jueves, 4 de agosto de 2016



LA VERDAD EN LA QUE VIVIMOS. LA VERDAD  QUE LE VENDEN AL PUEBLO LOS PODEROSOS
MSc. JOSÉ ISRAEL VENTURA
Se ha dicho en varias ocasiones que el sistema capitalista es  especialista en crear dioses y diablos mediáticos  para mantener entretenidas a las grandes masas de la población e infundirles miedo.  Por ejemplo, en los últimos días circuló en las redes sociales una “noticia” de que el mundo se terminaba el día 29 de julio, e incluso salía una imagen del actual papa pidiendo que oráramos. Como se puede ver  los hechos que son relevantes para la sociedad nos los hacen ver superfluos e irrelevantes. Mientras que hechos superfluos te los magnifican nos  los presentan  como el último acontecimiento del siglo, O sea  te distorsionan la realidad, juegan con nuestra inteligencia y nuestra capacidad de pensar. Esa es la verdad de los de arriba.  Ahora bien, lo que aquí pretendo es demostrar la falsa verdad en la que nos movemos y vivimos.
Sabemos  muchos académicos que desde la concepción científica de las clases sociales la sociedad está dividida en dos clases fundamentales; los poseedores de los medios de producción  y los carentes de ellos, unos tienen que vender su fuerza de trabajo  y otros se apropian del trabajo ajeno.  Al menos , eso es lo que nos han enseñado en la Universidad no obstante, el problema cambia desde la concepción de los poderosos  es decir, los que dirigen los hilos de la política mundial, los señores de la sombra, los que deciden a que país se va a invadir, que gobierno van a elegir, a que líder van a asesinar.
La manera como estos señores analizan e interpretan la realidad es otra; no la nuestra, para muchos que creen que el pueblo es el que elige al presidente  esa es la mentira más grande que le pueden dar a la población, no sólo en nuestro país, es en todo el mundo con excepción de algunos países socialistas que aún quedan. De acuerdo con las elites del poder Mundial, las sociedades Secretas, el Club Bilderberg, los Iluminati, los Francmasones y el Opus Dei entre otros. La sociedad está dividida en tres clases: Los Sabios, los gentiles  y el Vulgo.
 El Vulgo.
Son los más numerosos. Desean riqueza. Buscan el placer. Pero además, son holgazanes, indolentes, egoístas, torpes... No están dotados de inteligencia individual, sino que al tratarse de una masa deben ser dirigidos desde arriba. No tienen pensamiento propio, sino el que se les haya insertado como obligatorio para alcanzar sus necesidades. Ellos no lo saben, pero no están capacitados para conocer la verdad de las cosas. Tampoco están preparados para ser libres, aunque haya que hacerles creer que lo son. Su destino es la subordinación y para no alterar su destino natural no pueden conocer la verdad. (Bruno  Cardeñosa. El Gobierno Invisible. p. 15)
GENTILES
Ocupan la parte superior de la sociedad visible. Aman el honor. Y todo su objetivo vital es conseguir la gloria. A menudo, son los hombres en los que el vulgo ha depositado su confianza. Se creen los guardianes de la moral y del orden. Se sienten creyentes, hombres de honor, individuos nobles que están cumpliendo una misión. Tienden a sentirse héroes. Y se presentan sentados en un trono que les confiere la sensación de estar por encima del bien y del mal, pero esa vanidad es la grieta a través de la cual deben penetrar las razones que están por encima de ellos, ideas que son el símbolo de la verdad desnuda, aunque se inserte en ellos vestida de múltiples ropajes. En esta clase se ubican los funcionarios públicos de alto rango, Diputados, Ministros, embajadores, Cancilleres, Generales, Coroneles, Rectores entre otros. Estos son los que utilizan las elites poderosas para mantener engañados al pueblo haciéndonos creer que vamos camino a una nueva sociedad pero que están en contubernio con la elite mundial.
En periodos electorales seleccionan a esas personas que tienen más arraigo en la población para obtener los votos necesarios  y llegar al gobierno.  Pero que son ratas del mismo piñal, coyotes de la misma loma. En esta clasificación por últimos están los Sabios. (Ibíd. P.15)
LOS SABIOS.
Para ellos, el abismo no da miedo. Son puros. No saben lo que es temblar porque los filósofos están en posesión de la verdad absoluta y ostentan la supremacía intelectual que han aprendido gracias a las enseñanzas de otros sabios que les instruyeron en secreto, porque en secreto deben desarrollarse y ocultos deben mantenerse. Son ellos quienes deben elegir cuáles son los engaños sobre los que levantarse por encima del vulgo, para proteger a sus instrumentados gentiles y a la inconsciente masa. Y las tres piezas encajaban así:
El sistema ideal y perfecto es el gobierno encubierto de los sabios, que deben utilizar las armas que les da su sabiduría para poder alcanzar su máxima expresión. Para conseguirlo, tienen que obrar con el objetivo de que los gentiles sean crédulos, simplones y, por tanto, manipulables hasta el punto de convertirse en las herramientas perfectas para alcanzar la meta propuesta que, en este tiempo, no es otra cosa más que frenar la modernidad que anida cada vez más entre el vulgo, a cuyos integrantes es necesario reducir a la categoría de bestias. Gracias a ellos, es posible cumplir con el objetivo de trasladar al vulgo una forma de vida en la que sea permanente la guerra o la sensación de estar en guerra. Lograrlo es sencillo gracias a la manipulación de los instintos primarios, que se encuentran en los sentimientos nacionalistas y religiosos, de los cuales los gentiles deben ser sus adalides.
Y, para dirigir a esas masas, hay una herramienta perfecta... Es la mentira:

La mentira es el arma de los sabios, porque la verdad es propiedad nuestra y no debe revelarse a quien no está capacitado para conocerla. Así, a la sociedad, al vulgo, deben contársele mentiras que les sean reconfortantes para satisfacer sus necesidades, al tiempo que los sabios deben hacerse con el control de la cueva y manejar las imágenes que se proyectan al exterior. Decía Platón hace muchos siglos: “la justicia es el interés de los más fuertes. Por ello, quienes queráis ocupar el poder  en el futuro, debéis edificar las reglas según vuestros intereses. Y las reglas serán la justicia. (Ibíd.)

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