco, los asesinos
de la esperanza, los mercenarios de la ideología... deben quedar en el basurero
de la historia.
Es hora de seguir construyendo una nueva nación, donde la
justicia no sea selectiva, donde el poder tenga límites, donde la palabra
"pueblo" no sea solo un eslogan, sino una responsabilidad. Porque este país ya pagó un precio
demasiado alto por confiar en el bajo mundo de la politiquería. Y porque El Salvador merece algo mucho mejor que
el hampa disfrazada de gobierno.
SAN SALVADOR, 18 DE JULIO DE 2025
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